En los comienzos de la era cristiana vivían en Galilea gentes de dos culturas distintas. Una parte importante de la población estaba constituida por personas de formación helénica, que hablaban griego, vivían sobre todo del comercio y la industria, y vivían en las grandes ciudades como Tolemaida ‑con un puerto importante en el Mar Mediterráneo‑, Séforis ‑en el interior‑ o Tiberiades ‑aorillas del Mar de Galilea‑. En cambio, la población rural era predominantemente judía, hablaba arameo, y vivía en casas de campo, aldeas o pequeñas poblaciones. Algunos de sus nombres resultan muy familiares para los lectores de los Evangelios: Nazaret, Caná, Cafarnaum, Corazim, Betsaida, ...
En los comienzos de la era cristiana vivían en Galilea gentes de dos culturas distintas. Una parte importante de la población estaba constituida por personas de formación helénica, que hablaban griego, vivían sobre todo del comercio y la industria, y vivían en las grandes ciudades como Tolemaida ‑con un puerto importante en el Mar Mediterráneo‑, Séforis ‑en el interior‑ o Tiberiades ‑a orillas del Mar de Galilea‑. En cambio, la población rural era predominantemente judía, hablaba arameo, y vivía en casas de campo, aldeas o pequeñas poblaciones. Algunos de sus nombres resultan muy familiares para los lectores de los Evangelios: Nazaret, Caná, Cafarnaum, Corazim, Betsaida.
No parece que hubiera un trato frecuente entre las gentes judías y helenísticas de Galilea a pesar de vivir muy próximos unos a los otros. Posiblemente sólo el imprescindible para satisfacer las necesidades básicas. Los campesinos judíos acudirían al mercado de las ciudades para vender sus productos y para comprar algunas herramientas necesarias para su trabajo. Por eso no resulta nada extraño que supieran hablar un poco de griego, lo mismo que la población gentil sería capaz de entender algo el arameo.
Esta separación entre las poblaciones que nos muestra actualmente la arqueología también puede apreciarse ‑aunque muy delicadamente‑ en los relatos evangélicos. Sabemos que Jesús estuvo viviendo en Nazaret, que asistió a una boda en Caná, que también vivió en la ciudad de Cafarnaum, que hizo milagros en Corazim, que paseó por el puerto de Betsaida. Sin embargo no tenemos constancia cierta de que estuviera en ninguna ciudad de población greco-parlante. Llama la atención que no se nombre en ningún Evangelio la ciudad de Séforis, que está a casi la misma distancia de Nazaret que Caná, cuando era una población grande y populosa. Otro tanto sucede con la ciudad de Tiberiades, que fue fundada hacia el año 20 en las orillas del Lago de Genesaret, a unos treinta kilómetros de Nazaret. Es casi seguro que la fundación y construcción de esta ciudad fuera objeto de comentarios por parte los vecinos de Nazaret ‑entre los cuales estaba Jesús, que tendría unos veinticinco años‑. Sin embargo nunca se dice en el Evangelio que Jesús la visitara. E incluso cuando parece que Jesús va a algunas de las ciudades o zonas de población no judía nunca tenemos la certeza de que entrara en las ciudades, ya que en todos los casos el texto sagrado introduce alguna fórmula genérica que parece designar más bien la zona o los alrededores que la población misma. Así, por ejemplo, se dice que Jesús va a los “términos” de Gadara (Mc 5,1-18), a la “región” de Tiro y Sidón (Mc 7,24-31) o a los “alrededores” de Cesarea de Filipo (Mc 8,27).
Hace unos dos mil años Nazaret era una aldea desconocida para casi todos los habitantes de la tierra. Era un puñado de pobres casas clavadas en unos promontorios de roca en la Baja Galilea. Ni siquiera en su región tenía una gran importancia. A algo más de dos horas de camino a pie se podía llegar a la ciudad de Séforis, donde se concentraba la mayor parte de la actividad comercial de la zona. Se trataba de una ciudad próspera, con ricas construcciones y un cierto nivel cultural. Sus habitantes hablaban griego y tenían buenas relaciones con el mundo intelectual greco-latino. En cambio, en Nazaret vivían unas pocas familias judías, que hablaban en arameo. La mayor parte de sus habitantes se dedicaban a la agricultura y la ganadería, pero no faltaba algunos artesanos y obreros que se desplazaran a diario a trabajar en las construcciones de la vecina Séforis. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz parte del antiguo Nazaret. En las casas se aprovechaban las numerosas cuevas que presenta el terreno para acondicionar en ellas sin realizar muchas modificaciones alguna bodega, silo o cisterna. El suelo se aplanaba un poco delante de la cueva, y ese recinto se cerraba con unas paredes elementales. Posiblemente las familias utilizarían el suelo de esa habitación para dormir (Lc 11,5-9.
Junto al lago de Genesaret se encontraba Cafarnaum. No era una gran ciudad, pero sí una de las poblaciones judías más importantes de la región, ya que estaba en una zona fronteriza, junto al camino que unía Galilea con la tetrarquía gobernada por Filipo, por lo que había en ella servicio de aduanas y una guarnición militar. Tenía una buena sinagoga, de la que todavía se conservan sus fundamentos de piedra basáltica. En un terreno llano, a la orilla del lago, se aglomeraban las casas y habitaciones alrededor de patios y calles angostas. Aquí no hay un terreno rocoso como en Nazaret, por lo que la técnica de construcción era distinta, así como el tipo de casas. Sus casas estaban construidas con paredes formadas de grandes piedras basálticas de forma parecida a la de un disco, y los huecos entre unas y otras se tapaban con cantos y barro, pero sin argamasa. Había muy pocas piedras talladas, que se utilizaban para los dinteles y las jambas de las puertas y ventanas. Las casas estaban cubiertas por travesaños de ramas de árboles reforzados con capas de tierra, de juncos y de paja.
Todavía se conservan las paredes de una habitación que una antigua tradición, avalada por las recientes excavaciones arqueológicas, identifica con la casa de San Pedro. Tiene unas dimensiones de siete metros de longitud por seis metros y medio de anchura, y en ella hay signos de veneración a partir del siglo primero, que testimonian el respeto con que ha sido cuidada por los cristianos casi desde sus orígenes. Junto a su puerta hay una plazuela que muchas veces resultaría pequeña para contener a la gente que acudía para ver y escuchar a Jesús (cfr. Mc 2,1-5).