Teatro romano de Mérida
La presencia romana en España todavía puede palparse, pues su huella ha sobrevivido al paso de los siglos. Hoy podemos disfrutar de su legado, que se cifra en un gran número de tesoros arqueológicos, al que se une el reciente descubrimiento en Mengíbar del Arco de Jano, monumento que separaba las provincias romanas de Tarraconense y Bética. Recordamos algunos de los restos romanos más impresionantes que sobreviven a día de hoy.
La antigua ciudad de Itálica
En el actual municipio de Santiponce (Sevilla), se levantaba la ciudad romana de Itálica, fundada en el año 206 a.C. Fue la primera ciudad romana fundada en Hispania y alcanzó su mayor esplendor entre finales del siglo I y durante el siglo II. Allí nacieron, por ejemplo, los emperadores Trajano y Adriano, un hecho que le dio un prestigio especial a la zona. De lo que hoy sobrevive en la zona, destaca el anfiteatro, el supuesto templo de Trajano, las termas y diferentes casas.
Allí puede aprecierse la distribución de las casas de la época, con múltiples mosaicos en el suelo, hoy restaurados. Además, existen termas y acuadecturos y, por encima de todo, un anfiteatro que hoy es famoso en todo el mundo, pues se utilizó para el rodaje de «Juego de Tronos», donde se convertía en el anfiteatro de Pozo Dragón.
Vista del anfiteatro de Itálica
Teatro romano de Mérida
Antiguamente conocida como Augusta Emerita, la ciudad de Mérida esconde varios tesoros romanos. Entre ellos, quizá el más interesante sea el teatro romano, que se inauguró quince años antes del nacimiento de Cristo. Denominado por el arquitecto José Menéndez-Pidal como «príncipe entre los monuentos emeritenses», desde 1993 es Patrimonio de la Humanidad como parte del conjunto arqueológico de la ciudad.
El teatro sufrió varias remodelaciones a lo largo de la historia, hasta que fue abandonado en el siglo IV. No fue redescubierto hasta finales del siglo XVI. Y fue a principios del siglo XX cuando comenzaron las excavaciones arqueológicas y su posterior reconstrucción parcial. A día de hoy alberga el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
Teatro romano de Mérida
Acueducto de Segovia
Es uno de los grandes emblemas romanos de España, todo un prodigio de la ingeniería civil que se utilizó durante siglos. Según los investigadores, su construcción se sitúa entre la segunda mitad del siglo I y principios del II, en tiempo de los emperadores Vespasiano o Nerva. El acueducto, que recoge las aguas del manantial de Fuenfría, recorre más de 15 kilómetros antes de llegar a la ciudad y en su lugar más elevado mide 28 metros de altura. También es Patrimonio de la Humanidad.
Acueducto de Segovia – A. Tanarro
La muralla de Lugo
La antigua ciudad romana de Lucus Agusuto estaba rodeada por una muralla que, a día de hoy, se mantiene en pie y es uno de los grandes emblemas de Lugo. Con una longitud de 2266 metros, coronada por 85 torres, delimita el casco histórico de la ciudad y es una de las murallas mejor conservadas de la época romana.
Muralla romana de Lugo – R.C./ A.C.
El parque arqueológico de Segóbriga (Cuenca)
Es uno de los yacimientos arquológicos más importantes de toda la península y una de las ciudades romanas mejor conservadas, que permite al curioso recorrer los edificios fundamentales de entonces: el anfiteatro, el teatro, la muralla, el foro, la basílica, los templos, las termas, el sistema de abastecimiento de agua, las necrópolis y algunas de las viviendas. Impulsada por el emperador Augusto, la ciudad ya había estado poblada con anterioridad por los celtas, tal y como muestran los restos arqueológicos de la zona.
Vista aérea de Segóbriga
Villa romana de las musas (Navarra)
En realidad, este yacimiento arqueológico se llama «Aurelianum», aunque el hallazgo de un espectacular mosaico de las musas, lo dio a conocer como Villa romana de las musas. Actualmente, el célebre mosaico se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional, pero allí se muestra una minuciosa reproducción del original.
La que hoy es conocida como la Villa de Arellano estuvo ocupada por los romanos entre los siglos I y V. Allí se producía vino y todavía hoy pueden verse ciertas estancias dedicadas a tal actividad. Además, también hay lujosas residencias de campo relacionadas con el culto a Cibeles y a su hijo y amante Attis.
El célebre mosaico de las musas – MAN
Templo de Marcelo Claudio (Córdoba)
Hallado en 1950 durante unas obras de ampliación del ayuntamiento de la ciudad andaluza, el Templo de Marcelo Claudio supone un tono más dentro de la paleta de contrastes artísticos con la que se dibujó Córdoba. Una ciudad que cuenta con un riquísimo patrimonio producido por todas las culturas que la han habitado. Su construcción comenzó durante el gobierno del emperador Claudio, es decir, entre el 41 y el 54 d.C; sin embargo, las obras no concluyeron hasta finales del siglo I, ya en tiempos de Domiciano. Su tamaño original era considerable, aunque varias excavaciones sugieren que en la zona se levantaron templos más amplios
De este recinto religioso tan solo se conservan actualmente las escalares, la cimentación y algunos fustes de las columnas. A pesar de ello, y gracias a minuciosos trabajos de reconstrucción, los restos se presentan imponentes ante los ojos del visitante a día de hoy.
Restos del templo de Claudio Marcelo – RAFAEL CARMONA
Minas de oro de las Médulas (El Bierzo, León)
En la comarca de El Bierzo son todavía visibles los restos de la mayor mina de oro excavada a cielo abierto por los romanos. En el noroeste de los montes Aquilanos el color rojizo de las arenosas minas de oro de Las Médulas contrasta con el explendido paisaje natural en el que se halla. Para extraer el metal precioso de este yacimiento, los romanos empleaban el sistema de «ruina montium», consistente en excavar varias galerías que posteriormente eran inundadas. La fuerza del agua desgajaba la montaña desde dentro y dejaba el oro al alcance de la mano.
Las minas de oro de Las Médulas
Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz)
Bañada por el Atlántico, la playa de la localidad gaditana de Bolonia protege todavía tras sus dunas a la ciudad romana de Baelo Claudia, fundada en el II a.C. Los restos de este asentamiento, descubiertos a principios del siglo pasado, se mantienen en un excelente estado de conversación. En la antigüedad esta ciudad fue conocida por su garum: una salsa fabricada a partir de tripas de pescado y sal que potenció la pesca del atún en la zona. A día de hoy es Bien de Interés Cultural y en las noches de verano vuelve a la vida como escenario privilegiado de un programa de teatro clásico.
Las ruinas de Baelo Claudia – ABC
Vía de la plata
Dicen que todos los caminos llevan a Roma, y en la antigüedad -sin duda- era así. Y es que las calzadas fueron claves para que esta civilización pudiese cimentar su dominio sobre buena parte de lo que era el mundo conocido. La Vía de la Plata discurría entre Emerita Augusta (Mérida) y Asturica Augusta (Astorga). A pesar del paso de los siglos parte del trazado original ha logrado sobrevivir, así como algunos de los miliarios y puentes que lo salpicaban. Además, en la actualidad es un destino turístico muy atractivo para los senderistas.
Un tramo de Vía de la Plata
Fuente: ABC
ACN, Josué Villalón (Marmarita y Homs), de la Revista Vida Nueva.- Del 3 al 28 de octubre la Iglesia universal tendrá sus ojos en el Vaticano donde con el lema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” se va a celebrar la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos. El Papa Francisco junto con todos los obispos participantes, provenientes de los cinco continentes, así como otras personas invitadas, conversarán sobre la juventud y la Iglesia.
A 3.000 kilómetros de Roma, en Siria, cientos de jóvenes cristianos que viven en su día a día la dura experiencia de largos años de guerra fratricida, también estarán pendientes del sínodo. El ruido de las bombas, la emergencia humanitaria y el duro golpe de la violencia no han borrado aún las ganas de vivir y las ilusiones propias de la juventud. Desde Homs y Marmarita, Majd, Hanna, Halil o Anaghem cuentan qué significa para ellos el ser cristianos y qué esperan de la Iglesia, en un país donde viven como minoría, en ocasiones amenazada.
“Queremos que la Iglesia esté cerca de nosotros, los jóvenes. No hace falta que intente ser tan perfecta, porque nadie lo somos, sino que esté cerca de nosotros, conociendo cuáles son nuestros deseos y anhelos. Creo que esto es más realista y creíble”, comenta Majd Jallhoum, una joven dentista, recién licenciada que colabora en el reparto de ayuda humanitaria junto con la Iglesia greco-católica en Marmarita, en la región conocida como el Valle de los Cristianos.
“No había oído hablar de esta reunión de los obispos en Roma con el Papa pero me parece una buena idea. Aquí los jóvenes cristianos tenemos un gran deseo de estar cerca de Dios. Vivimos momentos difíciles, hemos sufrido la muerte de nuestros amigos y familiares, otros muchos es han marchado del país”, reconoce la joven, “pero también hemos experimentado momentos de alegría, sin duda detrás de ellos está la mano de Dios”.
Majd conoce bien la situación de muchas familias que viven desplazadas en el Valle de los Cristianos, va a visitarlas a menudo para conocer sus necesidades, acompañar a los enfermos al hospital o reparte las medicinas del proyecto de emergencia que está sosteniendo la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, de la mano de la Iglesia local. “Si sigo aquí es gracias a mi fe, aunque muchas veces veo que me falta la esperanza. Pero en este tiempo me he dado cuenta que mi sentido es quedarme y ayudar a estas personas. Mis padres y varios hermanos se marcharon a Estados Unidos, pero yo decidí quedarme y mi inspiración ha sido Jesús”.
Otros jóvenes desplazados en Marmarita están también aportando su tiempo y esfuerzo en sostener la ingente labor asistencial de la parroquia de San Pedro en este pueblo, corazón del Valle de los Cristianos. Hanna Mallouhi es uno más de ellos. Vino aquí hace 5 años, procedente de Homs, huyendo de los bombardeos: “Necesitamos estar acompañados por sacerdotes y responsables que tengan una vida sencilla, que muestren con hechos que les importamos. Necesito sentirme acompañado, para así sentirme también cerca de Dios.”
Hanna aún sigue en la universidad, se prepara para ser médico: “Pese a la guerra, no he querido abandonar mis estudios. Vine con mis padres y mi hermano al Valle de los Cristianos huyendo de Homs, aún así he seguido yendo a la universidad desde aquí para poder graduarme. Todos los días hago una hora de viaje de ida y otra de vuelta hasta Homs, incluso en los peores momentos de la guerra he ido a clase. Ahora tengo que hacer las prácticas, he elegido de destino un hospital de Damasco. Cuando termine la carrera quiero quedarme en mi país y ayudar a las personas a tener una vida mejor en Siria”.
El testimonio de estos chicos y chicas es inspirador para la comunidad cristiana de Siria, una minoría que se ha visto muy vulnerable en el conflicto sirio. Según cifras de la Iglesia siria, antes de la guerra había 1,5 millones de cristianos en el país y actualmente quedan unos 500.000. La falta de seguridad, la violencia y las amenazas reales de grupos yihadistas como el Daesh han provocado un éxodo sin precedentes en un país que era bastante tolerable con la fe cristiana.
De Marmarita, pasamos a Homs, la tercera ciudad del país, donde aún se mantiene una importante presencia cristiana, concentrada en el Viejo Homs, el barrio más antiguo de la ciudad, a los pies de la ciudadela milenaria que corona la localidad. Allí, unos 300 estudiantes universitarios se han reunido en la recién reconstruida catedral melquita de Nuestra Señora de la Paz, para celebrar la Eucaristía juntos. Cada uno de ellos es de distinto rito católico, unos sirio-católicos, otros latinos, otros greco-católicos, incluso hay algunos ortodoxos. Todos celebran unidos, cantando junto al coro “Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida”.
Entre todos está Pascal Napki, que cursa Economía: “No conozco en persona al Papa Francisco pero me parece una persona humilde, por sus palabras y acciones. Siempre que le escuchamos, pensamos que hay esperanza para la paz en Siria. Especialmente cada vez que ha pedido oraciones por nuestro país”. Halil, estudiante de Farmacia, asiente a su lado: “¿Qué le pido yo a la Iglesia? Que nos entienda y nos de la oportunidad de creer también en nosotros. Sé que no es fácil, pero eso es caminar juntos, confiar unos en otros y apoyarnos mutuamente”.
Concluye el encuentro y un grupo sale de paseo por las estrechas calles del barrio, alrededor hay muchos edificios antiguos, construidos en la piedra gris característica de la arquitectura popular de Homs. “Pienso que con lo que hemos sufrido, algunos se han alejado de Dios, así que lo primero que debemos hacer como Iglesia es animar a los jóvenes a estar cerca de Dios”, reconoce Anaghem Tannous. Y predican con el ejemplo, pasan a hacer una oración juntos a una iglesia cercana, en este caso la Iglesia del Sagrado Cinturón de María, perteneciente a la Iglesia sirio-ortodoxa. “Aquí convivimos católicos y ortodoxos con normalidad, somos muy cercanos, es parte de nuestra cultura”.
Comentan varias anécdotas de los años de guerra, las bombas pasaron de largo hace tiempo, aunque la ciudad sigue en ruinas y barrios enteros están acordonados porque todos los edificios están destruidos. “Recuerdo que en la entrada de esta misma iglesia cayeron varias bombas. Parte del edificio del obispo ortodoxo se vino abajo, un milagro que no muriese nadie aquella vez”-afirma Halil– “Todos conocíamos al padre Frans van der Lugt, un misionero jesuita holandés que permaneció en Homs incluso en el peor momento de la guerra, en el año 2013. Solo quedaron él y unos 40 cristianos más del Viejo Homs, eran la última presencia cristiana aquí entre los grupos rebeldes. El padre Frans fue asesinado, pero su testimonio y su enseñanza hacia los jóvenes de Homs siguen vivos. Él no decía: hay que seguir adelante, con Jesús y trabajando por la paz”.
Por último, Wissam se despide antes de pasar al templo: “rezamos por el Papa y por la Iglesia en todo el mundo. Aquí la fe es fundamental porque forma parte de lo que somos. Y además estos últimos años todos hemos experimentado que hemos salido adelante de muchas dificultades, en nuestras familias, en nuestros estudios y trabajos, gracias a no perder la fe y la esperanza”.
Fuente: Alec Forssmann | National Geographic
11 de junio de 2018
La construcción de un nuevo barrio en la parte norte de Tiberíades, una ciudad en la orilla occidental del mar de Galilea, en el norte de Israel, ha sacado a la luz un complejo funerario de época romana, de unos 2.000 años de antigüedad, oculto en el interior de una cueva, según informó ayer la Autoridad de Antigüedades de Israel. Una pala mecánica dejó al descubierto la entrada de una cueva tallada en la roca, cuyo acceso está decorado con un revoque coloreado. A continuación se abre un espacio central con varios nichos tallados en la roca, con cerámica decorada y osarios de piedra, y al fondo hay una pequeña cámara funeraria. La cueva probablemente fue saqueada en época antigua.
Los arqueólogos han encontrado puertas de piedra en las entradas de las habitaciones y, en una de ellas, inscripciones griegas grabadas en la piedra con los nombres de los difuntos, que serán estudiadas por los especialistas. Yair Amitsur, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, ha explicado que “la cueva debió de funcionar como un complejo funerario para una familia que vivió en la ciudad de Tiberíades o en uno de los poblados adyacentes”. Tiberíades fue establecida en el 18 d.C. por Herodes Antipas, el hijo de Herodes el Grande, en honor del emperador romano Tiberio.
Tiberíades fue establecida en el 18 d.C., en honor del emperador Tiberio
“Esta cueva funeraria es fascinante porque es un hallazgo único en la zona. El tallado de la roca de alta calidad, la complejidad de la cueva, las decoraciones y las inscripciones en griego apuntan a que perteneció a una familia poderosa que vivió en la zona en época romana“, sostiene Amitsur. La cueva ha sido bloqueada con el fin de protegerla y será investigada por expertos de la Autoridad de Antigüedades de Israel.
Entrada de la cueva
Una pala mecánica dejó al descubierto la entrada de la cueva, tallada en la roca y situada en la parte norte de la ciudad de Tiberíades.
Foto: Miki Peleg, IAA
¡Saqueada!
La cueva, de unos 2.000 años de antigüedad, probablemente fue saqueada en época antigua, pero no queda claro cuándo.
Foto: Miki Peleg, IAA
Osario de piedra
Un osario de piedra y fragmentos de cerámica.
Foto: Miki Peleg, IAA
Complejo funerario
Interior del complejo funerario de época romana, que incluye varios nichos tallados en la roca, cerámica decorada y osarios de piedra.
Foto: Miki Peleg, IAA
Tumba familiar
Yair Amitsur, de la Autoridad de Antigüedades de Israel, ha explicado que “la cueva debió de funcionar como un complejo funerario para una familia que vivió en la ciudad de Tiberíades o en uno de los poblados adyacentes”.
Foto: Miki Peleg, IAA
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 11 octubre 2006
El camino del diálogo con la modernidad y con las demás religiones o confesiones cristianas, comenzado por el Concilio Vaticano II, no puede hacernos olvidar la identidad católica, afirmó este miércoles Benedicto XVI.
Así lo explicó en la tradicional audiencia general, en la que participaron 35.000 peregrinos en la plaza de San Pedro.
En su catequesis, el Papa presentó las figuras de los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo, quienes «nos ayudan a redescubrir nuevamente y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, aprendiendo a dar un testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno».
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En particular, al repasar el personaje histórico de Judas Tadeo --no de Judas Iscariote--, el obispo de Roma recordó que a este apóstol se le atribuye la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se llaman «católicas, pues están orientadas no sólo a una determinada Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios».
«La preocupación central de este escrito consiste en alertar a los cristianos de todos los que utilizan la gracia de Dios como pretexto para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia bajo el empuje de sus sueños», añadió.
San Judas los compara «con ángeles caídos, y con términos duros dice que han emprendido la senda de Caín», añadió.
El apóstol les llama «nubes sin lluvia, llevadas por el viento, o árboles que al final de la estación no dan frutos», motivo por el cual son cortados, indicó.
«Hoy quizá ya no estamos acostumbrados a utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de las tentaciones, de todas las corrientes de la vida moderna, tenemos que conservar la identidad de nuestra fe».
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San Judas Tadeo |
Es verdad, siguió diciendo, «el camino de la indulgencia y del diálogo» tiene que seguirse «con firme constancia», pero este camino del diálogo, tan necesario, no debehacernos olvidar el deber de volver a pensar y subrayar siempre con las misma fuerza las líneas fundamentales irrenunciables de nuestra identidad cristiana».
Al final de la audiencia, el Papa bendijo la estatua de santa Edith Stein (1891-1942), co-patrona de Europa, colocada en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Texto completo:
BENEDICTO XVI PRESENTA A LOS APÓSTOLES SIMÓN EL CANANEO Y
JUDAS TADEO
Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 11 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la
intervención de Benedicto XVI en la audiencia general dedicada a presentar la
figura de los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy tomamos en consideración a dos de los doce apóstoles: Simón el Cananeo y
Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos
juntos, no sólo porque en las listas de los doce siempre están juntos (Cf. Mateo
10,4; Marcos 3,18; Lucas 6,15; Hechos 1,13), sino también porque las noticias que
les afectan no son muchas, con la excepción de que el canon del Nuevo Testamento
conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.
Simón recibe un epíteto que cambia en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos
le llaman «cananeo», Lucas le define «Zelotes». En realidad, los dos calificativos
son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo «qanà’» significa
«ser celoso, apasionado» y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso
del pueblo al que ha elegido (Cf. Éxodo 20, 5), como a los hombres, que arden de
celo en el servicio al Dios único con plena entrega, como Elías (Cf. 1 Reyes 19,10).
Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al
movimiento nacionalista de los zelotes, quizá se caracterizaba al menos por un celo
ardiente por la identidad judía, es decir, por Dios, por su pueblo y por su Ley
divina. Si esto es así, Simón es todo lo opuesto de Mateo, que por el contrario,
como publicano, procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un
signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más
diversos estratos sociales, sin exclusión alguna. ¡A Él le interesan las personas, no
las categorías sociales o las etiquetas! Y lo mejor es que en el grupo de sus
seguidores, todos, a pesar de que son diferentes, convivían juntos, superando las
imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el
que todos se encuentran unidos. Es una lección para nosotros, que con frecuencia
tendemos a subrayar las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que
Jesucristo nos da la fuerza para superar nuestros conflictos. Hay que recordar que
el grupo de los doce es la prefiguración de la Iglesia, en la tienen que encontrar
espacio todos los carismas, pueblos, razas, todas las cualidades, que encuentran su
unidad en la comunión con Jesús.
Por lo que se refiere a Judas Tadeo, recibe este nombre de la tradición, uniendo dos
nombres diferentes: mientras Mateo y Marcos le llaman simplemente «Tadeo»
(Mateo 10,3; Marcos 3,18), Lucas lo llama «Judas de Santiago» (Lucas 6,16;
Hechos 1,13). El apodo Tadeo tiene una derivación incierta y se explica como
proveniente del arameo «taddà’», que quiere decir «pecho», es decir, significaría
que es «magnánimo», o como una abreviación de un nombre griego como
«Teodoro, Teodoto». De él se sabe poco. Sólo Juan presenta una petición que
planteó a Jesús durante la Última Cena. Tadeo le dice al Señor: « Señor, ¿qué pasa
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para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?».Es una pregunta de
gran actualidad, que también nosotros le preguntamos al Señor: ¿por qué no se ha
manifestado el Resucitado en toda su gloria a los adversarios para mostrar que el
vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se ha manifestado a sus discípulos? La respuesta
de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Juan
14, 22-23). Esto quiere decir que el Resucitado tiene que ser visto y percibido con
el corazón, de manera que Dios pueda hacer su morada en nosotros. El Señor no se
presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por ello su
manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al
Resucitado.
A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo
Testamento que son llamadas «católicas», pues no están dirigidas a una
determinada Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios. Se
dirige «a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para
Jesucristo» (versículo 1). La preocupación central de este escrito consiste en alertar
a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para
disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los demás hermanos con
enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia «alucinados
en sus delirios» (versículo 8), así define Judas a sus doctrinas e ideas particulares.
Los compara incluso con los ángeles caídos, y con términos fuertes dice que «se
han ido por el camino de Caín» (versículo 11). Además les tacha sin reticencias de
«nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces
muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su
propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las
tinieblas para siempre» (versículos 12-13).
Hoy quizá no estamos acostumbrados a utilizar un lenguaje tan polémico, que sin
embargo nos dice algo importante. En medio de todas las tentaciones, de todas las
corrientes de la vida moderna, tenemos que conservar la identidad de nuestra fe.
Ciertamente, el camino de la indulgencia y del diálogo, que emprendió con acierto
el Concilio Vaticano II, tiene que continuarse con firme constancia. Pero este
camino del diálogo, tan necesario, no tiene que hacer olvidar el deber de recodar y
subrayar siempre las líneas fundamentales irrenunciables de nuestra identidad
cristiana.
Por otra parte, es necesario tener muy presente que nuestra identidad exige fuerza,
claridad y valentía, ante las contradicciones del mundo en que vivismo. Por ello, el
texto de la carta sigue diciendo así: «Pero vosotros, queridos, edificándoos sobre
vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de
Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A
unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos...» (versículos 20-22). La carta se
concluye con estas bellísimas palabras: «Al que es capaz de guardaros inmunes de
caída y de presentaros sin tacha ante su gloria con alegría, al Dios único, nuestro
Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, majestad, fuerza y poder
antes de todo tiempo, ahora y por todos los siglos. Amén» (versículos 24-25).
Se ve con claridad que el autor de estas líneas vive en plenitud la propia fe, a la
que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la
confianza y por último la alabanza, quedando todo motivado por la bondad de
nuestro único Dios y por la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Por este
motivo, tanto Simón el Cananeo, como Judas Tadeo nos ayudan a redescubrir
siempre de nuevo y a vivir incansablemente la belleza de la fecristiana, sabiendo
dar testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 11 octubre 2006
El camino del diálogo con la modernidad y con las demás religiones o confesiones cristianas, comenzado por el Concilio Vaticano II, no puede hacernos olvidar la identidad católica, afirmó este miércoles Benedicto XVI.
Así lo explicó en la tradicional audiencia general, en la que participaron 35.000 peregrinos en la plaza de San Pedro.
En su catequesis, el Papa presentó las figuras de los apóstoles Simón el Cananeo y Judas Tadeo, quienes «nos ayudan a redescubrir nuevamente y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, aprendiendo a dar un testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno».
En particular, al repasar el personaje histórico de Judas Tadeo --no de Judas Iscariote--, el obispo de Roma recordó que a este apóstol se le atribuye la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento que se llaman «católicas, pues están orientadas no sólo a una determinada Iglesia local, sino a un círculo mucho más amplio de destinatarios».
«La preocupación central de este escrito consiste en alertar a los cristianos de todos los que utilizan la gracia de Dios como pretexto para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a los hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia bajo el empuje de sus sueños»,añadió.
San Judas los compara «con ángeles caídos, y con términos duros dice que han emprendido la senda de Caín», añadió.
El apóstol les llama «nubes sin lluvia, llevadas por el viento, o árboles que al final de la estación no dan frutos», motivo por el cual son cortados, indicó.
«Hoy quizá ya no estamos acostumbrados a utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de las tentaciones, de todas las corrientes de la vida moderna, tenemos que conservar la identidad de nuestra fe».
Es verdad, siguió diciendo, «el camino de la indulgencia y del diálogo» tiene que seguirse «con firme constancia», pero este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el deber de volver a pensar y subrayar siempre con las misma fuerza las líneas fundamentales irrenunciables de nuestra identidad cristiana».
Al final de la audiencia, el Papa bendijo la estatua de santa Edith Stein (1891-1942), co-patrona de Europa, colocada en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Esta cruz, destrozada por el ISIS, pertenece a una parroquia de Batnaya, en Irak.
En otro templo, los terroristas tirotearon esta estatua de la Virgen María.
Tampoco se libró de la profanación perpetrada por los yihadistas este otro Cristo decapitado.
Tenían un objetivo claro: eliminar la presencia cristiana de Irak y de Siria, sus gentes, sus objetos litúrgicos y sus raíces.
Estos restos, que testimonian una auténtica limpieza étnica, han sido expuestos muy cerca del Vaticano. El gobierno húngaro los ha recopilado en esta exposición que, tras visitar Budapest, Nueva York y Washington, ha recalado en Roma.
MÁRK ÉRSZEGI
Embajada de Hungría ante la Santa Sede
“Hay personas, no tan lejos de nosotros, que, en algunas ocasiones, deben de dar su propia vida o sufrir discriminaciones diarias a causa de su fe en Jesucristo. Está bien que estos objetos, estas fotos y sus voces lleguen a nosotros, lleguen a Roma, especialmente ahora que se habla de los jóvenes, para que nos demos cuenta de lo importante que es nuestra fe y de cuánto le debemos”.
Cuando no usaron las balas, emplearon el fuego para acabar con los libros de oraciones y las Biblias. En algunas iglesias, no dejaron ni rastro. Y muchas de las que dejaron en pie las emplearon como campo de tiro.
No solo en Siria e Irak. También hasta Egipto se ha extendido el extremismo como una mancha de aceite. Estos son los rostros y las historias de los 21 cristianos coptos decapitados por el ISIS en una playa libia.
Su delito fue ser cristianos, nazarenos. Por eso, marcaban con esta letra, la “n” en árabe, las casas de los infieles. Nada más autoproclamar su estado del terror, el ISIS envió esta misiva a los cristianos con un ultimátum: convertirse, morir o pagar la jizya, un impuesto para los no musulmanes. Incluso, los yihadistas acuñaron su propia moneda, estos dinares de oro.
El mapa de Oriente Medio está lleno de heridas, sangre derramada de los cristianos que no han querido marcharse de su tierra o renegar de su fe.
O simplemente, como hizo el padre Ragheed Ghani, no cerrar las puertas de su iglesia. Este sacerdote iraquí fue asesinado por unos extremistas en Mosul en el año 2007, después de la misa dominical. En 2014 su tumba, que se encuentra en Karamlesh, fue profanada de esta forma por los milicianos del ISIS.
La agencia vaticana Fides publicó un extenso informe en el que señala que, entre los años 2000 y 2017, han sido asesinados 447 misioneros católicos en todo el mundo.
En el informe titulado ‘Jóvenes misioneros testigos de Cristo hasta dar la vida’, dado a conocer por la Oficina de Prensa del Vaticano, se detalla que “en el periodo comprendido entre el 2000 y el 2017 fueron asesinados violentamente 447 misioneros y misioneras: 5 Obispos, 313 sacerdotes, 3 diáconos, 10 religiosos, 51 religiosas, 16 seminaristas, 3 miembros de institutos de vida consagrada, 42 laicos, 4 voluntarios”.
Sin embargo, precisa el informe, “esta cifra es menor de la real porque se refiere solo a los casos confirmados, de los cuales se ha tenido noticia”.
En una entrevista concedida a Fides con motivo de la ‘Jornada de oración y ayuno en memoria de los misioneros mártires’, el Arzobispo Giovanni Pietro Dal Toso, Secretario Adjunto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y Presidente de las Obras Misionales Pontificias (OMP), señaló que “en la iglesia antigua hubo muchos jóvenes mártires. Pensando en ellos, podemos decir que el testimonio de fe, y también de sangre, no conoce límites”.
“La llamada al don de la vida toca a cada persona bautizada, y los jóvenes pueden dar un ejemplo precioso. Cuando se es joven, se posee un gran impulso y disposición para dar la propia vida”.
El Prelado dijo además que “hay mucha generosidad en los corazones de los jóvenes. No creo que los jóvenes de hoy sean menos generosos que las generaciones del pasado. La juventud, como las otras etapas de la vida, tienen debilidades endémicas, pero los millennials, los jóvenes de hoy, también muestran generosidad: solo hay que pensar en las experiencias de los jóvenes y voluntarios que viajan a los países de misión”.
En Irán también hay persecución a los cristianos, promovida por su Gobierno
En un discurso ante las Naciones Unidas el 20 de septiembre de 2017, el presidente iraní Hassan Rouhani retrató repetidamente a su gobierno como dedicado a la “moderación y respeto por los derechos humanos”. “En Irán nos esforzamos por construir la paz y promover los derechos humanos de los pueblos y las naciones. Nunca toleramos la tiranía y siempre defendemos a los que no tienen voz. Nunca amenazamos a nadie …”, recoge Israel Noticias.
Sin embargo, Rouhani miente, pues la Lista Mundial de Vigilancia de 2018, compilada por Open Doors, una organización de derechos humanos que destaca la persecución mundial de los cristianos, lo deja claro. Irán se encuentra entre las diez peores naciones donde los cristianos experimentan una “persecución extrema”.
Mientras que la mayoría de la persecución de los cristianos en la región del golfo árabe proviene de la sociedad o de grupos islámicos radicales, la principal amenaza para los creyentes en Irán proviene del propio gobierno. El régimen iraní declara que el país es un Estado islámico chiíta y está expandiendo constantemente su influencia. Los intransigentes dentro del régimen se oponen vehementemente al cristianismo y crean graves problemas para los cristianos, particularmente los conversos del Islam. Cristianos y otras minorías son vistos como amenazas para este fin, y son perseguidos como resultado. La sociedad iraní en su conjunto es más tolerante que su liderazgo, gracias en parte a la influencia del islam Sufi moderado y místico.
La mayor parte de la persecución del régimen iraní parece dirigida contra cristianos protestantes y musulmanes convertidos a ramas del cristianismo, como las cepas evangélica, bautista y pentecostal. Debido a que se les niega el derecho a construir iglesias, los cristianos a menudo recurren a reunirse y adorar en secreto. Los informes de que las autoridades iraníes irrumpen en tales reuniones de iglesias en casas, arrestan y arrastran a muchos, si no todos, los cristianos actuales se han vuelto cada vez más comunes.
Los cristianos de la India rezan por el fin de las persecuciones
Algo similar a lo que ocurre en Irán acontece en la India, donde, si los cristianos no se convierten al hinduismo, “deben irse de aquí”, que es una de las habituales amenazas que recibe la comunidad cristiana. La violencia en la India contra los cristianos es cada vez más explícita y radical, informa la agencia Asic.
En los primeros 5 meses de 2018 fueron registrados 101 episodios de violencia contra la comunidad cristiana, así como amenazas e intimidaciones. También, se manifestaron ataques y agresiones contra encuentros pacíficos de cristianos reunidos en oración, que afectan especialmente a mujeres y niños.
Persecution Relief ha llegado a contar más de 1.200 en los últimos dos años; de los cuales cerca de 60 fueron registrados en sólo nueve meses en Uttar Pradesh, el Estado gobernado por un santón hindú, famoso por su hostilidad hacia los que creen en Cristo.
Según informó AsiaNews, el pastor Shibu Thomas, fundador de ‘Persecution Relief’, afirmó que cientos de miles de personas han participado en una semana de oración pidiendo la liberación de aproximadamente 100 pastores y fieles que se encuentran recluidos en cárceles, acusados falsamente de realizar conversiones forzadas.
Esta situación en India, es en definitiva el relato sobre el sufrimiento de veinticinco millones de cristianos en un país de mil doscientos millones de habitantes, donde la religión institucional es la hindú.
Y en este contexto, resuenan las palabras del Papa Francisco denunciando el drama de la persecución de los cristianos, como lo hizo el 26 de diciembre de 2016, a la hora del rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro.Establecer como imagen destacada 2
“Los mártires de hoy son más que los de los primeros siglos. No lo olvidemos. El martirio cristiano continúa en la historia de la Iglesia hasta nuestros días. El mundo odia a los cristianos por la misma razón que odiaban a Jesús porque ha llevado la luz de Dios a un mundo que prefiere las tinieblas para esconder sus obras malvadas. Por esto, hay oposición entre la mentalidad del Evangelio y la mundana”, dijo el Santo Padre destacando que también la Iglesia para dar su testimonio de la luz y la verdad, “experimenta en varios lugares duras persecuciones, hasta la suprema prueba del martirio”.
Etiopía es uno de los estados cristianizados más antiguos del mundo. El país adoptó la religión cristiana en el siglo IV gracias al rey Ezana de Aksum, convertido, según la leyenda, por san Frumencio de Tiro, primer obispo de Aksum en Etiopía. En el siglo XIII, cuando la expansión musulmana dificultó las peregrinaciones a Tierra Santa para los cristianos en Etiopía, el rey Gebre Mesqel Lalibela decidió construir una “nueva Jerusalén”, popularmente conocida hoy como la “Jerusalén negra”. Para su construcción escogió un lugar en la región montañosa del norte del país.
Durante siglos, peregrinos y visitantes han venido a admirar este espectacular conjunto situado a una altitud de 2.630 metros. Once iglesias, talladas en un solo bloque de piedra. En 1520, uno de los primeros europeos que visitó Etiopía, el sacerdote portugués Francisco Álvares, las describió. Cuenta que le deslumbraron estos majestuosos bloques en forma de cruz: “En mi opinión, en el mundo no hay nada parecido, iglesias talladas con arte en la roca viva. Tengo que dejar de hablar de estos impresionantes edificios, porque estoy seguro de que muchos no me creerán y pensarán que exageré”.
Este extraordinario conjunto, excavado en la toba volcánica roja a 12 metros de profundidad, presenta dos tipos de iglesias: las monolíticas, talladas por completo en la roca, con las fachadas al aire libre, y las hipogeas, que se adentran en la cara de una pared o acantilado.
Sin embargo, las iglesias, que en la actualidad constituyen una importante atracción turística, siguen desempeñando un papel importante en el cristianismo etíope. Todavía acogen celebraciones religiosas y los peregrinos acuden en masa durante las grandes fiestas. Para el festival anual del Timget, que conmemora el bautismo de Jesús y la Epifanía, los fieles se reúnen alrededor de la iglesia de piedra Bete Giyorgis. Una comunidad religiosa vive allí durante todo el año para acoger a los peregrinos.
Aún faltan unas horas para que amanezca. Un hombre pasea por la orilla de una playa, contemplando el mar. Es famoso en muchos círculos intelectuales. No tarda en descubrir a otra persona en este lugar ahora desierto: es un anciano. El intelectual se pregunta qué puede hacer aquí a estas horas, pero no dice nada. Sólo lo mira, sorprendido. El anciano percibe su desconcierto y se dirige a él. Le explica que espera a unos familiares, que están navegando. La conversación prosigue. El intelectual opina sobre cualquier tema: cultura, política, religión. Le gusta hablar. El anciano sabe escuchar y he aquí que, cuando interviene, lo hace con sentido cristiano. Tal vez, en otra ocasión, el intelectual hubiera ironizado o dado por terminado el diálogo. Sin embargo, la sencillez del anciano le desarma. El intelectual puede no compartir sus ideas, pero reconoce que tienen mucho en común. Mira con simpatía la fe inocente del anciano. Pasan las horas. Se despiden. Nunca se volverán a ver.
El intelectual no olvidará este encuentro. Meses después, comprenderá que sólo las palabras del anciano parecen dar razón de sus ansias de verdad. Un encuentro fortuito le ha acercado a la fe, abriéndole un horizonte más amplio del que le presentaban todas sus ideas anteriores. Al poco tiempo, Justino, el filósofo, recibirá el bautismo y se convertirá en uno de los más grandes apologetas cristianos
Tal vez un suceso similar se ha producido en amigos nuestros, o en nosotros mismos. La historia de San Justino es actual porque las respuestas a las preguntas que el hombre no puede dejar de hacerse –el sentido de la vida, la posibilidad de la felicidad, el modo de lograrla, la existencia del sufrimiento– sólo se encuentran en Cristo. Sin embargo, no es evidente que en la Cruz esté la felicidad y la plenitud de la vida. Tal vez por eso, en ocasiones desviamos nuestra atención del problema. Buscamos huir del dolor a cualquier precio; pero el dolor es inevitable. Dirigimos la vida hacia el éxito, la seguridad del dinero, el placer; pero son fundamentos que se demuestran falsos, que acaban saturando y fallando. Al final sólo queda la soledad que sintió el hijo pródigo, el desamparo del hombre que ha intentado construir su vida sin Dios
Al leer las Confesiones de San Agustín o las vidas de los primeros conversos, descubrimos que sus inquietudes esenciales son las mismas que las del hombre de hoy. Las mismas ansiedades, las mismas soluciones, los mismos sucedáneos, la misma única respuesta real: Cristo. Hay quien intenta negar esta realidad, presentando a los hombres del siglo I como incapaces de diferenciar realidad y ficción. Se presenta la creencia en Dios como imposible a la luz del progreso actual, incompatible con el sentido moderno de la libertad. Tal modo de considerar a los primeros cristianos –¡y a sus coetáneos!– les hace poca justicia: también en la antigua Roma abundaban modernos que aprovechaban el progreso para su mayor placer y defendían en nombre de la libertad los propios egoísmos.
Los primeros cristianos supieron afrontar las mismas dificultades que nosotros, correspondiendo a la gracia. Incluso puede que sus dificultades fueran objetivamente mayores, pues vivieron en un mundo ajeno a las ideas del cristianismo. Un mundo en el que, junto a un nivel técnico y cultural nunca antes conocido, palabras como “justicia” o “igualdad” estaban reservadas a unos pocos; donde los crímenes contra la vida eran moneda común; donde la diversión incluía contemplar la muerte de otros. A veces se habla del mundo moderno como post-cristiano, con un tono negativo. Tal consideración olvida que incluso quienes buscan negar el mensaje de Cristo, no pueden –ni quieren– prescindir de sus valores humanos. El terreno común es patente a los hombres de buena voluntad, que nunca faltan. De algún modo, la realidad, después de Cristo, es cristiana.
¿Cómo reaccionaron los primeros cristianos ante el mundo que les rodeaba? A veces, aparece la tentación de atribuir la expansión del Evangelio a prodigios y milagros. Cabe el error de pensar que, disminuidos éstos, sólo queda resignarse a los errores que nos circundan. Olvidamos entonces que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, que no se ha acortado su mano. Y olvidamos también que la mayoría de las primeras comunidades cristianas no vio ningún signo extraordinario. La fe fue el prodigio que arrastró a hombres de toda clase, condición y cultura. La fe, y el amor hacia Cristo.
Los primeros cristianos eran conscientes de poseer una nueva vida. El hecho, sencillo y sublime, del Bautismo les había dado una nueva realidad: nada podía ser igual. Eran depositarios y participaban del amor de Jesús por todos los hombres. Dios habitaba en ellos, y por eso los primeros cristianos intentaban buscar la voluntad divina en cada momento; actuar manifestando la misma docilidad del Hijo a los planes del Padre. Así, a través de su vida diaria, de su coherencia heroica –a menudo heroica sólo por su constancia–, Cristo vivificó el ambiente que les rodeaba. Pudieron ser instrumentos de Dios porque quisieron actuar siempre como Jesús mismo. San Justino reconocerá en el anciano de la playa al hombre que le llevó a la fe, a pesar de que su conversión fue posterior. Priscila y Aquila descubrieron las potencialidades de Apolo. Hoy vemos que las consecuencias de tales encuentros son incalculables. No cabe pensar en los apologistas sin Justino; en la expansión del cristianismo sin Apolo. Y todo dependió de un instante: ¿qué hubiera pasado si el anciano no hubiera tomado la iniciativa y preguntado a Justino si se conocían?; ¿si Aquila o Priscila hubieran admirado la oratoria de Apolo y hubieran seguido su camino? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que correspondieron a la moción del Espíritu que les llevó a descubrir esa ocasión, y Dios llenó de frutos su docilidad. En ellos se cumplió lo que San Josemaría quería de sus hijos, y de todos los cristianos: Cada uno de vosotros ha de procurar ser un apóstol de apóstoles.
Si ellos podían responder a las mociones del Espíritu en su alma era, en primer lugar, porque cultivaban una profunda vida de piedad. Sabían reservar varios momentos de su día para tratar más al Señor. No los dejaban al azar. Consideraban que de esos momentos de trato más íntimo dependía encontrar también al Señor durante el resto de la jornada.
Numerosos textos de los primeros siglos permiten acercarse al modo en que los cristianos de entonces vivían su fe. Al levantarse, daban gracias a Dios puestos de rodillas. En tres momentos del día oraban con el Padrenuestro, sin reducirlo a una repetición de palabras: los comentarios de los Padres y de los primeros escritores eclesiásticos muestran cómo lo relacionaban con la actividad ordinaria. Entre otras consideraciones, esta oración les ponía frente a su filiación divina, que no quedaba en una realidad abstracta. Al pedir por sus enemigos, se preguntaban por el modo en que podían manifestarles el amor de Dios. En el momento de pedir el pan encontraban una relación con la Eucaristía, agradeciendo tal don; en la misma petición descubrían la necesidad de estar desprendidos de los bienes terrenos, no queriendo más de lo necesario ni preocupándose en exceso por las carencias. El Padrenuestro se convertía en la síntesis de todo el Evangelio y en la norma de la vida cristiana. Los mismos momentos elegidos para este tipo de oración les recordaban los misterios de la fe y la necesidad de identificarse con Jesús a lo largo del día, hora a hora: «Ciertamente, a la hora de tercia descendió el Espíritu Santo sobre los apóstoles (...). El Señor fue crucificado a la hora de sexta, a la de nona lavó con su sangre nuestros pecados». La catequesis, la formación que recibían, nunca separaba el misterio cristiano de la vida.
Muchos fieles cristianos practicaban el ayuno los miércoles y los viernes, los dies stationis. El trabajo continuaba; pero toda la jornada se teñía de un firme deseo de vigilancia, concretada en la petición por los demás hombres. Como soldados de guardia, quienes seguían esta costumbre se veían a sí mismos velando en la presencia de su Señor. Y esta práctica de piedad tenía consecuencias en el ambiente que les rodeaba: «de la comida que ibas a tomar calcularás la cantidad de gasto que correspondería a aquel día y lo entregarás a una viuda, a un huérfano o a un necesitado». Es conmovedor este vínculo que, a lo largo de siglos de cristianismo, une la verdadera piedad con la caridad.
La Eucaristía ocupaba un lugar privilegiado. La asiduidad a la palabra de Dios, las oraciones y la fracción del pan no se reducía a los domingos. Algunos textos de los primeros escritores cristianos permiten ver a unos hombres que frecuentaban la Sagrada Comunión entre semana, a veces a costa de incomodidades para no romper los ayunos voluntarios. Cualquier pequeño sacrificio era nada con tal de fortalecer la unión con Jesús. Hombres y mujeres sabían que, cuanto más unidos estuvieran a Cristo, más fácilmente podrían descubrir lo que Dios esperaba de ellos, las ocasiones que Él tenía preparadas para hacer llegar la felicidad plena a tantos hombres.
No se consideraban estas practicas de piedad como imposiciones obligatorias de la fe. Eran el modo lógico de corresponder al don recibido. Dios se había dado, ¿cómo los hombres no iban a tratarle, a buscarle? Por eso no se conformaban con mínimos, y se servían de todo lo que honra a Dios para tratarle. De estas normas de piedad –así podríamos llamarlas–, tomaban las fuerzas para mostrar a Cristo en sus obras; para vivir de modo contemplativo, comprendiendo que Él quería servirse de cada una de sus acciones para anunciar el Reino de Dios. No olvidaban que dependían muchas cosas grandes de que se comportaran como Dios quería.
Por eso, la vida de piedad era inseparable de un profundo apostolado. En algunos casos, los amigos de los primeros cristianos percibirían cambios en su modo de vida: la dignidad de la condición cristiana es incompatible con muchas acciones consideradas entonces, como ahora, normales. Los cristianos aprovechaban este contraste para explicar la razón de su esperanza y de su nueva actitud.
Destacaban cómo su postura era más acorde a la dignidad del hombre, y que su fe no les hacía negar lo bueno del mundo: «no me baño durante las saturnales para no perder el día y la noche, pero sí a la hora conveniente que me conserve el calor y la salud (...). No como en la calle, en las fiestas del Liber; pero allí donde ceno, lo que tú ceno». Explicaban que su actitud permitía guardar el propio corazón para Dios y los demás, porque «si huimos de los pensamientos, mucho más rechazaremos las obras». Rompían así el sofisma de una moral puramente exterior, pues lo que procede del corazón es lo que hace impuro al hombre.
Alguna vez la conversión al cristianismo no se notaría exteriormente, al menos en un primer momento. Abundaba gente que, antes de su bautismo, era conocida por su rectitud: San Justino, el cónsul Sergio Pablo, Pomponia Grecina, el senador Apolonio, los Flavios y muchos otros pueden servir de ejemplo. Los historiadores romanos recogieron algunos nombres ilustres; pero la mayor parte de los primeros cristianos eran personas corrientes que reconocieron la verdad en el mensaje del Señor, movidos por la gracia. El hecho de encontrar la fe en edad adulta hizo que su profesión y sus relaciones sociales adquirieran aún más valor: formaban el ambiente donde Cristo iba a actuar en y a través de ellos.
En ningún caso decidieron autoexcluirse o aceptar que se les separara de la sociedad en la que habían crecido y a la que amaban. Ciertamente no transigían con lo que ofendía a Dios, pero buscaban excederse en el cumplimiento de sus deberes y sabían que su acción contribuiría a un mundo más justo. Los testimonios son innumerables, pero tal vez la mejor prueba de su actitud sea la incisividad apostólica de los primeros cristianos. Detrás de la historia de cada conversión, encontramos a alguien que mostró con obras que había hecho una elección buena y verdadera. Un hombre, o una mujer, que afrontaba la vida con empuje y alegría.
A la hora de actuar, los cristianos no se planteaban falsas disyuntivas entre lo público y lo privado. Vivían su vida, la misma vida de Cristo. Esto chocaba con la mentalidad de la época, en la que muchos entendían la religión como un instrumento para la cohesión del estado. Tal desconcierto se ve, por ejemplo, en el acta martirial de San Justino. El prefecto Rústico no era capaz de aceptar o comprender las palabras de responsabilidad e iniciativa personal del mártir: «cada uno se reúne donde puede y prefiere. Sin duda imaginas que nos juntamos en un mismo lugar, pero no es así (...). Yo vivo junto a cierto Martín, en el baño de Timiotino (...). Si alguien quería venir a verme, allí le comunicaba las palabras de la verdad». Su acción apostólica era el resultado de la plena libertad e iniciativa de los hijos de Dios. El gran cambio social que propiciaron fue siempre el resultado de numerosísimos cambios personales.
Las incomprensiones eran para los primeros cristianos un acicate para mostrar su fe por las obras. El amor a Dios se mostraba en el martirio. Éste se entendía como testimonio: pero si sufrir martirio físico era el testimonio supremo, la mayoría de los cristianos advertían que debían reflejar un martirio espiritual, mostrando en su vida el mismo amor que movía a los mártires. Durante siglos, “mártir” y “testigo” fueron términos intercambiables, pues correspondían a un único concepto.
Nuestros antepasados en la fe sabían que actuar cristianamente facilitaría la comprensión del Evangelio y que la incoherencia llevaría al escándalo, «porque los gentiles, cuando oyen de nuestra boca las palabras de Dios, se maravillan de su hermosura y grandeza; pero cuando descubren que nuestras obras no son dignas de las palabras que decimos, inmediatamente empiezan a blasfemar, diciendo que es un cuento falaz y un engaño». Benedicto XVI ha recordado la necesidad de mostrar así la caridad de Cristo: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel».
¡Qué tarea más apasionante hacer presente aquí y ahora el amor que el hombre siempre necesita! Amor que los primeros cristianos manifestaron con su preocupación social, su honradez profesional, su vida limpia y su sentido de la amistad y de la lealtad. En definitiva, con su coherencia. «Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y acordes con nosotros mismos, pues obedecemos a la razón y no le hacemos violencia».
A la luz de estas consideraciones, es fácil comprender por qué San Josemaría animó a sus hijas e hijos a imitar a los primeros cristianos. Apasiona vivir como vivieron ellos: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal –la oración sin anonimato– cara a cara con Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta [22]. De este modo nuestro trabajo, nuestra vida corriente, manifestarán lo que somos: ciudadanos cristianos que queremos responder alegremente a las estupendas exigencias de nuestra fe en su plenitud.
Experimentaremos el pasmo de los primeros discípulos al contemplar las primicias de los milagros que se obraban por sus manos en nombre de Cristo, pudiendo decir con ellos: “¡Influimos tanto en el ambiente!” .