“Vestíos de las vestiduras de Cristo” - Cirilo de Jerusalén y los orígenes de la Cuaresma

san cirilo jerusalen

San Cirilo de Jerusalén nos invita hoy a revestirnos con las vestiduras de Cristo

Si Cirilo de Jerusalén estuviera entre nosotros hoy, simplemente podría desafiarnos a profundizar un poco más en nuestras devociones de Cuaresma.

 

En la primavera de 347, Cirilo de Jerusalén entregó una serie de enseñanzas a los catecúmenos de Jerusalén. En la introducción a estas conferencias, Cirilo les dijo a sus auditores: “Este encargo os doy, antes de que entre Jesús, el Esposo de las almas… Se os permite un aviso largo; tienes cuarenta días para arrepentirte…”

Sentado en la magnífica y recién terminada Iglesia del Santo Sepulcro, Cirilo pronunció una apasionada súplica por el arrepentimiento genuino, la conversión y la aceptación de una forma de vida completamente nueva.

“Incluso Simón el Mago vino una vez a la fuente: fue bautizado, pero no fue iluminado; y aunque sumergió su cuerpo en agua, no iluminó su corazón con el Espíritu: su cuerpo descendió y subió, pero su alma no fue sepultada con Cristo, ni resucitó con Él”, Cirilo advirtió a los catecúmenos.

Tuvo que ser un momento poderoso para los oyentes de Cirilo. Sentado en el mismo lugar donde Cristo pasó tres días en la tumba, luego resucitó de entre los muertos, la poderosa retórica de Cirilo debió de conmoverlos en lo más hondo. Y, de hecho, sus palabras todavía siguen teniendo hoy el mismo poder, porque al leerlas de nuevo, recordamos cuán débiles son nuestros propios preparativos de Cuaresma, y ​​nos incitan a una conversión genuina.

 

 

En el prólogo de las Conferencias catequéticas de Cirilo, el lector moderno puede encontrar la verdadera esencia, el espíritu, por así decirlo, de la comprensión de la Iglesia primitiva del propósito de la Cuaresma. Lo primero que se nota, entonces, es que, en el entendimiento de Cirilo, la Cuaresma era para los creyentes: los que ya estaban bautizados, y los que estaban en los últimos días de su preparación para el Bautismo. Leemos al final del prólogo:

“Estas Lecturas de Catequesis, para aquellos que han de ser iluminados, las podéis prestar a los candidatos al Bautismo y a los creyentes que ya están bautizados, para leer, pero no podéis  dar nada ni a los Catecúmenos ni a ningún otro que no sea cristiano…”  La fe básica en Cristo es un requisito previo para la auténtica observancia de la Cuaresma. Las disciplinas de la Cuaresma no tienen sentido y no pueden dar frutos genuinos sin fe.

 

En segundo lugar, vemos que, para Cirilo, aunque prevé un arduo trabajo espiritual por parte del creyente durante la Cuaresma, sabe que en última instancia la obra de salvación, el proceso de perfección en nuestras almas, pertenece a Dios: “Dios, que conoce vuestros corazones, y observa quién es sincero y quién es hipócrita, es poderoso tanto para guardar a los sinceros como para dar fe al hipócrita."

Cirilo estaba perfectamente convencido de que Dios puede transformar nuestros esfuerzos vacilantes e insinceros en conversión y fe genuinas. Cirilo planteó el asunto de esta manera:

“Posiblemente, también, has venido con otro pretexto. Es posible que un hombre esté deseando cortejar a una mujer y haya venido aquí por ese motivo. La observación se aplica de la misma manera a las mujeres también a su vez. Un esclavo tal vez también desee complacer a su amo, y un amigo a su amigo. Yo tomo este cebo por el anzuelo, y te recibo, aunque viniste con un mal propósito, pero como a uno que ha de ser salvado por una buena esperanza.”

 

 

Un tercer tema, quizás el más importante de todos, surge de una lectura atenta del prólogo de Cirilo. Cirilo entendió que, para un cristiano, la conversión inicial y el bautismo son solo el comienzo. La vigilancia constante, el arrepentimiento constante, son necesarios para que una vida cristiana llegue segura a puerto: “Grande es el bautismo que está delante de ti…. Pero hay una serpiente junto al camino que vigila a los que pasan; mirad que no os muerda con la incredulidad”.

Vistos así, la oración, el ayuno y la limosna de la Cuaresma adquieren su verdadero sentido. Existen para preparar al creyente, mediante actos voluntarios de renuncia a sí mismo, para resistir las tentaciones que se nos presenten en la vida diaria. Una persona que puede comer voluntariamente alimentos sencillos durante la Cuaresma para dar más a los pobres podrá resistir mejor las tentaciones de la avaricia y el egoísmo que el mundo nos presenta.

Fue en este contexto que Cirilo invitó a sus candidatos al bautismo a comenzar sus cuarenta días de renuncia: “Si la moda de vuestra alma es la avaricia, vestíos de otra moda y entrad. Despojaos de la moda anterior, no la ocultéis. Quitaos, os lo ruego, la fornicación y la inmundicia, y vestíos el manto más brillante de la castidad. Este encargo os doy, delante de Jesús el Esposo de las almas, entrad y mirad sus formas. Se os permite un aviso largo; tienes cuarenta días para arrepentirte: tienes plena oportunidad, tanto para quitarte y lavarte, como para vestirte y entrar.”

El contenido práctico de la catequesis de Cirilo se revela a través de una lectura atenta de las conferencias 1 y 2, que tratan los temas del arrepentimiento y el perdón.

En la primera lectura, después de leer Is 1,16: “Lávate y límpiate; apartad de delante de mis ojos la maldad de vuestras obras…”, Cirilo recomienda a sus oyentes que confiesen sus pecados y perdonen a los que han pecado contra ellos: “Este es el tiempo de la confesión: confiesa lo que has hecho de palabra o de hecho…

Si tienes algo contra algún hombre, perdónalo: vienes aquí para recibir el perdón de los pecados, y también debes perdonar al que ha pecado contra ti”.

En la segunda conferencia, Cirilo reforzó esta enseñanza hablando de los beneficios que experimenta el alma cuando se libera de la carga de los pecados no perdonados:

“Entonces el pecado es, como hemos dicho, un mal terrible, pero no incurable; temible para el que se aferra a ella, pero fácil de curar para el que, por arrepentimiento, se la quita. Pues supongamos que un hombre sostiene fuego en su mano; mientras retenga el carbón encendido, es seguro que se quemará; pero si hubiera apartado el carbón, habría arrojado también la llama con él.”

Parece claro, al leer estos pasajes, que existe una diferencia definitiva entre la forma en que Cirilo y sus contemporáneos veían la Cuaresma y la forma en que la vemos hoy. Tal vez, hay mucho que podríamos aprender de Cirilo. Quizás nuestra visión es demasiado pequeña. Tendemos a mordisquear los bordes de nuestros vicios.

Estamos contentos si somos capaces de pasar cuarenta días sin comer chocolate, o usar nuestra palabrota menor favorita. Cirilo nunca se habría contentado con resultados tan pequeños (por valiosos que sean), y tampoco habría permitido que su congregación estuviera satisfecha.

Para Cirilo, los cuarenta días de preparación para el Bautismo eran para iniciar el arrepentimiento profundo que cambia la vida y conduce a una nueva creación. En el corazón de la catequesis bautismal de Cirilo, estaba la idea de que, aquellos que se levantan de las aguas del bautismo, han muerto a su antigua forma de vida, emergiendo ahora como una nueva creación.

En su tercer discurso, les dijo a sus candidatos:

“Habiendo descendido muertos en pecados, resucitáis vivificados en justicia. Porque si habéis sido unidos a la semejanza de la muerte del Salvador (Rom 6, 5), también seréis tenidos por dignos de su resurrección”.

Pero el sacramento, aclara Cirilo, no es como los rituales mágicos de los paganos. Sin un arduo trabajo por parte del receptor, la gracia podría ser recibida en vano: “esto no es un asunto ligero, ni una unión ordinaria e indiscriminada según la carne, sino la elección del Espíritu que todo lo escudriña según la fe”.

Siendo así, los cuarenta días de preparación, para Cirilo, eran esenciales, y la oración, el ayuno y la limosna de la Cuaresma eran necesarios para preparar el alma para la adecuada recepción del inmenso don del Bautismo.

Cirilo consideraba la limosna como el signo visible más claro del verdadero arrepentimiento: “¿Qué, pues, debes hacer? ¿Y cuáles son los frutos del arrepentimiento? El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene (Lc 3, 11)… y el que tiene comida, haga lo mismo . ¿Disfrutarías de la gracia del Espíritu Santo y, sin embargo, juzgarías a los pobres como indignos del alimento corporal?”

 

Dar limosna es, para Cirilo, una señal clara de que el candidato se ha arrepentido de su antigua codicia, egoísmo e insensibilidad con los pobres, y ha comenzado a ver a los pobres como seres humanos, dignos de respeto, amor y asistencia.

Pero, más allá de esto, para Cirilo, la entrega de bienes materiales tiene el mismo propósito que el ayuno; somos desapegados de los bienes menores que nos impiden apreciar plenamente la majestad, el asombro y el amor infinito de Dios, y recordamos que nunca estaremos verdaderamente satisfechos hasta que comamos la rica comida y el buen vino del banquete escatológico de Dios.

Cirilo insinuó esto hacia el final de su catequesis bautismal. Les dijo a los candidatos que, en el momento de su bautismo:

“Los ángeles bailarán a su alrededor y dirán: '¿Quién es ésta que sube con vestiduras blancas, apoyándose en su amado?'... Y Dios les conceda que, cuando hayan terminado, en el transcurso del ayuno, se acuerden de lo que digo, y dando fruto en buenas obras, estén irreprensibles junto al Esposo espiritual…”

Y así, en medio de su aparente severidad, vemos el corazón pastoral de Cirilo, que amaba tanto a su rebaño que anhelaba verlo bañado por la luz de su salvador.

¿Qué pueden aprender hoy los catequistas y predicadores de Cirilo? Si Cirilo estuviera entre nosotros hoy, ¿Qué nos diría? Tal vez, simplemente nos desafiaría a profundizar un poco más en nuestras devociones de Cuaresma. Cirilo no era ajeno a los desafíos de presentar el Evangelio en una sociedad rica. La Iglesia estaba experimentando una afluencia de nuevos conversos, muchos de los cuales eran sinceros.

Pero muchos también buscaban simplemente una ventaja política o económica. Cirilo tomó a todos los interesados ​​y los desafió a la conversión profunda y duradera a la que Cristo nos llama a todos, el tipo de conversión que se traduce en abundantes frutos del Espíritu Santo. ¿Haremos acaso menos hoy?

 

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San Cirilo de Jerusalén -18 marzo

 

 

 

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