Amigos y colaboradores del entonces cardenal Jorge Bergoglio explican qué se esconde detrás de las sonrisa de este Papa: la libertad de quien no buscó en ningún momento una misión, que únicamente encuentra su sentido a la luz de la fe.
Hay una gran diferencia entre el cardenal Jorge Mario Bergoglio y el Papa Francisco. Cuando le pude tratar, en alguna ocasión, en Roma, siendo todavía arzobispo de Buenos Aires, me impresionaba su delicadeza, pero la percibía revestida de austeridad: su rostro denotaba seriedad. Por este motivo, cuando, hace exactamente un año, su figura blanca aparecía en el balcón de la Basílica de San Pedro, no podía imaginarme, ni mucho menos, la revolución que traería este pontificado. Una revolución que tiene en su afable sonrisa su signo distintivo. ¿Cómo es posible que el Papa Bergoglio, con 77 años y con una agenda de encuentros públicos y privados realmente agotadora, desborde mucha más energía que la que transmitía cuando era arzobispo de Buenos Aires? ¿Cómo es posible que aquel rostro austero desborde ahora alegría y sonrisas? Al inicio, creía que la respuesta a esta pregunta se encontraba en mi ignorancia. Me decía que yo no había sabido percibir el espíritu del auténtico Bergoglio. Ahora bien, hablando con las personas que le conocían bien y recogiendo sus testimonios, me doy cuenta de que realmente Bergoglio cambió radicalmente el día en que fue elegido obispo de Roma. En un encuentro informal en Buenos Aires con feligreses, lo explicaba, con mucho desparpajo, el cardenal Mario Poli, quien ha sucedido a Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires y Primado de Argentina. Tras una visita a Roma, explicaba que, desde que es Papa, a Francisco se le ha quitado «la cara de velorio».
«Les digo que el Papa está con mucho entusiasmo. Aquí tenía una cara... que nosotros decimos... ¿Viste cuando a las mamás los chicos se les ponen muy caprichosos y dicen: A mí nunca una alegría?... Bueno, así le decíamos nosotros al Papa: ¿Acá nunca una alegría? ¡Siempre con una cara de velorio bárbara! Una cara así, adusta, pero con un corazón de oro. Iba a las villas [barrios chabolistas argentinos]. En las villas hay dos sacramentos que celebrar... Bueno, hay dos sacramentos: la Eucaristía, la Confirmación, y una foto. Uno se tiene que quedar como el muñeco de McDonalds y pasan durante hora y media todas las familias para sacar la foto. Y un párroco le dijo: Si vas a venir con esa cara, nos vas a arruinar la foto a todos. Eso le dijo al actual Papa».
«¡Pero resulta que ahora el Papa está hecho una Pascua! -siguió contando monseñor Poli-. Sonríe para todo el mundo, y nosotros le decimos bromeando: ¿Y ahora? ¡Allá nunca una sonrisa y acá sos una Pascua! Acá repartís sonrisas para todo el mundo. Y él levanta el mentón y dice: Es el fruto del Espíritu».
Julio Rimoldi conoce al Papa Francisco desde 1992, y también reconoce que la sonrisa del Papa Francisco es más luminosa que antes. En el año 2004, el cardenal Bergoglio le nombró director del Canal 21, televisión diocesana, creada por él mismo en ese momento. Prácticamente, se veían todos los días. «Antes vestía de negro, ahora de blanco, pero no ha cambiado. Es más -rectifica-, algo ha cambiado seguramente: es más feliz que antes».
Para comprender esta alegría contagiosa e inesperada del Papa, hay que remontarse precisamente a hace algo más de un año. El padre Raúl Laurencena, vicario interino de Flores y párroco de la Virgen Inmaculada de Lourdes, de la arquidiócesis de Buenos Aires, cuenta la última Misa pública que Bergoglio celebró en su barrio natal. «Fue en la calle, ante unos 1.200 peregrinos, porque eran las fiestas patronales, la fiesta de la Virgen de Lourdes. Ya se conocía la renuncia de Benedicto XVI, la gente estaba inquieta. Aunque ese día se le veía agobiado, porque seguramente intuía algo, como es un hombre de Dios, como siempre, Bergoglio en la predicación se llenó de fuerza».
«En la homilía -agrega el párroco-, habló del gesto de grandeza de renunciar, dijo claramente que Benedicto XVI era un héroe, que se había animado a meter el dedo en la mugre de la Iglesia. Dijo que había que tener el coraje de meterse y purificar la Iglesia». En esa Misa, la última que celebró el cardenal Jorge Bergoglio en Flores, donde nació un 17 de diciembre de 1936, una señora, al final, gritó: «¡Que Dios y la Virgen te hagan Papa!»
Aquí está el secreto. Jorge Bergoglio ni buscaba ni le interesaba convertirse en Papa. Pero su sencillez de vida y sus palabras llamaron la atención de los cardenales. De este modo, curiosamente, al ser elegido obispo de Roma experimentó una libertad y una serenidad que nunca había podido sentir.
Cuatro días antes del cónclave, los cardenales comprendieron cómo vive y qué piensa Bergoglio. En la mañana del 9 de marzo tomó la palabra para dirigirse a la congregación general de purpurados: «Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria».
Ahí estaba el programa de este pontificado. Estaba muy claro. En esas palabras los cardenales vieron el gran desafío que vive la Iglesia. Y Jorge Bergoglio, al ver el consenso cada vez más generalizado que luego recibió en la Capilla Sixtina, experimentó la libertad de quien no perseguía ningún interés personal.
Así se explican sus primeras palabras tras ser elegido: «Buenas tardes», un saludo espontáneo, sorprendente en ocasión tan solemne, y así se explican cada uno de los documentos y actos de gobierno que ha tomado en este primer año de pontificado.
Éste es el secreto también del interés que suscita entre los medios de comunicación. Rimoldi, quien solía ver las películas con Bergoglio, en el canal de televisión, pues el arzobispo no tenía tele en su casa, explica que, con su relación con los medios de comunicación, el Papa puede llegar precisamente a las periferias existenciales, a las que de otra manera, físicamente, nunca podría llegar. Por este motivo, creó un canal de televisión en Argentina, y por este motivo ha dado ya tres entrevistas a grandes periódicos en Italia, una práctica para nada habitual en un Papa. Éste también es sin duda el motivo por el que, desde Time hasta el Parlamento europeo, han nombrado a Francisco comunicador del año.
Baruj Tenembaum, candidato al Premio Nobel de la Paz en ediciones precedentes, fundador de la Fundación Raoul Wallenberg, conoce a Jorge Bergoglio desde antes de ser arzobispo de Buenos Aires, pues los dos estuvieron unidos por una enorme amistad con su predecesor en la arquidiócesis de Buenos Aires, el cardenal Antonio Quarracino.
De religión judía, Tenembaum confiesa: «Me parece que la Iglesia católica tiene la gran suerte de tener a un Papa humilde, auténticamente, que enseña además de la palabra con sus gestos, y su manera de vivir, con su historia, y quizá con algún sufrimiento personal».
El sacerdote de la diócesis de Buenos Aires don Fabián Báez salió en las televisiones de todo el mundo, pues, hace poco, el Papa le subió en el Vaticano a su papamóvil para que con él saludara a los peregrinos. Conoció a Bergoglio cuando él era seminarista y el actual Papa obispo auxiliar de Buenos Aires. Cuando el cardenal Jean-Louis Tauran anunció el nombre de Bergoglio como el elegido por los cardenales, las piernas le temblaron al padre Báez y cayó de rodillas. Salió a celebrarlo a la Plaza de Mayo, más que Argentina hubiera ganado un mundial de fútbol, pero en el fondo estaba triste: pensaba que nunca más volvería a ver a su obispo.
«Le escribí una carta -cuenta-. Le daba las gracias por haber sido un padre para mí. También le dije que estaba contento por la Iglesia universal, pero que yo iba a extrañarlo. Una semana después, me llegó una carta de su puño y letra. Decía que la elección había sido completamente imprevista, pero que, a partir de ese momento, sintió una paz que no volvió a abondonarlo». Ése es el secreto del Papa Francisco.