Familia: escuela de la Misericordia

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Estoy convencida de poder afirmar que la maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia que Dios nos ha podido regalar a los hombres. Cada uno de nosotros, en nuestra situación concreta, con unos hijos concretos y un marido “único”, estamos llamados a un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo.

 

Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros los reconozcamos

Estoy convencida de poder afirmar que la maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia que Dios nos ha podido regalar a los hombres. Cada uno de nosotros, en nuestra situación concreta, con unos hijos concretos y un marido “único”, estamos llamados a un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo

Igual me “tiro de la moto”, como se dice vulgarmente entre los jóvenes, cuando pienso que lo que nos sugiere el Santo Padre para este Año Jubilar de la Misericordia es lo que cotidianamente se vive en la maternidad, el matrimonio y la familia todos los días y a todas horas.

Quizás, porque en su mensaje para esta Cuaresma, nos recuerda que “en la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con la bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales”; repaso y reflexiono cada una de las 14 obras de Misericordia y pienso: ¡¡cachis, pues si esto es lo que se vive cada día en mi casa, lo que hace una madre con sus hijos, una esposa con su esposo, una familia con los amigos y necesitados,…!!

Si si. Estoy convencida de poder afirmar que la maternidad, el matrimonio y la familia son la mejor Escuela de Misericordia que Dios nos ha podido regalar a los hombres. Cada uno de nosotros, en nuestra situación concreta, con unos hijos concretos y un marido “único”, estamos llamados a un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo: "derramar la Misericordia divina" guiando, acompañando, y formando a nuestros hijos, con nuestro ejemplo, para que saquen lo mejor que llevan dentro de su corazón, para que con su entusiasmo y fortaleza no se desvíen del camino, atrayendo a Él a muchas almas.

Enseñar al que no sabe, guiar con un buen consejo, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir con paciencia los defectos de los demás, consolar al triste, cuidar al enfermo,… ¡qué fácil nos resulta cuando son de los nuestros, nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestro hermano, nuestro amigo!

Lo dice la Escritura: “Si amáis a los que os aman, ¿Qué merito tenéis?...Si hacéis el bien a quien os hace el bien, ¿Qué merito tendréis?....Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿Qué merito tendréis?..... Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada por ello; y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y con los malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 31-36)

Por ello, tenemos que dar un paso al frente, y no quedarnos en nuestro círculo más cercano. La humanidad entera nos pide más. El Santo Padre nos urge: No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).

Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “máspequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado”.

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