Las mujeres llevaban a cabo una importante labor apostólica y su fe es destacada por San Pablo e incluso por autores paganos
En ocasiones se oye que las mujeres estaban discriminadas entre los primeros cristianos. Esta acusación no es consistente ya que más bien lo que ocurre es lo contrario, sobre todo teniendo en cuenta el rol que tenía la mujer en aquellos momentos en la sociedad y en imperio romano.
Cabe destacar las numerosas menciones que San Pablo hace en sus cartas a diversas mujeres (citando incluso sus nombres) para destacar sus esfuerzos en la labor de predicación del Evangelio o agradecerles algún servicio prestado a él o a la comunidad: Claudia, Cloe, Apfia, Evodia, Síntique,Ninfas...
Al ser preguntado por la cuestión del papel de la mujer en el cristianismo primitivo, el profesor Domingo Ramos-Lissón explica lo siguiente:
"Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse".
Además, el número de mujeres santas, mártires y vírgenes, de los primeros siglos es impresionante: las santas Felicidad y Perpetua, Santa Inés, Santa Águeda, Santa Lucía, Santa Cecilia... Todo ello sin olvidar a tantas mujeres desconocidas, como el caso de muchas viudas, que desde los tiempos apostólicos formaban un «orden» y atendían a los ministerios con mujeres.
El propio Benedicto XVI quiso cerrar su ciclo de catequesis sobre los testigos del cristianismo naciente con una audiencia dedicada a "las mujeres al servicio del Evangelio" (14 de febrero de 2007).
Fundado en el siglo IV y saqueado por Daesh en 2015
El monasterio de Mar Behnam, en Irak, se ha salvado por poco. Con motivo de la fiesta de los santos Behnam y su hermana Sarah, celebrada el 10 de diciembre en este país, Aleteia se ha interesado por la formidable historia de este lugar de peregrinación común para cristianos, musulmanes y yazidíes, así como por los trabajos de reconstrucción emprendidos por la asociación Fraternité en Irak
“El mausoleo de Mar Behnam data del siglo IV y la mayor parte del edificio fue reconstruida en el siglo XII. Sin embargo, en 2015, Daesh lo dinamitó todo”, cuenta Laure de Beaurepaire a Aleteia. Esta arquitecta de formación se ha unido a la asociación Fraternité en Irak para restaurar el santuario de Mar Behnam.
Pero ¿qué hace que este sitio sea tan especial? “Es un lugar de peregrinación común para musulmanes, cristianos y yazidíes”, comenta la joven arquitecta. Y ¿quiénes fueron Mar (Santos) Behnam y Sarah, a quienes está consagrado el santuario? “Son dos de los santos más venerados en Irak”, detalla Laure de Beaurepaire. “La tradición cuenta que, en el siglo IV, Behnam, hijo de un rey de la región, se convirtió al cristianismo, al igual que su hermana Sarah, quien se había curado milagrosamente de la lepra tras recibir el bautismo”. Sin embargo, enloquecido por la rabia, su padre los mandó asesinar… para luego arrepentirse, bautizarse también y, en honor de sus hijos, construir este extraordinario mausoleo.
600 metros cúbicos de escombros minuciosamente inspeccionados
El arzobispo de Mosul, Mons. Moshe, hizo de la reconstrucción del santuario una prioridad. Guillaume de Beaurepaire, también arquitecto, trabaja en el lugar desde hace dos años. No obstante, las obras de restauración en sí no empezaron realmente hasta el verano de 2017. Primero era necesario limpiar los escombros y clasificarlos minuciosamente: cerca de 600 metros cúbicos de grabados fueron inspeccionados para encontrar los elementos pertenecientes al mausoleo.
Una vez realizada esta primera fase, se inicia la segunda: colocar el enlosado en el suelo, el enfoscado de los muros, situar las piedras de revestimiento en los muros de contención… “A principios de enero [de 2019] quedarán algunos trabajos por hacer, pero todo estará listo para festejar el día de los santos Behnam y su hermana Sarah este 10 de diciembre”, celebra Laure de Beaurepaire.
“Cuando arrancó el proyecto, todo el mundo nos decía que no servía de nada, que los cristianos iban a marcharse de Irak. Era un discurso derrotista en extremo”, confiesa la arquitecta. “Pero el hecho de que hayamos reconstruido este mausoleo, combinado con todos los proyectos de recuperación económica en la llanura de Nínive… creo que es un bello mensaje de esperanza”.
Las mujeres llevaban a cabo una importante labor apostólica y su fe es destacada por San Pablo e incluso por autores paganos
En ocasiones se oye que las mujeres estaban discriminadas entre los primeros cristianos. Esta acusación no es consistente ya que más bien lo que ocurre es lo contrario, sobre todo teniendo en cuenta el rol que tenía la mujer en aquellos momentos en la sociedad y en imperio romano.
Cabe destacar las numerosas menciones que San Pablo hace en sus cartas a diversas mujeres (citando incluso sus nombres) para destacar sus esfuerzos en la labor de predicación del Evangelio o agradecerles algún servicio prestado a él o a la comunidad: Claudia, Cloe, Apfia, Evodia, Síntique,Ninfas...
Al ser preguntado por la cuestión del papel de la mujer en el cristianismo primitivo, el profesor Domingo Ramos-Lissón explica lo siguiente:
"Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse".
Además, el número de mujeres santas, mártires y vírgenes, de los primeros siglos es impresionante: las santas Felicidad y Perpetua, Santa Inés, Santa Águeda, Santa Lucía, Santa Cecilia... Todo ello sin olvidar a tantas mujeres desconocidas, como el caso de muchas viudas, que desde los tiempos apostólicos formaban un «orden» y atendían a los ministerios con mujeres.
El propio Benedicto XVI quiso cerrar su ciclo de catequesis sobre los testigos del cristianismo naciente con una audiencia dedicada a "las mujeres al servicio del Evangelio" (14 de febrero de 2007).
Jericó
Situado cerca del río Jordán, Jericó es una de las ciudades más antiguas del mundo, cuyas ruinas son de un asentamiento que data de 8000 años antes de Cristo. La orilla oeste del río Jordán es para los cristianos el lugar habitual de peregrinación que conmemora el bautismo de Jesús por Juan el Bautista. Fue aquí, en Jericó, donde Jesucristo devolvió la vista a Bartimeo y convirtió al rico Zaqueo realizando, a favor de estos dos personajes, su ministerio de Buen Pastor.
Historia
Importante ciudad del valle del Jordán (Dt. 34:1, 3), en la ribera occidental del río, a unos 8 Km. de la costa septentrional del mar Muerto, y aproximadamente a 27 Km. de Jerusalén. Jericó se halla en la parte inferior de la cuesta que conduce a la montañosa meseta de Judá. La ciudad era conocida como la ciudad de las palmeras (Dt. 34:3; Jue. 3:13); la primera mención en las Escrituras se da en relación al campamento de los israelitas en Sitim (Nm. 22:1; 26:3).
La situación de Jericó, ciudad muy fortificada, le daba el dominio del bajo Jordán y de los pasos que llevaban a los montes occidentales; la única manera de que los israelitas pudieran avanzar al interior de Canaán era tomando la ciudad. Josué envió a dos espías para que reconocieran la ciudad (Jos. 2:1-24), el pueblo atravesó milagrosamente el Jordán en seco, y plantaron las tiendas delante de la ciudad.
Por orden de Dios, los hombres de guerra fueron dando vueltas a la ciudad, una vez por día, durante seis días consecutivos. En medio de los soldados, los sacerdotes portaban el arca del pacto, precedida por siete sacerdotes tocando las bocinas. El séptimo día dieron siete veces la vuelta a la ciudad; al final de la séptima vuelta, mientras resonaba el toque prolongado de las bocinas, el ejército rompió en un fuerte clamor, las murallas se derrumbaron, y los israelitas penetraron en la ciudad. En cuanto a la fecha, sería alrededor del año 1403 a.C.
La ciudad había sido proclamada anatema. A excepción de Rahab, que había dado refugio a los espías, y su familia, todos los demás habitantes fueron muertos. El oro, la plata, los objetos preciosos, entraron al tesoro de Jehová. Josué lanzó una maldición contra quien reconstruyera la ciudad (Jos. 5:13-6:26).
Fue asignada a Benjamín; se hallaba en los límites de Benjamín y Efraín (Jos. 16:1, 7; 18:12, 21).
Eglón, rey de Moab, hizo de ella su residencia en la época en que oprimió a los israelitas (Jue. 3:13).
En el reinado de Acab, Hiel de Bet-el fortificó la ciudad; en el curso de esta fortificación perdió, o sacrificó, a sus dos hijos, en cumplimiento de la maldición de Josué (1 R. 16:34).
Durante el ministerio de Eliseo había en Jericó una comunidad de profetas (2 R. 2:5).
Elías, al ir a ser arrebatado al cielo, atravesó Jericó con Eliseo (2 R. 2:4, 15, 18).
En Jericó fueron puestos en libertad los hombres de Judá que habían sido hechos prisioneros por el ejército de Peka, rey de Israel (2 Cr. 28:15).
Los caldeos se apoderaron de Sedequías cerca de Jericó (2 R. 25:5 Jer. 39:5 52:8).
Después del retorno del exilio, algunos de sus habitantes ayudaron a construir los muros de Jerusalén (Neh. 3:2).
Báquides, general sirio, levantó los muros de Jericó en la época de los Macabeos (1 Mac. 9:50).
Al comienzo del reinado de Herodes los romanos saquearon Jericó (Ant. 14:15, 3).
Después Herodes la embelleció construyendo un palacio y, sobre la colina detrás de la ciudad, levantó una ciudadela que llamó Cipro (Ant. 16:5, 2; 17:13, 1; Guerras 121, 4, 9).
Jericó se halla a casi 240 m. por debajo del nivel del mar Mediterráneo, en un clima tropical, donde crecían las balsameras, la alheña, los sicómoros (Cnt. 1:14; Lc. 19:2, 4; Guerras 4:8, 3).
Las rosas de Jericó eran consideradas extraordinariamente bellas (Eclo. 24:14).
La antigua Jericó se elevaba muy cerca de las abundantes aguas llamadas en la actualidad 'Ain es-Sultãn; ésta es indudablemente la fuente que Eliseo sanó (2 R. 2:12-22; Guerras 4:8, 3).
La Jericó moderna, en árabe «Er-Riha», se halla a 1,5 Km. al sureste de la fuente.
Arqueología
Ernst Selin y la sociedad Deutsche Orientgesellschaft (1907-1909) iniciaron allí excavaciones sobre el montículo llamado Tell es-Sultan. Fueron continuadas muy extensamente por John Garstang (1930-1936); en 1952 fueron reanudadas por Kathleen Kenyon y por las escuelas de arqueología de Inglaterra y EE. UU. Fue Garstang quien descubrió la evidencia de los muros caídos, y esta evidencia fue fotografiada por él y por posteriores investigadores.
Los muros habían caído de dentro hacia afuera. Sus fundamentos no habían sido minados, sino que debieron ser derrumbados por un potente temblor de tierra. También había evidencia de un violento incendio de la ciudad. La revisión de Miss Kathleen Kenyon de esta identificación en base a la cerámica asociada con la cronología de Egipto no tiene en cuenta la necesaria revisión de la estructura cronológica de la historia de Egipto.
En base a la revisión de Velikovsky y Courville, la destrucción de Jericó concuerda perfectamente con todos los detalles físicos de la destrucción y con los restos arqueológicos, y no se puede objetar a la identificación efectuada por Garstang en 1930-1936, ni a la fecha de 1400 a.C. Los restos correspondientes a la conquista correspondían a una doble muralla de ladrillos, con un muro exterior de 2 m. de espesor, un espacio vacío de alrededor de 4,5 m. y un muro interior de 4 m.
Estos muros tenían en aquel entonces 9 m. de altura. La ciudad, muy pequeña, estaba entonces tan superpoblada que se habían construido casas en la parte alta de la muralla, por encima del espacio vacío entre las dos murallas (cf. la casa de Rahab, Jos. 2:15). El muro exterior se hundió hacia afuera, y el segundo muro, con sus edificaciones encima, se hundió sobre el espacio vacío. Así, la arqueología nos da, en realidad, una evidencia totalmente armónica con el relato de las Escrituras.
La tradición cristiana
Jericó es la ciudad que Josué, hacia el año 1200 a. C., conquistó de manera pacífica (Jos 2,1-4,24) gracias a las famosas trompetas que, en la simbología bíblica, manifiestan la intervención de Dios: el asedio en Jericó del pueblo de la Alianza mosaica fue un don de Dios.
En esta antiquísima ciudad, la ciudad fortificada más antigua conocida hasta la fecha en Oriente, que se remonta a 8.000 ó 9.000 años, se sitúa el Tel- Es-Sultan, una pequeña colina de 15 metros en la que, en los años 1955-56, miss Kenyon dirigió unas excavaciones arqueológicas.
Jericó es también el lugar evangélico en el que Jesús curó a dos hombres enfermos: Bartimeo, herido en su físico por la ceguera, y Zaqueo, herido en su alma por sus pecados (Lc 18-19). Los pocos sicomoros que aún se encuentran en la actual Jericó recuerdan a los peregrinos el sicomoro sobre cuyas ramas se subió Zaqueo para ver a Jesús.
La pequeña iglesia católica latina está dedicada a Jesús, el Buen Pastor, porque, tanto para Bartimeo como para Zaqueo, Jesús fue efectivamente un auténtico Buen Pastor. Es la iglesia parroquial de una pequeña comunidad de alrededor de 200 árabes cristianos.
A pocos pasos se encuentra la iglesia ortodoxa, que cuenta con unos 250 fieles. Dos escuelas católicas (una masculina y otra femenina) reúnen a todos los hijos de las familias católicas y ortodoxas, y a un buen número de niños musulmanes (Jericó cuenta con unos 25.000 habitantes árabes musulmanes).
El miércoles de ceniza marca el comienzo de la Cuaresma.
La Cuaresma es un tiempo de conversión y el Papa insistió en que esta no sea superficial o transitoria. También recomendó pedir el "don de las lágrimas” recalcando que los hipócritas no lloran.
La Cuaresma es un tiempo de conversión y el Papa insistió en que esta no sea superficial o transitoria. También recomendó pedir el "don de las lágrimas” recalcando que los hipócritas no lloran.
FRANCISCO
"Nos hará bien preguntarnos, "¿Lloro?, ¿el Papa llora?, ¿los cardenales lloran?, ¿los religiosos?, ¿los sacerdotes?, ¿el llanto está en nuestra oración?”
De acuerdo con la lectura del Evangelio, advirtió de la tentación de presumir después de rezar, ayunar o hacer limosna.
FRANCISCO
"Cuando se hace algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser queridos y admirados por esta buena acción, para sentir una satisfacción. Jesús nos invita a cumplir estas obras sin hacer ninguna ostentación y confiar únicamente en la recompensa del Padre”.
Impusieron al Papa la ceniza antes de que él la impusiera a los obispos y cardenales. Es un gesto que señala que los cristianos son criaturas limitadas, como explicó Francisco.
También subrayó la necesidad de estar dispuestos a dejarse perdonar por Dios para vivir una auténtica Cuaresma.
Junto a algunos miembros de la curia, también estuvieron presentes en la Misa diplomáticos y el presidente de Panamá con su familia.
Los millones de turistas que acuden a visitar la basílica de San Pedro a menudo ignoran que es posible explorar las excavaciones arqueológicas situadas bajo este inmenso lugar de culto. Desde el martirio de Pedro a la basílica actual, las ‘Scavi’ son un testimonio tanto histórico como religioso.
A su muerte, Pío XI dejó explicado en su testamento su voluntad de ser enterrado lo más cerca posible de la que se supone es la tumba de san Pedro. Pío XII comenzó entonces las excavaciones bajo la basílica de San Pedro, con el fin de respetar las últimas voluntades de su predecesor. Al mismo tiempo hacía gala de confianza en la ciencia y en las generaciones de cristianos que habían venerado la tumba del apóstol.
Después de las excavaciones, seguidas de estudios históricos, arqueológicos e incluso arquitectónicos, Pío XII cerró el jubileo de 1950 exclamando: “La conclusión final de los trabajos y estudios responde con un sí muy claro: la tumba del príncipe de los Apóstoles ha sido hallada”.
Estatua de San Pedro en el Vaticano
Del circo de Nerón a la basílica de San Pedro
Tras el incendio de Roma en el año 64, el emperador Nerón impuso una ola de persecución de cristianos, durante la cual san Pedro fue crucificado cabeza abajo en el circo ubicado en la actual Colina Vaticana. El cuerpo del santo fue depositado en una tumba en el mismo suelo, bajo un pequeño tejado de teja, en la necrópolis pagana de dicha colina. Rápidamente, mientras la necrópolis se extendía hasta orillas del Tíber, el lugar de sepultura de san Pedro empezó a atraer a los peregrinos.
En el siglo IV, el emperador Constantino permite el desarrollo del culto cristiano y decide construir una basílica cuyo altar se situará en la vertical de la tumba del apóstol. Encima de la tumba original, Constantino mandó edificar un monumento de tres metros de alto, en mármol y pórfido, del cual todavía hoy vemos una columna y una sección de muro. Con la construcción de la basílica actual, majestuosa, el altar papal se conserva bien sobre la tumba de san Pedro.
Las reliquias de san Pedro
En 1941, una caja que contenía huesos y encontrada no lejos de la tumba, en un pequeño nicho (loculus), cerca de un muro rojo del monumento de Constantino, es dejada a un lado. Una década después, durante la segunda campaña de excavaciones, de 1952 a 1958, una arqueóloga italiana, Margherita Guarducci, descubre una inscripción griega que lee “Pedro está aquí” en un fragmento de pared roja.
Entonces la caja se retoma para analizar los restos óseos y se descubre que corresponden a un hombre de complexión robusta, del siglo I, de edad avanzada y con signos de artrosis, enfermedad corriente entre los pescadores. Unos restos de tejido púrpura, cosido con hilos de oro, rodean los restos óseos, un signo indiscutible de veneración. Los supuestos huesos del apóstol habían sido ligeramente desplazados de la tumba al loculus, sin duda por unos cristianos con voluntad de prevenir toda profanación.
El 26 de junio de 1968, durante una audiencia, Pablo VI declaró: “Las reliquias de san Pedro han sido identificadas en una forma que nosotros consideramos convincente”. Entonces los volvieron a depositar en el loculus, exceptuando algunas reliquias destinadas a la capilla privada del papa.
Visita guiada
Hoy en día, se accede a las excavaciones por una entrada situada junto a la sacristía de la basílica. Justo al lado de la entrada, en el suelo, se encuentra un cuadrado que recuerda la ubicación del obelisco erigido en el pasado en el centro del circo de Nerón.
Los visitantes descienden una escalera estrecha para penetrar en la necrópolis pagana y caminan a través de los mausoleos de grandes familias romanas, antes de llegar ante las reliquias del apóstol. Exactamente en la vertical del altar de la basílica, rematado con el baldaquino de Bernini, en el centro exacto de la cúpula de Miguel Ángel, en el hueco de un muro de piedra, se encuentran los humildes restos del primer papa.
Aleteia
¿Cómo recorrer bien estos días de Cuaresma? ¿de qué me voy a convertir?
Hemos comenzado la Cuaresma, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe y redescubramos la alegría de vivir siguiendo los pasos de Jesús. Tenemos por delante un camino marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua.
Hemos escuchado en la primera lectura un texto del profeta Joel que nos llama a la conversión: «Ahora –oráculo del Señor– convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (Jl 2,12-13)
Son palabras pronunciadas por el profeta cuando Judá se encontraba sumida en una crisis profunda. Su territorio estaba desolado. Había pasado una plaga de saltamontes, que había arrasado todo: se habían comido todo lo que crecía en el campo, hasta los brotes de las viñas. Habían perdido por completo todas las cosechas y los frutos del año. Ante esas desgracias Joel invita al pueblo a reflexionar sobre su modo de vivir en los años anteriores. Cuando todo les iba bien, se habían olvidado de Dios, no rezaban, y se habían olvidado del prójimo. Contaban con que la tierra daba sus frutos por sí misma y les parecía que no le debían nada a nadie. Estaban cómodos haciendo lo que hacían y no se planteaban que fuera necesario vivir la vida de otra forma.
La crisis que estaban padeciendo, les sugiere Joel, debía hacerlos caer en la cuenta de por sí mismos, de espaldas a Dios, nada podían hacer. Si tenían paz y comida, no era por sus propios méritos. Todo eso es un don de Dios, que es necesario agradecer. De ahí la llamada urgente a que cambien: convertíos de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto, rasgad los corazones: ¡cambiad!
Al escuchar esas palabras tan fuertes del profeta, tal vez podemos pensar: Vale, vale, que cambien los habitantes de Judea, pero yo no tengo que cambiar: ¡estoy muy a gusto como estoy! Hace mucho tiempo que no he visto ni un saltamontes, tengo cosas ricas que comer y beber todos los días, tengo varias pelis pendientes de ver, esta semana tengo varios partidos que voy a ganar,… y no tengo prisa porque todavía los finales están muy lejos y ya estudiaré en serio cuando lleguen.
No sé a vosotros, pero a mí siempre me da mucha pereza ponerme en serio a cambiar algo en cuaresma. La verdad, de suyo no es un tiempo especialmente simpático como, por ejemplo, la Navidad.
Al escuchar el Salmo responsorial tal vez hemos pensado algo parecido: «Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados». E incluso al repetir «Misericordia, Señor, hemos pecado», tal vezse nos ocurría por dentro decir: Pero si yo no tengo pecados, … en todo caso «pecadillos». No lehago mal a nadie, no he robado ningún banco, no he matado a nadie, en todo caso, sólo «cosillas» de poca importancia. Y, además, no tengo nada contra Dios, no he querido ofenderlo. ¿Por qué voy a decir que he pecado ni a mendigar su misericordia?
Si vemos así las cosas, las palabras de San Pablo en la segunda lectura, nos pueden sonar a repetitivas, pero subiendo el tono, presionando: «Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios».
¿Tan importante soy y tanta importancia tiene lo que yo haga, que hoy todos vienen contra mí: el profeta Joel, David con su Salmo, y San Pablo presionando?
Pues la verdad es que sí, para el Señor soy importante. Ninguno de nosotros le resulta indiferente a Dios, no somos un número más de los millones de personas que hay en el mundo. Soy yo, eres tú. Alguien en quien está pensando, a quien echa un poco de menos, con quiere hablar.
¿No te ha dado alegría alguna vez, al salir cansado de clase, recibir un mensaje en el móvil de alguien que te cae bien y que te pregunta: ¿Tienes algún plan esta tarde? ¡Bien! ¡por fin! ¡alguien que piensa en mí! En general, una de las cosas que dan más gusto es comprobar que hay gente que nos quiere, que piensa en nosotros, y nos llama para que nos veamos y pasemos juntos un rato agradable.
Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el amado a su amada. Dicen así: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver» (Cant 7,1).
En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šub significa «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa «convertirse».
Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».
La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere se haacordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón.
Bien. Pero, en cualquier caso, «no tengo pecados» ¿de qué me voy a convertir?
Hay muchos modos de explicar lo que es el pecado, pero me parece que también la Sagrada Escritura nos ayuda a aclararnos con lo que es.
En hebreo «pecado» se dice jattat. ¿Sabéis cuál es en la Biblia el antónimo, la palabra que expresa el concepto apuesto a jattat? En español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena acción», o algún teólogo diría que «gracia». En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni «paz» son exactamente lo mismo que para nosotros.
En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) (cfr. Jb 5,24). Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.
Cuando nos miramos por dentro, tal vez nuestra alma y nuestro corazón están como nuestra habitación o como el piso en que vivimos: con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de platos esperando que alguien los lave. ¡Qué a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y ponemos orden! Por eso en la confesión, cuando hacemos zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan la absolución y nos dicen «vete en paz (šalom)», estás en orden.
Hoy, que comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «vuélvete, date la vuelta que te quiero ver». Él nos quiere y nos conoce bien. Sabe que a veces somos un poco descuidados, y quiere ayudarnos a hacer limpieza para que recuperemos la serenidad, la paz y la alegría.
Por eso es por lo que San Pablo nos insiste con tanta con fuerza: «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios», y ¿para qué retrasarlo? ¿por qué dejarlo para otro día? San Pablo también nos conoce y nos mete prisa: «mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación». Hoy. 22 de febrero de 2012. Miércoles de ceniza. Aquí mismo tenemos confesores, ahí arriba, que en cinco minutos nos ayudarán a ponernos en forma.
Y, una vez, con todo en orden, ¿cómo recorrer bien estos días de Cuaresma?
En el Evangelio de la Misa hemos escuchado que Jesús mismo nos da unas pistas interesantes para concretar unos propósitos que nos ayuden a redescubrir la alegría de amar a Dios y a los demás.
Lo primero que nos sugiere es que nos demos cuenta de que hay mucha gente necesitada a nuestro alrededor, cerca y lejos de nosotros, y no podemos quedar indiferentes ante quienes sufren.
En la primera lectura recordábamos que, ante la crisis de los saltamontes en Judea, Joel decía que es necesario rasgarse el corazón, compartir el sufrimiento con los que padecen.
Hoy día estamos viviendo en una profunda crisis económica. Más de cinco millones y medio de personas están en paro en España. Muchos sufren, sufrimos con ellos, la falta de trabajo y todas las necesidades que esto trae consigo. No podemos desentendernos de sus problemas, como si no pasara nada, ni cerrar nuestro corazón. Deben notar que estamos con ellos.
También en otros lugares del mundo la vida diaria es todavía más difícil que aquí, y necesitan ayuda urgente. «Cuando hagas limosna –dice Jesús–, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará» (Mt 6,3-4). Generosidad: este es un primer buen propósito para la Cuaresma.
También hay otro tipo de «limosna», que no lo parece, porque es muy discreta, pero es muy necesaria. En su mensaje para la Cuaresma de este año, Benedicto XVI nos hace notar que «hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos».
Ese modo eficaz de «limosna» al que se refiere el Papa es la corrección fraterna: ayudarnos unos a otros a descubrir lo que no va bien en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor. Algo que tal vez no hacemos mucho hasta ahora, pero que es bien necesario y útil. «Pienso aquí –dice el Papa– en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien».
Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo en la vida de los demás, no podemos olvidar que, sigo citando a Benedicto XVI, «es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros».
Junto a la limosna, la oración. «Tú –nos dice Jesús–, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará» (Mt 6,6). La oración no es la mera recitación mecánica de unas palabras que aprendimos de pequeños, es tiempo de diálogo amoroso con quien tanto nos quiere. Son conversaciones íntimas donde el Señor nos anima, nos conforta, nos perdona, nos ayuda a poner orden en nuestra vida, nos sugiere en qué podemos ayudar a los demás, nos llena de ánimos y alegría de vivir.
Y, en tercer lugar, junto a la limosna y la oración, el ayuno. No tristes, sino alegres, como Jesús nos sugiere también en el Evangelio de hoy: «Tú cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,17-18).
Actualmente mucha gente ayuna, se priva de cosas apetecibles, y no por motivos sobrenaturales, sino por guardar la línea o mejorar su forma física. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los cristianos es, en primer lugar, una «terapia» para curar todo lo que nos dificulta ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios.
En una cultura en la que no nos falta de nada, pasar algún día un poco de hambre es muy bueno, y no sólo para la salud del cuerpo. También de la del alma. Nos ayuda a hacernos cargo de lo mal que lo pasan tantas personas que no tienen que comer.
Es verdad que ayunar es abstenerse de comer, pero la práctica de piedad recomendada en la Sagrada Escritura, comprende también otras formas de privaciones que ayudan a llevar una vida más sobria.
Por eso, también es bueno que ayunemos de otras cosas que no son necesarias pero que nos cuesta prescindir de ellas.
Por ejemplo, podríamos hacer un ayuno de Internet limitándonos a usar la red lo necesario para el trabajo, y prescindiendo de navegar sin rumbo. Nos vendría bien para tener la cabeza despejada, leer libros y pensar en cosas interesantes.
También podríamos hacer ayuno de salir de copas en el fin de semana, le vendría bien a nuestro bolsillo, y estaríamos más frescos para hablar tranquilamente con los amigos.
O podríamos ayunar de ver películas y series en días entre semana, le vendría muy bien a nuestro estudio.
¿Pasaría algo si ayunásemos todo un día de mp3 y formatos parecidos, y fuésemos por la calle sin auriculares, escuchando el viento y el canto de los pájaros?
Privarse del alimento material que nutre el cuerpo, del alcohol que alegra el corazón, del ruido que llena los oídos y las imágenes que se suceden rápidamente sobre la retina, facilita una disposición interior a mirar a los demás, a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
Dentro de unos momentos, los sacerdotes y diáconos impondrán la ceniza sobre nuestras cabezas mientras dicen: «Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás». No son palabras para asustarnos haciéndonos pensar en la muerte, sino para ponernos en la realidad y ayudarnos a encontrar la felicidad. Solos no somos nada: polvo y ceniza. Pero Dios ha diseñado para cada una y cada uno una historia de amor para hacernos felices. Como decía el poeta Francisco de Quevedo, refiriéndose a aquellos que han vivido cerca de Dios en su vida, que mantendrán su amor constante más allá de la muerte, «polvo serán, mas polvo enamorado».
Comenzamos el tiempo de cuaresma. Un tiempo alegre y festivo de dar la vuelta para dirigirnos al Señor y verlo cara a cara. šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «¡Vuélvete, vuélvete –nos dice una vez más–, date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». No son días tristes. Son días para dejar paso al Amor.
A la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos acogemos para que al contemplar la realidad de nuestra vida, aunque sean patentes nuestras limitaciones y defectos, veamos la realidad: «polvo seremos, mas polvo enamorado».
SEDE VACANTE: 28 de febrero 2013, último día de Pontificado de Benedicto XVI
28 de febrero 2013. Impresionante saludo del cardenal Bergoglio a Benedicto XVI. Se reunió con los cardenales el último día de su pontificado para prometer lealtad y obediencia a su sucesor.
Último día del gran Papa Benedicto XVI
El punto final a sus ochos años de su pontificado.
"Entre vosotros, en el Colegio de Cardenales, está el futuro Papa al cual ya desde hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia”.
Cada cardenal se despidió de él y le dió las gracias, incluido Jorge Mario Bergoglio. Este encuentro fue el último de Benedicto XVI antes de convertirse en Papa Emérito.
La expansión de la Iglesia primitiva
La rápida expansión del cristianismo en los tres primeros siglos ha sido siempre motivo de admiración y objeto de interpretaciones diversas. Una explicación es la que ofreció Rodney Stark, profesor de sociología y religión comparada en la Universidad de Washington, en su obra The Rise of Christianity (1). Este libro pone en tela de juicio muchas de las ideas comúnmente admitidas sobre el cristianismo primitivo, tanto por cristianos ortodoxos como por escépticos, y sugiere vías de actuación ahora que los cristianos vuelven a encontrarse en minoría.
Stark se pregunta: "¿Cómo pudo un diminuto y oscuro movimiento mesiánico, venido de un extremo del Imperio romano, desplazar al paganismo clásico y convertirse en la fe dominante de la civilización occidental?". Este prestigioso sociólogo profesional no busca explicaciones sobrenaturales -que, al fin y al cabo, son cuestión de fe-, sino más bien datos puramente sociológicos. Naturalmente, un cristiano verá en tal expansión y continuidad un signo inequívoco de la intervención del Espíritu Santo, que Cristo prometió que permanecería con su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, el cristiano también cree que la gracia perfecciona la naturaleza y que Dios gusta servirse de causas segundas para extender el mensaje cristiano.
Starkemplea las herramientas de su oficio, así como sus propias investigaciones y las de otros, para explicar el desarrollo singular del cristianismo. Por qué Dios hizo de los judíos su pueblo elegido y a la Iglesia católica la continuación espiritual de éste, sigue siendo un misterio en la mente divina al que no tenemos acceso. En último término, los métodos sociológicos no podrán explicar todo; pero ciertamente ayudan a comprender el atractivo humano de la fe, que ha provocado una corriente ininterrumpida de conversiones a lo largo de los siglos. Aquí examinaremos sólo algunas de estos interesantes análisis y conclusiones.
No sólo desheredados
Contra la opinión habitual, Stark sostiene que el cristianismo no fue sólo un movimiento propio de desheredados, un refugio para esclavos y para las masas depauperadas de Roma, sino que se encontraba también establecido en las clases medias y altas. Esta afirmación en modo alguno va en detrimento de la "opción preferencial por los pobres", que siempre ha distinguido a la Iglesia y que procede directamente de Cristo mismo. Esa tesis significa simplemente que el cristianismo se difundió mucho más de prisa en las ciudades populosas, mientras que los pobres, en su mayor parte, habitaban en el campo.
Este predominio de las clases medias y altas haría surgir, gracias a la generosidad de los primeros cristianos, una eficaz red de asistencia social en favor de las personas ancianas, viudas y huérfanas, así como cementerios cristianos y, con el tiempo, lugares de culto, que antes del edicto de Milán, por supuesto, estaban situados en viviendas familiares.
Éxito con los judíos
Una de las conclusiones más llamativas de la investigación realizada por Stark es que, contra lo que suele afirmarse, la evangelización de los judíos por parte de los primeros cristianos fue, en gran medida, un éxito y se prolongó sin pausa hasta el año 300. Según Stark, los cuatro o cinco millones de judíos de la diáspora se habían "adaptado a la vida fuera de Israel de tal forma, que el judaísmo de Jerusalén les resultaba lejano: de ahí la necesidad, ya en el siglo III a.C., de una traducción de la Torah al griego, destinada a los judíos que residían fuera de Israel" (la versión de los Setenta). Para los judíos que vivían en el mundo helénico, "el cristianismo suponía poder conservar gran parte del contenido religioso de ambas culturas y resolver las contradicciones entre ellas".
Como se ve en los Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos, encabezados por San Pablo, se dirigieron, como era natural, a las comunidades judías de los grandes centros urbanos. Aquellas comunidades, habituadas a recibir maestros venidos de Jerusalén, no se escandalizaban tan fácilmente de la opresión romana que había sido responsable, al menos en parte, de la crucifixión de Jesús. Los hallazgos arqueológicos muestran que las primitivas Iglesias cristianas fuera de Palestina estaban concentradas en los barrios judíos de las ciudades.
Pero Stark no se detiene aquí. Aduce que hacia el año 250, cuando había aproximadamente un millón de cristianos (de acuerdo con su estimación de la tasa de crecimiento, que sitúa en el 40% anual), la gran mayoría debían de ser judíos, de modo que quizá hasta uno de cada cinco judíos de la Diáspora eran conversos al cristianismo. Uno de los problemas más difíciles al que tuvo que hacer frente el episcopado católico, ya bien entrado el siglo V, pudo ser el de persuadir a los judíos recién convertidos a dejar de frecuentar la sinagoga y a abandonar las costumbres judías.
Solidaridad cristiana
En el año 165, durante el reinado de Marco Aurelio, se desató una epidemia que, en el transcurso de quince años, causó la muerte de un tercio de los habitantes del Imperio, Marco Aurelio incluido. En el año 251 se declaró una epidemia parecida, probablemente de sarampión, con resultados similares. En general, los historiadores concuerdan en que estas epidemias produjeron un despoblamiento que contribuyó a la caída del Imperio romano más que la degeneración moral a la que se suele atribuir el hundimiento.
Stark señala que estas epidemias favorecieron la rápida difusión del cristianismo por tres razones. La primera, porque el cristianismo ofrecía una respuesta más satisfactoria que la brindada por el paganismo antiguo a la pregunta sobre el sufrimiento de los inocentes; una respuesta basada en la pasión y muerte de Cristo. En segundo lugar, "los valores cristianos del amor y la caridad se habían traducido, desde el principio, en normas de servicio social y solidaridad. Cuando sobrevenía algún desastre, los cristianos tenían mayor capacidad de respuesta, lo que producía tasas de supervivencia notablemente superiores. Esto significa que, tras cada epidemia, los cristianos constituían un porcentaje mayor de la población, aun sin contar los nuevos conversos".
Stark concluye: "Durante las epidemias, en cierto modo el paganismo 'cayó fulminado' o al menos contrajo una enfermedad mortal: fue víctima de su relativa incapacidad para enfrentarse social o espiritualmente con estas crisis; incapacidad que puso súbitamente de manifiesto el ejemplo de su nuevo contrincante".
La Iglesia atraía a las mujeres
En un capítulo que es de especial importancia en los debates actuales sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, Stark muestra, con pruebas impresionantes, que "el cristianismo resultaba extraordinariamente atractivo para las mujeres paganas, porque en la subcultura cristiana la mujer disfrutaba de un status muy superior al que le otorgaba el mundo grecorromano en general". Stark muestra que el cristianismo reconoció la misma dignidad a la mujer y al hombre, como hijos de Dios con el mismo destino sobrenatural. Además, la moral cristiana, al rechazar la poligamia, el divorcio, el aborto, el infanticidio, etc., contribuyó al bienestar de las mujeres cambiando su status de siervas impotentes al servicio de los hombres, por el de personas con dignidad y derechos tanto en la Iglesia como en la sociedad civil.
De aquí saca Stark cuatro conclusiones. Primera, que en las comunidades cristianas se produjo rápidamente un importante excedente de población femenina, a consecuencia de la prohibición cristiana del infanticidio -que normalmente se aplicaba a las niñas- y del aborto -que a menudo ocasionaba la muerte de la madre-, así como por la alta tasa de conversiones al cristianismo entre las mujeres. Segunda, que las mujeres gozaban de un status muy superior en las comunidades cristianas, como ya se ha dicho. Tercera, que el excedente de mujeres cristianas dio lugar a gran número de matrimonios mixtos, que a su vez provocaron la conversión de muchos maridos paganos, fenómeno que continúa dándose hoy día. Finalmente, como las mujeres cristianas tenían más hijos, esta mayor fecundidad contribuyó a la expansión del cristianismo.
Humanizadores de las ciudades
Con las herramientas de la sociología y de la demografía, Rodney Stark muestra de modo concluyente que la expansión del cristianismo fue un fenómeno casi exclusivamente urbano por una razón muy lógica: como en las ciudades estaba la mayoría de la gente, en especial los judíos helenizados, allá fueron los primeros misioneros y allí se dieron las primeras conversiones.
Antioquía, una de las primeras ciudades evangelizadas, sirve a Stark de modelo para su estudio. La describe como "una ciudad llena de miseria, peligros, temores, desesperación y odio. Una ciudad donde las familias corrientes llevaban una vida miserable en barrios inmundos y angostos... una ciudad llena de odio y de temor por los fuertes antagonismos étnicos, exacerbados a causa del constante flujo de forasteros; una ciudad donde abundaba la delincuencia y donde las calles eran peligrosas por la noche; una ciudad varias veces arrasada por catástrofes, donde cualquier habitante podía contar con que se quedaría sin techo al menos alguna vez, si es que tenía la suerte de estar entre los supervivientes".
Stark subraya que el cristianismo trajo una nueva cultura que hacía la vida más tolerable en las ciudades grecorromanas: "En ciudades llenas de personas sin techo y de indigentes, el cristianismo ofrecía tanto caridad como esperanza. En ciudades repletas de inmigrantes y de forasteros, el cristianismo ofrecía una base inmediata para la acogida. En ciudades llenas de huérfanos y viudas, el cristianismo proporcionaba un nuevo y dilatado sentido de familia. En ciudades desgarradas por violentas luchas étnicas, el cristianismo ofrecía un nuevo fundamento para la solidaridad. Y en ciudades que padecían epidemias, incendios y terremotos, el cristianismo ofrecía unos eficaces servicios de asistencia sanitaria".
Mártires: pocos, pero influyentes
En un pasaje muy citado, Tertuliano dice que "la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos". Al hablar de los primeros mártires del cristianismo, Stark plantea la pregunta de siempre: "¿Qué les llevaba a hacerlo?"; pero no da la respuesta habitual entre los historiadores no creyentes, que consideran a los mártires un tanto locos o masoquistas, en el peor de los casos, o irracionales, en el mejor.
Stark sostiene que los mártires, ante la alternativa de renunciar a su fe ofreciendo sacrificios a los ídolos o morir para alcanzar lo que tenían por un bien mayor -el paraíso-, simplemente hacían una elección racional. "Los mártires son los exponentes más creíbles del valor de una religión, sobre todo si el martirio es voluntario. Aceptando voluntariamente la tortura y la muerte antes que desertar, una persona pone en la religión el valor más alto que pueda imaginarse y manifiesta este valor a otros. En efecto, lo normal era que los mártires cristianos tuvieran oportunidad de mostrar su firmeza ante un gran número de cristianos, y el valor del cristianismo, así manifestado, a menudo impresionaba también, hondamente, a los paganos que lo presenciaban".
El autor plantea una pregunta más: "¿Cómo podía aceptar una persona racional las torturas más refinadas y la muerte a cambio de una recompensa religiosa intangible e incierta?". La respuesta que da es la sensata, aunque no necesariamente la que alguno quisiera o esperara recibir. "En primer lugar, probablemente muchos primeros cristianos no fueron capaces de comportarse así, y se sabe de algunos que se retractaron cuando se vieron en esa tesitura. En segundo lugar, las persecuciones fueron raras, y sólo un pequeño número de cristianos llegaron a ser martirizados... Había, sorprendentemente, poco interés en perseguir a los cristianos, y cuando se desencadenaba una persecución, normalmente se dirigía contra obispos y otras figuras prominentes".
Así, según Stark y otros sociólogos, sólo fueron martirizados algunos miles a lo largo de dos siglos y medio, y no los centenares de miles o incluso millones que a veces dicen entusiastas historiadores cristianos. Hubo, sin embargo, considerable número de desertores y apóstatas que no superaron la prueba del martirio. Lo que ocurre, dice Stark, es que probablemente conocemos los nombres e historias de la mayoría de los mártires, porque los martirios solían ser presenciados por muchos, tanto cristianos como paganos: de ahí que surgiera, casi de modo inmediato, el culto a los mártires.
Por otra parte, a causa tanto del sambenito que la sociedad colgaba a los cristianos como del peligro de persecución e incluso de martirio, el cristianismo estuvo, en gran medida, libre de los que Stark llama "aprovechados" (free riders): los que buscan las ventajas de la religión sin los sacrificios y obligaciones que comporta. Quizá pudiéramos decir que entre los primeros cristianos había mucho más trigo que cizaña.
Modelo para la nueva evangelización
Así pues, ¿por qué se expandió tanto el cristianismo? Según Stark, "porque los cristianos constituían una comunidad muy unida, capaz de generar la 'invencible obstinación' que tanto indignaba a Plinio el Joven pero que daba inmensas recompensas espirituales. Y el principal medio de esta expansión fue el empeño, unánime y ardiente, de los cada vez más numerosos creyentes cristianos, que invitaban a sus amigos, parientes y vecinos a compartir la 'buena nueva'".
En el núcleo de esta disposición a compartir la fe estaba la doctrina, lo que había de creerse. "Las enseñanzas centrales del cristianismo promovieron y sostuvieron una organización y unas relaciones sociales eficaces, atractivas y liberadoras".
Esa doctrina central, radicalmente nueva para un mundo pagano que gemía bajo un cúmulo de miserias y estaba saturado de una crueldad caprichosa, era, por supuesto, que "como Dios ama a la humanidad, los cristianos no pueden agradar a Dios si no se aman unos a otros".
Este libro muestra que, a la larga, el cristianismo sobrevivió y continúa prosperando gracias a la influencia personal de quienes viven de acuerdo con sus principios, gente corriente que aspira a la santidad según el modelo de Cristo. Esta conclusión ratifica el núcleo del mensaje del Concilio Vaticano II, tan a menudo recordado por el Papa actual: la llamada a la santidad personal, que por fuerza lleva a la evangelización a través del testimonio personal y la vida familiar.
Juan Pablo II llamó repetidas veces a la "reevangelización" de Occidente, y él personalmente ha llevado el Evangelio al mundo entero utilizando todos los avances tecnológicos de este siglo -desde el avión a reacción hasta Internet-, de un modo impensable y, desde luego, humanamente imposible para sus predecesores. Si queremos construir "una civilización del amor y de la verdad" en el tercer milenio, parece indispensable seguir estudiando cómo lo hicieron -o lo empezaron- los primeros cristianos, con tan espléndidos resultados. Este libro nos ofrece respuestas concretas, a la vez que sugerencias para ulteriores estudios.
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(1) Rodney Stark. The Rise of Christianity. A Sociologist Reconsiders History. Princeton University Press. Princeton
El hermoso testimonio de fortaleza y de perdón de los mártires es suelo fecundo de vida y de santidad
En la Albania comunista tuvo lugar probablemente la mayor persecución de la Iglesia católica en el siglo XX. «Nunca antes había conocido la historia algo como lo acontecido en Albania… Vuestra experiencia de muerte y resurrección -les decía a los albaneses san Juan Pablo II- pertenece a toda la Iglesia y al mundo entero».
De hecho, el dictador comunista Enver Hoxha, en 1968, convirtió Albania en el primero y, hasta ahora, único país oficialmente ateo del planeta. El gobierno se propuso eliminar toda manifestación exterior de la fe sin detenerse ante nada.
Tras abolir todos los cultos religiosos, en Albania se destruyeron iglesias y mezquitas, mientras que a otras se les dieron los más diversos usos. Incluso se llegaron a prohibir los nombres cristianos, aunque los niños se llamaban en la escuela por el nombre secular y en casa por el de bautismo.
En noviembre de 2016 fueron beatificados 38 mártires católicos asesinados por el feroz régimen comunista. Los 38 beatos –dos arzobispos, 21 sacerdotes, 7 franciscanos, 3 jesuitas, 4 laicos y un seminarista– fueron asesinados entre los años 1945 y 1974, y no todos eran albaneses, sino que dos procedían de Alemania y uno de Italia. Forman parte de los alrededor de 130 sacerdotes católicos que fueron ejecutados o murieron tras ser torturados en las cárceles comunistas albanesas hasta 1991 acusados de ser “espías” del Vaticano.
Durante la ceremonia, el cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, explicó cómo muchos, ante la “tormenta de humillaciones y de sangre se preguntaban dónde estaba Dios. Pero fueron los propios mártires los que respondieron que el Señor estaba con ellos”.
Ahora nos llega este valioso libro que nos explica la vida y vicisitudes de todos aquellos beatos y de algunos otros que sufrieron por la fe en aquellas tierras. Los primeros cristianos hacían circular por el Imperio romano las Actas y las Pasiones de sus mártires. Era una forma excelente de edificar la Iglesia. Lo mismo quieren hacer estas páginas. El hermoso testimonio de fortaleza y de perdón de los mártires es suelo fecundo de vida y de santidad.