“Por aquellos días,María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a isabel. y cuando oyó isabel el saludo de maría, el niño saltó en su seno, e isabel quedó llena del espíritu santo; y exclamando en voz alta dijo: - Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mi tanto bien, que venga la madre de mi señor a visitarme?...” (Lucas, 1, 41-43)
Ain Karem, que se traduce como "Fuente del Viñedo", es un pueblecito situado en las cercanías de Jerusalén, al oeste de la ciudad nueva y a unos 6 kilómetros de la Puerta de Jaffa. En este pueblo es donde la tradición ha venido recordando dos hechos relatados en el evangelio de San Lucas: la Visitación de María a su prima Isabel y el nacimiento de Juan Bautista. Precisamente fue la visita de la Virgen la que dio nombre a la principal iglesia de la aldea.
LA IGLESIA DE LA VISITACIÓN
San Lucas es, como ya queda dicho, el único evangelista que describe el encuentro entre las dos mujeres, en el cual María pronunció las palabras inmortales
Zacarías, el esposo de Isabel, era sacerdote del Templo de Jerusalén, y fue mientras se encontraba en el servicio allí que apareció ante él el ángel Gabriel para anunciarle el embarazo de Isabel, pero Zacarías fue tan incrédulo que se quedó sin habla hasta el nacimiento de su hijo, Juan, el llamado Bautista.
Cerca de la iglesia, en el centro de la aldea, se encuentra el Manantial de Nuestra Señora María, donde se dice que la Virgen pudo descansar antes del ascenso final a la casa de su prima.
Una artística verja delimita la propiedad franciscana, articulada en torno un patio interior cuya pared derecha está totalmente cubierta por el Magnificat en numerosos idiomas. Es una forma de honrar a María y, con ella, alabar a Dios con palabras distintas, pero con los mismos sentimientos de ella, uniendo las voces de todos los pueblos de la tierra.
En este lugar hay dos iglesias superpuestas, obra del arquitecto y terciario franciscano A. Barluzzi; ambas están igualmente decoradas con frescos de Vagarini.
Desde el patio se entra directamente en la capilla inferior o cripta, detrás del pórtico oriental.
Los frescos representan el encuentro de María e Isabel, Zacarías ofreciendo elincienso en el Templo y, a la derecha, Isabel protegiendo al niño Juan de la muerte decretada por Herodes. Al fondo del pequeño túnel abovedado hay una antigua cisterna.
A la izquierda de la entrada al patio hay una escalera que sube hasta la iglesia superior. Ésta está construida sobre los cimientos de la iglesia cruzada. Los frescos del muro sur representan, de adelante hacia atrás: el concilio de Éfeso, donde se proclamó la maternidad divina de María; María Refugio nuestro; María mediadora en la bodas de Caná; María Socorro de los cristianos en la batalla de Lepanto; y Duns Scoto defendiendo la inmaculada concepción de la Virgen.
Las excavaciones realizadas por el arqueólogo franciscano Bagatti en 1937 demostraron que el sitio estuvo ocupado desde el siglo XII a.C., hasta el periodo Bizantino, durante el cual se transformó en un lugar de culto cristiano. Probablemente la existencia de dos lugares de culto cristianos separados no tengan otra explicación que la de exaltar por igual el nacimiento de Juan y la visita de María a su prima.
LA IGLESIA DE SAN JUAN BAUTISTA
La iglesia está construida en el lugar tradicional de la casa de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista, y sobre restos de la iglesia bizantina del siglo IV. Fue levantada por los cruzados y restaurada por los franciscanos en 1675.
Bajo el pórtico puede verse, a través de una rejilla, una especie de cripta en donde se conserva un mosaico bizantino, que tiene reproducida la aclamación: ”Salud, mártires de Dios”, que podría aludir a los monjes asesinados por los samaritanos en la sublevación del siglo VI.
La iglesia es de tres naves y cúpula en el crucero. En la capilla situada al fondo de la nave norte hay una gruta que se cree fue parte de la casa de Zacarías e Isabel. Debajo del altar puede leerse una inscripción latina, que traducida dice así:”Aquí nació el Precursor de Dios”. Los muros de la iglesia están recubiertos de azulejos de la Comunidad Valenciana, traídos durante el reinado de Isabel II. Los lienzos que decoran los muros son pintura española de distintas escuelas.
Sobresale el cuadro que representa la degollación de Juan Bautista, de Ribalta, encima de la puerta de la sacristía; la gran cantidad de obras españolas se debe a que este santuario fue propiedad de España hasta 1980, cuando el gobierno lo cedió a la Santa Sede.
Recientemente se ha descubierto una cueva que formó parte de un complejo sistema de agua del siglo VIII a.C., consistente en un gran depósito de agua, o cisterna de 20 metros de profundidad, revocado, tres piscinas al aire libre…
Se cree que se reutilizó como lugar de culto donde se bautizaba en el siglo I siguiendo un ritual; es decir, desde Juan Bautista hasta el siglo II.
Más tarde, según los investigadores, se estableció allí una comunidad de monjes que perpetuó la memoria del Bautista, por lo que recibe el nombre de Cueva de Juan Bautista.
Como alusivo al Bautista se interpreta un grafito donde aparece un personaje con nimbo en torno a la cabeza, un bastón en la mano izquierda y la mano derecha alzada en ademán de proclamación.
Puede considerarse un paralelo iconográfico otro grafito hallado en Nazaret, donde el personaje considerado como el de Juan Bautista, tiene en la mano un estandarte con la cruz cósmica.
En el patio exterior de la Iglesia puede verse, escrito en multitud e idiomas, el Benedictus (la oración que recitó Zacarías cuando recuperó el habla, después del nacimiento de su hijo Juan).
Guardados los manuscritos de Santa Catalina gracias a una innovadora tecnología
Un grupo de trabajo griego se encargó de digitalizar los miles de manuscritos antiguos y frágiles conservados en la biblioteca del monasterio de Santa Catalina del Sinaí, en Egipto. Una obra de preciosa salvaguardia en una región marcada por numerosas amenazas.
El objetivo es claro: crear el primer archivo digital de los 4.500 manuscritos (algunos que datan del siglo IV) de la biblioteca del monasterio ortodoxo de Santa Catalina en Sinaí, Egipto. Según los informes de Reuters, se da prioridad a 1.100 manuscritos en siríaco y árabe. Esta primera fase de digitalización tardará unos tres años y costará alrededor de los 2.450.000 euros.
La biblioteca del monasterio recopila principalmente textos cristianos, incluyendo algunas de las copias más antiguas de los Evangelios. Otros manuscritos tratan de la ciencia, la medicina y los clásicos griegos . La mayoría de los textos están en griego, pero además del siríaco y el árabe, también hay volúmenes en hebreo, copto, armenio, valaco, georgiano y eslavo.
El trabajo de digitalización está enfocado al el futuro: las tareas de fotografía y digitalización del grupo de científicos griegos comprometidos en esta misión podría durar más de una década. El proyecto, inaugurado el año pasado, se encuentra actualmente en una fase compleja de adquisición de imágenes con luz roja, verde y azul. Luego se les volverá a trabajar con un software que creará una imagen en color de alta calidad ", explica la agencia de noticias británica.
El ambicioso proyecto está liderado por la organización sin fines de lucro de EE. UU. , Early Manuscripts Electronic Library (Emel), en colaboración con el monasterio de Santa Caterina, donde viven unos veinte monjes, en su mayoría de origen griego, y la Biblioteca de la Universidad de California, Los Ángeles (Ucla). Este último anunció que comenzará a publicar manuscritos en color a partir del otoño de 2019.
Según Reuters "el proyecto proporcionará un registro más completo de la microfilmación parcial realizada hace varias décadas por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y la Biblioteca Nacional de Israel". Según los promotores del proyecto, las dos instituciones culturales están dispuestas a poner a disposición sus archivos.
"Esta biblioteca es un archivo de la historia del cristianismo y de los pueblos de la cuenca mediterránea"
El monasterio de Santa Catalina, tal como lo conocemos hoy, fue fundado en el siglo VI y es el monasterio cristiano más antiguo que todavía se usa según su función original. Después del Vaticano, Santa Caterina alberga la segunda colección más grande de manuscritos antiguos en el mundo. «Esta biblioteca es un archivo de la historia del cristianismo y de los pueblos de la cuenca mediterránea.
Por lo tanto, es interesante para las comunidades de todo el mundo que encuentran sus raíces allí ", dijo a Reuters el director de Emel, Michael Phelps. El monte Sinaí es considerado sagrado por el judaísmo, el cristianismo y el islam. Es el lugar donde el profeta Moisés recibió los Diez Mandamientos. Por lo tanto, en 2002, la UNESCO clasificó el monasterio como Patrimonio de la Humanidad.
A través del proyecto de digitalización, los científicos esperan poder preservar los libros de este patrimonio mundial y hacerlos accesibles a todo el mundo . "Hay una razón específica para la urgencia de esta misión", dice Reuters :
"Aunque el monasterio ha sobrevivido siglos de guerra, es en una región donde los militantes islamistas han destruido innumerables artefactos y documentos culturales en Siria y en Irak ».
Los terroristas del autoproclamado Estado Islámico (ISIS) tienen bases en el norte de la península del Sinaí . El monasterio de Santa Catalina está ubicado en la parte sur, que es más seguro, pero sin embargo se vio obligado a mantener sus puertas cerradas en 2013 y en abril de 2017 hubo un ataque jahadista en un punto de control en la entrada del sitio ( un policía fue asesinado).
"Los trastornos que caracterizan nuestra época exigen una rápida conclusión de este proyecto", dijo el arzobispo Damien, abad del monasterio.
En los últimos tiempos, la biblioteca del monasterio se ha sometido a trabajos de restauración durante tres años y reabrió sus puertas en diciembre de 2017 .
Severino Boecio fue el último filósofo de la antigüedad y el primero de los medievales.
Su vida es un ejemplo de virtud cristiana: fue un cónsul romano comprometido, un esposo fiel, un padre devoto y un creyente que supo vivir la fe en armonía con la razón de la filosofía. El Papa León XIII autorizó su culto como santo en Italia. Lamentablemente no es un cristiano muy conocido fuera del ámbito académico.
“¿Puede un hombre casado llegar a ser santo?”
es una pregunta que muchos católicos se hacen. Parece que cuando buscan a los santos en los catálogos o en los muros de las iglesias las personas sólo encuentran hombres y mujeres con hábitos religiosos. Mayor es su decepción cuando en la Historia de la Iglesia encuentran pocos ejemplos de santos casados y padres de familia. Sin embargo hay un brillante ejemplo de vida conyugal, cristiana y académica, pues Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio tuvo virtudes notables sin haber profesado religiosamente.
El tiempo de Boecio es un remoto y poco conocido: el de la caída del Imperio romano y de los primeros reinos bárbaros germanos. Alrededor del siglo IV las tribus alemanas comenzaron a traspasar las fronteras dle débil imperio romano. Con el tiempo lograron llegar al poder y fundaron sus propios reinos. No obstante las invaciones, la cultura romana no desapareció de golpe, sino que sobrevivió en algunos hombres estudiosos.
Uno de estos hombres fue Boecio, nacido en Roma alrrededor de años 480. De familia noble, cristiana y acomodada, pudo dedicarse al estudio de la filosofía desde su juventud. Es así que entró en contacto con el mundo clásico: la Grecia inmortal de Sócrates, Platón, Aristóteles y muchos otros. Parece que tuvo la oportunidad de estudiar estas obras en un lugar de habla griega, ya fuera Atenas o Alejandría. Es por esto que Boecio se convirtió en uno de los primeros introductores de Aristóteles al mundo romano con la traducción de algunos de sus trabajos al latín.
El pensamiento de Boecio se fraguó en torno a la escuela neoplatónica, famosa en ese entonces. La lectura de las obras de Platón desde la lógica aristotélica le valió a Boecio tener las herramientas suficientes para hacer una teología que fuera analizable desde la razón y sin contradecir a la fe cristiana. Es por eso que en muchas de las obras de Boecio podemos encontrar una argumentación racional sobre un tema teológico como las naturalezas de Cristo o las relaciones de las Personas de la Trinidad.
Boecio quedó huérfano a temprana edad. Sin embargo un amigo de su familia, el noble Símaco, lo adoptó y costeó su educación. Pronto el padre adoptivo se convirtió en un participante de las discusiones teológicas , y eventualmente se convertió en su suegro cuando su hija Rusticiana se casó con Boecio. Siguiendo la tradición de su familia, Boecio llegó a ser cónsul y primer ministro de Teodorico, rey de los ostrogodos.
Es así que el filósofo pudo unir su trabajo académico e intereses teológicos con la vida matrimonial. A su tiempo Boecio fue padre de dos hijos: Flavio Símaco y Flavio Boecio, los cuales siguieron sus pasos y se convirtirton en cónsules y cristianos virtuosos.
Por un conjura palaciega Boecio fue falsamente condenado por atentar contra el poder del rey. Durante su encarcelamiento escribió una de las obras fundamentales de la filosofía medieval: La consolación de la filosofía. En esta obra Boecio se describe a sí mismo consolado por la filosofía misma, que viene a acompañarlo a la cárcel en forma de mujer venerable. A lo largo de sus páginas se puede encontrar argumentos que defienden la Providencia, la justicia y la bondad de Dios aún en los momentos más oscuros. Brevemente digamos que Boecio entiende la Providencia como el gobierno que Dios tiene del mundo, por el cual todas las cosas llegan a su finalidad y a su optimación. A veces, dice Boecio desde la cárcel, parece que la Providencia de Dios nos abandona. Pero el hecho de que el mundo y los individuos tengan reglas propias y libertad, respectivamente, no significa que Dios carezca de un gobierno supremo sobre ellas. Pues si Dios es lo único necesario, perfecto, originador y creador, distinto del mundo, entonces Dios, por superioridad guarda sobre el mundo una guía y lo lleva a su optimación, respetando las leyes naturales y la libertad individual.
Luego de su encarcelamiento, Boecio fue hallado culpable aún con la presentación de sus testimonios. Por tanto fue condenado injustamente a morir luego de una atroz tortura.
El culto de Boecio como santo fue aprobado por León XIII en 1883 dentro de la diócesis de Pavía, ciudad donde Boecio vivió en Italia y en una iglesia en Roma. El nombre de Boecio está en el martirologio romano y su fiesta se celebra el 23 de octubre. No ha tenido una canonización formal, sin embargo se le considera un autor comparable a los Padres de la Iglesia por sus enseñanzas teológicas y doctrinales.
Recientemente el Papa Benedicto XVI lo ensalzó por su manera de comprender la Providencia de Dios desde el marco de la vida humana.
Catequesis sobre Boecio por el Papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablar de dos escritores eclesiásticos, Boecio y Casiodoro, que vivieron en unos de los años más tormentosos del Occidente cristiano y, en particular, de la península italiana. Odoacro, rey de los hérulos, una etnia germánica, se había rebelado, acabando con el imperio romano de Occidente (año 476), pero muy pronto sucumbió ante los ostrogodos de Teodorico, que durante algunos decenios controlaron la península italiana.
Boecio
Boecio nació en Roma, en torno al año 480, de la noble estirpe de los Anicios; siendo todavía joven, entró en la vida pública, logrando ya a los 25 años el cargo de senador. Fiel a la tradición de su familia, se comprometió en política, convencido de que era posible armonizar las líneas fundamentales de la sociedad romana con los valores de los nuevos pueblos. Y en este nuevo tiempo de encuentro de culturas consideró como misión suya reconciliar y unir esas dos culturas, la clásica y romana, con la naciente del pueblo ostrogodo. De este modo, fue muy activo en política, incluso bajo Teodorico, que en los primeros tiempos lo apreciaba mucho.
A pesar de esta actividad pública, Boecio no descuidó los estudios, dedicándose en particular a profundizar en los temas de orden filosófico-religioso. Pero escribió también manuales de aritmética, de geometría, de música y de astronomía: todo con la intención de transmitir a las nuevas generaciones, a los nuevos tiempos, la gran cultura grecorromana. En este ámbito, es decir, en el compromiso por promover el encuentro de las culturas, utilizó las categorías de la filosofía griega para proponer la fe cristiana, buscando una síntesis entre el patrimonio helenístico-romano y el mensaje evangélico. Precisamente por esto, Boecio ha sido considerado el último representante de la cultura romana antigua y el primero de los intelectuales medievales.
Ciertamente su obra más conocida es el De consolatione philosophiae, que compuso en la cárcel para dar sentido a su injusta detención. Había sido acusado de complot contra el rey Teodorico por haber defendido en un juicio a un amigo, el senador Albino. Pero se trataba de un pretexto: en realidad, Teodorico, arriano y bárbaro, sospechaba que Boecio sentía simpatía por el emperador bizantino Justiniano. De hecho, procesado y condenado a muerte, fue ejecutado el 23 de octubre del año 524, cuando sólo tenía 44 años.
Precisamente a causa de su dramática muerte, puede hablar por experiencia también al hombre contemporáneo y sobre todo a las numerosísimas personas que sufren su misma suerte a causa de la injusticia presente en gran parte de la “justicia humana”. Con esta obra, en la cárcel busca consuelo, busca luz, busca sabiduría. Y dice que, precisamente en esa situación, ha sabido distinguir entre los bienes aparentes, que en la cárcel desaparecen, y los bienes verdaderos, como la amistad auténtica, que en la cárcel no desaparecen.
El bien más elevado es Dios: Boecio aprendió —y nos lo enseña a nosotros— a no caer en el fatalismo, que apaga la esperanza. Nos enseña que no gobierna el hado, sino la Providencia, la cual tiene un rostro. Con la Providencia se puede hablar, porque la Providencia es Dios. De este modo, incluso en la cárcel, le queda la posibilidad de la oración, del diálogo con Aquel que nos salva. Al mismo tiempo, incluso en esta situación, conserva el sentido de la belleza de la cultura y recuerda la enseñanza de los grandes filósofos antiguos, griegos y romanos, como Platón, Aristóteles —a los que había comenzado a traducir del griego al latín—, Cicerón, Séneca y también poetas como Tibulo y Virgilio.
La filosofía, en el sentido de búsqueda de la verdadera sabiduría, es, según Boecio, la verdadera medicina del alma (Libro I). Por otra parte, el hombre sólo puede experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (libro II). Por eso, Boecio logra encontrar un sentido al pensar en su tragedia personal a la luz de un texto sapiencial del Antiguo Testamento (Sb 7, 30-8, 1) que cita: “Contra la Sabiduría no prevalece la maldad. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo” (Libro III, 12: PL 63, col. 780).
Por tanto, la así llamada prosperidad de los malvados resulta mentirosa (libro IV), y se manifiesta la naturaleza providencial de la adversa fortuna. Las dificultades de la vida no sólo revelan hasta qué punto esta es efímera y breve, sino que resultan incluso útiles para descubrir y mantener las auténticas relaciones entre los hombres. De hecho, la adversa fortuna permite distinguir los amigos falsos de los verdaderos y da a entender que no hay nada más precioso para el hombre que una amistad verdadera. Aceptar de forma fatalista una condición de sufrimiento es totalmente peligroso, añade el creyente Boecio, pues “elimina en su raíz la posibilidad misma de la oración y de la esperanza teologal, en las que se basa la relación del hombre con Dios” (Libro V, 3: PL 63, col. 842).
La peroración final del De consolatione philosophiae puede considerarse como una síntesis de toda la enseñanza que Boecio se dirige a sí mismo y a todos los que puedan encontrarse en su misma situación. En la cárcel escribe: “Luchad, por tanto, contra los vicios, dedicaos a una vida de virtud orientada por la esperanza que eleva el corazón hasta alcanzar el cielo con las oraciones alimentadas por la humildad. Si os negáis a mentir, la imposición que habéis sufrido puede transformarse en la enorme ventaja de tener siempre ante los ojos al juez supremo que ve y que sabe cómo son realmente las cosas” (Libro V, 6: PL 63, col. 862).
Todo detenido, independientemente del motivo por el que haya acabado en la cárcel, intuye cuán dura es esta particular condición humana, sobre todo cuando se embrutece, como sucedió a Boecio, por la tortura. Pero es particularmente absurda la condición de aquel que, como Boecio —a quien la ciudad de Pavía reconoce y celebra en la liturgia como mártir en la fe—, es torturado hasta la muerte únicamente por sus convicciones ideales, políticas y religiosas. De hecho, Boecio, símbolo de un número inmenso de detenidos injustamente en todos los tiempos y en todas las latitudes, es una puerta objetiva para entrar en la contemplación del misterioso Crucificado del Gólgota.
(Catequesis del 12 de Marzo del 2008)
Benedicto XVI en la que presenta la figura de Casiodoro
Casiodoro (en latín, Magnus Aurelius Cassiodorus Senator) fue un político y escritor latino, fundador del monasterio de Vivarium, nació en Squillace hacia el 485 y murió hacia el 580.1
La vida de Casiodoro se articula, esencialmente, en torno a dos períodos separados por la conversión (conversión que le indujo a abandonar la vida pública).
Benedicto XVI considera como desafío del momento presente la exigencia de reconciliar las culturas para enseñar a las nuevas generaciones los grandes valores de la fe y de la convivencia humana.
Lo subrayó en la audiencia general de este miércoles, celebrada en la Basílica de San Pedro y en el Aula Pablo VI, en la que presentó las enseñanzas de dos grandes autores cristianos.
Vivieron en la transición entre la Edad Antigua y la Edad Media: Boecio (480-524), y Marco Aurelio Casiodoro (nacido hacia el 485 y fallecido hacia 580).
Ambos, tras hacer carrera política, se dedicaron a mostrar la riqueza del Evangelio, sirviéndose de las categorías de la cultura clásica grecorromana a las culturas nacientes de los pueblos bárbaros.
«Vivimos también nosotros, en un tiempo de encuentro de culturas, de peligro de violencia que destruye las culturas, y en el que es necesario el compromiso para transmitir los grandes valores y enseñar a las nuevas generaciones el camino de la reconciliación y de la paz», dijo el Papa al concluir su evocación
«Encontramos este camino orientándonos hacia el Dios con rostro humano, el Dios que se nos ha revelado en Cristo», añadió.
El Papa recogió la enseñanza que dejan ambos autores a los cristianos sumergidos en el mundo contemporáneo, repitiendo estas palabras de Casiodoro:
«Tratad de buscar ante todo la saludable ayuda sugerida por el primer salmo, que recomienda meditar noche y día en la ley del Señor.
El enemigo no encontrará, de hecho, ninguna entrada para asaltaros si toda vuestra atención está ocupada en Cristo».
«Es una advertencia que también podemos considerar como válida para nosotros», concluyó.
Benedicto XVI presenta la figura de San Beda el Venerable
Contribuyó eficazmente a la construcción de una Europa cristiana, un santo erudito de finales del siglo VII
San Beda nació alrededor del 672, en la región inglesa de Northumbria. Cuando tenía siete años sus parientes lo confiaron al abad de un cercano monasterio benedictino para su educación.
Se le considera "uno de los más insignes eruditos de la Alta Edad Media" y " la enseñanza y la fama de sus escritos le hicieron acreedor de muchas amistades con las personalidades principales de su época, que lo alentaron a proseguir en su labor que beneficiaba a tantas personas".
"Las Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de Beda", que lee "los hechos del Antiguo y Nuevo Testamento" juntos, como "camino hacia Cristo, aunque se expresen en signos e instituciones diversas".
Citando concretamente la construcción del antiguo templo de Jerusalén, "a cuya construcción contribuyeron también paganos poniendo a disposición materiales preciosos y la experiencia técnica de sus maestros de obra, también en la edificación de la Iglesia -dijo el Papa- contribuyen apóstoles y maestros procedentes no solo de las antiguas estirpes judía, griega y latina, sino también de los nuevos pueblos, entre los que Beda se complace de enumerar a los Celtas irlandeses y a los Anglosajones".
El Papa recordó algunas de las obras del santo, como la "Chronica Maiora, donde traza una cronología que pasará a ser la base del calendario universal "ab incarnatione Domine", o la "Historia eclesiástica de los pueblos anglos", por la que se le reconoce como el padre de la historiografía inglesa".
"Los rasgos característicos de la Iglesia que Beda ama evidenciar son la catolicidad como fidelidad a la tradición y al mismo tiempo apertura a la historia y como búsqueda de la "unidad en la diversidad" y "la apostolicidad y el carácter romano". En este sentido piensa que es de importancia capital convencer a todas las iglesias célticas irlandesas y de los pictos para que celebren la Pascua según el calendario romano".
Beda "también fue un insigne maestro de teología litúrgica, (...) educando a los fieles a celebrar con alegría los misterios de la fe y a reproducirlos coherentemente en la vida, a la espera de su plena manifestación al regreso de Cristo".
"Gracias a su manera de hacer teología, entrelazando Biblia, liturgia e historia, Beda tiene un mensaje actual para los diversos estados de vida del cristiano. A los intelectuales (...) les recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de Dios para presentarlas de forma atractiva a los fieles; exponer las verdades dogmáticas evitando las complicaciones heréticas y ateniéndose a la "sencillez católica" con la actitud de los pequeños y humildes a los que Dios se complace en revelar los misterios del Reino".
Por su parte, los pastores "deben dar la prioridad a la predicación, no solo mediante el lenguaje verbal o hagiográfico, sino valorizando las imágenes, las procesiones y las peregrinaciones. (...) A las personas consagradas les recomienda prestar atención al apostolado, (...) colaborando con los obispos en actividades pastorales de diverso tipo en favor de las jóvenes comunidades cristianas y haciéndose disponibles a la misión evangelizadora".
El santo erudito afirma que "Cristo quiere una Iglesia industriosa (...) que excave en otros campos (...), es decir, dispuesta a insertar el Evangelio en el tejido social y en las instituciones culturales" y "exhorta a los fieles laicos a ser asiduos en la instrucción religiosa, (...) enseñándoles cómo rezar continuamente, (...) ofreciendo todas las acciones como sacrificio espiritual en unión con Cristo".
Beda el Venerable murió en mayo del año 735. "Esun hecho que con sus obras -concluyó el Papa- contribuyó eficazmente a la construcción de una Europa cristiana".
Desierto del Negev, descubrimientos recientes en el sitio de Halutza
Es bastante raro encontrar el nombre de una antigua ciudad impresa en sus ruinas. Un descubrimiento similar se ha realizado en las últimas semanas en el desierto de Negev, a unos veinte kilómetros al suroeste de Beer Sheva, en el Parque Nacional Halutza, donde se menciona una piedra con una inscripción que data de hace 1.700 años, que menciona la Ciudad con su nombre griego: Elusa .
La exposición ahora ha sido confiada a la epigrafista Leah Di Segni, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, para estudios adicionales y estudios en profundidad.
El nombre Elusa se menciona en varias fuentes históricas. Aparece en particular en el mosaico del Mapa de Madaba, en Jordania (siglo VI d. C.) y en la colección de papiros de los siglos VI y VII de Nitzana, una ciudad también ubicada en el desierto de Negev, cerca de la frontera con Egipto.La inscripción redescubierta es "la primera evidencia arqueológica del nombre del sitio en sí", dijo la Autoridad Israelí para las Antigüedades en una declaración fechada el 13 de marzo de 2019 junto con la Autoridad para la Naturaleza y los Parques.
Las excavaciones del baño público de la antigua Elusa: el horno y el hipocausto. (foto Tali Erickson-Gini / Autoridad Israelí para Antigüedades)
Además, según la declaración, la inscripción también menciona varios Césares de la Tetrarquía , lo que hace posible fecharla alrededor del año 300 dC. De hecho, la Tetrarquía fue una reorganización en el gobierno del Imperio Romano introducida por Diocleciano a fines del siglo III. Los césares fueron designados como emperadores adjuntos de los dos Augusti (del oeste y del este). El sistema pronto se rajó, a partir del 306 dC, y no duró mucho.
Antiguo centro comercial y parada para peregrinos.
Elusa se fundó a fines del siglo IV aC y se convirtió en un próspero centro comercial que formaba parte de Incense Paths, una red de rutas comerciales que se extendía durante unos 2.000 kilómetros desde la Península Arábiga hasta el Mediterráneo . El tramo de la antigua carretera de Negev conectaba a Petra (en el actual Jordán) a Gaza. La ciudad continuó desarrollándose y alcanzó su punto máximo, en el período bizantino, desde el siglo IV hasta mediados del siglo VI d. C. «La exportación de vinos de alta calidad de las tierras altas del Negev en la era bizantina fue la base de la prosperidad económica de toda la región. », Dijo Tali Erickson-Gini, arqueólogo de la Autoridad Israelí para las Antigüedades que trabajó en las excavaciones.
Además, dice el erudito, Elusa "también fue una parada importante en el camino seguido por peregrinos cristianos en su camino hacia [el monasterio de] Santa Catalina, en el sur de Sina i, y fue visitada por muchos viajeros extranjeros". Cabe señalar que Elusa todavía se encuentra entre los asientos titulares de la Iglesia Católica (en su mayoría diócesis extintas atribuidas en sentido figurado a los obispos que no son los jefes de una diócesis que todavía existe en la actualidad).
La actividad de la ciudad parece haberse extinguido a fines del siglo VII . Las piedras del sitio se utilizaron para las construcciones otomanas de Gaza y Beer Sheva y para aquellas que se remontan a la época del Mandato británico, en la primera mitad del siglo XX. Por lo tanto, estamos tratando con un sitio arqueológico en gran parte agotado y mal conservado. Pocos restos son visibles en la superficie de la tierra, mientras que la mayoría de los restos están enterrados bajo la arena.
Sin embargo, dice The Times of Israel , los arqueólogos han querido superar la aparente "esterilidad" del sitio, convencidos de su potencial . Las excavaciones se organizaron durante un período de tres años, en el marco de un proyecto dirigido por el profesor Michael Heinzelmann en nombre de la Universidad de Colonia (Alemania), en colaboración con la Autoridad de Antigüedades de Israel. El proyecto fue financiado por la Fundación Alemán-Israelí para la Investigación Científica y el Desarrollo, con la participación de estudiantes de las universidades de Colonia y Bonn (Alemania).
Un próspero centro urbano.
El trabajo involucró una combinación de métodos arqueológicos tradicionales y más modernos que utilizan nuevas tecnologías para mapear el sitio y definir el plan de carreteras de la ciudad antigua gracias a los restos de pórticos y edificios residenciales que, por cierto, tienen elementos de planificación y construcción. Tanto occidental como oriental. Las investigaciones realizadas con tecnologías innovadoras han hecho posible "demostrar la existencia en el sitio de nueve iglesias, un enorme peristilo (quizás un mercado) y al menos tres talleres de cerámica ", especifica la declaración de la Autoridad Israelí para las antigüedades.
Durante la última temporada de excavaciones (en las últimas semanas), una iglesia bizantina y un baño público fueron sacados a la luz . La iglesia, con tres naves de 40 metros de largo, incluía un ábside orientado al este, cuya bóveda estaba originalmente cubierta con un mosaico de vidrio. La nave de la iglesia estaba decorada con mármoles.
El baño público, a su vez, tiene las características de un gran complejo urbano equipado con un calidarium (habitación caliente) y un horno para calentar el agua.El hipocausto , el sistema de calefacción de suelo hecho en la época romana con tubos de cerámica, está bien conservado.
El sitio arqueológico se encuentra actualmente dentro de una zona militar y no está destinado a ser abierto a turistas. Y, sin embargo, como Avdat, Mamshit y Shivta (todos los lugares en el desierto de Negev) , desde 2005, Halutza ha sido incluida entre los sitios del Patrimonio Mundial . Halutza es también uno de los dos sitios que podrían corresponder a la ciudad bíblica de Ziklag.
Una rara inscripción griega del año 300 dC, junto con los restos de una iglesia bizantina y un baño público. Estos son los últimos hallazgos del trabajo de los arqueólogos en el sitio de la antigua Elusa.
Terrasanta.net
La fuerza de la fe
Si un hombre no está dispuesto a dar la vida por sus ideas, es porque sus ideas no valen nada o él no vale nada.
Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul, que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador. Respondió: "Sine dominico non possumus". Es decir, sin reunirnos el domingo para celebrar la Eucaristía, no podemos vivir, nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir.
Después de atroces torturas, estos mártires de Abitina murieron heroicamente, pero con ello vencieron, y ahora los recordamos y nos llevan a reflexionar también a nosotros, cristianos del siglo XXI, sobre la Eucaristía y sobre nuestra disposición a dar la cara por nuestra fe.
En el año 320, durante la persecución de Licinio, hubo otro grupo de mártires que se hizo muy popular entre los primeros cristianos: los cuarenta mártires de Sebaste. Estaban enrolados en una legión de guardia de frontera. Los cuarenta eran muy jóvenes, de menos de veinte años. Cuando llegó al campamento la orden de Licinio de que los soldados participaran en los sacrificios idolátricos, ellos rehusaron. Fueron arrestados, atados a una larga cadena y encerrados en la cárcel. La prisión se prolongó mucho tiempo, probablemente porque se aguardaban órdenes superiores, o incluso del mismo emperador. Durante la espera, previendo su fin, los presos escribieron un testamento colectivo en el que se recogían los nombres de cada uno.
Llegada la sentencia de condenación, fueron destinados a morir de frío. Debían estar expuestos desnudos por la noche, en pleno invierno, en un estanque helado y ahí aguardar su fin. El lugar elegido para la ejecución fue un amplio patio delante de las termas de Sebastia. Para aumentar el tormento de las víctimas, se dejó abierta la entrada a las termas, de donde salían chorros de vapor del calidarium. Bastaban pocos pasos para salir unos de las angustias, renegar de Cristo y recuperar en las termas esa vida que se estaba yendo de sus cuerpos minuto a minuto. El tiempo pasaba y ninguno de los condenados salía del estanque helado. Mientras sufrían aquel frío tan intenso oraban pidiendo a Dios, que, ya que eran cuarenta los que habían proclamado su fe en Cristo, fueran también cuarenta los que lograran la gracia del martirio. El vigilante de las termas asistía estupefacto a la escena. De repente, uno de los condenados, extenuado por los espasmos del frío, salió del estanque y se arrastró hacia la puerta iluminada. Al ver esto, el vigilante decidió remplazarlo completando nuevamente el número de cuarenta: se proclamó cristiano y se arrojó junto a los otros condenados.
-¿Y crees que era necesario morir de esa manera?
Creo que el mundo avanza y sobrevive gracias al testimonio de personas que no se dejan doblegar y saben hacer frente con valentía a los atropellos que se hacen a la dignidad del hombre.
Podríamos referirnos de nuevo al ejemplo de Santo Tomás Moro, que en 1534 prefirió ser destituido de todos sus cargos, ver confiscados sus bienes y acabar recluido en Torre de Londres, antes que aceptar las infamias de Enrique VIII. Allí estuvo encerrado durante quince meses, hasta que fue decapitado, soportando todo tipo de presiones para no ser fiel a lo que Dios, a través de su conciencia, le pedía. Su testimonio de coherencia cristiana hasta el martirio explica que su fama haya crecido incesantemente con el paso de los siglos. Su nombre figura tanto en el martirologio católico como en el anglicano, y su figura es reconocida universalmente, por encima de fronteras nacionales y de confesiones religiosas, como símbolo de integridad y como testimonio heroico de la primacía de la conciencia.
También podríamos recordar el caso de San Estanislao de Polonia, que en el año 1079 tuvo la audacia de censurar al mismísimo rey Boleslao II por sus múltiples inmoralidades. El rey ordenó matarlo, y como sus sicarios no se atrevían a atentar contra una persona tan santa, subió él mismo al altar de la catedral de Cracovia y, mientras celebraba la Santa Misa, lo asesinó con sus propias manos.
-Supongo que no habrá sido en vano el testimonio de tantas muertes en defensa de la fe, pero dan ganas de responder de otra manera ante los atropellos y las injusticias.
Es cierto, y por eso en muchas ocasiones nos preguntamos por qué razón Dios se queda callado, por qué no hace de inmediato lo que para nosotros resulta quizá evidente. Muchas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte, que actuara con más contundencia, que derrotara de una vez al mal y creara un mundo mejor.
Sin embargo, cuando pretendemos organizar el mundo adoptando o juzgando el papel de Dios, el resultado es que hacemos entonces un mundo peor. Podemos y debemos influir en que el mundo mejore, pero sin olvidar nunca quién es el Señor de la historia. Porque, como ha señalado Benedicto XVI, nosotros quizá sufrimos ante la paciencia de Dios, pero todos necesitamos de su paciencia. El mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.
El testimonio de los santos ha tenido un gran peso a lo largo de la historia. Chesterton decía que, a fin de cuentas, todos los siglos han sido salvados por media docena de hombres que supieron ir contra las corrientes de moda en ese siglo. Cada época tiene sus audacias, y cada audacia, un hombre que tiene el valor de vivir contra corriente ante las ofuscaciones y cobardías del momento.
Además, muchas veces, esas persecuciones han sido ocasión de grandes bienes. Si recordamos, por ejemplo, la figura de San Esteban, el primer mártir del cristianismo, vemos que a su asesinato siguió una persecución contra los cristianos, la primera en la historia de la Iglesia, pero aquella persecución, que les obligó a huir de Jerusalén y a dispersarse, les hizo transformarse en misioneros itinerantes, de manera que la persecución, y la consiguiente dispersión, se convirtieron en misión, y el Evangelio se propagó por Samaria, Fenicia y Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según cuenta San Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos.
En todas las épocas y lugares, aunque a primera vista no lo parezca, ha sido difícil vivir la fe o la entrega a Dios. Tampoco es fácil ahora, aunque en pocos sitios haya ya prohibiciones o persecuciones formales. El mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo, por la indiferencia religiosa o por un secularismo cerrado a la trascendencia, aparece muchas veces, para la entrega a Dios, como un desierto no menos inhóspito que el de otros tiempos. Pero quizá precisamente por eso, vivir contra corriente es tanto o más necesario.
interrogantes.net
Dos mil años después sigue habiendo un brillo contagioso en los hombres que viven bien el cristianismo
No somos nosotros los que creamos la verdad, los que la dominamos y la hacemos valer. Es la verdad la que nos posee.
Alejandro Llano
Una seguridad razonable
—¿Y por qué precisamente la religión cristiana va a ser la verdadera?
Es realmente difícil, en un diálogo como el que llevamos, no acabar en esta pregunta. Intentaré responderte, pero no esperes una demostración que lleve a una evidencia aplastante.
—¿Quieres decir entonces que no se puede demostrar?
Una cosa es que algo sea demostrable y otra que sea evidente. Se pueden aportar pruebas sólidas, racionales y convincentes, pero nunca serán pruebas aplastantes e irresistibles.
Ten en cuenta, además, que no todas las verdades son demostrables. Y menos aún para quien entiende por demostración algo que ha de estar atado indefectiblemente a la ciencia experimental, aunque a ese prejuicio ya le hemos dedicado un par de capítulos y será mejor no repetirse.
Digamos —no es muy académico, pero sirve para entendernos— que es como si Dios no quisiera obligarnos a creer. Dios respeta la dignidad de las personas, que Él mismo ha creado, y que han de regirse por su propia determinación. Dios actúa con ese respeto por el hombre. Además, si fuera algo tan evidente como la luz del sol, no haría falta demostrar nada: ni tú estarías leyendo este libro ni yo lo habría escrito.
Nadie se rinde ante una demostración no totalmente evidente (algunos, ni siquiera ante las evidentes), si hay una disposición contraria de la voluntad. La fe es un don de Dios, pero a la vez es un acto libre. Para creer, hace falta una decisión libre de la voluntad.
Dios podría haber hecho que sus mandatos o sus consejos aparecieran escritos en el cielo, como por arte de magia, pero ha preferido actuar de modo ordinario y natural, a través de las inteligencias de los hombres, respetando su libertad, su personalidad y sus condicionantes culturales. Ha querido salvaguardar lo más posible nuestra libertad. Así será mayor la plenitud de nuestra fe.
Si te parece, podemos ir repasando diversos aspectos de la religión cristiana, comentando algunas de las razones que pueden ayudar a comprenderla mejor. No pretendo argumentar de modo muy exhaustivo, sino arrojar un poco de luz sobre el asunto, es decir, hacer más verosímil la verdad.
Un sorprendente desarrollo
Podemos empezar, por ejemplo, por considerar lo que ha supuesto el cristianismo en la historia de la humanidad. Piensa cómo, en los primeros siglos, la fe cristiana se abrió camino en el Imperio Romano de una forma prodigiosa…
—Es algo muy estudiado. Estuvo facilitado por la unidad política y lingüística del Imperio, por la facilidad de comunicaciones en el mundo mediterráneo, etc.
Todo eso es cierto. Pero piensa también que, pese a que esas condiciones eran favorables, el cristianismo recibió un tratamiento tremendamente hostil. Hubo una represión brutal, con unas persecuciones enormemente sangrientas, con todo el peso de la autoridad imperial en su contra durante más de dos siglos.
Hay que recordar que la religión entonces predominante era una amalgama de cultos idolátricos enormemente indulgentes con las más degradantes debilidades humanas. Tan bajo había caído el culto, que la fornicación se practicaba en los templos como rito religioso. El sentido de la dignidad del ser humano brillaba por su ausencia, y las dos terceras partes del imperio estaban formadas por esclavos privados de todo derecho. Los padres tenían derecho a disponer de la vida de sus hijos (y de los esclavos, por supuesto), y las mujeres, en general, eran siervas de los hombres o simples instrumentos de placer.
Tal era el mundo que debían transformar. Un mundo cuyos dominadores no tenían ningún interés en que cambiara. Y la fe cristiana se abrió paso sin armas, sin fuerza, sin violencia de ninguna clase. Predicando una conversión muy profunda, unas verdades muy difíciles de aceptar para aquellas gentes, un cambio interior y un esfuerzo moral que jamás ninguna religión había exigido.
Y pese a esas objetivas dificultades, los cristianos eran cada vez más. Cristianos de toda edad, sexo y condición: ancianos, jóvenes, niños, ricos y pobres, sabios e ignorantes, grandes señores y personas sencillas…, y, tantas veces, perdiendo sus haciendas, acabando sus vidas en medio de los más crueles tormentos.
Conseguir que la religión cristiana arraigase, que se extendiese y se perpetuara, a pesar de todos los esfuerzos en contra de los dominadores de la tierra de aquel entonces; a pesar del continuo ataque de los grandes poseedores de la ciencia y de la cultura al servicio del Imperio; a pesar de los halagos de la vida fácil e inmoral a la que llevaba el paganismo romano…; haber conseguido la conversión de aquel enorme y poderoso imperio, y cambiar la faz de la tierra de esa manera, y todo a partir de doce predicadores pobres e ignorantes, faltos de elocuencia y de cualquier prestigio social, enviados por otro hombre que había sido condenado a morir en una cruz, que era la muerte más afrentosa de aquellos tiempos… Para el que no crea en los milagros de los Evangelios, me pregunto si no sería este milagro suficiente.
Algo absolutamente singular en la historia de la humanidad
«El protagonista de mi novela —cuenta el escritor José Luis Olaizola en un libro autobiográfico— se había hecho cura, quizá porque me parecía un buen final de la novela que lo fusilaran al principio de la guerra civil española.
»Y como yo sabía muy poco de curas, y de su posible comportamiento en una situación tan límite, me puse a leer el Evangelio para articular un buen sermón ante el pelotón de fusilamiento, con palabras del mismo Cristo.
»Aquellas palabras sirvieron de poco para mi novela, pero a mí me llegaron bastante hondo. Así comencé a interesarme por la figura de Cristo, que me pareció un personaje muy atractivo…, a condición de que, efectivamente, fuera Hijo de Dios. Porque si fuera solo un hombre, y dijera las cosas que decía, sería un loco o un farsante. Y si Cristo era el Hijo de Dios, no se le ocurriría dejar la hermosura de su doctrina al libre discurrir de los hombres; sería el caos. Era lógico que hubiera encomendado el depósito de la fe a la Iglesia.
»Es decir, que por un proceso reflexivo me encontré siendo intelectualmente católico.»
Así cuenta Olaizola un pequeño retazo de su encuentro con Dios. Como en tantos otros casos, empezó por un descubrimiento de la figura de Jesucristo. Podemos analizar esto brevemente, pues constituye el fundamento de la fe cristiana. La pregunta básica sobre la identidad de la religión cristiana se centra en su fundador, en quién es Jesús de Nazaret.
El primer trazo característico de la figura de Jesucristo —señala André Léonard— es que afirma ser de condición divina. Esto es absolutamente único en la historia de la humanidad. Es el único hombre que, en su sano juicio, ha reivindicado ser igual a Dios. Y recalco lo de reivindicar porque, como veremos, esta pretensión no es en modo alguno signo de jactancia humana, sino que, al contrario, fue acompañada de la mayor humildad.
Los grandes fundadores de religiones, como Confucio, Lao-Tse, Buda y Mahoma, jamás tuvieron pretensiones semejantes. Mahoma se decía profeta de Allah, Buda afirmó que había sido iluminado, y Confucio y Lao-Tse predicaron una sabiduría. Sin embargo, Jesucristo afirma ser Dios. Lo que sorprendía y admiraba a las gentes era la autoridad con que hablaba, por encima de cualquier otra, aun de la más alta, como la de Moisés. Y hablaba con la misma autoridad de Dios en la Ley o los Profetas, sin referirse más que a sí mismo: “Habéis oído que se dijo…, pero yo os digo…”. A través de sus milagros manda sobre la enfermedad y la muerte, da órdenes al viento y al mar, con la autoridad y el poderío del Creador mismo. Sin embargo, este hombre que utiliza el yo con la audacia y la pretensión más sorprendentes, posee al propio tiempo una perfecta humildad y una discreción llena de delicadeza. Una humilde pretensión de divinidad que constituye un hecho singular en la historia y que pertenece a la esencia misma del cristianismo.
En cualquier otra circunstancia —piénsese de nuevo en Buda, en Confucio o en Mahoma—, los fundadores de religiones lanzan un movimiento espiritual que, una vez puesto en marcha, puede desarrollarse con independencia de ellos. Sin embargo, Jesucristo no indica simplemente un camino, no es el portador de una verdad, como cualquier otro profeta, sino que Él mismo es el objeto propio del cristianismo. Por eso, la verdadera fe cristiana comienza —como le sucedió a Olaizola— cuando un creyente deja de interesarse simplemente por las ideas o la moral cristianas, tomadas en abstracto, y encuentra a Jesucristo como verdadero hombre y verdadero Dios.
Otros rasgos sorprendentes
Hay otro rasgo característico de la figura de Jesucristo que presenta un fuerte contraste con el anterior. Se trata de su humillación extrema en la hora de la muerte. Una paradoja absoluta. El que ha manifestado ser el propio Hijo de Dios, aquel que reunía a las multitudes y arrastraba tras sí a los discípulos, muere solo, abandonado e incluso negado y traicionado por los suyos. También este rasgo es único.
Es el único Dios humillado de la historia. Además, va a la muerte como al núcleo principal de su misión. Y el Evangelio ve en la cruz el lugar en que resplandece la gloria del amor divino. Los Evangelios narran las dificultades que Jesucristo experimentó, incluso con sus propios discípulos, para lograr que sus contemporáneos aceptaran la idea de un mesianismo espiritual cuya realización pasaría, no por un triunfo político, sino por un abismo de sufrimiento, como preludio al surgir de un mundo nuevo, el de la Resurrección.
Y la descripción de la figura de Cristo en los Evangelios concluye con otro rasgo singular: el testimonio de su resurrección de entre los muertos. No hay ningún otro hombre del que se haya afirmado seriamente algo semejante.
La muerte de Jesucristo y la causa de su condena, son dos hechos materialmente inscritos en la historia, y que, como después veremos, hoy día ya nadie se atreve a negar: Jesucristo fue históricamente crucificado bajo Poncio Pilato a causa de su reivindicación divina. El hecho de su resurrección, sin embargo, sí es negado por algunas personas, que afirman que no se trata de algo empíricamente comprobable, y que por tanto sus apariciones después de muerto tendrían que deberse a una ilusión óptica, una sugestión o algún tipo de alucinación, producida sin duda por el deseo de que resucitara.
—Supongo que les parecerá una explicación más creíble de la Resurrección.
A mí en cambio me parece muy creíble que Dios, si realmente es Dios, haga cosas extraordinarias. Lo que me sorprende es el empeño de algunos por dar todo género de explicaciones, y su capacidad para aceptar cualquier cosa antes que admitir que Dios pueda hacer algo que se salga de lo ordinario.
A quienes hablan de “ilusiones ópticas”, por ejemplo, habría que recordarles que la reacción de los discípulos ante las primeras noticias de la resurrección de Cristo fue muy escéptica, pues estaban sombríos y abatidos, y aquel anuncio les pareció un desatino. Y está claro que no suelen producirse sugestiones, alucinaciones o ilusiones ópticas entre personas en actitud escéptica, y menos aún si esas sugestiones tienen que ser colectivas. Además, tampoco se explicaría por qué solo duraron cuarenta días, hasta la Ascensión, y después ya nadie volvió a tenerlas.
Los guardias que custodiaban el sepulcro dijeron —y después lo han repetido muchos otros— que los discípulos robaron el cuerpo mientras ellos dormían: curioso testimonio el de unos testigos dormidos, y poco concluyente para intentar rebatir algo que —durante su supuesto sueño— les fue imposible presenciar.
Sin embargo, el testimonio de la resurrección dado por los apóstoles y por los primeros discípulos satisface plenamente las exigencias del método científico. Es de destacar, sobre todo, el asombroso comportamiento de los discípulos al comprobar la realidad de la noticia por las múltiples apariciones de Jesucristo. Si esas apariciones no fueran reales, no se explicaría que esos hombres que habían sido cobardes y habían huido asustados ante el prendimiento de su maestro, a los pocos días estén proclamando su resurrección, sin miedo a ser perseguidos, encarcelados y finalmente ejecutados, afirmando repetidamente que no pueden dejar de decir lo que han visto y oído: el milagro portentoso de la Resurrección, del que habían sido testigos por aquellas apariciones, y que había transformado sus vidas.
La historicidad es de tal índole —lo analizaremos en el próximo capítulo— que la única explicación plausible del origen y del éxito de esa afirmación es que se trate de un acontecimiento real e histórico. Por otra parte, el testimonio de los Evangelios sobre la resurrección de Jesucristo es masivo y universal: todo el conjunto del Nuevo Testamento sería impensable y contradictorio si el portador y el objeto de su mensaje hubiese terminado simplemente con el fracaso de su muerte infamante en una cruz.
«Leyendo el Nuevo Testamento —escribe Tomás Alfaro—, puede verse que los Apóstoles eran hombres que creían fervientemente lo que decían. San Pedro fue crucificado cabeza abajo. San Andrés, en un tipo de cruz que desde entonces lleva su nombre. San Pablo fue decapitado, pues era ciudadano romano y esta era la única pena capital que podían sufrir. Todos los apóstoles, menos Juan, sufrieron martirio. Y la misma suerte corrieron muchísimos de los primeros testigos de la fe cristiana, que dieron su vida por esa supuesta invención. Y en nuestros días sigue habiendo nuevos engañados que mueren por esa fe, o que, sin llegar al martirio gastan toda su vida en pos de un ideal sustentado por las palabras inventadas de un mito que no existió nunca. Los discípulos de este mito inventado, de esta patraña, se lanzaron por el mundo, sin importarles ningún peligro, para proclamar a los cuatro vientos su mentira o su locura, que ellos llamaban Evangelio, es decir, la buena noticia. Y esto para cumplir el mandato de un hombre que nunca existió o, lo que es menos plausible todavía, se habían inventado. Un líder verdadero puede tener más o menos fuerza. Pero una patraña tan descomunal hubiera tardado muy poco en ser descubierta. Se puede pensar que eran unos locos o unos mentirosos, pero parece más plausible pensar que eran hombres cuerdos y honestos, que sabían lo que querían, y que lo que querían merecía recorrer el mundo y morir por ello si era necesario. Y no solamente eran capaces de hacerlo ellos. También eran capaces de hacer que otros siguiesen su ejemplo. ¡Qué brillo de sinceridad debía verse en sus ojos para que ese traspaso del testigo se produjese! Pero lo más impresionante es que ese brillo sigue encendiendo. Dos mil años después sigue habiendo un brillo contagioso en los hombres que viven bien el cristianismo.»
Alfonso Aguiló
Gilbert K. Chesterton: Por qué me convertí al catolicismo
G. K. Chesterton (*) (*) Famosísimo periodista, novelista, poeta y crítico literario (1874-1935) es una figura única y genial en la literatura inglesa y uno de los autores modernos más frecuentemente citados. Autor de las novelas del Padre Brown, Ortodoxia (escrito muchos años antes de convertirse), etc. Hablaba así sobre su conversión:
Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema “por qué soy católico” es muy distinto del problema “por qué me convertí al catolicismo”. Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después… Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma. Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario. La “confirmación” de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón. Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.
¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.
A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.
El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como “Kensitite Press” a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.
Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.
En el primer caso —creo que se trataba de Horton y Hocking— se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento”. Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: “¡Qué maravillosamente dicho!” Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.
En el segundo caso, alguien del diario “Daily News” (entonces yo mismo era todavía alguien del “Daily News”), como ejemplo típico del “formulismo muerto” de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo: “¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mi, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia”.
Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas. Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O’Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del “Daily News”.Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal. Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.
Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.
Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.
Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los “intermezzos” de un Lucrecio o de un Lucano.
No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.
Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y “menos razonables” —por decirlo así— son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.
Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado de lo superior, es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al “nonsense”, a la insensatez.
Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento “realmente existente” hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.
Si se exagera todo esto, nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por el contrario, la más alta exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue: Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean —como ellos mismos dicen— reformas prácticas y objetivas.
Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años.
Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios. Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos. El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tíbet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran más los valores sobrenaturales. Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo —podría decirse en su excusa—. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.
G. K. Chesterton (*) (*) Famosísimo periodista, novelista, poeta y crítico literario (1874-1935) es una figura única y genial en la literatura inglesa y uno de los autores modernos más frecuentemente citados. Autor de las novelas del Padre Brown, Ortodoxia (escrito muchos años antes de convertirse), etc. De él dijo su gran amigo Bernard Shaw: “un genio colosal”, y el Times Literary S. “Ha llegado la hora, medio siglo después de su muerte, para hacer una limpieza chestertoniana. Su perspicacia crítica era muy aguda, su campo de acción universal, su vigor invencible. El premio nobel T.S. Eliott quedó maravillado con su libro sobre Dickens. Su obra sobre Tomás de Aquino fue lo mejor que se ha escrito sobre el tema. Su periodismo ejerció una atracción magnética mucho más poderosa que lo que de cualquier columnista o presentador de televisión podría esperarse hoy día.
Los mosaicos constantinianos de la Natividad
Durante algunas excavaciones realizadas en 1934 por los británicos en la Basílica de la Natividad, en Belén, a 75 centímetros por debajo del piso actual, se descubrieron algunos mosaicos de la basílica de Constantino del siglo IV.
Los trabajos de restauración actuales de la basílica incluyen las huellas bizantinas a lo largo de toda la nave. La empresa Piacenti Spa., Responsable del trabajo, aún no ha decidido si estos hallazgos son visibles total o parcialmente para el público, debido a los complejos límites técnicos. A fines de 2018, se eliminaron los andamios alrededor del sitio de construcción, pero los trabajos de restauración continuarán a lo largo de 2019.