12 frases de los primeros cristianos sobre la Eucaristía

eucaristia

12 textos sobre la Eucaristía

“Vivid de modo que merezcáis comulgar todos los días”
(SAN AMBROSIO, siglo IV)

 

En la Eucaristía, Dios mismo se nos da como alimento. En la Hostia consagrada están verdaderamente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Innumerables santos reflexionaron y predicaron sobre este milagro que se repite a diario en todo el mundo. Seleccionamos veinte frases pronunciadas por diferentes santos sobre la Eucaristía.

 

Desde el principio, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos. Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico.

Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En varios textos de los siglos I y II, vemos cómo va evolucionando y construyéndose la liturgia de la Iglesia.

Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que se celebraba en el siglo I: lo podemos ver en la descripción del Santo Sacrificio que San Justino, en el año 155, hace al emperador Antonino Pío; o en la “Traditio Apostólica” de San Hipólito de comienzos del siglo III.

Cada día junto al sagrario o en la Misa podemos vernos acompañando a Jesús junto a esos cristianos de los primeros tiempos, que nos animan a cuidarle y a tratarle con todo el cariño del que seamos capaces.

Debemos dar gracias a Jesús por quedarse tan cerca de nosotros en la Eucaristía, ayudándonos a amarle y a tratarle con la misma novedad y reverencia con la que lo hicieron aquellos primeros cristianos.

 

Frases de los primeros escritores cristianos sobre la Eucaristía

 

1.  (La Didaché, en el siglo I, nos enseña a dar gracias a Dios por recibirle en al comunión…)

Después de saciaros, daréis gracias así:
Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu siervo. Ante todo te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.  (DIDACHÉ o ENSEÑANZA DE LOS DOCE APÓSTOLES, 9, 1-10, 7)

 

2. (Son impresionantes las palabras que San Ignacio de Antioquía, a finales del siglo I, dedica a la Eucaristía definiéndola como “medicina de inmortalidad”…)

Es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, remedio para vivir en Jesucristo para siempre. (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epístola a los Efesios, 90)

 

3. (En el otoño del 112, Plinio –cónsul romano de Bitinia- escribe al emperador porque había descubierto que los cristianos tenían por costumbre reunirse cada domingo. Bitinia estaba llena de cristianos. Este texto nos sitúa en la celebración de una misa dominical a comienzos del siglo II. No habían dejado estas reuniones ni siquiera después del edicto del gobernador que recalcaba la persecución…)

Es una muchedumbre de todas las edades, de todas las condiciones, esparcida en las ciudades, en la aldeas y en el campo. (…) Tienen la costumbre de reunirse en un día fijado, antes de la salida del sol, de cantar un himno a Cristo como a un dios, de comprometerse con juramento a no perpetrar crímenes, a no cometer ni latrocinios ni pillajes ni adulterios, a no faltar a la palabra dada.

Ellos tienen también la costumbre de reunirse para tomar su comida que, no obstante las habladurías, es comida ordinaria e innocua». (PLINIO, Gobernador Romano de Bitinia, Libro X, Carta 96)

 

4. (Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que se celebraba en el siglo I: lo podemos ver en la descripción del Santo Sacrificio que San Justino, en el año 155, hace al emperador Antonino Pío…)

El día que se llama día del sol (el Domingo) tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las Recuerdos de los Apóstoles y los escritos de los Profetas.
Luego, cuando el lector termina, el que preside toma la palabra y hace una invitación y exhortación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y oramos por nosotros... y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna.
Luego se lleva, al que preside, el pan y una copa con vino y agua mezclados.

El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido “amén”, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino “eucaristizados”. (SAN JUSTINO, Apología I, Carta a Antonino Pío, 67)

 

5.

Si tomas el alimento y la santa bebida de la Eucaristía, como que viene del Sacramento de la Cruz, pues aquel misterioso madero fue figura suya, el que hizo dulces las aguas, del mar, llenará tu alma de verdadera suavidad. (SAN CIPRIANO DE CARTAGO, Libro de la Oración, 35)

 

6. (Son especialmente expresivas las palabras de San Cirilo, obispo de Jerusalén a partir del 348, que para manifestar nuestra unión tan plena con Cristo en la Eucaristía dice que nos hacemos una misma cosa con Él…)

Para que cuando tomes el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas “concorpóreo” y “consanguíneo” suyo (un mismo cuerpo y sangre con Él) ; y así, al distribuirse en nuestros miembros su Cuerpo y su Sangre, nos convertimos en portadores de Cristo (Cristóforos).

De está manera -según la expresión de San Pedro- también nos hacemos partícipes de la naturaleza divina. (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis Mistagógica, 4, 3)

 

7.

Así como un poco de levadura, según la doctrina del Apóstol, hace fermentar toda la masa, así también el divino cuerpo de Jesucristo, que padeció la muerte, y es el principio de nuestra vida, entra en nuestro cuerpo, nos cambia y nos transforma totalmente en Él.

Porque como que un veneno que se ha derramado por los miembros sanos, los corrompe en poco tiempo, así por contraria razón, cuando el cuerpo inmortal de Jesucristo se ha llegado a mezclar con el del hombre, que en otro tiempo había comido el fruto envenenado, le transforma todo entero en su divina naturaleza. (SAN GREGORIO DE NISA, Sobre el Eclesiástico, 37)

 

 

8.

¿Cuál es la obligación propia y particular de los que comen el pan y reciben la bebida de Dios? Es la de conservar continuamente la memoria del que murió y resucitó por ellos. ¿A qué más les obliga esta memoria? a no vivir ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. (SAN BASILIO MAGNO, Regla 80, 58)

 

9.

Jesucristo es mi comida, Jesucristo es mi bebida. La carne de un Dios es mi comida, la sangre de un Dios es mi bebida. En otro tiempo bajó del cielo el pan que llamó el Profeta pan de Ángeles: mas aquel no era el verdadero pan, sólo era sombra del que había de venir. El Pan Eterno me tenía reservado este verdadero pan que viene del cielo, y este es el pan de vida.

Aquel, pues, que come la vida, no podrá morir, porque ¿cómo había de morir el que tiene por alimento la misma vida? (SAN AMBROSIO, Comentario al Salmo 118, 69)

 

10.

No nos concedió solamente el verle sino tocarle también, y comerle, e hincar los dientes en su carne y unirnos a Él de la manera mas íntima. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre el Evangelio de San Juan, 46)

 

11.

Así como cuando uno junta dos trozos de cera y los derrite por medio del fuego, de los dos se forma una sola cosa, así también, por la participación del Cuerpo de Cristo y de su preciosa Sangre, Él se une a nosotros y nosotros nos unimos a Él. (SAN CIRILO DE ALEJANDRIA, Comentario al Evangelio de San Juan, 10)

 

12.  A principios del s. IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición.

Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus (Acta SS. Saturnini, Dativi el aliorum plurimorum martyrum in Africa. 7.9.10) Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado.

Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía? (BENEDICTO XVI, Sacramentum Caritatis, 95)

 

 

+ info -

https://www.primeroscristianos.com/la-celebracion-de-la-eucaristia-en-la-iglesia-primitiva-1/

 

Del libro:

ORAR CON LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Gabriel Larrauri  (Ed. Planeta)

 

Ver en Wikipedia

 

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