¿Qué sabes de los mártires coreanos? - Tierra de mártires de la fe

mártires coreanos

Católicos custodian la memoria de los mártires coreanos

En una Corea que ya casi no se parece a la de hace tres siglos, la alegría y la libertad de aquellos mártires han seguido atrayendo a muchos coreanos al encuentro con Cristo. En 2011, los obispos y sacerdotes responsables de estos lugares en las distintas diócesis crearon una ruta ideal titulada Santuarios del catolicismo en Corea.

 

En este mes de julio, la Iglesia católica en Corea se ha detenido para conmemorar el centenario de la beatificación de sus primeros 79 mártires, quienes fueron canonizados en 1984. Un tesoro, el de la Iglesia triunfante, que la Iglesia en el país quiere que sea también un faro para los que peregrinan en la Tierra.

Hoy, los lugares, los descendientes y la misma tierra custodian como un tesoro la memoria de quienes, con sencilla audacia y gratuidad recibida en don, lo han dejado todo para no «separarse del amor de Cristo» (Rm 8,35). La agencia FIDES relata las distintas iniciativas llevadas a cabo.

 

Peregrinaciones tras los pasos de los mártires

En los últimos años, la emoción de muchos coreanos que visitan los lugares de martirio ha crecido y se ha vuelto cada vez más intensa.

En 2011, los obispos y sacerdotes responsables de estos lugares en las distintas diócesis crearon una ruta ideal titulada Santuarios del catolicismo en Corea, una iniciativa que se ha convertido en una auténtica guía para el peregrino.

 

mártires coreanos

 

Recoge y señala 167 referencias a santuarios amados por la memoria eclesial, de los cuales 69 son lugares de martirio. El folleto propone una oración para iniciar la peregrinación y otra para concluirla. En su edición revisada y publicada en 2019, la guía distingue entre santuarios, lugares de martirio y sitios de peregrinación.

Los lugares más conocidos y visitados son los itinerarios propuestos por la Arquidiócesis de Seúl como ruta de peregrinación, la cual recibió la aprobación de la Santa Sede el 14 de septiembre de 2018. Tres itinerarios, presentados como Camino de la Buena Nueva, Camino de la Vida Eterna y Camino de la Unidad, invitan a recorrer las calles de la capital visitando los hitos más importantes de la historia de la Iglesia católica en la península. Entre ellos destaca la Puerta de Gwanghuimun, por donde pasaban los cuerpos de los católicos martirizados, razón por la cual se la conoce como la Puerta de los muertos.

Otros lugares significativos son el Santuario de Jeoldusan, un promontorio rocoso donde miles de bautizados fueron martirizados, y la iglesia de Gahoe-dong, donde se celebró la primera misa en 1795. En otros puntos identificados en estos recorridos, como el lugar donde se encontraba la casa de Juan Bautista Yi Byeok - quien acogió a los primeros cristianos coreanos-, solo quedan lápidas conmemorativas, ya que siglos de destrucción y reconstrucción han transformado radicalmente el paisaje urbano.

 

Los descendientes honran a sus antepasados

En septiembre, la Iglesia católica de Corea conmemora a sus 103 santos y 124 beatos. Los primeros fueron canonizados por san Juan Pablo II en 1984, mientras que los segundos fueron proclamados beatos por el papa Francisco en 2014.

El pasado 2 de julio, en Seúl, se han presentado al culto público reliquias de cuatro santos coreanos. Se trata de reliquias de tres misioneros franceses de la Société des Missions Étrangères de Paris -el obispo Laurent Imbert y los sacerdotes Pierre Maubant y Jacques Chastan- junto con el primer sacerdote coreano, san Andrés Kim Tae-gon.

La Conferencia Episcopal Coreana recibió estas reliquias el pasado 19 de febrero, tras haber estado custodiadas por las Hermanas de San Benito de Olivetano en Corea. Concretamente, se trata de un fragmento de hueso del pie de san Andrés Kim y de cabellos de los demás misioneros.

San Andrés Kim fue martirizado a los 25 años, el 16 de septiembre de 1846, mientras que los tres misioneros franceses fueron decapitados el 21 de septiembre de 1839 en Saenamteo, en la orilla norte del río Han, en el distrito de Yongsan-gu, en Seúl.

La ceremonia se ha celebrado como parte de los actos conmemorativos del centenario de la beatificación de los 79 mártires coreanos.

 

Nuevos rostros del martirio

Actualmente, la Iglesia católica coreana está llevando a cabo el proceso de beatificación de otros dos grupos de bautizados asesinados durante las persecuciones.

El primero corresponde al Siervo de Dios Juan Bautista Yi Byeok y sus 132 compañeros laicos, asesinados durante la dinastía Joseon entre 1785 y 1879. Yi Byeok desempeñó un papel fundamental en la primera comunidad cristiana coreana, junto con compañeros como Francisco Javier Kwon Il-shin y Ambrosio Kwon Cheol-shin.

El segundo grupo está formado por el obispo Francisco Borgia Hong Yeong-ho y sus 80 compañeros, algunos de los cuales murieron durante la masacre de 1901 en Jeju, mientras que otros fueron asesinados tras la división de Corea. Entre ellos se encuentran 20 sacerdotes y 3 religiosas misioneras extranjeras, como la hermana Marie Mechtilde del Santísimo Sacramento y la hermana Teresa del Niño Jesús, del monasterio de las Carmelitas de Seúl.

Junto con otras tres hermanas extranjeras, fundaron en 1940 el pequeño convento de Hyehwa-dong, impulsado por el obispo Won Larriveau. Aunque tuvieron la posibilidad de huir al extranjero, decidieron quedarse junto a las hermanas coreanas: dos de ellas fueron secuestradas y torturadas y, durante la infame «marcha de la muerte» de Pyongyang a Chunggangjin, a orillas del río Amnok, fueron martirizadas y enterradas en Corea del Norte. Las otras tres fueron repatriadas a Francia gracias a un intercambio de prisioneros.

 

Mártires Coreanos

 

El misionero de Maryknoll y primer obispo de Pyongyang, Patrick Byrne, originario de Estados Unidos, también decidió permanecer en Corea durante la guerra. Al negarse a denunciar a Estados Unidos, a las Naciones Unidas y al Vaticano, fue condenado a muerte por las autoridades norcoreanas, aunque logró sobrevivir pese a los malos tratos sufridos. Posteriormente, fue obligado a unirse a otros prisioneros en una marcha forzada bajo la dirección de un comandante apodado «el Tigre».

A pesar del sufrimiento y el cansancio, Byrne asistió espiritualmente a los soldados moribundos, rezando y dando bendiciones a lo largo del camino. Al tercer día de la marcha, mientras impartía la absolución general a los soldados arrodillados con él en las montañas nevadas, cayó gravemente enfermo y murió en un hospital norcoreano, helado y sin medicinas, conocido entre los prisioneros como «la morgue».

La investigación para el proceso de beatificación se completó en junio de 2022 en Corea y el material correspondiente ha sido enviado al Dicasterio para las Causas de los Santos.

 

El santuario oculto de Hanti

Durante la dinastía Joseon, los católicos huían hacia el sur del país y buscaban refugio en las montañas. Intentaban permanecer cerca, o al menos en contacto secreto, con sus familiares encarcelados en distintos lugares. Fue así como las primeras familias cristianas llegaron a la montaña llamada Hanti, situada a 600 metros sobre el nivel del mar, al noroeste de Palgongsan y al norte de la ciudad de Daegu, en la provincia de Gyeongsang.

Tras las persecuciones de Eulhae (1815), Jeonghae (1827) y Gihae (1839), y durante un período de alivio de las tensiones a mediados de siglo, la presencia de católicos en el país se había vuelto significativa. Así lo atestigua una carta de 1862 enviada por el vicario apostólico de Corea, Siméon-François Berneux (1854-1866), a François-Antoine Albrand, superior general de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, donde escribía: «Fui a un pueblo muy aislado en la ladera de una gran montaña, y unos 40 cristianos recibieron la Sagrada Comunión».

Con la persecución de Byeongin (1866), que llegó después de la de Gyeongsin (1860), las tribulaciones de los católicos coreanos alcanzaron su punto álgido de violencia, convirtiéndose en un exterminio: casi 8.000 de cada 10.000 católicos fueron asesinados. Posteriormente, la persecución Mujin (1868) también afectó a los habitantes de Hanti, donde muchos fueron martirizados por negarse a apostatar.

Las primeras peregrinaciones al lugar comenzaron cien años después, y en 1988 se exhumaron y trasladaron seis tumbas de mártires. Presente en el lugar, el profesor de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Kyeongpook, Joo-gang Thomas d'Aquino, relató en un artículo para un periódico católico: «El cuerpo que tenía delante estaba decapitado. El cuello estaba doblado a la altura de la cintura y la parte inferior del cuerpo yacía en el suelo. Examiné cuidadosamente las vértebras cervicales. No había fracturas y el número coincidía, parecía que solo la carne había sido cortada con un cuchillo afilado. Las lágrimas brotaron de mis ojos».

Hoy en día, 37 tumbas de «innumerables mártires desconocidos» descansan en la colina de Hanti, en la archidiócesis metropolitana de Daegu, testimoniando la fe inquebrantable de quienes prefirieron la cruz antes que renunciar a Cristo.

 

Tierra impregnada de la sangre de los mártires

Un número similar de mártires sin nombre reposaba en la diócesis de Daejeon, a 157 kilómetros de Daegu. «En 2014, el padre Pietro Kim Dongyum se ocupó de trasladar las tumbas de mártires coreanos sin nombre, pertenecientes a la clase social más baja, asesinados en el siglo XIX en Deoksan, Haemi y Hongju, ciudades situadas en la diócesis. Esta intervención fue necesaria debido al aumento del nivel del agua, que amenazaba la integridad de las sepulturas», relata el padre Agostino Han, jefe de oficina del Dicasterio para la Evangelización.

«Las tumbas fueron trasladadas a un terreno adyacente al Santuario de Silli. Allí, San Marie-Nicolas-Antoine Daveluy, M.E.P., quinto obispo de la península coreana, ejerció en secreto su ministerio pastoral durante 21 años. Durante el traslado, Pietro Kim sintió el deber de conservar parte de la tierra que rodeaba las tumbas, convencido de que podía contener fragmentos de reliquias de los mártires, enterrados sin un rito funerario digno debido a las duras persecuciones de la época. Por ello, reservó una porción de esa tierra para elaborar crucifijos y coronas del rosario de cerámica, incorporando en ellos la tierra extraída de las tumbas de los mártires» continua explicando padre Agostino.

«Así, se puede suponer que estas coronas del rosario contienen tierra impregnada de la sangre y fragmentos óseos de aquellos mártires que ofrecieron su vida como testimonio de fe. Una forma de rendirles homenaje, de honrar su fe y de mantener viva su memoria».

 

(Pascale Rizk/Agencia Fides)

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