Los proyectos de construcción en Roma a menudo descubren artefactos increíbles de la rica historia de la ciudad
El trabajo que se viene realizando en una nueva línea de metro, por ejemplo, ha llevado al descubrimiento de antiguas barracas del ejército, los restos de casas imperiales y huesos de melocotones seculares importados de Persia.
Por tanto, no es del todo sorprendente que los técnicos en electricidad que tendían cables cerca del río Tíber encontraran recientemente los restos de un lujoso edificio que, como informa The Local Italy, pueden corresponder a una de las primeras iglesias de Roma.
Las ruinas fueron descubiertas cerca del Puente Milvio, un puente que cruza el Tíber en la parte norte de la ciudad. Según La Repubblica, el sitio consta de cuatro salas que datan de los siglos I y IV d.C.
Parte del complejo parece haber sido utilizado como almacén. Pero una de las estructuras tenía claramente un propósito más especial. Tal como escribe Nick Squires en The Telegraph, estaba hecho de "paredes de ladrillo y suelos exquisitamente hechos de mármol rojo, verde y color miel, procedente de Esparta, Egipto y lo que ahora es Túnez".
La función de esta estructura no está del todo clara. La Superintendencia de Arqueología de Roma lo ha llamado "un enigma arqueológico envuelto en un misterio", según el diario The Local Italy. El edificio pudo haber sido una ornamentada villa romana. Pero los expertos piensan que también podría haber sido una iglesia.
Después de excavar el área de alrededor, los arqueólogos descubrieron un pequeño cementerio y varias tumbas, incluida una que aún conservaba los restos de un romano. El hallazgo lleva a los arqueólogos a creer que el sitio pudo haber sido un lugar sagrado cristiano ya que, como señala Emily Petsko en Mental Floss, las iglesias solían estar unidas a los mausoleos.
"Definitivamente era un edificio de uso público y creemos que pudo haber sido un lugar de culto", dice Marina Piranomonte, directora de la excavación, a The Telegraph.
Curiosamente, la estructura se construyó alrededor de la época en que el cristianismo comenzaba a ganar una amplia aceptación en el Imperio Romano. De hecho, como señala Squires en The Telegraph, el edificio se encuentra a solo unos noventa metros del Puente Milvio, donde tuvo lugar una batalla decisiva que pudo haber estimulado la adopción del cristianismo por parte del emperador Constantino en el 312 d.C.
En ese momento, de acuerdo con la Enciclopedia Británica, el Imperio Romano se estaba agrietando, plagado de guerras civiles y sufriendo una incómoda división de poderes entre coaliciones de hombres de alto rango. En el 312, Constantino, que había sido declarado emperador en el 306, partió para la batalla contra su rival, Majencio, que también había reclamado el título imperial.
Antes de la misma, se dice que Constantino tuvo una visión: la señal de la cruz se le apareció suspendida sobre el sol y llevando la inscripción "Con este símbolo vencerás".
Después de la batalla, en la que Constantino salió victorioso, el emperador declaró que los cristianos, que era una minoría perseguida, podían realizar sus cultos libremente. Años más tarde, Constantino fue bautizado en su lecho de muerte.
Las primeras iglesias del Imperio Romano fueron construidas durante el reinado de Constantino en el siglo IV d.C . La estructura recientemente descubierta, de acuerdo con La Repubblica, data de algún tiempo entre los siglos III y IV d.C. Entonces, aunque su significado diste de ser cierto, el misterioso edificio pudo haber sido una de las primeras iglesias de Roma, construida durante una nueva era de tolerancia para los fieles cristianos.
¿Sabes quién era San Pedro Poveda?
Pedro Poveda fue canonizado por Juan Pablo II en 2003. Pocos días antes de morir, en julio de 1936 escribía: “Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al Señor, cómo alentaban a sus hermanos!”.
SAN PEDRO POVEDA Y LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Nace el 3 de diciembre de 1874 en Linares Jaén. Desde muy joven decide ser sacerdote y entra en el seminario, donde se forma en un ambiente sencillo de oración, estudio y alegría, que siempre recordará. En Jaén oye hablar del Padre Manjón y admira la labor socioeducativa que realiza en las cuevas del Sacromonte, en Granada. El seminarista Poveda se aficiona a enseñar la Doctrina a los niños más pobres que "le seguían".En 1905 se traslada a Covadonga donde reflexiona sobre la importancia de la educación y la necesidad de no separar la fe y la ciencia. Consciente de la importancia del Estado en la educación, insiste en el protagonismo del maestro y la necesidad de cristianos en la escuela. Publica diversos escritos sobre la problemática educativa y la formación del profesorado, por lo que ha sido calificado de "Educador de educadores" y pedagogo.
Funda la Institución Teresiana, aprobada por el Papa Pío XI como Pía Unión de Fieles a nivel internacional para que hombres y mujeres, desde sus diversas profesiones y especialmenteen el ámbito de la educación y la cultura, trabajen por la transformación humana y social, según el Evangelio con el espíritu de los primeros discípulos de Cristo: "hay que amar mucho a la Iglesia, hay que vivir la vida de los primeros cristianos", decía.
Pocos días antes de morir, en julio de 1936 escribía: “Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al Señor, cómo alentaban a sus hermanos!”.
El 28 de julio, coincidiendo con los primeros días de la Guerra Civil española, Pedro Poveda, confesándose "sacerdote de Jesucristo", muere como mártir de la fe. Fue canonizado por Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003, en la visita del Papa a España.
LIBRO DE SAN PEDRO POVEDA: "Vivir como los primeros cristianos"
Pedro Poveda(1874-1936), promovió un amplio movimiento de espiritualidad seglar, cuyo centro está hoy constituido por la Institución Teresiana, asociación por él fundada.
Este libro de formato pequeño, recoge un aspecto esencial de su pensamiento: la vuelta a la vocación arrolladora de hombres y mujeres de la primitiva Iglesia, capaces de cambiar la historia con el testimonio de su fe vivida en la entraña del mundo, hecha levadura, sal, misteriosamente libre y operante, transformadora. Santo, gran pedagogo, muere mártir al principio de la guerra civil española.
¿Fueron martirizados en el Coliseo los cristianos? Esta pregunta que durante años ha dividido a los historiadores parece haber encontrado respuesta en un reciente estudio del profesor de Historia de la Iglesia de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, Pier Luigi Guiducci.
La hipótesis que el experto ha puesto sobre la mesa desmiente lo sostenido hasta ahora por algunos estudiosos modernos, según los cuales los cristianos en Roma no encontraron la muerte en el célebre anfiteatro, sino en otros lugares como el Circo Máximo, el de Nerón o las cárceles de la época.
Sin embargo, con el nuevo estudio presentado por Guiducci se ha logrado identificar –gracias a las últimas restauraciones del Coliseo– un dibujo de una cruz sobre un tramo de yeso que data del siglo III y que lleva a una «reformulación» de la historia.
«Mientras estaba terminando de escribir un libro sobre los mártires romanos del siglo I al IV, me encontré en internet con tres fotografías sobre los trabajos de limpieza del Coliseo. Rápidamente observé un trozo de pared que se encuentra en el corredor de servicio que conduce al tercer nivel. A la izquierda había dibujada una cruz. Esta se apoya sobre una línea que une dos grandes letras: una “T” y una “S”, explica el profesor Guiducci a LA RAZÓN.
Estas dos letras, prosigue el experto, «expresan de manera sintética una exclamación típica del público de la época que asistía a los espectáculos y esperaba que saliese a la arena la bestia contra los condenados: “Taurus, taurus, taurus”, es decir “toro”».
La pequeña cruz fue añadida para contrarrestar un grito de violencia y de muerte, una referencia a Cristo que salva. «El descubrimiento de ese mensaje conduce hacia la consideración de que en el Coliseo, por lo tanto, hubo cristianos».
Las novedades presentadas por el docente encuentran, de hecho, una sólida conexión con hallazgos de las diversas catacumbas de la época romana, como por ejemplo, en el «diseño de la escena bíblica del profeta Daniel entre los leones» que se encuentra en las de San Calixto. Tal imagen pictórica puede ser elegida como referencia de los cristianos que debían afrontar la «damnatio ad bestias», literalmente la «condena a las bestias». Además, se debe considerar el hecho de que los juegos con animales feroces en tiempos de los romanos solo se desarrollaban en los anfiteatros por cuestiones de seguridad de los espectadores.
A estos datos hay que añadir las sentencias de muerte de más prefectos de Roma, las referencias de escritores cristianos como Tertuliano o San Agustín, así como de otros autores paganos y la organización en Roma de los «juegos» que duraban semanas y que requerían de un elevado número de bestias y de hombres.
Todo lo argumentado por Guiducci se encuentra en las fuentes históricas del siglo II d.C. Por ejemplo, se conoce que después de vencer a Dacia (la actual Rumanía y Moldavia), Trajano organizó combates en el Coliseo por más de 120 días. En este contexto, ·no es extraña la hipótesis de que entre los condenados a muerte hubo también cristianos·, como narra por ejemplo «la historia del obispo de Antioquía, Ignacio, contada por Eusebio de Cesarea, en el “Chronicon”, al tratar los años 107-108 d.C.», dice el profesor.
«Lo que llama la atención de estos escritos es la elección de no acentuar el drama de lo acontecido, sino el reforzar la unidad de las primeras Iglesias locales», añade a su vez. Aunque el recuerdo de los mártires comenzó a documentarse solo en los tiempos posteriores a las persecuciones, «en la memoria de la gente no se pierde, a través de los siglos, el recuerdo de personas inocentes que encontraron la muerte en más lugares de Roma», asegura el profesor.
«Si pensamos en los cristianos asesinados en sus estancias, en las catacumbas, en los anfiteatros o en zonas poco distantes de los muros de la ciudad utilizados para ejecuciones» se puede comprender por qué «alguno comenzó a grabar cruces en los ambientes cercanos a la arena del Coliseo». El profesor de la Lateranense apunta que no es casualidad que en el tiempo litúrgico de Cuaresma, la Iglesia de Roma recorra el Vía Crucis precisamente cerca del majestuoso anfiteatro, y que los distintos Papas, a lo largo del tiempo, «quisieran identificar el Coliso como un lugar en el que recordar a todos los mártires».
Para Guiducci «la memoria de estos mártires nos lleva también a los mártires de nuestro tempo cuyo número es muy elevado», dice en referencia a la situación en Oriente Medio.
San Víctor, papa en el siglo II
Africano de nacimiento, sucedió a San Eleuterio en 185. Mostró grandísimo celo para defender a la Iglesia contra los ataques de los herejes.
Condenó a Teodoto, el banquero, que enseñaba que Melquisedec era superior a Jesucristo; a Montano y sus secuaces: a Praxeas, que dogmatizaba en Roma enseñando que el Dios Padre también había padecido en la pasión de Jesucristo; a Taciano, Marción, Valentín y Saturnino, propagadores de las doctrinas encratitas, que condenaban como ilícito el matrimonio. Luchó, en fin, para sofocar la cuestión tan debatida de la celebración de la Pascua, Roma, 197.
Por otra parte, estableció que, en casos de emergencia, se pudiese utilizar cualquier agua para el bautismo.
Falleció el 28 de julio de 199 tras sufrir martirio. San Víctor murió antes de que comenzase la persecución de Septimio Severo, pero las persecuciones que debió sufrir por su enérgico celo para defender la fe, le merecen el título de mártir. Según San Jerónimo, este santo fue el primero en celebrar los sagrados misterios en latín.
Algunas de sus reliquias se conservan cerca del altar mayor de la basílica de Santi Silvestro e Martino ai Monti, en Roma. Algunas teorías sugieren que pudo haber sido el primer papa negro africano, aunque se basan principalmente en su procedencia y no tanto en fuentes que manifiesten el hecho.
¿Por qué el cristianismo se extendió tan rápidamente?
La expansión del cristianismo en los tres primeros siglos
“Intentaré iluminar lo que podemos aprender en la Iglesia de hoy: qué errores hay que evitar y qué ejemplos hay que imitar y qué aportación específica pueden dar a la evangelización los pastores, monjes, los religiosos de vida activa y los laicos”.
Raniero Cantalamessa hizo una reflexión sobre la evangelización cristiana en los tres primeros siglos. El periodo –dijo Cantalamessa- en el que el cristianismo hace camino por su propia fuerza”.
Los primeros cristianos tenían una certeza indestructible sobre la bondad y la victoria final del cristianismo
En cada uno de estos momentos intentaré iluminar lo que podemos aprender en la Iglesia de hoy: qué errores hay que evitar y qué ejemplos hay que imitar y qué aportación específica pueden dar a la evangelización los pastores, monjes, los religiosos de vida activa y los laicos.
1. La difusión del cristianismo en los tres primeros siglos
Comenzamos hoy con una reflexión sobre la evangelización cristiana en los tres primeros siglos. Un motivo hace de este periodo un modelo para todos los tiempos. Es el periodo en el que el cristianismo hace camino por su propia fuerza. No hay “ningún brazo secular” que lo apoye; las conversiones no se determinan por ventajas externas, materiales o culturales; ser cristianos no es una costumbre o una moda, sino una elección contra corriente, a menudo a riesgo de la propia vida. En ciertos aspectos es la misma situación que se ha vuelto a dar en muchas partes del mundo.
La fe cristiana nace con una apertura universal. Jesús había dicho a sus apóstoles que vayan a “todo el mundo” (Mc 16,15), que “hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19), que sean testigos “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8), que “prediquen a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados” (Lc 24,47).
La actuación de principio de esta universalidad se da ya en la generación apostólica, no sin dificultades o heridas. El día de Pentecostés se supera la primera barrera, la de la raza (los tres mil convertidos pertenecían a pueblos distintos, pero eran todos creyentes judíos); en casa de Cornelio y en el llamado Concilio de Jerusalén, sobre todo por impulso de Pablo, se supera la barrera más difícil de todas, la religiosa que dividía a los judíos de los gentiles. El evangelio tiene ante sí al mundo entero, aunque momentáneamente este mundo es limitado, en el conocimiento de los hombres, a la cuenca mediterránea y a los confines del Imperio Romano.
Más complejo es seguir la expansión de hecho o geográfica del cristianismo en los primeros tres siglos que, sin embargo, es menos necesario para nuestro objetivo. El estudio más completo y, hasta ahora no superado, a este respecto es el de Adolph Harnack, Misión y expansión del cristianismo en los tres primeros siglos.
Una fuerte intensificación de la actividad misionera de la Iglesia tuvo lugar bajo el mando del emperador Cómodo (180-192) y después, en la segunda mitad del siglo III, es decir hasta la víspera de la gran persecución de Diocleciano (302). Este, aparte de las esporádicas persecuciones locales, fue un periodo de paz relativa que permitió a la Iglesia naciente el poder consolidarse en su interior, desarrollando una actividad misionera de una forma nueva.
Veamos en qué consiste esta novedad. En los primeros dos siglos la propagación de la fe se confiaba a la iniciativa personal. Se trataba de profetas itinerantes, de los que habla la Didaché, que se trasladaban de sitio a sitio; muchas conversiones se debían al contacto personal, favorecido por el trabajo común ejercitado, de los viajes y de las relaciones comerciales, del servicio militar y de otras circunstancias de la vida.
Orígenes nos da una descripción conmovedora del celo de estos primeros misioneros:
“Los cristianos hacen todos los esfuerzos posibles para difundir la fe sobre la tierra, para este fin algunos de ellos se proponen formalmente como deber de sus vidas, peregrinar de ciudad en ciudad, también de pueblo en pueblo para ganar nuevos fieles al Señor. No se dirá que lo hacen para beneficiarse, porque a menudo rechazan hasta los más necesario para vivir”.
Ahora, en la segunda mitad del siglo III, estas iniciativas personales se coordinan cada vez más y en parte se sustituyen por las comunidades locales. El obispo, también reaccionando a los impulsos disgregatorios de la herejía gnóstica, adquiere la supremacía sobre los maestros, como director de la vida interna de la comunidad y centro propulsor de su actividad misionera. La comunidad es el sujeto evangelizador, hasta tal punto que un estudioso como Harnack afirma: “Debemos dar por cierto que la sola existencia y trabajo constante de las comunidades individuales fue el principal coeficiente en la propagación del cristianismo”.
Hacia el final del siglo III, la fe cristiana penetró prácticamente en cada estrato de la sociedad, tiene su literatura en lengua griega y una, aunque en sus comienzos, en lengua latina; posee una sólida organización interna; comienza a construir edificios cada vez más grandes, signo del crecimiento del número de creyentes. La gran persecución de Diocleciano, aparte de las numerosas víctimas, no hizo más que mostrar la fuerza inexpugnable de la fe cristiana. El último enfrentamiento entre el imperio y el cristianismo fue la prueba de esto.
Constantino no hace más que constatar la nueva relación de fuerzas. No fue él quien impuso el cristianismo al pueblo, sino el pueblo quien le impuso a él el cristianismo. Afirmaciones como la de Dan Brown en la novela El Código Da Vinci, y de otros escritores, según las cuales fue Constantino el que, por motivos personales, transformó con su edicto de tolerancia y con el Concilio de Nicea, a una oscura secta religiosa judía en la religión del imperio, se funda en una total ignorancia de lo que precedió a estos sucesos.
2. Las razones del éxito
Un tema que ha apasionado siempre a los historiadores es el de las razones del triunfo del cristianismo. ¡Un mensaje nacido en un oscuro y despreciado rincón del imperio, entre personas sencillas, sin cultura y sin poder, en menos de tres siglos se extiende por todo el mundo conocido, subyugando a la refinadísima cultura de losgriegos y la potencia imperial de Roma!
Entre las distintas razones del éxito, alguno insiste en el amor cristiano y en el ejercicio activo de la caridad, hasta hacer de esta “el factor individual más potente del éxito de la fe cristiana”, hasta el punto que indujo, más tarde, al emperador Juliano el Apóstata a dotar al paganismo de análogas obras caritativas para hacer frente a este éxito.
Harnack, por su parte, da gran importancia a lo que él llama la naturaleza “sincretista” de la fe cristiana, es decir la capacidad de conciliar en sí misma tendencias opuestas y distintos valores presentes en las religiones y en la cultura de la época. El cristianismo se presenta a la vez como la religión del Espíritu y de la potencia, es decir acompañada de signos sobrenaturales, carismas y milagros, y como la religión de la razón y del Logos integral, “la verdadera filosofía”, como decía Justino Mártir. Los autores cristianos son “los racionalistas de lo sobrenatural”, afirma Harnack citando el dicho de san Pablo sobre la fe “como obsequio racional” (Rom 12,1).
De tal modo el cristianismo reúne en sí mismo, en equilibrio perfecto, lo que el filósofo Nietzsche define como el elemento apolíneo y el elemento dionisíaco de la religión griega, el Logos y el Pneuma, el orden y el entusiasmo, la medida y el exceso. Es lo que, al menos en parte, entendían los Padres de la Iglesia con el tema de la “sobria ebriedad del Espíritu”.
“La religión cristiana --escribe Harnack al final de su monumental investigación--, desde el principio se presentó con una universalidad que le permitió abocar en sí toda la vida entera, con todas sus funciones, sus alturas y sus profundidades, sentimientos, pensamientos y acciones. Este fue el espíritu de universalidad que le aseguró la victoria. Fue esto lo que le condujo a profesar que el Jesús que anunciaba era el Logos divino... Así se ilumina con una nueva luz y aparece casi como una necesidad incluso la potente atracción con la que llega a absorber y a subordinar en sí el helenismo. Todo lo que era capaz de vida entró como elemento en su construcción... ¿Y esta religión no debía vencer?”
La impresión que se tiene al leer esta síntesis es que el éxito del cristianismo se debió a un conjunto de factores. Algunos han ido más allá en la búsqueda de las razones de tal éxito hasta concretar veinte causas a favor de la fe y otras tantas que actuaban en sentido contrario, como si el éxito final dependiera de que prevaleciesen las primeras sobre las segundas.
Ahora quisiera iluminar el límite inherente a tal enfoque histórico, incluso cuando se hace por historiadores creyentes como los que ahora he tenido en cuenta. El límite, debido al mismo método histórico, es el de dar más importancia al sujeto que al objeto de la misión, más a los evangelizadores y a las condiciones en las que esta se desarrolla, que a su contenido.
El motivo que me empuja a hacerlo es que este también es el límite y el peligro inherente a tantos enfoques actuales y mediáticos, cuando se habla de una nueva evangelización. Se olvida una cosa sencillísima: que Jesús había dado él mismo, como anticipo, una explicación de la difusión de su Evangelio y de ella hay que volver a partir cada vez que se asume un nuevo compromiso misionero.
Volvamos a escuchar dos breves parábolas evangélicas, la de la semilla que crece incluso de noche y la de la semilla de mostaza.
“Decía: El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha” (Mc 4, 26-29).
Esta parábola, por sí misma dice que la razón esencial del éxito de la misión cristiana no viene desde el exterior sino del interior, no es obra del sembrador y ni siquiera principalmente del terreno sino de la semilla. La semilla no puede lanzarse a sí misma, y sin embargo, germina por su propia fuerza. Después de haber sembrado la semilla, el sembrador se puede ir a dormir porque la vida de la semilla no depende más de él. Cuando esta semilla es “la semilla que cae en tierra y muere”, es decir Jesucristo, nada podrá impedir que esta “dé mucho fruto”. Se pueden dar, de estos frutos, todas las explicaciones que se quieran, pero estas se quedan siempre en la superficie no llegarán nunca a lo esencial.
Quien percibió con lucidez la prioridad del objeto del anuncio sobre el sujeto es el apóstol Pablo: “Yo planté y Apolo regó, pero el que ha hecho crecer es Dios”. Estas palabras parecen un comentario a la parábola de Jesús. No se trata de tres operaciones de la misma importancia, de hecho el apóstol añade: “Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer” (1 Cor 3, 6-7). La misma distancia cualitativa entre el sujeto y el objeto del anuncio está presente en otro texto del Apóstol: “Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios” (2 Cor 4,7). Todo esto se traduce en las exclamaciones: “No nos predicamos a nosotros mismos, ¡sino a Cristo Jesús Señor!” y de nuevo “Nosotros predicamos a Cristo crucificado”.
Jesús pronunció una segunda parábola, basada en la imagen de la semilla, que explica el éxito de la misión cristiana y que hoy se tiene que tener en cuenta, frente a la gran tarea dereevangelizar el mundo secularizado.
“También decía: '¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las verduras, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra'” (Mc 4,30-32).
La enseñanza que Cristo nos da con esta parábola es que su Evangelio y su misma persona es lo más pequeño que existe en la tierra porque no hay nada más pequeño y débil que una vida que termina en una muerte de cruz. Sin embargo, esta pequeña “semilla de mostaza” está destinada a convertirse en un árbol inmenso, que es capaz de acoger en sus ramas a todos los pájaros que se refugian en él. Esto significa que toda la creación, absolutamente toda, irá a buscar allí refugio.
¡Qué diferencia respecto a las reconstrucciones históricas mencionadas antes! Allí parecía todo incierto, aleatorio, suspendido entre el éxito y el fracaso; ¡aquí todo estaba decidido y asegurado desde el principio! Como conclusión del episodio de la unción de Betania, Jesús pronunció estas palabras: “Os aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo” (Mt 26,13). La misma tranquila conciencia de que un día su mensaje se difundiría “al mundo entero”. Y no se trata ciertamente de una profecía post eventum, porque en ese momento todo parecía presagiar lo contrario.
También en esta ocasión quien captó “el misterio escondido” fue Pablo. Me llama la atención, siempre, un hecho. El Apóstol predicó en el Aerópago de Atenas y vió el rechazo del mensaje, educadamente expresado con la promesa de escucharlo en otra ocasión. Desde Corinto adonde fue justo después, escribió la Carta a los Romanos en la que afirmaba haber recibido el deber de llevar a “la obediencia de la fe a todas las gentes” (Rom 1, 5-6).
El fracaso no desanimó su confianza en el mensaje: “Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son” (Rom 1,16).
“Cada árbol, dice Jesús, se reconoce por su fruto” (Lc 6,44). Esto vale para todos los árboles, excepto para el que nació de Él, el cristianismo (de hecho él habla aquí de los hombres); este único árbol no se conoce por los frutos, sino por la raíz. En el cristianismo la plenitud no está al final, como en la dialéctica hegeliana del devenir (“verdadero es lo entero”), sino que está al principio; ningún fruto, ni siquiera los más grandes santos, añaden algo a la perfección del modelo. En este sentido tiene razón quien afirma que “el cristianismo no es perfectible”.
3. Sembrar e … irse a dormir
Lo que los historiadores de los orígenes cristianos no cuentan o dan poca importancia es la certeza indestructible que los cristianos de entonces, al menos los mejores de ellos, tenían sobre la bondad y la victoria final de su causa. “Podéis matarnos pero no podéis herirnos”, decía el mártir Justino al juez romano que lo condenaba a muerte. Al final, fue esta tranquila certeza que les aseguró la victoria y convenció a las autoridades políticas de la inutilidad de sus esfuerzos por suprimir la fe cristiana.
Esto es lo que más necesitamos hoy: despertar en los cristianos, al menos en los que pretenden dedicarse a la obra de la reevangelización, la certeza íntima de la verdad de lo que anuncian. “La Iglesia, dijo una vez Pablo VI, necesita retomar el ansia, el gusto y la certeza de su verdad”. Debemos creer, nosotros los primeros, en lo que anunciamos; pero creerlo verdaderamente, “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente”. Debemos poder decir con Pablo: “Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos” (2 Cor 4,13).
La tarea práctica que las dos parábolas de Jesús nos asignan es la de sembrar. Sembrar con generosidad “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). El sembrador de la parábola que sale a sembrar no se preocupa por el hecho de que parte de la semilla termine en el camino o entre las espinas, ¡y pensar que el sembrador, aparte de la metáfora, es el mismo Jesús! El motivo es que en este caso no se puede saber qué terreno será el adecuado, o cuál será duro como el asfalto y asfixiante como un arbusto. Está en medio la libertad humana que el hombre no puede prever y que Dios no puede violar. Cuántas veces entre las personas que han escuchado una cierta predicación o que han leído un cierto libro, se descubre que quien lo ha tomado más en serio o ha cambiado su vida era la persona de quien menos se esperaba, uno que, quizás, estaba allí por casualidad o en contra de su voluntad. Yo mismo podría contar decenas de casos.
Sembrar y ¡después.... irse a dormir! Es decir sembrar y no quedarse allí todo el tiempo a mirar, a ver dónde surge, cuántos centímetros crece al día. El arraigo y el crecimiento no es asunto nuestro, sino de Dios y del que escucha. Un gran humorista inglés del s. XIX, Jerome Klapka Jerome, dice que el mejor modo de retrasar la ebullición del agua en un puchero es mirarlo todo el tiempo y esperar con impaciencia.
Hacer lo contrario es fuente inevitable de inquietud y de impaciencia: todas las cosas que a Jesús no le gustan y que Él no hacía nunca cuando estaba en la tierra. En el evangelio Él no parece tener nunca prisa. “No esté por tanto preocupados por el mañana; el mañana se preocupa de sí mismo. A cada día le basta su afán” (Mt 6,34).
A este respecto, el poeta creyente Charles Péguy pone en boca de Dios palabras que también nos hará bien meditar a nosotros: “Se me dice que hay hombres/que trabajan bien y duermen mal,/que no duermen. Qué falta de fe en mí./Es casi más grave/que no trabajasen pero que durmiesen, porque la pereza/No es un pecado más grave que el ansia.../No hablo, dice Dios, de aquellos hombres/Que no trabajan y que no duermen./Estos son unos pecadores, por supuesto.../Hablo de los que trabajan y no duermen/Los compadezco.No tienen confianza en mí.../Gobiernan muy bien sus asuntos durante el día./Pero no quieren confiarme el gobierno durante la noche.../Quien no duerme es infiel a la Esperanza...”.
Las reflexiones desarrolladas en esta meditación nos empujan, como conclusión, a poner en la base del compromiso por una nueva evangelización un gran acto de fe y de esperanza que se sacuda todo sentido de impotencia y de resignación. Tenemos ante nosotros, es verdad, un mundo cerrado en su secularismo, embriagado por los éxitos de la técnica y por las posibilidades ofrecidas por la ciencia, que rechaza el anuncio evangélico. Pero ¿era quizás menos seguro de sí mismo y menos refractario al Evangelio el mundo en el que vivían los primeros cristianos, los griegos con su sabiduría y el imperio romano con su potencia?
Si hay una cosa que podemos hacer, después de haber “sembrado” es la de “regar” con la oración la semilla sembrada. Por esto terminamos con la oración que la liturgia nos hace recitar en la misa “por la evangelización delos pueblos”:
“Oh Dios, tú que quieres que todos los hombres se salven,/y lleguen al conocimiento de la verdad;/mira qué grande es la mies y manda a tus obreros,/para que se anuncie el Evangelio a todas las criaturas/y tu pueblo reunido por la palabra de vida/y formado por la fuerza de los sacramentos,/progrese en el camino de la salvación y del amor”.
Joaquín y Ana, las figuras ausentes del Nacimiento
De los abuelos de Jesús, sólo sabemos de dos, los maternos y aún así por tradición y un evangelio apócrifo. Los padres de José el carpintero, o habían muerto ya o el evangelista no los considera relevantes para su relato. En cambio, Joaquín y Ana lo son y mucho.
Una antigua tradición del siglo II atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de María. El culto aparece para santa Ana ya en el siglo VI y para san Joaquín después. La devoción a los abuelos de Jesús es una prolongación natural del cariño y veneración a la Madre de Dios.
Según esta tradición, la madre de María nació en Belén. El nombre Ana significa "gracia, amor, plegaria". La Sagrada Escritura nada dice de ella. Todo lo que sabemos está en el evangelio apócrifo de Santiago, según el cual a los 24 años, talludita para la época --las mujeres se desposaban entonces muy pronto, casi adolescentes--, Ana se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo, de Nazaret. Ana, descendía de la familia real de David. Veamos el papel de las mujeres en toda esta historia.
Los abuelos de Jesús vivían en Nazaret y, según la tradición, dividían sus rentas anuales de esta manera: una parte para los gastos de la familia, otra para el templo y la tercera para los más necesitados.
Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo no llegaba, ausencia sin duda de la bendición divina, según sus contemporáneos. Ana tiene ya 44 años y le queda poco tiempo para un posible embarazo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre la esterilidad de la familia como algo que les hacía indignos de entrar en la casa de Dios. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para pedir a Dios un hijo. Ana intensifica sus ruegos. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, un gran profeta. Un paralelismo evidente en los nombres, y en el resultado de los ruegos.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los abuelos de Jesús fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.
Cuando se visita Tierra Santa, se puede ver la probable casa en la que vivió María su infancia. Fue una niña especial y como tal fue educada. Conocedora de las Escrituras, que enseñó a su hijo Jesús. ¿Y dónde estaban Joaquín y Ana, los abuelos, el día del Nacimiento?
Estaban en Nazaret, pues de allí era María. Se puede entrar hoy también en la casa –una casa de piedra de buena factura, de gente acomodada, como casi todas las de Nazaret, un pueblo próspero- en la que la joven desposada con José recibió el anuncio del enviado Gabriel, y aceptó una misión divina para la que había sido elegida, no sin cierto azaramiento --¿cómo puede ser esto?- en la confianza de la sabiduría del Padre y de la generatividad del Espíritu Santo.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús? ¿Les dijo algo María de todo este tinglado en que la había metido Dios? Si no se lo dijo, pronto vieron los efectos de la palabra divina, siempre eficaz. Y pronto tejieron un círculo de amor en torno a aquella joven encinta e inexperta.
Podemos imaginar a Ana tejiendo ropitas para ese niño tan especial, el Emmanuel. El hijo de María. Seguramente José y María –que eran previsores- partieron para Belén con las alforjas de la mula bien llenas de pañales y ropitas forradas para que el Niño, si es que le daba por llegar en medio del viaje, no pasara frío. En aquella época, los viajes eran una aventura para la que sólo se llevaba billete de ida: salteadores en los caminos, una mula que podía fallar, buscar posada en días de censo y sin precios fijos, los trámites de la burocracia romana podrían tardar más de lo previsto. Lo dicho, una aventura. La vuelta quedaba en manos de la Providencia.
Lo del frío que pasó Jesús cuando nació no deja de ser una bonita consideración piadosa de la devoción de san Alfonso María de Ligorio, en su famoso villancico Tu scendi dalle stelle. Ligorio y otros autores hablan del frío y el hielo de aquella noche –en una traslación del clima europeo a la templada Tierra Santa, donde por mucho que nos empeñemos en poner nieve en los belenes no nieva--, pero se refieren más bien al frío espiritual de la indiferencia y del abandono de la ley del pueblo santo. A templar, o mejor incendiar, ese frío venía Jesús.
¿Dónde estaban los abuelos de Jesús en la noche más santa del año? Estaban en las puntadas de las ropitas y provisiones confeccionadas por Ana. En la oración asidua por los nuevos esposos, para que el viaje fuera bien y la flamante familia regresara pronto a Nazaret. En el pensamiento de María y José al ver la cara de ese niño tan esperado. Esperado por siglos y naciones. Esa alegría tuvo que viajar sin palabras, a la velocidad de la luz, y más, hasta el corazón de Joaquín y Ana, que esperaban la buena noticia en Nazaret. Nadie quita que alguna caravana, contactada por José, les llevara el feliz anuncio del Nacimiento. Y si hubo un enviado de Dios a los pastores, un sueño que puso en marcha a los sabios de Oriente, un sueño que avisó a José varias veces, ¿no habría un mensaje divino para los felices abuelos? Seguro que sí.
Abuelos en la distancia de estos primeros días. Como tantos abuelos que ven a sus hijos emigrar a otra tierras más benéficas, otras tierras donde labrar un futuro para sus familias. Tantos abuelos que esperan el regreso de unos nietos . Quién sabe...
Los abuelos siempre esperan. Su casa sigue abierta. Podemos imaginar a Joaquín y Ana esperando y luego conociendo, por fin, a su nieto a la vuelta del largo exilio no programado –con emigración a Egipto incluida para esquivar a Herodes y vuelta directa a Nazaret para eludir a Arquelao--. Les podemos imaginar llenándole de besos, cantándole canciones para dormir, haciéndole regalos y, seguro, enseñándole las oraciones y las palabras de Dios a su pueblo elegido.
Podemos imaginar a María, yendo a la compra y dejando al peque en casa de los abuelos por unas horas. Por vivir en el siglo I los abuelos de Jesús seguro que no se libraron ¡de hacer de canguros!
Por Nieves San Martín
Así vivían los gladiadores, unos prisioneros solitarios compensados con comodidades
Eran prisioneros que arriesgaban la vida en la arena, pero a cambio llevaban una vida con comodidades al alcance de pocos:la reconstrucción virtual en Austria de la mayor escuela de gladiadores hallada fuera de Roma permite aproximarse a la vida dura y solitaria de estos guerreros.
La reconstrucción virtual en Austria de la mayor escuela hallada fuera de Roma permite conocer la vida de estos luchadores
La escuela, en realidad una fortaleza, estaba situada en la antigua ciudad romana de Carnuntum, capital de la provincia de Panonia, a 40 kilómetros de Viena, y el hallazgo se debe al equipo de arqueólogos del Instituto Ludwig Boltzmann de Prospección y Arqueología Virtual de la capital austríaca.
La reconstrucción tridimensional del lugar, con un vídeo incluido, se ha podido hacer gracias a un moderno radar de penetración subterránea, cuyos resultados se han publicado recientemente en la revista especializada «Antiquity».
«Los gladiadores eran esclavos o prisioneros de guerra, a veces también ciudadanos romanos», explica a Efe el arqueólogo austríaco Wolfgang Neubauer, que dirigió el estudio.
La escuela de gladiadores, de unos 1.800 años de antigüedad, está dentro de un complejo fortificado de 11.000 metros cuadrados y a escasos metros de un coliseo con capacidad para 13.000 personas.
El espacio para los guerreros está organizado alrededor de una arena circular en la que entrenaban, rodeado de galerías con celdas de entre tres a siete metros cuadrados y con capacidad para hasta cuatro personas, aunque los gladiadores solían estar solos.
La escuela contaba también con unos baños, un centro médico, letrinas, cocina, un refectorio e incluso un sistema de calefacción a través del suelo que ayudaba a combatir los hasta 25 grados bajo cero que se podían alcanzar en la región.
Unos 75 gladiadores vivían de forma permanente en las instalaciones de la escuela, que contaba con dos plantas: en el ala sur del edificio se encontraban las celdas de los gladiadores comunes y el sector oeste albergabaa luchadores estrella y a algunos de los entrenadores.
Neubauer destaca que «lo importante es que tenemos toda esta información sin haber destrozado nada a través de métodos no invasivos», gracias al uso de las últimas tecnologías.
Reconstrucción virtual de una escuela de gladiadores
Prisioneros sometidos a dura rutina
El trabajo arqueológico revela que los gladiadores no gozaban de libertad, eran prisioneros que vivían en los centros de entrenamiento sometidos a una dura rutina y, al contrario de lo que expone la película"Gladiator", de Ridley Scott, no hacían giras por distintos lugares del Imperio.
Por lo común eran presos quienes luchaban en la arena, sin embargo había también casos, como el del emperador Lucio Aurelio Cómodo (161-192), que participó en los juegos de gladiadores por voluntad propia, añade el director del Instituto.
Los acaudalados propietarios de la escuela, conocidos como «lanistas», eran los responsables de reclutar a los gladiadores, de su entrenamiento y, llegado el momento, de venderlos.
Los «lanistas», que eran empresarios que se guiaban por los grandes beneficios económicos del negocio, tenían un poder absoluto sobre la vida de sus gladiadores.
El director del proyecto indica que el tiempo que tenían para prepararse para los combates dependía de si los empresarios que organizaban los juegos los seleccionaban para aparecer en el anfiteatro.
Los entrenamientos diarios en la escuela eran duros e incluso a veces los reclutados entre quienes habían cometido delitos menores, y que no estaban físicamente tan preparados, morían de agotamiento.
A diferencia de lo que se acostumbra a ver en las películas romanas, los gladiadores suponían una inversión muy alta para el «lanista», por lo que se encargaba de ofrecerle grandes comodidades para preservar su salud.
A cambio de los duros entrenamientos, los gladiadores obtenían buenas dietas, masajes y cuidados médicos diarios, algo al alcance de muy pocos en la época.
Gracias al estudio que llevó a cabo otro grupo de arqueólogos austríacos en Efeso (Turquía), al analizar los huesos de un cementerio de gladiadores se sabe que su dieta se basaba sobre todo en legumbres y cereales, lo que les daba una gran corpulencia.
Diferentes relatos encontrados en textos antiguos apuntaban ya a que estos luchadores se alimentaban muy bien y se sometían a un régimen especial para acumular mucho peso.
Supervivencia y libertad
Durante los espectáculos que se realizaban en el coliseo, situado a 80 metros de la escuela, Neubauer aclara que «algunos gladiadores morían en el primer combate, otros sobrevivían 50 o incluso más, y entonces tenían la posibilidad de ser de nuevo libres».
Las oportunidades de sobrevivir no eran altas pero hubo gladiadores que consiguieron su libertad y llegaron a conseguir incluso protección imperial.
Aunque se construyeron más de 100 escuelas de gladiadores en todo el Imperio Romano, los únicos restos conocidos están en Roma, Carnuntum y Pompeya.
Jesús había dejado a Juan, Andrés, Santiago, Simón, Felipe y Natanael con una inquietud en el alma. Ahora creen, pero viven igual que antes.
Su fe es una semilla que aún debe germinar. Saben que tienen que hacer algo, pero no saben qué.
Entonces llega Jesús donde ellos trabajan, acude a buscarlos junto al lago de Genesaret. Este lago es un lugar privilegiado de la naturaleza. Sus medidas son de veinte y diez kilómetros, entre su longitud máxima y su anchura. Ni demasiado grande, ni demasiado pequeño. Lo suficiente para una medida humana y acogedora. Sus aguas dulces son fruto de las altas cumbres del monte Hermón, y las vierte, a su vez, en el Jordán.
Le rodea una vegetación arborada y su entorno son prados. En las épocas primaverales la pradera se llenan de pequeñas flores que le dan un agradable colorido. La temperatura es deliciosa, ya que es un clima levantino algo alejado de la costa, con vientos provenientes de las cercanas montañas, que atemperan las épocas más calurosas. Los puertos de pescadores se suceden a poca distancia unos de otros, pues la pesca es abundant
Por su emplazamiento, es un lugar donde los hombres pueden vivir a gusto, sin las agresiones del excesivo frío o del calor fuerte, con agua y con luz.
Se presta a estar largos ratos al aire libre en conversación amistosa; y las pocas lluvias favorecen más aún estas reuniones con el cielo por techo y sentados en la hierba.
Alrededor del lago, a una cierta distancia, se elevan pequeñas colinas desde las que de una mirada se domina todo el lago; las puestas de sol invitan a la oración y a agradecer a Dios la belleza de lo creado.
Nazaret está relativamente cerca, aunque alejada de sus orillas; entre las poblaciones que se encuentran allí se puede contar: Betsaida - lugar de nacimiento de Pedro, Juan, Felipe, Andrés y Santiago-; Cafarnaúm -donde vivían Pedro y Andrés cuando Jesús les llamó definitivamente-; Magdala -lugar de la conversión de la mujer pecadora; Tabigha -donde se realizó la segunda pesca milagrosa, la de los 153 peces grandes bien contados-; Tiberíades -localidad romana de mala fama entre los judíos-, y pequeños puertos de pescadores.
Este es el marco del segundo encuentro de Jesús con algunos de sus futuros apóstoles. La semilla dejada en su alma en el primer encuentro con el Señor va a dar aquí su primer fruto.
Los seis primeros, después de hablar con Jesús, volvieron a sus casas con la inquietud en el alma. No pueden ser indiferentes a lo que han visto y oído. El encuentro con Cristo había sido muy intenso. Jesús había entrado en sus almas hasta lo más hondo.
Cierto que ellos habían puesto pocas dificultades y estaban llenos de buena voluntad; pero hemos de reconocer que es difícil acostumbrarse a lo desconocido; y más aún si se trata de un encuentro con el Mesías anunciado por los profetas y esperado durante tantos siglos por los israelitas. Jesús había dicho a unos que era Él a quien esperaban: el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A otro le cambió el nombre. A otro lo entusiasma. Alguien descubre en Él al Hijo de Dios y al rey de Israel.
Los detalles del primer encuentro y la hondura de las primeras palabras bullen en su interior, también cuando se dedicaban a sus tareas habituales de pesca. La simiente lanzada a voleo por el sembrador iba desarrollándose en su alma. Iban asimilando lo oído y lo visto. Y esto requiere un cierto tiempo, aunque sea poco.
Jesús deja pasar los días para que maduren la experiencia de aquel primer encuentro. Después, los busca para realizar una segunda llamada, la definitiva. Esta llamada es repentina pero la respuesta fue rápida, lo que significa que han reflexionado sobre el primer encuentro.
Después de la manifestación en Judea y Nazaret las almas ya están maduras, y Jesús se presenta en Cafarnaúm. Al verle, los seis sienten un gran sobresalto.
La alegría es grande en todos, aunque en alguno apareciese una cierta inquietud, al presentir que aquella visita tan grata le iba a complicar la vida; pero, difícilmente podía seguir su vida como hasta el momento.
Lo recibieron con gusto, y Jesús se quedó, con gozo, con sus nuevos amigos. Jesús que sabe lo que pasa por su interior, se dirige a ellos y les dice algo inesperado y deseado al mismo tiempo: sígueme, o seguidme. El Señor quiere dejar bien claro que no le eligen ellos a Él como Maestro, sino que libremente les elige a ellos como discípulos.
La llamada se dio al pasar Jesús cerca de ellos. Parece aparente casual, rápida, como dicha de paso; pero no es así. Cristo los busca, ha ido a su pueblo deliberadamente, se dirige con toda intención a la orilla donde están, y pasa por sus vidas en el momento elegido por El: "Y, al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y, al instante, dejaron las redes y le siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan su hermano, que remendaban las redes en la barca. Y enseguida los llamó. Y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él"( Mt y Mc).
¿Qué quiere decir sígueme? ¿Es un mandato o una petición? No es fácil contestar, pues nos falta conocer el acento con que Jesús pronuncia la palabra. Sígueme tiene algo de mandato y algo de súplica. La Voluntad de Dios se exterioriza en esta palabra, por tanto es un mandato; pero al mismo tiempo suplica una respuesta libre. Es un mandato, pero con un acento amoroso.
Es como decir: “si quieres puedes ser mi discípulo, pero ten en cuenta que es Dios quien te lo pide”, o bien: “quiero que me sigas, aunque eres muy libre para decidirte”. No en vano el amor es más exigente que la justicia y cuando es el Amor el que llama, una súplica es un mandato.
¿Qué contenido tiene la propuesta de seguir a Jesús? Lo vemos claro en la respuesta de los apóstoles: dejar sus ocupaciones, su modo de vida, y vivir como el mismo Jesús. Les pedía un cambio de vida respecto a Dios, y , a la vez: dedicarse a una tarea algo enigmática.
Era lógico hacer preguntas, enterarse bien sobre lo que deben hacer; cómo quedaría la familia, las barcas, y mil detalles de determinada importancia. Pero no hicieron preguntas. Creen en Jesús, se fían de Él, y por eso le siguen dejándolo todo. Andrés y Pedro dejaron las redes tal y como estaban. Santiago y Juan dejaron a su padre boquiabierto, aun en el supuesto de que Zebedeo conociera algo por las conversaciones familiares de aquellos días.
Dejaron todo "al instante, al momento". No hubo dilación, ni excusas más o menos razonables. Esa prontitud en la entrega es importante. En el caso de estos cuatro apóstoles no era imprudencia, ni una temeridad, pues conocían bien quién era Jesús, y creían en Él, tenían la formación básica que proporcionaba la Ley, unida a la que les había dado Juan Bautista.
Si hubiera sido un acto generoso, pero imprudente, Jesús no les hubiera admitido en su compañía. No quiere decir esto que ya fuesen perfectos, ni siquiera de que tuviesen perfecta conciencia de lo que se les pedía. Jesús les llama precisamente para formarlos, y conoce muy bien sus carencias intelectuales y humanas.
Pero la valentía, la firmeza, la prontitud en la decisión es necesaria en la generosidad. Seguir a Jesús es convivir con Él. La perspectiva es halagüeña, pero no fácil. Jesús se exige mucho; les conocerá muy de cerca y la experiencia muestra la diferencia entre un trato diario y continuado y uno esporádico.
La convivencia diaria permite que afloren defectos: desalientos, malhumor, pereza, espíritu crítico, envidia y tantos otros. Pero sólo esa convivencia hará posible una educación y una formación de filigrana.
Las grandes ideas y los consejos sabios se concretarán en correcciones concretas y en costumbres detalladas, como el control de la lengua, la paciencia ante los inoportunos, no dejar nunca para después la oración y mil cosas más.
Santiago y Juan dejan a su padre Zebedeo. Pedro, a su familia. No se trata pues de dejar cosas malas o indiferentes, sino realidades tan buenas como la familia. Cabía argüir, como excusa para la entrega, que el cuarto mandamiento es muy importante; pero el primero lo es más, y no pueden estar en oposición.
El contenido de la petición del “sígueme” con el que Jesús llama a los discípulos se puede resumir en “comprometerse”. No les muestra al principio todo lo que van a hacer, ni les explica si van a vivir una vida célibe, o alejada de su mujer para el que estuviese casado, ni si tendrán que vivir un determinado tipo de vida, o de estudio. Si les hubiese hablado al principio de la Cruz se hubiesen asustado, y quizá no se hubiesen atrevido a la entrega. Parece claro que, seguirle, equivale a fiarse de Jesús y hacer las cosas como el Maestro les indique.
ENRIQUE CASES,
“Tres años con Jesús”, Ediciones internacionales universitarias. Pedidos a eunsa@cin.es www.encuentra..com
Hallan restos de una antigua ciudad cerca de Jerusalén que podría probar que la monarquía del rey David existió
¿Existió el reino de David y Salomón? El texto bíblico dice que ambos fueron los últimos reyes del reino unido de Israel (1030-930 a.C.). Tanto el padre (el pastor que, según la tradición, venció al gigante Goliat con una honda) como el hijo lograron reinar sobre un extenso territorio. El problema es que no ha habido evidencias arqueológicas que certificaran que estos hechos fueron reales.
Por eso el debate ha sido tan intenso, especialmente en los últimos 25 años, con los investigadores cuestionando la figura de ambos monarcas hasta reducirlos a poco más que jefes tribales que gobernaban sobre Jerusalén y su entorno más inmediato. Para contrarrestar esa hipótesis era necesario encontrar construcciones en el corazón de la región donde supuestamente estuvo ese reino. Y parece que es algo que han conseguido unos investigadores de la Universidad Bar-Ilan.
Un equipo liderado por el profesor Avraham Faust y el doctor Yair Sapir ha descubierto nuevas pruebas que apoyan la existencia de la monarquía unida de Israel e indican que el Reino se extendió más allá de las cercanías de Jerusalén, según explican en un estudio publicado en la revista Radiocarbon.
Durante la última década, los arqueólogos de Bar-Ilan han estado excavando una gran mansión conocida como la “residencia del Gobernador” o la “casa de cuatro habitaciones”, que fue destruida en un incendio en el siglo VIII antes de Cristo durante una de las campañas asirias. El hogar se encontraba en Tel ‘Eton, en Shephelah, unos 20 kilómetros al sureste de la ciudad de Qiryat Gat.
Este gran edificio tenía al menos dos pisos y su planta baja se extendía sobre unos 225 metros cuadrados. La estructura se construyó en la parte más alta del montículo, sobre cimientos profundos, utilizando materiales de construcción de alta calidad y de acuerdo con un plan meticuloso, colocando piedras grandes y de alta calidad en las esquinas y entradas del edificio.
“Sorprendentemente, las fechas de la datación por radiocarbono indican que el edificio ya se había erigido entre finales del siglo XI a.C. y principios del siglo X. Esto tiene relevancia para la fecha en la que evolucionó la complejidad social en Judá, para el debate sobre la historicidad del reino de David y Salomón”, dice Faust en un comunicado. La construcción de una residencia tan grande en la cima del montículo, visible desde una gran distancia, junto con el crecimiento significativo del tamaño de la ciudad al mismo tiempo, fue un evento importante en la historia de Tel‘Eton, uno de los mayores sitios arqueológicos de Judá, aproximadamente a mitad de camino entre Gaza y Jerusalén.
La duda era quién construyó este edificio, aunque los investigadores lo tienen claro. “El hecho de que la residencia fue levantada como una casa clásica de cuatro habitaciones, un estilo que era muy predominante en los sitios israelitas y que falta o es raro en las zonas de dominio cananeo y filisteo, parece enviar un mensaje claro sobre la identidad de los constructores: la política israelita procedente de las tierras altas”, señala el estudio.
Curiosamente, la casa no fue destruida y los cambios en la construcción no fueron el resultado de batallas o la aparición de una nueva población dominante. “Estos hallazgos indican que había una impresionante construcción pública en curso ya en el siglo X antes de Cristo. Cuando los descubrimientos de Tel ‘Eton se combinan con los aparecidos en otros sitios en la región, se puede reconstruir el proceso a través del cual el gobierno de las tierras altas se apoderó del Shephelah (el centro-sur de Israel) y lo colonizó gradualmente”, apuntan.
Faust y Sapir saben perfectamente que "la asociación de esta residencia con David y Salomón no se basa en evidencia arqueológica directa, sino únicamente en motivos circunstanciales”. El origen de los cambios en Tel ‘Eton (la construcción de la residencia de cuatro habitaciones y el crecimiento del sitio) parece que hay que buscarlo en las tierras altas. “Y dado que estos cambios tuvieron lugar en el momento en que se suponía que David gobernaba en las tierras altas, el vínculo es plausible“, señalan los expertos.
“Si alguien piensa que esto no certifica que hubo un rey con el nombre de David, quizás deberíamos encontrar otro nombre para llamar al monarca que logró unificar las tierras altas de Judá y las bajas llanuras costeras filisteas durante su reinado”, explican Faust y Sapir. Sin embargo, otros arqueólogos llamaron a la cautela antes de conjeturar que el asentamiento recién descubierto fuera necesariamente davídico.
El doctor Ido Koch, de la Universidad de Tel Aviv, señala que la “casa del gobernador” no tiene escritos para indicar que fuera parte de un Reino judío. “En los hallazgos del siglo X no hay nada con la palabra ‘Jerusalén’ escrita en ellos, y mientras no haya señales de administración o escritos de estilo judaico el vincular el asentamiento al reino de Jerusalén sería pura especulación”, expresó para Haaretz.
TIERRA SANTA MARÍA MAGDALENA (Crónica)
María Magdalena: nuevo libro repasa su figura desde restos de su ciudad natal
Magdala (Israel), 22 jul (EFE).- El libro "María Magdalena: percepciones desde la antigua Magdala", que desgrana la historia de uno de los personajes más misteriosos de la Biblia, fue presentado hoy en la iglesia de la que se cree que fue su ciudad natal, donde se desarrollan trabajos arqueológicos para desentrañar su historia.
"María Magdalena fue real. Los desafíos, las luchas y las alegrías de su vida fueron reales", aseguró la autora y presidenta del Instituto Magdalena, Jennifer Ristine, que con la obra recién publicada en inglés intenta reconstruir su imagen tras cuatro años de trabajo, estudio y reflexiones a la orilla del mar de Galilea, donde las referencias históricas indican que nació y vivió.
María Magdalena, una de las figuras femeninas más relevantes de la Biblia, fue la que persona que descubrió la tumba vacía de Jesús de Nazaret, según el Evangelio de San Marcos, y presenció su resurrección.
Además, es considerada santa por los credos católico y ortodoxo, del cristianismo, y el papa Francisco elevó su estatus litúrgico a "apóstol de los apóstoles".
"El libro que escribí es para públicos distintos, sobre todo para los guías turísticos y peregrinos que vienen a Magdala y tienen preguntas sobre María Magdalena", comenta Ristine a Efe y agrega que se siente inspirada por su figura porque "encarna el drama humano de la redención".
Para la escritora, la figura de María Magdalena "es el ejemplo de que no hay situación suficientemente grave o difícil que no pueda ser resuelta", y en el libro intenta transmitir el mensaje de que el debate sobre si fue o no una prostituta es secundario y probablemente erróneo.
"¿Era una prostituta o no lo era?", se pregunta Ristine, que lo considera "un asunto secundario" que, sin embargo, ve como "una mala interpretación".
Para la autora, "los restos arqueológicos de Magdala" evidencian que "procedía de una ciudad judía rica", así como "las inscripciones sagradas y los versos de la Biblia, que mencionan que cuida a Jesús con sus propios recursos", y por ello se podría plantear la teoría de que habría sido una mujer acaudalada y no una prostituta.
La inspiración de Ristine para escribir su libro fue la ciudad bíblica de Magdala, ahora un yacimiento arqueológico de más de 2.000 años de historia donde se exponen las estructuras de una antigua sinagoga, con los restos de la antigua sala de asambleas, el espacio de estudio o los baños de purificación, así como representaciones de la menorá (candelabro judío de siete brazos).
Sin embargo, destaca Ristine, el misterio de María Magdalena sigue vigente, y aún hay muchos detalles sobre su vida que no se han desvelado.
Para Marcela Zapata-Mesa, arqueóloga que dirige las excavaciones desde que se comenzaron en 2010, Magdala es importante como yacimiento que puede aportar información "sobre qué pasa con los judíos y los cristianos tras la destrucción del Templo de Jerusalén".
"Supone la posibilidad de encontrar el vínculo entre el judío y el judío que empieza a vivir como cristiano", cuenta, la arqueóloga, que agrega que podría ser "el lugar de encuentro" entre judaísmo y cristianismo.
No obstante, aunque, matiza, por ahora no hay referencias de presencia protocristiana en las ruinas, algo difícil de detectar porque los primeros cristianos de la época mantenían muchas tradiciones judías.
No obstante, solo se ha excavado el 15% de la antigua aldea, y en el futuro se podrá sacar a la luz "el pueblo del siglo I en su totalidad", lo que revelará más detalles del pasado religioso de un emplazamiento que en su momento de máximo esplendor tuvo la pesca como principal actividad económica.
Zapata-Mesa utiliza la Biblia y documentos de la época "como una fuente histórica más", y las referencias de que Magdala podría ser la villa de María Magdalena están en autores clásicos como Flavio Josefo, Plinio, Estrabón o en fuentes de los primeros peregrinos cristianos en Tierra Santa del siglo IV, aunque hasta ahora no hay restos arqueológicos que demuestren su presencia en el lugar. EFE