“APPIA LONGARUM TERITUR REGINA VIARUM” | (La vía Apia es conocida comúnmente como la reina de las grandes calzadas romanas) |
Con la nueva carretera se buscaba mejorar las comunicaciones entre Roma y Capua, de manera que las legiones romanas pudiesen desplazarse con mayor rapidez a lo largo de los ciento noventa y cinco kilómetros que separan las dos ciudades. Con el pasar delos años fue objeto de varias ampliaciones, y en el siglo II a.C. su trazado llegaba ya hasta Brindisi, principal punto de conexión marítima con las provincias orientales, a más de quinientos kilómetros de la Urbe.
Cuatro siglos más tarde, el emperador Trajano realizó mejoras que permitieron la circulación de los carros, y la Via Appia se convirtió en una de las arterias económicas más importantes del Imperio. Popularmente era conocida como regina viarum (la reina de las vías), nombre merecido tanto por su longitud como por su extraordinaria belleza: a los lados de la calzada fueron surgiendo casas residenciales, templos y mausoleos, que añadían un toque de esplendor al sencillo encanto de la campiña romana. Era un buen preludio para quien iba a encontrarse con la majestuosidad de la Ciudad Eterna.
Via Appia ha sido escenario de algunos acontecimientos preciados para los cristianos. En los Hechos de los Apóstoles se narra que San Pablo entró en la Urbe por este camino: “Y así nos dirigimos a Roma. Los hermanos, al enterarse de nuestra llegada, vinieron desde allí a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Al verles, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimos” (Hch 28, 11-15).
San Pablo iba a comparecer ante el tribunal del César. Un grupo de cristianos salió a recibirle a Tres Tabernas, una estación de descanso para los viajeros a unos cincuenta kilómetros de la ciudad; y algunos recorrieron todavía otros doce más para llegar a Forum Appi, donde acababa el canal procedente de Terracita.
Es fácil imaginar la emoción de San Pablo, y muy gráfico el testimonio de cómo se querían los primeros cristianos y la veneración que tenían hacia los Apóstoles.
También sobre la Via Appia se encuentran las Catacumbas de San Sebastián y San Calixto, donde a partir del siglo II recibieron sepultura miles de cristianos, entre ellos numerosos mártires. Algunos, como el Papa Sixto II, y un grupo de sacerdotes y diáconos que le acompañaban mientras celebraba la Santa Misa, entregaron su vida allí mismo.
Más tarde, durante la Edad Media, se convirtió en una de las calzadas más transitadas por los romeros que peregrinaban a la Ciudad Eterna para rezar ante la tumba de San Pedro.
Por último, hay una piadosa tradición que relaciona al Príncipe de los Apóstoles con esta vía. A menos de un kilómetro de la Puerta de San Sebastián, una iglesia la conmemora: la del Quo vadis?
Según este antiguo relato, los cristianos de Roma, comenzada la persecución del año 64 d.C., rogaron a Pedro que huyera a otro lugar.Príncipe de los Apóstoles se dispuso para la marcha y partió de la ciudad en la madrugada de un día de verano. Poco después de cruzar la Porta Appia, vio a Jesús que venía a su encuentro Pedro le preguntó:
-¿A dónde vas, Señor?
-Voy Roma, para ser crucificado.
-Señor –dijo el Apóstol-, ¿vas a ser crucificado otra vez?
-Sí, Pedro, otra vez.
A continuación, Jesús desapareció y Pedro comprendió todo. Envuelto en la luz del amanecer, dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia Roma, donde no mucho después abrazaría el martirio.
Dice así el Catecismo en sus números 1345-1347:
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de san Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
«El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros [...] (San Justino, Apologia, 1, 67) y por todos los demás donde quiera que estén, [...] a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias, todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
[...] Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes» (San Justino, Apologia, 1, 65).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
— la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 ¿No se advierte aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos? En el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24, 30; cf. Lc 24, 13- 35).
Desde el principio, la Eucaristía ha tenido un papel central en la vida de los cristianos. Maravilla ver la fe y el cariño con el que tratan a Jesús en el Pan eucarístico. Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
En varios textos de los siglos I y II, vemos cómo va evolucionando y construyéndose la liturgia de la Iglesia. Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que se celebraba en el siglo I: lo podemos ver en la descripción del Santo Sacrificio que San Justino, en el año 155, hace al emperador Antonino Pío; o en la “Traditio Apostólica” de San Hipólito de comienzos del siglo III.
Egeria: la primera peregrina y escritora
En el siglo IV viajar por el mundo no era cosa de todos los días. Las dificultades del transporte y el tiempo que llevaba recorrer unos pocos kilómetros lo convertían en una actividad destinada únicamente a personas de espíritu viajero, o aquellas que viajaban por necesidad. Egeria no era una mujer común en su tiempo. Pero conozcamos sobre esta mujer.
En 1884, un investigador italiano, Gian Francesco Gamurrini, encontró un polvoriento manuscrito de la Biblioteca Della Confraternitá dei Laici, en Arezzo. En realidad son cartas escritas a unas “lejanas señoras y hermanas” describiendo su lejano viaje desde tierras lejanas hasta lugares bíblicos.
Se discutieron distintas hipótesis sobre la época e identidad de la mujer que había llevado a cabo este periplo. Fue en 1903 cuando el benedictino Don Mario Ferotín daba la clave final: la autora era una tal Etheria o Egeria, de la que no se conocía demasiado, pero que a partir de entonces se la conocerá, posiblemente, como la primera escritora española de nombre conocido y que quizás fuese monja (de edad ya madura) y su relato sería el primer libro español de viajes.
Es un diario redactado desde la piedad religiosa, en el mundo de finales del s. IV, cuando el Imperio Romano empezaba su decadencia, y que da parte de su valentía y curiosidad por ir a recorrer estos países casi cerrados, dando detallada descripción de lugares, personas, curiosidades y costumbres.
Sus cartas nos dan una buena idea de cómo se podía viajar en esa época, aparte de la forma imperial, desplazándose por las múltiples calzadas, lo que entonces se llamaba cursus publicus, es decir las vías que seguían las legiones; pernoctando en las ventas o mansiones, casa de postas que marcaban las etapas del viaje, ó acudiendo a la hospitalidad de los monasterios, y de cómo era el Oriente del siglo IV (El Sinaí, recuerdos bíblicos, Arabia, el monte Nebo, la ciudad de Melquisedec, Mesopotamia, Constantinopla...).
Esta viajera nació en lo que hoy es Galicia, España, durante la segunda mitad del siglo IV. Se desconocen lugar y circunstancias de su muerte.
"Allí por donde iba los monjes, sacerdotes y obispos la recibían, guiaban y acompañaban como si fuera una celebridad. No le faltaban facilidades para moverse libremente y cuando se adentraba por lugares que podían resultar peligrosos era escoltada por soldados. Los peregrinos cristianos como Egeria pudieron viajar a tan lejanas tierras gracias a la pax romana y a la red de calzadas del Imperio romano. Una red que cubría unos 80.000 kilómetros y atravesaba desde Escocia a Mesopotamia, del Atlántico al Mar Rojo, de los Alpes a los Balcanes, del Danubio al Sahara.
Este increíble trazado permitía llegar desde todos los rincones del Imperio hasta el corazón mismo de la metrópoli. Aunque eran viajes largos, costosos y muy duros, las personas de rango que como Egeria disponían de un salvoconducto o pasaporte -imprescindible en la época- tenían garantizada al menos su seguridad.
En una de sus cartas escrita en Arabia comenta a sus hermanas: « A partir de este punto despachamos a los soldados que nos habían brindado protección en nombre de la autoridad romana mientras nos estuvimos moviendo por parajes peligrosos. Pero ahora se trataba de la vía pública de Egipto, que atravesaba la ciudad de Arabia, y que va desde la Tebaida hasta Pelusio, por lo que no era necesario ya incomodar a los soldados.»"
Egeria es considerada la primera viajera y escritora de habla hispana. Era una mujer culta y muy rica de la región, que en aquellos días comprendía un territorio mucho más extenso que el que ocupa Galicia en la actualidad. Se le conocía como el extremo más occidental del mundo.
Sus datos personales todavía son cuestionados por los historiadores, pues ella habló poco de sí misma en sus escritos. No obstante, por las fechas y lugares que menciona, se infiere que perteneció a la familia del emperador Teodosio I. Se sabe también que fue abadesa de un convento, que tenía conocimientos de griego, literatura y geografía, y que fue querida y respetada por sus contemporáneos.
Su primer viaje fue a Jerusalén, motivado por su sed de conocimiento; prudentemente la cubrió con el paño de visita piadosa. La verdad es que quería conocer los llamados lugares santos pues deseaba comprobar los datos geográficos que se tenían sobre esa parte del mundo.
En su largo viaje (entre 381 y 384) fue escoltada y acompañada por personajes que encontraba en el camino, desde sacerdotes hasta altos militares, quienes consideraban un honor acompañarla. La chica no desperdició el tiempo y escribió un diario, Peregrinación o itinerario, en donde detalló los pormenores de su viaje, las cosas interesantes que encontraba y las costumbres de cada lugar.
En su viaje atravesó el sur de Galia (hoy Francia) y el norte de Italia; cruzó en barco el mar Adriático. Es seguro que llegó a Constantinopla en el año 381. De ahí partió a Jerusalén y visitó los alrededores: Jericó, Nazaret, Galilea, Cafarnaúm, describiendo meticulosamente templos y santuarios.
Egeria permaneció un tiempo en la zona, planeando otras expediciones. Su recia personalidad fue admirada por algunas personas y severamente criticada por otras, pues en aquella época ninguna mujer “de buena cuna” salía sola, ya no digamos de su país, ni siquiera de su pueblito. El viaje de Egeria fue un gesto de libertad soberana que retó a todo el mundo conocido.
Se sabe que la joven parte de Jerusalén hacia Egipto en 382, visita Alejandría y recorre Tebas por el río Nilo; regresa a Jerusalén y llega hasta el Mar Rojo, el Sinaí... Su pasión la lleva a establecer los lugares exactos de cada monasterio y santuario que encuentra en su camino.
En varios tramos de su recorrido tuvo que ser acompañada por soldados romanos pues eran parajes peligrosos, muy difíciles de transitar, con climas extremosos y habitados por bandas de ladrones.
Después de viajar durante más de tres años, Egeria emprende el regreso a su patria siguiendo otra ruta, para conocer distintos lugares. Va hacia Antioquia, pasa por Edesa y Mesopotamia, atraviesa el río Éufrates y el territorio de Siria. Quiso entrar a Persia pero se le impidió el ingreso, por lo que debió seguir hacia Constantinopla.
Aquí acaba el diario y el resto de su existencia es un misterio. Se cree que Egeria empezaba a sentirse enferma, pues en sus últimos escritos hace alusión a un gran cansancio y a su poca apetencia por alcanzar Galicia. Se desconoce si volvió a su patria. Algunos años más tarde se derrumbó el imperio romano y hubo gigantescas invasiones bárbaras, por lo que viajar se convirtió en un enorme peligro y las mujeres vivieron más encerradas que nunca.
Falta un mes para Navidad y los preparativos para poner el árbol navideño y decorar la Plaza de San Pedro en estas importantes fechas ya están en marcha.
El encendido del abeto rojo cedido por la diócesis de Concordia-Pordenone de 21 metros de altura tendrá lugar el 7 de diciembre. Las luces serán de bajo consumo para limitar el impacto ambiental, precisamente una de las mayores preocupaciones del Papa Francisco.
También ese día tendrá lugar la inauguración del pesebre, de 25 metros cuadrados que procede de la ciudad italiana de Jesolo. Este año, las esculturas estarán hechas de arena siguiendo la tradición de los Dolomitas.
Ambos lucirán en la Plaza hasta el 13 de enero de 2019, precisamente el día de la fiesta del Bautismo del Señor.
Fuente: Rome Reports.
En cambio, en el lago, aunque sus alrededores no son ajenos a estas variaciones, el paisaje se mantiene casi inalterado; su contemplación, que recrea la vistay relaja el espíritu, llena el alma de una sensación intraducible: el recuerdo de Jesús y el eco de sus palabras, que aún parecen resonar en estos parajes, hacen trascender el tiempo presente.
Se trata de un paraje situado a tres kilómetros al oeste de Cafarnaún, que se extiende por unas pocas hectáreas desde la orilla del lago tierra adentro, hacia las colinas que lo rodean. El nombre parece una derivación árabe del original bizantino Heptapegon, que significa en griego “siete fuentes”: se debe a los manantiales que existían entonces, y que siguen activos todavía hoy.
Según la tradición de los cristianos que habitaron aquella zona ininterrumpidamente desde los tiempos de Jesús, allí habría multiplicado los cinco panes y los dos peces para dar de comer a una multitud (Cfr. Mt 14, 13-21; Mc 6, 32-44; Lc 9, 12-17; Jn 6, 1-15); allí habría pronunciado el Discurso de la Montaña que comienza con las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 1-11; Lc 6, 17-26); y allí se habría aparecido a los Apóstoles después de resucitado, cuando propició la segunda pesca milagrosa y confirmó a san Pedro como primado de la Iglesia (Cfr. Jn 21, 1-23). Apenas unos cientos de metros separan los tres lugares donde se sitúan estos episodios de la vida del Señor.
Un texto atribuido a la peregrina Egeria, quien visitó Palestina en el siglo IV, nos ofrece un testimonio elocuente de la memoria cristiana sobre Tabgha: «no lejos de Cafarnaún se ven los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor. Allí, junto al mar se encuentra un terreno cubierto de hierba abundante y muchas palmeras y, junto al mismo lugar, siete fuentes manando de cada una de ellas agua abundante.
En este lugar el Señor sació una multitud con cinco panes y dos peces. La piedra sobre la cual Jesús depositó el pan ha sido convertida en un altar. Junto a las paredes de aquella iglesia pasa la vía pública, donde Mateo tenía su telonio. Sobre el monte vecino hay un lugar donde subió el Señor para pronunciar las Bienaventuranzas» (El texto aparece en el Liber de Locis Sanctis, escrito por el monje de Montecassino san Pedro Diácono en 1137).
Centraremos nuestra atención en el primer sitio enumerado por Egeria: «los peldaños de piedra sobre los cuales se sentó el Señor». Según esta tradición, se refieren al sitio desde el que Jesús habría indicado a los de la barca que echaran la red a su derecha, durante la aparición del Señor resucitado que narra san Juan al final de su evangelio: “Estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: —Voy a pescar. Le contestaron: —Nosotros también vamos contigo. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: —Muchachos, ¿tenéis algo de comer? —No —le contestaron. Él les dijo: —Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: —¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar.
Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo: —Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red.
Jesús les dijo: —Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos” (Jn 21, 2-14).
El relato de Egeria no afirma que existiera una iglesia en la orilla donde se apareció Jesús, pero un texto tardío -de los siglos X-XI- atribuye a la emperatriz santa Elena la construcción de un santuario dedicado a los Apóstoles en el lugar donde el Señor comió con ellos. Algunos documentos a partir del siglo IX lo denominan indistintamente ‘Mensa, Tabula Domini’, de los Doce Tronos o de los Carbones, nombres todos que rememoran aquel almuerzo.
Por un testimonio de la Edad Media, sabemos también que el templo estaba dedicado en particular al Príncipe de los Apóstoles: «al pie del monte está la iglesia de san Pedro, muy hermosa pero abandonada», afirma el peregrino Saewulfus en 1102 (Saewulfus, Relatio de peregrinatione ad Hierosolymam et Terram Sanctam). Tras diversas vicisitudes, fue definitivamente destruida en 1263.
La actual, levantada por los franciscanos en 1933 sobre los cimientos de la antigua capilla, se llama iglesia del Primado para recordar el sitio donde Jesús confirmó a Pedro como pastor supremo de la Iglesia: “Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle por segunda vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: -Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: -Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: -Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17).
Las investigaciones arqueológicas han confirmado que bajo la iglesia del Primado se encuentran restos de dos santuarios datados en los siglos IV y V.
Las investigaciones arqueológicas realizadas en 1969 han confirmado que bajo la iglesia del Primado se encuentran restos de dos santuarios más antiguos: del primero, datado a finales del siglo IV, quedan visibles algunos fragmentos de sus paredes con revoque blanco; el segundo, construido cien años más tarde en piedra basáltica, es reconocible en los muros perimetrales. Los dos tenían como centro una roca llamada por los peregrinos ‘Mensa Christi’, que sigue venerándose en la actualidad delante del altar como el sitio del almuerzo con los Apóstoles. Además, los escalones referidos por Egeria se pueden observar en el exterior, en el lado sur de la capilla, protegidos por una verja.
Comentando el diálogo entre Jesús y san Pedro que hemos considerado, san León Magno -romano pontífice entre los años 440 y 461- destacaba que la solicitud del Príncipe de los Apóstoles se extiende especialmente a sus sucesores: «en Pedro se robustece la fortaleza de todos, y de tal modo se ordena el auxilio de la gracia divina, que la firmeza que se confiere a Pedro por Cristo se da a los demás apóstoles por Pedro.
Por eso, después de la resurrección, el Señor, para manifestar la triple confesión del eterno amor, después de haber dado al bienaventurado apóstol Pedro las llaves del reino, con demostración llena de misterio, dice tres veces: apacienta mis ovejas. Esto lo hace sin duda ahora, y el piadoso pastor manda que se realice el mandato del Señor, confirmándonos con exhortaciones y rogando sin cesar por nosotros, para que no seamos vencidos por ninguna tentación.
Si realiza este cuidado de su piedad para con todo el pueblo de Dios, y en todo lugar, como se ha de creer, ¿cuánto más se dignará conceder su ayuda a nosotros, que inmediatamente fuimos instruidos por él, que estamos junto al sagrado lecho de su sueño, donde descansa la misma carne que presidió?» (San León Magno, Homilía en la fiesta de san Pedro Apóstol).
En el inicio de su pontificado, Benedicto XVI también se refirió a la misión de velar por la Iglesia que el Señor confió a Pedro y sus sucesores, y por tres veces pidió oraciones para ser fiel a su ministerio: «una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. "Apacienta mis ovejas", dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir.
Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor.
Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros» (Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005).
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El nombre Cafanaún es una palabra de origen semita, compuesta por kefar (pueblo) y Nahum (nombre de una persona). En la época de Jesús fue una de las ciudades más importantes situadas sobre el lago de Tiberiades.
Varios sucesos importantes de la vida de Jesús sucedieron aquí: la llamada de los discípulos, la curación de la suegra de Pedro, el milagro del paralítico, la curación del siervo del Centurión, laresurrección de la hija de Jairo, así como las primeras discusiones con los escribas y fariseos.
A mediados del siglo I d.C. se formó la comunidad de judeocristianos, llamados Nazarenos y conocidos en Cafarnaún como los Minim, nombre que los judíos daban a los herejes; ellos fueron los que conservaron la memoria de los lugares y tradiciones cristianas en Cafarnaún y otros lugares desde sus orígenes.
En el siglo V pasó a manos de una nueva comunidad de fieles no judíos, a quienes se debe la construcción la iglesia octogonal. En el siglo VII tanto la sinagoga como la iglesia octogonal bizantina fueron abandonadas, lo que sugiere que Cafarnaún estuvo ocupada por musulmanes durante los dos siglos previos a su abandono total, en el siglo IX.
DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS
En la investigación arqueológica se han encontrado restos de ocupación de la época en que empezó a extenderse la vida urbana, a comienzos del tercer milenio antes de Cristo. No se han encontrado restos de la Edad de Hierro, pero sí del periodo persa, helenístico, romano y bizantino, periodos de mayor expansión del poblado.
En 1838 comenzaron las excavaciones arqueológicas y en1894 las ruinas de la sinagoga y parte de su entorno fueronadquiridas por la Custodia de Tierra Santa, con lo que los franciscanos evitaron el destrozo de las ruinas por parte de los beduinos.
Las investigaciones arqueológicas tomaron un nuevo impulso en la primera década del siglo XX. En 1905 excavaron en la sinagoga los alemanes Kohl y Watzinger, labor continuada por el franciscano Wendelin von Menden; el franciscano Gaudencio Orfalicomenzó a descubrir la iglesia octogonal y a reconstruir la sinagoga.
Su identificación se basa en el conjunto de los datos proporcionados por las fuentes literarias y la arqueología. Fue construida a mediados del siglo I a.C. Se conserva prácticamente toda la planta, bastante amplia, con unos muros de hasta un metro de altura. De construcción irregular y sencilla, rústica, pero formando un bloque cerrado con una sola puerta exterior en el noreste. Los pavimentos estaban construidos a base de un lecho de piedras cubiertas con una capa de tierra apisonada.
Esta 1ª fase subsistió hasta el siglo IV, si bien desde el siglo I d.C. experimentó ciertos cambios al convertirse en un lugar de veneración y culto de la primera comunidad cristiana, lo que se llama iglesia doméstica: el pavimento de tierra se sustituyó por un revestimiento de mortero blanco, además de la decoración de las paredes con pintura.
Durante la 2ª fase la domus-ecclesia fue ampliada y reforzada por un gran arco central y se construyó un nuevo pavimento policromado y algunos muros se pintaron de nuevo. Todo el bloque de la antigua vivienda se aíslo del resto del poblado por un muro de 11 metros de perímetro con forma trapezoidal, con dos puertas al Norte y al Sur.
A esta fase se refiere Egeria cuando dice: “En Cafarnaún,la casa del príncipe de los apóstoles ha sido convertida en Iglesia, y sus paredes están como entonces”. Esto indica que lareforma respetó la estructura original primitiva.
En la investigación aparecieron gran cantidad de fragmentos con restos de dibujo policromo y cantidad de grafitos en griego, arameo, latín,…, que demuestran el carácter cristiano de la casa de Pedro. La 3ª fase se corresponde con la iglesia octogonal de mediados del siglo V, construida sobre la casa de Pedro.
Tenía un templete central sobre el lugar de culto de la fase anterior y un pórtico exterior abierto que la circundaba por cinco de sus lados. El extremo oriental terminaba en un arco y ábside dentro del cual pueden verse restos del baptisterio. El pavimento era de mosaico, destacando el del octógono interior, que representa un pavo real.
Se hallaba construida sobre una plataforma, lo que realzaba la blancura de sus piedras calcáreas, con unadecoración muy atrevida, alejada de los cánones del judaísmo, que la hacía resaltar con respecto a las casas de basalto oscuro, lo que la convertía en símbolo de la riqueza y prestigio de la ciudad.
El edificio, de estilo helenístico-romano, se componía de dos partes principales: la sala de oración, de planta rectangular y tres naves, orientada en dirección N-S, y un patio porticado al este, de planta trapezoidal.
Las naves se hallaban separadas por las filas de columnas que sostenían los muros perimetrales y una galería de las mismas dimensiones que el deambulatorio. No es ésta la sinagoga en la que predicó Jesús, como se ha afirmado muchas veces y no hay seguridad de que la sinagoga del siglo IV esté en el emplazamiento exacto de la sinagoga construida por el centurión en el siglo I.
Es discutida la funcionalidad de una pequeña sala exterior cuadrada adosada al muro, aunque parece claro que tenía una dependencia estrecha con la sinagoga. También se ha discutido sobre el origen de algunos juegos conservados en ciertas losas del patio, aunque hay motivos para pensar que son de origen árabe.
La investigación arqueológica parece haber zanjado la polémica sobre el origen de la sinagoga. La estratigrafía muestra que el edificio principal y la salita norte fueron construidos a finales del siglo IV. En cambio el patio oriental fue construido en una segunda fase, avanzado ya el siglo V. Cerca de la puerta de salida todavía pueden verse algunas piedras de la sinagoga con la Menorá o Candelabro de Siete Brazos y un militar de tiempos de Adriano.
Por Javier Alonso López. Biblista. Profesor de la IE University, Historia NG nº 142
En el año 70 d.C., las legiones romanas comandadas por Tito, el hijo del emperador Vespasiano, tomaron Jerusalén a sangre y fuego. Tras masacrar a sus habitantes y saquear y arrasar el templo de Salomón, Tito y sus lugartenientes creyeron haber aplastado definitivamente la gran rebelión judía contra su dominio, iniciada cuatro años antes. Quedaban tan sólo algunos reductos rebeldes, particularmente en tres fortalezas que se alzaban a orillas del mar Muerto. Dos de ellas, Maqueronte y Herodion, no tardaron en caer. Pero la tercera presentaría una encarnizada resistencia y obligaría a los romanos a organizar una de las mayores y más arduas operaciones de asedio de la historia de Roma.
Masada se encuentra sobre un promontorio rocoso que se alza 400 metros sobre el nivel del mar Muerto. El lugar había sido utilizado como fortaleza desde el siglo II a.C., pero fue Herodes el Grande, rey de Judea entre los años 37 y 4 a.C. y aliado de los romanos, quien la habilitó como una ciudadela regia, construyendo una muralla, una torre de defensa, almacenes, cisternas, cuarteles, arsenales y residencias para los miembros de la familia real. Desde el año 6 d.C. había estacionada allí una guarnición romana.
Al estallar la rebelión judía en 66 d.C., un grupo de rebeldes se apoderó de la plaza fuerte y eliminó a la guarnición romana. Dirigidos por un tal Menahem, y tras su muerte por su sobrino Eleazar ben Yair, pertenecían a un grupo de judíos radicales, los sicarios, denominados así por el puñal o sica que solían emplear. Los sicarios formaban parte a su vez de los zelotas, un movimiento que propugnaba el uso de la violencia para liberarse del yugo romano y acelerar la venida del Mesías. A ojos de los romanos, en cambio, los sicarios eran meros criminales que utilizaron la revuelta contra Roma como pretexto para sus abusos, según recogía Flavio Josefo, el principal cronista de la guerra. De hecho, pese a tomar Masada al principio de la guerra, los hombres de Eleazar ben Yair no combatieron contra los romanos, sino que se dedicaron a asolar la región del mar Muerto desde su base en Masada, protagonizando «hazañas» como el saqueo de la vecina población judía de Eingedi, donde mataron a setecientas personas.
La vida en una fortaleza
Durante los años de guerra contra Roma, los sicarios de Masada modificaron las construcciones de la fortaleza adaptándolas a sus necesidades y prácticas religiosas. Construyeron talleres o pequeñas viviendas separadas por tabiques, donde los arqueólogos han hallado utensilios de uso cotidiano como recipientes de piedra para la comida, ideales para evitar cualquier impureza ritual descrita en la ley judía. También se construyeron baños para abluciones rituales (en hebreo, mikvaot) y una panadería. En el vestuario de la casa de baños de Herodes se añadieron bancos y se instaló una bañera en una esquina.
Los rebeldes también adaptaron a sus necesidades la sinagoga, construyendo otro banco corrido, algo que sugiere la necesidad de dar cabida a muchas más personas de las que habían acogido estas construcciones en origen, cuando sirvieron únicamente para el rey, su familia y algunos cortesanos. En las excavaciones de la sinagoga se descubrieron fragmentos de cerámica (ostraca) con la inscripción «diezmo de los sacerdotes», lo que significa que se preocuparon de pagar el impuesto debido al templo de Jerusalén, así como una geniza, un hoyo excavado en la tierra para albergar los textos sagrados que, por su estado de deterioro, ya no fuesen aptos para el culto. Todo ello indica que los sicarios eran fervientes cumplidores de la Ley de Moisés, aunque en una versión radical que, a su modo de ver, les autorizaba a quitar la vida tanto a cualquier enemigo de Israel como a los compatriotas que no cumplieran sus exigencias de fidelidad a la Ley.
A lo largo de la guerra, Masada fue acogiendo a una multitud de judíos que huían de la destrucción que ya se extendía por todo el país. Además de los sicarios, las excavaciones han sacado a la luz restos que demuestran que en la cumbre de Masada se refugiaron samaritanos (una comunidad de ascendencia judía tachada de impura por los judíos) así como esenios, secta ascética judía que poseía una comunidad en Qumrán, no lejos de Masada. La vida interna de los esenios en Qumrán se organizó en diez zonas, cada una de ellas al mando de un jefe. El descubrimiento de unos ostraca que consignan el reparto del pan en diez secciones nos ha permitido conocer el nombre de otros líderes rebeldes aparte de Eleazar ben Yair, como Yehohanán, Simón, Yerahemeyah, Bar Levi, Talmai, Peliah o Dositeo.
Comienza el asedio
A comienzos del año 73 d.C., Flavio Silva, comandante de la Legio X Fretensis, se dispuso a enfrentarse con los rebeldes de Masada. Habían pasado ya tres años desde la caída de Jerusalén, tardanza tanto más sorprendente cuanto que si los romanos se pusieron en marcha fue más por consideraciones económicas que militares, pues los rebeldes de Masada ponían en peligro el negocio de las plantaciones de bálsamo de la vecina Eingedi, enormemente lucrativo –según Plinio el Viejo, el comercio de perfumes de Judea produjo la enorme suma de 800.000 sestercios durante los cinco años de guerra–, y a los romanos no les convenía perder esta importante fuente de ingresos.
El cerco de Masada planteaba numerosas dificultades. Los romanos debían traer el agua desde Eingedi, a varios kilómetros de distancia, y los víveres desde Jericó o Jerusalén, pues en la depresión del mar Muerto, a 400 metros por debajo del nivel del mar, las temperaturas de hasta 50 ºC en verano y las heladas en invierno impedían practicar la agricultura. En cambio, en la cima de Masada el clima era más benigno y los asediados contaban con depósitos de agua, provisiones y armas. Animados por un espíritu indómito, los sicarios estaban dispuestos a defenderse hasta el final. El general romano lo sabía y por ello organizó un gran operativo de asedio, decidido a evitar que prendiese de nuevo la llama de la rebelión.
Silva hizo construir una muralla que rodeaba todo el promontorio, con torres de vigilancia a intervalos, y desplegó un total de ocho campamentos que debían servir no sólo como cuartel, sino también para evitar fugas de los sitiados y defenderse frente a incursiones exteriores.
A continuación mandó construir una rampa por el lado oeste, el de menor desnivel, de apenas cien metros. En las obras, que duraron siete meses, se empleó a judíos apresados durante la guerra. Una vez terminada la rampa, se construyó en su cima una plataforma sobre la que se instaló una torre de asalto.
Inmolación colectiva
Iniciado el ataque, los romanos lograron derribar un tramo de la muralla mediante los golpes de su ariete, pero los defensores lograron cerrar la brecha con maderas y piedras. Flavio Josefo cuenta que entonces se produjo un incendio seguido de un cambio de dirección del viento que, por un instante, amenazó la integridad de la torre romana. Aquel día no cayó Masada, pero tanto romanos como judíos sabían que era cuestión de tiempo. Según el mismo autor, por la noche Eleazar ben Yair pronunció un discurso con el que persuadió a los defensores de Masada de que lo mejor era quitarse la vida para ahorrarse el oprobio de verse humillados por los romanos. Puestos todos de acuerdo, quemaron sus posesiones y víveres, aunque respetando una parte para dejar claro que no morían por falta de abastecimiento. Luego, puesto que la ley judía prohíbe el suicidio, cada hombre se encargó de dar muerte a su esposa e hijos. A continuación, sortearon diez hombres que dieron muerte al resto y, por último, uno de ellos mató a los otros nueve antes de, éste sí, suicidarse. Cuando al día siguiente los romanos entraron en Masada se encontraron con una montaña de más de 950 cadáveres y sólo siete supervivientes: dos ancianas y cinco niños que se habían escondido y que contaron lo que había ocurrido en la cumbre de Masada durante el asedio.
Sin embargo, en los últimos años las investigaciones arqueológicas han cuestionado la exactitud del relato de Flavio Josefo. Por una parte, la arqueología no ha conseguido confirmar que en Masada tuviera lugar un suicidio colectivo. Por otra, pese a algunos restos de combates localizados junto a la rampa, hay quien afirma que ésta nunca se terminó y, por tanto, nunca estuvo operativa, lo que desmentiría la escena del combate en torno a la torre y el ariete el día anterior a la caída de Masada.
Como quiera que fuese, Masada acabó en manos romanas y el recuerdo de los sicarios de Eleazar ben Yair se diluyó en las páginas de los libros de historia. Para conmemorar la victoria, Roma acuñó una moneda con la leyenda Iudaea capta, con la imagen de un general en postura desafiante, una palmera (símbolo del país) y una mujer sentada y llorando. El recuerdo de Masada se perdió durante casi mil novecientos años, hasta que su «redescubrimiento» a mediados del siglo XX la convirtió en símbolo de la tenacidad judía por conservar la independencia y la libertad.
La violencia en México sigue en aumento y los miembros del clero no están al margen de esta realidad. En lo que va de 2018 son ya 7 presbíteros asesinados, pero también se han dado casos de secuestro, ataques violentos contra templos e atentados con explosivos. En el anterior sexenio presidencial de Felipe Calderón fueron 17 los sacerdotes asesinados, en el actual sexenio de Enrique Peña Nieto la cifra ha aumentado alarmantemente a 26.
“No existe una causa única, pero en los casos analizados sí vemos un modus operandi de extorsión, secuestro, asesinato y más tarde difamación de la figura del sacerdote, desacralizandola”, afirma el padre Omar Sotelo, director del Centro Católico Multimedial, una agencia de noticias especializada en el seguimiento de ataques contra la Iglesia en México. “Cuando se asesina a un sacerdote se está lanzando el mensaje de que si puedo matar a un cura entonces puedo matar a cualquiera. Se consigue así desestabilizar a la comunidad y generar una cultura del silencio que hace que los cárteles de la droga y el crimen organizado campen a sus anchas”.
Los secuestros y asesinatos no son una novedad en México, aunque en los últimos años crece la opinión pública sobre este tema y se pide a las autoridades civiles que tomen medidas si no quieren perder del todo la credibilidad por parte de la sociedad.
“Llevamos así 15 años y los ataques comenzaron hace 25, con el asesinato de Mons. Posadas, arzobispo de Guadalajara que fue asesinado por su oposición a las mafias de la droga”, asegura Julieta Appendini, directora de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, “no es que los sacerdotes sean un blanco más fácil. Según las investigaciones, el 80% de los casos asesinato eran sacerdotes de áreas rurales, muy comprometidos con el desarrollo y que hacían oposición fuerte al crimen organizado”.
Otro caso reciente ha sido el ataque a la casa del cardenal Norberto Ribera, arzobispo emérito de Ciudad de México, el pasado mes de octubre. Un comando armado intentó entrar en el edificio pero la seguridad del cardenal consiguió evitar el ataque, resultado muerto uno de los agentes de seguridad. “Aún es pronto para relacionar este caso con los ataques a sacerdotes pero el uso tan fuerte de la violencia nos hace pensar en ello”, reconoce el padre Sotelo que asegura que a pesar de tantos casos no se puede hablar de una persecución religiosa en México, como hubo a principios del siglo XX.
Sotelo conecta estos ataques con el asalto a iglesias y robo de objetos sagrados, una práctica también en aumento en el país: “Hay que tomar más medidas de seguridad, pero la raíz del problema va más al fondo. No solo los sacerdotes sufren la violencia, también periodistas, empresarios, la gente normal que van en autobús a su casa y son asaltado. Los feminicidios también han aumentado en el país, todos debemos ser corresponsables en levantar la denuncia y mejorar la seguridad por parte de las autoridades.”
“Hago un llamamiento al gobierno italiano para que ayude a mi familia y a mí a salir de Pakistán”. Esta es la dramática súplica que Ashiq Masih, el esposo de Asia Bibi, he hecho por teléfono a Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
Mientras su esposa permanece en la cárcel esperando ser puesta en libertad, la familia vive atemorizada. Las protestas de los fundamentalistas que continúan exigiendo su ejecución han obligado a los familiares de Asia Bibi a confinarse en un lugar seguro. En los últimos días, Saif ul-Malook, el abogado defensor de Asia Bibi, se ha visto obligado a abandonar el país.
“Estamos extremadamente preocupados porque nuestras vidas están en peligro”, dijo el esposo de Asia Bibi a ACN. “Ya no tenemos nada que comer, porque no podemos salir de la casa para comprar alimentos”.
Por esta razón, Ashiq le pide al gobierno italiano que les conceda asilo y, sobre todo, que les ayude a salir del país. Al mismo tiempo, invita a los medios de comunicación y a la comunidad internacional a continuar hablando sobre la situación de su esposa. “Porque es precisamente esta atención lo que ha mantenido a Asia viva hasta la fecha. Agradezco a ACN, en particular por brindarnos la oportunidad de hablar al mundo a través de la invitación a asistir al "Coliseo Rojo"
Efectivamente, nos encontramos con factores extrínsecos y con factores intrínsecos al propio cristianismo. Entre los primeros se puede decir que el cristianismo se beneficia de los elementos que cohesionaban el Imperio Romano, a partir de Augusto.
En primer lugar, hemos de mencionar la paz que establece este emperador, apoyada por treinta legiones que protegen las fronteras de sus vastos dominios. Después, podemos aludir a la facilidad de comunicaciones que unía los territorios más alejados con el corazón del Imperio. Una excelente red de calzadas terrestres unida al Mar Mediterráneo, al que llamaban Mare nostrum, constituía una especie de inmensa autopista que comunicaba entre sí los grandes centros comerciales de la época.
Otro factor muy valioso fue la lengua griega en versión popular, el griego de la koiné, que era como el inglés en la actualidad, y permitía circular y hacerse comprender en todos los centros urbanos de la oikumene. Es verdad que en algún caso particular los evangelizadores cristianos tuvieron que usar “un dialecto bárbaro”, como hizo S. Ireneo de Lyon para evangelizar a los galos, pero esto era menos frecuente.
Con todo, el motor principal de la expansión cristiana es el dinamismo que se encuentra ínsito en el mismo mensaje cristiano. Así pues, del interior del mismo mensaje saldrían esos factores intrínsecos.
Sin dudarlo le diría que el punto de arranque es la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Piense que en ese día, tras la predicación de S. Pedro, se convierten tres mil de sus oyentes. Es decir, el mero hecho de la conversión lleva consigo compartir el don recibido con otras personas más cercanas.
Tal vez, sin exagerar, se podría afirmar que en estas primeras etapas de la vida cristiana hay tantos apóstoles como fieles. La predicación se extiende ella sola casi por todas partes, la mayor parte de las veces, por la actividad de gentes desconocidas. El impulso interior de hacer partícipes a otras personas de la fe cristiana era y es una consecuencia inmediata de la recepción del bautismo.
Tenemos un testimonio muy expresivo de esto que decimos en un tratado que escribe S.Cipriano, a mediados del siglo III, dirigido a un amigo suyo pagano de nombre Demetriano, en el que le cuenta su propia experiencia de conversión, las dificultades y dudas que hubo de superar y cómo cambió su vida totalmente al recibir el bautismo. Dirá con toda sencillez: “al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso… y comprobé que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo” (Ad Demetrianum, 4).
En absoluto. En los escritos del Nuevo Testamento aparecen destacadas las actuaciones de algunos Apóstoles, como S. Pedro, S. Pablo y S. Juan, pero también se menciona a una multitud de fieles, cuyos nombres han llegado hasta nosotros.
En la Didaché, que es un escrito cristiano de finales del siglo I, se habla de unos cristianos corrientes que llevan una vida itinerante, de ciudad en ciudad, comunicando el mensaje de Jesús a todo aquel que quisiera oírles.
De estos cristianos nos hablará también Orígenes en el siglo III, cuando escribe: “Los cristianos no desaprovechan nada de lo que está en su mano para extender su doctrina en el universo entero. Para conseguirlo los hay que se han dedicado a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios” (Contra Celso, III, 9).
Es decir, como ya hemos indicado anteriormente, todos los fieles se sienten llamados a realizar una tarea apostólica, aunque algunos se comprometían más especialmente a llevarla a cabo.
Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Lo que llama más la atención es la coherencia de su vida, justamente la antítesis de lo que actualmente se considera como “lo políticamente correcto”. Tenga usted en cuenta que el ambiente cultural-religioso de la época era muy sincrético y relativista, especialmente en el siglo II, en el que muchos paganos vivían una especie de religión a la carta. El contraste con la vivencia cristiana era muy fuerte y los apologistas cristianos subrayan esta coherencia.
Podemos traer a colación lo que dice Atenágoras para salir al paso de una calumnia contra los cristianos que los acusaban de asesinato y antropofagia: “¿Cómo podemos matar, los que ni siquiera queremos ver matar [alusión a la crueldad de los combates del Coloseo] para no mancharnos con tal impureza? Al contrario, nosotros afirmamos que los que practican el aborto cometen homicidio y habrán de dar cuenta a Dios del aborto…Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y acordes con nosotros mismos” (ATENÁGORAS, Leg., 35).
La ejemplaridad en vivir las virtudes cristianas, sobre todo la caridad, tiene sin duda una gran fuerza de atracción, que es detectada por los paganos. A ella alude Tertuliano en su célebre Apologeticum cuando escribe: “Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros, lo que nos atrae la odiosidad de algunos, pues dicen ‘Mira como se aman’, mientras ellos sólo se odian entre sí” (TERTULIANO, Apologeticum, XXXIX, 1-7).
Esta cuestión requeriría bastante más espacio del que disponemos en este momento para una entrevista. Detrás de las persecuciones romanas contra el cristianismo se esconde toda una concepción de la ciudadanía política estrechamente unida a los dioses protectores de la ciudad y al culto al numen del emperador. Se puede decir que los cristianos no rinden ningún tipo de culto a unos dioses que son falsos por naturaleza, porque sólo admiten la existencia de un único Dios.
Pero, si volvemos al tema de la coherencia cristiana, nos encontraremos que el martirio es el supremo testimonio que puede dar un cristiano. Y qué duda cabe que ese testimonio tendrá también un valor de ejemplaridad, que moverá a otros a hacerse cristianos.
Este será el caso de un soldado, llamado Basílides, que acompañó a la ejecución a una cristiana, de nombre Potamiena, que mostró hacia ella una mayor compasión y humanidad ante las insolencias del populacho. Y ella en agradecimiento le dijo que pediría al Señor por su conversión, cosa que aconteció unos días más tarde. Al declararse cristiano, fue denunciado y condenado a muerte. (EUSEBIO DE CESAREA, Historia eclesiástica, VI, 5, 3-6).
Domingo Ramos-Lissón
Especialista en Historia de la Antigüedad Cristiana.
de la Universidad de Navarra