Efectivamente, nos encontramos con factores extrínsecos y con factores intrínsecos al propio cristianismo. Entre los primeros se puede decir que el cristianismo se beneficia de los elementos que cohesionaban el Imperio Romano, a partir de Augusto.
En primer lugar, hemos de mencionar la paz que establece este emperador, apoyada por treinta legiones que protegen las fronteras de sus vastos dominios. Después, podemos aludir a la facilidad de comunicaciones que unía los territorios más alejados con el corazón del Imperio. Una excelente red de calzadas terrestres unida al Mar Mediterráneo, al que llamaban Mare nostrum, constituía una especie de inmensa autopista que comunicaba entre sí los grandes centros comerciales de la época.
Otro factor muy valioso fue la lengua griega en versión popular, el griego de la koiné, que era como el inglés en la actualidad, y permitía circular y hacerse comprender en todos los centros urbanos de la oikumene. Es verdad que en algún caso particular los evangelizadores cristianos tuvieron que usar “un dialecto bárbaro”, como hizo S. Ireneo de Lyon para evangelizar a los galos, pero esto era menos frecuente.
Con todo, el motor principal de la expansión cristiana es el dinamismo que se encuentra ínsito en el mismo mensaje cristiano. Así pues, del interior del mismo mensaje saldrían esos factores intrínsecos.
Sin dudarlo le diría que el punto de arranque es la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Piense que en ese día, tras la predicación de S. Pedro, se convierten tres mil de sus oyentes. Es decir, el mero hecho de la conversión lleva consigo compartir el don recibido con otras personas más cercanas.
Tal vez, sin exagerar, se podría afirmar que en estas primeras etapas de la vida cristiana hay tantos apóstoles como fieles. La predicación se extiende ella sola casi por todas partes, la mayor parte de las veces, por la actividad de gentes desconocidas. El impulso interior de hacer partícipes a otras personas de la fe cristiana era y es una consecuencia inmediata de la recepción del bautismo.
Tenemos un testimonio muy expresivo de esto que decimos en un tratado que escribe S.Cipriano, a mediados del siglo III, dirigido a un amigo suyo pagano de nombre Demetriano, en el que le cuenta su propia experiencia de conversión, las dificultades y dudas que hubo de superar y cómo cambió su vida totalmente al recibir el bautismo. Dirá con toda sencillez: “al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso… y comprobé que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo” (Ad Demetrianum, 4).
En absoluto. En los escritos del Nuevo Testamento aparecen destacadas las actuaciones de algunos Apóstoles, como S. Pedro, S. Pablo y S. Juan, pero también se menciona a una multitud de fieles, cuyos nombres han llegado hasta nosotros.
En la Didaché, que es un escrito cristiano de finales del siglo I, se habla de unos cristianos corrientes que llevan una vida itinerante, de ciudad en ciudad, comunicando el mensaje de Jesús a todo aquel que quisiera oírles.
De estos cristianos nos hablará también Orígenes en el siglo III, cuando escribe: “Los cristianos no desaprovechan nada de lo que está en su mano para extender su doctrina en el universo entero. Para conseguirlo los hay que se han dedicado a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios” (Contra Celso, III, 9).
Es decir, como ya hemos indicado anteriormente, todos los fieles se sienten llamados a realizar una tarea apostólica, aunque algunos se comprometían más especialmente a llevarla a cabo.
Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Lo que llama más la atención es la coherencia de su vida, justamente la antítesis de lo que actualmente se considera como “lo políticamente correcto”. Tenga usted en cuenta que el ambiente cultural-religioso de la época era muy sincrético y relativista, especialmente en el siglo II, en el que muchos paganos vivían una especie de religión a la carta. El contraste con la vivencia cristiana era muy fuerte y los apologistas cristianos subrayan esta coherencia.
Podemos traer a colación lo que dice Atenágoras para salir al paso de una calumnia contra los cristianos que los acusaban de asesinato y antropofagia: “¿Cómo podemos matar, los que ni siquiera queremos ver matar [alusión a la crueldad de los combates del Coloseo] para no mancharnos con tal impureza? Al contrario, nosotros afirmamos que los que practican el aborto cometen homicidio y habrán de dar cuenta a Dios del aborto…Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y acordes con nosotros mismos” (ATENÁGORAS, Leg., 35).
La ejemplaridad en vivir las virtudes cristianas, sobre todo la caridad, tiene sin duda una gran fuerza de atracción, que es detectada por los paganos. A ella alude Tertuliano en su célebre Apologeticum cuando escribe: “Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros, lo que nos atrae la odiosidad de algunos, pues dicen ‘Mira como se aman’, mientras ellos sólo se odian entre sí” (TERTULIANO, Apologeticum, XXXIX, 1-7).
Esta cuestión requeriría bastante más espacio del que disponemos en este momento para una entrevista. Detrás de las persecuciones romanas contra el cristianismo se esconde toda una concepción de la ciudadanía política estrechamente unida a los dioses protectores de la ciudad y al culto al numen del emperador. Se puede decir que los cristianos no rinden ningún tipo de culto a unos dioses que son falsos por naturaleza, porque sólo admiten la existencia de un único Dios.
Pero, si volvemos al tema de la coherencia cristiana, nos encontraremos que el martirio es el supremo testimonio que puede dar un cristiano. Y qué duda cabe que ese testimonio tendrá también un valor de ejemplaridad, que moverá a otros a hacerse cristianos.
Este será el caso de un soldado, llamado Basílides, que acompañó a la ejecución a una cristiana, de nombre Potamiena, que mostró hacia ella una mayor compasión y humanidad ante las insolencias del populacho. Y ella en agradecimiento le dijo que pediría al Señor por su conversión, cosa que aconteció unos días más tarde. Al declararse cristiano, fue denunciado y condenado a muerte. (EUSEBIO DE CESAREA, Historia eclesiástica, VI, 5, 3-6).
Domingo Ramos-Lissón
Especialista en Historia de la Antigüedad Cristiana.
de la Universidad de Navarra
Junto con los arqueólogos y conservacionistas de la Universidad de Haifa, el profesor Guy Bar-Oz, Yotam Tepper y Ravit Linn, el historiador del arte Maayan-Fanar participa en un proyecto de investigación interdisciplinario de varios años llamado Programa de investigación de bioarqueología bizantina del Negev, en el sitio del Patrimonio Mundial, Shivta. Su objetivo declarado es analizar “las razones del colapso de una sociedad compleja en una región ambientalmente marginal hace 1.500 años”.
Maayan-Fanar le dijo a The Times of Israel esta semana que durante una visita reciente a la Iglesia del Norte, una de las tres que había en el sitio, miró el ábside del baptisterio que estaba sobre ella e inmediatamente vio el rostro de Jesús mirándola.
“Estaba bajo el ábside en el lugar correcto en el momento adecuado. Es tan oculto, es imposible verlo, pero las condiciones de la luz eran las correctas”, dijo Maayan-Fanar.
En un artículo en la edición de agosto de la revista Antiquity, el equipo de investigación escribe que el rostro, establecido en una representación más amplia del bautismo de Jesús, es “la primera escena pre-iconoclasta de su bautismo que se encuentra en Tierra Santa”.
A diferencia de las túnicas sueltas y el cabello que generalmente se encuentran en las representaciones occidentales, el Jesús que se ve aquí es joven.
En el informe de Antiquity, los investigadores escriben: “A pesar de su condición fragmentaria, revela el rostro de un joven representado en la sección superior del ábside. La figura tiene el pelo corto y rizado, una cara prolongada, ojos grandes y una nariz alargada”.
“El rostro en esta pintura es un descubrimiento importante en sí mismo. Pertenece al esquema iconográfico de un Cristo de pelo corto, que estaba especialmente extendido en Egipto y en Siro-Palestina, pero que pasó del arte bizantino posterior. Los textos de principios del siglo sexto incluyen polémicas sobre la autenticidad de su apariencia visual, incluido su peinado. Sobre la base de la iconografía, estimamos que esta escena también se pintó en el siglo VI DEC”, escriben los autores.
Para los no entrenados, las débiles líneas captadas por su fotógrafo profesional, su esposo, Dror Maayan, se parecen a las débiles manchas de hierro que se encuentran a menudo después de una lluvia en el desierto. Como lo expresó el profesor James Davila, un erudito / bloguero bíblico, “Para mi ojo inexperto, la representación del nuevo muro de Jesús se ve como una de esas imágenes de ‘Jesús en un pedazo de pan tostado’ que afloran constantemente en Internet”.
La clave, sin embargo, es mirar los contornos con un ojo entrenado. En su publicación que incluye el artículo de Haaretz, Davila agregó: “Pero estoy seguro de que los historiadores del arte que miran el muro original pueden verlo mejor que yo”.
Para el artículo de Antiquity, Maayan-Fanar generó una reconstrucción a lápiz de la imagen en una fotografía de alta resolución tomada por su esposo. Con sus pautas, las manchas débiles se convierten en el retrato de un hombre joven.
Según Maayan-Fanar, hay pocas dudas. Ella dijo que el arte y la iconografía del cristianismo primitivo siguen patrones formulados bien conocidos. “Aquellos que conocen la iconografía del cristianismo primitivo pueden reconocer tal imagen incluso desde casi nada”, dijo.
La ubicación de la imagen, en el baptisterio donde aún permanecen restos de la cuenca bautismal de piedra en forma de cruz, aumenta su certeza. Maayan-Fanar también ha identificado una segunda figura más grande como Juan el Bautista. Esta combinación de un gran Juan el Bautista con un joven Jesús es común en el arte cristiano. “Las trazas de pintura a lo largo del ábside sugieren que estas caras eran parte de una escena más amplia, que podría contener figuras adicionales”, escriben los investigadores.
El descubrimiento de esta pintura es “extremadamente importante”, escriben. “Hasta ahora, es la única escena de bautismo de Jesús in situ hasta la fecha con seguridad, en la Tierra Santa pre-iconoclasta. Por lo tanto, puede iluminar la comunidad cristiana Bizantina de Shivta y el arte cristiano primitivo en toda la región”.
Alrededor del rostro de Jesús hay detalles adicionales en el centro de la escena, escondidos debajo de una acumulación de polvo y barro. Según los investigadores, la capa de suciedad ha protegido la pintura subyacente de un mayor deterioro.
El conservacionista Linn dijo que el equipo planea usar una variedad de técnicas y tecnologías para documentar la mayor cantidad de información posible sobre la pintura. El truco es ver lo invisible sin tocarlo ni causar un deterioro adicional. Lo que es revolucionario en el campo de la arqueología, dijo, es que gran parte de este trabajo ahora se puede hacer en el campo, en lugar de llevar muestras al laboratorio.
“Estamos tratando de obtener la mayor cantidad de información posible en el sitio, pero no hay mucho que seguir, estoy de acuerdo”, dijo Linn. Ella dijo que la identificación de la imagen como Jesús es mucho más que una “suposición erudita” basada en ejemplos paralelos que se encuentran en otras partes de la cristiandad primitiva.
El año pasado, el equipo publicó una imagen adicional de Jesús: una escena de la Transfiguración en la iglesia sureña de mediados del siglo IV de este sitio, que es solo uno de los dos ejemplos figurativos de la escena del período cristiano primitivo, según los investigadores.
La datación de la pintura de Jesús no se puede dar con un 100% de certeza, pero una inscripción tallada en el piso de la iglesia fecha la renovación de la estructura a 640 DEC. La pintura armenia indica que la iglesia no fue abandonada antes del siglo noveno. Usando imágenes de luminiscencia inducida visible (VIL), el equipo trazó un mapa de la distribución del pigmento azul egipcio en la pintura y descubrió destellos de luz que emanaban de los cuerpos de Jesús y otras figuras que se encontraron anteriormente.
“Aunque este motivo es una parte importante de la narrativa de la Transfiguración y aparece en la mayoría de las escenas representadas en otros lugares, no se había identificado previamente en esta pintura, ya que no era detectable por ninguna otra técnica de inspección”, escriben los investigadores.
Las imágenes de la parte superior del ábside revelan detalles muy importantes que son invisibles a simple vista y nunca se han detectado antes. Los números indican los rayos de luz. El contorno de los bloques de piedra se agregó para dar una mejor orientación donde los rayos y las figuras que se encuentran en el ábside (Ravit Linn, 2016).
Linn dijo que el plan de investigación y conservación para la nueva pintura encontrada este año en la iglesia del norte todavía está en formación. El equipo planea examinar cada bloque de piedra individualmente, y en conjunto. “Antes de hacer algo, necesitamos saber qué vamos a hacer y con qué”, dijo, y agregó que la imagen es solo una pequeña parte del proyecto de bioarqueología en curso, mucho más grande.
El proyecto se basa en el Instituto de Arqueología Zinman de la Universidad de Haifa y está dirigido por Bar-Oz, pero incluye científicos de una amplia gama de disciplinas. Publicaciones anteriores han destacado la agricultura del desierto y la cría de animales, así como otros descubrimientos arqueológicos.
“Shivta es el punto focal en nuestro proyecto en curso para explorar las fuerzas y procesos que permitieron que una floreciente sociedad urbana y agrícola floreciera durante el período bizantino en la árida región del Negev, así como para comprender los factores que llevaron a su declive”, escriben los investigadores.
Ubicada en lo profundo del desierto del Negev, Shivta fue colonizada, potencialmente por los nabateos nómadas, en el período romano temprano. Según los arqueólogos, “el asentamiento fue aparentemente establecido por primera vez por los nabateos en el siglo I DEC, antes de la anexión romana de la región (105/106 DEC)”. Las pocas indicaciones del asentamiento nabateo son solo un puñado de tiestos, que podría haber sido traído allí por otros durante el período romano, dijo Tepper.
La aldea alcanzó su punto máximo en un asentamiento ligeramente alejado de la aldea nabatea durante los tiempos bizantinos (siglos v. VI a VI). Finalmente, se abandonó poco después de su transición y transformación cultural en el período islámico temprano (mediados del siglo VII-mediados de los siglos VIII), solo para ser redescubierto por los arqueólogos de Tierra Santa en el siglo XIX, escribe el equipo de investigación en un informe reciente. “Estudio de la transición bizantina / temprana islámica en el Negev: las renovadas excavaciones Shivta, 2015-2016”.
Hubo excavaciones previas en el sitio, incluida una que “mostró brevemente” la cara de Jesús recientemente descubierta a fines de la década de 1920, escribe Maayan-Fanar en el artículo de la Antiquity de agosto. Pero la documentación de las excavaciones fue parcial, y el equipo de la Universidad de Haifa sintió que el campo estaba abierto para futuras investigaciones.
Curiosamente, quizás debido a la cadena de asentamientos multiculturales, existe una leyenda urbana que promueve el sitio como un centro para la convivencia interreligiosa. Esto no se confirma realmente a través de huellas arqueológicas, según los autores.
“La presencia de tres iglesias grandes indica que Shivta era una comunidad cristiana próspera. En comparación, la única mezquita es significativamente más pequeña que los monumentos anteriores, lo que apunta a una disminución de la población en el sitio”, escriben.
Al parecer, escriben, que aunque la mezquita está ubicada en el centro adyacente a la Iglesia del Sur y los reservorios públicos, hubo una fuerte disminución en la población de la aldea durante el período islámico temprano. De acuerdo con los hallazgos del equipo, estos primeros musulmanes se habrían encontrado principalmente “en estructuras bizantinas abandonadas y destruidas”, lo que podría indicar el reemplazo de la población, en lugar de la coexistencia.
La coexistencia, la agricultura e incluso el rostro de Jesús son solo algunas de las piezas de rompecabezas que examina el equipo multidisciplinario. “Continuamos la investigación y esperamos que haya muchos más proyectos interesantes en un futuro cercano”, dijo Linn.
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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de octubre de 2010
Así lo afirmó hoy el Papa Benedicto XVI, durante la audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro, y cuya tradicional catequesis dedicó a otra importante santa del siglo XIII, la princesa húngara Isabel de Turingia. Esta mujer, afirmó el Papa, fue “una de las mujeres de la Edad Media que suscitó mayor admiración”, por su piedad y su humildad, así como por su entrega a los pobres, a pesar de proceder de una rica y poderosa familia real.
Ya desde niña, fue comprometida con Ludovico, hijo del landgrave de Turingia, a quien le unió un amor sincero. Sin embargo, explicó el Papa, Isabel no se dejó llevar por el ambiente de la corte. Una vez, entrando en la iglesia en la fiesta de la Asunción, se quitó la corona, la depositó ante la cruz y permaneció postrada en el suelo con el rostro cubierto. Cuando una monja la desaprobó por ese gesto, ella respondió: "¿Cómo puedo yo, criatura miserable, seguir llevando una corona de dignidad terrena, cuando veo a mi Rey Jesucristo coronado de espinas?".
Esta coherencia de fe y vida se manifestaba también en la relación con sus súbditos, evitando utilizar su posición para conseguir favores. Éste, apuntó el Papa, supone “un verdadero ejemplo para todos aquellos que desempeñan cargos: el ejercicio de la autoridad, a todo nivel, debe vivirse como servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común”.
Ella en persona atendía a los pobres de su reino, algo que su marido admiraba. Fue un matrimonio feliz, explicó Benedicto XVI, “un claro testimonio de cómo la fe y el amor hacia Dios y hacia el prójimo refuerzan y hacen aún más profunda la unión matrimonial”.
Isabel y su esposo conocieron y apoyaron a los Frailes Menores. Posteriormente, cuando ella enviudó y fue despojada de sus bienes por la envidia de un familiar, hizo voto de pobreza en el espíritu franciscano. La princesa dedicó sus últimos años de vida a construir y trabajar en un hospital para los pobres, donde “intentaba siempre llevar a cabo los servicios más humildes y los trabajos repugnantes”.
“Ella se convirtió en lo que podríamos llamar una mujer consagrada en medio del mundo”, afirmó el Papa. “No es casualidad que sea patrona de la Orden Terciaria Regular de san Francisco y de la Orden Franciscana Seglar”.
Falleció tras unas fiebres, y era tal su fama de santidad, que el papa Gregorio IX la proclamó santa apenas cuatro años mas tarde.
Muchos, porque ellos eran una minoría entre paganos. Hoy en día nos pasa igual, no somos propiamente una minoría pero sí –perdón por el término un grupo “selecto”. Lo dijo en su momento el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI: los cristianos estamos inmersos en una sociedad pagana. Somos pocos los cristianos que tenemos una formación y tenemos que ir contracorriente. Por ejemplo, ahora con el tema de la píldora postcoito, somos muy pocos los que estamos en contra, defendiendo el valor de la vida.
Se trata de personas lejanas en el tiempo, pero muy próximas en sus circunstancias. Se movían en una sociedad pagana a la que tenían que convertir. Y nosotros, por lo menos en Europa, nos movemos en una sociedad laicista a la que hay que reconvertir.
Evidentemente la sangre de los primeros mártires fue una semilla importante para que fructificase el Evangelio, pero la conversión que abarcó naciones enteras, no se debe sólo a esa semilla, ni tan siquiera a la doctrina de los Padres de la Iglesia, sino a la inmensa mayoría de cristianos anónimos que con su palabra y, sobre todo, con su comportamiento, difundían el mensaje del Evangelio.
La realidad, como dice Tertuliano, era que los cristianos anónimos se encontraban, cada uno cumpliendo su función, en todos los estamentos de la sociedad.
La respuesta es evidente. Precisamente la incoherencia es lo que ahuyenta a la gente de la Iglesia. El que se dice católico, pero a su aire ¿a quién va a atraer? O aún peor, quien se considera católico porque de vez en cuando va a Misa, y su conducta personal poco tiene que ver con el mensaje del Evangelio, hace un flaco favor a la Iglesia.
Todos conocemos personas que dicen que perdieron la fe como consecuencia del mal ejemplo de alguien que se decía católico. A voces gritaría: ¡hacen falta cristianos coherentes, que vivan lo que predican, porque su mejor predicación será vivir acorde con el mensaje evangélico! Como decía Pablo VI , mucho más importante que los documentos son los testimonios vivos. El hombre contemporáneo escucha de mejor gana a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos”.
A mí San Pablo no es que me fascine, sino que leo a Holzner –el libro San Pablo, heraldo de Cristo de Josef Holzner y me quedo enteramente asombrado. Veo las grandes dificultades que tenía en sus viajes, y yo muchas veces me quejo por tener que hacer un viaje en coche de unas horas.
Todo esto, y no hablo ya de los azotes que le dieron los judíos y de los apedreamientos, lo hacía por la fe. Todas estas dificultades prueban la fe tan grande que tenía. Esa fe es la que lo llevaba a propagar el Evangelio a pesar de los muchos obstáculos que encontraba. Y así llegó a tantos sitios difundiendo el cristianismo, incluso yo creo que llegó a España, aunque se duda.
Me parece importantísimo. Porque la magnitud de su fe debe ser un ejemplo para nosotros, los cristianos de hoy en día.
Justamente estoy ahora trabajando en un libro sobre San Hermenegildo, a quien su padre lo manda matar por convertirse del arrianismo al cristianismo y sin embargo él no reniega de su fe. Es este ejemplo de valentía el que debemos tomar los cristianos en nuestra época.
San Hermenegildo, aunque no es propiamente de los primeros cristianos –es del siglo V, sí es uno de los primeros en España. En concreto, es el primer noble visigodo que se convierte del arrianismo al cristianismo a pesar de la prohibición de su padre el rey Leovigildo, que lo lleva al martirio.
Por su ejemplo su hermano Recaredo será el primer rey visigodo que se convierta al cristianismo. Porque los visigodos, que venían de Alemania, eran todos arrianos, y con Recaredo pasaron a ser cristianos.
Efectivamente, nos encontramos con factores extrínsecos y con factores intrínsecos al propio cristianismo. Entre los primeros se puede decir que el cristianismo se beneficia de los elementos que cohesionaban el Imperio Romano, a partir de Augusto. En primer lugar, hemos de mencionar la paz que establece este emperador, apoyada por treinta legiones que protegen las fronteras de sus vastos dominios. Después, podemos aludir a la facilidad de comunicaciones que unía los territorios más alejados con el corazón del Imperio. Una excelente red de calzadas terrestres unida al Mar Mediterráneo, al que llamaban Mare nostrum, constituía una especie de inmensa autopista que comunicaba entre sí los grandes centros comerciales de la época.
Otro factor muy valioso fue la lengua griega en versión popular, el griego de la koiné, que era como el inglés en la actualidad, y permitía circular y hacerse comprender en todos los centros urbanos de la oikumene. Es verdad que en algún caso particular los evangelizadores cristianos tuvieron que usar un dialecto bárbaro, como hizo S. Ireneo de Lyon para evangelizar a los galos, pero esto era menos frecuente.
Con todo, el motor principal de la expansión cristiana es el dinamismo que se encuentra ínsito en el mismo mensaje cristiano. Así pues, del interior del mismo mensaje saldrían esos factores intrínsecos.
Sin dudarlo le diría que el punto de arranque es la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Piense que en ese día, tras la predicación de S. Pedro, se convierten tres mil de sus oyentes. Es decir, el mero hecho de la conversión lleva consigo compartir el don recibido con otras personas más cercanas. Tal vez, sin exagerar, se podría afirmar que en estas primeras etapas de la vida cristiana hay tantos apóstoles como fieles. La predicación se extiende ella sola casi por todas partes, la mayor parte de las veces, por la actividad de gentes desconocidas.
El impulso interior de hacer partícipes a otras personas de la fe cristiana era y es una consecuencia inmediata de la recepción del bautismo. Tenemos un testimonio muy expresivo de esto que decimos en un tratado que escribe S. Cipriano, a mediados del siglo III, dirigido a un amigo suyo pagano de nombre Demetriano, en el que le cuenta su propia experiencia de conversión, las dificultades y dudas que hubo de superar y cómo cambió su vida totalmente al recibir el bautismo. Dirá con toda sencillez: al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso y comprobé que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo (Ad Demetrianum, 4).
En absoluto. En los escritos del Nuevo Testamento aparecen destacadas las actuaciones de algunos Apóstoles, como S. Pedro, S. Pablo y S. Juan, pero también se menciona a una multitud de fieles, cuyos nombres han llegado hasta nosotros.
En la Didaché, que es un escrito cristiano de finales del siglo I, se habla de unos cristianos corrientes que llevan una vida itinerante, de ciudad en ciudad, comunicando el mensaje de Jesús a todo aquel que quisiera oírles. De estos cristianos nos hablará también Orígenes en el siglo III, cuando escribe: Los cristianos no desaprovechan nada de lo que está en su mano para extender su doctrina en el universo entero. Para conseguirlo los hay que se han dedicado a ir de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, para llevar a los demás al servicio de Dios (Contra Celso, III, 9).
Es decir, como ya hemos indicado anteriormente, todos los fieles se sienten llamados a realizar una tarea apostólica, aunque algunos se comprometían más especialmente a llevarla a cabo.
Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Lo que llama más la atención es la coherencia de su vida, justamente la antítesis de lo que actualmente se considera como lo políticamente correcto. Tenga Vd. en cuenta que el ambiente cultural-religioso de la época era muy sincrético y relativista, especialmente en el siglo II, en el que muchos paganos vivían una especie de religión a la carta. El contraste con la vivencia cristiana era muy fuerte y los apologistas cristianos subrayanesta coherencia.
Podemos traer a colación lo que dice Atenágoras para salir al paso de una calumnia contra los cristianos que los acusaban de asesinato y antropofagia: ¿Cómo podemos matar, los que ni siquiera queremos ver matar [alusión a la crueldad de los combates del Coloseo] para no mancharnos con tal impureza? Al contrario, nosotros afirmamos que los que practican el aborto cometen homicidio y habrán de dar cuenta a Dios del aborto Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y acordes con nosotros mismos (Atenágoras, Leg., 35).
La ejemplaridad en vivir las virtudes cristianas, sobre todo la caridad, tiene sin duda una gran fuerza de atracción, que es detectada por los paganos. A ella alude Tertuliano en su célebre Apologeticum cuando escribe: Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros, lo que nos atrae la odiosidad de algunos, pues dicen Mira como se aman, mientras ellos sólo se odian entre sí (Tertuliano, Apologeticum, XXXIX, 1-7).
La respuesta requeriría bastante más espacio del que disponemos en este momento para una entrevista. Detrás de las persecuciones romanas contra el cristianismo se esconde toda una concepción de la ciudadanía política estrechamente unida a los dioses protectores de la ciudad y al culto al numen del emperador. Se puede decir que los cristianos no rinden ningún tipo de culto a unos dioses que son falsos por naturaleza, porque sólo admiten la existencia de un único Dios.
Pero, si volvemos al tema de la coherencia cristiana, nos encontraremos que el martirio es el supremo testimonio que puede dar un cristiano. Y qué duda cabe que ese testimonio tendrá también un valor de ejemplaridad, que moverá a otros a hacerse cristianos. Este será el caso de un soldado, llamado Basílides, que acompañó a la ejecución a una cristiana, de nombre Potamiena, que mostró hacia ella una mayor compasión y humanidad ante las insolencias del populacho. Y ella en agradecimiento le dijo que pediría al Señor por su conversión, cosa que aconteció unos días más tarde. Al declararse cristiano, fue denunciado y condenado a muerte. (Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, VI, 5, 3-6).
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La sangre [de los mártires] –escribía Tertuliano en el año 197 (Apol. 50)– es semilla de los cristianos». Y, en efecto, las persecuciones decretadas por diversos emperadores romanos, desde Nerón a Galerio, tuvieron un efecto contraproducente para el Imperio, que pretendía erradicar lo que entendía como una superstición dañina para el estado. Fue más bien el uso propagandístico de las persecuciones, sobre las que hay una encendida discusión historiográfica desde hace decenios, la que más contribuyó a capitalizar el martirio. Aunque no cabe dudar que lo hubo, conviene estudiar ante todo las fuentes jurídicas e históricas que permiten comprender sus dimensiones, más allá de la avalancha de literatura hagiográfica posterior, con muchas leyendas –como la de Sta. Catalina de Alejandría, por ejemplo– totalmente ahistóricas. Hay que tratar de relativizar los lugares comunes que los apologetas difundieron y establecieron como verdades incuestionables sobre la irracional crueldad del Imperio romano y sobre la muerte de decenas de miles de cristianos hasta la «conversión» y el famoso Edicto de 313 –otros tópicos muy disputados– de Constantino. Un ejemplo de este debate es el libro de R. González Salinero, «Las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano» (Signifer, Madrid), que pone en tela de juicio a fuentes como el citado Tertuliano o Eusebio de Cesarea y duda sobre los tópicos. Acaso el número total de martirizados sea mucho menor de lo estimado, según los expertos, y se reduzca a unas mil o dos mil personas.
Seguramente muchos cristianos se apartaron de la fe con tal de conservar su vida y sus bienes y el Estado romano no se ensañó por motivos religiosos y fanáticos, sino por temas de orden político y social: los cristianos eran un peligro para la religión de estado. Como muestran recientes debates sobre un posible fundamentalismo romano (el libro editado por Pedro Barceló, «Religiöser Fundamentalismus in der römischen Kaiserzeit»), el estado romano solo legisló agresivamente contra grupos religiosos que, como los maniqueos o los cristianos en época imperial –o los tíasos dionisíacos en época republicana–, suponían un peligro sociopolítico.
Pero no cabe dudar sobre la realidad histórica de las persecuciones en aquellos primeros siglos del cristianismo que fueron glosados por los historiadores eclesiásticos, como Lactancio, Eusebio o Sócrates. Pese al uso que se haría luego en leyendas áureas de muy dudosa historicidad y que, como el comercio de reliquias, se desarrollaron sobre todo a partir del establecimiento del cristianismo en religión oficial del Imperio, sobre todo a partir del siglo IV con Teodosio, puede afirmarse que la extrema crueldad de suplicios y ejecuciones dejaron una huella muy profunda en la historia antigua de las mentalidades. Es la época en la que, merced al cristianismo, el prestigio social de la santidad, de los pobres y los mártires había desplazado al de los grandes generales y también al de los oradores y filósofos. Con todo, la historia de las persecuciones es todo menos unívoca y ha de ser estudiada de forma muy matizada.
A ello viene a contribuir ahora una excelente monografía titulada «La ejecución de los Mártires cristianos en el Imperio Romano» (CEPOAT, Murcia).
Su autora es M.ª Amparo Mateo Donet, profesora de Historia Antigua en la Universidad de Valencia. Ella ha realizado una magnífica síntesis histórica y jurídica de los diversos castigos, suplicios y ejecuciones que se llevaron a cabo contra los cristianos. Comienza por estudiar con detalle la tradición de la pena capital en la prolija legislación romana, con especial énfasis en los procedimientos de ejecuciones comunes: la cruz, la cremación y la «damnatio ad bestias». El estudio de la muerte por crucifixión, que implicaba una brutal agonía, permite entender bien todo el profundo simbolismo que para los cristianos tuvo la «muerte de cruz» que sufrió el propio Cristo y en la que se resume gran parte de la teología del Dios hecho hombre para sufrir por los hombres.
Las ejecuciones usuales para los criminales condenados a muerte se utilizaron contra los cristianos por el mero hecho de serlo y no renegar de su fe, pero incluso en esta situación se notaba la fuerte estratificación social, en dos pirámides sociales y en «ordines» de la sociedad romana, pues, como se estudia también en el libro, los privilegiados tenían derecho legalmente a suplicios y ejecuciones especiales, muy notablemente la decapitación, que permitía ahorrar muchos sufrimientos, como es comprensible, o el exilio, entre otros castigos a quienes pertenecían al estamento militar.
A continuación se analizan las condenas con muerte indirecta y las ordalías, que dieron lugar a historias de santidad y martirio en la literatura hagiográfica. Había condenas a trabajos forzados, entre las primeras, a las minas o las galeras, que a menudo implicaban una muerte cierta, y otro tipo de castigos por precipitación, inmersión o por enterramiento en vida, entre otras muchos sofisticados suplicios que pretendían provocar la falta de fe de otros creyentes al ver que el Dios cristiano era incapaz de salvar a sus adeptos. El libro contiene unas buenas vistas a todo lo que se refiere a los aspectos legales de las ejecuciones de los cristianos, desde las medidas auxiliares en el desarrollo de los juicios a las penas complementarias, con un útil resumen de los puntos esenciales que el derecho romano establecía para los procesos a los mártires cristianos. Todo ello convierte a esta obra en un tratamiento completo y exhaustivo que, proporcionando un panorama de la investigación, viene casi a agotar la cuestión.
Al final queda pendiente una pregunta, la esencial y la que se hacen casi todos cuando sale este tema: ¿lograron estas persecuciones su propósito o, como decía Tertuliano, fomentaron la difusión de la «semilla» del cristianismo? Como apunta a lo largo de su ensayoesta investigadora, el resultado fue bastante ambivalente: «El martirio proporcionó a los cristianos una poderosa herramienta ideológica desde el momento en que el proceso genera una propaganda que crece y se difunde entre los creyentes y los posibles futuros creyentes, que impacta en la sociedad y ofrece un modelo de comportamiento. […]. ¿Consiguieron los Emperadores que el mensaje que intentaban transmitir calara en la población? Probablemente no, porque los martirios continuaron y el cristianismo se extendió. No obstante, en parte debió servirles para algo, puesto que también hubo muchos casos de apostasía y de ocultación» (pág. 243).
Así, puede entenderse que, con el pasar del tiempo, pese a los esfuerzos del estado romano en suprimir a lo que en principio fue un grupo minoritario, finalmente el cambio de las mentalidades y las transformaciones del final de la antigüedad conllevaran el definitivo triunfo del cristianismo.
Como Tertuliano, ya lo advertía la estupenda Epístola a Diogneto, una carta apologética del siglo II dirigida a un pagano, cuando el anónimo autor le pregunta: «¿No ves cómo los cristianos son arrojados a las fieras para obligarlos a renegar, y no son vencidos? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?» (7, 7-8). El cambio histórico acaso más radical de la antigüedad se estaba produciendo irremediablemente.
Se han recompuesto unos 800 escritos de entre varios miles de fragmentos, puesto que son muy pocos los documentos que han llegado completos. Hay fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, excepto de Ester, de muchos libros judíos no canónicos ya conocidos e incluso de otros hasta entonces desconocidos, y han aparecido un buen número de escritos propios del grupo sectario de esenios que se habían retirado al desierto.
Los documentosmás importantes sin duda son los textos de la Biblia. Hasta el descubrimiento de los textos de Qumrán, los manuscritos en hebreo más antiguos que poseíamos eran de los siglos IX-X d.C. por lo que cabía sospechar que en ellos se habrían mutilado, añadido o modificado palabras o frases incómodas de los originales. Con los nuevos descubrimientos se ha comprobado que los textos encontrados coinciden con los medievales, aunque son casi mil años anteriores, y que las pocas variantes que presentan coinciden en gran parte con algunas ya atestiguadas por la versión griega llamada de los Setenta o por el Pentateuco samaritano. Otros muchos documentos han contribuido a demostrar que había un modo de interpretar la Escritura (y las normas legales) diferente al habitual entre saduceos o fariseos.
Entre los textos de Qumrán no hay ningún texto del Nuevo Testamento ni ningún escrito cristiano. En algún momento se ha discutido si algunas palabras escritas en griego sobre dos pequeños fragmentos de papiro encontrados allí pertenecían al Nuevo Testamento, pero no lo parece. Fuera de eso, no había en esas cuevas ningún otro posible documento cristiano.
Tampoco parece que hubiera influencias de los textos judíos que han aparecido allí en el Nuevo Testamento. Hoy los especialistas están de acuerdo en que en el ámbito doctrinal Qumrán no influyó nada en los orígenes del cristianismo, pues el grupo del Mar Muerto era sectario, minoritario y apartado de la sociedad, mientras que Jesús y los primeros cristianos vivieron inmersos en la sociedad judía de su tiempo y dialogaron con ellos. Únicamente los documentos han servido para aclarar algunos términos o expresiones habituales en aquella época y que hoy resultaban difíciles de entender y comprender mejor el ambiente judío tan plural en que nació el cristianismo.
En la primera mitad de los noventa se propalaron dos formidables mitos que hoy están plenamente diluidos. Uno, que los manuscritos contenían doctrinas que contradecían o al judaísmo o al cristianismo y que, en consecuencia, el Gran Rabinato y el Vaticano se habían puesto de acuerdo para impedir su publicación. Ahora están publicados todos los documentos y es evidente que las dificultades de publicación no eran de orden religioso, sino de orden científico. El segundo es de mayor calado, porque se presentó con visos científicos: Una profesora de Sydney, Barbara Thiering y otro de la State University de California, Robert Eisenman, publicaron varios libros en los que comparando los documentos qumránicos con el Nuevo Testamento llegaron a la conclusión de que ambos están escritos en clave, que no dicen lo que dicen, sino que hay que descubrir su significado secreto. Sugieren que el Maestro de Justicia, fundador del grupo de Qumrán, habría sido Juan el Bautista y su oponente Jesús (según B. Thiering), o que el Maestro de Justicia habría sido Santiago y su oponente Pablo. Se basaban en que hay personajes mencionados con términos cuyo significado se nos escapa, tales como Maestro de Justicia, Sacerdote impío, el Mentiroso, el León furioso, los buscadores de interpretaciones fáciles, los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, la casa de la abominación, etc. Actualmente ningún especialista admite tales afirmaciones. Si no conocemos el alcance de esta terminología no es porque contenga doctrinas esotéricas. Es evidente que los contemporáneos de los qumranitas estaban familiarizados con estas expresiones y que los documentos del Mar Muerto, si bien contienen doctrinas y normas diferentes de las mantenidas por el judaísmo oficial, no tienen ninguna clave secreta ni esconden teorías inconfesables.
Bibliografía
Jean Poully, Los manuscritos del mar muerto y la comunidad de Qumrán, Verbo divino, Estella, 1980;
Florentino García Martínez – Julio Trebolle, Los hombres de Qumrán: literatura, estructura social y concepciones religiosas, Trotta, Madrid, 1993;
R. Riesner – H. D. Betz, Jesús, Qumrán y el Vaticano (Herder, Barcelona, 1992)
El P. Tom Uzhunnalil, sacerdote que estuvo secuestrado 18 meses a manos de terroristas musulmanes, afirmó que ha perdonado a los yihadistas y que si durante su cautiverio se mantuvo firme, “fue gracias a la oración de todas las personas que rezaron por mí”.
En una entrevista concedida a ACI Prensa, el sacerdote salesiano recordó la experiencia vivida en Yemen, cuando los terroristas lo secuestraron luego de asesinar a cuatro misioneras de la caridad y a los voluntarios que ayudaban a dirigir la residencia de ancianos que las religiosas llevaban en Adén.
Según explicó, la situación en los últimos días había mejorado en Yemen, donde había una gran confusión consecuencia de la primavera árabe. “Las iglesias en Yemen habían sido atacadas y vandalizadas, pero en los días anteriores a mi secuestro la situación se había estabilizado un poco”, recuerda.
Sin embargo, la mañana del 4 de marzo de 2016 cuando estaba rezando en la capilla de las Misioneras de la Caridad escuchó unos disparos en el exterior. Vio cómo asesinaban a cuatro de ellas.
El P. Tom fue secuestrado por una célula yihadista y asegura que no sufrió torturas físicas, pero sí psicológicas. “Me quitaron todo, aunque me daban un poco de agua y de comida”, recordó. Durante ese tiempo le cambiaron de ubicación unas cinco o seis veces, pero afirma que nunca supo la localización exacta de dónde estaba secuestrado.
En los 18 meses que estuvo secuestrado, el P. Tom se mantuvo firme con la oración. “Fue gracias a la oración de todas las personas que rezaron por mí que pude soportar lo vivido. No fue por mi fortaleza personal, sino por la oración de mis hermanos y hermanas en la fe”, asegura.
Sin embargo, el P. Tom también se apoyó especialmente en la oración durante esos duros momentos. “Todos los días rezaba el ángelus; tres o cuatro Rosarios; un Padrenuestro, Avemaría y Gloria por las hermanas fallecidas; la coronilla de la Misericordia meditaba el Vía Crucis y celebraba la Santa Misa de manera espiritual porque no tenía pan ni vino, pero decía las oraciones de memoria”, explicó.
“Rezaba por mis captores y agradecía a Dios la semilla de bondad que podían tener en sus corazones. Gracias a Dios no les guardo rencor ni odio”, aseguró.
Tras su liberación el 12 de septiembre de 2017, se encontró con el Papa Francisco, un momento que fue “tremendamente emotivo”. “Durante la reunión con el Papa lloré y le agradecí por las oraciones que él había rezado por mí y las que había pedido también que rezaran por mí”.
A todos los cristianos que sufren persecución en la actualidad, el P. Tom animó a mantenerse firmes en la oración y en la fe en Dios. “La oración es lo mejor que nos ha dado Dios y puede conseguirlo todo. Abandonado en la voluntad el Señor, durante mi secuestro le pedía al Señor que me liberaran pronto, pero también le pedía que me diera la gracia para llevar a cabo la misión que Él tenía pensada para mí”, recordó.
Actualmente vive en Bangalore (India) ya que Yemen está en guerra, sin embargo asegura que está dispuesto a volver al país “si esa es la voluntad de Dios”.
12 de noviembre
SAN MILLÁN DE LA COGOLLA
(+ ca 574)
Para contar sencillamente la vida de San Millán disponemos de un testimonio fidedigno, sin que esto quiera decir que no deba sometérsele por ello al análisis de la crítica histórica. San Braulio, obispo de Zaragoza, nos legó un opúsculo latino en el que relata la vida de San Millán. No sólo el prestigio del propio narrador ha de imponérsenos en este caso. Escribe a poca distancia de los hechos, "porque los venerables sacerdotes de las iglesias de Cristo. Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco crédito, nos contaron fielmente lo que vieron". A estos tres hay que agregar el testimonio "de la muy religiosa Potamia, de santa memoria". En la declaración de cuatro testigos respetables funda San Braulio la biografía de San Millán. De su narración difiere muy poco, siglos adelante, Gonzalo de Berceo, que en realidad traduce libremente al obispo de Zaragoza, dando una versión de nombres de lugares terminante y clara, por simple incorporación de lo que se admitía sin vacilar en su momento.
Como en esta localización residen algunos de los problemas históricos que se han discutido en torno de la vida de San Millán, optamos por narrar ésta primero, siguiendo a San Braulio y respetando la nomenclatura que él emplea. Y una vez recogido este fundamental testimonio, del que arranca todo lo que se ha escrito sobre San Millán, trataremos de esclarecer aquellos puntos históricos aludidos. Parece esto más hacedero y fácil de seguir por el lector que plantear a cada cita del nombre de un pueblo, de un castillo o de una montaña en el texto de San Braulio el problema de interpretación correspondiente.
Estamos en el siglo VI de la era cristiana y, con toda seguridad, en el primitivo territorio de la diócesis de Tarazona. España está dominada por los visigodos, es católica, y al final de la centuria lo será solemnemente en la persona de Recaredo. El rincón de la Rioja por donde el Ebro penetra desde Cantabria es el escenario de la vida de San Millán. Las discusiones, que veremos después, acerca del lugar del nacimiento del Santo no afectan al seguro hecho histórico de su larguísima permanencia en la Rioja.
Había "en aquel tiempo", pues no puede fijarse más que la época y no el año del nacimiento de San Millán, un pastor de ovejas como de veinte años, mancebo ejemplar y temeroso de Dios, que, entretenido en la guarda de su ganado en el mismo corazón de los montes, se acompañaba, como era costumbre pastoril, con una cítara, tratando de evitar así el mortal decaimiento del ánimo, fruto de una prolongada y honda soledad. Un día, a este pastor, llamado Millán (esto es, Emiliano; Aemiliani, dice el texto latino de San Braulio), "le vino un sueño del cielo", y se le despertó el alma con tanto ímpetu y con tan viva luz que determinó consagrarse, de todo en todo, a la vida sobrenatural, y partió en busca de las soledades del yermo, donde hacer vida de contemplación y santificación.
El lugar donde nació Millán, el pastor, se llamaba Vergegio, y cercanos a él se hallaban los montes y prados donde apacentaba el ganado. Al adoptar la determinación de consagrarse a la vida religiosa, Millán comprendió que no podía hacerlo sin someterse a la debida instrucción y guía, y para ello se dirigió a Bilibio, donde en un famoso castillo que guardaba una garganta del Ebro con tal fortaleza y eficacia que jamás los sarracenos se atrevieron con él, habitaba un monje llamado Felices, que gozaba fama de varón santísimo. A él se dirigió Millán, imploró y obtuvo su magisterio, y sujetándose a la severa disciplina que Felices le impuso, se abrió las puertas de la vida que deseaba emprender.
Fortalecido con esta enseñanza, provisto a la vez de reglas y de doctrina, Millán escogió un lugar próximo a Vergegio para vivir en soledad y oración, pero no le fue posible permanecer en él largo tiempo, porque entre sus convecinos y otros comarcanos corrió la fama de su santidad y confluían en masa a pedirle consejo y remedio. Deseoso entonces de asegurar la soledad que buscaba para su perfección, adentróse por la montaña, caminando hacia lo más elevado, intrincado y boscoso de ella, hasta llegar a lo más escondido del Distercio, que tal era el monte en el cual se encontraba. Allí, privado de toda compañía humana, expuesto a la dura inclemencia de nieves y huracanes, permaneció por espacio de cuarenta años, sostenido su cuerpo por las hierbas y frutos silvestres y el agua de los arroyos, y más que nada, por el temple del alma, entregada a Dios.
De este larguísimo plazo de vida en el yermo que dan como cierto los testimonios recogidos por San Braulio, tal vez no deba dudarse si se piensa que cupo ampliamente en la existencia de San Millán, el cual permaneció en este mundo por espacio de ciento un años. En cuanto a que lograse subsistir en las condiciones que implica un clima despiadado, hemos de pensar en el favor de Dios y en que, si sometido a tales condiciones logra alguien vivir cuatro años, puede, sin duda alguna, vivir los cuarenta. De las luchas y sacrificios de esta época, de las tentaciones que sufrió, de las asechanzas a las que el demonio le sometiese, dice con gran acierto San Braulio que "sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, lo experimentan en sí mismos".
El selvático aislamiento en el que Millán permanecía no fue obstáculo para que hasta él llegase algún peregrino y para que por el contorno se difundiese la fama de una santidad en la que creían todos. Esta fama, corriendo de boca en boca, fue a parar hasta los oídos de Didimo, por aquel entonces obispo de Tarazona. Teniendo jurisdicción sobre el áspero eremita por hallarse el lugar que había elegido para la oración en territorio de su diócesis, el obispo le envió mensaje para que se presentara a recibir las sagradas órdenes, pues deseaba que como sacerdote, y no como monje del yermo, diese pruebas de su activa virtud.
No se creía Millán apto para el desempeño de las tareas sacerdotales, al punto que dicen que al recibir el primer mensaje del obispo abrigó la idea de huirse más allá de los límites de la diócesis de Tarazona. Pero al fin pensó que debía obedecer y, una vez ordenado, se le confirió la parroquia de Vergegio, su pueblo natal. Allí prosiguió su ejemplar vida de privaciones y sacrificios, entregándose a dilatados ayunos y severas mortificaciones. Se afirma que siendo escasísimas sus letras, como era natural, pues no tuvo otra instrucción que la que le comunicara el monje Felices, los años de vida eremítica le habían proporcionado una sabiduría profunda, fruto de las meditaciones en la montaña, a solas con Dios.
Con todo, la etapa de San Millán como párroco de Vergegio había de terminar mal. Se propuso el Santo desterrar todo hábito de codicia en la casa del Señor y proclamó que la mejor administración posible de los bienes eclesiásticos era repartirlos entre los pobres. Así se lo propuso y así lo realizó en Vergegio, con gran escándalo de los otros clérigos, que, hechos al disfrute de diezmos y primicias, acabaron por querellarse ante el obispo Didimo, acusando a San Millán de malversación por el grave perjuicio que infería a los bienes de la Iglesia. Afirma San Braulio que el prelado se sentía envidioso del gran predicamento alcanzado por las excelsas virtudes que todos reconocían en San Millán, y dio oídos a la denuncia, ardió en cólera, increpó al Santo y le privó del curato que él mismo se había obstinado en concederle. San Millán sufrió los reproches con tranquila y humilde paciencia y se retiró al lugar que se conoce como su oratorio para continuar su vida de oración y penitencia.
A continuación veremos lo que la investigación histórica ha podido agregar al sencillo relato de San Braulio. Después de aludir a su retiro al oratorio, siendo ya hombre de más de ochenta años y hallándose enfermo de hidropesía, se nos da a entender que vivió asistido por algún presbítero; que dispuso de un caballejo, que en una ocasión le robaron, y que se rodeó de santas mujeres, vírgenes del Señor, que le cuidaban en los últimos tiempos de su extrema ancianidad. Parece que al cumplir los cien años tuvo aviso de su próxima muerte y que al llegar la hora llamó junto a sí al presbítero Aselo, que con él vivía, y, confesándose con él, entregó el alma a Dios.
Se atribuyen a San Millán gran número de milagros, que San Braulio refiere por lo menudo y Berceo reproduce, apoyándose en la tradición oral que transmitió hasta los nombres de las personas favorecidas. En realidad parece que la virtud milagrosa del Santo ejercióse principalmente en las curaciones de ciegos, tullidos y paralíticos, que a él acudían de todas partes, y en la expulsión de los demonios. A título de curiosidad, y por ser, indudablemente, el más legendario de todos los milagros de San Millán, la mayoría de los cuales entran en el orden de los que Dios ha obrado muchas veces por el intermedio de los santos, referiremos que en cierta ocasión el demonio le salió al camino y le retó a medir sus fuerzas con él, para lo cual tomaría el espíritu del mal forma y cuerpo tangibles. Hízolo así, pero salió malparado de la lucha, porque San Millán imploró el socorro de los ángeles, que le ayudaron a vencer. La leyenda medieval concreta en esta forma su admiración por el poderío que el Santo tuvo sobre el demonio.
La devoción a San Millán fue, evidentemente, muy viva en la alta Edad Media. Venerado entrañablemente en la manera que descubre el propio estilo del texto de San Braulio, fué, a partir del siglo xvi, después de la unidad española y de la existencia de una gramática castellana, objeto de ardientes controversias, nacidas de la interpretación de los viejos códices latinos y atizadas por el afán comarcal de apropiarse la pertenencia de un varón tan ilustre. Así se consiguió enturbiar el limpio arroyo de la tradición que Berceo había recogido y popularizado. Y eso que la autoridad de Gonzalo de Berceo en este caso debe valorarse en mucho por hallarse el poeta en el mismo punto de conjunción del latín vulgar con el castellano recién nacido y ofrecer por eso la mayor garantía de autenticidad en su nomenclatura, que él, por otra parte, no supone que pueda ponerse en tela de juicio.
Una breve síntesis de las polémicas servirá para aclararle al lector esa geografía de San Braulio, que ha de resultarle forzosamente obscura, con su Vergegio, con su Bilibio, con su monte Distercio... Recordemos que el Santo vive en el siglo vi y aun por una referencia de San Braulio puede colegirse que su muerte acaeció a no excesiva distancia del final del reinado de Leovigildo, lo cual, dada la longevidad del Santo, situaría su nacimiento en el último cuarto del siglo v. Las precisiones documentales que se poseen hoy sobre aquella época no son para darle alientos a ningún investigador.
En primer lugar ¿a qué pueblo de hoy corresponde el Vergegio en que el Santo nació? Lo único que sabemos seguro es que pertenecía a la diócesis de Tarazona. Para Gonzalo de Berceo no hay duda posible:
Cerca es de Cogolla de parte de Orient
dos leguas sobre Nagera al pie de Sant Lorent
el barrio de Berceo, Madriz la iaz present.
Inació Sant Millan, esto sin falliment.
Allí, en Berceo, nació San Millán, y sin duda alguna, lo que se corrobora más adelante en el poema, poniéndolo en boca del mismo Santo:
En Berceo fui nado, cerca es de Madriz,
Millón me puso nomne la mi buena nodriz.
Madriz, ya se ha entendido, es un lugar inmediato a Berceo. Pero quieren algunos aragoneses recabar para su tierra el nacimiento de San Millán, para lo cual reciben muy buena ayuda en el tomo 50 de la España Sagrada, donde el historiador don Vicente de la Fuente arguye que Vergegio es Verdejo, lugar de Aragón ya mencionado en el Fuero de Calatayud. Los argumentos de tipo lingüístico que parecían deponer en este caso a favor de Verdejo deponen, en realidad, a favor de Berceo, cuya afinidad con Vergegio es mucho más efectiva que la de Verdejo, tanto más cuanto que, remontándonos al mencionado Fuero de Calatayud, donde consta el nombre de Verdejo, lo vemos aparecer como Berdello, forma ya inadmisible como intermedia entre Vergegio y Verdejo. No olvidemos, por otra parte, que el padre Manuel Risco, en el tomo 33 de la España Sagrada, al tratar de los santos del obispado de Calahorra, deja de lado a San Millán, pues aunque nacido en Vereco, de la diócesis calagurritana "desde que los reyes de Navarra echaron los moros de toda esta provincia", perteneció en los siglos anteriores a la diócesis de Tarazona, como hallándose en territorio de la Celtiberia, "la cual se extendía por los montes Idubedas, que en aquella parte se dijeron Distercios".
No pudo el padre Risco, porque se lo impidió la muerte, ocuparse de San Millán, pero la nota a la que nos hemos referido es muy importante y no alcanzó don Vicente de la Fuente a refutarla. Puede darse por averiguado que Berceo perteneció a la diócesis de Tarazona antes de pasar a depender de Calahorra. Por otra parte, los primeros pasos de San Millán tienen una lógica mucho mayor si se considera que el Santo parte de Berceo y no de Verdejo. Se dirige, como nos ha dicho San Braulio, al castillo de Bilibio. ¿Dónde está Bilibio? Atrevidamente se quiso en el siglo xvi suponer que Bilibio pudiera ser Bilbilio, con lo cual se le asimilaba a Bílbilis (Calatayud). Pero esta forzadísima interpretación ha sido desechada unánimemente y se conviene por todos en que Bilibio estaba en las proximidades de la actual ciudad de Haro, en la Rioja. Bilibium, según el padre Risco, es probable corrupción de Bilabium, dos labios o escarpaduras entre las cuales irrumpía el Ebro en tierra riojana, lugar estratégico para emplazar un fuerte castillo. Que el joven pastor, tocado por la gracia, se dirigiese de Berceo a Haro es mucho más lógico que lo hiciese desde Verdejo, y a esto sólo se replica que a veces los anacoretas marchaban a países muy lejanos. Pero San Millán no iba, como si dijéramos, a instalarse, sino a instruirse, atraído por la fama de un monje, que había llegado a sus oídos por morar en paraje no lejano del suyo más de unas cuatro leguas.
No tendríamos, pues, discusión sino en cuanto al lugar de nacimiento; pero no en cuanto al verdadero escenario de la vida de San Millán. Sin embargo, aún queda sobre esto algo que decir. Los partidarios de Verdejo pierden mucho cuando resulta forzoso convenir que el monte Distercio—y en esto todos están conformes—, donde San Millán pasó los cuarenta años de su vida de anacoreta; no es otro que el monte, o sierra más bien, de la Cogolla, de donde le viene a San Millán su usual apellido. Como San Millán volvió a las cercanías de su pueblo, según indica San Braulio, después del tiempo que permaneció con el monje Felices, y al verse allí acosado de la gente se retiró a lo más elevado e intrincado del Distercio (la Cogolla), este proceso de traslación resulta fácil y lógico teniendo a Berceo como centro y no es igualmente explicable partiendo de Verdejo. Lo que verdaderamente otorga a Berceo sus mayores probabilidades, aparte de múltiples testimonios de la tradición, es el haberse identificado a Bilibio en las cercanías de Haro y al Distercio en la Cogolla. También partiendo de Verdejo resulta inexplicable el último retiro de San Millán, depuesto del curato, pues lo más seguro parece que el que San Braulio llama "oratorio" del Santo estuviese en el emplazamiento del monasterio de Suso.
Se admite corrientemente que San Millán murió en el año 574. Pónese muy en duda, sin embargo, la fuente principal de donde pudiera deducirse aquella fecha, y sólo queda en pie la referencia de San Braulio en la relación de milagros, cuando dice que profetizó la destrucción de Cantabria, o sea la acción punitiva de Leovigildo en esta región, un año antes de que acaeciese, con lo cual, computando fechas, viene a darse en la de 574 como probable data de la muerte. Esta misma fecha, cifrada a lo gótico, consta en cierto epitafio descubierto en 1601, cuando el abad de San Millán ascendió al monasterio de Suso para reconocer la tumba del Santo, y al no poder levantar el cantero la piedra que cubría el sepulcro, abrió uno de los costados y quedó de manifiesto una lápida que sería un tesoro si su autenticidad no se hubiera puesto tan en duda. Porque allí no sólo consta la referida fecha, sino que San Millán fué monje de la Orden de San Benito y era abad cuando descansó en el Señor.
Que se trate de una piadosa, aunque reprobable, superchería de los monjes, que de este modo recaban a San Millán entero para sí, o que, sin mediar superchería alguna, sea un epitafio en extremo posterior—como ha de serlo--a la fecha de la muerte y se haya recogido allí lo que tradicionalmente se afirmaba, es cuestión que no importa demasiado. La teoría de la falsificación pura y simple tiene sus partidarios, que argumentan con el traslado de los restos, realizado por Sancho el Mayor de Navarra en 1030, el cual habría tenido que dejar el epitafio allí. Esto, según otros, pudo ser intencionado, ya que en el sepulcro quedaban cenizas, reliquias también, que le conferían al sepulcro venerable carácter. En todo caso, se discute asimismo la calidad apócrifa de la inscripción, que se considera de un gótico extremadamente dudoso.
Queda en pie de toda esta polémica la cuestión de si efectivamente San Millán fue abad de la Orden benedictina. Seguir la discusión entablada desde el siglo xvi sobre este punto resultaría harto prolijo. Aun el mismo hecho de las santas mujeres que atendían y cuidaban a San Millán en lo más desvalido de su ancianidad extrema, que algunos estiman de todo punto incompatible con el monacato, tiene su explicación plausible para quienes lo defienden. Hemos de tener presentes las condiciones excepcionales en las que se desenvolvía la vida religiosa y monástica en el siglo vi, aunque también debe tenerse en cuenta que la única fuente biográfica de autoridad que poseemos, que es el relato de San Braulio, no hace la menor alusión a que San Millán fuese abad, y aun es dudoso que le considere monje, si bien el no designarle así concretamente se ha de entender ocioso, pues monje fue no sólo en el sentido etimológico de la palabra, sino en el de la obediencia (a más de pobreza y castidad), que se probó cuando el obispo de Tarazona le reclamó para que recibiese las sagradas órdenes, lo que no hubiera podido obligar a un simple diocesano.
Basta con dejar apuntada esta cuestión. Sobre la trayectoria seguida por los restos del Santo, una bella leyenda les señala el emplazamiento de la morada final. Ya hemos dicho que en 1030, Sancho el Mayor los trasladó desde el "oratorio", monasterio de Suso, al altar mayor, donde permanecieron hasta el 1053, en el que don García, hijo de don Sancho, los quiso trasladar al monasterio de Nájera. Pero colocado el ataúd en un carro de bueyes, no hubo medio humano de que el carro se moviese de determinado lugar, donde quedó como clavado a la tierra, dando indicio cierto de que una voluntad superior se oponía a que pasase de allí. Y allí fue donde el rey dispuso que se levantara un nuevo monasterio con el nombre del Santo, en el que sus restos descansaran en espléndida sepultura, en la que, para la urna sepulcral, se derrochó el marfil, el oro y la pedrería. Tres razones más que suficientes para que los restos del Santo fueran inquietados en 1809, cuando la francesada desplegó por allí su espíritu rapaz.
NICOLÁS GONZÁLEZ RUIZ.
UNO DE LOS SANTOS MÁS POPULARES DE EUROPA
Elegido obispo de Tours en el año 371,
difundió el cristianismo en toda la Galia occidental.
VIDA
Obispo de Tours. Célebre santo del siglo IV, cuyo culto se extendió extraordinariamente por toda Europa. Nació en Szombathely (Panonia, actual Hungría) el año 316, si se acepta la cronología recientemente defendida por Griffe, que es la que seguiremos.
Parece ser que se encontraba allí su padre, de guarnición, pues era tribuno militar. La educación la recibió, sin embargo, en Pavía. A los 15 años (331) entró en la carrera militar, sirviendo en la guardia imperial de a caballo.
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San Martín de Tours rompe su capa para darle parte a un pobre. |
Preparado así por la práctica de la caridad, recibe el año 334 el bautismo, sin tener todavía una situación definitiva en la milicia.
Ingresa en ésta definitivamente el año 336 y persevera en ella 20 años hasta que en 356 se separa del ejército.
Siendo oficial de la guardia imperial Martín debió de acompañar al césar Juliano cuando, en diciembre 355, dejó Milán para acudir a las Galias.
El joven príncipe pasa en Vienne toda la primera parte del año 356, ya que hasta el 24 de junio no le encontramos en Autun, en camino hacia la frontera del Rhin.
Durante su estancia en Vienne o en su región, se interesa por el Concilio de Beziers, en el que el obispo de Poitiers, S. Hilario, mostraba una fiera independencia frente a la facción arriana, lo que provocó por parte del emperador Constancio una sentencia de exilio.
Si, como parece seguro, el Concilio de Beziers se celebró en la primavera del 356, se explica bien que Martín oyese hablar de S. Hilario y admirase, como testifica Sulpicio Severo, su celo de defensor de la ortodoxia.
Juliano está en Worms en el verano del 356 y allí obtiene Martín su separación del ejército. Marcha a Oriente, visita su tierra natal, donde logra convertir a su madre, y regresa después a Milán, donde hace un ensayo de vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo arriano le expulsa.
Durante algún tiempo se refugia en un islote de la costa ligur con un sacerdote, y allí le llega la noticia de que S. Hilario ha vuelto a Poitiers, terminado su exilio. Inmediatamente corre a su lado. Pero en Milán y en la isla ha tomado gusto a la vida monástica.
Por eso, apoyado por S. Hilario, funda un monasterio en Ligué, realizando así su más hondo deseo porque, como se ha dicho con mucha razón, «S. Martín fue soldado por fuerza, obispo por obligación, monje por gusto».
Pero aquella vida tranquila, al margen de los afanes del cuidado pastoral y de las querellas teológicas, iba a durar poco tiempo.
Las gentes se fijan cada vez más en aquella figura extraordinaria. La sede de Tours estaba vacante. Con el pretexto de curar a un enfermo se le hizo venir a la ciudad y una vez allí, un 4 de julio, no se sabe con exactitud si del año 370 ó 371, fue consagrado obispo.
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San Martín de Tours |
El episcopado galo-romano había cedido en aquellos tiempos al espíritu del mundo. La figura de Martín iba a suponer un contraste profundo con los demás obispos.
Para acentuar más la concepción que él tenía del episcopado, uno de sus primeros actos fue fundar el monasterio de Marmoutiers, junto a su ciudad episcopal, monasterio que pasaría a constituir un auténtico semillero de obispos y sacerdotes reformadores en medio del relajado clero de las Galias de entonces.
El obispado de Martín iba a constituir todo un programa de renovación pastoral, reuniendo los tres tipos de santidad entonces conocidos: el de los ascetas, que encarnó en su austeridad y penitencia; el de los pontífices, como obispo de Tours, y el de los misioneros, por la actividad que como tal desarrolló.
Frente a los restos del paganismo, todavía vivientes, Martín adoptó una actitud extraordinariamente dinámica y combativa. Llegaba al pueblo, rodeado de sus discípulos, convocaba a la multitud y, uniendo a la persuasión la autoridad, conseguía la demolición del templo pagano y el derribo de los árboles sagrados.
Su atractivo personal debía de ser extraordinario, como lo demuestra este ascendiente sobre las masas paganas, no menos que el que ejerció sobre personalidades tan fuertes como S. Paulino de Nola, Sulpicio Severo y otros personajes de su época.
Un episodio habría de ocasionarle grandes remordimientos y aumentar al mismo tiempo su celebridad: Martín logró salvar la vida al hereje Prisciliano y sus seguidores, condenados a muerte por el Emperador. Con ello, a Martín se le consideró en cierto modo responsable del posterior desarrollo de la herejía priscilianista.
Sin embargo, su interés por Prisciliano fue evidentemente fruto de su caridad y de su tesis de que no es la violencia el mejor medio de combatir las herejías. Tanta firmeza no podía menos de acarrearle enemistades. Se hizo una gran campaña contra él, que iba desde acusarle de hipócrita hasta señalarle como contagiado de priscilianismo.
Los obispos salidos de su escuela van siendo relegados, los concilios se reducen a estériles querellas de precedencia y la obra del santo es ridiculizada y criticada
Él se retira a su diócesis y prosigue allí su tarea pastoral hasta que muere en torno al año 397 (el 8 noviembre).
La narración de unas palabras suyas pronunciadas en Candes, pueblecito en la confluencia de los ríos Vienne y Loira, constituye una de las más bellas páginas de la literatura cristiana, que con justos méritos ha pasado a las lecciones y aun a los responsorios del Breviario el día de su fiesta: «Señor, si aún soy necesario -decía, respondiendo a sus discípulos que le pedían que siguiera viviendo-, no rehúso el trabajo. Que tu voluntad se realice plenamente».« ¡Oh, feliz varón, comenta la liturgia, que ni temió morir ni rehusó la vida! ».
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San Martín de Tours
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La explosión de entusiasmo y veneración que tras su muerte se produjo fue impresionante.
El pueblo le proclamó como santo. Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba, que S. Perpetuo, sucesor suyo en Tours, transformó en importante basílica.
Excavaciones realizadas en 1952-1953 dieron resultados interesantes sobre aquel conjunto arqueológico: restos de una pequeña villa galo-romana, desaparecida probablemente en 275, y un segundo monumento, de fines del siglo IV, de estructura absolutamente singular, por su inmenso ábside casi semicircular, de 32 metros de diámetro. Es una manifestación más del culto que se le tributó, constituyendo uno de los más frecuentados lugares de peregrinación.
La Vida que de él escribió Sulpicio Severo, bien directamente, bien a través de las versiones métricas de Paulino de Périgueux y de Venancio Fortunato, tuvo una resonancia inmensa, así como los cuatro libros que su sucesor S. Gregorio de Tours (muerte 594) dedicó a contar sus milagros.
Por eso son millares los pueblos que llevan su nombre, las iglesias que le tienen por titular e incontables las manifestaciones artísticas a que ha dado lugar: leyendas, lírica, escultura, pintura, etc.
En 1912 su figura se hizo polémica, con la publicación en París por E. Ch. Babut de un libro defendiendo que Martín y su biógrafo eran unos oscuros representantes de un clan sospechoso de priscilianismo. La erudición era grande, y el libro tuvo cierta resonancia hasta que el P. Delhaye, primera figura científica entre los Bolandistas, lo refutó de manera incontrovertible.
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA.
BIBL.: «Bibliotheca Hagiographica Latina», n. 5617-5666, 825-830; AIGRAIN, L'Hagiographie, París 1953,19,159,162,165-166,182,232, 237,271,298-299,302-303,349-358 y 375; J. M. RESSE, Le tombeauMARTINEZ CAMPOS, ARSENIO - MARTINEZ DE IRALA, DOMINGOde Saint Martin á Tours, París 1922; P. MONCEAUX, Saint Martin de Tours. Récits de Sulpice Sévére mis en /ranpais avec une introduction, París 1927; H. DELEHAYE, St. Martín et Sulpice Sévére, Bruselas 1920. Para la cronología es decisivo el estudio de E. GRIFFE, Le chronologie des années de jeunesse de saint Martin, «Bulletin de littérature ecclésiastique» (1961) 114-118 y «L'ami du clergé» 71 (1961) 642-650; 1. LAHACHE y M. LISERANI, Martino de Tours, en Bibl. Sanct. 8,1248-1291