Dispararon al menos 6 veces para intentar destrozar el cuerpo de Cristo. Es la puerta de un sagrario de una parroquia de la ciudad siria de Kessab. La filial de AlQaeda en Siria, al-Nusra, y otros grupos yihadistas ocuparon esa ciudad durante meses.

Esta cruz, destrozada por el ISIS, pertenece a una parroquia de Batnaya, en Irak.

En otro templo, los terroristas tirotearon esta estatua de la Virgen María.

Tampoco se libró de la profanación perpetrada por los yihadistas este otro Cristo decapitado.

Tenían un objetivo claro: eliminar la presencia cristiana de Irak y de Siria, sus gentes, sus objetos litúrgicos y sus raíces.

Estos restos, que testimonian una auténtica limpieza étnica, han sido expuestos muy cerca del Vaticano. El gobierno húngaro los ha recopilado en esta exposición que, tras visitar Budapest, Nueva York y Washington, ha recalado en Roma.

MÁRK ÉRSZEGI
Embajada de Hungría ante la Santa Sede
“Hay personas, no tan lejos de nosotros, que, en algunas ocasiones, deben de dar su propia vida o sufrir discriminaciones diarias a causa de su fe en Jesucristo. Está bien que estos objetos, estas fotos y sus voces lleguen a nosotros, lleguen a Roma, especialmente ahora que se habla de los jóvenes, para que nos demos cuenta de lo importante que es nuestra fe y de cuánto le debemos”.

Cuando no usaron las balas, emplearon el fuego para acabar con los libros de oraciones y las Biblias. En algunas iglesias, no dejaron ni rastro. Y muchas de las que dejaron en pie las emplearon como campo de tiro.

No solo en Siria e Irak. También hasta Egipto se ha extendido el extremismo como una mancha de aceite. Estos son los rostros y las historias de los 21 cristianos coptos decapitados por el ISIS en una playa libia.

Su delito fue ser cristianos, nazarenos. Por eso, marcaban con esta letra, la “n” en árabe, las casas de los infieles. Nada más autoproclamar su estado del terror, el ISIS envió esta misiva a los cristianos con un ultimátum: convertirse, morir o pagar la jizya, un impuesto para los no musulmanes. Incluso, los yihadistas acuñaron su propia moneda, estos dinares de oro.

El mapa de Oriente Medio está lleno de heridas, sangre derramada de los cristianos que no han querido marcharse de su tierra o renegar de su fe.

O simplemente, como hizo el padre Ragheed Ghani, no cerrar las puertas de su iglesia. Este sacerdote iraquí fue asesinado por unos extremistas en Mosul en el año 2007, después de la misa dominical. En 2014 su tumba, que se encuentra en Karamlesh, fue profanada de esta forma por los milicianos del ISIS.

 

Fuente: Rome Reports

¿Cuál fue la primera obra escrita en latín por un cristiano?

 

El Apologeticum inaugura la literatura cristiana en lengua latina: aunque de hecho se discuta sobre la existencia de versiones latinas parciales de la Biblia anteriores a Tertuliano, tal vez de origen judaico, ello no parece probable; mientras que para las numerosas citas bíblicas presentes en los escritos tertulianos la hipótesis más verosímil es que se trate de traducciones extemporáneas de la de los Setenta del proprio Tertuliano, que había compuesto obras también en griego.

La obra de Tertuliano presenta algunos problemas relativos precisamente a la posibilidad de que se trate verdaderamente de la primera obra escrita en latín por un cristiano. El más debatido es su estrecha relación literaria con el Octavius de Minucio Felice, indudable pero tal que no se puede concluir cuál de las dos obras es precedente y por lo tanto fuente de la otra.

Otra cuestión se refiere a la relación del Apologeticum con la obra tertuliana Ad nationes, también del 197, que podría representar su primer esbozo. Del Apologeticum se discute también la posibilidad de que hayan circulado del texto dos redacciones: de estas la segunda (llamada fuldense) estaría probada por un manuscrito procedente del monasterio alemán de Fulda —perdido, pero sus variantes a finales del siglo XVI fueron transcritas por un filólogo y por lo tanto publicadas por otros algún año después— y por un fragmento de otro códice suizo. La hipótesis, fundada en un material más bien escaso, se refuerza en cambio por un hecho. Para su Adversus Marcionem Tertuliano certifica la existencia de tres ediciones: tras la primera redacción preparó una segunda más amplia, que le fue sustraída —antes de la difusión de un número suficiente de copias— por un cristiano después apóstata quese sirvió de ello sin escrúpulo alguno, haciendo así necesaria una tercera edición con adiciones que permitieran distinguirla como auténtica.

Para reforzar la hipótesis de dos ediciones del Apologeticum existe además la propia praxis editorial antigua. Esta comprendía el dictado de la obra a taquígrafos, su transcripción por copistas y de ahí la copia definitiva encomendada a calígrafos (las copias naturalmente eran más de una), con revisiones del autor, quien podía sucesivamente modificar la obra y hacer así que circulara más de una edición.

por Giovanni Maria Vian

© L’Osservatore Romano

 

"Vivir como los primeros cristianos"


LIBRO DE SAN PEDRO POVEDA

Narcea, 2003, 117 pag.  Precio: 4 €

Pedro Poveda (1874-1936), promovió un amplio movimiento de espiritualidad seglar, cuyo centro está hoy constituido por la Institución Teresiana, asociación por él fundada.
Este libro de formato pequeño, recoge un aspecto esencial de su pensamiento: la vuelta a la vocación arrolladora de hombres y mujeres de la primitiva Iglesia, capaces de cambiar la historia con el testimonio de su fe vivida en la entraña del mundo, hecha levadura, sal, misteriosamente libre y operante, transformadora.  Santo, gran pedagogo, muere mártir al principio de la guerra civil española.

PARA ADQUIRIR EL LIBRO CLICK AQUI

 

 

SAN PEDRO POVEDA Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Nace el 3 de diciembre de 1874 en Linares Jaén. Desde muy joven decide ser sacerdote y entra en el seminario, donde se forma en un ambiente sencillo de oración, estudio y alegría, que siempre recordará. En Jaén oye hablar del Padre Manjón y admira la labor socioeducativa que realiza en las cuevas del Sacromonte, en Granada. El seminarista Poveda se aficiona a enseñar la Doctrina a los niños más pobres que "le seguían".En 1905 se traslada a Covadonga donde reflexiona sobre la importancia de la educación y la necesidad de no separar la fe y la ciencia. Consciente de la importancia del Estado en la educación, insiste en el protagonismo del maestro y la necesidad de cristianos en la escuela. Publica diversos escritos sobre la problemática educativa y la formación del profesorado, por lo que ha sido calificado de "Educador de educadores" y pedagogo.

Funda la Institución Teresiana, aprobada por el Papa Pío XI como Pía Unión de Fieles a nivel internacional para que hombres y mujeres, desde sus diversas profesiones y especialmente en el ámbito de la educación y la cultura, trabajen por la transformación humana y social, según el Evangelio con el espíritu de los primeros discípulos de Cristo: "hay que amar mucho a la Iglesia, hay que vivir la vida de los primeros cristianos", decía.

Pocos días antes de morir, en julio de 1936 escribía: “Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al Señor, cómo alentaban a sus hermanos!”.

El 28 de julio, coincidiendo con los primeros días de la Guerra Civil española, Pedro Poveda, confesándose "sacerdote de Jesucristo", muere como mártir de la fe. Fue canonizado por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003, en la visita del Papa a España.

 

El video muestra la evolución del templo del Santo Sepulcro a lo largo del tiempo

El video, realizado por Raffaella Zardoni para la Asociación Pro Terra Sancta, en colaboración con el padre Eugenio Alliata, ofm, del Studium Biblicum Franciscanum, reconstruye en tres dimensiones, yendo hacia atrás en el tiempo, la evolución del templo desde hoy hasta llegar a la cueva de piedra que vio la sepultura y la resurrección de Jesucristo. 

 

 

"Oración por las almas del purgatorio "

Piensa hoy en las almas del purgatorio. Y lo hace con la antigua oración revelada por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Gertrudis. El Señor prometió a su confidente liberar mil almas del purgatorio cada vez que se rece esta oración con devoción y amor.

Les ofrecemos esta Oración por las almas del purgatorio, rezada en lengua árabe (con subtítulos en español) y con imágenes de Tierra Santa, Nigeria e Irak:

«Padre eterno, yo te ofrezco la preciosísima Sangre 
de tu divino Hijo Jesús, 
en unión con las misas celebradas hoy en el mundo: 

por todas las benditas ánimas del purgatorio, 
por todos los pecadores del mundo,
 
por los pecadores de la Iglesia universal,
 
por aquellos de mi propia casa y dentro de mi familia,
 por todos los pecadores atormentados 
y por todos los que morirán en este día. Amén».

Y nos unimos con ella a la petición:

«Pidamos por todas las almas que sufrieron persecución por Cristo y que todavía están en el purgatorio, para que puedan gozar plenamente de la presencia de Dios Padre en el Cielo».

 https://www.eukmamie.org

Mons. Bizzeti: Pese a no poder construir parroquias en Turquía, crece el número de católicos

La pequeñísima comunidad católica de Turquía se enfrenta a una continua encrucijada. Sin personalidad jurídica, la Iglesia no tiene la posibilidad de construir nuevas parroquias, escuelas o centros juveniles.

MONS. PAOLO BIZZETI
Vicario apostólico de Anatolia
“Pese a esto somos una comunidad que crece, porque hay muchas personas que emprenden la catequesis en todas nuestras parroquias, pero nuestro problema es la falta de operadores pastorales. “Yo, cuando no tengo un sacerdote para una parroquia como ahora, la iglesia más cercana está a 200 kilómetros a 300 kilómetros. Significa que esa comunidad terminará desapareciendo”.

Monseñor Paolo Bizzeti es el Vicario apostólico de Anatolia, es decir, un obispo para los católicos turcos que representan apenas un 0,2 por ciento entre más de 80 millones de personas. Ahora está comunidad además cuenta con miles de refugiados cristianos a los que difícilmente pueden prestar una adecuada atención más allá de la primera ayuda básica.

MONS. PAOLO BIZZETI
Vicario apostólico de Anatolia
“Por eso se quieren marchar de Turquía e ir a Europa, Canadá, Estados Unidos o Australia pero, por desgracia, Occidente está cerrado, también las comunidades cristianas están cerradas a estos refugiados y esto es otro drama para ellos y para los cristianos locales que no entienden porqué sus hermanos y hermanas no les abren las puertas en estos momentos tan difíciles de sus vidas”.

Monseñor Paolo Bizzeti lamenta la suerte de estos refugiados cristianos, muchos atrapados en Turquía tras haber escapado del Estado Islámico en Siria e Irak, y sin posiblidad de volver a sus países o emigrar.

MONS. PAOLO BIZZETI
Vicario apostólico de Anatolia
“Por eso creo que se necesita una doble sensibilización. Una en la política. Es inaceptable que un cristiano, un católico en Italia, vote por partidos que expulsan a los inmigrantes. Segundo es ianceptable que las comunidades cristianas no ayuden también enviando personas, operadores pastorales, porque es una injusticia esta distribución de los recursos humanos dentro de la Iglesia”.

En Turquía nació San Pablo y es uno de los primeros lugares donde se extendió el cristianismo. Mientras que los cristianos orientales tienen muy claras sus raíces y su misión, monseñor Bizzeti asegura que los de occidente se han acomodadoy se han negado a recibir la riqueza de estas iglesias personificada en sus cristianos.

MONS. PAOLO BIZZETI
Vicario apostólico de Anatolia
“Yo lo siento tanto por los cristianos de Oriente como por los de Occidente. Los veo cerrados, con poca energía, mientras que nuestras comunidades están llenas de energía, con una fe fuerte, sometida a la prueba, pero quizá estamos demasiado acomodados. Somos una Iglesia rica de personas y medios. Para nosotros es complicado incluso imprimir un libro”.

El Vicario apostólico pide ayuda en forma de sacerdotes, catequistas y religiosas para unas comunidades que, después de sufrir la guerra y la persecución, ahora tendrán que enfrentarse a otra difícil prueba: superar las heridas físicas y emocionales de la tragedia.

RomeReports

 

«Oración por las almas del purgatorio»

«Oración por las almas del purgatorio» quiere ayudarnos a interiorizar una importante enseñanza: cada una de nuestras palabras, acciones y omisiones tienen resonancias eternas.

Nadie entra en el Cielo sin antes haberse perfectamente purificado. Y es una obra de misericordia rezar por las almas del purgatorio. Difundamos esta oración. Un día podemos necesitar que la recen por nosotros.

Nos unimos al deseo de tantas personas de recuperar el verdadero sentido de la Solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos. Con esta intención, ha creado esta breve pero profunda y conmovedora «Oración por las almas del purgatorio» que hoy les presentamos.

https://www.eukmamie.org

LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO

El mes de noviembre es el mes que la Iglesia dedica a las benditas Almas del Purgatorio. En el Catecismo de la Iglesia Católica hay unos cuantos puntos que nos explican en qué consiste. Los apuntamos a continuación.

 

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).

1472. “Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el  pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios  y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la "pena eterna"  del pecado. Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las  criaturas que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en  el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la "pena  temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de  venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza  misma del pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la  total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena”.

Catecismo de la Iglesia Católica

El Juicio, el Cielo, el Purgatorio, el Infierno. La vida eterna

En este mes de Noviembre -dedicado a los fieles difuntos- proponemos releer y meditar los párrafos  que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a las realidades últimas (la muerte, el juicio, el cielo, el infierno , el purgatorio...). De ahí sacaremos motivos de esperanza y de optimismo, y un impulso nuevo para la pelea de cada jornada.

Con la muerte concluye el tiempo de realizar buenas obras y de merecer ante Dios. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8).

 

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Artículo 12 "CREO EN LA VIDA ETERNA"

1020 El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

"Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos. ... Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos. ... Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor..." (OEx. "Commendatio animae", Recomendación del alma).

 

I.   EL JUICIO PARTICULAR

1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.

1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).  "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, dichos 64).

 

II.  EL CIELO

1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).

1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).

1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.

1027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San Cipriano, ep. 56,10,1).

1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).

III LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).

IV.  EL INFIERNO

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El,contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegari as diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88)

 

LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS

Desde los comienzos del cristianismo y aún antes -en la tradición judía- la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca.   

Antiguo Testamento

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Catacumba romana

La tradición de los judíos está clara y precisamente establecida en II Macabeos. Judas, comandante de las fuerzas de Israel "reuniéndolos...envió doce mil dracmas de plata a Jerusalén para ofrecer en sacrificio por los pecados de los muertos, pensando bien y religiosamente en relación a la resurrección (porque si él no esperara que aquellos que fueron esclavos pudieran levantarse nuevamente, habría parecido superfluo y vano orar por los muertos). Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados" (2 Mac. 12,43-46). En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.

 

Nuevo Testamento

Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte. Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) "Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá". De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida "algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador". San Agustín también argumenta, "que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (De Civ. Dei, XXI, XXIV). San Gregorio el Grande (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.

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Ceremonia de entierro en una Catacumba

Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: "Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14]Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego." Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.

 

Tradición

El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:

1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;

2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;

3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.

Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua. Tertuliano (155-225) en "De corona militis" menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en "De Monogamia" (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda "orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección"; además, le ordena "hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción," y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.  Del siglo II  se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.

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San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).

San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).

Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos... ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron... Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad...» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).

Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).

Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: "En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos" (Testamentum).

Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: "Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio". Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos. 

«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- ... es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).

FUENTES:

L. F. MATEO SECO

BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1'éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.

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