Saluden a Asíncrito, a Flegón, a Hermes, a Patrobas, a Hermas ya los hermanos que están con ellos. "Romans 16:14
Muy poco se sabe con certeza acerca de Hermas, pero es evidente que cuando se envió la carta, Hermas y muchos otros en Roma de alguna manera ya habían aprendido acerca de la vida de Cristo y estaban practicando la nueva Fe allí.
Romanos 16:14 muestra que Hermas estaba relacionado de alguna manera con cierto grupo de personas, cuatro de ellas nombradas específicamente: Asíncrito y Flegón (8 de abril), Hermes y Patrobas, así como algunos "hermanos" no especificados. Romanos 16:14 (el verso de la Biblia que contiene el nombre de Hermas) da razones para considerar que tal vez este grupo particular de cristianos romanos se reunirían para la adoración y posiblemente todos estuvieran conectados a una iglesia doméstica.
Es estimulante imaginar que Hermas está entre un grupo de cristianos en Roma cuando llegó la carta de Pablo, qué sorpresa pudo haber sentido al ver su nombre en la lista de saludos que se encuentran en el capítulo 16. Cómo él y sus amigos debieron haber estudiado detenidamente las palabras de Pablo varias veces, haciendo todos los esfuerzos posibles para absorber todo lo que escribió el gran evangelista, probablemente a través de la discusión, la contemplación y la oración.
No muchos años después, parece plausible que tal vez Hermas fuera parte del grupo que saludó a San Pablo cuando llegó a Roma en cadenas o como alguien que a veces visitaba a Paul durante su arresto domiciliario allí.
Se ha escrito que Hermas fue uno de los 72 seguidores mencionados en Lucas 10 que Jesús envió a predicar. Algunas fuentes insisten en que este Hermas es el mismo que escribió "El pastor de Hermas", un antiguo escrito cristiano que fue leído y apreciado por muchos pero que no llegó a la forma finalizada de la Biblia. A veces se lo identifica como un antiguo esclavo y como el hermano del papa Pío I de mediados del siglo segundo (bastante por el estilo de ser uno de los 72 seguidores de Cristo). Otras fuentes afirman que Hermas fue obispo de Filipos y, en última instancia, martirizado.
El hecho de la propagación del cristianismo entre la gente humilde no puede ponerse en duda. Por esto los controversistas paganos echaban en cara a los cristianos que su religión era sólo de gente simple y poco instruida. Esto es una aberración, pero es un hecho palpable, que todos podían ver, que, desde los apóstoles, fue principalmente la gente humilde la que abrazaba la doctrina de Cristo, que fue Él mismo pobre artesano.
Pero, además, ya desde el primer momento el Evangelio se introdujo igualmente entre las clases altas de la sociedad. Muy pronto encontramos entre los cristianos un buen número perteneciente a la gente de alto nivel social, a la gente ilustrada y aun a la nobleza. El procónsul Sergio Paulo, convertido por San Pablo en Chipre, Dionisio el Areopagita, filósofo convertido en Atenas; Pomponia Graecina, de la que habla Tácito; los Flavios y los Acilios y el senador Apolonio, de quienes hablan Suetonio y Dión Casio; todos los apologetas cristianos, a cuya cabeza debemos colocar a San Justino el Filósofo; todos estos nombres son buena confirmación de la verdad indicada.
Hasta en la corte se había introducido el Evangelio ya en el siglo I. Esta circunstancia conviene tenerla presente, pues demuestra la fuerza interna que poseía el cristianismo, ya que los varones, por el mero hecho de declararse cristianos, debíanenfrentarse con un sinnúmero de dificultades, y aun las matronas romanas, si eran cristianas, se cerraban el camino para los más elevados puestos. Así San Pablo, en la Epístola a los filipenses, manda saludos principalmente a los de la casa del César y en la Epístola a los romanos nombra a otros que parece pertenecían a la corte. Por otra parte, sabemos que, en tiempo de Domiciano, Tito Flavio Clemente y su esposa Domitila eran cristianos.
Uno de los ejemplos más insignes de este hecho, tan significativo para el cristianismo, es el de San Pudente, cuya memoria celebra la Iglesia el día de hoy, a quien podemos añadir a su hija Santa Pudenciana, que también se conmemora en este mismo día. Según todos los indicios, este San Pudente, al que se refiere la fiesta litúrgica de hoy, es un noble romano, discípulo del papa San Pío I (140-155), que se distinguió en este tiempo por su entereza cristiana y la defensa de su fe frente a las impugnaciones paganas.
Más noticias poseemos de las dos hijas que tuvo de su esposa Savinella. Llamábanse Pudenciana y Práxedes, y fueron educadas por él en las verdades de la fe cristiana y en el más puro amor a Jesucristo. Son interesantes las noticias, históricamente bien probadas, que de ellas poseemos. Ambas pertenecen a los primeros casos, conocidos en la historia de la Iglesia, de vírgenes cristianas consagradas a Dios. En efecto, sabemos que, movidas del amor a Cristo, heredado de su padre Pudente, le consagraron su virginidad y convirtieron su casa en un santuario, adonde acudían incluso los papas a celebrar los misterios divinos y administrar los sacramentos y ocultarse cuando amenazaba algún peligro. Sabemos igualmente que ambas hermanas recibían y trataban a todos sus hermanos con la mayor caridad, y personalmente les servían, haciendo todos estos oficios con predilección a los más pobres. En esta forma se presentan a la antigüedad cristiana como insignes ejemplos de virginidad y de caridad a sus semejantes y amor sacrificado a los pobres. La muerte de Santa Pudenciana es señalada el año 160, en tiempo del emperador Antonino Pío (138-161). La de Santa Práxedes, algo más tarde.
Por su parte el noble Pudente, después de haber dado insigne ejemplo de virtud cristiana, según los datos que poseemos, murió el año 161, al final del reinado de Antonino Pío. Según algunas fuentes antiguas, sus restos mortales fueron sepultados en el cementerio de Santa Priscila, en la vía Salaria, y su casa, ya antes empleada muchas veces para la celebración de la liturgia cristiana, fue convertida en iglesia. Posteriormente fue designada con el título del Pastor.
De este Pudente, padre de las Santas Pudenciana y Práxedes, que vivieron en torno a los años 150-160, parece debe distinguirse otro Pudente, de fines del siglo I, que tal vez fue padre o abuelo del anterior. Era senador romano, y una antigua tradición romana nos testifica que fue discípulo de San Pedro y que recibió el bautismo de sus manos. Asimismo que lo recibió en su propia casa, donde el santo apóstol pasó algún tiempo ejerciendo allí sus ministerios apostólicos.
Por otro lado, según la misma tradición, conoció igualmente a San Pablo, y así parece referirse a él el Apóstol cuando, al fin de la Epístola II a Timoteo, escribe: "Eubulo, Pudente, Lino y Claudia os saludan". Más aún: muchos suponen que esta Claudia, aquí nombrada, era su esposa.
Otras noticias, conforme a esta antigua tradición, nos presentan al senador Pudente del siglo I como ejemplo de caridad cristiana. A la muerte de su esposa debió renunciar a todos sus bienes en favor de los pobres, e incluso a su propia casa, con el objeto de que, habiendo morado en ella y ejercido su ministerio el Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, fuera transformada en iglesia. Hecho esto, dedicóse el personalmente a la vida de servicio de Dios, a quien se consagró por entero después de haberle entregado todo lo que poseía. En uno de los martirológios se añade que "guardó inmaculada hasta su muerte aquella inocencia que recibió en el bautismo administrado por los apóstoles".
BERNARDINO LLORCA, S. I.
"Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor" (Mt 27, 3-10).
“Este, pues, compró un campo con el precio de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. Y esto fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó en su lengua Haqueldamá, es decir: "Campo de Sangre” (Hch. 1, 18-19).
Más adelante, el 26 de abril de 1379, el papa Urbano VI concedía tres años y tres cuarentenas de indulgencias a cuantos así los llamaran.
Para algunos príncipes y clero no fue así. Pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden, San Simón Stock (1165-1265), acudía con lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su Orden.
Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con seráfico fervor. He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa del Santo Escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen:
“El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras: “Flor del Carmelo, vid florida, esplendor del cielo, Virgen fecunda y singular, oh Madre dulce, de varón no conocida, a los carmelitas da privilegios, estrella del mar”.
Se le apareció la Bienaventurada Virgen acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: “Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”.
Desde este momento comienza María a obrar prodigios por medio del Santo Escapulario y a propagarse entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, hasta llegar a ser nota distintiva de los auténticos cristianos y verdaderos devotos de María el llevar sobre el pecho este escudo invulnerable contra los dardos del infierno.
Como el Carmelo, por su origen, evolución, finalidad, espiritualidad y legislación, está consagrado a María, no tardó en llenar de profundo marianismo su liturgia: ayunos en las vigilias de sus fiestas, comunión en las mismas, oficio parvo, salve regina, muchas veces al día repetida, misas en su honor, festividades nuevas, iglesias y conventos a Ella dedicados, etc.
Durante este tiempo, aún faltaban tres siglos para ser instituida la Sagrada Congregación de Ritos, había gran libertad para introducir y suprimir en la liturgia. El Carmelo desde un principio celebró como fiesta patronal de la Orden una fiesta mariana. Según épocas y regiones, fueron sobre todo las fiestas de la Asunción y la Inmaculada Concepción las más celebradas.
Juan Bacontorp, el Doctor Resoluto, cuenta que en el siglo XIV, cuando la Curia romana residía en Aviñón, el Papa y la Curia Cardenalicia asistían el 8 de diciembre a la fiesta de la Inmaculada que se celebraba en la iglesia de los carmelitas, igual que lo hacían el día de San Francisco en la de los franciscanos y el de Santo Domingo en los padres dominicos.
En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizá poco después de la entrega del Santo Escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: “La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.
Fue extendiéndose de día en día hasta que, al reunirse la Orden en Capítulo general el 1609, se propuso a todos los gremiales que festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, y todos unánimemente contestaron: “La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo“.
Comenzó como fiesta de familia, pero como por el don del Santo Escapulario, que se extendía tanto como la misma Iglesia, todos se sentían auténticos carmelitas, pronto llegaron a la Santa Sede peticiones e instancias solicitando poder celebrar dicha festividad.
La devoción del Escapulario no debe propagarse sólo por razón de los así llamados "Privilegios", ya que ésta sería una devoción falsa o imperfecta. La razón de los privilegios no es sino para fomentar el amor de caridad a Jesús y a María.
El valor principal de la devoción del Carmen no está en los prodigios a que hemos aludido ni en los privilegios que veremos, sino en su profundo valor espiritual o ascético en orden a nuestra santificación. Es decir, el Escapulario debe ayudarnos a vivir nuestra total consagración a Jesús por María en su servicio y en su presencia, en su unión e imitación.
La devoción al Escapulario de unos treinta años para acá ha decaído un tanto porque algunos, fijándose casi exclusivamente en sus privilegios, desconocen su importancia, significación y valor en la vida cristiana, de la que es su más elocuente manifestación. De hecho la Iglesia la ha hecho suya para consagrar oficialmente a todo hombre a María desde el principio de su vida.
Aun así continúa siendo la devoción característica y propia de las familias cristianas. ¿Y por qué? Porque su poderoso valimiento llega a los momentos más difíciles de la vida, a la hora cumbre de la muerte, y, traspasando los umbrales de acá, no se da descanso hasta el mismo purgatorio, de donde saca a las almas que le fueron devotas y vistieron en vida el Santo Escapulario.
Estas son sus credenciales: "En la vida protejo, en la muerte ayudo y después de la muerte salvo".
Se halla tan extendida esta devoción entre el pueblo cristiano, que un ilustre historiador B. Zimmerman podía escribir a principios del siglo: "La Cofradía del Escapulario es la más numerosa asociación del mundo después de la Iglesia católica".
Verdad histórica que coincide con lo que escribía en su obra póstuma María Santísima nuestro cardenal Gomá: "Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes, y con qué profundo arraigo, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen, de tal forma que a esta devoción podemos llamarla por antonomasia "devoción cristiana", o mejor, "católica".
Los más importantes y trascendentales privilegios del Santo Escapulario son éstos: Vivir la misma vida de María, vestir su mismo vestido, disfrutar de un amparo especial por estar a Ella consagrados... Por esto la devoción del Santo Escapulario del Carmen, "la primera entre las devociones marianas" la llamaba Su Santidad Pío XII el 11 de febrero de 1950; además de ser muy grata a María es sumamente ventajosa al que la practica.
Pocas devociones, de hecho, tienen prometidas tantas y tan señaladas gracias. He aquí las principales:
Morir en gracia de Dios. Es la gran promesa que ya hemos visto hizo la Santísima Virgen al entregar el Santo Escapulario a Simón Stock en 1251.
Salir del purgatorio a lo más tardar el sábado después de la muerte. Así lo dijo la Santísima Virgen al papa Juan XXII, en 1322. Es el llamado privilegio sabatino.
La imposición del Santo Escapulario constituye el acto más elocuente y real de nuestra consagración a la Santísima Virgen. Por el Escapulario se vive íntima y continuamente consagrado a María tal cual nos exige nuestra condición de hijos y hermanos suyos. Por él pertenecemos a María, ya que vestimos su mismo ropaje. Por ello debemos vivir su misma vida.
¿Sabes lo que es el Escapulario? - Nuestra Señora del Carmen - 16 julio
RAFAEL MARÍA LÓPEZ MELÚS, O. CARM
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Lucia narra cómo se desarrolló la primera aparición del Ángel de la Paz.
Fue en la primavera de 1916 que se apareció el ángel por primera vez en la cueva "Loca de Cabeco". Subimos con el ganado al cerro arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro bocadillo y dicho nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve, distinguiéndose la forma de un joven trasparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol.
Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados: Al llegar junto a nosotros dijo: "No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!" Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que oímos decir:
-"Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman". Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: -"Orad así. Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras suplicas". Y desapareció....
Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro, permanecimos en la posición en que el Ángel nos había dejado y repitiendo siempre la misma oración. No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio.
La segunda aparición del Ángel de la Paz ocurrió a mediados del verano, cuando llevábamos los rebaños a casa hacia mediodía para regresar por la tarde. Estábamos a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo de la quinta Arneiro. De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros:
"¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!"
¿Cómo hemos de sacrificarnos?, pregunté. -"De todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de su guardia, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe".
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quien es Dios, como nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuanto le agrada y como concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores. Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, repitiendo siempre la oración que el Ángel nos enseñó.
Fue en octubre o a fines de septiembre, pasamos un día desde Pregueira a la cueva Loca de Cabeco, caminando alrededor del cerro al lado que mira a Aljustrel y Casa Velha. Allí decíamos nuestro rosario y la oración que el Ángel nos enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores".
Después levantándose tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: -"Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios." De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad....y desapareció.
Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas por este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría que dejaban al alma completamente sumergida en Dios. También era grande el agotamiento físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían efectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y felicidad, pero en vez de ese abatimiento físico, más bien una cierta agilidad expansiva; en vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un exultar de alegría; en vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo comunicativo.
El 13 de mayo de 1917, domingo anterior a la Ascensión, tres pastorcillos de Aljustrel habían salido, según su costumbre, a pastorear en la montaña las ovejas de su familia. Eran estos Lucia y sus dos primos Francisco y Jacinta. La primera, de diez años de edad; los otros dos, de nueve y de siete, respectivamente. Solamente Lucia había recibido la primera comunición.
Determinaron ir a Cova de Iría, a dos kilómetros y medio de Fátima, donde los padres de Lucia poseían una pequeña hacienda con algunas encinas y olivos. Hacia mediodía, los niños se pusieron a rezar el Santo Rosario. Al terminar, retomaron su juego predilecto: la construcción de una pequeña choza. Apenas habían puesto manos a la obra cuando, de repente, un relámpago los aturdió.
Pensando que se avecinaba una tormenta, emprendieron la vuelta. A mitad de la pendiente, al pasar junto a la encina grande, un nuevo relámpago, más deslumbrador que el primero…
Doblemente espantados aceleran el paso; pero apenas llegan al valle se detienen inmóviles, atónitos, ante un prodigio. Delante de ellos, a dos pasos de distancia, sobre una pequeña y lozana encina de poco más de un metro de altura, contemplan una señora hermosísima, todo lux, más resplandeciente que el sol, la cual, con un amable ademán, los tranquilizó diciendo:
–“No temáis. Yo no os hago mal”.
Entonces los niños quedaron extasiados contemplándola. La maravillosa señora parece de la edad de los quince a los dieciocho años. Su vestido, blanco como la nieve y ceñido al cuello por un cordón de oro, desciende hasta los pies, que apenas tocas las hojas de la encina. Un manto blanco y ribeteado en oro le cubre la cabeza y casi toda la persona.
Lucia osó preguntar:
–¿De dónde es usted?
–Soy del Cielo
–Y, ¿qué quiere usted de mí?
–Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero. Y volveré aquí todavía por séptima vez.
Un momento de silencio, y Lucia reanudó el diálogo:
–Usted viene del Cielo… Y yo, ¿iré al Cielo?
–Sí – respondió la Señora.
– ¿Y Jacinta?
–También ella
– ¿Y Francisco?
Los ojos de la Aparición se dirigieron más derechamente al muchacho, le miraron fijamente con expresión de bondad y de maternal represión:
–También él; pero antes habrá de rezar muchos Rosarios…
A una nueva pregunta de Lucia acerca del destino y paradero de dos jovencitas, amigas suyas, muertas hacía poco tiempo, la Aparición respondió que una estaba en el Paraíso, la otra todavía en el Purgatorio. Luego continuó:
– ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en reparación por los pecados con que es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores?
–¡Sí , queremos! –respondió con entusiasmo Lucia en nombre de los tres.
La Aparición, con un gesto de maternal agrado, mostró cuánto le complacía la generosidad de los inocentes, y les anunció:
–Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os confortará.
Al pronunciar estas últimas palabras, abrió las manos comunicándonos una luz intensa, como un reflejo que de ellas salía, que penetrando en nuestro pecho y en lo más íntimo del alma, nos hizo ver a nosotros mismos en Dios más claramente que un limpísimo espejo.
Después de unos instantes, la Aparición recomienda a los pequeños:
–Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.
Comenzó entonces a elevarse serenamente en dirección al Oriente, hasta desaparecer en inmensidad del espacio. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino.
Vueltos en sí del éxtasis cambian sus impresiones. Los tres habían visto perfectamente la Aparición; pero Francisco no había oído más que la voz de Lucia, ni se había dado cuenta de que la hermosa Señora hablase. Jacinta lo había oído todo distintamente, pero no había tomado parte en la conversación. Lucia era la única que había mantenido el diálogo, que duró unos diez minutos.
Lucia recomendó a sus primos no hablar en casa de lo acontecido para evitar burlas y ser reprendidos. Entonces ninguno de los tres tenía ganas de jugar… Les bastaba la íntima felicidad del alma en contacto inmediato con el Cielo.
– ¡Ah! ¡Qué Señora más hermosa! –exclama Jacinta
– Apuesto a que pronto lo dirás a alguno – amonestaba Lucia. Pero Jacinta repetía que no contaría a nadie lo sucedido. Al llegar a casa, acostumbrada la niña a contar a su madre lo sucedido durante el día, no pudo callar. Corrió hacia su madre y echándole los brazos al cuello exclamó:
–Madre mía; hoy he visto a la Virgen en la Cova de Iría.
Al día siguiente Olimpa Marto quiso informarse de la madre de Lucia, de cuanto esta hubiera contado. Pero Lucia, fiel a su consigna, se portó de modo que no despertó sospecha; y tan sólo ahora, interrogada por su madre, refirió fielmente lo sucedido, confirmando y completando la narración de sus primos.
La madre de los hermanos, espantada, fue a hablar con el párroco para contarle lo sucedido. Vuelta a casa, dio, y no sólo de palabra, la prometida lección a su hija.
La notica se había divulgado rápidamente, y al día siguiente, todos los habitantes de Aljustrel estuvieron al corriente. Nadie daba fe a las palabras de los niños y muchos empezaron a burlarse de ellos.
Así, en medio de toda clase de combates, los niños continuaban sosteniendo la verdad de sus afirmaciones y proponían, con la debida licencia, no faltar a la cita dada por la hermosa Señora.
Llegó el 12 de junio, víspera de San Antonio, fiesta muy popular en todo Portugal. Al atardecer, Jacinta se acercó a su madre y le dijo:
–Madre, mañana no vaya a la fiesta de San Antonio. Venga conmigo a la Cova de Iría a ver la Virgen.
– ¡Pero si no irás!... Pues es inútil. La Virgen no se te aparecerá.
– ¡Que sí! La Virgen dijo que se aparecería, y ciertamente se aparecerá.
–Entonces, ¿no quieres ir a la fiesta de San Antonio?
– ¡San Antonio no es hermoso!
– ¿Por qué?
– ¡Porque la Virgen es mucho, mucho más hermosa! Yo iré con Lucia y Francisco a la Cova de Iría, y luego, si la Virgen dice que vayamos a San Antonio, iremos.
Al día siguiente los señores Marto se fueron de madrugada a la feria de Pedreiras, dejando a los hijos en entera libertad de ir a la Cova de Iría. Y ellos se dirigieron con Lucia al lugar de la cita celestial, precedidos y seguidos de unas cincuenta personas, llevadas más por la curiosidad que por otro cualquier motivo.
Las personas que acompañaban a los muchachos no pudieron ver la aparición, tan sólo escucharon a Lucia hablar hacia la encina. El diálogo había durado diez minutos.
–¿Qué quiere usted de mí? –había preguntado nuevamente Lucia.
La aparición respondió que volviesen allí el 13 del mes próximo, recomendó de nuevo el rezo del Santo Rosario, y añadió:
–Quiero que aprendáis a leer; más adelante os diré lo que deseo.
Lucia intercedió por un enfermo que le habían recomendado.
– Que se convierta y sanará durante el año.
Y continuó confiando a los tres un “primer secreto”. Francisco, no habiendo oído las palabras de la Señora, pero supo luego por medio de Lucia lo que se refería a él.
Lucia pidió a la Virgen que se llevase a los tres al Cielo.
–Sí. A Jacinta y Francisco vendré a llevármelos pronto. Tú debes permanecer aquí abajo más tiempo. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A los que la abracen les promete la salvación; estas almas serán predilectas de Dios, como flores colocadas por mí ante su trono.
–Por consiguiente, ¿debo quedarme sola? –preguntó entristecida, mientras la mente de le iría, sin duda, a las persecuciones que le acosaban desde hacía tres semanas.
–No, hija. ¿Sufres mucho?... ¡No pierdas ánimo! Yo no te abandonaré jamás. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
Al pronunciar estas últimas palabras, la Virgen abrió las manos y le mostró un corazón rodeado de espinas que lo punzaban por todas partes. Ellos entendieron que era el Corazón Inmaculado de María y que pedía penitencia y reparación.
Tras esto, la visión empezó a alejarse. Entonces se volvieron todos a Fátima, y llegaron al final de la Misa solemne. Al volver, Lucia recomendaba el rezo del Rosario en familia, porque la Virgen lo quería.
Ante las convicciones enteramente contrarias del párroco de Fátima, en casa de los videntes aumentaban los temores. Los señores Marto, aunque convencidos de la seguridad de sus hijos, se preguntaban si no serían víctimas de alguna ilusión…
Un día, la madre les dijo:
–Mirad que oigo muchas quejas de que engañáis a la gente. Por culpa vuestra van muchos a la Cova de Iría.
Pero los niños supieron defenderse:
–Nosotros no obligamos a ir a nadie. El que quiera, que vaya; el que no quiera, que no vaya; nosotros vamos. El que no quiera creer, que espere el castigo de Dios. También a usted, madre, le llegará el castigo si no cree.
Por aquella vez la madre evitó el temporal, pero la madre de Lucia no se desarmaba tan fácilmente. Obligó a su hija a visitar la casa del Párroco después de la Misa. Estando allí, le interrogó sobre todo lo acaecido con calma y afabilidad. Al final concluyó solemnemente:
–No, no parece ser cosa que venga del Cielo. Nuestro Señor, cuando se comunica con las almas, les manda dar cuenta de todo a los confesores o párrocos; y esta niña se cierra en su silencio. Podría ser engaño del diablo. El futuro nos dirá la verdad.
Ante las palabras del párroco, Lucia se atemorizó y contó a sus primos lo sucedido durante la visita. Jacinta respondió:
–¡No es el demonio! El demonio, dicen, es tan feo y está bajo tierra, en el infierno. Aquella Señora, al contrario, ¡es tan hermosa, y nosotros la hemos visto subir al Cielo!
Lucia perdió el entusiasmo por ir a Cova de Iría y por la mortificación y los sacrificios y se preguntaba si no sería mejor decir que había mentido y así acabar de una vez con todo. Pero sus primos le disuadieron.
Sufrió pues unos días de gran dolor en el alma. Tenía pesadillas con el demonio y le fastidiaba hasta la compañía de sus primos.
El 12 de julio, al atardecer, viendo que empezaba a reunirse mucha gente para asistir a los sucesos del día siguiente, participó a los primos la resolución de no ir. Jacinta rompió a llorar y Lucia le mandó decir a la Señora que iba por temor a que fuese el diablo.
Pero al día siguiente, acercándose la hora en que debían partir, se sintió arrastrada por una fuerza sobrenatural, a la cual no se podía resistir. Se pusieron a andar los tres… Era tal el gentío, que con dificultad pudieron llegar hasta la encina. Efectivamente, el 13 de julio acudieron a Cova de Iría más de 2.000 personas.
Llegados delante del árbol los niños se arrodillaron y Lucia entonó el Rosario. Al mediodía en punto se manifestó la Aparición. Lucia, tal vez por hallarse bajo la impresión de las contradicciones sufridos, miraba sin proferir palabra. Por eso intervino Jacinta:
– ¡Lucia, habla!... ¿no ves que ella está aquí y quiere hablarte?
Y Lucia
–¿Qué queréis de mí?
La hermosa Señora, después de haberles recomendado que no faltasen el día 13 del mes siguiente, insistió por tercera vez sobre el rezo diario del Santo Rosario en honor a la Virgen, con la intención de obtener la ansiada cesación de la guerra.
Lucia le suplicó que manifestase su nombre e hiciera un milagro para que todos creyeran en la verdad de las Apariciones. Un milagro desharía todas las contradicciones, y ellos no tendrían que sufrir más.
A la pregunta de Lucia, la Aparición respondió que siguiesen volviendo todos los meses: en octubre manifestaría quién era y haría un gran milagro para que todos creyeran. Después volvió a pedir que se sacrificasen por los pecadores, y decid frecuentemente, en especial al hacer algún sacrifico: “¡Oh Jesús, por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las injurias cometidas contra el Inmaculado Corazón de María!”.
Fue en esta aparición cuando la Virgen les confió a los tres niños un secreto con expresa prohibición de revelarlo a nadie. Años más tarde escribía sor Lucia:
“El secreto consta de tres cosas distintas, pero íntimamente enlazadas; dos de las cuales expondré ahora, debiendo continuar la tercera envuelta en misterio”.
La primera fue la visión del infierno. Nuestra Señora, al pronunciar las palabras: Sacrificaos por los pecadores… abrió las manos de nuevo, como en los meses precedentes. El haz de luz que de ellas salía pareció penetrar en la tierra.
Y nosotros vimos como un mar de fuego y en él sumergidos los demonios y las almas, como brasas transparentes y negras o broncíneas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, levantadas por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo en toda dirección, así como el caer de las centellas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de espanto. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en ascua.
Esta visión duró un momento; y debemos agradecer a Nuestra Madre celestial el habernos prevenido antes con la promesa de llevarnos al Cielo; de otra suerte, así lo creo, habríamos muerto de terror y espanto.
La segunda se refiere a la devoción del Inmaculado Corazón de María. La vidente continúa:
Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista hacia Nuestra Señora, la cual nos dijo bondadosa y tristemente: “Habéis visto el infierno, a donde van a parar las almas de los pobres pecadores. Para sacarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. Si se hiciere lo que os diré, muchas almas se salvarán y vendrán en la paz. La guerra está para terminar; pero si no dejaren de ofender a Dios, en el reinado de Pio XI empezará otra peor. Cuando vieres una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal, que os da Dios, de que va a castigar al mundo por sus crímenes. Mediante la guerra, el hambre y las persecuciones contra la Iglesia y contra el Padre Santo.
Para impedir esto vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Corazón Inmaculado y la Comunión reparadora en los primeros sábados.
Si atendieren a mi súplica, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Padre Santo tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas…
El Padre Santo me consagrará Rusia, la cual se convertirá. Y se concederá al mundo un periodo de paz.
Era mediodía. Los pequeños videntes no llegaban. Con cierta ansiedad se esperaba un poco todavía, hasta que se esparció la noticia de que habían sido arrestados por el alcalde de Vila Nova de Ourem, masón y anticlerical declarado. Este, celoso de la ley que prohibía cualquier manifestación religiosa fuera de la Iglesia.
El 13 por la mañana, entre los grupos de peregrinos, llegó también el Alcalde de Fátima y se dirigió a Aljustrel, y se detuvo en casa Marto. Encontró tan solo a la señora Olimpia, la cual quedó no poco asustada por la inesperada visita. El Administrador quiso interrogar a los niños y les pidió que le revelaran los secretos que la Virgen les había contado. Ante la negativa de los muchachos, los declaró prisioneros y los hizo encerrar en una sala, “de donde no saldrían hasta que hubieran obedecido”.
Tras pasar allí la noche, fueron conducidos a la alcaldía, donde fueron sometidos a un interrogatorio en toda regla. Los niños coincidían en el relato que con franqueza hacían de cuanto les había sucedido, pero el secreto no lo podían descubrir, porque la Virgen les había mandado que no lo dijeren a nadie.
Por la tarde se reanudó el martirio. En primer lugar se les encerró en la cárcel pública, y se les anunció que después vendrían a buscarlos para quemarlos vivos.
Los presos les dieron buena acogida. Pero Jacinta se apartó de sus compañeros y se acercó a la ventana llorando:
–Tenemos que morir sin volver a abrazar a nuestros padres. Ni los tuyos ni los míos han venido a visitarnos. Ya no se cuidan de nosotros.
Francisco la consolaba:
–No llores; si no podemos volver a ver a mamá, ¡paciencia! Ofrezcamos este sacrificio por la conversión de los pecadores. Peor sería si la Virgen ya no volviese más; es esto lo que más me costaría; pero yo ofrezco hasta esto por los pecadores.
Los niños rezaron el rosario de rodillas junto con los presos. Al cabo de un rato volvieron a ser llevados para seguir siendo interrogados, pero viéndoles irreductibles, dijeron haber preparado una sartén grande con aceite hirviendo. Entrando el Alcade, dijo:
–Jacinta, si no hablas, serás la primera en ser quemada.
La niña, que poco antes lloraba por no poder abrazar a su madre, iba ahora con los ojos enjutos, firme en su resolución de no traicionar el mandato de la Virgen. Fue de nuevo interrogada, amenazada y encerrada en otra habitación de la casa. Mientras tanto, Francisco, alegre y tranquilo, decía:
–Si nos matan dentro de poco estaremos en el Cielo. ¡Qué alegría! ¡Morir… no importa nada!
Al rato, fue arrastrado por el Alcalde a la habitación en la que se hallaba su hermana; y poco después hizo lo propio con Lucia. Visto que no conseguían nada con los interrogatorios, el mismo Alcalde los devolvió a la Casa Parroquial de Fátima y los dejó libres en el balcón.
Pasada tan trágicamente la hora de la cita celestial, los pequeños videntes no esperaban ver la a la hermosa Señora hasta el mes siguiente, pero no fue así.
Algunos días después, el 19 de agosto, cuando menos se lo esperaban, se les apareció en un lugar llamado Valinhos, donde los pastorcillos apacentaban su grey.
Tras cambiar el color de la atmósfera, sintiendo que algo sobrenatural se aproximaba, rogaron al hermano de Francisco que avisara a Jacinta, la cual no se hallaba presente en aquel momento. Al cabo llegó la joven niña la Virgen se apareció.
– ¿Qué quiere usted de mí?
–Quiero que continuéis yendo a Cova de Iría el 13, y que sigáis rezando el Rosario todos los días. En octubre haré un milagro para que todos crean. Si no os hubieran llevado a la ciudad, el milagro habría sido más grandioso.
El semblante de la Virgen se puso muy triste:
–Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Mirad que van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas.
Desde que se produjeron los interrogatorios del Alcalde, ya nadie dudaba de la sinceridad de los niños y todos se maravillaban de su heroica constancia durante las trágicas jornadas de su encarcelamiento. De todas partes se levantaban protestas contra la intromisión de la autoridad civil, las cuales se convirtieron luego en un considerable aumento de fe y devoción, patentizado de un modo sorprendente el 13 de septiembre.
Llegado el día indicado, el lugar se encontraba lleno de gente y apenas podían andar los niños. La gente les pedía curaciones y favores para la Virgen mientras ellos se abrían paso entre la multitud. Llegados al fin junto a la encina, Lucia ordenó a los presentes rezar el Rosario.
Mientras rezaban, cuenta un testigo, con gran sorpresa veo distintamente un globo inmenso, que se mueve hacia occidente, desplazándose lento y majestuoso a través del espacio. Pero he aquí que, de repente, desaparece de nuestra vista el globo. Los pastorcillos, en una visión celestial, habían contemplado a la Madre de Dios en persona; a nosotros se nos había concedido ver su carruaje. Nos sentíamos verdaderamente felices.
Junto a la encina, Lucia, interrumpiendo su plegaria, había exclamado radiante de alegría: ¡Hela, hela, que viene! Era la quinta audiencia que la celestial Señora concedía a los niños.
La Virgen dijo a los videntes que se perseverase en el rezo del Rosario para obtener la cesación de la guerra y prometió volver en octubre con San José y el Niño Jesús. Les ordenó que se hallasen allí sin falta el 13 del mes siguiente.
Algunos habían pedido recomendasen sus enfermos a la Virgen. Lucia le suplicó los quisiese curar. A lo que respondió la Virgen que curaría a algunos.
La Señora ratificó de nuevo su promesa de hacer un milagro en octubre para que todos crean.
El gentío que los rodeaba religiosamente, no oyó la voz misteriosa, pero todos veían que Lucia tenía conversación con algún ser invisible. Finalmente, dijo Lucia:
–Hela, que parte.
El sol volvió a tomar su acostumbrado resplandor, y los niños retornaron a casa en compañía de sus padres, que, temerosos, les habían seguido de lejos.
Además del globo luminoso y la disminución de la luz solar, tal que podían verse la luna y las estrellas en el firmamento, otras señales acompañaron y siguieron al coloquio misterioso.
La atmósfera tomó color amarillento. Un nubarrón blanco, visible a una cierta distancia, rodeaba la encina y envolvía incluso a los videntes. Del cielo llovían como flores blancas o copos de nieve que desaparecían antes de llegar al suelo, y cuando querían recogerlos con los sombreros.
Este último fenómeno se repitió después alguna otra vez en los días de peregrinación, y está atestiguado por el Obispo de Leiría, que lo vio con sus propios ojos.
Pero todos estos fenómenos, aunque tan extraordinarios, debían quedar eclipsados por el gran milagro verificado el 13 de octubre.
Desde las primeras horas del día 12, de los puntos más remotos de Portugal se advertía un intenso movimiento hacia Fátima. Al atardecer, los caminos que llevan a Fátima estaban lleno de vehículos de toda clase, de grupos de peatones, de los cuales muchos caminaban a pie desnudo y cantando el Rosario.
El día 13 amanece frío, melancólico, lluvioso. La multitud aumenta. La lluvia, persistente y abundante, había convertido la Cova de Iría en un inmenso charco de barro y penetraba hasta los huesos de los peregrinos y curiosos.
Al llegar los pastorcillos, la muchedumbre, reverente, les abre paso y ellos van a colocarse delante de la encina, reducida ya a un trozo de tronco. Lucia pide a la muchedumbre que cierren los paraguas para rezar. Todos quieren estar muy cerca de los videntes. Jacinta, empujada por todas partes, llora y grita. Los dos mayores, para protegerla, la ponen en medio.
Al mediodía en punto Lucia anunció la llegada de la Virgen. El semblante de la niña se tornó más bello de lo que era, tomando color rosado y adelgazándose los labios.
La aparición se manifestó en el lugar acostumbrado a los tres afortunados niños, mientras los presentes ven por tres veces formarse alrededor de aquellos y luego alzarse en el aire una nubecilla blanca como de incienso.
– ¿Quién es usted y qué quiere de mí?
–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor, que soy Nuestra Señora del Rosario, que continuéis rezando el Rosario todos los días, la guerra va a terminar y los soldados volverán pronto a sus casas.
Lucia exclamó:
–¡Tengo tantas cosas que suplicarle…!
Y la Virgen respondió que concedería alguna, las otras, no. Y volviendo al punto principal de su Mensaje, añadió:
–Es necesario que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados. ¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido!
Era la última palabra, la esencia del mensaje de Fátima. Al despedirse, abrió las manos, que reverberaban en el sol, o como se expresaban los dos pequeños videntes, señaló el sol con el dedo.
Lucia imitó instintivamente aquel ademán, gritando:
–¡Mirad el sol!
La lluvia cesa inmediatamente, las nueves se deshacen y aparece el disco solar como una luna de plata, luego gira vertiginosamente sobre sí mismo semejante a una rueda de fuego, lanzando en todas direcciones fajas de luz amarilla, verde, roja, azul, violada…, que colorean fantásticamente las nueves del cielo, los árboles, las rocas, la tierra, la incontable muchedumbre. Se para por algunos momentos, luego reanuda de nuevo su danza de luz como una girándula riquísima hecha por los mejores pirotécnicos; se para de nuevo para volver a comenzar por tercera vez, más variado, más colorido.
De repente, todos tiene la sensación de que el sol se destaca del firmamento y que se precipita sobre ellos. Un grito único, inmenso, brota de cada pecho, que manifiesta el terror de todos. Todos gritan y caen de rodillas en el barro rezando en voz alta actos de contrición.
Y este espectáculo, claramente percibido por tres veces, dura por más de diez minutos y es atestiguado por más de 70.000 personas; por creyentes e incrédulos, por simples campesinos y cultos ciudadanos.
Acabado el fenómeno solar, se dieron cuenta de que sus vestidos, empapados poco antes por la lluvia, se habían secado perfectamente.
Estructurada en varias secciones (Historia, Mensaje, Milagros y "Fátima y el Papa"), el especial resume 100 años de un hito que ha pasado a la historia. En menos de media hora, el lector podrá reconocer la relevancia de los eventos que allí acontecieron y descubrir qué sucede a día de hoy en Fátima.
No podemos determinar la época en que los dos Santos sufrieron el martirio, tal vez en el siglo I, hacia el año 95, en la persecución de Domiciano. En la de Nerón, algo anterior, no parece probable, por la razón antes dicha. Más razones habría para probar que hubieran muerto en la persecución de Trajano, al tiempo de la propia Flavia Domitila.
Dos cosas hay ciertas: el hecho de su martirio y el lugar de su sepulcro. Nereo y Aquiles, que las actas llaman eunucos, con terminología y mentalidad de las cortes bizantinas del siglo V, y las lecciones del Breviario tienen por hermanos, eran simplemente soldados según las noticias del papa San Dámaso, cuando se construyó la basílica de Santa Petronila, mártir, junto a cuyo sepulcro fueron enterrados los dos Santos.
Su martirio estaba representado en dos columnitas que debieron servir para el teguriun o baldaquino que cubría el altar, y en una de las cuales aparece esculpido el martirio de Aquiles y su nombre (Acilleus), viéndose a un personaje junto a un poste con las manos atadas a la espalda, el cual recibe del verdugo el golpe fatal. De la otra columna queda solamente un fragmento, y se aprecia algo del bajorrelieve, cuya reconstrucción permite suponer que se trata de la escena equivalente a San Nereo, aunque falte el nombre.
Nos quedan, por fin, unos dísticos de San Dámaso que este Papa, tan devoto del culto de los mártires, dedicó a Nereo y Aquiles. Pequeños fragmentos del epitafio damasiano fueron descubiertos por Rossi, el investigador de las catacumbas, y la totalidad del elogio fue reconstruida a base de las copias que nos legaron los antiguos peregrinos, que lo vieron íntegro, y a través de los manuscritos medievales ha llegado hasta nosotros.
Dice así el elogio martirial de San Dámaso:
"Nereo y Aquiles, mártires”.
"Se habían inscrito en la milicia y ejercitaban su cruel oficio, atentos a las órdenes del tirano, y prontos a ejecutarlas, constreñidos por el miedo.
“¡Milagro de la fe! De repente dejan su cruel oficio, se convierten, abandonan el campamento impío de su criminal jefe, tiran los escudos, las armaduras, los dardos ensangrentados y, confesando la fe de Cristo, se alegran de alcanzar mayores triunfos.”
"Tened noticia por Dámaso a qué alturas puede llegar la gloria de Cristo."
El epitafio de San Dámaso es bastante impreciso. Unas veces la carencia de datos exactos, otras la estrechez de los metros, y su afán de recurrir a frases hechas, lo cierto es que San Dámaso aporta escasas noticias al historiador. Tal vez porque un elogio epigráfico no es la ficha biográfica de una enciclopedia moderna.
Los datos ciertos que el Papa español nos proporciona son la condición militar de los mártires, que pertenecían a la guardia pretoriana del emperador, si el término “tirano" ha de aplicarse a alguno de los césares antes mencionados: Nerón, Domiciano o Trajano.
Que el dicho tirano, abusando de su poder, obligaba a sus soldados a ejercer el oficio de verdugos, ejecutando sus crueles órdenes, que deben referirse a penas capitales.
Que ambos soldados, al convertirse, abandonan su profesión, y al confesar la fe de Cristo alcanzan honroso martirio.
¿Cuál pudo ser la relación de ambos mártires con la familia imperial de los Flavios, aparte de ser enterrados en la propiedad familiar que ellos usaban de cementerio (cementerio de Domitila) y que cedieron a la comunidad cristiana del siglo I? A ciencia cierta no la sabemos.
¿Habrían sido, ciertamente, convertidos por San Pedro o San Pablo? Las relaciones de los dos apóstoles con la guardia imperial fueron muy intensas, y en la epístola a los romanos (16, 15) aparece un Nereo. Si fueron enterrados en el hipogeo de los Flavios, cuando todavía el cementerio de la vía Ardentina era propiedad particular, no cabe duda que las actas, dentro de su fondo novelesco, nos proporcionan noticias de interés, y tampoco pueden desecharse todos sus datos.
Sí, que la Petronila mártir, junto a cuyo sepulcro fueron enterrados Nereo y Aquiles, no es hija de San Pedro, pues se llamaba Aurelia y el cognomen Petro (de una de las ramas de los Flavios) dio lugar al equívoco. Pudieron ser desterrados a la isla Poncia Nereo y Aquiles, pudieron huir a la misma y encontrarse allí con Flavia Domitila, y animarla en su desgracia, o tal vez pudieron ser adscritos a su servicio, cuando, al hacerse pública su situación de cristianos, entre que se solventaba su caso, bueno era dejarles juntos y que se ayudasen en el destierro de la isla.
Lo cierto es que hay indicios seguros para suponer relaciones indiscutibles entre este grupo de santos. Y tratándose de relatos tan venerables por su antigüedad, hemos de proceder con cautela y tratar con respeto las referencias que nos ofrece el pasado.
El culto de los Santos Nereo y Aquiles es antiquísimo, localizado junto al sepulcro de Aurelia Petronila, en el cementerio de la vía Ardentina. La tumba y la basílica subterránea que llevan su nombre fueron levantadas por el papa Siricio en 390.
Anteriormente esta basílica llevaba el título de Fasciola, que hacia el siglo VIII se empezó a perder, para conservarse el de los santos mártires. En el siglo XIII fue restaurada, pero nuevamente sufrió el abandono al despoblarse aquella región romana en la Edad Media, y entonces el papa Gregorio IX transportó a la iglesia de San Adriano, en el foro, las reliquias de los mártires.
El papa Sixto IV, en la fiebre del primer Renacimiento, vuelve a restaurar la basílica, que un siglo después necesitaba nuevamente de urgente reparación, la cual llevó a cabo el propio cardenal Baronio al solicitarla como su título cardenalicio. A la misma devolvió las reliquias, recabando con este motivo que su fiesta se celebrase el 12 de mayo.
En la primitiva basílica de San Nereo y San Aquiles pronunció San Gregorio Magno su homilía 38 sobre la curación del hijo del régulo, que todavía rezábamos en el breviario los sacerdotes antes de la reciente simplificación de rúbricas, en que la condición litúrgica de semidoble de estos mártires ha pasado a la categoría de "simple".
Desde luego este evangelio contiene una alusión a la difusión del cristianismo entre los miembros de la casa imperial de los Flavios. Las palabras "Y creyó él y toda su casa" no dejarían de producir profunda impresión dichas por el diácono bajo las bóvedas terrosas del cementerio de la vía Ardentina, donde se guardaban las tumbas de Nereo y Aquiles, de Flavio Clemente, de Flavio Sabino y de otros familiares de Domiciano.
CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA.
Descubrir la “belleza de la liturgia y de la Iglesia”EL PATRIARCA GERMÁN DE CONSTANTINOPLAUn escritor de la Iglesia bizantina del siglo VIIIPapa Benedicto XVI dedicó a la espiritualidad oriental la catequesis de este miércoles, dentro del ciclo sobre escritores del primer milenio del cristianismo, al meditar sobre la vida del patriarca Germán de Constantinopla con los miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.El Papa quiso aunar el concepto de belleza en la liturgia con la veneración a las imágenes sagradas y a la Madre de Dios, en sintonía con la sensibilidad de las Iglesias orientales, para las que estos tres aspectos están íntimamente relacionados. Centrándose en la vida del patriarca Germán (siglo VIII), quien fue perseguido por el emperador bizantino León III durante las luchas iconoclastas, el Papa explicó que su defensa de las imágenes sagradas le llevó al exilio y a la muerte olvidado de todos, aunque su nombre fue rehabilitado en el segundo Concilio de Nicea. Destacó del patriarca de Constantinopa tres aspectos relacionados entre sí: por un lado su pensamiento mariano; por otro lado, su amor a la liturgia; y por otro, la veneración a las imágenes, que es un reflejo de la visibilidad de Dios a través de Jesucristo y de los santos, y que la Iglesia siempre ha tenido en gran consideración. Sobre la Virgen María, el Papa destacó que este santo, si bien "no era un gran mariólogo", algunas obras suyas "tuvieron un cierto eco sobre todo por ciertas intuiciones suyas sobre la mariología, tanto en Oriente como en Occidente". "Sus espléndidas Homilías sobre la Presentación de María en el Templo son testimonios aún vivos de la tradición no escrita de las Iglesias cristianas. Generaciones de monjas, de monjes y de miembros de numerosísimos Institutos de Vida Consagrada siguen encontrando aún hoy en estos textos tesoros preciosísimos de espiritualidad". De hecho, recordó que uno de sus escritos fue incorporado en 1950 "como una perla preciosa" por el Papa Pío XII a la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, que declaró dogma de fe la Asunción de María. Respecto al amor a la liturgia, el Papa destacó que para la Iglesia oriental, la belleza tanto de la liturgia como del lenguaje, de los signos, del edificio y de la música, deben coincidir, pues según el propio patriarca Germán, la Iglesia "es el cielo en la tierra, donde Dios trascendente habita como en su casa y donde pasea". "Celebrar la liturgia en la conciencia de la presencia de Dios, con esa dignidad y belleza que deja ver un poco su esplendor, es la tarea de todo cristiano formado en su fe", explicó el Papa. Sobre las imágenes sagradas, el pontífice explicó que "hay una cierta visibilidad de Dios en el mundo, en la Iglesia, que debemos aprender a percibir". "Dios ha creado al hombre a su imagen, pero esta imagen ha sido cubierta de tanta suciedad por el pecado, que en consecuencia Dios casi no se veía más en ella". "Así el Hijo de Dios se hizo verdadero hombre, perfecta imagen de Dios: en Cristo podemos así contemplar también el rostro de Dios y aprender a ser nosotros mismos verdaderos hombres, verdaderas imágenes de Dios". "Las imágenes santas nos enseñan a ver a Dios en la figuración del rostro de Cristo. Tras la encarnación del Hijo de Dios, se ha hecho por tanto posible ver a Dios en las imágenes de Cristo y también en el rostro de los santos, en el rostro de todos los hombres en los que resplandece la santidad de Dios", añadió. |
Flavia Domitila era nieta de Vespasiano y sobrina de Domiciano; además, su esposo, Flavio Clemente, era primo del propio Domiciano y fue cónsul el año 95. A pesar de ello, el emperador condenó a muerte a Clemente y a su esposa por un supuesto delito de ateísmo; un destino similar sufrió su sobrina, cuyo nombre era igualmente Flavia Domitila, que fue desterrada a la isla Poncia, donde murió.
La catacumba fue descubierta en el 1593 por Antonio Bosio, aunque no fue hasta el siglo XIX cuando G.B. de Rossi supo que se trataba de la catacumba de Domitila y del santuario de los mártires Nereo y Aquiles. Desde entonces, numerosas excavaciones han sacado a la luz un considerable número de galerías.
Esta basílica fue construida a finales del siglo IV sobre la tumba de los mártires Nereo y Aquiles, soldados de la guardia imperial que fueron asesinados por haber confesado su fe durante la persecución de Diocleciano.
En el ábside puede observarse una pequeña columna sobre la que está representando el martirio de Aquiles, como lo indica una inscripción (Acileus).
Esta columna, junto con otra que debía ilustrar el martirio de Nereo, formaba parte del sostén de un baldaquino colocado sobre el altar de la iglesia situado en el ábside, correspondiendo probablementea las tumbas de los dos mártires, y que hoy no puede distinguirse con claridad.
Las reliquias de los mártires fueron trasladadas a la ciudad a mediados del siglo IX, y unas décadas más tarde, en el año 897, la iglesia se desplomó a consecuencia de un terremoto que sacudió Roma.
Las galerías, en ocasiones, se obtuvieron utilizando pequeñas galerías ya existentes o también, y con mayor frecuencia, excavando en la roca.
Tumbas más antiguas son las que se encuentran más altas; cuando se agotaba el espacio disponible, los enterradores excavaban hacia abajo para obtener otras tumbas, o ampliaban las galerías ya existentes creando diversos planos superpuestos, con escaleras internas.
En las paredes de las galerías se pueden ver las tumbas más corrientes: los nichos, de forma rectangular, normalmente para una sola persona, aunque en ocasiones acogía varios difuntos.
Los nichos de menores dimensiones estaban destinados a la sepultura de niños. En las galerías se abren también las entradas a los cubículos, habitaciones de dimensiones diversas, normalmente cuadradas, con frecuencia adornadas con frescos, y en general propiedad de una sola familia.
En las paredes de la basílica y recorriendo las galerías de la catacumba son visibles todavía muchos símbolos, entre los que se encuentran algunos como el Buen Pastor, la paloma con un ramo de olivo, el pez…
Además, se encuentran con frecuencia representaciones de episodios tomados del Antiguo y del Nuevo Testamento, que servía para instruir a quien las miraba: Noé en el arca, Moisés que hace brotar el agua de la roca, diversos milagros de Cristo, los reyes Magos, etc
Doce Apóstoles aparecen en cinco ocasiones, colocados alrededor de Cristo sentado en la cátedra; se trata de una escena muy frecuente en el arte cristiano del siglo IV, queriendo representar el trono celestial como símbolo de la soberanía y del magisterio de Cristo y de sus representantes.
Este rito, tomado de las costumbres paganas, fue practicado durante mucho tiempo por los cristianos, incluso en ocasión del aniversario de la muerte de los mártires, antes de ser sustituido definitivamente por la Eucaristía.
A finales del siglo III fue excavado un pozo de 11 metros de profundidad, a la izquierda de la entrada del hipogeo, cuya agua se trasvasaba a una pila, colocada a la derecha, desde la cual una cañería de plomo, visible todavía hoy, la derramaba en una segunda pila. Frescos con motivos vegetales adornaban el ambiente en el que se encontraba el pozo.