Festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote -

sagrado corazon

El primer jueves siguiente a la celebración de la Solemnidad de Pentecostés

Ese día se celebra la festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, tanto en España, como en algunos otros países, aunque aún no está elevada aún a festividad universal.

Origen de la fiesta

La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, fue introducida en España en 1973. Posteriormente fue solicitada por numerosos Episcopados de todo el mundo.

Aunque en algunos misales de principios del siglo XX ya se encontraba la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, esta festividad, de origen español, obtuvo la aprobación de la Santa Sede en 1971. Comenzó a ser festividad litúrgica el 22 de agosto de 1973 gracias al esfuerzo de S.E.R. D. José María García Lahiguera, Arzobispo de Valencia, fijando su celebración en el jueves siguiente a la solemnidad de Pentecostés. Fue incluida en el calendario litúrgico en 1974. En 1996, San Juan Pablo II, agregó los textos de la Liturgia de las Horas, que habían sido enviados desde Madrid

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Nuestro Señor Jesucristo es el sacerdote de la Nueva Alianza que nos ha reconciliado con Dios y nos ha llamado a formar parte de su Iglesia, haciéndonos hijos del Padre.

En muchas diócesis se celebra también en este día la Jornada de santificación de los sacerdotes.

En el Nuevo Testamento, no se utiliza el término «sacerdote» para referirse sólo a los ministros. Este término se reserva especialmente para denominar a Cristo y a todo el pueblo de Dios, unidos como un Sacerdocio real, tal cual lo indica Pedro en su segunda carta:

"Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz" (1 Pedro 2,9)

Un famoso pasaje de Hebreos explica el Sumo Sacerdocio de Jesucristo de la siguiente manera:

"Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hebreos 4,14-16)

En relación con Cristo, la carta a los Hebreos interpreta su sacrificio, en oposición a los sacrificios de los sacerdotes de la antigua alianza, como el nuevo, único y definitivo sacerdocio:

"Así también Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec" (Hebreos 5,5-6)

La misma carta a los Hebreos también añade lo siguiente:

"Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos" (Hebreos 9,11)

 

 

Profetas, Sacerdotes y Reyes

Mediante el bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.

La celebración de la fiesta de Jesucristo, Sumo Sacerdote y Rey, debe ser contemplada, para todos los católicos, como un día intensamente sacerdotal. Un día para amar y adorar el sacerdocio de Jesucristo, que a su vez está aunado al sacerdocio de todos sus ministros.

Hoy es un día para agradecer a Jesús habernos regalado este precioso don a toda la humanidad, en la que cada día, en cada Iglesia del mundo, cada presbítero hace presente, mediante la consagración de las dos especies, a Jesucristo, el Hijo de Dios altísimo.

Todos los cristianos, debemos de tomar este día como una gran jornada de oración por la santidad de todos los Sacerdotes, unirnos con fe y esperanza, en comunión con todos los Santos, sintiéndonos verdaderamente parte del Cuerpo místico de Cristo, para así pedir, al Dueño de la mies, para que envíen y hayan muchos y santos Sacerdotes.

Oración por los Sacerdotes

Señor Jesús, te pido por tus sacerdotes. Que cuando estén clavados en la cruz del confesionario, pongas en ellos tu corona de luz en vez de tu corona de espinas.

Que cuando, día a día, te traigan al pan convertido en tu cuerpo, ello no se les vuelva rutina, sino diario milagro.

Que su trato con las almas sea siempre para dejar en ellas el amor y el valor que Tú nos entregas.

Que cuando jóvenes, tengan la fortaleza de tus últimos tres años y cuando viejos, sigan sintiendo que «Dios alegra su juventud».

Que espíritu viviente en carne y hueso, sean como Tú, profundamente humanos y perfectamente divinos.

Que cuando el desánimo y la debilidad los agobien en el camino de su calvario, estés Tú, como Cirineo, para llevarles la cruz y volvérselas gozo.

¡Y que nunca falte quien de la vida por ellos, así como Tú la diste por nosotros. Amén

 

PildorasdeFe.net

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