“El cristiano no debe doblegarse jamás a las modas del momento y a las injustas pretensiones del poder político” Intervención de Benedicto XVI en la que presentó la figura de San Eusebio de Verceli.
San Eusebio de Verceli fue el protagonista de la catequesis de Benedicto XVI en la audiencia general de los miércoles, celebrada en la Plaza de San Pedro el 17 de octubre de 2007 y a la que asistieron más de 30.000 personas.
El santo, nacido en Cerdeña (Italia), a comienzos del siglo IV, se educó en Roma y fue elegido obispo de Verceli en el 345. Se dedicó con gran empeño a la evangelización de las zonas rurales, en gran parte paganas, y fundó una comunidad sacerdotal inspirada en el modelo monástico, de la que brotaron importantes obispos y santos.
Eusebio, "formado sólidamente en la fe nicena, en la fe del Dios trinitario", explicó el Papa, defendió "la plena divinidad de Jesucristo" frente a la política filo arriana del emperador Constancio, para quien la fe arriana era "políticamente más útil". Esta actitud le valió el destierro, primero a Palestina y posteriormente a Capadocia y Tebaida.
No obstante, el obispo mantuvo siempre lazos epistolares con la comunidad de sus fieles, y en sus cartas les pide que "saluden también a aquellos que están fuera de la Iglesia y que se dignan de nutrir por nosotros sentimientos de amor", dijo el Santo Padre, y agregó que "era evidente que la relación del obispo con su ciudad no se limitaba a los cristianos, sino que se extendía también a aquellos (...) que de alguna forma reconocían su autoridad espiritual y amaban a este hombre ejemplar".
Cuando el emperador Juliano el Apóstata sucedió a Constancio, Eusebio pudo regresar a su patria. Educó al clero de su diócesis en la "observancia de las reglas monásticas, si bien viviesen en medio de la ciudad", porque "el obispo y el clero debían compartir los problemas de los ciudadanos de forma creíble", cultivando al mismo tiempo "una ciudadanía diversa: la del cielo". De esa forma, subrayó Benedicto XVI, construyeron "una solidaridad común".
"El pastor y los fieles de la Iglesia -explicó el Santo Padre- están en el mundo, pero no son del mundo. Por eso, los pastores deben exhortar a sus fieles a no considerar las ciudades del mundo como su morada estable sino a buscar la definitiva (...) Jerusalén celestial (...).
Esta decisión permite a los pastores y a los fieles salvaguardar la escala justa de valores, sin doblegarse jamás a las modas del momento y a las injustas pretensiones del poder político".
"La auténtica escala de valores -concluyó- (...) no procede del emperador de ayer o de hoy, sino de Jesucristo, el hombre perfecto, igual al Padre en la divinidad y hombre como nosotros. Por eso, Eusebio recomienda siempre a sus fieles "custodiar con especial esmero la fe, mantener la concordia y ser asiduos en la oración". También yo os recomiendo de todo corazón estos valores perennes".
En esta ocasión rezaremos el Padrenuestro en árabe, suplicando al Señor con esta intención: «Pidamos por todos los cristianos árabes para que, mirando a Dios Padre, encuentren fortaleza en la tribulación».
En esta oración encontrarán imágenes de: Irak, Tierra Santa, Egipto y Siria.
Que el Señor les bendiga y guarde
El Papa y algunos expertos en liturgia explican por qué la Misa es el centro de la fe católica, y qué importancia tiene el momento de la consagración.
¿QUÉ ES LA MISA?
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica, “la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe... contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”.
PIERANGELO MURONI
Pontificia Universidad Urbaniana
“La Misa para nosotros es el centro de la sacramentalidad de la Iglesia, la celebración cristiana plena. La Eucaristía es el momento en el que toda la comunidad se reúne para responder al mandamiento de Jesús: haced esto en conmemoración mía. Se divide en dos partes, La Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística”.
El Papa Francisco ha explicado estas dos partes de la misa en varias catequesis de sus audiencias generales del miércoles.
FRANCISCO
31 de enero, 2018
“En la misa, se lee la Palabra de Dios. Es Dios quien nos habla. Sustituir sus palabras con otras cosas empobrece y compromete el diálogo entre Dios y el pueblo que reza”.
¿LA MISA SIGUE SIENDO IMPORTANTE?
Cristo instituyó la Misa en la Última Cena, y la concluyó diciendo “Haced esto en memoria mía”. Por eso, la misa está por encima del tiempo, ya que es un “memorial” de la Pasión de Jesús.
FRANCISCO
13 de diciembre, 2017
“Por desgracia, para muchos la Misa del domingo ha perdido sentido, piensan que basta ser buenos y amarse. Esto es necesario, pero no es posible sin la ayuda del Señor, sin obtener de Él la fuerza para conseguirlo. En la Eucaristía recibimos del Señor lo que más necesitamos, Él mismo se nos da como alimento y nos anima a seguir caminando”.
El Papa dice que la Eucaristía da a los católicos lo que más necesitan: Cristo como fuerza y gracia para seguir caminando.
¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS MÁS IMPORTANTES?
El secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos hace una explicación general de la Misa y detalla los elementos principales.
MONS. ARTHUR ROCHE
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
“La Escritura, la fracción de la Palabra, da vida a la fracción del pan, en la que Cristo está presente. Es verdad que el Señor está realmente en la Escrituras, pero repetir las Palabras de Dios sobre el pan y el vino hace que éstos se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo”.
Ambas partes de la ceremonia están unidas para cumplir la misión de la Iglesia. Y el misterio de esa presencia real de Cristo hace la Misa tan especial, ya que el catolicismo es la única fe que cree que con la consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Escritor prolífico, destaca por sus decisivas aportaciones a la Teología moral y por sus obras de espiritualidad. Ya de edad avanzada, fue nombrado obispo de Santa Águeda. Renunció a ese cargo y murió entre los suyos cerca de Nápoles en 1787.
Benedicto XVI puso de ejemplo a san Alfonso María de Ligorio para hablar de la importancia de la oración en el encuentro personal con Dios.
2011-03-30
“Inició en los ambientes más humildes de Nápoles una intensa labor de educación moral y catequesis, instruyendo con paciencia en las verdades fundamentales de la fe y de la vida cristiana”.
San Alfonso María de Ligorio fundó la Congregación del Santísimo Redentor en 1732, también conocidos como Redentoristas. Actualmente cuenta con 5.300 miembros presentes en 78países. El Papa los definió como “auténticos misioneros itinerantes”.
BenedictoXVI
“San Alfonso es ejemplo de pastor solícito, que, predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, conquistaba las almas con suave y apacible bondad, nacida de la intensa relación con Dios”.
San Alfonso María de Ligorio era doctor en Derecho Civil y Derecho Canónico pero abandonó su prometedora carrera como abogado para ordenarse sacerdote. El Papa Pío IX lo nombró Doctor de la Iglesia.
BenedictoXVI
“Que a ejemplo de San Alfonso María de Ligorio recorramos con alegría nuestro camino de conversión y santidad, y pidamos al Señor que suscite en nuestro tiempo santos y doctores que sepan proponer a todos de una manera sencilla e incisiva el mensaje de Cristo y la belleza de su vida”.
La audiencia general tuvo lugar en una soleada plaza de San Pedro y que acogió a más de 10.000 personas.
Escritor prolífico, destaca por sus decisivas aportaciones a la Teología moral y por sus obras de espiritualidad. Ya de edad avanzada, fue nombrado obispo de Santa Águeda. Renunció a ese cargo y murió entre los suyos cerca de Nápoles en 1787.
Benedicto XVI puso de ejemplo a san Alfonso María de Ligorio para hablar de la importancia de la oración en el encuentro personal con Dios.
2011-03-30
“Inició en los ambientes más humildes de Nápoles una intensa labor de educación moral y catequesis, instruyendo con paciencia en las verdades fundamentales de la fe y de la vida cristiana”.
San Alfonso María de Ligorio fundó la Congregación del Santísimo Redentor en 1732, también conocidos como Redentoristas. Actualmente cuenta con 5.300 miembros presentes en 78países. El Papa los definió como “auténticos misioneros itinerantes”.
BenedictoXVI
“San Alfonso es ejemplo de pastor solícito, que, predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, conquistaba las almas con suave y apacible bondad, nacida de la intensa relación con Dios”.
San Alfonso María de Ligorio era doctor en Derecho Civil y Derecho Canónico pero abandonó su prometedora carrera como abogado para ordenarse sacerdote. El Papa Pío IX lo nombró Doctor de la Iglesia.
BenedictoXVI
“Que a ejemplo de San Alfonso María de Ligorio recorramos con alegría nuestro camino de conversión y santidad, y pidamos al Señor que suscite en nuestro tiempo santos y doctores que sepan proponer a todos de una manera sencilla e incisiva el mensaje de Cristo y la belleza de su vida”.
La audiencia general tuvo lugar en una soleada plaza de San Pedro y que acogió a más de 10.000 personas.
Era la primitiva Roma de los siglos VI a X a.C. que la capital italiana ha querido sacar a la luz con esta muestra: “La Roma de los Reyes”.
CLAUDIO PARISI PRESICCE (Patrimonio Cultural de Roma): “Contamos a través de los materiales arqueológicos un período fundamental de la historia de Roma, el período de la formación de la ciudad. Decidimos exponer lo que hay hasta el final de la época regia, en el 509 antes de Cristo, cuando Roma comenzó la nueva fase de la República tras la expulsión del rey Tarquinio el Soberbio”.
En esta exposición se descubre la niñez de la Ciudad Eterna. Artísticamente fue su etapa más original, lejos todavía de la influencia griega.
El moldeable barro era en la Roma de los reyes un material precioso: con él se revestían los edificios y se hacían bellas obras de decoración como algunas de las tumbas de las familias pudientes. Su buena conservación ha permitido incluso conservar los restos de personas de aquellos años hasta nuestros días.
ISABELLA DAMIANI (Responsable de la exposición): “Se ve una relación de continuidad muy interesante. Se nos hace entender cuál es la conexión entre las tradiciones de Roma en distintos períodos, unos 3 ó 4 siglos”.
Esta exposición que se encuentra en los Museos Capitolinos permanecerá abierta hasta el 27 de enero de 2019. Será la primera exposición de una serie que pretenderá mostrar los primeros pasos de una de las civilizaciones más poderosas de la Historia.
Rome Reports
Juan Pablo II explicó que el sacerdote está llamado a una «sólida y tierna devoción a la Virgen María», que le lleve a proclamar, como San Maximiliano Kolbe, el enamorado Caballero de la Inmaculada: «Oh Inmaculada, Inmaculada, Inmaculada te pertenezco».
Este breve vídeo incluye testimonios de distintos sacerdotes. Todo ellos tratarán de hacernos entender que es inseparable el sacerdocio y María.
Pidamos a María que proteja y ayude a los sacerdotes, sus hijos predilectos, para que guíen al pueblo cristiano según el designio divino, y para que sus corazones sean cada vez más semejantes al de Cristo, único y eterno sacerdote.
La falta de hijos, la ausencia de compromiso que provocó una preocupante falta de matrimonios, el aborto y hasta de la anticoncepción abundaban en el Imperio mientras que los cristianos se caracterizaban por su defensa de la familia y de la sacralidad de la vida humana, lo que hizo que esta comunidad fuera prosperando. El catedrático de la Universidad de Sevilla explica cómo se fue produciendo este cambio y lo que el Occidente actual se parece a aquel imperio Romano que empezaba a caer.
Rodney Stark es uno de los más grandes sociólogos de la religión vivos: profesor en las universidades de Berkeley y Washington, sus libros han sido traducidos a todos los idiomas importantes. Preguntado en 2004 por su posición religiosa personal, se definió como agnóstico. En The Rise of Christianity (1996), Stark propuso tesis histórico-sociológicas muy sugestivas sobre cómo una secta judía marginal pudo convertirse en tres siglos en la más importante religión de la historia y el fundamento de Occidente.
Stark analiza factores como el testimonio de los mártires, cuya entereza impresionaba a los paganos, o el comportamiento de los cristianos durante las epidemias. Estas últimas fueron importantes tanto por su efecto demográfico directo (socavando la fortaleza del paganismo, mientras los cristianos crecían porcentualmente al ser menos diezmados por ellas: y esto, no por ninguna protección sobrenatural, sino porque, al atender a los enfermos –a diferencia de los paganos, que los abandonaban a su suerte por miedo al contagio- parecen haber conseguido una tasa de supervivencia hasta tres veces mayor) como en cuanto expresión de la superioridad moral de la nueva religión.
“Triunfó, pues, la cultura que más valoraba la transmisión de la vida. Los propios cristianos primitivos parecen haber presentido que la victoria a largo plazo era segura”
Cuando estalló la devastadora plaga del año 165, Galeno, la gran lumbrera de la medicina romana, huyó inmediatamente de la capital. Los cristianos se quedaron, exponiendo sus vidas para cuidar a los enfermos. El emperador Juliano (“el Apóstata”), que a mediados del siglo IV intentaría infructuosamente restablecer la hegemonía del paganismo, se lamentaba así en 362 en carta a un sacerdote pagano de Galacia: “Creo que cuando los pobres fueron descuidados e ignorados por los sacerdotes [paganos], los impíos galileos tomaron nota y se dedicaron a la beneficencia. […] Los impíos galileos sostienen, no solo a sus pobres, sino también a los nuestros […]”.
De hecho, la obsesión de Juliano fue crear una red asistencial pagana que pudiese competir con la cristiana. No lo consiguió. Y es que los dioses paganos podían ser sobornados mediante ritos y ofrendas para que concedieran favores terrenales a sus devotos, pero no planteaban exigencias morales: su propia conducta era poco edificante, a juzgar por la mitología. Además, el paganismo no prometía una vida después de ésta (salvo vagas noticias de un Hades muy poco sugestivo). Lo racional, desde esas premisas, era actuar como Galeno: anteponer la salvación del propio pellejo –que es lo único que tenemos y tendremos nunca- a cualquier consideración altruista. Los cristianos, en cambio, creían que “nuestros hermanos que han sido liberados de este mundo [contagiados por los agonizantes a los que atendían] no deben ser llorados, pues sabemos que no se han perdido, sino que solo nos preceden en el camino” (Cipriano, obispo de Cartago, en 251).
Pero la ventaja demográfica del cristianismo primitivo –que terminaría convirtiéndolo en religión mayoritaria en el siglo IV- parece haber estado también muy relacionada con su ética sexual-familiar y con el estatus de la mujer. El cristianismo triunfó porque reverenciaba la vida y su transmisión mucho más consecuentemente que el paganismo. Roma padeció un problema de infranupcialidad e infranatalidad ya en su época republicana, que no haría sino agravarse en la etapa imperial: “prevalecía la infecundidad”, reconoce Tácito en sus Anales (3, 25). Según historiadores como Parkin o Devine, es probable que ya en el siglo I no se llegase siquiera al reemplazo generacional.
“La clave del éxito demográfico cristiano fue, desde luego, la sacralidad de la vida y de la familia; pero también la dignidad de la mujer”
A partir del siglo III comienza el proceso de desurbanización: las ciudades pierden población, algunas quedan abandonadas. A falta de romanos, Marco Aurelio recurre ya en el siglo II al reclutamiento de germanos y escitas en sus legiones. Debilitado demográficamente, el imperio era ya incapaz de defender sus fronteras o cultivar sus campos; la “solución” fue la inmigración (¿nos suena?). Las invasiones violentas -como la de los vándalos y alanos que cruzaron el Rin congelado en la Nochevieja de 406- fueron la excepción; la regla fue la penetración pacífica y gradual de tribus bárbaras, propiciada a menudo por la propia Roma, que facilitaba su asentamiento con ciertas condiciones (como en el foedus del rey visigodo Walia con el emperador Honorio en 416).
Este invierno demográfico de la Roma pagana estaba estrechamente relacionado con sus concepciones bioéticas y amoroso-familiares. El neonaticidio –especialmente el femenino: era raro que las familias criasen a más de una hija- era permitido por las leyes, justificado por los filósofos y ampliamente practicado: “Si [el hijo que esperas] es un varón, consérvalo; si es una niña, deshazte de ella”, ordena en el siglo I por carta un tal Hilarión a su esposa Alis. El aborto estaba a la orden del día, pese al peligro que suponían para la mujer los toscos procedimientos empleados, como ingerir un veneno en dosis solo ligeramente inferiores a las letales para un adulto. No entraremos en detalles truculentos sobre la extracción del feto (por cierto, se sigue haciendo igual, aunque con instrumental esterilizado).
Además de matar a hijos ya engendrados, los romanos también se las ingeniaban para no llegar a engendrarlos: se fabricaban condones con vejiga de cabra o tripas de corderos recién nacidos y la sexualidad romana abarcaba múltiples variantes evitadoras de la concepción, como el coitus interruptus, la masturbación recíproca o la homosexualidad.
Pero otra de las razones por las que los romanos no procreaban era que no llegaban a casarse. La historia jurídica romana muestra una constante (y, por tanto, parece que infructuosa) obsesión del legislador por fomentar el matrimonio: en 131 a.C. el censor Quinto Cecilio Macedónico llegó a proponer su obligatoriedad; Augusto impuso sanciones a las mujeres que no se hubiesen casado a los veinte años de edad y a los varones que no lo hubiesen hecho a los veinticinco. También se intentó promover la natalidad: Julio César ofreció tierras en 59 a.C. a los padres de tres o más hijos. Pese a este esfuerzo legislativo, parece que muchos hombres preferían mantenerse libres de los lazos del matrimonio y la paternidad. En una cultura amorosamente permisiva (para el hombre, no para la mujer), los varones podían satisfacer sus necesidades sexuales recurriendo a esclavas, a prostitutas o a laOtra de las explicaciones de la infranupcialidad era la falta de mujeres: se ha estimado una ratio de 140 varones por cada 100 mujeres en el siglo I, debido al neonaticidio femenino masivo.
El cristianismo traía soluciones para todos esos problemas. La clave del éxito demográfico cristiano fue, desde luego, la sacralidad de la vida y de la familia; pero también –y esto debería interesar a las feministas- la dignidad de la mujer. Los cristianos no mataban a sus hijas (“se nos ha enseñado que es perverso exponer a los recién nacidos”, explica San Justino en su Primera Apología): por tanto, no les faltaban mujeres; por tanto, se casaban y procreaban más. Se casaban, además, a una edad más tardía que las paganas -lo cual revela ya un mayor respeto por el discernimiento de la mujer- y más a menudo con cónyuges de su elección. Los cristianos consideraban sagrado el vínculo conyugal, y por tanto no se divorciaban, a diferencia de los paganos. Tenían a menudo una prole numerosa, ateniéndose al “creced y multiplicaos”. Desaprobaban las prácticas eróticas evitadoras de la procreación. Sus exigencias de castidad pre y extramatrimonial eran simétricas, vinculando tanto a varones como a mujeres. Abominaban del aborto y del neonaticidio: “no asesinarás a tu hijo mediante el aborto ni le matarás cuando nazca”, proclama la Didaché, un texto catequético de finales del siglo I.
Triunfó, pues, la cultura que más valoraba la transmisión de la vida. Los propios cristianos primitivos parecen haber presentido que la victoria a largo plazo era segura; y no sólo por la confianza en Dios, sino por la superioridad de su código moral, que les permitía hacer de buena gana lo que los paganos tenían que intentar conseguir mediante sanciones legales: “[Los cristianos] nos buscamos cargas que son evitadas por la mayoría de los gentiles, que son obligados por las leyes [a tener hijos] y están diezmados por los abortos” (Tertuliano, A su esposa, I, 5, siglo III).
"Eran dos orientales a los que se les dedicó una capilla en la plaza del Coliseo, una capilla que naturalmente ya no existe”.
La directora del Coliseo nos explica que fue en otros lugares como el Circo Máximo donde se produjeron más martirios. Sin embargo ha sido el Coliseo el que se convirtió en el símbolo de las persecuciones y en un momento muy concreto de la historia: durante el pontificado de Benedicto XIV. Él instauró la famosa tradición de realizar el Vía Crucis allí cada Viernes Santo.
"La tradición de hacer aquí el Vía Crucis nace, cuando Benedicto XIV consagró el Coliseo, donde nos encontramos. Colocaron las estaciones del Vía Crucis en torno a la arena y en el centro pusieron una gran cruz. Todos los años celebraban el Vía Crucis aquí dentro”.
El Vía Crucis hoy en día es una de las tradiciones más esperadas durante la Semana Santa en Roma. Se recuerdan los problemas de nuestro tiempo, y todavía hoy se menciona la persecución de los cristianos, como en tiempos de Senén y Abdón.
Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal.
Les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino."
La "lección" transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la "pasión de San Policronio" , pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subreguli o jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. en 258.
Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Arabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.
Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.
Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: "El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al "Oso encapuchado". Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirológios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.
El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.
La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.
Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.
Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, "donde descansan los santos mártires Abdón y Senén".
Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.
En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesia cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el "simulacro del Sol", que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.
Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.
Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.
No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de lapasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.
Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.
Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.
El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.
La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a Africa. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.
Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.
¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires?
No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Agueda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.
Hubo también innumerables "confesores" que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.
En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.
CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA