Una chica muy especial, la más especial de la historia de la humanidad

Lo que la mayor parte de la gente sabe sobre la Virgen María es por la Biblia. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, han sido pocos los estudios realizados hasta el momento para saber un poco más de la mujer más importante para la Iglesia católica. 

MICHAEL HESEMANN; Autor, María de Nazaret

Yo quería redescubrir a esa María de Nazaret que estuvo en la tierra, a la mujer judía que creció dentro de unas tradiciones, en un momento histórico. Quería investigarla desde un punto de vista histórico”.
Las pruebas que ha ido reuniendo las ha agrupado en su libro María de Nazaret. Quería probar que la fe de la Iglesia no está basada en mitos sino en hechos históricos cuyas pruebas todavía hoy existen.

MICHAEL HESEMANN; Autor, María de Nazaret

"Tenemos pruebas de que todas las localizaciones descritas en el Evangelio eran ciertas, y que las personas que menciona la Biblia existieron. Aprendimos mucho. Conocimos con mayor profundidad el Evangelio gracias a los estudios que hicimos sobre las tradiciones judías en los tiempos de Cristo”.
Estudió tradiciones de los judíos de la época. Por ejemplo, la práctica del celibato vivido en el matrimonio que algunas parejas elegían. De esta manera pudo conocer mejor el modo de pensar de María.

MICHAEL HESEMANN; Autor, María de Nazaret

"No era una sencilla mujer del campo. A veces pensamos que lo era; pero no nos damos cuenta que para ser Madre de Dios, para ser elegida Madre de Dios, tenía que ser una persona extraordinaria. Tendría que criar a Cristo, tendría que enseñarle muchas cosas. Por eso fue elegida una chica muy especial, la más especial de la historia de la humanidad”.
Michael Hesemann ha escrito otros 38 libros que han sido traducidos en 14 lenguas. Entre ellos hay algunos"bestseller” como "Mi hermano, el Papa”, escrito junto Georg Ratzinger, el hermano de Benedicto XVI.
ROME REPORTS

Nos lo explican los primeros escritores cristianos

¿Cómo descubrir la propia vocación, la misión para la que Dios nos ha creado?

Reproducimos los apartados principales deun capítulo del libro Orar con los Primeros Cristianos  sobre el discernimiento de la propia vocación.

 

 

1. (San Clemente Romano, en el año 96, exhorta a los fieles de Corinto a amar y cumplir la voluntad de Dios en todo…)

Consideremos cuán cerca está el Señor de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. (SAN CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, 21, 1)

 

2. Entreguémonos con diligencia al cumplimiento de la voluntad de Dios, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien. (SAN CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, 33)

 

 

3. Esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su Voluntad sea nuestra delicia. (EPÍSTOLA DE BERNABÉ, 2)

 

4. Ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. (SAN POLICARPO DE ESMIRNA, carta a los Filipenses, 3,1-5,2)

 

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5. (San Cipriano, obispo de Cartago del 248 al 258, nos anima a pedir a Dios la gracia para poder cumplir su voluntad, que a veces nos costará aceptar, como a Cristo en la oración en el huerto de Getsemaní antes de su Pasión…)
Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divinas. Además, el Señor, dando pruebas de la debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz, Y, para dar ejemplo a sus discípulos de que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Pero, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. (SAN CIPRIANO DE CARTAGO, Del tratado sobre el Padrenuestro, 17)

6. La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. (…) El amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que Él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; (…) Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre. (SAN CIPRIANO DE CARTAGO, Del tratado sobre el Padrenuestro, 19)

7. (A veces cuando vemos que Dios nos llama, nos resistimos y luchamos. El Señor respeta nuestra libertad y espera nuestra respuesta…)
Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando Él nos llama…! Nos resistimos y luchamos... (SAN CIPRIANO
DE CARTAGO, Tratado sobre la muerte, 18, 24)

 

 

8. El camino del Reino de los cielos es la obediencia a la voluntad de Dios, no el repetir su nombre. (SAN HILARIO DE POITIERS, Tratado de los Misterios, 37)

 

9. (Loúnico que debe importarnos de verdad en esta vida es cumplir la voluntad de Dios para nosotros…)
Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad sino la voluntad de Dios, y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta. (SAN GREGORIO DE NISA, Sobre la conducta cristiana, 47)

 

 

10. (Dios siempre quiere lo mejor para nosotros, aunque nos pueda costar. ¿Lo quieres Señor? Pues, yo también lo quiero…)

En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, sino lo que Tú quieres que haga». Este es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía antes del exilio, 1-3)


11
. (Hablando sobre la vocación de San Mateo…)
Ya que habéis visto el poder del que llama, considerad también la obediencia del llamado. Porque Mateo no opuso ni un momento de resistencia, ni dijo, dudando: ¿Qué es esto? ¿No será una ilusión que me llame a mí, que soy un pobre hombre? Humildad, por cierto, que hubiera estado totalmente fuera de lugar. (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre San Mateo, 30)

 

 

12. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que quieren lo que Dios quiere [...]. No quieras torcer la voluntad de Dios para acomodarla a la tuya; corrige en cambio tu voluntad para acomodarla a la voluntad de Dios. (SAN AGUSTÍN, Comentario sobre el Salmo 93, 6)

13. Cuando decimos: Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo. (SAN AGUSTÍN, Carta a Proba, 130)

 

 

14. Tienes una tarea -nos dice san Gregorio también a nosotros-, la tarea de encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene sed de nuestra sed.

(BENEDICTO XVI presenta a San Gregorio Nacianceno, 22 agosto 2007)

15. Al catecúmeno, le dice: «Caíste en las redes de la Iglesia (Cf. Mateo 13,47): con vida serás cogido; no huyas; es Jesús quien te ha echado el anzuelo… Muere a los pecados y vive para Él; hazlo desde hoy» («Procatequesis» 5).   (BENEDICTO XVI, presenta a San Cirilo de Jerusalén, 20 junio 2007)

 

 

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Fuente:
“ORAR CON LOS PRIMEROS CRISTIANOS”
Gabriel Larrauri Aguirre

 

“No se puede servir a Dios y al dinero”, insistía Jesucristo

Los arqueólogos han encontrado monedas de la época de Jesúcristo con cierta frecuencia, piezas de metal con 2.000 años de antigüedad, que quizá estuvieron en manos de Jesús, de los Doce Apóstoles, de San Pablo, en la bolsa que administraba Judas…

El editor español Ernesto Serigós ha conseguido reunir muchas de estas monedas del s.I, y las vende en colecciones de 12 monedas con un libro explicativo en una serie limitada de algo más de 100 colecciones. La autenticidad de cada colección va certificada ante notario por especialistas en numismática antigua.

Pero Él utilizaba las monedas con una función educativa. Con un denario que llevaba la imagen del César proclamó: “Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”, fundamento del pensamiento social occidental, que da autonomía a las realidades políticas.

“El óbolo de la viuda”, signo de los pequeños donativos pero que implican una gran generosidad y riqueza espiritual, o las 30 monedas de plata que recibió el traidor Judas de parte de las autoridades del Templo, forman parte del arquetipo cultural occidental.

Estas monedas, que ayudaban a Jesús a predicar y poner ejemplos, siguen siendo hoy muy evocadoras.

Entre esas piezas se encuentran:

Foto: Moneda de Herodes Agripa I, rey de Judea del 41 al 44 d.C

 

Los evangelistas, al narrar los gestos y acciones de Jesús, son bastante concretos al mencionar los distintos tipos de monedas que Cristo usaba en parábolas o hechos.

Por ejemplo, en la “Parábola de la moneda perdida” (Lc 15,8-10) se habla de dracmas:

“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido”.

La moneda que más aparece en los evangelios es el denario (hasta 14 veces) según la edición de monedas de I-deo. Aparece:

Foto: Moneda acuñada por Poncio Pilato, del 26 al 36 d.C.

 

Y es también la moneda que los fariseos le mostraron a Jesús, cuando le preguntaron si era lícito o no pagar el impuesto a Roma (Mc 12,15) “¿Es lícito dar tributo a César, o no? (…) Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea. Ellos le trajeron un denario; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. El editor Ernesto Serigós considera que la colección que ahora se pone en venta es “un auténtico tesoro arqueológico y numismático” (son auténticas, no reproducciones), una colección única cuyo valor “aumenta con el paso del tiempo” y asegura que “incluso el propio Jesús podría haber tenido una en sus manos, y desde luego, las personas de su próximo entorno”.

Más información en: http://www.i-deo.es/colecciones.html

A Newman le interesaba tratar el tema de la conversión cristiana en su novela "Calixta"

"La conversión aparece como un proceso lento y sinuoso, catártico"

 

  Calixta es una novela histórica ambientada en África, a mitad del siglo III. En esta novela, el recién beatificado John Henry Newman, retrató la vida de las primeras comunidades cristianas y su relación con el mundo pagano mediante una serie de personajes pertenecientes a una familia de clase social media: Agelio, Juba, Jucundus; sus amigos, la bella Calixta y Aristón, fabricantes de ídolos y objetos de culto paganos; y la comunidad cristiana, liderada por san Cipriano, una comunidad amenazada yal mismo tiempo vigorizada por la persecución de Decio.

 

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Cardenal J.H. Newman

Pero no es la aventura lo que a Newman le interesa tratar, sino el fenómeno de la conversión, el cual había desarrollado ya en su primera novela Perder y Ganar (Loss and Gain) de forma autobiográfica. La conversión aparece como un proceso lento y sinuoso, catártico, que exige un compromiso irremediablemente personal.

Al describir este desarrollo interior, el cardenal inglés prefigura con viveza su concepción de la conciencia humana, aportando para ello una visión novedosa del misterio de la Iglesia, dos de sus más destacadas aportaciones al pensamiento cristiano moderno.

El cardenal Newman destaca como importante figura de las letras inglesas además de ser una de las más grandes personalidades religiosas del siglo XIX, con gran influencia en la actualidad.

Ya en su adolescencia, después de la crisis de fe provocada por la lectura de algunos autores del siglo XVIII, descubrió al Dios revelado en el Nuevo Testamento. Fue ordenado para el ministerio sagrado anglicano, que ejerció primero en un humilde barrio de Oxford, ciudad en la que estudiaba, y también atendió la parroquia de Santa María.

La conciencia de su responsabilidad espiritual sobre sus alumnos y feligreses influyó notablemente en su evolución interior, así como el estudio de los Padres de la Iglesia, que despertó en él la inquietud de revitalizar la Iglesia anglicana con el espíritu de los primeros cristianos.

La Iglesia anglicana se benefició de este impulso, que llevó a Newman a entrar en comunión con la Iglesia católica, después de unos años de silencio, estudio, oración y penitencia. Así hizo en 1845, para el escándalo de algunos compatriotas.

Tampoco faltaron algunos católicos que criticaron la escasez de frutos de su acción apostólica en Inglaterra, cosa que desmintió el tiempo: el valor de su aportación a la Iglesia católica se reconoce cada vez más: once años después de haber sido nombrado cardenal por León XIII, murió rodeado de un profundo respeto de la sociedad británica, y fue proclamado venerable por sus virtudes heroicas. El reconocimiento definitivo como modelo ejemplar de vida cristiana tuvo lugar en su beatificación, el 19 de septiembre de 2010.      

Calixta

J. H. Newman
Encuentro Ediciones
Novela centrada en África a mediados del siglo III en la que se relata la vida de los primeros cristianos y sus relaciones con el mundo pagano a través de personajes que representan una familia media (Agelio, Juba, Jucundus), sus amigos (la bella Caixta y Aristón, fabricantes de ídolos). Resalta sobremanera el tema de la conversión tratado por Newman como un proceso lento que exige un compromiso personal.

 

 

11 de agosto

SANTA CLARA DE ASÍS

(† 1253)

"Preciosa es en la presencia del Señor la muerte de sus santos" (Ps. 115,15). Musitando estas palabras subía Santa Clara de Asís, "verdaderamente clara, sin mancilla ni obscuridad de pecado, a la claridad de la eterna luz", en la augusta hora del atardecer del día 11 de agosto de 1253.

Cabe el pobre camastro, permanecían llorosas sus hijas, transidas de dolor por la pérdida de la amantísima madre y guía experimentada. Allí estaban los compañeros de San Francisco. Fray León, la ovejuela de Dios, ya anciano; fray Angel, espejo de cortesía; fray Junípero, maestro en hacer extravagancias de raíz divina y decir inflamadas palabras de amor de Dios. Allá arriba, los asisienses seguían conmovidos los últimos instantes de su insigne compatriota. Prelados y cardenales y hasta el mismo Papa habíanla visitado en su última enfermedad. Y todos tenían muy honda la persuasión —Inocencio IV quiso en un primer momento celebrar el oficio de las santas vírgenes, que no el de difuntos— de que una santa había abandonado el destierro por la patria. Solamente ella lo había ignorado. Su humildad no le había dejado sospechar siquiera cuan propiamente se cumplían en su muerte aquellas palabras del salmo de la gratitud y de la esperanza, que sus labios moribundos recitaban. Muerte envidiable, corona de una vida más envidiable todavía, por haber ido toda ella marcada con el sello de la más absoluta entrega al Esposo de las almas vírgenes.

Porque Clara Favarone, de noble familia asisiense, oyó desde su primera juventud la voz de Dios que la llamaba por medio de la palabra desbordante de ¿mor y celo de las almas de su joven conciudadano S. Francisco de Asís. Con intuición femenina, afinada por la gracia y la fragante inocencia de su alma adivinó los quilates del espíritu de aquel predicador, incomprendido si es que no despreciado por sus paisanos, que había abandonado los senderos de la gloria humana y buscaba la divina con todos los bríos de su corazón generoso. Y se puso bajo su dirección. Los coloquios con el maestro florecieron en una decisión que pasma por la seguridad y firmeza con que la llevó a la realidad. Renunciando a los ventajosos partidos matrimoniales que le salían al paso y al brillante porvenir que el mundo le brindaba, huyó de la casa paterna en la noche del Domingo de Ramos de 1211. Ante el altar de la iglesita de Santa María de los Angeles, cuna de la Orden franciscana, Clara ofrendó a Dios la belleza de sus dieciocho años, rodeada de San Francisco y sus primeros compañeros. Se vistió de ruda túnica, abrazóse a dama Pobreza de la que a imitación de su padre y maestro haría su amiga inseparable y se dedicó a la penitencia y al sacrificio.

No tardó en llegarle la ocasión de probar que su empeño no era capricho de niña mimada o fantasía de jovencita soñadora, sino resolución de carácter equilibrado y alma movida de inspiración divina. Apercibidos sus parientes de la fuga de la joven, salieron en su busca. Y descubierto su retiro, trataron de quebrantar su propósito por todos los medios, alternando las muestras de cariño y suavidad con la violencia más insolente. Viéndose en peligro, Clara se acogió como a seguro a la iglesia e hincándose de hinojos junto al altar, con una mano se asió de la mesa sagrada, mientras con la otra se destocaba la cabeza, mostrándosela desguarnecida de su deslumbradora cabellera. La decisión que había tomado, era irrevocable. Sus familiares vencidos la dejaron en paz.

"Superada felizmente esta primera batalla, para poderse dedicar a la contemplación de las cosas celestiales se refugia entre los muros de San Damián y allí "escondida con Cristo en Dios" (Col. 3,3) por espacio de cuarenta y dos años nada encontró más suave, nada se propuso con más ahínco que ejercitarse con toda perfección en la regla de Francisco y atraer a ella, en la medida de sus fuerzas, a otros" (Pío XII).

Se adivina más fácilmente que se describe el empeño que la Santa puso en el ejercicio de todas las virtudes y sus progresos en la perfección. Es sabido que la mujer está dotada de un sentido innato de la belleza —cosa estupenda y buena— y que defiende y aprovecha ese don con habilidad e ingenio, tarea en la que muchas veces excede por loca vanidad las fronteras de la licitud y de la prudencia. Santa Clara lo sabía, pero nunca pensó matar tendencia semejante, sino que en seguimiento de su maestro y padre, que de todas las criaturas hacía escala para subir a Dios, la puso al servicio de lo único necesario, de la salvación y santificación del alma, sobrenaturalizándola. Con sicología y elegancia muy femenina ofrece al alma un espejo y la estimula con palabras inflamadas a que se mire y remire cada día para engalanarse, no con las vanidades y riquezas caducas, sino con las bellísimas flores de las virtudes, ya que el espejo no es otro que Cristo Jesús, cuya imitación constituye el nervio de toda auténtica santidad. Allí verá el alma la pobreza bienaventurada, la santa humildad y la caridad inefable, el sacrificio hasta el anonadamiento por amor nuestro. La vida y pasión de Jesús debe ser el objeto preferido de su meditación. Jesús-Eucaristía. Jesús-Niño en el pesebre. Y junto a Jesús, su bendita Madre, a la que profesará una devoción sin límites.

No son las enseñanzas que la Santa ha consignado en sus cartas retórica sonora. "Son, por el contrario, la afirmación tajante y absoluta de una realidad vivida con plenitud de convicción" (Casolini). La Leyenda de su vida, escrita por Tomás de Celano, biógrafo del padre y de la hija, y su Proceso de canonización en que sus compañeras e hijas declararon, con la emoción de lo vivido, lo que habían observado en su santa madre, nos hablan con la voz de la verdad de sus penitencias increíbles: de su amor a Jesús, de su meditación de los dolores de Cristo, de su inalterable paciencia y alegría en medio de sus crónicas enfermedades y continuas mortificaciones, de su intenso amor a Jesús-Eucaristía, que a sus ruegos salvó de la profanación a las religiosas y a la ciudad del pillaje, de su corazón de madre y maestra; en fin, de las gracias extraordinarias con que Dios la regaló en el destierro.

Es sorprendente "cómo esta mujer que se había despojado de toda preocupación humana, estaba llena de los más abundantes y copiosos dones de celestial sabiduría. A ella, en efecto, acudía no sólo una multitud ansiosa de oírla, sino que se servían de su consejo obispos, cardenales y alguna vez los Romanos Pontífices. El mismo Seráfico Padre, en los casos más difíciles del gobierno de su Orden, quiso escuchar el parecer de Clara; lo que de modo especial sucedió cuando, preocupado y dudoso, no sabía si dedicar a sus primeros compañeros tan sólo a la contemplación o prescribirles también trabajos de apostolado. En tal circunstancia acudió a Clara para mejor conocer los designios divinos y con su respuesta quedó totalmente tranquilo. Estando así dotada de tan grandes virtudes se hizo digna, de que Francisco la amara más que a las demás y encontrara en ella un poderoso auxiliar para afirmar la disciplina de su vida religiosa y fortalecer su Instituto; confianza que los acontecimientos vinieron a confirmar felizmente más de una vez" (Pío XII).

Con acierto insuperable, pues, se llama la misma Santa en su testamento "Plantita del bienaventurado Francisco". Y lo fue por haberla él transplantado del mundo al jardín del Esposo, por la entrañable amistad que los unió de por vida y por ser ella genuina heredera y copia fiel del espíritu del maestro. Conservaba muy vivo el recuerda del ejemplo del Pobrecillo de Cristo y de sus palabras de que vivieran siempre en la santísima pobreza y no se apartaran de ella por consejo o enseñanza de nadie. Tan entrañablemente amó la santa abadesa la pobreza total y absoluta en seguimiento de Cristo pobre, que rechazó una y otra vez con sumisión y reverencia, pero con viril energía, las posesiones que los Papas le ofrecieron repetidamente y las mitigaciones que en la práctica de esta virtud le proponían. Su tesón santo llegó a triunfar de los escrúpulos de la curia y del Papa, que finalmente confirmó dos días antes de que la Santa muriera, la regla para su Orden, en que se profesa la altísima pobreza que ella había aprendido del padre San Francisco.

El bello gesto de Clara a los dieciocho años repicó en el pecho de la juventud femenina de Asís con sones de alborada invitadora a seguir las huellas de Jesucristo pobre. Primero su hermana Santa Inés, cuya entrada en religión a los pocos días de la salida de Clara provocó en la familia Favarone una tempestad más fiera aún, calmada milagrosamente, luego una multitud de doncellas de la nobleza y del pueblo, más adelante Beatriz, su hermana mayor, e incluso su propia madre, la noble matrona Ortalona, buscaron raudales de pureza, de luz y sacrificio en el conventito de San Damián bajo la obediencia y maternal dirección de Clara, que aceptó el cargo de abadesa obedeciendo el mandato de San Francisco. No fue el monasterio, como podría pensarse con mentalidad errada, sepulcro de juventudes tronchadas en flor, que trataran de ocultar tras los muros conventuales su blandenguería o cansancio de la vida. Fue, por el contrario, activísimo taller perfeccionador de almas, que con la potencia irradiadora de su intensa vida espiritual reportó a la sociedad incalculables beneficios, aun materiales. Aquella entrañable hermandad sobrenatural en el amor y la pobreza entre personas salidas de distintas capas sociales, destruyó con la fuerza arrolladora del ejemplo muchas impurezas de prejuicios sociales, odios banderizos e ídolos de oro y corrupción.

Pronto brincó las fronteras de Umbría y de Italia la fama de la virtud de Santa Clara y sus Damas Pobres, sembrando Europa, antes de 1253, de monasterios que la juventud femenina de los países cristianos pobló rápidamente, atraída por el ideal de pureza y sacrificio vivido por las damianitas de Asís. La vida y obras de las clarisas, a ejemplo y por mandato de su santa fundadora, como aguas vivas que regaran el campo de la Iglesia, fluyeron en el decurso de siete siglos en beneficio espiritual del pueblo de Dios. Y aun hoy el mensaje de Clara Favarone de Asís no ha perdido su sugestiva atracción ni ha agotado su eficacia renovadora. No es estéril recuerdo histórico, sino vida palpitante en la multitud de monasterios, más de seiscientos, y de religiosas, más de doce mil, que pese a casi dos siglos de revoluciones y despojos, y pese al desinterés e incomprensión de los mismos hijos de la Iglesia, nos es dado encontrar en todos los ángulos de la tierra. Son más de doscientos los monasterios que hay en España, donde desde el año 1228, en que se abrió el primero, ha alcanzado tal florecimiento la obra de Clara de Asís, que supera a la misma Italia.

Santa Clara fue canonizada el 15 de agosto de 1255 por su amigo y protector el papa Alejandro IV. En la bula de canonización hace un bellísimo panegírico de la virgen asisiense, que servirá de colofón a esta semblanza de la Plantita del padre San Francisco. "Fue alto candelabro de santidad —dice Alejandro IV—, rutilante de luz esplendorosa ante el tabernáculo del Señor; a su ingente luz acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas. Ella cultivó la viña de la pobreza de la que se recogen abundantes y ricos frutos de salud... Ella fue la abanderada de los pobres, caudillo de los humildes, maestra de continencia y abadesa de penitentes".

JUAN MESEGUER FERNÁNDEZ

"Santa Clara de Asís, contemporánea de San Francisco, quien con su obra y testimonio dio un gran impulso a la Iglesia"

En su habitual catequesis de la Audiencia General, el Papa Benedicto XVI habló de Santa Clara de Asís, contemporánea de San Francisco, quien con su obra y testimonio dio un gran impulso a la Iglesia en la edad media. Su vida constituye un ejemplo de la importancia de las mujeres en la vida eclesial.

VATICANO, 15 Sep. 10

El Santo Padre comentó que esta santa "demuestra cuánto debe toda la Iglesia a las mujeres valientes y ricas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo a la renovación de la Iglesia".

Benedicto XVI relató que Clara nació en una familia rica y aristocrática y que siendo todavía muy joven sus parientes decidieron casarla con un personaje de relieve, pero a los dieciocho años, la santa, con un gesto audaz, en compañía de una amiga e inspirada por un profundo deseo de seguir a Cristo, dejó la casa paterna. Se incorporó al grupo de los hermanos menores en la iglesia de la Porciúncula en Asís y fue el mismo Francisco el que la acogió y en una sencilla ceremonia le cortó el cabello y le impuso un hábito penitencial. Desde aquel momento Clara se convirtió en esposa de Cristo, humilde y pobre y a Él se consagró totalmente.

Al hablar luego de la noble amistad entre la Santa y Francisco, Benedicto XVI señaló que "sobre todo al principio de su experiencia religiosa Clara tuvo en Francisco de Asís no solo un maestro del que seguir las enseñanzas, sino también un amigo fraternal. La amistad entre estos dos santos es un aspecto bello e importante. Efectivamente, cuando dos almas puras e inflamadas del mismo amor por Dios se encuentran, hallan en la amistad recíproca un fuerte estímulo para recorrer el camino de la perfección. La amistad es uno de los sentimientos humanos más nobles y elevados que laGracia divina purifica y transfigura".

De cómo vivían las seguidoras de Clara al principio del movimiento franciscano habla el Obispo flamenco Jacques de Vitry que visitó en aquellos años Italia, notando "una característica de la espiritualidad franciscana a la que Clara era muy sensible: la radicalidad de la pobreza ligada a la confianza total en la Providencia divina".

Por ese motivo, la santa obtuvo del Papa Gregorio IX o más probablemente ya de Inocencio III, recordó Benedicto XVI, el llamado "Privilegium Paupertatis", por el cual Clara y sus compañeras de San Damiano "no podían poseer ninguna propiedad material. Se trataba de una excepción verdaderamente extraordinaria del derecho canónico vigente y las autoridades eclesiásticas de aquella época lo concedieron, apreciando los frutos de santidad evangélica que reconocían en el modo de vivir de Clara y sus hermanas".

"Este hecho demuestra como también en la Edad Media el papel de las mujeres no era secundario, sino considerable. A este propósito hay que recordar que Clara fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que redactó una Regla escrita sometida a la aprobación del Papa para que el carisma de San Francisco se conservase en todas las numerosas comunidades femeninas que se establecían en aquellos tiempos y que querían inspirarse en el ejemplo de Francisco y Clara".

En el convento de San Damiano, Clara "practicó de forma heroica las virtudes que deberían distinguir a todos los cristianos: humildad, espíritu de piedad y de penitencia, caridad".

Su fama de santidad y los prodigios que gracias a ella se verificaron llevaron al Papa Alejandro IV a canonizarla en 1255, solo dos años después de su muerte. Sus seguidoras, las Clarisas, "desempeñan con su oración y su obra un papel inapreciable en la Iglesia", concluyó Benedicto XVI

Las excavaciones han sacado a la superficie el 20 por ciento

Es el pueblo de Magdala, de unos 4.000 habitantes según los arqueólogos, y de donde era originaria María Magdalena. Las excavaciones han sacado a la superficie, por el momento, el 20 por ciento del total. Entre otras cosas, se ha desenterrado el puerto, unos baños de purificación y el mercado desde el que se enviaba pescado incluso a Roma, según las crónicas del historiador Flavio Josefo.

Sin embargo, lo más importante de todo este descubrimiento es la sinagoga del siglo I, una de las siete que se sabe que existían en la época y quizá la más bella, decorada con mosaicos como estos.

 

 

P. JOSÉ FÉLIX ORTEGA
Vice Chargé Pontifical Institute Notre Dame of Jerusalem Center
“Nosotros como cristianos pensamos que esta es una de las sinagogas donde Jesús predicaba. El Evangelio nos habla de que Jesús recorría esta zona predicando en las sinagogas. No menciona Magdala pero es una de las sinagogas de la zona y una importante, por tanto, pensamos que aquí pudo estar Jesús. Es también importante para el pueblo de Israel, para el pueblo judío porque para ellos significa haber hallado una sinagoga del siglo I porque también les remite a sus raíces y a ver que aquí en el siglo I había un culto importante”.

La pieza clave del lugar es esta piedra, conocida como la piedra de Magdala, que tiene grabada la representación de la Menorá más antigua que se conoce. Es la piedra que se usaba para leer la Torá y en ella también aparecen elementos que evocan el Segundo Templo. La piedra de Magdala conecta de una forma única a cristianos y judíos en un lugar igualmente importante para ambos credos.

P. JOSÉ FÉLIX ORTEGA
Vice Chargé Pontifical Institute Notre Dame of Jerusalem Center
“Nosotros decimos que Magdala es un cruce entre la cultura judía y la cristiana porque hay un diálogo arqueológico y un diálogo también religioso a la vez. En el año 2017 tuvimos 135.000 visitantes en Magdala”. “El número 1 fueron de Norteamérica y el número 2 fueron visitantes de Israel, judíos. Para el pueblo judío tiene un valor muy importante y por eso están viniendo aquí a conocer estas excavaciones que no son solo importantes para nosotros los cristianos sino también para ellos”.

Magdala tiene un enorme valor artístico y arqueológico pero sobre todo es un símbolo de convivencia y diálogo entre cristianos y judíos en Tierra Santa, dos pueblos con una historia compartida llamados a compartir un mismo hogar.

Rome Reports

“El martirio, forma de amor total a Dios”

Ofrecemos a continuación la catequesis pronunciada el 11 de agosto de 2010, por el Papa Benedicto XVI en el patio interior del palacio apostólico de Castel Gandolfo:

Queridos hermanos y hermanas,

hoy, en la Liturgia recordamos a santa Clara de Asís, fundadora de las Clarisas, luminosa figura de la cual hablaré en una de las próximas Catequesis. Pero esta semana -como ya había indicado en el Ángelus del domingo pasado- hacemos memoria también de algunos Santos mártires, tanto de los primeros siglos de la Iglesia, como san Lorenzo, Diácono, san Ponciano, Papa, y san Hipólito,Sacerdote; como de un tiempo más cercano a nosotros, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, patrona de Europa, y san Maximiliano María Kolbe. Querría entonces hablar brevemente sobre el martirio, forma de amor total a Dios.

¿En qué se basa el martirio? La respuesta es simple: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz para que pudiéramos tener la vida (cf Jn 10,10). Cristo es el siervo sufridor del que habla el profeta Isaías (cf Is 52, 13-15), que se ha dado a sí mismo en rescate por muchos (cf Mt 20,28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día la propia cruz y seguirle en el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: “el que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 10,38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y llevar vida (cf Jn 12,24).

Jesús mismo “es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en la tierra, que se deja quebrar, romper en la muerte y, precisamente a través de ello, se abre y puede llevar fruto a la inmensidad del mundo” (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma [14 de marzo de 2010]. El mártir sigue al Señor hasta el fondo, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf Lumen Gentium, 42).

Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos las vidas de los mártires, quedamos estupefactos por la serenidad y el coraje al afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la propia esperanza (cf 2Cor 12,9).

Pero es importante destacar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino que al contrario la mejora y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, al mundo; una persona libre, que en un único acto definitivo da a Dios toda su vida, y en un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su propia vida para ser asociado totalmente al Sacrificio de Cristo en la Cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, como decía el miércoles pasado, probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de nosotros estáexcluido de la llamada divina a la santidad, a vivir de una manera elevada la existencia cristiana y esto implica tomar la cruz de cada día sobre uno mismo. Todos, sobre todo en nuestro tiempo en que parecen prevalecer egoísmo e individualismo, debemos asumir como primer y fundamental compromiso el de crecer cada día en un amor más grande a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo. Por intercesión de los Santos y de los Mártires pidamos al Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como Él nos ha amado a cada uno de nosotros.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en diversas lenguas. En español, dijo:]

Saludo a los peregrinos de lengua española. En particular a los grupos de fieles venidos de España, México y otros Países Latinoamericanos. Queridos hermanos: Dios nos llama a todos a la santidad. Nos llama a seguir más de cerca de Cristo, esforzándonos en transformar este mundo con la fuerza del amor a Dios y a los hermanos. Fijándonos en el ejemplo de los santos y los mártires, pidamos al Señor que inflame nuestros corazones, para que seamos capaces de amar como Él nos ha amado. Que Dios os bendiga.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) - 9 de agosto

«Mártir carmelita de origen judío, destacada filósofa e incesante buscadora de la verdad, que halló tras la lectura de la autobiografía de Teresa de Jesús. Copatrona de Europa y patrona de la Jornada Mundial de la Juventud en 2005»

Esta extraordinaria mujer llevó su búsqueda de la verdad hasta las últimas consecuencias creyendo que detrás de ella se hallaba Dios. Nació en Breslau, Polonia (entonces Alemania), el 12 de octubre de 1891, en plena celebración del Yom Kippur hebreo. Su madre, de profunda fe judía, acogió gozosa a la undécima de sus hijos que vino al mundo justamente el día de la Expiación. Este signo premonitorio marcaría la vida de Edith que se vinculó a la Pasión redentora de Cristo. Su camino estuvo plagado de renuncias y sufrimientos de distinta índole, comenzando por la pérdida de su padre cuando apenas tenía 2 años. Era de temperamento nervioso e irascible, pero tras él se escondía una privilegiada inteligencia que le llevaba a reflexionar con inusual madurez a la edad de 7 años. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, en una crisis aguda propia de la edad dejó aparcados sus estudios y las prácticas piadosas que su madre le había inculcado. Pasó gran parte de 1906 en Hamburgo junto a su hermana Else y al año siguiente, reconciliada consigo misma y con la vida en general, retornó a las aulas.

Era una alumna destacada. Por puro interés crematístico, dado que en un futuro debía ganarse el sustento, en 1911 tras haber realizado la reválida cursó estudios de historia alemana y psicología en la universidad de Breslau. Pero su verdadera pasión era la filosofía. Por ello, en 1913 ingresó en la universidad de Göttingen. Las tesis de Edmund Husserl, promotor de la corriente fenomenológica, causaban furor. Y Edith, como muchos alumnos, se afilió a ella. Husserl fue su profesor y director de tesis. En esos años trabó contacto con Max Scheler, y el atisbo de luz que ya había percibido en su búsqueda de la verdad junto a Husserl, si bien fue incompleta, al escuchar a Scheler despejó su camino y le mostró la vía del catolicismo. Era un paso crucial, ya que su trayectoria había estado marcada por un férreo ateísmo.

Aprobó el examen de Estado en 1915 con la brillantez acostumbrada, y realizó un curso de enfermería para auxiliar a los heridos de la Guerra Mundial en un hospital militar austriaco. En 1916, después de haber visto de cerca el sufrimiento y la muerte de tantos jóvenes combatientes, preparó y defendió la tesis que mereció la más alta calificación. Algunos de sus amigos y compañeros pudieron influirle en el camino de la fe, pero los elegidos para que diese el salto definitivo fueron el colaborador de Husserl, Adolf Reinach, y su esposa, convertidos al catolicismo. Cuando Adolf murió, Edith se halló frente a la fe y esperanza de su viuda, que acogía confiada el reencuentro con él en la vida eterna. Quedó desarmada: «Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores... Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo».

Edith fue ayudante de Husserl desde 1916 hasta 1918. No volvió a verlo hasta 1930. Preocupada por el papel de la mujer, de la que fue activa defensora en conferencias y escritos, su condición femenina le creó muchos problemas para ejercer la docencia. Además, su origen judío constituyó un veto para obtener la habilitación acreditativa para impartir clases. Regresó a Breslau y se centró en la redacción de artículos. Entre sus diversas lecturas, introdujo la del Nuevo Testamento y los Ejercicios de san Ignacio de Loyola. En el transcurso de una corta estancia en el domicilio de su amiga Hedwig Conrad-Martius en 1921, leyó la vida de la santa de Ávila y le invadió una profunda conmoción: «Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad». Se bautizó en enero de 1922 y en febrero recibió la confirmación. Pasó por el duro trance de ver con cuánto dolor acogía su madre la noticia. Quiso ingresar en el Carmelo, pero tampoco lo tuvo fácil. Los años siguientes ejerció como profesora, se dedicó a traducir textos, entre otros, de santo Tomás de Aquino, a impartir conferencias, y a escribir obras de gran profundidad filosófica.

En 1933, cuando el holocausto judío había estallado, le abrieron las puertas del Carmelo de Colonia. Volvió a su hogar y se despidió de su madre en medio de indecible sufrimiento. Las lágrimas de ambas rodando por sus mejillas no eran más que la pálida sombra de dos corazones que sin romperse jamás seguían dos caminos de fe divergentes. Cuando Edith abandonó su casa, junto al peso del ofrecimiento que hizo a Cristo, brillaba con inusitada fuerza el candil de la esperanza evangélica: «todo aquél que deje padre, y madre…». Sabía que esos jirones de su vida iban reconvirtiéndose en odres nuevos conforme se alejaba de los suyos para adentrarse en su apasionante destino. Tomó el hábito en 1934, a los 42 años, y el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. En 1936 culminaba su emblemática obra Ser finito y ser eterno. Profesó en abril de 1938 y ese mismo mes fallecía Husserl.

Su admirable vida, fraguada de trabajo, humildad, oración y sacrificios iba desarrollándose en este convento y en el holandés de Echt desde finales de 1938. Hasta que el 2 de agosto de 1942 los nazis la detuvieron a ella y a su hermana Rosa, que había seguido sus pasos y era portera del convento. «Ven, vayamos por nuestro pueblo», le dijo. En «Amor por la cruz» había escrito: «Solo puede aspirar a la expiación quien tiene abiertos los ojos del espíritu al sentido sobrenatural de los acontecimientos del mundo; esto resulta posible solo en los hombres en los que habita el Espíritu de Cristo, que como miembros de la Cabeza encuentran en Él la vida, la fuerza, el sentido y la dirección». De Amersfoort pasaron al campo de extermino de Westerbork. Recluidas en él hasta el 7 de agosto, el 9 las trasladaron a Auschwitz-Birkenau junto a 987 judíos, siendo sacrificadas en la cámara de gas. Frente a la ignominia y la sinrazón de la Shoah, Edith halló al pie de la cruz la luz redentora de Cristo. Juan Pablo II la beatificó el 1 de mayo de 1987, y la canonizó el 11 de octubre de 1998. El 12 de julio de 1999 la declaró copatrona de Europa.

 

Legalizaría este culto con la firma del Edicto de Milán para lograr la expansión territorial del Imperio

El emperador Constantino I, más conocido como «el Grande», es el autor de la cruz como el símbolo representativo del cristianismo. Aunque él era pagano -adoraba al «Sol Invictus»- tenía conciencia sobre el creciente número en la comunidad de seguidores de Cristo.

Ante este extraño fenómeno de reproducción religiosa –dado a las incesantes persecuciones y asesinatos que aún así seguía invitando a abrazar a este credo-, se le ocurriría hacer de los cristianos fieles, los mejores amigos de Roma; para que respondieran siempre a favor y al servicio de su Imperio.

Su inteligencia feroz le permitió formular la gran estrategia geopolítica y militar. Constantino I no sólo consolidaría la primera piedra de la hegemonía posterior de la Iglesia -gracias al Edicto de Milán en el año 313-; sino que también impulsaría a la expansión del Imperio romano, gracias a su complicidad con el credo que conquistaba el Mediterráneo oriental.

La genialidad constantina surgiría durante la batalla del Puente Milvio contra Majencio; de la cual saldría victorioso ocupando la capital italiana. Durante dicho conflicto, el cómplice de la futura Iglesia ordenó reemplazar el símbolo del «sol invictus» por la cruz, a todos los soldados. Posteriormente ésta se convertiría en la insignia principal en el lábaro del emperador y del Ejército.

Eusebio de Cesarea, el principal historiador del curso de la Iglesia hasta el año 339, describiría este enfrentamiento bélico. Este biógrafo aseguraba que Constantino I había tenido una visión acompañada de una voz, la cual le susurraba que la cruz lo llevaría a la victoria. Por esta razón, el emblema cristiano pasaría a convertirse en la fuerza del Imperio.

La cruz, la revelación de la victoria

Antes de la figura suprema y autoritaria del emperador, Roma era gestionada por una tetrarquía; en la que todos los asuntos del Imperio eran controlados por cuatro administradores provinciales.

De esta manera, la idea de lo que podía significar una «repartición equitativa» de responsabilidades y privilegios; se vio aniquilada por la ambición desmedida de Constantino I.

La renuncia y la muerte de los patriarcas de Roma: Diocleciano, Maximiano (el padre de Majencio), Galerio y Constancio Cloro (el padre de Constantino); iba llamando a los herederos y a otras personalidades ajenas a la sangre, a imaginarse gloriosos en el trono.

Por esta razón, las conspiraciones y traiciones comenzarían a crear una telaraña de conflictos; en la que se anunciaba una guerra próxima motivada por la rivalidad entre los herederos más jóvenes, Constantino I y Majencio.

Un buen día, en el año 312 sucedería la batalla del Puente de Milvio. Ni corto ni perezoso, Constantino decidió que su competente rival sobraba; así que movilizaría a sus tropas para invadir el norte de Italia. Como Majencio tenía fama de derrotar a sus enemigos sin hacer nada –tenían víveres suficientes para resistir el asedio enemigo-, Constantino había preparado a su Ejército para esperar a que éste se asomara y finalmente saliese humillado. Y sin otro remedio que una oportunidad de librarse de su presencia, por medio de la contienda.

Para la sorpresa de Constantino, Majencio salió antes de lo pensado. De esta manera, se enfrentaría a él en la periferia de la ciudad de Roma. Muy precipitadamente, se desataría una cruenta batalla tras el Tíber pero con un final confuso (unas fuentes aseguran que cayó al río y como no sabía nadar murió ahogado, y otras que ante la derrota se suicidó).

Partiendo del hecho de que el río Tíber le encharcara los pulmones, el amigo de los cristianos resultó vencedor. No obstante, según Eusebio de Cesarea, hubo un hecho místico que influyó en que el infeliz de Majencio no sobreviviera al chapoteadero. El misterio se le atribuía a un sueño revelador que había tenido Constantino I durante la noche anterior a la batalla.

Esta revelación la recopila Javier Martín Serrano en su libro «365 curiosidades asombrosas de la Historia, la Ciencia y las Religiones»: «El origen de la cruz como símbolo de la fe cristiana se remonta a un hecho biográfico del emperador romano Constantino I El grande (280-337). Según cuenta su biógrafo Eusebio Pánfilo, cuando Constantino se dirigía a Majencio, el año 312, donde habría de disputarse una importante batalla (la conocida como del Puente Milvio), apareció ante sí una gran cruz rodeada por la frase «in hoc signo vinces» («con este signo vencerás»). Impresionado, Constantino mandó que a partir de entonces figurase en los estandartes o lábaros de sus tropas una cruz cristiana orlada con tal inscripción. Años después, durante el primer Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, el emperador decretó que fuese adoptada la cruz como símbolo oficial de la religión cristiana».

El Edicto de Milán, la gran estrategia territorial

Constantino I Iegalizaría este credo como estrategia en la expansión de su poder. De esta manera, el emperador representa la primera piedra en los cimientos de la hegemonía de la Iglesia. A pesar de casi tres siglos de persecución y ejecución, la pasión de Cristo reunía cada vez a más seguidores; los cuales vivían escondidos de la ley.

Los primeros cristianos se reunían en lugares de culto clandestinos y se identificaban con el símbolo «ichtys», el pez con el acrónimo de IXCTOS que se refiere a Jesús Cristo Hijo de Dios.

En el año 313 los emperadores de Roma en Occidente, Constantino I, y en Oriente, Licinio, firmarían el Edicto de Milán. Gracias a esta noble transición en la libertad del culto cristiano, el Imperio comenzaría a sentir una nueva fuerza; la cual le permitió estirarse sobre el vasto Mediterráneo oriental. Esto le valdría el sobrenombre de«el Grande».

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