La sangre de los mártires es semilla de los cristianos
Un ensayo ahonda en las terribles persecuciones que sufrieron los adeptos a la fe de Cristo bajo el imperio romano. Un episodio histórico que ha dado lugar a leyendas y que ahora describe cómo fue realmente más allá del cine
La sangre [de los mártires] –escribía Tertuliano en el año 197 (Apol. 50)– es semilla de los cristianos». Y, en efecto, las persecuciones decretadas por diversos emperadores romanos, desde Nerón a Galerio, tuvieron un efecto contraproducente para el Imperio, que pretendía erradicar lo que entendía como una superstición dañina para el estado. Fue más bien el uso propagandístico de las persecuciones, sobre las que hay una encendida discusión historiográfica desde hace decenios, la que más contribuyó a capitalizar el martirio. Aunque no cabe dudar que lo hubo, conviene estudiar ante todo las fuentes jurídicas e históricas que permiten comprender sus dimensiones, más allá de la avalancha de literatura hagiográfica posterior, con muchas leyendas –como la de Sta. Catalina de Alejandría, por ejemplo– totalmente ahistóricas. Hay que tratar de relativizar los lugares comunes que los apologetas difundieron y establecieron como verdades incuestionables sobre la irracional crueldad del Imperio romano y sobre la muerte de decenas de miles de cristianos hasta la «conversión» y el famoso Edicto de 313 –otros tópicos muy disputados– de Constantino. Un ejemplo de este debate es el libro de R. González Salinero, «Las persecuciones contra los cristianos en el Imperio Romano» (Signifer, Madrid), que pone en tela de juicio a fuentes como el citado Tertuliano o Eusebio de Cesarea y duda sobre los tópicos. Acaso el número total de martirizados sea mucho menor de lo estimado, según los expertos, y se reduzca a unas mil o dos mil personas.
Seguramente muchos cristianos se apartaron de la fe con tal de conservar su vida y sus bienes y el Estado romano no se ensañó por motivos religiosos y fanáticos, sino por temas de orden político y social: los cristianos eran un peligro para la religión de estado. Como muestran recientes debates sobre un posible fundamentalismo romano (el libro editado por Pedro Barceló, «Religiöser Fundamentalismus in der römischen Kaiserzeit»), el estado romano solo legisló agresivamente contra grupos religiosos que, como los maniqueos o los cristianos en época imperial –o los tíasos dionisíacos en época republicana–, suponían un peligro sociopolítico.
Crueldad y ejecuciones
Pero no cabe dudar sobre la realidad histórica de las persecuciones en aquellos primeros siglos del cristianismo que fueron glosados por los historiadores eclesiásticos, como Lactancio, Eusebio o Sócrates. Pese al uso que se haría luego en leyendas áureas de muy dudosa historicidad y que, como el comercio de reliquias, se desarrollaron sobre todo a partir del establecimiento del cristianismo en religión oficial del Imperio, sobre todo a partir del siglo IV con Teodosio, puede afirmarse que la extrema crueldad de suplicios y ejecuciones dejaron una huella muy profunda en la historia antigua de las mentalidades. Es la época en la que, merced al cristianismo, el prestigio social de la santidad, de los pobres y los mártires había desplazado al de los grandes generales y también al de los oradores y filósofos. Con todo, la historia de las persecuciones es todo menos unívoca y ha de ser estudiada de forma muy matizada.
A ello viene a contribuir ahora una excelente monografía titulada «La ejecución de los Mártires cristianos en el Imperio Romano» (CEPOAT, Murcia).
Su autora es M.ª Amparo Mateo Donet, profesora de Historia Antigua en la Universidad de Valencia. Ella ha realizado una magnífica síntesis histórica y jurídica de los diversos castigos, suplicios y ejecuciones que se llevaron a cabo contra los cristianos. Comienza por estudiar con detalle la tradición de la pena capital en la prolija legislación romana, con especial énfasis en los procedimientos de ejecuciones comunes: la cruz, la cremación y la «damnatio ad bestias». El estudio de la muerte por crucifixión, que implicaba una brutal agonía, permite entender bien todo el profundo simbolismo que para los cristianos tuvo la «muerte de cruz» que sufrió el propio Cristo y en la que se resume gran parte de la teología del Dios hecho hombre para sufrir por los hombres.
Las ejecuciones usuales para los criminales condenados a muerte se utilizaron contra los cristianos por el mero hecho de serlo y no renegar de su fe, pero incluso en esta situación se notaba la fuerte estratificación social, en dos pirámides sociales y en «ordines» de la sociedad romana, pues, como se estudia también en el libro, los privilegiados tenían derecho legalmente a suplicios y ejecuciones especiales, muy notablemente la decapitación, que permitía ahorrar muchos sufrimientos, como es comprensible, o el exilio, entre otros castigos a quienes pertenecían al estamento militar.
A continuación se analizan las condenas con muerte indirecta y las ordalías, que dieron lugar a historias de santidad y martirio en la literatura hagiográfica. Había condenas a trabajos forzados, entre las primeras, a las minas o las galeras, que a menudo implicaban una muerte cierta, y otro tipo de castigos por precipitación, inmersión o por enterramiento en vida, entre otras muchos sofisticados suplicios que pretendían provocar la falta de fe de otros creyentes al ver que el Dios cristiano era incapaz de salvar a sus adeptos. El libro contiene unas buenas vistas a todo lo que se refiere a los aspectos legales de las ejecuciones de los cristianos, desde las medidas auxiliares en el desarrollo de los juicios a las penas complementarias, con un útil resumen de los puntos esenciales que el derecho romano establecía para los procesos a los mártires cristianos. Todo ello convierte a esta obra en un tratamiento completo y exhaustivo que, proporcionando un panorama de la investigación, viene casi a agotar la cuestión.
Una herramienta poderosa
Al final queda pendiente una pregunta, la esencial y la que se hacen casi todos cuando sale este tema: ¿lograron estas persecuciones su propósito o, como decía Tertuliano, fomentaron la difusión de la «semilla» del cristianismo? Como apunta a lo largo de su ensayoesta investigadora, el resultado fue bastante ambivalente: «El martirio proporcionó a los cristianos una poderosa herramienta ideológica desde el momento en que el proceso genera una propaganda que crece y se difunde entre los creyentes y los posibles futuros creyentes, que impacta en la sociedad y ofrece un modelo de comportamiento. […]. ¿Consiguieron los Emperadores que el mensaje que intentaban transmitir calara en la población? Probablemente no, porque los martirios continuaron y el cristianismo se extendió. No obstante, en parte debió servirles para algo, puesto que también hubo muchos casos de apostasía y de ocultación» (pág. 243).
Así, puede entenderse que, con el pasar del tiempo, pese a los esfuerzos del estado romano en suprimir a lo que en principio fue un grupo minoritario, finalmente el cambio de las mentalidades y las transformaciones del final de la antigüedad conllevaran el definitivo triunfo del cristianismo.
Como Tertuliano, ya lo advertía la estupenda Epístola a Diogneto, una carta apologética del siglo II dirigida a un pagano, cuando el anónimo autor le pregunta: «¿No ves cómo los cristianos son arrojados a las fieras para obligarlos a renegar, y no son vencidos? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?» (7, 7-8). El cambio histórico acaso más radical de la antigüedad se estaba produciendo irremediablemente.
El año 1947 en el Wadi Qumrán, junto al Mar Muerto, aparecieron en diversas cuevas, once en total, unas jarras de barro que contenían un buen número de documentos escritos en hebreo, arameo y griego. Se sabe que fueron escritos entre el s. II a.C. y el año 70 d.C., en que tuvo lugar la destrucción de Jerusalén.
Se han recompuesto unos 800 escritos de entre varios miles de fragmentos, puesto que son muy pocos los documentos que han llegado completos. Hay fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, excepto de Ester, de muchos libros judíos no canónicos ya conocidos e incluso de otros hasta entonces desconocidos, y han aparecido un buen número de escritos propios del grupo sectario de esenios que se habían retirado al desierto.
Los documentosmás importantes sin duda son los textos de la Biblia. Hasta el descubrimiento de los textos de Qumrán, los manuscritos en hebreo más antiguos que poseíamos eran de los siglos IX-X d.C. por lo que cabía sospechar que en ellos se habrían mutilado, añadido o modificado palabras o frases incómodas de los originales. Con los nuevos descubrimientos se ha comprobado que los textos encontrados coinciden con los medievales, aunque son casi mil años anteriores, y que las pocas variantes que presentan coinciden en gran parte con algunas ya atestiguadas por la versión griega llamada de los Setenta o por el Pentateuco samaritano. Otros muchos documentos han contribuido a demostrar que había un modo de interpretar la Escritura (y las normas legales) diferente al habitual entre saduceos o fariseos.
Entre los textos de Qumrán no hay ningún texto del Nuevo Testamento ni ningún escrito cristiano. En algún momento se ha discutido si algunas palabras escritas en griego sobre dos pequeños fragmentos de papiro encontrados allí pertenecían al Nuevo Testamento, pero no lo parece. Fuera de eso, no había en esas cuevas ningún otro posible documento cristiano.
Tampoco parece que hubiera influencias de los textos judíos que han aparecido allí en el Nuevo Testamento. Hoy los especialistas están de acuerdo en que en el ámbito doctrinal Qumrán no influyó nada en los orígenes del cristianismo, pues el grupo del Mar Muerto era sectario, minoritario y apartado de la sociedad, mientras que Jesús y los primeros cristianos vivieron inmersos en la sociedad judía de su tiempo y dialogaron con ellos. Únicamente los documentos han servido para aclarar algunos términos o expresiones habituales en aquella época y que hoy resultaban difíciles de entender y comprender mejor el ambiente judío tan plural en que nació el cristianismo.
En la primera mitad de los noventa se propalaron dos formidables mitos que hoy están plenamente diluidos. Uno, que los manuscritos contenían doctrinas que contradecían o al judaísmo o al cristianismo y que, en consecuencia, el Gran Rabinato y el Vaticano se habían puesto de acuerdo para impedir su publicación. Ahora están publicados todos los documentos y es evidente que las dificultades de publicación no eran de orden religioso, sino de orden científico. El segundo es de mayor calado, porque se presentó con visos científicos: Una profesora de Sydney, Barbara Thiering y otro de la State University de California, Robert Eisenman, publicaron varios libros en los que comparando los documentos qumránicos con el Nuevo Testamento llegaron a la conclusión de que ambos están escritos en clave, que no dicen lo que dicen, sino que hay que descubrir su significado secreto. Sugieren que el Maestro de Justicia, fundador del grupo de Qumrán, habría sido Juan el Bautista y su oponente Jesús (según B. Thiering), o que el Maestro de Justicia habría sido Santiago y su oponente Pablo. Se basaban en que hay personajes mencionados con términos cuyo significado se nos escapa, tales como Maestro de Justicia, Sacerdote impío, el Mentiroso, el León furioso, los buscadores de interpretaciones fáciles, los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, la casa de la abominación, etc. Actualmente ningún especialista admite tales afirmaciones. Si no conocemos el alcance de esta terminología no es porque contenga doctrinas esotéricas. Es evidente que los contemporáneos de los qumranitas estaban familiarizados con estas expresiones y que los documentos del Mar Muerto, si bien contienen doctrinas y normas diferentes de las mantenidas por el judaísmo oficial, no tienen ninguna clave secreta ni esconden teorías inconfesables.
Bibliografía
Jean Poully, Los manuscritos del mar muerto y la comunidad de Qumrán, Verbo divino, Estella, 1980;
Florentino García Martínez – Julio Trebolle, Los hombres de Qumrán: literatura, estructura social y concepciones religiosas, Trotta, Madrid, 1993;
R. Riesner – H. D. Betz, Jesús, Qumrán y el Vaticano (Herder, Barcelona, 1992)
El P. Tom Uzhunnalil, sacerdote que estuvo secuestrado 18 meses a manos de terroristas musulmanes, afirmó que ha perdonado a los yihadistas y que si durante su cautiverio se mantuvo firme, “fue gracias a la oración de todas las personas que rezaron por mí”.
En una entrevista concedida a ACI Prensa, el sacerdote salesiano recordó la experiencia vivida en Yemen, cuando los terroristas lo secuestraron luego de asesinar a cuatro misioneras de la caridad y a los voluntarios que ayudaban a dirigir la residencia de ancianos que las religiosas llevaban en Adén.
Según explicó, la situación en los últimos días había mejorado en Yemen, donde había una gran confusión consecuencia de la primavera árabe. “Las iglesias en Yemen habían sido atacadas y vandalizadas, pero en los días anteriores a mi secuestro la situación se había estabilizado un poco”, recuerda.
Sin embargo, la mañana del 4 de marzo de 2016 cuando estaba rezando en la capilla de las Misioneras de la Caridad escuchó unos disparos en el exterior. Vio cómo asesinaban a cuatro de ellas.
“Recé a la misericordia de Dios por las hermanas que habían muerto y también por los que las habían asesinado. Después dijeron que saliera fuera y me preguntaron si era musulmán. Les dije que no, que era cristiano. Y me metieron en la parte trasera del coche. Poco después abrieron la puerta de nuevo y lanzaron algo metálico envuelto en unas telas. Supe que era el sagrario que las hermanas tenían en la capilla”, explicó.
El P. Tom fue secuestrado por una célula yihadista y asegura que no sufrió torturas físicas, pero sí psicológicas. “Me quitaron todo, aunque me daban un poco de agua y de comida”, recordó. Durante ese tiempo le cambiaron de ubicación unas cinco o seis veces, pero afirma que nunca supo la localización exacta de dónde estaba secuestrado.
En los 18 meses que estuvo secuestrado, el P. Tom se mantuvo firme con la oración. “Fue gracias a la oración de todas las personas que rezaron por mí que pude soportar lo vivido. No fue por mi fortaleza personal, sino por la oración de mis hermanos y hermanas en la fe”, asegura.
Sin embargo, el P. Tom también se apoyó especialmente en la oración durante esos duros momentos. “Todos los días rezaba el ángelus; tres o cuatro Rosarios; un Padrenuestro, Avemaría y Gloria por las hermanas fallecidas; la coronilla de la Misericordia meditaba el Vía Crucis y celebraba la Santa Misa de manera espiritual porque no tenía pan ni vino, pero decía las oraciones de memoria”, explicó.
“Rezaba por mis captores y agradecía a Dios la semilla de bondad que podían tener en sus corazones. Gracias a Dios no les guardo rencor ni odio”, aseguró.
Además había un pasaje del Evangelio que en esos 18 meses meditó con frecuencia. “En el Evangelio está escrito que cada pelo de nuestra cabeza está contado y que no cae sin que nuestro Padre del Cielo lo sepa. Dios sabía todo lo que estaba sucediendo, porque debían haberme matado desde el principio, pero no fue así. Me mantuvieron con vida incluso habiendo dicho que era cristiano. Ahora estoy aquí, libre, para testimoniar que Dios está vivo, que ha escuchado nuestras oraciones y nos ha respondido. Yo he sido testigo del poder de la oración”, declaró a ACI Prensa.
Tras su liberación el 12 de septiembre de 2017, se encontró con el Papa Francisco, un momento que fue “tremendamente emotivo”. “Durante la reunión con el Papa lloré y le agradecí por las oraciones que él había rezado por mí y las que había pedido también que rezaran por mí”.
A todos los cristianos que sufren persecución en la actualidad, el P. Tom animó a mantenerse firmes en la oración y en la fe en Dios. “La oración es lo mejor que nos ha dado Dios y puede conseguirlo todo. Abandonado en la voluntad el Señor, durante mi secuestro le pedía al Señor que me liberaran pronto, pero también le pedía que me diera la gracia para llevar a cabo la misión que Él tenía pensada para mí”, recordó.
Actualmente vive en Bangalore (India) ya que Yemen está en guerra, sin embargo asegura que está dispuesto a volver al país “si esa es la voluntad de Dios”.
12 de noviembre
SAN MILLÁN DE LA COGOLLA
(+ ca 574)
Para contar sencillamente la vida de San Millán disponemos de un testimonio fidedigno, sin que esto quiera decir que no deba sometérsele por ello al análisis de la crítica histórica. San Braulio, obispo de Zaragoza, nos legó un opúsculo latino en el que relata la vida de San Millán. No sólo el prestigio del propio narrador ha de imponérsenos en este caso. Escribe a poca distancia de los hechos, "porque los venerables sacerdotes de las iglesias de Cristo. Citonato, Sofronio y Geroncio, presbíteros de santa y purísima vida, a quienes no da la Iglesia poco crédito, nos contaron fielmente lo que vieron". A estos tres hay que agregar el testimonio "de la muy religiosa Potamia, de santa memoria". En la declaración de cuatro testigos respetables funda San Braulio la biografía de San Millán. De su narración difiere muy poco, siglos adelante, Gonzalo de Berceo, que en realidad traduce libremente al obispo de Zaragoza, dando una versión de nombres de lugares terminante y clara, por simple incorporación de lo que se admitía sin vacilar en su momento.
Como en esta localización residen algunos de los problemas históricos que se han discutido en torno de la vida de San Millán, optamos por narrar ésta primero, siguiendo a San Braulio y respetando la nomenclatura que él emplea. Y una vez recogido este fundamental testimonio, del que arranca todo lo que se ha escrito sobre San Millán, trataremos de esclarecer aquellos puntos históricos aludidos. Parece esto más hacedero y fácil de seguir por el lector que plantear a cada cita del nombre de un pueblo, de un castillo o de una montaña en el texto de San Braulio el problema de interpretación correspondiente.
Estamos en el siglo VI de la era cristiana y, con toda seguridad, en el primitivo territorio de la diócesis de Tarazona. España está dominada por los visigodos, es católica, y al final de la centuria lo será solemnemente en la persona de Recaredo. El rincón de la Rioja por donde el Ebro penetra desde Cantabria es el escenario de la vida de San Millán. Las discusiones, que veremos después, acerca del lugar del nacimiento del Santo no afectan al seguro hecho histórico de su larguísima permanencia en la Rioja.
Había "en aquel tiempo", pues no puede fijarse más que la época y no el año del nacimiento de San Millán, un pastor de ovejas como de veinte años, mancebo ejemplar y temeroso de Dios, que, entretenido en la guarda de su ganado en el mismo corazón de los montes, se acompañaba, como era costumbre pastoril, con una cítara, tratando de evitar así el mortal decaimiento del ánimo, fruto de una prolongada y honda soledad. Un día, a este pastor, llamado Millán (esto es, Emiliano; Aemiliani, dice el texto latino de San Braulio), "le vino un sueño del cielo", y se le despertó el alma con tanto ímpetu y con tan viva luz que determinó consagrarse, de todo en todo, a la vida sobrenatural, y partió en busca de las soledades del yermo, donde hacer vida de contemplación y santificación.
El lugar donde nació Millán, el pastor, se llamaba Vergegio, y cercanos a él se hallaban los montes y prados donde apacentaba el ganado. Al adoptar la determinación de consagrarse a la vida religiosa, Millán comprendió que no podía hacerlo sin someterse a la debida instrucción y guía, y para ello se dirigió a Bilibio, donde en un famoso castillo que guardaba una garganta del Ebro con tal fortaleza y eficacia que jamás los sarracenos se atrevieron con él, habitaba un monje llamado Felices, que gozaba fama de varón santísimo. A él se dirigió Millán, imploró y obtuvo su magisterio, y sujetándose a la severa disciplina que Felices le impuso, se abrió las puertas de la vida que deseaba emprender.
Fortalecido con esta enseñanza, provisto a la vez de reglas y de doctrina, Millán escogió un lugar próximo a Vergegio para vivir en soledad y oración, pero no le fue posible permanecer en él largo tiempo, porque entre sus convecinos y otros comarcanos corrió la fama de su santidad y confluían en masa a pedirle consejo y remedio. Deseoso entonces de asegurar la soledad que buscaba para su perfección, adentróse por la montaña, caminando hacia lo más elevado, intrincado y boscoso de ella, hasta llegar a lo más escondido del Distercio, que tal era el monte en el cual se encontraba. Allí, privado de toda compañía humana, expuesto a la dura inclemencia de nieves y huracanes, permaneció por espacio de cuarenta años, sostenido su cuerpo por las hierbas y frutos silvestres y el agua de los arroyos, y más que nada, por el temple del alma, entregada a Dios.
De este larguísimo plazo de vida en el yermo que dan como cierto los testimonios recogidos por San Braulio, tal vez no deba dudarse si se piensa que cupo ampliamente en la existencia de San Millán, el cual permaneció en este mundo por espacio de ciento un años. En cuanto a que lograse subsistir en las condiciones que implica un clima despiadado, hemos de pensar en el favor de Dios y en que, si sometido a tales condiciones logra alguien vivir cuatro años, puede, sin duda alguna, vivir los cuarenta. De las luchas y sacrificios de esta época, de las tentaciones que sufrió, de las asechanzas a las que el demonio le sometiese, dice con gran acierto San Braulio que "sólo pueden conocerlo bien aquellos que, consagrándose a la virtud, lo experimentan en sí mismos".
El selvático aislamiento en el que Millán permanecía no fue obstáculo para que hasta él llegase algún peregrino y para que por el contorno se difundiese la fama de una santidad en la que creían todos. Esta fama, corriendo de boca en boca, fue a parar hasta los oídos de Didimo, por aquel entonces obispo de Tarazona. Teniendo jurisdicción sobre el áspero eremita por hallarse el lugar que había elegido para la oración en territorio de su diócesis, el obispo le envió mensaje para que se presentara a recibir las sagradas órdenes, pues deseaba que como sacerdote, y no como monje del yermo, diese pruebas de su activa virtud.
No se creía Millán apto para el desempeño de las tareas sacerdotales, al punto que dicen que al recibir el primer mensaje del obispo abrigó la idea de huirse más allá de los límites de la diócesis de Tarazona. Pero al fin pensó que debía obedecer y, una vez ordenado, se le confirió la parroquia de Vergegio, su pueblo natal. Allí prosiguió su ejemplar vida de privaciones y sacrificios, entregándose a dilatados ayunos y severas mortificaciones. Se afirma que siendo escasísimas sus letras, como era natural, pues no tuvo otra instrucción que la que le comunicara el monje Felices, los años de vida eremítica le habían proporcionado una sabiduría profunda, fruto de las meditaciones en la montaña, a solas con Dios.
Con todo, la etapa de San Millán como párroco de Vergegio había de terminar mal. Se propuso el Santo desterrar todo hábito de codicia en la casa del Señor y proclamó que la mejor administración posible de los bienes eclesiásticos era repartirlos entre los pobres. Así se lo propuso y así lo realizó en Vergegio, con gran escándalo de los otros clérigos, que, hechos al disfrute de diezmos y primicias, acabaron por querellarse ante el obispo Didimo, acusando a San Millán de malversación por el grave perjuicio que infería a los bienes de la Iglesia. Afirma San Braulio que el prelado se sentía envidioso del gran predicamento alcanzado por las excelsas virtudes que todos reconocían en San Millán, y dio oídos a la denuncia, ardió en cólera, increpó al Santo y le privó del curato que él mismo se había obstinado en concederle. San Millán sufrió los reproches con tranquila y humilde paciencia y se retiró al lugar que se conoce como su oratorio para continuar su vida de oración y penitencia.
A continuación veremos lo que la investigación histórica ha podido agregar al sencillo relato de San Braulio. Después de aludir a su retiro al oratorio, siendo ya hombre de más de ochenta años y hallándose enfermo de hidropesía, se nos da a entender que vivió asistido por algún presbítero; que dispuso de un caballejo, que en una ocasión le robaron, y que se rodeó de santas mujeres, vírgenes del Señor, que le cuidaban en los últimos tiempos de su extrema ancianidad. Parece que al cumplir los cien años tuvo aviso de su próxima muerte y que al llegar la hora llamó junto a sí al presbítero Aselo, que con él vivía, y, confesándose con él, entregó el alma a Dios.
Se atribuyen a San Millán gran número de milagros, que San Braulio refiere por lo menudo y Berceo reproduce, apoyándose en la tradición oral que transmitió hasta los nombres de las personas favorecidas. En realidad parece que la virtud milagrosa del Santo ejercióse principalmente en las curaciones de ciegos, tullidos y paralíticos, que a él acudían de todas partes, y en la expulsión de los demonios. A título de curiosidad, y por ser, indudablemente, el más legendario de todos los milagros de San Millán, la mayoría de los cuales entran en el orden de los que Dios ha obrado muchas veces por el intermedio de los santos, referiremos que en cierta ocasión el demonio le salió al camino y le retó a medir sus fuerzas con él, para lo cual tomaría el espíritu del mal forma y cuerpo tangibles. Hízolo así, pero salió malparado de la lucha, porque San Millán imploró el socorro de los ángeles, que le ayudaron a vencer. La leyenda medieval concreta en esta forma su admiración por el poderío que el Santo tuvo sobre el demonio.
La devoción a San Millán fue, evidentemente, muy viva en la alta Edad Media. Venerado entrañablemente en la manera que descubre el propio estilo del texto de San Braulio, fué, a partir del siglo xvi, después de la unidad española y de la existencia de una gramática castellana, objeto de ardientes controversias, nacidas de la interpretación de los viejos códices latinos y atizadas por el afán comarcal de apropiarse la pertenencia de un varón tan ilustre. Así se consiguió enturbiar el limpio arroyo de la tradición que Berceo había recogido y popularizado. Y eso que la autoridad de Gonzalo de Berceo en este caso debe valorarse en mucho por hallarse el poeta en el mismo punto de conjunción del latín vulgar con el castellano recién nacido y ofrecer por eso la mayor garantía de autenticidad en su nomenclatura, que él, por otra parte, no supone que pueda ponerse en tela de juicio.
Una breve síntesis de las polémicas servirá para aclararle al lector esa geografía de San Braulio, que ha de resultarle forzosamente obscura, con su Vergegio, con su Bilibio, con su monte Distercio... Recordemos que el Santo vive en el siglo vi y aun por una referencia de San Braulio puede colegirse que su muerte acaeció a no excesiva distancia del final del reinado de Leovigildo, lo cual, dada la longevidad del Santo, situaría su nacimiento en el último cuarto del siglo v. Las precisiones documentales que se poseen hoy sobre aquella época no son para darle alientos a ningún investigador.
En primer lugar ¿a qué pueblo de hoy corresponde el Vergegio en que el Santo nació? Lo único que sabemos seguro es que pertenecía a la diócesis de Tarazona. Para Gonzalo de Berceo no hay duda posible:
Cerca es de Cogolla de parte de Orient
dos leguas sobre Nagera al pie de Sant Lorent
el barrio de Berceo, Madriz la iaz present.
Inació Sant Millan, esto sin falliment.
Allí, en Berceo, nació San Millán, y sin duda alguna, lo que se corrobora más adelante en el poema, poniéndolo en boca del mismo Santo:
En Berceo fui nado, cerca es de Madriz,
Millón me puso nomne la mi buena nodriz.
Madriz, ya se ha entendido, es un lugar inmediato a Berceo. Pero quieren algunos aragoneses recabar para su tierra el nacimiento de San Millán, para lo cual reciben muy buena ayuda en el tomo 50 de la España Sagrada, donde el historiador don Vicente de la Fuente arguye que Vergegio es Verdejo, lugar de Aragón ya mencionado en el Fuero de Calatayud. Los argumentos de tipo lingüístico que parecían deponer en este caso a favor de Verdejo deponen, en realidad, a favor de Berceo, cuya afinidad con Vergegio es mucho más efectiva que la de Verdejo, tanto más cuanto que, remontándonos al mencionado Fuero de Calatayud, donde consta el nombre de Verdejo, lo vemos aparecer como Berdello, forma ya inadmisible como intermedia entre Vergegio y Verdejo. No olvidemos, por otra parte, que el padre Manuel Risco, en el tomo 33 de la España Sagrada, al tratar de los santos del obispado de Calahorra, deja de lado a San Millán, pues aunque nacido en Vereco, de la diócesis calagurritana "desde que los reyes de Navarra echaron los moros de toda esta provincia", perteneció en los siglos anteriores a la diócesis de Tarazona, como hallándose en territorio de la Celtiberia, "la cual se extendía por los montes Idubedas, que en aquella parte se dijeron Distercios".
No pudo el padre Risco, porque se lo impidió la muerte, ocuparse de San Millán, pero la nota a la que nos hemos referido es muy importante y no alcanzó don Vicente de la Fuente a refutarla. Puede darse por averiguado que Berceo perteneció a la diócesis de Tarazona antes de pasar a depender de Calahorra. Por otra parte, los primeros pasos de San Millán tienen una lógica mucho mayor si se considera que el Santo parte de Berceo y no de Verdejo. Se dirige, como nos ha dicho San Braulio, al castillo de Bilibio. ¿Dónde está Bilibio? Atrevidamente se quiso en el siglo xvi suponer que Bilibio pudiera ser Bilbilio, con lo cual se le asimilaba a Bílbilis (Calatayud). Pero esta forzadísima interpretación ha sido desechada unánimemente y se conviene por todos en que Bilibio estaba en las proximidades de la actual ciudad de Haro, en la Rioja. Bilibium, según el padre Risco, es probable corrupción de Bilabium, dos labios o escarpaduras entre las cuales irrumpía el Ebro en tierra riojana, lugar estratégico para emplazar un fuerte castillo. Que el joven pastor, tocado por la gracia, se dirigiese de Berceo a Haro es mucho más lógico que lo hiciese desde Verdejo, y a esto sólo se replica que a veces los anacoretas marchaban a países muy lejanos. Pero San Millán no iba, como si dijéramos, a instalarse, sino a instruirse, atraído por la fama de un monje, que había llegado a sus oídos por morar en paraje no lejano del suyo más de unas cuatro leguas.
No tendríamos, pues, discusión sino en cuanto al lugar de nacimiento; pero no en cuanto al verdadero escenario de la vida de San Millán. Sin embargo, aún queda sobre esto algo que decir. Los partidarios de Verdejo pierden mucho cuando resulta forzoso convenir que el monte Distercio—y en esto todos están conformes—, donde San Millán pasó los cuarenta años de su vida de anacoreta; no es otro que el monte, o sierra más bien, de la Cogolla, de donde le viene a San Millán su usual apellido. Como San Millán volvió a las cercanías de su pueblo, según indica San Braulio, después del tiempo que permaneció con el monje Felices, y al verse allí acosado de la gente se retiró a lo más elevado e intrincado del Distercio (la Cogolla), este proceso de traslación resulta fácil y lógico teniendo a Berceo como centro y no es igualmente explicable partiendo de Verdejo. Lo que verdaderamente otorga a Berceo sus mayores probabilidades, aparte de múltiples testimonios de la tradición, es el haberse identificado a Bilibio en las cercanías de Haro y al Distercio en la Cogolla. También partiendo de Verdejo resulta inexplicable el último retiro de San Millán, depuesto del curato, pues lo más seguro parece que el que San Braulio llama "oratorio" del Santo estuviese en el emplazamiento del monasterio de Suso.
Se admite corrientemente que San Millán murió en el año 574. Pónese muy en duda, sin embargo, la fuente principal de donde pudiera deducirse aquella fecha, y sólo queda en pie la referencia de San Braulio en la relación de milagros, cuando dice que profetizó la destrucción de Cantabria, o sea la acción punitiva de Leovigildo en esta región, un año antes de que acaeciese, con lo cual, computando fechas, viene a darse en la de 574 como probable data de la muerte. Esta misma fecha, cifrada a lo gótico, consta en cierto epitafio descubierto en 1601, cuando el abad de San Millán ascendió al monasterio de Suso para reconocer la tumba del Santo, y al no poder levantar el cantero la piedra que cubría el sepulcro, abrió uno de los costados y quedó de manifiesto una lápida que sería un tesoro si su autenticidad no se hubiera puesto tan en duda. Porque allí no sólo consta la referida fecha, sino que San Millán fué monje de la Orden de San Benito y era abad cuando descansó en el Señor.
Que se trate de una piadosa, aunque reprobable, superchería de los monjes, que de este modo recaban a San Millán entero para sí, o que, sin mediar superchería alguna, sea un epitafio en extremo posterior—como ha de serlo--a la fecha de la muerte y se haya recogido allí lo que tradicionalmente se afirmaba, es cuestión que no importa demasiado. La teoría de la falsificación pura y simple tiene sus partidarios, que argumentan con el traslado de los restos, realizado por Sancho el Mayor de Navarra en 1030, el cual habría tenido que dejar el epitafio allí. Esto, según otros, pudo ser intencionado, ya que en el sepulcro quedaban cenizas, reliquias también, que le conferían al sepulcro venerable carácter. En todo caso, se discute asimismo la calidad apócrifa de la inscripción, que se considera de un gótico extremadamente dudoso.
Queda en pie de toda esta polémica la cuestión de si efectivamente San Millán fue abad de la Orden benedictina. Seguir la discusión entablada desde el siglo xvi sobre este punto resultaría harto prolijo. Aun el mismo hecho de las santas mujeres que atendían y cuidaban a San Millán en lo más desvalido de su ancianidad extrema, que algunos estiman de todo punto incompatible con el monacato, tiene su explicación plausible para quienes lo defienden. Hemos de tener presentes las condiciones excepcionales en las que se desenvolvía la vida religiosa y monástica en el siglo vi, aunque también debe tenerse en cuenta que la única fuente biográfica de autoridad que poseemos, que es el relato de San Braulio, no hace la menor alusión a que San Millán fuese abad, y aun es dudoso que le considere monje, si bien el no designarle así concretamente se ha de entender ocioso, pues monje fue no sólo en el sentido etimológico de la palabra, sino en el de la obediencia (a más de pobreza y castidad), que se probó cuando el obispo de Tarazona le reclamó para que recibiese las sagradas órdenes, lo que no hubiera podido obligar a un simple diocesano.
Basta con dejar apuntada esta cuestión. Sobre la trayectoria seguida por los restos del Santo, una bella leyenda les señala el emplazamiento de la morada final. Ya hemos dicho que en 1030, Sancho el Mayor los trasladó desde el "oratorio", monasterio de Suso, al altar mayor, donde permanecieron hasta el 1053, en el que don García, hijo de don Sancho, los quiso trasladar al monasterio de Nájera. Pero colocado el ataúd en un carro de bueyes, no hubo medio humano de que el carro se moviese de determinado lugar, donde quedó como clavado a la tierra, dando indicio cierto de que una voluntad superior se oponía a que pasase de allí. Y allí fue donde el rey dispuso que se levantara un nuevo monasterio con el nombre del Santo, en el que sus restos descansaran en espléndida sepultura, en la que, para la urna sepulcral, se derrochó el marfil, el oro y la pedrería. Tres razones más que suficientes para que los restos del Santo fueran inquietados en 1809, cuando la francesada desplegó por allí su espíritu rapaz.
NICOLÁS GONZÁLEZ RUIZ.
SAN MARTÍN DE TOURS
Nació hacia el año 316 en Panonia (la actual Hungría), de padres paganos. Cuando se convirtió al cristianismo, abandonó el ejército y abrazó la vida monástica, siendo uno de sus más importantes promotores en las Galias. Nombrado obispo de Tours, se didicó particularmente a la formación del clero y a la evangelización de los pobres. Murió en el 397, siendo uno de los primeros santos no mártires más venerados por los fieles.
UNO DE LOS SANTOS MÁS POPULARES DE EUROPA Elegido obispo de Tours en el año 371, difundió el cristianismo en toda la Galia occidental.
VIDA
Obispo de Tours. Célebre santo del siglo IV, cuyo culto se extendió extraordinariamente por toda Europa. Nació en Szombathely (Panonia, actual Hungría) el año 316, si se acepta la cronología recientemente defendida por Griffe, que es la que seguiremos.
Parece ser que se encontraba allí su padre, de guarnición, pues era tribuno militar. La educación la recibió, sin embargo, en Pavía. A los 15 años (331) entró en la carrera militar, sirviendo en la guardia imperial de a caballo.
Durante este tiempo, siendo aún catecúmeno, ocurrió en Amiens el conocido episodio de la limosna de la mitad de su capa entregada a un pobre; aquel pobre se le apareció en sueños, en figura de Jesucristo, cubierto de la media capa. También se nos cuenta, para ponderar su caridad, el hecho de que limpiara el calzado al esclavo que le servía de ordenanza.
San Martín de Tours rompe su capa para darle parte a un pobre.
Preparado así por la práctica de la caridad, recibe el año 334 el bautismo, sin tener todavía una situación definitiva en la milicia.
Ingresa en ésta definitivamente el año 336 y persevera en ella 20 años hasta que en 356 se separa del ejército.
Siendo oficial de la guardia imperial Martín debió de acompañar al césar Juliano cuando, en diciembre 355, dejó Milán para acudir a las Galias.
El joven príncipe pasa en Vienne toda la primera parte del año 356, ya que hasta el 24 de junio no le encontramos en Autun, en camino hacia la frontera del Rhin.
Durante su estancia en Vienne o en su región, se interesa por el Concilio de Beziers, en el que el obispo de Poitiers, S. Hilario, mostraba una fiera independencia frente a la facción arriana, lo que provocó por parte del emperador Constancio una sentencia de exilio.
Si, como parece seguro, el Concilio de Beziers se celebró en la primavera del 356, se explica bien que Martín oyese hablar de S. Hilario y admirase, como testifica Sulpicio Severo, su celo de defensor de la ortodoxia.
Juliano está en Worms en el verano del 356 y allí obtiene Martín su separación del ejército. Marcha a Oriente, visita su tierra natal, donde logra convertir a su madre, y regresa después a Milán, donde hace un ensayo de vida monástica cerca de la ciudad hasta que el obispo arriano le expulsa.
Durante algún tiempo se refugia en un islote de la costa ligur con un sacerdote, y allí le llega la noticia de que S. Hilario ha vuelto a Poitiers, terminado su exilio. Inmediatamente corre a su lado. Pero en Milán y en la isla ha tomado gusto a la vida monástica.
Por eso, apoyado por S. Hilario, funda un monasterio en Ligué, realizando así su más hondo deseo porque, como se ha dicho con mucha razón, «S. Martín fue soldado por fuerza, obispo por obligación, monje por gusto».
Pero aquella vida tranquila, al margen de los afanes del cuidado pastoral y de las querellas teológicas, iba a durar poco tiempo.
Las gentes se fijan cada vez más en aquella figura extraordinaria. La sede de Tours estaba vacante. Con el pretexto de curar a un enfermo se le hizo venir a la ciudad y una vez allí, un 4 de julio, no se sabe con exactitud si del año 370 ó 371, fue consagrado obispo.
San Martín de Tours
El episcopado galo-romano había cedido en aquellos tiempos al espíritu del mundo. La figura de Martín iba a suponer un contraste profundo con los demás obispos.
Para acentuar más la concepción que él tenía del episcopado, uno de sus primeros actos fue fundar el monasterio de Marmoutiers, junto a su ciudad episcopal, monasterio que pasaría a constituir un auténtico semillero de obispos y sacerdotes reformadores en medio del relajado clero de las Galias de entonces.
El obispado de Martín iba a constituir todo un programa de renovación pastoral, reuniendo los tres tipos de santidad entonces conocidos: el de los ascetas, que encarnó en su austeridad y penitencia; el de los pontífices, como obispo de Tours, y el de los misioneros, por la actividad que como tal desarrolló.
Frente a los restos del paganismo, todavía vivientes, Martín adoptó una actitud extraordinariamente dinámica y combativa. Llegaba al pueblo, rodeado de sus discípulos, convocaba a la multitud y, uniendo a la persuasión la autoridad, conseguía la demolición del templo pagano y el derribo de los árboles sagrados.
Su atractivo personal debía de ser extraordinario, como lo demuestra este ascendiente sobre las masas paganas, no menos que el que ejerció sobre personalidades tan fuertes como S. Paulino de Nola, Sulpicio Severo y otros personajes de su época.
Un episodio habría de ocasionarle grandes remordimientos y aumentar al mismo tiempo su celebridad: Martín logró salvar la vida al hereje Prisciliano y sus seguidores, condenados a muerte por el Emperador. Con ello, a Martín se le consideró en cierto modo responsable del posterior desarrollo de la herejía priscilianista.
Sin embargo, su interés por Prisciliano fue evidentemente fruto de su caridad y de su tesis de que no es la violencia el mejor medio de combatir las herejías. Tanta firmeza no podía menos de acarrearle enemistades. Se hizo una gran campaña contra él, que iba desde acusarle de hipócrita hasta señalarle como contagiado de priscilianismo.
Los obispos salidos de su escuela van siendo relegados, los concilios se reducen a estériles querellas de precedencia y la obra del santo es ridiculizada y criticada
Él se retira a su diócesis y prosigue allí su tarea pastoral hasta que muere en torno al año 397 (el 8 noviembre).
La narración de unas palabras suyas pronunciadas en Candes, pueblecito en la confluencia de los ríos Vienne y Loira, constituye una de las más bellas páginas de la literatura cristiana, que con justos méritos ha pasado a las lecciones y aun a los responsorios del Breviario el día de su fiesta: «Señor, si aún soy necesario -decía, respondiendo a sus discípulos que le pedían que siguiera viviendo-, no rehúso el trabajo. Que tu voluntad se realice plenamente».« ¡Oh, feliz varón, comenta la liturgia, que ni temió morir ni rehusó la vida! ».
DEVOCIÓN
San Martín de Tours
La explosión de entusiasmo y veneración que tras su muerte se produjo fue impresionante.
El pueblo le proclamó como santo. Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba, que S. Perpetuo, sucesor suyo en Tours, transformó en importante basílica.
Excavaciones realizadas en 1952-1953 dieron resultados interesantes sobre aquel conjunto arqueológico: restos de una pequeña villa galo-romana, desaparecida probablemente en 275, y un segundo monumento, de fines del siglo IV, de estructura absolutamente singular, por su inmenso ábside casi semicircular, de 32 metros de diámetro. Es una manifestación más del culto que se le tributó, constituyendo uno de los más frecuentados lugares de peregrinación.
La Vida que de él escribió Sulpicio Severo, bien directamente, bien a través de las versiones métricas de Paulino de Périgueux y de Venancio Fortunato, tuvo una resonancia inmensa, así como los cuatro libros que su sucesor S. Gregorio de Tours (muerte 594) dedicó a contar sus milagros.
Por eso son millares los pueblos que llevan su nombre, las iglesias que le tienen por titular e incontables las manifestaciones artísticas a que ha dado lugar: leyendas, lírica, escultura, pintura, etc.
En 1912 su figura se hizo polémica, con la publicación en París por E. Ch. Babut de un libro defendiendo que Martín y su biógrafo eran unos oscuros representantes de un clan sospechoso de priscilianismo. La erudición era grande, y el libro tuvo cierta resonancia hasta que el P. Delhaye, primera figura científica entre los Bolandistas, lo refutó de manera incontrovertible.
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA. BIBL.: «Bibliotheca Hagiographica Latina», n. 5617-5666, 825-830; AIGRAIN, L'Hagiographie, París 1953,19,159,162,165-166,182,232, 237,271,298-299,302-303,349-358 y 375; J. M. RESSE, Le tombeauMARTINEZ CAMPOS, ARSENIO - MARTINEZ DE IRALA, DOMINGOde Saint Martin á Tours, París 1922; P. MONCEAUX, Saint Martin de Tours. Récits de Sulpice Sévére mis en /ranpais avec une introduction, París 1927; H. DELEHAYE, St. Martín et Sulpice Sévére, Bruselas 1920. Para la cronología es decisivo el estudio de E. GRIFFE, Le chronologie des années de jeunesse de saint Martin, «Bulletin de littérature ecclésiastique» (1961) 114-118 y «L'ami du clergé» 71 (1961) 642-650; 1. LAHACHE y M. LISERANI, Martino de Tours, en Bibl. Sanct. 8,1248-1291
A medida que Israel se aproxima a su quinto año consecutivo de sequía, el mar de Galilea presenta los niveles de agua más bajos en un siglo, sumado al hecho de que el río Jordán reduce su caudal y el mar Muerto disminuye su tamaño a pasos agigantados.
Este lago de agua dulce tiene una enorme importancia para los cristianos, ya que sobre estas aguas caminó en sus orillas Jesús. El lago se menciona en la Biblia desde la época de los reyes de Israel y en su orilla oeste se sitúa la ciudad de Tiberíades, construida por Herodes en honor al emperador romano Tiberio.
Pescadores trabajan en el mar de Galilea
Las "aguas bíblicas" como las del mar de Galilea continúan siendo sitios de peregrinación y son cruciales para la supervivencia y estabilidad de Israel, Jordania y los palestinos. Pero durante los últimos años, los estragos del cambio climático se han vuelto más evidentes, además del efecto negativo del crecimiento poblacional en la zona y el mayor uso de sus aguas para la agricultura.
Aquellos que visiten el área hoy día probablemente se sientan desilusionados por el paisaje. Los meteorólogos israelíes anticiparon a principios de diciembre que los próximos meses de invierno serán más secos que de costumbre, lo que empeorará aún más una situación ya de por si preocupante.
Cristo en el mar de Galilea, por Eugene Delacroix. 1854
Las últimas mediciones del nivel del agua del mar de Galilea se ubicaron en 214 metros por debajo del nivel del mar, alrededor de un metro por debajo del punto mínimo en el que los expertos ecologistas predicen un daño para el ecosistema y sobre la calidad del agua.
La situación en el río Jordán es todavía más apremiante, con alrededor del 95 por ciento del flujo histórico que ha sido desviado para su uso en la agricultura desde la década del sesenta, además de los 55 millones de metros cúbicos que son dados anualmente a Jordania como parte de un acuerdo de paz firmado en 1994.
Vista panorámica del mar de Galilea
Hoy el flujo del río se ha visto reducido a sólo 30 millones de metros cúbicos anuales, menos de un cuarto de su nivel histórico. En comparación, el Támesis londinense descarga alrededor de 2 mil millones de metros cúbicos cada año.
Expertos aseguran que tanto Israel como Jordania y Palestina comparten culpa. La caída en la circulación de agua ha contribuido a una disminución del 60 por ciento del tamaño del mar Muerto, lo que ha dejado a resorts turísticos abandonados a lo largo de su costa.
Israel se propone combatir la sequía con un millonario plan de reabastecimiento de agua
Las compañías de Israel y Jordania que extraen minerales y sales de dicho cuerpo de agua son responsables del otro 40 por ciento de las pérdidas acuíferas.
Para combatir el fenómeno de la sequía, el gobierno israelí se ha propuesto bombear agua desalada al mar de Galilea, en el marco de un proyecto de USD 300 millones que tomará dos años en ser completado.
La piscina bíblica de Betesda, ¿mito o realidad?
Durante siglos, la existencia de un estanque con cinco pórticos en Jerusalén se consideró algo ficticio. Sin embargo, un arqueólogo alemán demostró que Juan se refería a un lugar real al escribir sobre el milagro del estanque de Betesda en su Evangelio.
Uno de los milagros más famosos descritos en el Evangelio de Juan (5,2-9) cuenta cómo Jesús curó a un hombre paralítico que estaba sentado junto a un “estanque” o “piscina” que tenía “cinco pórticos” y que recibía el nombre hebreo de “Betesda”, que quiere decir “casa de la misericordia” o “casa de la gracia”.
Durante siglos, los historiadores intentaron localizar dicha piscina. Algunos de los “candidatos a estanque de Betesda” más notables incluían el Birket Israel (Estanque de Israel), ubicado cerca de la boca del valle de Cedrón, en el lado oriental de la Ciudad Vieja de Jerusalén, y la ahora denominada Fuente de la Virgen, en el valle de Cedrón, no lejos del estanque de Siloam. Sin embargo, ninguna de estas opciones encaja lo suficiente con la descripción de los “cinco pórticos” de Juan así que, durante mucho tiempo, se supuso que la piscina de Juan era más una creación ficticia que un emplazamiento histórico real.
Sin embargo, en el siglo XIX, el arqueólogo alemán Conrad Schick descubrió un tanque enorme ubicado a unos 30 metros al noroeste de la iglesia de Santa Ana, al inicio de la Vía Dolorosa en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Schick es especialista en sistemas de agua en la antigua Jerusalén y no tardó en descubrir que el estanque coincidía con la descripción de los “cinco pórticos” de Juan. De hecho, se componía de dos cavidades separadas por un muro, sumando un total de cinco “muros”.
Tras un estudio arqueológico más concienzudo, empezó a desvelarse la función de las dos piletas separadas. La pileta al sur, que presenta una serie de escalones anchos, servía de mikveh (un baño empleado para inmersiones rituales en el judaísmo), mientras que la pileta al norte, de mayor tamaño, servía de reservorio para suplir continuamente de agua a la piscina menor.
Ciertamente, el Evangelio de Juan menciona que el paralítico y otras personas discapacitadas se sentaban junto a la piscina y esperaban a que el agua se agitara para introducirse y sanarse. De hecho, se creía que una vez al día un ángel descendía a la piscina, causando el movimiento del agua, y que la primera persona que entrara en la piscina en ese momento quedaría curada.
Esto confirma la existencia de “escalones” en los que se sentarían las personas a esperar, además de una precisa historia de curación que precedió la visita de Jesús. Era un hecho común a lo largo del mundo helenizado construir “baños curativos” junto a manantiales naturales, cercados por columnas. Los enfermos bebían y se bañaban en las aguas y luego dormían dentro del templo, de forma similar a lo descrito por Juan en el Evangelio.
Posteriores excavaciones arqueológicas desvelaron otros lugares que muestran que la ubicación de Betesda siguió sirviendo como espacio de curación durante generaciones. En el siglo II, los romanos construyeron un templo a Esculapio, dios romano de la curación. En el siglo V, se erigió una basílica bizantina no lejos de la piscina, seguida de una capilla más pequeña levantada en tiempos de las Cruzadas en el siglo XII.
En la actualidad, los visitantes pueden ver las ruinas dando un corto paseo desde la iglesia de Santa Ana, cerca de la Puerta de los Leones al comienzo de la Vía Dolorosa, aunque ya no hay agua fluyendo por el estanque. No obstante, el recuerdo de este lugar pervive en el parque de Central Park en Nueva York, donde una fuente epónima en la que figura una estatua de “El Ángel de las Aguas”, diseño de la escultora estadounidense Emma Stebbins, se construyóentre 1859 y 1864 como tributo al milagro de Jesús en Betesda.
Un tour virtual por la iglesia más antigua de Roma
BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN
Prepárense a visitar la basílica de San Juan de Letrán en Roma desde su propia casa. Ahora, la antigua residencia de los papas está a sólo un clic de distancia. 13 diferentes puntos de vista en 3 dimensiones le llevará a una de las iglesias más famosas de la Ciudad Eterna, la primera que se construyó en la ciudad.
Gracias al trabajo de esta universidad, la Basílica de San Juan de Letrán cobra nueva vida. Desde el ábside se pueden recorrer todas las naves y las capillas Lancelloti y Corsini hasta cualquier otro rincón de la iglesia que desee ver.
Todo lo que se necesita es una conexión a Internet e imaginación para ver siglos de la historia del catolicismo cobrando vida.
La ciudad antigua de Cesarea desentierra el templo pagano de Herodes
La inmensa ciudad que fundó Herodes hace 2030 años en honor al emperador César Augusto, entre las actuales Haifa y Tel Aviv, es un hervidero de turistas
Israel poco a poco desentierra Cesarea, la ciudad romana que construyó el rey Herodes junto al Mediterráneo, y excava ahora en el corazón de la urbe las ruinas del templo y el altar, donde levantará un centro de visitantes.
La inmensa ciudad que fundó Herodes hace 2030 años en honor al emperador César Augusto, entre las actuales Haifa y Tel Aviv, es un hervidero de turistas que hasta ahora paseaban ajenos a la historia del templo pagano, núcleo de la que llegó a ser capital regional después de Jerusalén.
“Hasta ahora no se había excavado por motivos económicos; es un proyecto muy costoso que ha necesitado de una gran financiación para recuperar una de las partes más importantes de la ciudad”, explica a Efe Shaul Goldstein, director de la Autoridad de Parques y Reservas Naturales de Israel.
El proyecto de 27 millones de dólares (24 millones de euros), que ha financiado la Fundación filantrópica de Edmond de Rothschild, comenzó hace dos años con una excavación arqueológica a la que sigue ahora la conservación y restauración del recinto sagrado en el que las sucesivas civilizaciones construyeron sus santuarios.
Todavía no está decidido qué parte será reconstruida, un viejo debate en Israel que con cada descubrimiento se divide entre preservar o reedificar, recuerda Daniel Abuchatsira que destaca el simbolismo del lugar para las diferentes comunidades.
“El templo estaba frente al mar, abierto al puerto, y en las sucesivas conquistas cada uno levantó su santuario en esta zona, como la Iglesia de la época Bizantina y el minarete durante el Imperio Otomano”, señala los entornos del recinto sagrado frente al Mediterráneo.
Herodes, que reinó del 37 a.C. hasta su muerte, fue uno de los principales arquitectos de la región que proyectó palacios como el de Masada y el segundo templo de Jerusalén, ampliado y embellecido para ganarse el favor de los locales de Judea que lo veían como un extranjero por su pleitesía a Roma.
La Cesarea Marítima que diseñó, con uno de los puertos más importantes de la región, fue residencia de Poncio Pilato – responsable de la condena de Jesucristo según los evangelios -, como prefecto romano entre el 26 y 36, y su anfiteatro se utilizó como escenario de ejecuciones de los cautivos judíos que escapaban de Jerusalén tras la revuelta del 66.
Conquistada por los árabes en el año 649 y por los Cruzados en 1101, cada dominio dejó su importa y contribuyó al desarrollo de esta ciudad hasta su destrucción por los Mamelucos en el siglo XIII.
Sus ruinas también acogieron a refugiados musulmanes bosnios en 1878 hasta la guerra árabe israelí de 1948 y ha necesitado de varias décadas para volver a emerger como uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Israel.
“Cesarea fue una ciudad multicultural y multiétnica desde el principio. La comunidad judía fue parte de ella como los cristianos, los paganos y los samaritanos y muchos otros que pasaron y todavía no conocemos”, asegura Peter Genolelman, arqueólogo de la Autoridad de Antigüedades de Israel.
Genolelman muestra la placa de perla que han encontrado recientemente en los trabajos de excavación con el dibujo de una menorá (candelabro de siete brazos y símbolo judío más antiguo) de hace más de 1500 años.
“Todos estos objetos que vamos encontrando y estamos datando nos permiten rehacer la historia de la ciudad y documentar las comunidades que pasaron por aquí”, argumenta.
También han descubierto la fachada y las bóvedas del templo de Herodes que en pocos meses acogerá un centro de visitantes donde se mostrarán todos los hallazgos acompañados de explicaciones que permitan entender el significado de Cesarea.
A través de unas gafas multimedia, los visitantes podrán visualizar con un salto en el tiempo las fastuosas edificaciones tal y como eran hace más de dos mil años mientras dirigen la mirada a las diferentes partes del complejo arqueológico.
“Estamos desarrollado todo el contenido multimedia del centro para que los turistas puedan vivirlo como una experiencia real, como si estuvieran dentro de la antigua Cesarea”, ilustra con las gafas a Efe Chen Avrahan, trabajador de la empresa creativa Breeze.
“Sólo se ha descubierto cerca del seis por ciento de los tesoros de Cesarea hasta la fecha y grandes hallazgos siguen enterrados
A mí mismo, con la admiración que me debo
Rezamos con toda la Iglesia especialmente por los jóvenes –por cada uno de nosotros y por todos-, para que descubran en Cristo el camino de su felicidad, y se decidan a seguir la aventura de amor a la que el Señor los ha destinado.
— El Evangelio de la Misa del domingo nos pone por delante la espontaneidad con la que los Apóstoles hablan con Jesús, lo inmaduros que eran algunos y lo despistados que estaban a veces: Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: -Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. Él les dijo: -¿Qué queréis que os haga? Y ellos le contestaron: -Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria (Mc 10,35-37). ¡Qué torpes! Van caminando hacia Jerusalén, donde Jesús morirá en la Cruz, y ellos sólo piensan en sí mismos, en hacerse con los primeros puestos de la gloria.
— Así nos puede suceder también a nosotros: que estamos tan pendientes de lo nuestro, que vamos atolondrados por la vida. Somos egoístas, aunque sin querer, pero si ponemos nuestro “yo” siempre por delante, podemos hacer cosas tan ridículas y antipáticas como lo que hacen estos Apóstoles. San Josemaría, en uno de sus libros, Surco, recuerda la anécdota de un personaje que se regaló un libro y escribió en él una dedicatoria: A mí mismo, con la admiración que me debo (Surco, 719). ¿No estaremos poniendo, con los hechos, esta dedicatoria en la mayor parte de los días de nuestra vida? ¿No seremos así de insensatos?
— Jesús tiene paciencia, y responde con paz, entablando un diálogo que los ayude a pensar: Jesús les dijo: -No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado? (Mc 10,38). En efecto, Cuando Jesús había recibido el bautismo de Juan, una voz del cielo se oyó: éste es mi hijo, el amado. Es la misma expresión usada en el relato del sacrificio de Isaac. Jesús, como Isaac, va voluntariamente a entregar su vida para salvarnos. Así se entiende por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte. Lo mismo con el cáliz, donde anticipa misteriosamente lo que hará en la Eucaristía, sacrificio del cuerpo y sangre de Cristo. En resumen, Jesús les pregunta si estarían dispuestos a entregar su vida, si fuera necesario, por los demás como él la entregó.
— Frente al egoísmo que refleja la pregunta, la respuesta de Jesús les hace caer en la cuenta de que para compartir su gloria, es necesario tener una generosidad grande, como aquella de la que él ha dado testimonio.
— Ellos siguen atolondrados y no se acaban de enterar: -Podemos -le dijeron ellos (Mc 10,39a). Están tentando a Dios, afirmando que harán algo que está por encima de sus fuerzas, sin contar con Él. ¿No habremos pecado nosotros mismos, muchas veces, de atolondramiento, en casos semejantes? ¿No habremos prometido cosas, que luego no íbamos a cumplir? ¿No seremos demasiado “bocazas” que se lanzan a decir cosas por presumir, sin reflexión?Madurez. Sensatez.
— Jesús, que se da cuenta de que están atolondrados, no insiste, pero no les garantiza nada: Jesús les dijo: -Beberéis el cáliz que yo bebo y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes está dispuesto (Mc 10,39b-40).
— Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan (Mc 10,41). Santiago y Juan con su atolondramiento, han estado a punto de causar el desorden y la discordia en el grupito de estos primeros seguidores de Cristo. Ante su petición insensata podemos imaginar el gesto de disgusto contenido del antiguo publicano Leví, ahora Mateo, que dejó sus riquezas por seguir al Maestro; o las protestas abiertas de Pedro, que era un hombre impulsivo. En fin, este atolondramiento de Santiago y Juan está a punto de provocar un barullo de consecuencias desagradables ¡y cuántas veces descuidos semejantes alborotan un ambiente, rompen la armonía y la unión que deben reinar entre todos!
— Entonces Jesús les llamó y les dijo: -Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos (Mc 10, 42-45). La madurez lleva a pensar en los demás, a olvidarse de si mismo ya dedicar todas las energías a construir un mundo mejor.
— La lógica de Dios no es como la lógica humana: el mayor honor está en servir. Así actuó Jesús, dando su vida por muchos. Llama la atención que no diga “por todos”, para que no seamos demasiado tranquilos pensando que hagamos bien o mal siempre nos salvaremos como todos los demás. Jesús da a entender que aunque muchos se podrán beneficiar de su redención, no serán “todos”. Habrá algunos torpes que, por atolondrado, no se beneficiarán. Es una llamada a serpersonas sensatas y maduras para no descuidarse: ¿no seré tan torpe de quedarme fuera de esos muchos por no haber reaccionado a tiempo para encaminar mi vida al camino que lleva a la felicidad para siempre del cielo?
—Pedimos a la Santísima Virgen que ella nos despierte para que no estemos metidos en nuestras pequeñeces, sino para que nos abra el corazón a las necesidades del mundo, al amor de Dios, y que nos haga generosos para decirle a Jesús que cuente con nosotros para su tarea.
Fuente artículo original: Diálogos para comprender