
Como señala Vincenzo Battaglia, experto en dogmática, la Asunción de la Virgen María en su integridad tiene una "importancia antropológica extraordinaria". Revela que, en el diseño creador de Dios, la persona humana —compuesta de cuerpo y alma— es el centro de Su amor. De este modo, la glorificación de María no es solo un privilegio personal, sino un faro de esperanza que abre una profunda reflexión sobre el valor intrínseco y el respeto incondicional que merece el cuerpo humano.
La teología que emana de este dogma se convierte en el pilar de toda la doctrina antropológica y moral que la Iglesia Católica defiende históricamente. Si el cuerpo de la criatura humana está destinado a la gloria de Dios, tal como se anticipa en la Asunción de María, su dignidad debe ser cuidada y protegida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Es en esta visión donde se fundamenta la firme postura de la moral católica. El dogma de la Asunción justifica doctrinalmente el rechazo absoluto a actos que atentan contra la vida en sus extremos: la práctica del aborto, que interrumpe la vida en su fase más vulnerable, y la eutanasia, que niega el valor de la vida al final de su curso.
Battaglia subraya esta vocación de gloria: "Toda nuestra persona humana, ya lo enseña la experiencia de la Virgen María, es llamada a ser colmada de la santidad y de la gloria de Dios". Aunque todos los cristianos "resucitaremos en el último día", María, al término de su vida terrena, fue resucitada y asunta plenamente para participar de la gloria de su hijo Jesús resucitado. Ella es, así, el icono de la plena realización humana, en cuerpo y alma.
La defensa del cuerpo humano no es una novedad del siglo XX. El texto nos recuerda que la Iglesia ha luchado desde sus inicios contra las herejías gnósticas del cristianismo primitivo. Estas doctrinas despreciaban la materia y la corporeidad, otorgando un valor absoluto y exclusivo al espíritu. Este dualismo radical fue rechazado por los Padres de la Iglesia, quienes afirmaron la bondad esencial de la creación, incluyendo el cuerpo.
Esta misma estela doctrinal fue retomada y desarrollada por pontífices posteriores. En plena "revolución sexual", Pablo VI publicó en 1968 la encíclica 'Humanae Vitae'. En ella, el Papa defendió la enseñanza tradicional sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, reafirmando la unión inseparable de los aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal, principios que respetan la estructura misma de la persona y de su corporeidad.
San Juan Pablo II continuó esta enseñanza con sus famosas catequesis sobre el cuerpo humano, conocidas como la "Teología del Cuerpo", que iluminan y profundizan las implicaciones de la vocación del hombre, reflejada de manera preclara en el dogma de la Asunción.
En definitiva, la Asunción de María es mucho más que una fiesta: es una verdad de fe que eleva al cuerpo humano a su máxima dignidad, ofreciendo una visión integral y esperanzadora de la persona que se opone a cualquier forma de desprecio, utilitarismo o violencia contra la vida.