En el siglo XVII se dio principio a la celebración litúrgica de dos fiestas dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes antes del Domingo de Pasión, llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre. La primera fue extendida a toda la Iglesia, en 1472, por el papa Benedicto XIII; y la segunda en 1814, por Pío VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en tiempos de Napoleón.
La fiesta de este día hace alusión a siete dolores de la Virgen, sin especificar cuáles fueron éstos. Lo del número no tiene importancia y manifiesta una influencia bíblica, ya que en la Sagrada Escritura es frecuente el uso del número siete para significar la indeterminación y, con más frecuencia tal vez, la universalidad. Según esto, conmemorar los Siete Dolores de la Virgen equivaldría a celebrar todo el inmenso dolor de la Madre de Dios a través de su vida terrena. De todos modos, la piedad cristiana suele referir los dolores de la Virgen a los siete hechos siguientes: 1º la profecía de Simeón; 2º la huida a Egipto; 3º la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los 12 años; 4º el encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura; 5º la agonía y la muerte de Jesús en la cruz; 6º el descendimiento de la cruz; y 7º la sepultura del cuerpo del Señor y la soledad de la Virgen.
Sin duda que la piedad cristiana ha sabido acertar al resumir en esos siete hechos-clave los momentos más agudos del dolor de María. Porque, ¿no es cierto que son como hitos que señalan la trayectoria ascendente de los insondables sufrimientos de la Madre de Dios? En efecto, si las enigmáticas palabras de Simeón (He aquí que éste está destinado para caída y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, y una espada atravesará tu misma alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones (Lc. 2, 34-35), tuvieron que entristecer el semblante de María, ¿que no habremos de pensar que ocurriría en la huida a Egipto, ¡Su hijo, tan tierno, arrojado por el vendaval del odio a tierras lejanas! Y, en cuanto a la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los doce años, ¿quien es capaz de profundizar en el abismo de incertidumbre y en la agonía de una Madre privada de su Hijo?
Pero donde los dolores de la Virgen rebasaron toda medida fue en el drama del Calvario y, especialmente, al pie de la Cruz. Detengámonos en su contemplación con el alma transida de compasión amorosa, como hacían los santos.
Entre los personajes que asistieron de cerca a la tragedia del Gólgota destaca la figura de la Virgen. De su presencia en el Calvario nos habla San Juan en su Evangelio con palabras sencillas pero impregnadas de un intenso dramatismo: Estaban en pie, dice, junto a la Cruz de Jesús su Madre yla hermana de su Madre, María de Cleofás, y María Magdalena... Podemos representarnos la escena sin necesidad de hacer grandes esfuerzos de imaginación: Jesús acaba de recorrer las calles de Jerusalén con su cruz a cuestas. Durante el lúgubre desfile, el populacho le ha injuriado y escarnecido o, cuando menos, ha contemplado su paso con estupor y desconcierto. Porque, ¿no era Aquél el que hacía unos días había entrado en la ciudad santa en medio de aclamaciones? ¿No tendrían razón los escribas y fariseos al decir que era un vulgar impostor y un blasfemo?
Jesús, según asegura la tradición, se encontró con su Madre bendita en la calle que el pueblo cristiano llamó "de la amargura". ¿Qué se dirían con la mirada el Hijo y la Madre? Tal vez sólo las madres que tienen la inmensa desdicha de asistir a sus hijos antes de ser ajusticiados pueden sospechar algo de lo que pasaría por el alma de la Virgen.
Pero la comitiva siguió avanzando. Y después de muchos tropezones e incluso caídas de los que llevaban sudorosos sus cruces, y entre ellos iba como un vulgar facineroso Jesús, llegaron al Calvario. La Virgen caminó también, deshecha en el dolor, en pos de su Hijo. Era el primero y el más sublime de los Viacrucis.
Ya está en el lugar de la crucifixión. Es Él. Los sayones le quitan sus vestiduras. La Virgen contemplaría aquella túnica inconsútil que con tanto cariño había tejido para su Hijo...
Unos momentos después suenan unos martillazos terribles. En un remolino instantáneo de recuerdos desfilarían ante la Virgen las escenas de Belén y de Nazaret, cuando las manecitas de su Niño le acariciaban con perfume de azucenas o le traían virutas para encender el fuego... Pero todo aquello quedaba muy lejos. Ahora tenía ante sí la realidad brutal de los pecados de los hombres horadando aquellas sacratísimas manos, pródigas en repartir beneficios.
Unos momentos más, y la cruz, su Hijo hecho cruz, era levantada entre el cielo y la tierra. En medio del clamor confuso de la multitud, María escucharía el respirar fatigoso y jadeante de su Hijo, puesto en el mayor de los suplicios. ¡Ella que había recogido su primer aliento en el pesebre de Belén y había arrimado tantas veces su virginal rostro al corazón de su Niño Jesús, palpitante de vida!
Las tres horas que siguieron, mientras Jesús derramaba gota a gota por la salud del mundo la sangre que un día recibiera de María, fueron las más sagradas de la historia del mundo. Y, si hasta las piedras se abrieron, como señala el Evangelio, ante el dolor del Hijo y de la Madre, ¿cómo podremos nosotros, los causantes de aquella "divina catástrofe" (como dice la liturgia), permanecer indiferentes en la contemplación de este divino espectáculo? Eia, Mater, fons amoris, me sentire vim doloris faic, ut tecum lugeam. (¡Ea! Madre, fuente de amor, hazme sentir la fuerza de tu dolor, para que llore contigo). Así exclama el autor del Stabat Mater. Y es que se necesita que la gracia sobrenatural aúpe y levante el corazón humano para que pueda siquiera rastrear la intensidad de los sufrimientos de Cristo y de su Madre.
Jesús, pues, como anota San Juan, habiendo visto a su Madre y al discípulo amado, exclamó: "Madre, ahí tienes a tu hijo". Y en seguida, dirigiéndose al discípulo: "Ahí tienes a tu Madre" (lo. 19, 26). Fueron las únicas palabras que, según narra el Evangelio, dirigió Jesús a María en su agonía. Estas palabras, en su sentido literal, se refieren sin duda a San Juan, a quien encomienda a su Madre, que iba a quedar sola en el mundo. Pero, en el sentido que los exegetas llaman supraliteral y plenior (más completo), significaban que Juan, esdecir, el género humano, a quien el apóstol representaba en aquellos momentos, pasaba a ser hijo de la Santísima Virgen. Esta es la interpretación que dan los Santos Padres y escritores eclesiásticos y que la Iglesia siempre ha aceptado.
Es cierto que la Virgen creía firmísimamente en la resurrección de su Hijo; pero esta creencia, como observa San Bernardo, en nada se opone a los sufrimientos agudísimos ante la pasión de su Hijo; lo mismo que Éste pudo sufrir y sufrió, aun sabiendo que había de resucitar.
Jesús, dice el Evangelio, dando una gran voz, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". E inclinando su cabeza expiró".
María, que había dado el "sí" a la encarnación, que al pie de la cruz aceptó el ser nuestra Corredentora, se unió a la entrega de su Hijo y le ofreció al Padre como la única Hostia propiciatoria por nuestros pecados.
Que la Virgen Dolorosa nos infunda horror al pecado y marque nuestras almas con el imborrable sello del amor. El Amor, he ahí el secreto de la íntima tragedia que acabamos de contemplar.
Porque todo tiene su origen en aquello, que tan profundamente se grabó a SanJuan, espectador excepcional de todo este drama: "De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito" (lo. 3, 16).
FAUSTINO MARTÍNEZ GOÑI.
La Semana Santa de 2019 se inicia el próximo 14 de abril con el Domingo de Ramos y se prolonga hasta el siguiente domingo, 21 de abril, fecha en la que se conmemora el momento cumbre en la Historia para el cristianismo, la Resurrección de Jesús. Pero el año pasado la Semana Santa se celebró del 25 de marzo al 1 de abril y la del año que viene será del 5 al 12 de abril. ¿A qué tanto baile de fechas? Existe una razón histórica y ésta tiene que ver con la luna llena y con una muy concreta del calendario, la primera luna llena de la primavera o luna de Parasceve como la conocen los judíos.
En la noche de luna llena después del equinoccio de primavera, los judíos comienzan a celebrar la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto en la Pésaj o Pascua judía, el 15 de Nisán. «La elección por parte de los judíos de que fuera una noche de luna llena la escogida para la celebración de la Pascua tiene también un carácter eminentemente práctico, dado que muchos de ellos se encaminaban esa noche hacia Jerusalén para dicha celebración y, siempre que el cielo estuviera despejado, la luna era su aliada para alumbrarles el camino en medio de la noche», recordaba el historiador José Calvo Poyato en ABC.
Todos los evangelistas afirman que Jesús murió el día de la « parasceve», es decir, el día de la preparación, que era viernes. Según los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), celebró la Pascua judía con sus discípulos el 15 de Nisán y horas después fue apresado, juzgado y condenado a muerte. Ese mismo día murió en la cruz en el Gólgota. Para el cuarto evangelista, San Juan, Jesús murió crucificado el día anterior a la fiesta de la Pascua, el 14 de Nisán. «Los judíos entonces, como era el día de preparación para la Pascua, a fin de que los cuerpos no se quedaran en la cruz el día de reposo (porque ese día de reposo era muy solemne), pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y se los llevaran», señala el evangelista (San Juan 19,31), que poco después insiste en que «por causa del día de la preparación de los judíos» dejaron a Jesús en un sepulcro cercano.
Hasta allí cuentan los evangelistas Marcos y Lucas que se acercaron las mujeres para ungir su cuerpo «pasado el día de reposo» y lo encontraron vacío porque había resucitado.
Durante los primeros tres siglos del cristianismo, la Pascua de Resurrección era la única fiesta que se celebraba, en recuerdo de aquel día (y en menor medida la de Pentecostés). Y por esta tradición cristiana al séptimo día y último día de la semana civil, primero para la semana litúrgica, se le llamó «domingo», el día del Señor.
En el I Concilio de Nicea, en el año 325, la Iglesia católica fijó el Domingo de Pascua en el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera, de forma que nunca cae antes del 22 de marzo ni después del el 25 de abril, pero la fecha difiere cada año.
El Papa Francisco propuso en 2015 que la Semana Santa se celebre en una fecha fija, que podría ser la segunda semana de abril, coincidiendo el día de la Pascua de Resurrección con el segundo domingo de este mes. «Desde el beato Pablo VI, se está buscando la unidad de la fecha de la Pascua, lo más definitivo va a tener que ser una fecha fija, que sé yo, supongamos el segundo domingo de abril», apuntó el Papa durante el II Retiro de Sacerdotes en la Basílica de San Juan de Letrán.
El Pontífice mostró entonces la disposición de la Iglesia católica al primer domingo después de la luna llena de primavera para lograr que todos los cristianos celebraran juntos la Semana Santa.
La división surgió cuando en 1582 el papa Gregorio XIII corrigió el retraso de diez días acumulado en el calendario «juliano», llamado así por haberlo fijado Julio César el año 46 antes de Cristo. Las Iglesias Orientales no aceptaron el calendario «gregoriano» y sostienen que sólo un concilio ecuménico -de cuya convocatoria vienen hablando desde hace décadas- puede cambiar el calendario litúrgico.
La propuesta común de católicos, anglicanos y evangélicos es el segundo domingo de abril, de forma que la Pascua caería siempre entre el 9 y el 15 de abril, pero hasta ahora las iglesias ortodoxas no han sido favorables al cambio.
Fuente: ABC
En cuanto a los educadores y formadores, quizá en un texto como este (que recoge experiencias de todo el mundo) les interese no tanto buscar “novedades”, como más bien descubrir acentos, matices, puntos de luz y desafíos.
Desde el principio el papa pone a los jóvenes personalmente frente a Jesús: “Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza” (n. 2). En torno a ese núcleo, Francisco mira a la realidad que rodea a los jóvenes y les invita a situarse en ella. También a mirarse a sí mismos en el ambiente en que se mueven, con sus luces y sus sombras. No deja de advertirles de algunos riesgos, pero sobre todo les impulsa a madurar personalmente, preocuparse por las necesidades de los demás y mejorar el mundo.
Para facilitar la lectura y el estudio del texto, se puede dividir en tres partes: una primera, que se pregunta cómo las Sagradas Escrituras presentan la figura de los jóvenes (capítulos 1 y 2) y, desde la fe, mira a la realidad en la que se sitúan actualmente los jóvenes (capítulo 3); una segunda parte, la central, donde se presenta “el gran anuncio de la fe a los jóvenes”, junto con las consecuencias y condiciones (capítulos 4-6); la parte final, dirigida también a los educadores o formadores de los jóvenes sobre la formación, la vocación y el discernimiento (capítulos 7-9).
Los jóvenes y Jesucristo
El primer capítulo se pregunta: “¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?”. Muestra algunos jóvenes que aparecen en las Escrituras: su capacidad de soñar, su valentía, su disposición a colaborar con Dios. Siguen las enseñanzas de Jesús sobre los jóvenes. Les anima a cultivar un corazón bueno y grande, aunque esto pueda suponer un camino más o menos costoso de conversión en busca de la sabiduría, que se encuentra particularmente en el amor.
“No hay que arrepentirse –les confía Francisco– de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva” (n. 17), le da alas como de águila (cf. Sal 103, 5).
No adula el papa al joven que lee su carta. Le interpela para que no pase su juventud “distraído, volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida” (n. 19). En el caso de que haya perdido su vigor y sus sueños, su entusiasmo, su esperanza y su generosidad, le asegura que ante Él se presenta Jesús con toda su potencia de Resucitado para levantarle: “Joven a ti te digo, ¡levántate!” (Lc 7, 14).
El capítulo segundo presenta la figura de “Jesucristo, siempre joven”. Toda su juventud fue una preciosa expresión de su obra redentora, de su entrega por nosotros. Él maduró humanamente “en la relación con el Padre, en la conciencia de ser uno más de la familia y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu y conducido a realizar la misión que Dios encomienda, la propia vocación”. Por eso es impulso y modelo para plantear a los jóvenes “proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los lancen al encuentro con los demás, al servicio generoso, a la misión” (n. 30).
Jesús resucitado es luz y vida nuestra y del mundo. Por Él, con Él y en Él la Iglesia puede ser la verdadera juventud del mundo en la medida en que se renueva continuamente a partir de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, y de la presencia de Cristo y la fuerza de su Espíritu cada día, atenta a los signos de los tiempos. Y los jóvenes pueden ayudarla a mantener esa juventud que ellos y el mundo necesitan.
En el capítulo tercero (“Ustedes son el ahora de Dios”) se contiene una mirada a la realidad de los jóvenes en el mundo actual. Una mirada cargada de voces llegadas desde todo el mundo, muy diversas pero capaces de formar una sinfonía. Una mirada positiva y concreta, si bien no exhaustiva. La realidad es “un mundo en crisis” que hace sufrir a muchos jóvenes, que interpela ante todo a los adultos, para que ayuden a los jóvenes en relación con sus deseos, heridas y búsquedas. Se refiere Francisco especialmente a tres temas que identificó claramente el sínodo.
Primero, el ambiente digital, que pide una síntesis nada fácil: “Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer esta síntesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana comunicación” (n. 90). Segundo, el fenómeno complejo de las migraciones, que pide especialmente de los cristianos un papel profético: “Pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano” (n. 94).
En tercer lugar, insiste en la necesidad de poner fin a todo tipo de abusos: “Los jóvenes podrán ayudar mucho más si se sienten de corazón parte del ‘santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo’, porque ‘será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones’” (n. 102). Se refiere también a las legítimas reivindicaciones de las mujeres, así como a la reciprocidad entre varones y mujeres.
El papa exhorta a los jóvenes a proponerse la santidad para ser ellos mismos, y no una “fotocopia” de otro. Aunque estuvieran en una mala situación, les quiere llenar de esperanza, al mismo tiempo que les pide que no se aíslen.
El anuncio de la fe a los jóvenes
El capítulo cuarto es el centro del documento. Contiene “el gran anuncio para todos los jóvenes”, que es el anuncio de Dios, de su presencia y de su amor, como en “tres verdades” o tres pasos. Ante todo, el anuncio de “Un Dios que es amor”. Así les dice el papa:
“Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado. (…) Desde antes de que existiéramos éramos un proyecto de su amor. (…) Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos” (nn. 112-115). Su memoria no es un “disco duro”, sino un corazón lleno de compasión, siempre dispuesto a perdonar. Su amor no aplasta, no humilla. Es un amor constante, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura que levanta, dando siempre nuevas oportunidades, buscando siempre el diálogo.
Como en un segundo paso, el amor de Dios se manifiesta especialmente en Cristo y en su Cruz. “El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. (…) Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos ni debemos pagarlo, solo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: ‘Él nos amó primero’ (1 Jn 4, 19)” (nn. 120-121).
De ahí la interpelación a cada uno de los jóvenes: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez” (n. 123).
Además Cristo vive, lleno de vida y de luz para nosotros. Y eso es garantía de que el bien puede hacerse paso, de que los cansancios merecen la pena, de que podemos siempre mirar adelante y vencer todas las dificultades. La vida con Jesús es la experiencia fundamental que los cristianos podemos comunicar a otros. Y todo ello es posible por la acción el Espíritu Santo: en Él encontramos el amor, la intensidad, la pasión, tanto para las “batallas” diarias como para los grandes proyectos.
Una vida plena de sentido y de belleza
Como complemento del anterior, el capítulo quinto (“Caminos de juventud”) muestra la consecuencia del anuncio de Cristo en los jóvenes. Es decir: qué cambiacuando se vive la juventud dejándose iluminar y transformar por el gran anuncio del Evangelio. Porque la juventud es un regalo valioso, un tiempo de sueños y de elecciones caracterizado por la “inquietud”. Una inquietud que no debe degenerar en ansiedad o en miedo. Es el tiempo de las ganas de vivir y de experimentar, sabiendo que lo mejor es exprimir el presente llenándolo de amor. Y eso se puede hacer aun en medio de dificultades.
La plenitud de la juventud solamente se encuentra en el encuentro con Jesucristo, en la amistad con Él, que nos abre a los demás. El cristianismo no es un conjunto de verdades o un código de normas: el cristianismo es Cristo. La juventud es el tiempo del crecimiento y de la maduración, no menos importante en las realidades del espíritu que en las del cuerpo. Es el tiempo de esa amistad con Cristo que llena la vida, que le da sentido total por las sendas de la fraternidad y del compromiso para construir una sociedad nueva. Esa amistad convierte la vida en una aventura y un proyecto fascinante, lleno de belleza (como se expresa en el capitulo siguiente) y también de desafíos.
Francisco pide a los jóvenes cristianos que sean misioneros valientes, que comuniquen y compartan su fe: “No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente” (n. 177). Y esto, sin esperar a mañana sino con energía, audacia y creatividad, sin fronteras ni límites.
La necesidad de raíces
Una condición para todo ello son las raíces, pues todo árbol solo puede echar ramas hacia el cielo si se asienta firmemente sobre sus raíces en la tierra. Así los jóvenes crecen arraigados en la tierra y en la historia concreta de las personas y de las culturas. A esto dedica Francisco el capítulo sexto (“Jóvenes con raíces”).
Como en el anterior, hay en este capítulo párrafos antológicos, que expresan la belleza de la vida “vivificada” por Cristo sobre la base de la belleza moral que ya tienen muchas realizaciones humanas nobles. Estas realizaciones son imágenes o anticipaciones de la belleza de la entrega de Cristo (“se parecen a la de Cristo en la cruz”). Y por tanto son buenos fundamentos y caminos de la solidaridad con Él en favor de todos. Como muestra, merece la pena transcribir este entero párrafo:
“(...) hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y en el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre. Hay hermosura en la esposa despeinada y casi anciana, que permanece cuidando a su esposo enfermo más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera del noviazgo, hay hermosura en la fidelidad de las parejas que se aman en el otoño de la vida, en esos viejitos que caminan de la mano. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda, en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria, en el trabajo generoso por la felicidad de la familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y gratuito de restaurar la amistad social. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza, que se parece a la de Cristo en la cruz, es poner los cimientos de la verdadera solidaridad social y de la cultura del encuentro” (n. 183).
Para crecer enraizados o arraigados (en Dios y en los demás, en contacto con los pobres y con los que sufren), el papa aconseja a los jóvenes la relación con los ancianos, que son guardianes de la “memoria colectiva” en las comunidades humanas y cristianas. Hay que dedicar tiempo a escuchar “los sueños y las visiones” de los ancianos. “Tenemos que aceptar –propone el papa– que toda la sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de comunicación” (n. 195).
Los ancianos nos dirán que una vida sin amor es infecunda, y que el amor se demuestra no solo con palabras, sino también con obras. Nos mostrarán que hay que arriesgar juntos, jóvenes y ancianos. Y que, en palabras del cardenal Pironio, “hemos de amar nuestra hora con sus posibilidades y riesgos, con sus alegrías y dolores, con sus riquezas y sus límites, con sus aciertos y sus errores” (n. 200). Como dijeron los jóvenes de Samoa, los ancianos mantienen la dirección de la barca según la posición de las estrellas y los jóvenes reman con fuerza imaginando el futuro.
Los últimos tres capítulos se dirigen también a los educadores en una línea propositiva. En el capítulo séptimo (“La pastoral de los jóvenes”) se parte de dos principios de experiencia: la conciencia de que es toda la comunidad cristiana la implicada en la formación de los jóvenes y la urgencia de que tengan un protagonismo mayor en su propia evangelización y la de otros.
Esto comporta una renovación de estilo, sin dejar de recoger lo que haya sido válido para comunicar la alegría del Evangelio, subrayando la participación y la corresponsabilidad.
Como líneas de acción se destacan la búsqueda de caminos y lenguajes apropiados, partiendo de vivir la fe con coherencia, y el crecimiento, centrado en la “experiencia de un gran amor”, es decir en el encuentro con Cristo y el servicio a los demás, completado por la formación doctrinal y moral.
En la situación actual, en la que los jóvenes tienen tantas carencias, es necesario promover ambientes de acogida cordial y de “sentido”, espacios de hogar y de familia, donde se aprenda y se viva el perdonar y el recomenzar, la libertad y la confianza, la amistad y la oración, sin evaluar ni juzgar a las personas.
La educación de la fe y la formación cultural
La escuela de inspiración católica (cf. nn. 221 ss.) es una buena plataforma, un lugar privilegiado para la promoción de los jóvenes. Hoy requiere una renovación que la aleje de la imagen que pueden tener los jóvenes que pasan por algunos establecimientos educativos: un lugar más bien de protección ante los errores “de afuera”, pero un tanto distante del mundo real. Un lugar que quizá no les ha preparado suficientemente para madurar como personas y para vivir la fe en medio del ritmo de nuestra sociedad. Esto afecta a los contenidos de la formación y también al tipo de personas que queremos formar.
En este contexto se señalan algunos criterios centrales para la renovación de la educación de la fe en las escuelas y en las universidades de inspiración católica: “la experiencia del kerygma –el anuncio de Cristo– el diálogo a todos los niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (cf. Const. ap. Veritatis gaudium, nn. 7-8). “También la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las manos” (n. 222).
Junto con todo ello, la formación cultural y la necesidad del estudio: “El estudio sirve para hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar sentido en la vida” (n. 223); para no distraerse por las muchas sirenas que, como a Ulises, nos pueden desviar del viaje; o incluso para ser capaces, como Orfeo, de componer –a base de investigar, conocer y compartir– unas melodías mejores que las que ofrece el consumismo del ambiente.
La formación de los jóvenes puede y debe realizarse en diversos ámbitos: el ámbito de la liturgia (facilitando momentos y espacios adecuados), el servicio (especialmente a los niños y a los pobres), la música y el canto, el deporte como escuela de solidaridad y esfuerzo, el contacto con la naturaleza; y siempre, sabiendo aprovechar esos regalos de Dios cuya fuerza transciende todas las épocas y circunstancias: la Palabra de Dios, La Eucaristía, el sacramento del perdón, el testimonio de los santos y la enseñanza de los grandes maestros espirituales.
Además señala el documento la importancia de fomentar, entre los jóvenes, un liderazgo “popular”, es decir, capaz de incluir a los más pobres, débiles, limitados y heridos, sin asco ni miedo (cf. 231). Se trata de fomentar la audacia de los jóvenes y prepararlos para que asuman poco a poco responsabilidades. Esto requiere una actitud de “puertas abiertas”, capaz de acoger a cada uno “con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda de identidad, sus errores, su historia, sus experiencias del pecado y todas sus dificultades” (p. 234). Pide también la apertura a jóvenes que tengan visiones distintas de la vida, otros credos o ningún horizonte religioso. Es un proceso lento, respetuoso, paciente y compasivo, parecido al encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Implica enseñar a los jóvenes el discernimiento de sus vidas: reconocer la realidad, interpretarla a la luz de la fe, tomar opciones y emprender itinerarios y proyectos (cf. n. 237).
Otras indicaciones valiosas: la atención a la piedad popular; la promoción de un afán solidario y evangelizador entre los jóvenes mismos; el acompañamiento de los adultos que les escuchen, les comprendan y les guíen adecuadamente, no desde un pedestal sino desde el conocimiento de los límites humanos, comenzando por los propios; la formación de jóvenes líderes, también su formación permanente; la apertura, por parte de las instituciones educativas, a todo tipo de jóvenes, con la disposición de educarles integramente sabiendo adaptarse gradualmente a sus circunstancias (cf. n. 247).
La vocación
A “la vocación” se dedica el capítulo octavo. En ella se concreta lo que Jesus pide a cada joven, en el marco de su amor gratuito y de su amistad. No se trata de un contenido colgado en una “nube” que espere a ser descargado mediante una “aplicación” o con la ayuda de un “tutorial”:
“La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse” (n. 252).
La vocación tiene una esencial dimensión de servicio misionero a los demás. Esto no es un adorno o un apéndice, sino que cada joven ha de pensar: “yo soy una misión en esta tierra, y para esto estoy en este mundo” (Evangelii gaudium, n. 130). Cada uno debe descubrir para qué le llama el Señor, y luego mantener el rumbo sin distraerse para no fallar al dirigirse a ese horizonte.
Dos puntos claves se subrayan aquí: la familia y el trabajo. Es importante que los jóvenes tengan la formación adecuada para rechazar “una vida de desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad” (n. 263); que sean capaces de rechazar la cultura de lo provisional, basada en una desconfianza en la capacidad humana de amar verdaderamente. El trabajo dota a la vida de dignidad y utilidad, de madurez y de sentido, humano y cristiano.
Teniendo en cuaenta que Dios puede pedir una dedicación completa de la vida a su servicio, los jóvenes harán bien en seguir el consejo de Francisco: “busca esos espacios de calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo que te rodea, y entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra” (n. 277).
El dicernimiento
En nuestra cultura del zapping y de la multitarea, es necesara la sabiduría del discernimiento. También “el discernimiento” (capítulo noveno) de la vocación requiere no solo la razon y la prudencia humana, sino situarse en el proyecto de Dios que nos ama y nos conoce. Implica la formación de la conciencia para poder identificarse con Jesucristo, con sus intenciones y sentimientos, la oración, el examen de conciencia y la ayuda de quienes Dios pone a nuestro lado para discernir efectivamente nuestro camino. Dicho brevemente: la capacidad de preguntarse “quién soy yo” y “para quién soy yo”. La vocación es un regalo de Dios, un regalo personalizado e interactivo, que estimula y pide arriesgar en el contexto de la amistad con Jesucristo.
A quien pueda ayudarnos en esto, se le pide: primero, escuchar “a la persona”, y el signo de que se hace bien es el tiempo que se le dedica, no solo en cantidad sino también en calidad (atención, desinterés, constancia); en segundo lugar, sensibilidad para discernir (distinguir la gracia de la tentación o de las excusas); tercero, saber escuchar los impulsos que llevan al otro hacia delante (más allá de sus gustos o sentimientos); por último, también implica saber “desaparecer” dejando que sea esa persona la que sigue por sí misma el camino de la libertad que Dios le señala.
Fuente: Iglesia y Nueva Evangelización
La Iglesia mozambiqueña espera la visita papal con una gran expectativa. Mons. Adriano Langa, obispo de Inhambane -diócesis del sur de Mozambique-, explicó a la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) que en septiembre del 2018, el presidente de la República de Mozambique estuvo en el Vaticano e invitó al Papa Francisco a visitar el país, reafirmando así una invitación que los obispos ya le habían hecho antes. El Papa dijo que “sí”, si “está bien de salud”. Ahora ha sido finalmente confirmada.
Será la segunda vez que un Papa visite Mozambique, después de la histórica visita de San Juan Pablo II en 1988. “Estamos todos preparados para organizar y también para preparar a los fieles. Es nuestro deseo. ¿Quién no desea que el Papa vaya a su tierra?”, comentó Mons. Langa.
Por su parte Mons. Claudio Dalla Zuanna, arzobispo de Beira -en el centro este del país y que ha sufrido enormemente las consecuencias de la catástrofe natural de Idai-, transmitió la noticia rápidamente a sus fieles en un comunicado que ha recibido también la fundación: “Hoy, 27 de marzo, recibimos la feliz noticia de que el Papa Francisco visitará nuestro país el próximo mes de septiembre. Aunque la visita ya estaba prevista antes del paso del ciclón, muchas personas se preguntan ahora si el Papa no vendrá a Beira para visitarnos y consolarnos. Esperamos que esto suceda.”
Mártires de Guiúa
Sueño de muchos mozambiqueños es que la agenda papal incluyera un desplazamiento hasta el Centro Catequético del Guiúa. Aunque parece poco probable porque está en la diócesis de Inhambane, muy distante de la capital Maputo, punto central de la visita de Francisco. El Centro Catequético recoge la historia de martirio de más de dos decenas de catequistas mozambiqueños, víctimas de uno de los episodios más violentos de la guerra civil. “La fase diocesana para el proceso de beatificación acaba de cerrarse ahora en marzo”, explica Mons. Langa, subrayando que Guiúa constituye un referente en la vida cristiana del país.
“Guiúa tiene un santuario dedicado a María Reina de los Mártires, como memorial de este acontecimiento dramático de la masacre de los catequistas, que es lugar de peregrinación”, dice el prelado. Miles de personas se desplazan hasta allí todos los años y muestra la enorme devoción del pueblo mozambiqueño a la Virgen. “Pedimos a María que lleve en sus brazos a sus hijos ante el altar”. Se espera el pronto reconocimiento por parte de la Santa Sede de los catequistas de Guiúa como mártires, “es una expectativa muy grande”
“Muchas gracias a ACN”
A pesar de las secuelas de la guerra, la violencia y del desastre natural que ha arrasado el país, Mozambique y su Iglesia demuestran siempre que tienen una gran vitalidad, y la Diócesis de Inhambane es ejemplo de ello. “En nuestro seminario están surgiendo vocaciones. Por primera vez, desde su apertura, contamos con 30 futuros sacerdotes, nunca antes habíamos tenido tantos. Lamentablemente, la casa en la que están alojados era una casa parroquial que dispone de muy pocas habitaciones”. El deseo de mejorar la estructura física del seminario de Inhambane es una de las razones que han llevado al prelado a visitar la sede internacional de la fundación ACN.
Se trata de un proyecto concreto que puede hacerse realidad gracias a la generosidad de los benefactores de la fundación, algo que Mons. Langa ya ha experimentado en el pasado con diferentes proyectos de ayuda: “He venido a decir ‘muchas gracias’ a todos los benefactores que dan vida a esta fundación y que también nos dan vida a nosotros. De hecho, hay muchas obras que realizamos y muchos medios de los que disfrutamos, como los vehículos que utilizamos en la diócesis, que han salido de aquí. Todo ello ha sido posible gracias a ACN que nos ayuda a anunciar el Evangelio. La Fundación nos ha dado piernas, nos ha dado brazos, nos ha dado ojos y nos ha dado una boca para anunciar el Evangelio. Por ello, muchas gracias”.
Paulo Aido y María Lozano.
Miles de fieles iraquíes han pasado tres o más años exiliados en el Kurdistán y se reasientan en sus antiguos hogares, en pueblos y ciudades. En una entrevista con la fundación internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada, Mons. Mouche -que también dirige la Iglesia siro-católica de Kirkuk y el Kurdistán- hace balance de la situación:
“El cambio positivo que se ha producido en nuestra región no puede negarlo nadie. Puede que las cosas todavía no estén al nivel requerido, pero hay señales muy claras y concretas de progreso. Sin embargo, esto no es mérito del Estado: el mérito corresponde a las organizaciones religiosas y humanitarias que se han apresurado a ayudarnos.”
“No obstante, todavía nos faltan recursos para completar la reconstrucción del número total de viviendas que fueron gravemente dañadas o completamente destruidas. Estamos a la espera y tenemos la esperanza de que Gobiernos extranjeros como, por ejemplo, los del Reino Unido y Hungría, intervengan y nos ayuden en este frente.
“En cuanto a la creación de puestos de trabajo, surgen muy pocas iniciativas. Hemos dirigido numerosas peticiones a varias empresas estadounidenses, británicas, francesas e incluso saudíes para que pongan en marcha algunos proyectos importantes en la región, de modo que nuestra gente pueda sobrevivir y, sobre todo, nuestros jóvenes puedan encontrar trabajo, pero todavía estamos esperando. El Gobierno iraquí ha hecho muchas promesas, pero pocos proyectos han sido implementados. Nuestra confianza en el Estado es poca. Estamos convencidos de que, de ofrecérseles las oportunidades adecuadas, muchos de los que huyeron volverían a Qaraqosh, siempre y cuando puedan vivir allí en paz y en una situación estable.
“Los problemas no cesarán mientras prevalezca la codicia, mientras rija la ley del más fuerte y los derechos de los pobres sean aplastados, y mientras el Estado siga siendo débil y no se aplique la ley. No obstante, nuestra esperanza la depositamos en Dios y rezamos por que el Estado Islámico no regrese nunca. Para nuestra seguridad y bienestar general, los cristianos dependemos de la aplicación de las leyes y de la integridad del Gobierno, que es lo que puede garantizar la seguridad para nosotros y la Iglesia.
“No hay ningún grupo o partido político conocido que tenga planes específicos de atacar a los cristianos; sin embargo, quien tiene la ambición de apoderarse de nuestras tierras pierde el sentido de ciudadanía y no respeta los derechos del prójimo. Estos partidos no se sienten cómodos con nuestra supervivencia y presencia continuada.
“Recibimos muchas visitas de buena voluntad de delegaciones oficiales y estas pronuncian muchas hermosas palabras, pero no ocurre nada: las buenas intenciones no son suficientes. Algunos no muestran suficiente respeto por nuestros derechos; y los cristianos no usamos la violencia para defendernos, sino que apelamos al respeto mutuo. Pero si no se nos responde de la misma manera, cada vez más cristianos emigrarán. Esto nos duele a todos los que amamos esta tierra, nuestra historia, nuestra civilización y nuestro legado.
“La Iglesia en su conjunto -sus obispos, pastores y laicos- no escatima esfuerzos a la hora de reivindicar los derechos de su pueblo y de asegurar un espacio donde podamos vivir con dignidad y en paz. Los líderes de la Iglesia hacemos todo lo que podemos para infundir confianza y esperanza en nuestra gente, pero sin forzar a nadie a regresar, a quedarse o a vivir desplazado. Esta decisión la tiene que tomar cada familia por sí misma, pues es la decisión que garantiza su dignidad, su futuro y, especialmente, el futuro de sus hijos.
“Este es mi mensaje a los cristianos que han abandonado la ciudad de Qaraqosh, dondequiera que estén, ya sea en Iraq, ya sea en tierras extranjeras:
“Qaraqosh es la madre que te ha alimentado con el amor de Dios, el amor de la Iglesia y el amor de la tierra, y seguirá siendo tu madre a pesar de su tristeza por tu ausencia. La ciudad es tu corazón, que todavía está unido a ti, y sus ojos están mirando todos tus pasos. Es feliz cuando tú eres feliz, y está preocupada por tu destino cuando eres infeliz. Sus puertas permanecen abiertas para ti. En todo momento, Qaraqosh está lista para volver a abrazarte -Qaraqosh pide que permanezcas fiel a la ‘leche pura’ que te dio”.
Desde 2014, Ayuda a la Iglesia Necesitada ha estado entre los primeros en apoyar a los cristianos iraquíes con proyectos por un total de más de 40 millones de dólares, incluida la ayuda de emergencia a las familias que huyeron a Kurdistán para escapar del Estado Islámico y la reparación y reconstrucción de hogares cristianos en la Llanura de Nínive posteriormente. Actualmente ACN apoya con varios proyectos la reconstrucción y renovación de la infraestructura de la Iglesia en el norte de Irak.
MONS. JUAN JOSÉ AGUIRRE
Obispo de Bangassou, Rep. Centroafricana
“El gobierno inclusivo ya se ha hecho porque incluso los acuerdos han sido firmados. Muchos de los señores de la guerra firmaron con un garabato porque no saben escribir ni leer. Entonces ahora ya ha nacido un nuevo gobierno donde el primer ministro es uno de los señores de la guerra centroafricano”.
Es la denuncia de monseñor Juan José Aguirre, el obispo comboniano español que desde hace 38 años vive en República Centroafricana. Asegura que se trata de una paz envenenada porque los señores de la guerra que han suscrito los acuerdos de paz están en posición de poder ya que controlan el 80 por ciento del país.
MONS. JUAN JOSÉ AGUIRRE
Obispo de Bangassou, Rep. Centroafricana
“La mayor parte de los señores de la guerra son extranjeros: nigerianos, chadianos, sudaneses y de Darfur. Y ahora estamos como estábamos antes, esperando a ver qué pasa, si los que nos estaban atacando como nos atacaban antes durante 5 años de manera despiadada pisoteando al pueblo centroafricano, pisoteando a mi zona que es Bangassou, van a seguir haciéndolo o no”.
El obispo denuncia que es la codicia la que está detrás de una guerra que se ha intentado presentar al mundo como un enfrentamiento entre cristianos y musulmanes cuando es, en realidad, el enésimo intento de expoliar África.
MONS. JUAN JOSÉ AGUIRRE
Obispo de Bangassou, Rep. Centroafricana
“Está alimentado para que musulmanes y no musulmanes luchen en Centroáfrica y es una cortina de humo para encubrir el real deseo de estos mercenarios que es entrar en Centroáfrica, ocupar Centroáfrica, coger las minas de oro, de diamantes, de manganeso, de cobalto, de mercurio, y poder enriquecerse con un territorio que es muy vasto y no está habitado, con muchos pastos también”.
En medio de esta situación, la Iglesia es la que siempre está cuando ya ninguna ONG se arriesga a permanecer sobre el terreno. El propio obispo de Bangassou ha tenido que hacer frente a terribles circunstancias, incluso se vio obligado a hacer de escudo humano durante un ataque a una mezquita para salvar la vida de más de 2.000 musulmanes.
MONS. JUAN JOSÉ AGUIRRE
Obispo de Bangassou, Rep. Centroafricana
Cuando lo supimos dos de mis curas y yo nos pusimos la sotana blanca, nos pusimos delante de la mezquita con los brazos abiertos diciendo: “no disparéis”, “no disparéis, la ley de la guerra no os permite disparar contra mujeres y niños. No disparéis””.
Esas personas a las que el obispo Aguirre libró de la muerte, están ahora acogidas por la Iglesia en el seminario de Bangassou.
MONS. JUAN JOSÉ AGUIRRE
Obispo de Bangassou, Rep. Centroafricana
“No tengo miedo. No tengo miedo. He tenido un kalasnikov que me apuntaba a la cabeza. Tantas personas cuando pasaba a su lado me hacían este gesto...” “Necesitamos que recéis por nosotros para que el Espíritu Santo nos dé la fuerza de testimoniar, para que el Espíritu Santo nos dé la fuerza, si es necesario, del martirio, de derramar la sangre por nuestra Iglesia y por el Señor; y necesitamos que recéis para que la violencia desaparezca, para que los violentos se vayan de una vez”.
El obispo visitó Europa invitado por la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Monseñor Aguirre explica que en 2018 cinco sacerdotes fueron asesinados en República Centroafricana en masacres cometidas contra el pueblo inerme. Fueron ataques cometidos por milicianos, en su mayoría mercenarios, que están intentando cambiar la fisionomía de África para exprimir su riqueza natural incluso a costa de las vidas de los inocentes.
Sucedió en Shizhuang, localidad de la diócesis de Baoding, en la provincia china de Hebei. Allí, dos sacerdotes chinos, el padre Yang Yi Cun y el padre Yiang Yan Li, han vivido junto con sus hermanos y hermanas católicos un evento eclesial que describe mejor que cualquier análisis o discurso lo que está sucediendo en la catolicidad china.
De los dos sacerdotes, Yang pertenece a la llamada comunidad “oficial” y Yiang a la llamada comunidad “clandestina”. El primero se somete al sistema y a las disposiciones de los organismos “patrióticos” que regulan la política religiosa gubernamental. El segundo, hasta ahora, ejercía su ministerio sacerdotal sin estar “registrado” en esos mismos aparatos.
Hebei y, sobre todo la diócesis de Baoding, han sido durante décadas el epicentro de lacerantes divisiones que parecían incurables entre la comunidad “oficial” y la comunidad “clandestina”. Luchas y rencores que nacieron de historias de sufrimiento y también de las diferentes maneras de reaccionar ante la obstrucción de los aparatos políticos. Largos periodos de resentimientos y recriminaciones entre personas que compartían el mismo Bautismo y la misma fe católica.
Precisamente allí, durante los primeros días de marzo, los dos sacerdotes, el “clandestino” y el “oficial”, «quisieron celebrar juntos la “misa de reconciliación”. Bendecidos por Francisco An Shuxin, obispo de Baoding, y acompañados por cientos de bautizados».
Por la tarde, los católicos se reunieron para recitar el rosario. El padre Yang Yi Cun llegó desde el este de la plaza de Shizhuang, llevando consigo la banda, el coro y la orquesta. Desde el lado opuesto llegó Yiang Yan Li, con sus monaguillos, “su” coro, las monjas y los fieles. Las dos comunidades se fundieron en un único grupo y prosiguieron juntas en procesión con la cruz, las velas y el incienso. Todos cantaban el himno tradicional titulado “Nuestro gran Papa”, hasta llegar a la estructura improvisada que usan como iglesia, en la que se celebró la liturgia eucarística.
Frente a esta iglesia “provisional”, estaba esperando a los dos sacerdotes y a la procesión el obispo An. «Antes que nada», dijo el obispo en la homilía, «debemos agradecer a Dios. ¡Durante demasiados años no hemos estado juntos! Y es el amor de Dios lo que nos ha hecho venir juntos para cumplir juntos lo que le agrada». Yang insistió en que «es el amor de Dios lo que nos junta, y ahora los obstáculos humanos ya no pueden detenernos». Yang también dijo que «los fieles siguen a los sacerdotes, los sacerdotes siguen al obispo y los obispos siguen al Papa. Por lo tanto, todos nosotros seguimos al Papa, en comunión, y ahora trabajaremos juntos para que la gracia de Dios y su salvación puedan llegar a todos».
Yiang, por su parte, insistió en que después de años de lacerante separación, «no se trata de establecer quién ha ganado y quién ha perdido: siguiendo al Papa», prosiguió el sacerdote hasta ahora considerado “clandestino”, «todos nosotros somos de Cristo. Cristo quiere que nosotros seamos una sola cosa, y nuestra fe nos dice que hay que escuchar al Papa y estar unidos». Después de la misa, bendecidos por el obispo, ambos sacerdotes y algunos miembros de la comunidad y de las autoridades locales se reunieron para discutir sobre las obras de la parroquia, que se convirtieron en un compromiso compartido por las comunidades que parecían irremediablemente divididas. La primera de sus preocupaciones fue la de encomendarse a Dios ante los desafíos futuros, y rezar juntos pidiendo que se pueda construir dentro de poco una nueva iglesia, más grande.
La misa de Shizhuang no es un evento aislado. Forma parte de un proceso de reconciliación que han puesto en marcha cuatro sacerdotes y todos los bautizados de tres parroquias católicas de la diócesis de Baoding, empezando por la lectura compartida del mensaje que dirigió el Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal, después de la firma del acuerdo entre Pekín y la Santa Sede sobre los nombramientos de los obispos católicos en China.
Los cuatro sacerdotes y sus parroquianos han condensado su reflexión común en simples puntos de orientación prácticos, en los que prometen darle siempre «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», seguir la comunión jerárquica con el obispo An, no tener en cuenta los entuertos del pasado. «Nos unimos al espíritu del mensaje del Papa», se lee en el pequeño “vademécum” de los propósitos pastorales, «y decimos claramente que ya no hay “clandestinos” y “oficiales”, ya no hay “fidelísimos” y no fieles. Somos una única Iglesia. Somos todos de Cristo, vayamos hacia el Señor juntos».
Antes de la misa de Shizhuang, otras liturgias eucarísticas parecidas se celebraron en Navidad en la parroquia de Gao Bei Dian y, el 17 de enero, en la parroquia de Zuozhou. Los promotores del camino de reconciliación toman nota de las resistencias y también de las críticas que les han hecho algunos hermanos en la fe, pero ponen su confianza en la «caridad que sana las heridas» y que podrá hacer que crezcan todos en la comunión, hasta convertirse en «una sola grey que sigue al mismo pastor».
Las misas de reconciliación celebradas en la diócesis de Baoding hacen que se vea cuál es el factor determinante que, con el tiempo, podrá subsanar los contrastes y las heridas todavía abiertas en la comunidad católica china. La unidad del corazón entre los católicos chinos no puede prevalecer en fuerza de disposiciones canónicas vaticanas (y mucho menos según presiones y medidas coercitivas de los aparatos políticos). Solamente puede florecer desde abajo, a partir del deseo de unidad y del “sensus fidei” de los mismos católicos chinos. Un proceso que debe ser acompañado pacientemente, porque la unidad en la fe nunca es un automatismo y solamente puede florecer con la gratuidad y el perdón recíproco.
La diócesis de Baoding representa uno de los lugares clave en la historia reciente del catolicismo chino y de sus laceraciones. Pedro Fan Xueyan era obispo de Baoding cuando, en los años ochenta del siglo pasado, comenzó a ordenar si el consenso gubernamental a los primeros obispos “clandestinos”. En 1992, después de un enésimo arresto, su cadáver fue entregado a sus familiares en una bolsa de plástico. Ahora es obispo de Baoding Francisco An Shuxin, que estuvo detenido diez años por orden de las autoridades comunistas (también fue insultado por agencias católicas y grupos de católicos chinos “clandestino” cuando en 2006 decidió salir de la condición de la clandestinidad y ejercer, a partir de 2010, su ministerio episcopal con el consenso de la Santa Sede y el reconocimiento de los aparatos gubernamentales.
Después de tantas laceraciones, también las misas de reconciliación en la diócesis de Baoding indican un nuevo camino para seguir juntos. Para ya no obstaculizar el acceso de los fieles a los sacramentos y a los medios de la vida de gracia. Y favorecer, con paciencia, sin inútiles presiones exteriores, el milagro de la reconciliación, que solamente puede pasar a través de los corazones y de las conciencias de cada uno de los fieles.
El Sudario de Oviedo y la Síndone de Turín ofrecen información valiosísima sobre la muerte de Cristo. Un estudio médico-forense ha investigado ambas reliquias y con ellas han realizado lo que podía denominarse una “autopsia” histórica sobre su muerte.
Las conclusiones no sólo reafirman la tesis de que ambas prendas envolvieron a la misma persona sino que añaden información sobre lo que ocurrió en esos momentos.
“Cuando ya era cadáver y estando en posición vertical, sufrió una herida penetrante que le atravesaría el hemitórax derecho, con entrada por el quinto espacio intercostal y salida por el cuarto, próxima a la columna vertebral y la escápula derecha, dejando marcas de coágulos de sangre y de líquido pleuro-pericárdico en ambas prendas (en la síndone por su contacto con los orificios de entrada y salida, y en el sudario con el de salida)”, explica el estudio dirigido por Alfonso Sánchez Hermosilla, investigador de la UCAM, médico forense del Instituto de Medicina Legal de Murcia, director del Equipo de Investigación del Centro Español de Sindonología (EDICES) y asesor científico del Centro de Internacional de Sindonología de Turín.
Lo descubierto por estos investigadores confirma lo que el Evangelio de Juan (Capítulo 19, Versículos 33-34) relata: “pero cuando llegaron a Jesús, como vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas; pero uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua”.
En la investigación se han realizado estudios antropométricos, criminalísticos, anatómicos y anatomo-patológicos de la Síndone y el Sudario, y sus resultados suponen nuevos avances del equipo de investigación de la UCAM que viene estudiando el Sudario de Oviedo.
Según explica Sánchez Hermosilla “las manchas de sangre en las que hemos trabajado siempre han estado ahí, pero nadie las había estudiado, y son las únicas de esas características. Hasta el momento se habían atribuido a marcas ocasionadas por heridas de flagelación”.
El estudio médico-forense se describe con todo detalle los tejidos y órganos que atravesó el objeto punzante en su hipotética trayectoria.
Recoge además que “especialmente la aurícula derecha del corazón, en cadáveres de personas que han sufrido una larga agonía, con mucha frecuencia presentan grandes coágulos de sangre, muy similares a los que formaron la mancha del costado de la Síndone de Turín”.
Así como que “al atravesar el pulmón derecho, el arma se abrió paso también a través de las vías aéreas intraparenquimatosas y, como consecuencia, parte de los fluidos orgánicos mencionados se abrieron paso de este modo en una trayectoria ascendente, como consecuencia de la presión intratorácica ocasionada por la energía cinética que el avance del arma trasmitía al cadáver; estos fluidos viajaron a través de las vías aéreas superiores y finalmente se emitieron también por la boca y nariz del cadáver, ocasionando nuevas manchas en estas áreas en el Sudario de Oviedo. Por supuesto, al retirar el arma, también salieron estos fluidos por los orificios de entrada y salida”.
Se avala así la hipótesis de que quien administró este “golpe de gracia” tenía experiencia, pues al colocar la hoja del arma en posición horizontal podía evitar fácilmente las costillas, sin tener que intentarlo en varias ocasiones, algo que aparentemente no ocurrió, pues no aparecen lo que se denomina en la Medicina Forense “lesiones de tanteo”.
Forman también parte de este equipo investigador Jesús García Iglesias, catedrático de Minas en la Universidad de Oviedo, así como los miembros del EDICES Marzia Boi, palinóloga y bióloga; Juan Manuel Miñarro, catedrático en el Área de Escultura de la Universidad de Sevilla; Antonio Gómez Gómez y Felipe Montero Ortego.
Fuente: Aleteia
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 17 de noviembre de 2010
El Papa constató que “muchas personas se detienen silenciosas ante el Tabernáculo, para entretenerse en coloquio de amor con Jesús”, y que “no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de rezar en adoración ante la Santísima Eucaristía”.
Ante los miles de peregrinos congregados en la Plaza, el Papa habló sobre otra mujer de la Edad Media, santa Juliana de Cornillon, mística e impulsora de la fiesta del Corpus Christi o Corpus Domini en toda la Iglesia.
Benedicto XVI quiso subrayar la importancia de recuperar la adoración eucarística fuera de la Misa,: “la fidelidad al encuentro con el Cristo Eucarístico en la Santa Misa dominical es esencial para el camino de fe, pero intentemos también ir frecuentemente a visitar al Señor presente en el Tabernáculo”.
Citando la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que “la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad”.
“Mirando en adoración la Hostia consagrada, encontramos el don del amor de Dios, encontramos la Pasión y la Cruz de Jesús, como también su Resurrección. Precisamente a través de nuestra mirada en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino”, afirmó el Papa.
El Papa mostró su deseo de que “esta "primavera" eucarística se difunda cada vez más en todas las parroquias, en particular en Bélgica, la patria de santa Juliana”.
Corpus Domini
Siguiendo con su ciclo de santas mujeres de la Edad Media, el Papa habló sobre santa Juliana de Cornillón, conocida también como santa Juliana de Lieja, que vivió en Bélgica en el siglo XIII.
Esta mujer quedó huérfana muy pequeña y fue acogida en un convento de monjas agustinas, donde tomó los hábitos.
“Además de una vivaz inteligencia, Juliana mostraba, desde el principio, una propensión particular por la contemplación; tenía un sentido profundo de la presencia de Cristo, que experimentaba viviendo de modo particularmente intenso el Sacramento de la Eucaristía”, explicó el Papa.
Desde muy joven tuvo una visión en la que aparecía la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente.
“El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia en la tierra, la línea opaca representaba en cambio la ausencia de una fiesta litúrgica, para cuya institución se pedía a Juliana que trabajase de modo eficaz”.
Con el tiempo, Juliana contactó con otras dos santas mujeres, con las que trabajó intensamente para promover la fiesta del Corpus Domini.
“Las tres mujeres establecieron una especie de "alianza espiritual", con el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento”, explicó el Papa.
Esta determinación supuso también muchas dificultades, hasta el punto de tener que abandonar el convento debido a la oposición del mismo superior del que dependía su monasterio.
Juliana tuvo que acogerse a otros monasterios cistercienses, en uno de los cuales murió, ante el Santísimo Sacramento expuesto.
Nueve años después, el papa Urbano IV, que había conocido personalmente a Juliana, instituyó la solemnidad del Corpus Domini como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés”.
CIUDAD DEL VATICANO
El Papa Benedicto XVI dedicó la catequesis de la Audiencia General del miércoles 18 junio 2008 a San Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia, y a la luz de sus enseñanzas, señaló que "como se debe amar a Dios con la contemplación, se debe amar al prójimo con la acción".
Con su "realismo de pastor verdadero" Isidoro de Sevilla propone una síntesis entre la vida contemplativa y activa inspirada en el ejemplo de Cristo, que "durante el día ofrecía signos y hacía milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pernoctaba en oración", indicó el Papa en la Plaza de San Pedro antes unas once mil personas.
"Creo que esta síntesis de una vida que busca la contemplación y el diálogo con Dios en la oración y la lectura de la Sagrada Escritura y la acción al servicio de la comunidad, del prójimo, es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio", indicó.
San Isidoro de Sevllia (560-636), fue definido por el Concilio de Toledo en el año 653 como "Gloria de la Iglesia Católica".
Isidoro, amigo del Papa Gregorio Magno, era el hermano menor de San Leandro, Obispo de Sevilla, al que sucedió en esa sede episcopal, explicó el Papa, recordando que en aquella época "los visigodos, bárbaros y arrianos, invadiendo la península ibérica se habían apropiado de los territorios pertenecientes al Imperio romano" que "era necesario conquistar al catolicismo".
Bajo la guía de su hermano, el Santo se educó en la disciplina y el estudio. Su casa contaba con una nutrida biblioteca repleta de textos clásicos, paganos y cristianos. Por eso, sus obras "abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un profundo conocimiento de la cultura cristiana".
"En su vida personal Isidoro experimentó un conflicto interior permanente entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la Palabra de Dios y las exigencias de la caridad hacia los hermanos, de cuya salvación se sentía encargado como obispo", agregó.
En su juventud conoció el exilio, "poseía un gran entusiasmo apostólico y experimentaba la emoción de contribuir a la formación de un pueblo que reencontraba por fin su unidad, tanto en ámbito político como religioso, con la conversión providencial del arrianismo al catolicismo del príncipe heredero, Hermenegildo".
"No hay que minusvalorar -aclaró Benedicto XVI- la enorme dificultad de hacer frente de forma adecuada a problemas muy graves, como las relaciones con los herejes y con los judíos. Toda una serie de problemas que resultan también hoy muy concretos, si pensamos en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica en el siglo VI".
En San Isidoro hay que admirar "su preocupación por no dejar de lado nada de lo que la experiencia humana produjo en la historia de su patria y del mundo. No hubiera querido perder nada de lo que el ser humano aprendió en la antigüedad, pagano, hebreo o cristiano que fuera".
Por otra parte, el santo "percibe la complejidad en la discusión de los problemas teológicos y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa".