DE LA LUCHA CONTRA EL ABORTO ENTRE LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Existen poderosas razones para pronunciarse por y con la vida.
Esto dicho, no sería justo dejar de reconocer que en esta lucha, la Iglesia católica ha dado la cara de manera tan valerosa como generosa, sin reclamar ningún protagonismo que siempre ha declinado en cuantos otros se han brindado a abanderar la lucha, y desinteresadamente interesada en el solo triunfo de la causa. Una causa en la que la mejor prueba de su fe, son los antiquísimos testimonios que los hombres de Iglesia han dejado desde los primeros tiempos del cristianismo.
Si bien es cierto es que no existe referencia concreta a las prácticas abortivas en los textos del Nuevo Testamento, ello no ha de ser interpretado como indiferencia de los autores canónicos, sino más bien en el sentido de que la apabullante unanimidad existente en la comunidad cristiana al respecto, hizo innecesario ningún pronunciamiento. La Evangelium Vitae de Juan Pablo II lo refiere así:
“Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y, por tanto, no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal modo al ser humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda también a este caso el mandamiento divino «no matarás»” (EvVit. 61).
El problema para la comunidad cristiana se plantea cuando con su crecimiento temprano y repentino, transciende el ámbito cultural judío y entra en contacto con la cultura greco-romana, donde las cosas discurren de manera bien diferente:
“Desde que entró en contacto con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la práctica del aborto y del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso radicalmente, con su doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella sociedad” (EvVit. 61).
“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”. (Did. 2, 2).
La Epístola de Bernabé, atribuido al compañero de Pablo, que podría datar de finales del s. I o principios del II, emite un mandamiento similar:
“No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida” (EpBer 19, 5).
La Epístola a Diogneto es un texto de alrededor del año 150 en el que su anónimo autor se dirige a un desconocido Diogneto, a quien le explica cómo son los cristianos, diciéndole de ellos lo siguiente:
“Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. [...] Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (abortos)” (Epístola a Diogneto 5, 5).
Y el Apologético de Tertuliano, uno de los grandes autores del primer cristianismo que vivió entre los años 155 y 222 aproximadamente, lo expone con meridiana claridad realizando incluso un pronunciamiento bien temprano en la historia, sobre el momento en el que, según él, comienza la vida:
Articulo de Luis Antequera en www.religionenlibertad.com