El gesto. Pocas personalidades pueden ver resumida su historia en una sola acción, tan poderosa como para volverse indeleble y tan profunda que es capaz de condensar una vida. San Martín pertenece a una categoría especial. Su célebre manto es la antonomasia del hombre que nace en el año 316 o 317 en la periferia del tardo Imperio romano – en Panonia, hoy Hungría – hijo de un tribuno militar.
Martín crece en Pavía porque a su padre, veterano del ejército, le había sido donado un terreno en aquella ciudad. Sus padres son paganos, pero el muchachito sentía curiosidad por el cristianismo y ya a la edad de 12 años deseaba hacerse asceta y retirarse en el desierto. Un edicto imperial llega a entremeter el uniforme y una espada al sueño de la oración en soledad. Martín debe enrolarse y termina acuartelado en Galia.
El gesto tiene lugar alrededor del año 335. Como miembro de la guardia imperial, el joven soldado es mandado con frecuencia a realizar las rondas nocturnas. Y en una de éstas, durante el invierno, se topa mientras iba a caballo con un mendicante semidesnudo.
Martín siente compasión por él, se quita el manto, lo corta en dos y le regala una mitad al pobre. La noche siguiente se le aparece Jesús en sueños vestido con la parte del manto que dice a los ángeles: “He aquí Martín, el soldado romano que no está bautizado: él me ha vestido”. Este sueño impresiona mucho al joven soldado, que en la fiesta de la Pascua siguiente es bautizado.
Durante casi veinte años prosigue sirviendo en el ejército de Roma, testigo de la fe en un ambiente tan alejado de sus sueños de adolescente. Pero a él le queda aún una larga vida por vivir.
Apenas le es posible, se licencia del ejército y va a Poitiers para encontrarse con el Obispo Hilario, firme adversario contra la herejía del arrianismo. Esta posición le cuesta el exilio a Hilario (por ser el emperador Constancio II un secuaz de Arrio) y Martín – que mientras tanto había viajado a casa de los suyos en Panonia – al conocer la noticia se retira en una ermita cerca de Milán.
Una vez que el obispo regresa de su exilio, Martín vuelve a encontrarse con él y obtiene su autorización para fundar un monasterio cerca de Tours. Cabañas y vida austera. El ex soldado que había revestido a Cristo pobre se vuelve pobre él mismo, tal como lo había deseado. Reza y anuncia la fe recorriendo Francia donde muchos aprenden a conocerlo.
Gracias a su popularidad llega a ser obispo de Tours en el año 371. Martín acepta, pero con su estilo. Rechaza vivir como un príncipe para que la gente que está en la miseria, los presos y los enfermos siga encontrando una casa bajo su manto. Vive adosado a las murallas de la ciudad, en el monasterio de Marmoutier, el más antiguo de Francia. Decenas de monjes lo flanquean y muchos entre ellos son de clase noble.
En el año 397, en Candes-Saint-Martin, el obispo que ya tiene 80 años parte para recomponer un cisma surgido en el clero local. Logra la paz en virtud de su carisma, pero antes de partir padece fiebres violentas y muere – por su voluntad – distendido en la tierra desnuda.
A sus exequias asistió una muchedumbre que lo reconoció como hombre muy amado, generoso y solidario, como los verdaderos caballeros.
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BENEDICTO XVI SOBRE SAN MARTÍN DE TOURS
[…] piedad. Dios recompensó magníficamente su fe con otras muchas gracias, entre otras la de hacerse amigo de San Martín, obispo de Tours. Decide consagrarse a Dios y despojarse de todos sus innumerables […]