Descubren en Etiopía una iglesia de 1.700 años, la más antigua del África subsahariana
El hallazgo de una iglesia de principios del siglo IV en una importante ciudad del imperio de Aksum «confirma la tradición etíope de que el cristianismo llegó en una época muy temprana a esta zona»; en concreto, en la época de Constantino. Es decir, el mismo momento del comienzo de su mayor expansión por Europa y Oriente Medio
La iglesia descubierta recientemente en Etiopía, que data de hace más de 1.700 años (comienzos del siglo IV), ofrece «hasta donde yo sé las pruebas físicas más tempranas de una iglesia» en esta región y en todo el África subsahariana. Lo afirma Aaron Butts, profesor de Lenguas Semíticas y Egipcio de la Universidad Católica de Washington.
Este hallazgo, dado a conocer en diciembre en la revista Antiquity, «confirma la tradición etíope de que el cristianismo llegó en una época muy temprana a esta zona», situada a más de 4.000 kilómetros de Roma. Así se recoge en una reseña del artículo original publicada en la revista Smithsonian.
El edificio fue descubierto por un equipo de arqueólogos durante unas excavaciones entre 2011 y 2016 en Beta Samati, una antigua ciudad descubierta en 2009 y que estuvo habitada de forma continua durante 1.400 años, entre el 750 a. C. y el 650 d. C. aproximadamente.
Foto: I. Dumitru
Cristianos desde Constantino
La ciudad, por tanto, perteneció tanto a la civilización preaksumita como al imperio aksumita que se desarrolló posteriormente. Una hipótesis –afirma el artículo de Smithsonian– apunta a que el edificio, con forma de basílica romana y planta rectangular de 18 por doce metros, fue primero una construcción civil, reconvertida posteriormente en templo.
Gracias a este descubrimiento, los investigadores «pueden estar más seguros en fechar la llegada del cristianismo a Etiopía en el mismo marco temporal» del comienzo de su mayor expansión por Europa y Oriente Medio, después de que Constantino pusiera fin a la persecución en el año 313.
«El hallazgo sugiere que la nueva religión se expandió rápidamente a través de redes comerciales a larga distancia que conectaban el Mediterráneo con África y el sur de Asia a través del mar Rojo», continúa la publicación del Museo Smithsonian. Esto «arroja nueva luz sobre una época significativa de la cual los historiadores saben poco».
Foto: Antiquity Publications Ltd, 2019
La «venerable» cruz
Según el líder del equipo de arqueólogos, Michael Harrower, de la Universidad John Hopkins, el imperio de Aksum «fue una de las civilizaciones antiguas más influyentes del mundo», pero «sigue siendo una de las menos conocidas». Las excavaciones que se están llevando a cabo en Beta Samati, que en el idioma local significa «el lugar donde se hacen audiencias», «ayudan a completar vacíos importantes en nuestra comprensión» de estas civilizaciones.
En la basílica y sus alrededores se han descubierto artefactos tanto seculares como religiosos, incluyendo un anillo de oro, figuritas de ganado, cruces, incensarios, sellos y fichas probablemente destinadas al comercio. También un colgante de piedra en el que hay grabada una cruz y la palabra del etíope antiguo «venerable». Cerca del muro oriental del templo se encontró una inscripción pidiendo el favor de Cristo.
El conjunto «muestra una compleja confusión de tradición y comercio secular con prácticas paganas y cristianas que necesita una mayor investigación», concluyen los autores. Futuras excavaciones podrían clarificar temas tan interesantes como «el ascenso de una de los primeros sistemas políticos complejos de África, el desarrollo de sus conexiones comerciales, la conversión del politeísmo al cristianismo y finalmente el declive del imperio de Aksum».
Cuando Roma tuvo problemas con la reforma luterana usó las catacumbascomo respuesta a todos los ataques lanzados contra la Iglesia. «Eran llamadas arsenales de la fe. Mostrar que aquí estaban las primeras señales monumentales del cristianismo era una gran respuesta ante las críticas de haberse alejado de los orígenes», asegura Fabrizio Bisconti, miembro de la Pontificia Comisión para la Arqueología Sacra. El pasado noviembre el Papa pisó por primera vez una, la de Priscilla
Los primeros seguidores de Cristo crecieron a la sombra del Imperio romano y dejaron la impronta de su fe varios metros bajo el suelo. Es ahí, en el terreno de la ciudad capitolina sepultado y ocultado durante siglos, donde se erigieron las catacumbas, kilométricos cementerios verticales y subterráneos, exclusivos para cristianos, con estrechas galerías que albergaban varias filas de nichos donde depositaban los cuerpos apilados en espera de la resurrección de la carne.
«Hay una clara diferencia con las necrópolis paganas, situadas a los márgenes del sendero consular, que se ve a simple vista. En las catacumbas no hay pomposos mausoleos o inscripciones largas con mucha información. Solo se escribe el nombre de Bautismo del difunto y, como mucho, un mensaje de paz para la eternidad, pero de siempre de forma muy sobria y sencilla. Es un sistema igualitario para todos», reseña el profesor Fabrizio Bisconti, superintendente arqueológico para las catacumbas de la Pontificia Comisión para la Arqueología Sacra.
Las catacumbas no nacen con el cristianismo, pero en las primeras comunidades es evidente el deseo de ser sepultados en comunidad. Es uno de los primeros signos de identidad. En toda Roma se calcula que hay unas 50, aunque solo cinco son visitables y ni siquiera están excavadas y exploradas en su totalidad.
Hasta el pasado 2 de noviembre el Papa no había pisado una. Para rezar por los todos los difuntos escogió las catacumbas de Priscilla, situadas en la antigua calle Salaria, una ruta de época prerromana por la que se trasportaba la sal que llega desde el mar. Debe su nombre a una doncella romana de la poderosa familia de los Acilios que donó estas fincas de cemento puzolánico a los cristianos.
En su interior alberga una joya preciosa del arte cristiano: la imagen más antigua de la Virgen María.
«Se trata de un fresco del 230 d. C. de trazo rápido y simple, pero de incalculable belleza. María viste una túnica que deja al descubierto los brazos y lleva la cabeza cubierta por un velo. Se inclina de forma maternal hacia el Niño, desnudo. Delante de María hay un personaje masculino, vestido con capa que indica con la mano derecha levantada en alto hacia una estrella pintada en color ocre. Él trasmite la idea mesiánica de la profecía. Es una escena sugestiva de una vehemente ternura y a la vez de una extrema profundidad teológica», señala Bisconti.
Una sala de las catacumbas de Priscilla, en Roma. Foto: Cortesía de la Pontíficia Academia de Arte Sacro
De tumbas a monumentos venerados
La humedad, los hongos y la mufa traen de cabeza a los especialistas que tratan de conservar como pueden estos frescos, a menudo frente a la incuria y la dejadez del sistema público italiano. Hoy la iconografía cristiana es esencial desde un punto vista de la historia del arte y la historia de las civilizaciones y del pensamiento humano y religioso en general.
Pero en el pasado cumplía, sobre todo, una función de catequesis. «Era considerada como la Biblia de los pobres, de los analfabetos», dice el experto, que evoca otras pinturas de gran importancia como la resurrección de Lázaro, el sacrificio de Abraham o el arca de Noé. Los motivos bíblicos son mayoría, pero en las catacumbas de Priscilla hay otros de origen pagano como la representación de las estaciones para ocupar las esquinas de los techos en espacios angulares, o el ave fénix en la hoguera.
Al principios del siglo V las catacumbas dejaron de cumplir su función funeraria. En el año 410, las tropas visigodas comandadas por Alarico arrasaron la capital del Imperio romano en un episodio brutal que ha pasado a la Historia como el saqueo de Roma. La ciudad ya no era segura. Durante la Edad Media se convirtieron en un monumento venerado.
Los peregrinos del norte de Europa llegaron a la Ciudad Santa no solo para rezar ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, sino también para rendir honores a los primeros mártires que están sepultados en las catacumbas. Con los siglos, fueron desapareciendo del paisaje hasta que se descubrieron a finales del 1500, en plena Contrarreforma.
«Roma tenía problemas con la Reforma luterana y usaba las catacumbas como respuesta a todos los ataques lanzados contra la Iglesia. Eran llamadas arsenales de la fe. Mostrar que aquí estaban las primeras señales monumentales del cristianismo era una gran respuesta ante las críticas de haberse alejado de los orígenes», incide Bisconti.
Imagen de la Virgen en las catacumbas de Santa Priscila
Distorsión histórica
La película Quo Vadis (1951) ha grabado en nuestra retina esa imagen de los cristianos, acosados por el poder romano, viviendo en la clandestinidad de las catacumbas. Nada más lejos del rigor histórico. «Es mentira que se escondieran en las catacumbas. Para realizarlas, debían comprar un trozo de tierra o servirse de una donación.
De modo que las autoridades romanas sabían perfectamente dónde estaban. Celebraban la Eucaristía en las casas, que pasaban más desapercibidas. Como mucho, lo que hacían en las catacumbas eran refrigerios en ocasión del aniversario de la muerte del difunto o del mártir», destaca Bisconti.
Otro mito muy recurrente del cine con poco fundamento científico es que las persecuciones a los cristianos fueron sistemáticas y continuadas durante los primeros siglos.
«Dependiendo de los emperadores y de los gobernadores de las provincias hubo momentos en los que se desata la persecución, pero también hay momentos de paz. Sería imposible de otra manera que nos hubieran llegado escritos de los tres primeros siglos, porque en una situación extrema de persecución continua no hay espacio para la escritura», apunta el catedrático de Patrología Jerónimo Leal.
La primera persecución es la de Nerón, aunque también el emperador Claudio publicó un edicto de expulsión contra los judíos en el siglo I, en un momento en el que no había una distinción clara entre judíos y cristianos.
Las autoridades romanas justificaban que los cristianos eran peligrosos para la paz del imperio.
«Creaban inestabilidad porque no se les veía favorables a convivir con los demás. Se apartaban de las actividades normales de los ciudadanos romanos, ya fueran comerciales, políticas o de cualquier otra índole como los espectáculos, porque tenían siempre una conexión muy estrecha con el culto a las divinidades paganas. Los cristianos las evitaban para no caer en el peligro de idolatría», explica.
Catacumba romana
El edicto de Constantino
Las persecuciones más crueles fueron las del emperador Decio en el siglo III y las del emperador Diocleciano en el siglo IV. Todo aquel que no reverenciase con actos de culto al emperador se delataba como cristiano y merecía la muerte. Quemaron los libros sagrados y destruyeron los templos. El régimen del terror acabó en el siglo IV con el Edicto de Milán firmado por Constantino.
«El número de cristianos alcanzó una masa crítica tal, que más valía por la paz del imperio que los cristianos pudieran celebrar sus reuniones y celebraciones a la luz del día y de forma autónoma. El emperador no solo lo permitió, sino que sufragó dos medidas fundamentales: copias de la Biblia y la construcción de iglesias», subraya Leal.
Así, en poco tiempo, el Imperio romano pasó de asimilar todos los cultos a las divinidades de los pueblos que iba conquistando a abrazar el monoteísmo de la fe cristiana. Una expansión exponencial que todavía fatigan en explicar los expertos.
«La mayoría de los bautizados en el Imperio romano eran adultos. No había costumbre de bautizar a los recién nacidos, por lo que los cristianos tenían una fe muy firme; rezaban juntos y asistían a la Eucaristía. Fue una propagación de la fe por contagio. No había grandes masas congregadas en una plaza ante un predicador que les hablaba, sino que los paganos querían convertirse al ver cómo se comportaban los cristianos. Los veían como una gran familia que se amaba mucho y que compartía todo. La caridad cobró un sentido práctico muy tangible. Por ejemplo, los cristianos que eran muy piadosos con los cuerpos, se preocupaban de enterrar a los niños muertos abandonados por sus familias que se encontraban en las orillas del río Tíber», relata el profesor.
El estudioso, que dirige el Departamento de Historia de la Iglesia en la Pontificia Università della Santa Croce y en 2018 publicó Los primeros cristianos en Roma (Ediciones Rialp), hace hincapié en la importancia de las apologías: respuestas que daban los cristianos para defenderse de las acusaciones vertidas contra ellos no solo por las autoridades romanas, sino también por sus vecinos paganos.
«Les acusaban de incesto porque se llamaban entre ellos hermanos y se pensaban que todos tenían el mismo padre y madre. También de canibalismo, porque no sabían qué era eso de comer el cuerpo de Cristo. Además, se imaginaban que tenía que ser de alguien pequeño, de un niño, y para comérselo pues tenían que matarlo antes; así que también les imputaban infanticidios», describe. «Es muy bonito ver cómo los mismos acusados que van a morir mártires intentan convencer al juez para que se haga como ellos», agrega.
La persecución contra los cristianos sigue siendo un drama de dimensiones colosales. Según los últimos datos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, más de 394 millones de cristianos viven persecución o discriminación en algún punto del planeta.
Espero que en China se pueda abrir una nueva etapa
El Papa ha pedido que este mes de marzo los católicos recen especialmente por la unidad de los cristianos en China. La petición de oración llega un año y medio después de que el Vaticano firmara un Acuerdo Provisional con Pekín, en el que pactaron un procedimiento para nombrar obispos.
FRANCISCO
“Con el acuerdo espero que en China se pueda abrir una nueva etapa que ayude a sanar las heridas del pasado, a restablecer y a mantener la plena comunión con todos los católicos chinos y a asumir con renovado empeño el anuncio del Evangelio”.
El acuerdo permite un mínimo de margen de maniobra para los católicos en China, aunque desde que se firmó se han nombrado muy pocos nuevos obispos. Un efecto positivo fue que en 2018, por primera vez, obispos chinos asistieron al Sínodo en el Vaticano. No todos comparten la estrategia de la Santa Sede con la China comunista. El cardenal Joseph Zen, obispo auxiliar de Hong Kong, se ha pronunció en contra en numerosas ocasiones. Recientemente le ha respondido públicamente el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio de cardenales, quien apoya la posición del Vaticano. En su última carta, del 1 de marzo, el cardenal Zen dice que el Papa fue "manipulado" en el acuerdo con China. Uno de los puntos que cuestiona es el registro del clero que exige Pekín, sobre el que el Vaticano protestó en junio. El experto en China Francesco Sisci, explica cómo afecta a los obispos.
FRANCESCO SISCI China People’s University
"La ley china obliga a que todo seguidor de una religión se registre en una lista oficial. Hay dos aspectos de esta inscripción. Uno, la inscripción de los fieles, que en la práctica no se aplica. Otro, la inscripción de obispos. Hoy en día, casi todos ellos también están registrados en la Asociación Patriótica, que es la organización oficial a través de la cual el gobierno controla las actividades de los obispos”.
Parece ser que algunos obispos han rechazado inscribirse en el registro, y que ni Roma ni China los presionan para que lo hagan. Por otro lado, el 1 de febrero de 2020, China lanzó una ley que obliga a los grupos religiosos a apoyar y “difundir los principios y políticas del Partido Comunista Chino”.
FRANCESCO SISCI China People’s University
“Lo que interesa a Pekín es que las religiones no se conviertan en organizaciones contra el gobierno. El registro podría ser un paso adelante ya que en el pasado la Asociación Patriótica protagonizó contrastes con organizaciones católicas. Ahora la relación con el Estado será directa, y puede pasarse página respecto a los contrastes del pasado”.
En este escenario, el Papa Francisco apuesta por el diálogo. El 14 de febrero se reunieron en Munich los ministros de asuntos exteriores de China y el Vaticano. El Vaticano dijo que conversaron sobre “el diálogo institucional a nivel bilateral para promover la vida de la Iglesia católica y el bien del pueblo chino”. Con su intención de oración para el mes de marzo, el Papa no sólo está impulsando el diálogo, sino también la unidad de todos los católicos de China, que no llega al 1% de la población del país.
Según Erodoto (siglo 5 a.C.), Magos –en griego mágoi- habrían sido una casta de los Medos, pertenecientes a la clase de los sacerdotes, estudiosos de libros sagrados y dedicados a la observación del cielo. En cambio la investigación historiográfica más reciente sitúa su origen con más probabilidad en Babilonia y Persia.
En el Antiguo y en el Nuevo Testamento con el nombre de Magos se hacía referencia a personas dedicadas a la magia, entendida en sentido amplio. Mateo no habla de Rey, ni han sido así definidos por los Padres de la Iglesia más antiguos. En cualquier caso, ya Tertuliano -al inicio del 200- escribió que los Magos de oriente eran considerados Reyes.
La explicación puede estar en el deseo de aplicar las profecías, como la de Isaías: «Las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso» (Is 60,3), y también la profecía de un Salmo: «Por razón de tu templo en Jerusalén Los reyes te ofrecerán dones» (Sal 68,29). Pronto, en la cristiandad se les empezó a llamar Reyes Magos, también para mostrar su importancia y, con su adoración, la sumisión de los potentes de la tierra al Dios hecho Niño.
Los personajes en cuestión eran casi con toda certeza de religión zoroastriana, y cultivaban la observación del firmamento. Posiblemente serían astrólogos, en el sentido que este nombre indicaba para su época, es decir, en su acepción sirio-babilónica, y no helénica. Recordamos que en el origen de la tradición mesopotámica las apariciones del cielo eran vistas como algo para reflexionar y, en ocasiones, como una anticipación de lo que iba a suceder en la tierra, pero sin implicaciones de carácter casual y astrolátrico.
De los Magos no se conoce el número: la tradición cristiana representa dos en un fresco del siglo IV en las catacumbas de san Marcelino y san Pedro en Roma. Con respecto a los nombres de los Reyes, a partir del siglo VII, se encontraron fuentes a favor de los nombres Gaspar, Melchor y Baltasar, como refiere el venerable Beda (673-735), quien también señala que el tercero era negro.
Sus presuntos restos se encontaron en Persia, fueron transportados a Constantinopla por santa Elena o por el emperador Zenon, y posteriormente transferidos a Milán en el siglo V. Después fueron llevados definitivamente a Colonia en el siglo XII, donde existe hasta ahora un sepulcro objeto de gran veneración.
Presentamos el texto de María Valtorta, mística italiana del siglo XX, relatando la visita de los tres Reyes al Niño-Dios, cuando Jesús tenía menos de un año de edad. María y José reciben a estos tres dignatarios de países lejanos, que acuden a adorar a Dios hecho hombre.
Es después del mediodía. El sol brilla en el cielo. Un siervo de los tres atraviesa la plaza, por la escalerilla de la pequeña casa entra, sale, regresa al albergue.
Salen los tres personajes seguidos cada uno de su propio siervo. Atraviesan la plaza. Los pocos peatones se voltean a mirar a esos pomposos hombres que lenta y solemnemente caminan. Desde que salió el siervo y vienen los tres personajes ha pasado ya un buen cuarto de hora, tiempo suficiente para que los que viven en la casita se hayan preparado a recibir a los huéspedes.
Vienen ahora más ricamente vestidos que en la noche. La seda resplandece, las piedras preciosas brillan, un gran penacho de joyas, esparcidas sobre el turbante del que lo trae, centellea.
Un siervo trae un cofre todo embutido con sus remaches en oro bruñido. Otro una copa que es una preciosidad. Su cubierta es mucho mejor, labrada toda en oro. El tercero una especie de ánfora larga, también de oro, con una especie de tapa en forma de pirámide, y sobre su punta hay un brillante. Deben pesar, porque los siervos los traen fatigosamente, sobre todo el que trae el cofre.
Suben por la escalera. Entran. Entran en una habitación que va de la calle hasta la parte posterior de la casa. Se va al huertecillo por una ventana abierta al sol. Hay puertas en las paredes, y por ellas se asoman los propietarios: un hombre, una mujer, y tres o cuatro niños.
Sentada con el Niño en sus rodillas. José a su lado, de pie. Se levanta, se inclina cuando ve que entran los tres Magos. Ella trae un vestido blanco que la cubre desde el cuello hasta los pies. Trenzas rubias adornan su cabecita. Su rostro está intensamente rojo debido a la emoción. En sus ojos hay una dulzura inmensa. De su boca sale el saludo: "Dios sea con vosotros". Los tres se detienen por un instante como sorprendidos, luego se adelantan, y se postran a sus pies. Le dicen que se siente.
Aunque Ella les invita a que se sienten, no aceptan. Permanecen de rodillas, apoyados sobre sus calcañales. Detrás, a la entrada, están arrodillados los siervos. Delante de si han colocado los regalos y se quedan en espera.
Los tres Sabios contemplan al Niño, que creo que tiene ahora unos nueve meses o un año. Está muy despabilado. Es robusto. Está sentado sobre las rodillas de su Madre y sonríe y trata de decir algo con su vocecita. Al igual que la mamá, está vestido completamente de blanco. En sus piececitos trae sandalias. Su vestido es muy sencillo: una tuniquita de la que salen los piececitos intranquilos, unas manitas gorditas que quisieran tocar todo; sobre todo su rostro en que resplandecen dos ojos de color azul oscuro. Su boquita se abre y deja ver sus primeros dientecitos. Los risos parecen rociados con polvo de oro por lo brillantes y húmedos que se ven.
El más viejo de los tres habla en nombre de todos. Dice a María que vieron en una noche del pasado diciembre, que se prendía una nueva estrella en el cielo, de un resplandor inusitado. Los mapas del firmamento que tenían, no registraban esa estrella, ni de ella hablaban. Su nombre era desconocido. Nacida por voluntad de Dios, había crecido para anunciar a los hombres una verdad fausta, un secreto de Dios. Pero los hombres no le habían hecho caso, porque tenían el alma sumida en el fango. No habían levantado su mirada a Dios, y no supieron leer las palabras que El trazó, siempre sea alabado con astros de fuego en la bóveda de los cielos.
Ellos la vieron y pusieron empeño en comprender su voz. Quitándose el poco sueño que concedían a sus cansados cuerpos, olvidando la comida, se habían sumergido en el estudio del zodíaco. Las conjunciones de los astros, el tiempo, la estación, el cálculo de las horas pasadas y de las combinaciones astronómicas les habían revelado el nombre y secreto de la estrella. Su Nombre: « Mesías ». Su secreto: « Es el Mesías venido al mundo ». Y vinieron a adorarlo. Ninguno de los tres se conocía.
Caminaron por montes y desiertos, atravesaron valles y ríos; hasta que llegaron a Palestina porque la estrella se movía en esta dirección. Cada uno, de puntos diversos de la tierra, se había dirigido a igual lugar. Se habían encontrado de la parte del Mar Muerto. La voluntad de Dios los había reunido allí, y juntos habían continuado el camino, entendiéndose, pese a que cada uno hablaba su lengua, y comprendiendo y pudiendo hablar la lengua del país, por un milagro del Eterno.
Juntos fueron a Jerusalén, porque el Mesías debe ser el Rey de Jerusalén, el Rey de los judíos. Pero la estrella se había ocultado en el cielo de dicha ciudad, y ellos habían experimentado que su corazón se despedazaba de dolor y se habían examinado para saber si habían en algo ofendido a Dios. Pero su conciencia no les reprochó nada. Se dirigieron a Herodes para preguntarle en qué palacio había nacido el Rey de los judíos al cual habían venido a adorar. El rey, convocados los príncipes de los sacerdotes y los escribas, les preguntó que dónde nacería el Mesías y que ellos respondieron: «En Belén de Judá. »
Ellos vinieron hacia Belén. La estrella volvió a aparecerse a sus ojos, al salir de la Ciudad santa, y la noche anterior había aumentado su resplandor. El cielo era todo un incendio. Luego se detuvo la estrella, y juntando las luces de todas las demás estrellas en sus rayos, se detuvo sobre esta casa. Ellos comprendieron que estaba allí el Recién nacido. Y ahora lo adoraban, ofreciéndole sus pobres dones y más que otra cosa su corazón, que jamás dejará de seguir bendiciendo a Dios por la gracia que les concedió y por amar a su Hijo, cuya Humanidad veían. Después regresarían a decírselo a Herodes porque él también deseaba venir a adorarlo.
« Aquí tienes el oro, como conviene a un rey; el incienso como es propio de Dios, y para ti, Madre, la mirra, porque tu Hijo es Hombre además de Dios, y beberá de la vida humana su amargura, y la ley inevitable de la muerte. Nuestro amor no quisiera decir estas palabras, sino pensar que fuese eterno en su carne, como eterno es su Espíritu, pero, ¡Oh mujer!, si nuestras cartas, o mejor dicho, nuestras almas, no se equivocan, El, tu Hijo, es; el Salvador, el Mesías de Dios, y por esto deberá salvar la tierra, tomar en Sí sus males, uno de los cuales es el castigo de la muerte.
Esta mirra es para esa hora, para que los cuerpos que son santos no conozcan la putrefacción y conserven su integridad hasta que resuciten. Que El se acuerde de estos dones nuestros, y salve a sus siervos dándoles Su Reino. Por tanto, para ser nosotros santificados, Vos, la Madre de este Pequeñuelo nos lo conceda a nuestro amor, para que besemos sus pies y con ellos descienda sobre nosotros la bendición celestial. »
María, que no siente ya temor ante las palabras del Sabio que ha hablado, y que oculta la tristeza de las fúnebres invocaciones bajo una sonrisa, les presenta a su Niño. Lo pone en los brazos del más viejo, que lo besa y lo acaricia, y luego lo pasa a los otros dos.
Jesús sonríe y juguetea con las cadenillas y las cintas. Con curiosidad mira, mira el cofre abierto que resplandece con color amarillento, sonríe al ver que el sol forma una especie de arco iris, al dar sobre la tapa donde está la mirra.
Después los tres entregan a María el Niño y se levantan. También María se pone de píe. Se hacen mutua inclinación. Después que el más joven dio órdenes a su siervo y salió. Los tres hablan todavía un poco. No se deciden a separarse de aquella casa. Lágrimas de emoción hay en sus ojos. Se dirigen en fin a la salida. Los acompañan María y José.
Visiones de María Valtorta
¿Quiénes eran los "Magos de Oriente"? ¿Cuántos eran? ¿Eran realmente reyes?
El evangelista presenta a los protagonistas del relato como «unos Magos que venían del Oriente». No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente. La tradición antigua navega por todos esos mares, pero sin rumbo cierto.
En cuanto al número, los monumentos arqueológicos fluctúan considerablemente; un fresco del cementerio de S. Pedro y S. Marcelino en Roma representa a dos; tres muestra un sarcófago que se conserva en el Museo de Letrán; cuatro aparecen en el cementerio de Santa Domitila, y hasta ocho en un vaso del Museo Kircheriano. En las tradiciones orales sirias y armenias llega a hablarse de doce.
Ha prevalecido, no obstante, el número de tres acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron -oro incienso y mirra- o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.
Los nombres que se les dan (Melchor, Gaspar, Baltasar) son relativamente recientes. Aparecen en un manuscrito anónimo italiano del s. IX, y poco antes, en otro parisino de fines del s. VII, bajo la forma de Bithisarea, Melichior y Guthaspa.
En otros autores y regiones se los conoce con nombres totalmente distintos. Su condición de reyes, que carece absolutamente de fundamento histórico, parece haberse introducidopor una interpretación demasiado literal del Salmo 72,10: «Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y Sabá le traerán regalos». Nunca en las antiguas representaciones del arte cristiano aparecen con atributos regios, sino simplemente con gorro frigio y hábitos de nobles persas.
También sobre el lugar de su origen discrepan los testimonios antiguos. Unos los hacen proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia, y hasta de lugares tan poco situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía. Sin embargo, un precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista, haciéndolos oriundos de Persia. Refiere una carta sinodal del Conc. de Jerusalén del año 836 que en el 614, cuando los soldados persas de Cosroas II destruyeron todos los santuarios de Palestina, respetaron la basílica constantiniana de la Natividad en Belén, porque, al ver el mosaico del frontispicio que representaba la Adoración de los Magos, los creyeron por la indumentaria compatriotas suyos.
BIBL.: J. ENCISO VIANA, La estrella de Jesús, en Por los senderos de la Biblia, t. II, Madrid-Buenos Aires 1957, 155-160; J, RACETTE, L’Évangile de 1′Enfance selon S. Matthieu, «Sciences Ecclésiastiques» 9 (1957) 77-82; S. MUÑOZ IGLESIAS, El género literario del Evang. de la Infancia en S. Mateo, «Estudios Bíblicos» 17 (1958) 245-273, especialmente 264-268; ÍD, Venez, adorons-le, en Assemblés du Seigneur, 13,31-44; A. M. DENIS, L’adoration des Mages vue par Saint Matthieu, «Nouvelle Revue Théologique» 82 (1960) 32-39; G. D. GORDINI, A. M. RAGGI, Magi, en Bibl. Sanct. 8,494-528 (con abundante bibl.).
La estrella de Belén en la astronomía
"Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente, y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá,No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá;Porque de ti saldrá un guiador,Que apacentará a mi pueblo Israel.
Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino" (Mt 2, 1-12).
Hemos comenzado el tiempo de Adviento, cuenta atrás para conmemorar el Nacimiento del Señor. Durante estas semanas hablaremos -a través de un artículo de la Revista Ciencia y Fe- de la Estrella de Belén, los Magos, y la posible datación del Nacimiento de Jesús en Belén.
En las representaciones artísticas tradicionales del nacimiento de Jesús de Nazaret siempre se hace una referencia de naturaleza astronómica. Aparece una señal en el cielo que habitualmente se llama “Estrella de Belén".
Se empieza a hablar de esta estrella pues viene recogida en el Evangelio según san Mateo (cfr. Mt 2,1-11). También se le ha llamado utilizando un lenguaje más común “Estrella cometa”. De hecho, en la mayor parte de los belenes, artísticos y aquellos familiares, se muestra frecuentemente como la aparición de un cometa.
Las posiciones en el ambiente astronómico y científico en relación a la “estrella de Belén” nos son ciertamente unívocas, y van desde querer evitar toda posible asociación con fenómenos naturales a la meticulosa búsqueda de una posible correspondencia con alguno de ellos. Las distintas posiciones de los astrónomos pueden diferenciarse entre las emblemáticas de Tycho Brahe (1546-1601) quien sostenía que la estrella no era un fenómeno natural, hasta la de Johannes Kepler (1571-1630) que la identificó con una Nova y después con una conjunción planetaria.
Se han hecho todo tipo de indagaciones. Una es la de asociarla con la aparición de la estrella Nova o supernova. También se ha barajado la posibilidad de que fuera una estrella cometa, como la del cometa Halley. Otros han dicho que podía haberse tratado de un meteorito o un relámpago. Asímismo se ha llegado a afimar que podía haber sido una estrella variable, es decir, un tipo de estrella que varía su luminosidad con el paso del tiempo. Si fuera este el caso la mejor posicionada, según los expertos, sería la estrella de Mira.
La que parece más adecuada es la hipótesis de la conjunción planetaria. Cuando dos o tres objetos celestes, estrellas o planetas, aparecen angularmente muy cercanos entre sí, se dice que hacen una “conjunción”. Aunque estén muy lejanos entre sí, el ángulo y la perspectiva pueden hacer que se fundan en un único objeto visible. Así , esta coincidencia produce un gran aumento de su luminosidad.
En 1603 Kepler asistió antes de Navidad a una conjunción entre Júpiter y Saturno. Calculó que en el siglo 7 a.C. sucedió una conjunción semejante, pero con unas características aun más interesantes: en ese año la conjunción se repitió tres veces: desde mayo hasta diciembre los planetas se acercaron y alejaron entre sí tres veces. Esto científicamente es posible, aunque es una coincidencia muy rara. Y al año siguiente Kepler observó cómo se producía de nuevo -después del paso de unos meses- una conjunción esta vez triple: entre Júpiter, Saturno y Marte.
No se llegaban a fundir en perspectiva, pero producían un efecto maravilloso. Estudió que esto se realizaba cada 805 años. Entre las posibles asociaciones con los fenómenos que hemos propuesto, esta es la que tiene más consenso en el ámbito científico, la de la triple conjunción entre Jupiter y Saturno. Sus características de fenómeno raro, la concordancia con la fecha más probable de la muerte de Herodes, y su mitología hacen que sea la opción preferida.
Esta mitología a la que nos referimos era helenista. En la Grecia antigua Saturno (Krónos) era sustituido por Júpiter (Zeus), su hijo como jefe de todas las divinidades, ofreciendo así un cierto paralelismo con la espera de un Hijo de Dios. Es muy posible que los Reyes Magos, sabios, conocedores del firmamento y de las distintas mitologías, vieran en esta coincidencia la señal que les impulsó a hacer el viaje en busca del Hijo de Dios.
"Stella di Betlemme", artículo publicado en la revista "Scienza e Fede", por Michele Crudele.
Los Magos, representantes de los pueblos paganos, sirven de ejemplo para nuestra búsqueda de Dios
En el nacimiento del Ungido por el Espíritu, la adoración de los pastores es completada por la adoración de los Magos. San Mateo en un pasaje cuenta lo que sucedió meses después: la visita de los Magos de Oriente a Jerusalén.
El evangelio describe la llegada de losastrólogos paganos que han visto salir la estrella de la salvación y la han seguido. Dios les ha dirigido una palabra mediante una estrella insólita en medio de sus constelaciones habituales; y esta palabra les ha sobresaltado y les ha hecho aguzar el oído, mientras que Israel, acostumbrado a la palabra de Dios, ha cerrado sus oídos a las palabras de la revelación: no quiere que nada turbe el curso habitual de sus dinastías.
Suele ocurrir algo parecido en algunos cristianos, cuando se siente molestos por el mensaje inesperado de un santo. San Agustín, testigo atento de la tradición de la Iglesia, explica sus razones de alcance universal afirmando que los Magos, primeros paganos en conocer al Redentor, merecieron significar la salvación de todas las gentes.
Es también muy clarificador que el relato de san Mateo ponga a la Virgen en el centro de esta extraña visita. Si los pastores representan a los humildes del pueblo escogido, estos misteriosos personajes del Oriente son un signo de la universalidad de la Buena Nueva que nos trae el Salvador.
El relato de la adoración de los Magos es el más derásico [34] de los relatos evangélicos de la Infancia; es decir, el evangelista redacta una pieza catequética —con una base histórica— sobre la realeza de Jesús. Contiene dos escenas distintas —con alusiones a textos del AT— concatenadas en su desarrollo: la primera, gira en torno a la profecía de Miqueas (Mt 2,1b-9a); la segunda, lo hace en torno a una estrella que les conduce a la adoración del Niño (Mt 2,9b-12), momento cumbre de la narración. No hay ningún diálogo o conversación; es el evangelista quien cuenta lo acaecido de forma escueta [35].
El término griego «epifanía» significa manifestación. La presencia de los Magos en Belén es la primera revelación del Salvador recién nacido al mundo pagano. Toda la narración tiene como telón de fondo la profecía de Miqueas [36], que canta la grandeza de Belén, patria de David. Tiene una gran fuerza expresiva y una plasticidad que atrae la atención del lector. «La Jerusalén de la Epifanía no es sólo la Jerusalén de Herodes. Es, al mismo tiempo, la Jerusalén de los Profetas. Hay en ella testimonios de quienes, bajo el influjo del Espíritu Santo, preanunciaron desde hace siglos el misterio. Está el testimonio de Miqueas sobre el nacimiento del Rey mesiánico en Belén. Está sobre todo el testimonio de Isaías. Un testimonio verdaderamente singular de la Epifanía: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!. Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad de los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti" [37]» [38].
Si en el capítulo primero de su Evangelio, san Mateo nos ha desvelado que Jesús es el Mesías esperado, hijo de David, hijo de Abrahán, engendrado en María por obra del Espíritu Santo, ahora enmarca histórica y cronológicamente el evento. Es decir, si antes nos ha contado el quien y elcómo, ahora va a relatar el dónde y el cuándo de Jesús de Nazaret.
En primer lugar afirma que Jesús nació en Belén de Judá [39]. «Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» (Lc 2,1-2). «Los Magos de Oriente —comenta el Papa— entran en Jerusalén precisamente con esta noticia: ¡Llega tu Luz! ¿Dónde encontrar el lugar del nacimiento? Jerusalén es la ciudad de un Gran Rey. Él es más grande que Herodes, y este soberano temporal, que se sienta en el trono de Israel con el beneplácito de Roma, no puede ofuscar la promesa de un Rey mesiánico. Y la luz resplandece en las tinieblas» [40]. Herodes el Grande es un personaje bien documentado en la historiografía. Nació unos 70 años antes que Cristo. Era hijo de Antipatro, mayordomo de Juan Ircano II. En el año 41 a.C. fue nombrado tetrarca de Judea y en el año 40 a.C. rey de Judea, por un decreto del Senado Romano. Exterminó a los Asmoneos y recibió de Augusto la Traconítide y la Auranítide. Murió, según Flavio Josefo, en Jericó a finales de marzo o comienzos de abril del año 750 de la fundación de Roma (4 d.C.).
Los Magos (magoi) es una palabra de origen persa y de significación amplia. En Persia los magos eran los estudiosos de la doctrina ética y religiosa de Zoroastro. Posteriormente, se dedicaron al estudio de las estrellas, ya que para los babilonios los astros determinaban los sucesos presentes y futuros. Parece ser que con este término san Mateo se refiere a unos astrólogos de Oriente [41], que tenían un cierta relación con el mundo judío. Aunque, desde un punto de vista exgético no hay razón para afirmar que fueran reyes, ya Tertuliano sostiene que en su tiempo se les consideraba como tales [42]. Respecto al número de Magos tampoco hay dato alguno. La tradición se ha decantado por tres —por simetría al número de dones ofrecidos—, aunque también se han barajado las cifras de dos, cuatro y doce.
El título Rey de los judíos tiene, por una parte, resonancias nacionalistas —así se designaba, por ejemplo, al mismo Herodes el Grande— y por eso se verá ensegida en el relato los celos que despierta en él; y, por otra, es una expresión que encontramos a menudo en los Evangelios para nombrar a Cristo [43]. Así, los Magos reconocen desde el nacimiento del Mesías la prerrogativa que será el título de su muerte. La referencia a la estrella [44] que vieron en el Oriente condiciona el relato, pues fue el motivo por el que emprendieron tan largo viaje [45]. Los Magos terminan su primera intervención explicando los motivos de su viaje: «hemos venido a adorarle»; expresión que tiene un claro aspecto cultual, aunque «la asociación del acto con el título rey de los judíos, lleva al lector a pensar que el homenaje se rinde a la realeza y no en la adoración a la divinidad» [46].
La reacción no se hace esperar: «Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías» (Mt 2,3-4). Es lógico que la frase de los Magos causase tal perturbación a Herodes y a los habitantes de Jerusalén. Son motivos de sobresalto políticos: Herodes pensaba que el recién nacido le podía arrebatar el trono y el pueblo temía la reacción del monarca, teniendo en cuenta sus precedentes. De todas formas llama la atención que el mismo Herodes identifique al rey de los judíos con el Mesías, aunque él se mueve siempre en el plano terreno y politico.
Se trata de la profecía de Miqueas que anuncia el nacimiento del Mesías en Belén. «En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la menor entre las principales ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo, Israel"» (Mt 2,5-6). Ahora bien, san Mateo presenta este texto profético con cierta libertad [47], siguiendo las reglas de la lectura derásica [48], y contra su costumbre no es una «cita de cumplimiento» [49]. Todas estas variantes dan al texto mayor riqueza de contenido, del que se debe destacar tres cosas: primera, se reafirma la ascendencia davídica de Jesús, que ya sostiene en Mt 1; segunda, se insiste en el carácter regio de Cristo, al incluir la cita de 2 Sam; y, tercera, se señala que Jesús como Mesías es el encargado de apacentar a todo el pueblo, no sólo a unos pocos privilegiados.
«Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; y les envió a Belén, diciéndoles: Id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a adorarle. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha» (Mt 2,7-9a). Por tanto, Herodes, al escuchar la información recibida sólo le falta saber cuándo, porque sabe por los Magos que ya ha nacido el rey de los judíos y por el Sanedrín que nacerá en Belén. Tiene, pues, la convicción de la fecha de nacimiento debe coincidir con el momento de la aparición de la estrella. Además finge unirse a la adoración de los Magos, aunque sus pretensiones, como se verá después, son otras: acabar con aquel niño que se presenta como rival de su trono. Los Magos, finalizan su estancia en Jerusalén poniéndose en camino a la cercana Belén.
Se inicia la segunda parte del relato con la reaparición de la estrella. «Los Magos han visto una estrella, una sola estrella y ésta se covierte en signo de discernimiento. Decidieron seguirla. El camino de los pastores fue corto. El de los Magos, largo. Los pastores marcharon directamente hacia la luz que les había envuelto en la noche de Belén. Los Magos tuvieron que indagar con esperanza siguiendo la estrella y dejándose guiar por su luz» [50]. «Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño» (Mt 2,9b). En el umbral del NT se creía que, desde la profecía de Balaam [51], el nacimiento del Mesías tendría como señal divina la aparición de un estrella que guiase a los gentiles al rey supremo que nacería. Se ha comentado muchas veces que la estrella realiza una doble función: al principio actúa como signo del nacimiento del Rey de los judíos; y después ejercita la función de guía. Pero esto no es exactamente así. Los Magos son «guiados» a Belén por la información de los escribas del pueblo. Por eso, la estrella, a lo sumo «les acompaña». La luz del libro sagrado y la luz de la estrella conducen a Belén.
Los Magos siguen otro lógica a la común lógica humana. Siguen la luz del Misterio divino, la luz del Espíritu Santo. Participan de esa luz mediante la fe. Y tienen la certeza de encontrarse cara a cara con Aquél que ha de venir. Lo Magos de Oriente se encuentran al comienzo de un gran itinerario, cuyo pasado se remonta al principio de la historia del Pueblo elegido de la Antigua Alianza y cuyo futuro alcanza a todos los pueblos de la tierra.
A la luz de esta gozosa epifanía, Dios se revela en Jerusalén a todos los pueblos. «Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). «Con solo ver la estrella —comenta san Basilio— los Magos experimentaron una inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón esa alegría (...). Adoremos al Niño junto a los Magos (...). Dios el Señor es nuestra luz: no en la forma de Dios, para no aterrar nuestra debilidad, sino en la forma de siervo, para llevar la libertad a quien yacía en la esclavitud. ¿Quién tiene el ánimo tan insensible, tan ingrato que no sienta la alegría de expresar con dones la propia exultación? Las estrellas se asoman al cielo, los Magos dejan su país, la tierra se recoge en una gruta. Que no haya nadie que no lleve algo, nadie que no sea agradecido» [52].
Es muy posible que María y José, tras el nacimiento del Niño en el establo de Belén y una vez que se marcharon los que ya se empadronaron, se trasladasen a una casa del pueblo. «Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrados le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Y, habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino» (Mt 2,11-12). El centro de este relato, lo ocupa desde luego el niño con María, su madre [53]. También se aprecia en esta escena un ambiente «regio», tanto por la actitud de los Magos, como por los dones ofrecidos. En efecto, «postrados, le adoraron», supone una veneración, un acto de sumisión y de reconocimiento de la autoridad del niño; y en el AT las ofrendas de oro, incienso y mirra [54], guardan cierta relación con el Rey-Mesías.
En suma, «los Magos, representantes de los pueblos paganos, sirven de ejemplo para nuestra búsqueda de Dios; en efecto, ellos perciben su silenciosa presencia en los signos de la creación. Para hallar la Verdad, que sólo habían entrevisto, emprenden un viaje lleno de incógnitas y de riesgos; su itinerario se concluye con un descubrimiento y un acto de profunda adoración hacia el Niño Jesús, que ellos ven junto a su Madre: le ofrecen sus tesoros, recibiendo a cambio el don inestimable de la fe y el gozo cristiano» [55].
[34] Cfr nota 6 del Cap. I. [35] Seguiré de cerca en el comentario a este pasaja a J.L. Bastero, María, Madre del Redentor, Eunsa, Pamplona 1995, pp. 121-130. [36] Mich 5,1-2. [37] Is 60,1-2. [38] Juan Pablo II, Homilía de Epifanía, 6-I-1984. [39] Hay otra Belén de Zabulón, situada a unos 11 km al NO de Nazaret. Belén de Judá se encuentra a solo 9 km al sur de Jerusalén. Era entonces una pequeña aldea rural, poco importante en el mundo judío. [40] R.E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, p. 174. [41] La expresión «de Oriente» (apo anatolon) no indica un lugar exacto, sino tan sólo el Levante, en oposición al Poniente. La misma expresión se usa en Num 23,7, en la versión de los LXX de la profecía de Balaam. [42] Cfr Tertuliano, Adv. Marc., III,13. Parece ser que el título de rey procede de la influencia de algunos pasajes del AT en los que se dice que los reyes traerán sus ofrendas al futuro Mesías. [43] Cfr Mt 27,11.29.37; Mc 15,2.9.12.18.26; Lc 23,3.37.38; Ioh 18,33.39; 19,3.19. [44] Los datos precisos que encontramos en el relato evangélico sobre la estrella hacen pensar que se trata de un fenómeno físico concreto. Además el uso singular de la palabra aster indica una estrella determinada. Este hecho celeste no extrañó a los judíos, pues en el AT y en el judaísmo rabínico las estrellas, como testimonios divinos, anunciaban hechos en los que Dios intervenía de modo extraordinario (cfr Gen 37,9; Is 40,26, Ps 148,3), como ocurre con el nacimiento del Mesías. [45] Herodes se informa del momento de su aparición (Mt 2,7), se alegran los Magos cuando reaparece (Mt 2,10) y es la estrella al detenerse la que les indica dónde está el niño (Mt 2,9). [46] El verbo proskynein usado tres veces por san Mateo en este pasaje, significa «rendir homenaje» y comporta siempre una actitud de reverencia y acatamiento ante la divinidad. [47] Porque combina Mich 5,1 con 2 Sam 5,2. Esta combinación de ambos textos es original del hagiógrafo y no tiene precedentes, ni en los LXX, ni en le texto masorético. Además la adición de 2 Sam 5,2 es una ténica deráshica de una actualización por sustitución; es decir, la promesa hecha a David por Yahwéh («Tú apacentarás a mi pueblo Israel»), ahora se aplica al Mesías, hijo de David. Esto es muy frecuente en el Targum. Cfr S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la Infancia, vol. III, Madrid 1990, p. 254. [48] Debido a que san Mateo convierte la frase afirmativa de Mich 5,1 («Tú Belén de Efratá aunque eres la menor...») en negativa («Tú Belén, tirra de Judá, no eres la menor...». Así expresa la grandeza de esta pequeña aldea, cuna de David y del Mesías. Cfr A. Macho, La historicidad de los evangelios de la Infancia, Madrid 1977, pp. 21-22. [49] Llama la atención que no lo haga como en otras ocasiones, usando una expresión parecida a esta: «para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta» (cfr Mt 1,22; 2,15; 2,17; 2,23). Sin embargo, esto es lógico porque la cita está puesta en boca de los sacerdotes y de los escribas del pueblo y así confirma a sus lectores que se ha realizado el evento que anuncia el AT. [50] Juan Pablo II, Homilía, 6-I-1983. [51] Num 22-24; cfr J.M. Casciaro-J.M. Monforte, Jesucrisro, Salvador de la Humanidad. Panorama bíblico de la salvación, Eunsa, 2ª ed., Pamplona 1997, pp. 55-56. [52] San Basilio, Homilía VI, PG, 31,1471ss. [53] Parece que éste es el motivo principal de Mt 2, pues se repite cuatro veces más (cfr Mt 2,13.14.20.21). [54] El Salmista (Ps 72,15) afirma que el futuro Rey-Mesías «se le dará el oro de Sabá mientras viva». La mirra, en cambio, es usada en el AT como uno de los ingredientes del óleo con que son ungidos los sacerdotes y los reyes; y esta unción les confiere un carácter «sagrado» (cfr Ex 30,23; 1 Sam 24,7). También se dice en el Ps 45,9 que la mirra es también uno de los elementos con que se ungirá al Rey-Mesías. Según una profecía de Isaías (Is 60,6): oro e inciendo son las ofrendas que los habitantes de Sabá entregarán en Jerusalén en la época mesiánica. [55] ANG, 6-I-1986.
El legado de los Reyes de Oriente: qué propiedades se achacan al incienso, la mirra y el oro
De Tierra Santa procede una fragancia conocida en Occidente y descrito en el Evangelio de San Mateo. Se trata del incienso
De Tierra Santa procede una fragancia conocida en occidente a través de la historia bíblica de los Reyes Magos descrito en el Evangelio de San Mateo. Se trata del incienso. Durante milenios esta mezcla de resinas (gomorresinas) extraídas de la corteza del tronco de diversas especies del género botánico Boswellia se usó para perfumar el ambiente, «ahuyentar a los demonios» y honrar a dioses y hombres. Su empleo está descrito en diversas culturas precristianas, desde Egipto, Cartago (fenicios) y romanos, hasta culturas orientales. Como todo lo valioso, existían, y existen, sucedáneos elaborados a partir de resinas de otros árboles y arbustos de Oriente Medio.
Estudios farmacológicos realizados en la Universidad hebrea de Jerusalén (Israel) han descubierto que esta resina blanquecina alivia la ansiedad y la depresión, al menos en animales de experimentación (ratones). Así mismo ayudan a la termorregulación. Al incienso se le achacan propiedades mágicas, más allá de su potente, persistente, exquisito y carísimo aroma. En los ambientes esotéricos se afirma que puede «transmutar campos de energía interna», sin que nadie sepa qué significa dicha expresión.
Hasta ahora, los efectos observados con el incienso son más prosaicos, aunque no por ello menos interesantes. Todos los experimentos farmacéuticos se han realizado en roedores. Los farmacólogos inyectaron en ratones acetato de incensol, el principal principio activo de las resinas que catalogamos como incienso.
Tras la inyección intramuscular de este aceite, los ratones permanecían tranquilos en ambientes abiertos, situación inhabitual en estos animales (los ratones muestran agorafobia, esto es, ansiedad en espacios abiertos); y, así mismo, nadaban durante más tiempo en habitáculos de los que no podían escapar, antes de rendirse y flotar, abandonados a su suerte. Ambos comportamientos evidencian una disminución de la ansiedad, y semejan al comportamiento observado en estos animales tras la inyección de fármacos antidepresivos.
El autor principal del estudio, Arieh Moussaieff, del Instituto Weizmann de Israel, afirma que este comportamiento se remonta al Talmud (el Libro Sagrado de los judíos). En él se escribe que «el prisionero condenado a muerte solía recibir extracto de Boswellia en una copa de vino, con el fin de entumecer sus sentidos antes de la ejecución». Probablemente fue también la resina con que los soldados romanos humedecieron los labios de Jesucristo agonizante en la cruz, treinta tres años después de que Gaspar (o Caspar), el Mago oriental llevó esta resina «mágica» hasta el pesebre.
La leve actividad psicoactiva de algunos aceites esenciales es bien conocida. Por ejemplo, el limón eleva el estado de ánimo, y la lavanda reduce la agitación en pacientes con demencia (por ello es recomendable tener esta planta en habitaciones de enfermos con demencia de alzhéimer).
Sin embargo, no se pueden extrapolar sin más las observaciones en ratones a las complejas emociones del cerebro humano. Sobre todo porque no sabemos si los roedores padecen algo que se parezca a lo que definimos como depresión. La farmacología precisa crear modelos con que estudiar las sustancias con potencial de modificar el comportamiento, para extrapolar los resultados a las enfermedades mentales. Sin embargo, los hallazgos y las observaciones en animales experimentales no se deben trasmutar sin más a la medicina humana.
Contrario a este punto de vista es Raphael Mechoulam, célebre por sus estudios con el principio activo del cáñamo (Cannabis sativa), tetrahidocannabinol, durante la década de 1960. De sus estudios con la planta del cánnabis y sus principios activos concluye que lo observado con roedores se puede extrapolar al comportamiento humano.
La mirra rojiza o marrón
La mirra es un exudado de aspecto rojizo o marrón (véase fotografía) con sabor acre o amargo, que se extrae de diversas especies del género botánico Commiphora que crecen espontáneas en los países de la península de Arabia, Etiopía, Eritrea y Somalia. El árbol productor de mirra se aclimató a otros lugares, como la India y Turquía. Llegó a estar incluido en la Farmacopea francesa (1949) por sus propiedades antisépticas. Hoy día su utilización se restringe a la perfumería. En la antigüedad la mirra se usaba para embalsamar y perfumar los cadáveres.
En la mitología griega, Mirra (Mýrra) es la madre de Adonis. La mitología semítica sitúa la leyenda en la isla de Chipre. Ciniras, rey de Chipre mantiene relaciones incestuosas con Mirra sin saber que es su hija. Conocedor del embarazo fruto del incesto, la persigue para matarla y saldar así esa relación aberrante. Ella huye a través de Arabia. Los dioses la protegen convirtiéndola en un árbol, de cuya corteza nacerá Adonis, su hijo. Según la leyenda, las gotas de exudado de la corteza son las lágrimas de Mirra.
La historia se cuenta en las Metamorfisis de Ovidio, teniendo su traslación en la historia universal y la literatura surgida de la misma. Mirra es citada en la Divina Comedia de Dante Alighieri; y también en la obra Mathilda de Mary Shelley(más famosa por su obra Frankestein o el moderno Prometeo). Mirra también ha dado nombre a un asteroide.
La mirra se usó en medicina como adyuvante en varias afecciones. La investigación ha mostrado que el aceite de mirra tiene propiedades antioxidantes con actividad antiparasitaria, siendo también útil en el tratamiento de las úlceras dérmicas y otros tipos de heridas. Se ha llegado a usar (en infusiones) en el tratamiento del hipotiroidismo, gingivitis, alteraciones digestivas y del tracto respiratorio.
Se utiliza ocasionalmente (aplicación tópica) para aliviar la inflamación y la dermatitis, vigilando que no se desarrolle una reacción alérgica. Su uso por vía sistémica no es recomendable, no debiéndose administrar jamás a embarazadas, debido a su efectos abortivos.
El oro
El oro, según la tradición, fue entregado por el rey o mago Melchor a José y María, mezclado con cabello de su prominente barba.
El término oro deriva de aurum (brillante), del que deviene el término aurora (brillo del amanecer). Adjetiva todo aquello que se desea realzar. Así por ejemplo se habla de «edad de oro»,« Siglo de oro»,« oro líquido» (aceite), «oro negro» (petróleo), «oro blanco» (platino), etc.
Según la tradición bíblica, mientras Baltasar entregó mirra para resaltar la condición humana, mortal por lo tanto, de Jesucristo (la mirra se usaba para embalsamar a los muertos), Gaspar entregó incienso (bálsamo de dioses), Melchor, el más anciano, entregó oro, símbolo de reyes.
Muchos siglos después, las sales de oro han encontrado aplicación médica en el tratamiento de la osteoartritis.
Es bella la tradición del oro, incienso y mirra. Los hombres tenemos las tres naturalezas, real en cuanto únicos, divina en nuestra trascendencia intelectual, y humana por nuestra finitud.
Por Dr. José Manuel López Tricas
"También nosotros podremos convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros"
CIUDAD DEL VATICANO, 6 ENE 2011 (VIS).-Hoy, solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa celebró la Santa Misa en la basílica vaticana.
En la homilía, el Santo Padre explicó que los Magos "eran probablemente sabios que escrutaban el cielo, pero no para tratar de "leer" en los astros el futuro; (...) eran más bien hombres "en busca" de algo más, en busca de la verdadera luz, capaz de indicar el camino que recorrer en la vida. Eran personas seguras de que en la creación existe lo que podemos definir como la "firma" de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar descubrir y descifrar".
Refiriéndose al rey Herodes, el Papa subrayó que era "un hombre de poder", a quien "Dios le parece un rival, un rival especialmente peligroso, que querría privar a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder. (...) Herodes es un personaje que no nos resulta simpático y que instintivamente juzgamos negativamente por su brutalidad. Pero debemos preguntarnos: ¿quizá hay algo de Herodes también en nosotros? ¿Quizá también nosotros, a veces, vemos a Dios como una especie de rival? ¿Quizá también nosotros somos ciegos ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos permite disponer de la existencia a nuestro gusto?".
"Cuando vemos a Dios así -continuó- acabamos por sentirnos insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que es el fundamento de todas las cosas. (...) Debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el Único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría".
Benedicto XVI señaló que los Magos, "como hombres sabios, sabían sin embargo que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en busca del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo. (...) El universo no es el resultado de la casualidad, como algunos quieren hacernos creer. Contemplándolo, estamos invitados a leer en él algo profundo: la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios, su infinito amor por nosotros".
"No debemos dejarnos limitar la mente por teorías que llegan siempre sólo hasta un cierto punto y que -si observamos bien- no están de hecho en contradicción con la fe, pero no logran explicar el sentido último de la realidad. En la belleza del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos sino leer la racionalidad eterna, y no podemos sino dejarnos guiar por ella hasta el único Dios, creador del cielo y de la tierra. Si observamos de este modo, veremos que Aquel que ha creado el mundo y Aquel que nació en una cueva en Belén y sigue habitando entre nosotros en la Eucaristía, son el mismo Dios vivo, que nos interpela, nos ama, quiere conducirnos a la vida eterna".
El Santo Padre afirmó que para los Magos "era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real". Sin embargo, "la estrella les guió a Belén, una pequeña ciudad; les guió entre los pobres, entre los humildes, para encontrar al Rey del mundo. Los criterios de Dios son diferentes a los de los hombres; Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, ese amor que pide a nuestra libertad ser acogido para transformarnos y capacitarnos para llegar a Aquel que es el Amor".
Tras poner de relieve que para los Magos "fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían indicarles el camino", el Papa subrayó que "la Palabra de Dios es la verdadera estrella, que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina".
"Dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios, sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros -concluyó- podremos convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros".