San Ireneo obispo de Lyon - 28 de junio

Escritor del siglo II (140-202), Padre de la Iglesia, el teólogo más profundo e importante de su siglo

Su Vida

Nació cerca del año 140 y, según Eusebio (Historia Ecclesiastica, 5: PG 20,443) en su adolescencia fue oyente de San Policarpo, lo cual hace suponer su procedencia asiática y probablemente de Esmirna. Por esta misma razón, San Jerónimo no duda en llamarlo «hombre de los tiempos apostólicos» (Epist. 77: PL 22,687).

No se sabe el motivo por el que San Ireneo se encontraba en Roma a la muerte de San Policarpo (23 de febrero del 155), como tampoco se conoce la razón por la que abandona el Asia Menor y se traslada a las Galias. Es cierto que en tiempos de Antonino Pío (161-180) era presbítero de la iglesia de Lyon.

Una vez sacerdote, según Eusebio (o. c., PG 20,439), fue enviado por los confesores de aquella diócesis al papa Eleuterio (174-189) para que hiciese de mediador en una cuestión referente al montanismo. El aprecio hacia su persona y su rectitud doctrinal hace explicable el que a la muerte de Fotino, obispo de Lyon, sea nombrado su sucesor (Eusebio, o. c., PG 20,443). Su dignidad episcopal queda también confirmada por los testimonios de San Jerónimo (Epist. 77: PL 22,268) y de Sócrates (Hist. Eccle., 3: PG 67,391).

De su tarea como obispo, conocemos su papel pacificador en la controversia de la Pascua durante el pontificado del papa Víctor I (189-198), cuya intervención nada común también la insinúa Sócrates (o. c., 5:PG 67,627). Se ignora el año de su muerte (cerca del 202) y no parece ser cierto el hecho de su martirio, que según algunos (San Gregorio de Tours, Hist. Francorum, 1,27) ocurrió en la persecución de Septimio Severo. Celebra su fiesta el 28 de junio.

 

san ireneo de lyon

Sus obras

De su producción literaria también nos han llegado noticias a través de Eusebio y de Sócrates aunque solamente dos de sus escritos se nos han trasmitido completos.

La obra principal la escribió contra los gnósticos, cuyo título original griego "Elenjos kai anatrope tes pseudonímou gnóseos" (Demostración y refutación de la falsa gnosis) nos ha conservado Eusebio (o. c., 5: PG 20,446). Se le conoce comúnmente con el nombre de Adversus Haereses, y nos ha llegado no en la lengua original griega sino en una traducción latina muy literal.

Es una obra polémica, dividida en cinco libros. En el primero intenta descubrir como falsas las doctrinas de los herejes (Valentín, Basílides, Cerinto, Marción, Taciano, etc.); en el segundo, refuta con argumentos de razón dichas herejías; en el tercero prueba la misma suerte, pero apoyándose en la Sagrada Escritura; en el cuarto hace lo mismo pero con palabras del Señor, y en el quinto, que trata casi exclusivamente de la resurrección de la carne, ofrece idéntica perspectiva, pero partiendo de otras doctrinas del Señor así como de las epístolas apostólicas.

Se propone, en esta obra, desenmascarar a los herejes para que reconociendo sus errores se conviertan a la Iglesia de Dios a la vez que pretende confirmar la fe de los recién bautizados en la doctrina tradicional.

Su obra "Epídeixis tou apostolikou kerigmatos" (Demostración de la enseñanza apostólica) no es un libro polémico sino más bien apologético. Expone la predicación de la verdad y explana las pruebas de los dogmas divinos; es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del santo, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo.

Además de las obras enumeradas, escribió el "Adversus Gentes" que se titula De scientia (Eusebio, o. c., P; 20,510). Contra los que adulteraban la ley precisa de la Iglesia, escribió diversas cartas: una, llamada "De schi;mate", a Blastus, que vivía en Roma y era favorecedor de innovaciones, y otra al presbítero romano Florino "Sobre la monarquía" o "Que Dios no es el autor del mal" (Eusebio, o. c., PG 20,483-486). Eusebio nos da también noúcia y conserva algún pasaje de la carta escrita al papa Víctor sobre la fecha de la Pascua (o. c., PG 20,499), afirmando que, sobre el particular, escribió también a otros muchos obispos.

 

Su Doctrina

a) Trinitaria:

El principio fontal del que se sirve para refutar los sistemas gnósticos es el de la unidad divina: un solo Dios, un solo Señor, un solo Creador, un solo Padre, sólo El contiene todas las cosas dando el ser a todas ellas. Teniendo en cuenta los presupuestos de la gnosis, identifica el Dios único y verdadero no sólo con el Creador del mundo, sino también con el Dios del Antiguo Testamento. El Padre es Señor y el Hijo es Señor.

El Padre es Dios y el Hijo es Dios, ya que el que ha nacido de Dios es Dios. Asimismo, por la esencia misma y la naturaleza de su ser, se demuestra que no existe más que un solo Dios, aunque en la economía de nuestra redención haya un Hijo y un Padre.

También afirma la divinidad del Espíritu Santo incluyéndolo en el rango de Dios y que Él mismo lo derrama sobre la humanidad por El adoptada. El Espíritu Santo es eterno y se adueña del hombre interior y exteriormente no abandonándolo jamás.

La historia de la humanidad creada y redimida, así como las palabras «hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra» de Gen 1,26 (que el Padre dirige al Hijo y al Espíritu Santo, según I.) prueban claramente la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu.

El Verbo, pues, es Hijo de Dios, Hijo único de Dios y su filiación no comienza con la concepción virginal sino que es eterno como el Verbo que preexiste desde siempre.

Por su parte el Espíritu Santo, que ha hablado por los profetas, que ha enseñado a nuestro padres las cosas divinas y que ha guiado a los justos por el camino de la justicia, es el que, llegada la plenitud de los tiempos, ha sido derramado de un modo nuevo sobre la humanidad, mientras que Dios renovaba al hombre sobre toda la tierra.

El Verbo es quien revela al Padre y el Espíritu Santo es el revelador del hijo.

 

b) Encarnación:

Contra la teoría de Valentín afirma que la carne y sangre de Cristo son tan reales y verdaderas que fue el antiguo plasma de Adán lo que Cristo recapituló en Sí mismo. De esta manera, resulta evidente que si la afirmación de los herejes fuese cierta, el Verbo de Dios no habría tomado la carne ya que el asumirla hubiera supuesto la carga de un elemento despreciable.

Pone un interés especial en probar la realidad de la Encarnación precisamente porque estriba en ella la posibilidad de salvación para la carne.

El hecho de que Cristo asumió una carne verdadera explicará el relato sobre la plasmación del hombre haciendo ver cómo Cristo es el ejemplar del hombre de Gen 2,7.

El que el Verbo aún no hubiese tomado carne acarreó dos efectos desastrosos para el hombre, es decir, olvidándose que había sido hecho a imagen de Aquel que aún no se había manifestado, perdió fácilmente dicha semejanza.

Es, pues, la Encarnación el postulado necesario para que la obra redentora tenga sentido, al mismo tiempo que Cristo hecho carne, sufriente, muerto y revivido apunta a la idea de hombre perfecto, idea ahora realizable, porque de un modo ejemplar se ha realizado ya en Cristo.

Por otra parte, Cristo hecho carne queda constituido, después de restituir su dignidad al hombre plasmado, en mediador entre Dios y los hombres renovando, mediante su obediencia, los vínculos de amistad entre las dos partes alejadas.

 

c) Hombre:

El hombre, hecho de la tierra, es una obra de Dios y las tres divinas Personas intervinieron en su creación con su característica personal. Correspondió al Padre dar la consistencia a la materia ex qua del futuro cuerpo humano; al Hijo, en cambio, configurando la materia según la forma del hombre, le corresponde el cuerpo, el plasma o carne; quien fue capaz de sanar al ciego con el polvo de la tierra hecho barro, fue también capaz de formar ojos y cuerpo con el mismo polvo árido de la tierra que pisamos.

San Ireneo LyonPor eso corresponde al Hijo recapitular en Sí el antiguo plasma de Adán para que sin renunciar a él, sino sólo a sus concupiscencias, pueda el hombre hacerse espiritual y viviente.

Y, por último, corresponde al Espíritu Santo, vistiendo de semejanza interna el cuerpo de Adán, el individuo viviente, dotado de Espíritu de Dios y destinado a poseerle. Y llega a afirmar que la carne y sangre que no tienen el espíritu de Dios están muertos.

En cuanto a su constitución, enseña que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu.

La carne es el elemento capaz de ser perfeccionado, mientras que el alma es un elemento intermedio que se elevará unas veces siguiendo las mociones de la parte espiritual del hombre, o se rebajará otras accediendo a las concupiscencias de la carne.

Si se toma la sustancia-carne, el plasma, e independientemente el espíritu, se tendrá el plasma por un lado y el espíritu por otro pero no resultará el hombre espiritual y perfecto hasta que el Espíritu de Dios, unido al espíritu del hombre, transforme el plasma.

Parece, pues, que son dos cosas totalmente distintas en San Ireneo el hombre perfecto y hombre espiritual y perfecto; hombre perfecto equivale a hombre acabado, íntegro, es decir, que tiene las partes esenciales que hacen que dicho ser sea un hombre y no otra cosa; en cambio, hombre espiritual y perfecto equivale a aquel que una vez constituido en sus partes integrantes -cuerpo, alma y espíritu-, se abre libremente para recibir el Espíritu de Dios.

Tanto el alma como el espíritu tienen asegurada la pervivencia por su misma naturaleza; la carne, en cambio, por configuración propia es perecedera y mortal. Pero Cristo, haciéndose hombre, asumió la carne específicamente igual que la de cualquier otro hombre y redimiéndole con ella y resucitando, aseguró a dicho elemento la perseverancia en su ser.

Y esto no por su propia sustancia, ni por unas fuerzas ocultas que el hombre pudiese despertar en determinado momento; el que la carne adquiera una perseverancia eterna se deberá únicamente a la intervención de Dios, que puede hacer inmortal a lo mortal y puede traspasar de incorruptibilidad a lo que por naturaleza es corruptible.

El Espíritu, absorbiendo a la carne en su debilidad, le comunica su fuerza y virtualidades. Lo débil ha sido asumido por el elemento más poderoso quedando la enfermedad de la carne desterrada por la fuerza del Espíritu; la incorruptibilidad, pues, consistirá en una transfiguración, en un paso de mortal a inmortal, de corruptible a incorruptible, no por su propia sustancia sino por la intervención de Dios.

 

d) Escatología:

san IreneoSi era necesario que fuese asumido lo que había de ser redimido, el fin último de la Encarnación consiste en que el Verbo de Dios depare en los tiempos novísimos una morada apta a cada uno, dado que en este mundo muchos se ponen de parte de la luz y otros se separan de ella.

La obra recapituladora de Cristo aparece, pues, como la designación concreta de cada uno al lugar que le corresponde. Hasta tal punto es necesario un juicio que discrimine la actitud de los hombres, que si éste no se diese habría sido inútil el advenimiento de Cristo.

Si el Hijo ha venido igualmente para todos y el Padre ha hecho a todos de modo semejante dotándolos de recto juicio y de libertad en sus operaciones, es necesario que se declare mediante una acción judicial la sumisión o desacato de los hombres.

La comunión con Dios es vida, luz y participación de su gozo; en cambio, los que haciendo uso de su libertad rompen la comunión con Dios, se separan de Él y de todo lo que tal unión lleva consigo. Y dado que Dios es eterno, eterna será la participación en su gozo y eterna la duración de los sufrimientos. El juicio supone que la obra comenzada en la Encarnación ha quedado consumada.

Y del mismo modo que existe la comunión con Dios que asegura la comunión en su eterna gloria, existe también la comunión con el diablo. Él recapitulará toda maldad, de modo que los que le están unidos por el lazo de la injusticia y de la impiedad participarán siempre con él en la maldición del fuego sin fin.

 

e) Iglesia:

Sus ideas en torno a la Iglesia pueden ser agrupadas en los apartados siguientes:

1. Cristo Cabeza de la Iglesia atrae a Sí todas las cosas a su debido tiempo continuando, mediante ésta, la obra de renovación hasta el fin de los tiempos.

2. A diferencia de los gnósticos, que no tienen un cuerpo de doctrina uniforme y armónico, la Iglesia, extendida por todo el mundo, guarda celosamente la fe recibida de los Apóstoles y de sus discípulos como si estuviera toda reunida en una sola casa y cree todo como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón y su predicación y tradición es conforme a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca.

3. Así como la gnosis está reservada a pocos, la Iglesia, en cambio, esparcida por la tierra abarca a los hombres de todos los tiempos; y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la fe y de la tradición es en todas partes la misma.

4. Solamente los Apóstoles y sus sucesores han recibido del Padre el don seguro de la verdad, carisma, por tanto, que falta a los herejes puesto que no son sucesores de los Apóstoles.

 

f) Primado de la Iglesia romana:

El texto que dice relación al Primado es el siguiente:

«Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est, omnes qui sunt undique fideles, in qua semper ab his qui sunt un ¡que, conservada est ea quae est ab apostolis traditio»; porque, a causa de su principalidad, es preciso que concuerden con esta Iglesia todas las iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica por los fieles que son en todas partes (Adv. Haereses, III,3,2).

En el contexto trata San Ireneo sobre la Iglesia romana y demuestra que la tradición que ésta ha recibido de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los hombres han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos.

Diversos son los significados que los autores estudiosos de dicho texto han atribuido a la palabra principalitatem:

1) El de origen apostólico. Entonces, según esta interpretación, el texto sería propter potentiorem apostolicitatem, lo cual, se puede afirmar, incluye grados en la apostolicidad, a no ser que se conceda un ius speciale a San Pedro como cabeza. Abundando más, se prueba históricamente que la apostolicitas no libera a las otras iglesias del error, como sucedió con la de Corinto, la cual, gracias a Clemente Romano, fue traída de nuevo a la fe.

2) El de origen o principio. Si se entiende dicho origen o principio por apostolicidad, en tal caso, presenta los mismos defectos que la sentencia anterior; por el contrario, si se ha de entender cronológicamente, resulta que la Iglesia de Antioquía y, sobre todo, la de Jerusalén son anteriores a la de Roma.

3) Y por último, el de autoridad, sentencia más común entre los autores católicos.

 

También han sido muchas las soluciones sobre el significado del fideles de la frase ab his qui sunt undique. Esperamos el estudio prometido por A. M. Javierre en el que prueba que fideles equivale a episcopi. Por consiguiente, para tener seguridad sobre la ortodoxia de una doctrina, basta recurrir a la Iglesia de Roma con la que, por su primado de magisterio, deben estar concordes en la doctrina los obispos de todo el mundo.

 

g) Mariología.

Es el teólogo por excelencia del tema María Nueva Eva. La obra de la redención sigue, en el obispo de Lyon, las mismas etapas de la caída del hombre y, por consiguiente, la antítesis Eva-María no es más que un aspecto o un momento de la recapitulación.

Según L. Ciguelli (María Nuova Eva nella patristica greca, Asís 1966, 33. 1) subraya los siguientes puntos:

Eva es una virgen caducada, seducida por el ángel rebelde, desobediente, que causa por sí misma la muerte, virgen condenada, causa de muerte para todo el género humano, que engendra en la corrupción y en el dolor; María, en cambio, es virgen que recapitula a Eva, evangelizada por el ángel fiel, obediente, que causa por sí misma la salvación, virgen abogada de Eva, causa de salvación para todo el género humano, que engendra sin corrupción y sin dolor.

Cristo abrió con toda pureza el seno puro que regenera a los hombres en Dios.

 

+ info -

SAN IRENEO DE LYON

 

J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ. (G.E.R.)
BIBL.: Ediciones: R. MASSUET, París 1710 (reproducido en PG 7); W. W. HARVEY, Sancti Irenaei ep. Lugdunensis libros quinque adversus haereses, Cambridge 1949; F. SAGNARD, Irénée de Lyon: Contre les Hérésies. Livre 111, en Sources Chrétiennes 34, París 1952; A. ROUSSEAU, Irénée de Lyon: Contre les Hérésies. Livre IV, en Sources Chrétiennes 100, París 1965.

 

La ayuda de San Ireneo a la Iglesia primitiva es principalmente una defensa racional de la verdad de la fe

 

San Ireneo de Lyon, obispo y mártir de la Iglesia, alguien a quien algunos de los obispos actuales de la Iglesia han sugerido que debería ser considerado Doctor en Iglesia.

 

Este obispo del siglo II (140-202) vive cuando la Iglesia estaba creciendo y expandiéndose en su identidad todavía joven. Después de la muerte del último Apóstol, San Juan, fue tarea especial de los Padres de la Iglesia post-apostólicos - hombres como Justino el Mártir, Ignacio de Antioquía e Ireneo de Lyon - mantener viva la fe.

ireneoIreneo había sido, según la mayoría de los relatos, un discípulo de San Policarpo, quien era uno de los seguidores de San Juan Evangelista.

Por lo tanto, Ireneo habría tenido una conexión especial, a través de Policarpo, con Juan, el discípulo amado, y por lo tanto, con los otros apóstoles y con el primer papa, Pedro.

¿Cómo ayudó San Ireneo al papado y al episcopado en los primeros días de la Iglesia? Principalmente estando disponible para hacer una defensa racional de la verdad de la fe.

Se centra en la Tradición, un concepto que lamentablemente se malinterpreta en la actualidad. Este es el ataque de Ireneo a los gnósticos herejes, quienes afirmaban tener un "conocimiento secreto" de Dios:

Así, la tradición de los apóstoles, manifestada en todo el mundo, está presente en cada iglesia para ser percibida por todos los que desean ver la verdad.

Podemos enumerar a los que fueron nombrados por los apóstoles como obispos en las iglesias como sus sucesores incluso hasta nuestro tiempo, hombres que enseñaron o no sabían nada de lo que imaginan locamente.

Sin embargo, si los apóstoles hubieran conocido misterios secretos que habrían enseñado en secreto a los “perfectos”, desconocidos para los demás, los habrían transmitido especialmente a aquellos a quienes confiaron las iglesias.

Porque querían que aquellos a quienes dejaron como sucesores, y a quienes transmitieron sus propias posiciones de enseñanza, fueran perfectos e irreprensibles (1 Ti. 3: 2) en el mismo respeto.

Si estos hombres actuaran correctamente, sería un gran beneficio, mientras que si fracasaran, sería la mayor calamidad. (Contra las herejías Lib. 3, cap. 3,2 como se encuentra en Robert M. Grant, Irenaeus of Lyons, The Early Church Fathers , Londres: Routledge, 1997, 124])

 

Al describir la legítima sucesión de los apóstoles, Ireneo escribe:

Señalamos aquí las sucesiones de los obispos de la más grande y antigua Iglesia conocida por todos, fundada y organizada en Roma por los dos más gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo, esa Iglesia que tiene la tradición y la fe que nos llega.

Después de haber sido anunciado a los hombres por los apóstoles. Con esa Iglesia, por su origen superior, todas las Iglesias deben estar de acuerdo, es decir, todos los fieles del mundo entero, y es en ella donde los fieles de todas partes han mantenido la tradición apostólica. ( Contra los herejes , 3: 3: 2)

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Yendo más allá, en su batalla con los herejes, San Ireneo lleva a sus lectores a través de los primeros papas, llevándonos a algunas de las dificultades teológicas que enfrentaba la Iglesia de su época. Al describir la carta del Papa San Clemente a los corintios, afirma:

Aquellos que lo deseen pueden aprender que el Dios proclamado por las iglesias es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y pueden entender la tradición apostólica por esta carta, más antigua que los que ahora enseñan falsamente que hay otro dios por encima del Demiurgo y Creador de todos.

Con la misma secuencia y doctrina, la tradición de los apóstoles en la iglesia, y la predicación de la verdad, ha llegado hasta nosotros.

Esta es una prueba completa de que la fe vivificante es una y la misma, preservada y transmitida en verdad en la iglesia desde los apóstoles hasta ahora. ( Against the Heresies Lib. 3, cap. 3,3 como se encuentra en Robert M. Grant, Irenaeus of Lyons, The Early Church Fathers , Londres: Routledge, 1997, 164])

 

Una de las principales razones por las que San Ireneo pudo refutar a los gnósticos se debe a su falta de tradición. El Catecismo de la Iglesia Católica dice (83):

La Tradición aquí en cuestión proviene de los apóstoles y transmite lo que recibieron de la enseñanza y el ejemplo de Jesús y lo que aprendieron del Espíritu Santo.

La primera generación de cristianos aún no tenía un Nuevo Testamento escrito, y el mismo Nuevo Testamento demuestra el proceso de la Tradición viva.

La tradición debe distinguirse de las diversas tradiciones teológicas, disciplinarias, litúrgicas o devocionales, nacidas en las iglesias locales a lo largo del tiempo.

Estas son las formas particulares, adaptadas a diferentes lugares y épocas, en las que se expresa la gran Tradición. A la luz de la Tradición, estas tradiciones pueden conservarse, modificarse o incluso abandonarse bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia.

 

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La falta de comprensión de la Tradición era un problema entonces en la Iglesia primitiva y sigue siendo un problema hoy. San Ireneo es necesario como maestro y ejemplo ahora más que nunca.

John P. Cush

nationalcregister.com

San Pedro - 29 de junio

Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra".

Su fiesta se celebra el 29 de junio junto a San Pablo. Llegó a Roma en el año 42 y murió martir en el año 67.

El buen Simón de Betsaida, bronco y tierno como una ola del mar de su patria, fogoso y sencillo como un mílite de las legiones romanas, es una de las figuras más humanas y mas encantadoras que desfilaron por la órbita divina del Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la personalidad histórica de San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su cálido humanismo la simpatía y el amor de todas las generaciones cristianas.

Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra".

 

 

El evangelista San Juan nos narra el primer encuentro de Jesús con San Pedro con la santa simplicidad de estas palabras: “Andrés halla primero a su hermano Simón y le dice: Hemos hallado al Mesías. Llevóle a Jesús. Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (lo. 1, 41-42). Jamás olvidaría Pedro de Betsaida esa mirada y esa delicadeza exquisita de Jesús. Tiempo adelante, el porvenir nos daría la clave y el sentido de este cambio de nombre y confirmaría el vaticinio de Jesús de Nazaret.

A pesar del laconismo biográfico del Evangelio, en sus páginas encontramos datos más que suficientes para formarnos una idea clara y cabal de la fisonomía moral del apóstol San Pedro. Vehemente y francote por temperamento, un poco o muchos pocos presuntuosillo, transparente y casi infantil en la manifestación de sus espontáneas y más íntimas reacciones psicológicas, encontramos en la veta de sus valores morales un alma bella, un gran corazón, una lealtad, una generosidad, unas calidades humanas tan entrañables y subyugantes que aún hoy, a distancia de siglos, la fragancia de su recuerdo perdura y atrae la simpatía y la confianza de las generaciones cristianas.

Al primer llamamiento vocacional de Jesús el corazón de Pedro, abierto siempre a todo lo grande y generoso, abandona todo lo que tenía. Poco, ciertamente; pero todo lo deja por seguir a Cristo con la confianza de un niño, el ardor de un soldado. Algo especial vio Jesús en la humanidad cálida y abierta del antiguo pescador de Betsaida, cuando, por un acto de su misericordiosa predilección, le elige para la misión de "pescador de hombres" (Lc. 5, 11), para ser la piedra fundamental de la Iglesia (Mt. 16, 18) y cabeza suprema de los doce apóstoles y de toda la cristiandad (lo. 21,15-17). Para ser el predilecto entre los tres apóstoles predilectos de Cristo, otorgándole la promesa y la garantía de una asistencia especial, a fin de que su fe no vacilara y confortara la de sus hermanos (Lc. 22,31).

Así fue, en efecto. A las puertas de Cesarea de Filipo, Cristo le promete el primado universal y supremo sobre toda la Iglesia; y más tarde, en el candor intacto de una mañana primaveral, junto a la orilla del Tiberíades, Cristo, ya resucitado, cumple esta promesa al conferirle el poder de apacentar a las ovejas y a los corderos de su grey. Aquella promesa fue el premio a la fe de San Pedro, y su cumplimiento fue realizado ante las pruebas de amor de Pedro hacia el Maestro y Pastor de todos los pastores.

Pedro y Pablo

 

La fe ardiente y el amor profundo de Pedro a Jesús constituyen los trazos más destacados de su semblanza y de su vida toda. Basta evocar el recuerdo de estos pasajes evangélicos y de la vida de Pedro: su confesión en Cesarea de Filipo, su actitud después del discurso anunciador de la institución de la Eucaristía, en el lavatorio de los pies de los apóstoles en el Cenáculo, en el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos, en las lágrimas amargas que empezó a derramar después de la caída de sus tres negaciones, en su carrera madrugadora hacia el sepulcro de José de Arimatea, en su lanzamiento al agua y entrega total de la pesca milagrosa para llegar pronto y obedecer sin regateos al Maestro, en la escena romana del Quo vadis?, en el testimonio y en la forma de su martirio.

Amor que fue siempre correspondido, y con predilección, por Jesucristo, como se transparenta —entre otras ocasiones— en el encargo expreso que las piadosas mujeres recibieron del ángel en el alba de la mañana de la Resurrección: "Decid a sus discípulos y a Pedro... (Mc. 16,7).” A Pedro, concreta, particular y principalmente: Tal vez el pobre San Pedro seguiría llorando amargamente su triple negación, sin que sus lágrimas pudieran borrar de la retina de sus ojos el reflejo de aquella dulce mirada de Jesús en el patio hebreo de la casa de Caifás. Tal vez, replegado en el regazo contrito de su dolor y de su cobardía, no se atreviera a acercarse al buen Jesús; sin embargo, Jesús le seguía amando y mantenía su promesa de levantar sobre Pedro el edificio colosal de la Iglesia católica.

Frente a los prejuicios sectarios y a las interpretaciones torcidas en torno a la designación de Pedro como jefe y maestro supremo y universal de la Iglesia, ahí están los documentos históricos del Evangelio y la actuación primacial de San Pedro en la vida interna y externa de la Iglesia. Los pasajes del capítulo 16 del evangelio de San Mateo y del capítulo 21 del evangelio de San Juan son tan claros que, ante su claridad solar, algunos debeladores del primado de San Pedro no tienen otra salida que el negar la autenticidad histórica de esos pasajes evangélicos. En conformidad con su sentido actuó siempre San Pedro, y todos los cristianos vieron en esta conducta la puesta en práctica de sus poderes, concedidos por Cristo y simbolizados en la entrega de las llaves del reino de los cielos al antiguo pescador de Betsaida.

Efectivamente, fue San Pedro quien anatematiza al primer heresiarca Simón Mago; quien recibe en Joppe la ilustración de Cristo en orden a la universalidad de la joven Iglesia y marcha a Cesarea a convertir al centurión romano Cornelio; quien preside y define la actitud dogmática de la Iglesia en el concilio de Jerusalén; quien propone a los fieles la elección del sustituto del traidor Judas en el Colegio Apostólico; quien en el día augural de Pentecostés se levanta, en nombre de todos, para arengar a la multitud y exponer la doctrina y el mensaje divino de Jesús; quien es consultado y obedecido por San Pablo, quien anuncia el castigo a Ananías y a Tafita, y es citado y ocupa siempre el primer lugar.

Todos acuden a Pedro, y Pedro acude a todas partes, dejando con sólo la sombra de su cuerpo una estela de milagros, y abriendo con su palabra horizontes de luz, de unidad, de universalidad y de paz.

Esta posición y esta influencia de San Pedro dentro y fuera de la Iglesia fue el origen de su encarcelamiento en Jerusalén y de su sentencia de muerte dada por Herodes Agripa, el nieto de aquel Herodes degollador de los niños inocentes y sobrino de Herodes Antipas, el asesino del Bautista y burlador de Cristo en los días de la Pasión. El odio contra la naciente Iglesia se centraba ya en su primera cabeza visible, en San Pedro. La pluma de Lucas nos lo afirma en el libro de los Hechos de los Apóstoles, al decir: "Y entendiendo (Herodes Agripa) ser grato a los judíos, siguió adelante prendiendo también a Pedro" (Act. 12,3).

Esta narración bíblica del prendimiento y liberación de San Pedro por un ángel, horas antes de la ejecución de la sentencia de su muerte, es todo un poema, una de las páginas más bellas, más emotivas, más realistas y de más fino sentido psicológico de la literatura universal al servicio de la verdad histórica. La Iglesia la recuerda y conmemora litúrgicamente en la fiesta de San Pedro ad víncula.

Libertado por el ángel, Pedro salió de Jerusalén. El libro de los Hechos de los Apóstoles, después de la escena encantadora y realísima ocurrida en “la casa de María, la madre de Juan, apellidado Marcos", añade: "Y, partiendo de allí, se fue a otro lugar" (12,17). ¿Cuál es este lugar? ¿Adónde se dirigieron los pasos peregrinos de San Pedro recién liberado? ¿A Roma? ¿A Cesarea? ¿A Antioquía?

Con certeza histórica no lo sabemos. Lo cierto es que a San Pedro volvemos a encontrarle en Antioquía; que una antigua tradición afirma que San Pedro fue el primer obispo de Antioquía; que la Iglesia admite y confirma esta tradición con la institución litúrgica de la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Antioquía; que Eusebio, en su Historia Eclesiástica, nos dice que Evodio fue el segundo obispo de Antioquía y sucedió a San Pedro.

¿Fue a raíz de su milagrosa liberación de la cárcel de Jerusalén cuando Pedro fue por primera vez a Antioquía? ¿Había ido anteriormente, hacia el año 36 o 37, después de la muerte del protomártir San Esteban, a fundar la primera cristiandad antioqueña? Tampoco podemos contestar con certeza a estas preguntas.

Más importancia teológica e histórica presenta y encierra el incidente de Antioquía aludido por San Pablo en su Epístola a los gálatas (2,11). Tiempos eran aquéllos en los que, por una parte, las formas de expresión del viejo culto judaico estaban más concretadas que en la nueva religión cristiana, y, por otra parte, los judíos cristianos de Jerusalén —especialmente los de procedencia farisea— abrigaban la ilusión de esperar en la joven Iglesia un simple florecimiento espiritualista y más lozano de la antigua sinagoga mosaica. Por ello, algunos judíos cristianos defendían que el mundo de la gentilidad sólo podía entrar en la Iglesia de Cristo pasando previamente por el Jordán de la circuncisión y la observancia total de la Ley de Moisés.

El problema era de fondo, no sólo de forma y de rito. Porque obligar a la circuncisión a los gentiles, y a la observancia de los ritos mosaicos, equivalía a reducir la Iglesia de Cristo a la estrechez nacionalista de la vieja sinagoga, a negar la universalidad de la redención por los méritos de Cristo, a hacer del cristianismo universal y universalista una religión de raza.

El aspecto dogmático y religioso de esta cuestión había sido ya resuelto, hacia el año 50, en el concilio de Jerusalén, al definir la no obligatoriedad de la circuncisión y de la observancia de la ley mosaica, y precisamente se había zanjado por la autoridad de San Pedro. Mas, en la práctica, seguían algunos judíos cristianos absteniéndose en las comidas de los manjares impuros según la ordenanza y el rito de la Ley de Moisés. Efectivamente, desde el punto de vista dogmático y teológico la cuestión estaba resuelta en el plano del pensamiento; pero la continuidad de su planteamiento, aun en el plano del rito y de la práctica, seguía presentando serios y graves peligros para la desviación doctrinal en torno a la unidad y universalidad de la Iglesia.

El incidente ocurrido en Antioquía entre Pedro y Pablo fue originado por las condescendencias del gran corazón de San Pedro en el terreno de las conveniencias prácticas de la prudencia, no de los principios doctrinales de la Iglesia. San Pablo no era un hombre de medias tintas ni de términos medios, y en la condescendencia del corazón de San Pedro vio "una simulación" —así la califica— que en el orden de las conductas podría, por orgullo de raza, dar pretextos para seguir manteniendo, dentro de la catolicidad de la Iglesia, un muro de separación entre judíos y gentiles, como en el templo de Jerusalén.

San Pablo no transigía ante estas condescendencias rituales de San Pedro, y el Espíritu Santo, que, por encima de todas las flaquezas, dirige a la Iglesia de Dios, facilitó los caminos a la expansión ecuménica del cristianismo. El muro que en el templo de Jerusalén separaba a los gentiles y judíos fue derrumbado para siempre. Sobre sus escombros y sus ruinas se levantan hoy, abiertas y campeadoras, las columnas berninianas la gran plaza romana, precisamente, de San Pedro.

La fantasía novelera de la Escuela de Tubincia se atrevió un día a lanzar por el mundo la especie de una oposición dogmática y de una indisciplina jerárquica entre ambos príncipes de la Iglesia. Hoy la misma crítica histórica contemporánea ha echado por tierra tal imputación, Pedro y Pablo, figuras cimeras de la Iglesia, almas hermanadas por una misma fe y un mismo amor, sellaron con la sangre del martirio sus nombres y sus vidas bajo los cielos de Roma. Por encima de sus distintos temperamentos, un mismo credo, un mismo amor, un mismo ideal, les unió en el combate y en la muerte, emparejando sus personas, tan íntimamente, que ya, desde los primeros tiempos de la Iglesia, aparecen juntos en el medallón de las catacumbas de Santa Domitila y en el más antiguo aún sarcófago de Junio Baso, hallado en la cripta del Vaticano,

Si los enemigos de la Iglesia han gastado tanta tinta en combatir la institución misma delPrimado, mayores aún son sus ataques contra el hecho histórico-dogmático del Primado de Pedro y de sus sucesores en la cátedra de Roma. Frente a la claridad que brota de los documentos históricos en favor de las tesis católicas, se empeñan en afirmar que, tanto la institución del Primado en la Iglesia como su encarnación en la persona de Pedro y en el obispo de Roma, son productos puramente naturales de un proceso evolutivo histórico.

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Estatua de san Pedro en Cafarnaún

Ni el Evangelio ni la Iglesia temen a la verdad, y ahí están las realidades históricas proclamando la verdad católica en relación con el Primado de Pedro y de sus sucesores los papas. La Iglesia había de desarrollarse como el grano de mostaza y perpetuarse a través de los siglos. La indefectibilidad de la Iglesia exige una autoridad indefectible también, y para ello Cristo la cimentó en la piedra, en Cefas, en Pedro, y contra esa piedra ni han prevalecido ni prevalecerán las puertas del infierno. Dos mil años de historia vienen confirmando esta realidad, garantizada por la promesa de Cristo Dios (Mt. 16,18).

La estancia de San Pedro en Roma, su pontificado romano y su martirio en la Ciudad Eterna son hechos históricos hoy admitidos por todos los historiadores responsables y de buena fe. El mismo Harnack, nada sospechoso, llega a afirmar "que no merece el nombre de historiador el que se atreve a poner en duda esta verdad". La fecha de la misma llegada y la duración de la estancia en Roma de San Pedro son hoy cuestiones aún por dilucidar, así como la fecha exacta de su martirio en tiempos de Nerón.

¿Fue San Pedro el primer sembrador de la semilla evangélica en Roma? ¿Fueron los romanos residentes en Jerusalén en el día de Pentecostés, a quienes alude el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,10) y convertidos a la fe de Cristo por el discurso de San Pedro? ¿Fueron los judíos dispersos de Jerusalén los que, con motivo de la persecución de Herodes Agripa, se alejaron hasta Roma y fundaron el primer núcleo de la cristiandad romana entre la numerosa colonia judía del Trastevere? Nada sabemos con certeza histórica sobre estas interrogaciones tan sugerentes.

El hecho cierto es que Pedro estuvo en Roma y que fue su primer obispo. Desde Roma escribió su primera carta a los fieles del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, fechada en Babilonia (5,13), nombre simbólico universalmente interpretado por Roma, la ciudad pagana sucesora o representante de la antigua Babilonia. Los testimonios de Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro en el pontificado romano; de Ignacio de Antioquía en su epístola dirigida a los romanos; de San Ireneo, en su tratado Contra todas las herejías, y recientemente las últimas excavaciones realizadas en la cripta de la basílica Vaticana, demuestran hasta la evidencia la estancia de San Pedro, su pontificado y el ejercicio de su jurisdicción primacial en Roma y en toda la Iglesia.

Roma y San Pedro son dos términos plenos de grandeza histórica, que se asocian espontáneamente en la inteligencia y en el corazón de todos los cristianos. Según una antiquísima tradición, el pontificado romano de San Pedro duró veinticinco años: "Annos Petri non videbis". Esta tradición viene a confirmar la opinión de los que afirman que la primera llegada de San Pedro a Roma aconteció hacia el año 42, y su martirio hacia el año 67.

En efecto, el martirio de San Pedro ocurrió entre estas dos fechas extremas: entre el año 64, fecha del gran incendio de Roma, y el año 68, fecha de la muerte de Nerón. San Juan en su evangelio nos legó estas palabras de Jesucristo a San Pedro: "En verdad, en verdad te digo: Cuando eras más joven tú mismo te ceñías y andabas adonde querías; mas cuando hayas envejecido extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde tú no quieras" (21, 18-19). Era una alusión delicada al martirio del apóstol.

En el verano del año 64 un gran incendio devastó gran parte de la ciudad de Roma. Mientras ocurría la gran catástrofe, Nerón —según escribe Tácito en sus Anales— cantaba en su teatro privado su poema acerca de la ruina de Troya, aspirando a la gloria de fundar una ciudad nueva que llevase su nombre.

Esta actitud de Nerón dio ocasión al rumor popular de que el incendio de Roma había sido provocado por el propio emperador; Nerón acusó entonces a los cristianos como causantes y provocadores del incendio de Roma, y comenzó su sanguinaria persecución contra la Iglesia. Torrentes de sangre cristiana corrieron por el circo, por las cárceles, por las afueras de Roma. La leyenda, flor de la historia, ha recogido la escena enternecedora del Quo vadis, que la piedad y el arte cristiano nos recuerdan en la devota capilla romana del Quo vadis, erigida en el lugar donde Jesús se apareció a San Pedro, cuando huía de Roma despavorido por la persecución neroniana. Pedro pregunta al Maestro: "Señor, ¿adónde vas?" y el Señor le responde: "A Roma, para ser otra vez crucificado". Pedro comprende la significación y el alcance de este dulce reproche de Jesús, y retorna a la ciudad de su martirio.

Pronto es apresado por los esbirros de Nerón. El peregrino cristiano visita en Roma con profunda veneración la célebre cárcel Mamertina, donde fue preso San Pedro, y donde convirtió y bautizó a sus mismos carceleros, Proceso y Martiniano, futuros mártires de la fe cristiana,

Poco tiempo después el gran apóstol San Pedro moría clavado en la cruz, como su Maestro; pero, en conformidad con su propio deseo, cabeza abajo, dándonos con esta actitud una gran prueba de su humildad y de su amor a Cristo Jesús. Su sangre cayó cerca del obelisco de Nerón, en la colina vaticana, donde se levantó la antigua basílica Constantiniana y hoy se alza la gran basílica que lleva su nombre.

La tumba del gran apóstol San Pedro se yergue bajo la bóveda grandiosa del Bramante, el monumento más hermoso del orbe. Ante el altar de la confesión y de la tumba del apóstol arrodillémonos con veneración, y, a semejanza del viejo pescador de Betsaida, volvamos nuestro espíritu hacia Cristo Redentor, para repetir el eco de la fe y de la plegaria de San Pedro: "Tú eres Cristo, el Hijo del Dios viviente".

La Iglesia celebra con los máximos honores de su liturgia la fiesta de San Pedro, en el mismo día que la fiesta de San Pablo. Ellos fueron, y serán siempre, los Príncipes de los Apóstoles, Así los ha apellidado la Iglesia, así los invoca la fe y el arte de las generaciones cristianas.

Pedro Cantero Cuadrado

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SAN PEDRO APÓSTOL

LO QUE SABEMOS SOBRE HIPATIA DE ALEJANDRÍA

MATEMÁTICA Y FILÓSOFA

ASESINADA EN MARZO DEL 415

 

DATOS QUE PARECEN MÁS SEGUROS

  1.  Hipatia significa "La más grande".
  2.  No se sabe exáctamente cuándo nació, pero sí que murió en marzo del año 415, en Alejandría.
  3.  Era miembro de una familia destacada. Su padre, Teón, fue un científico conocido, miembro del Museo, escritor, interesado en textos herméticos y órficos. Tenía una gran erudición matemática y astronómica, especialmente sobre sus predecesores alejandrinos, y contagió a su hija el interés por esas cuestiones.
  4. El otro gran interés de Hipatia fue la filosofía. A propósito de esto, formó un grupo (integrado por personas de buenas familias) que basaba su convivencia en el sistema platónico de las ideas y en lazos interpersonales. Esta comunidad presenta rasgos de influencia gnóstica: por ejemplo, hablan de misterios para denominar los conocimientos que les transmite su “guía divina”, y creen que las personas de rango social inferior son incapaces de comprender estas cuestiones.
  5. Gozaba de gran autoridad moral entre sus contemporáneos, que admiraban especialmente su autodominio, manifestado en la abstinencia sexual (se mantuvo virgen toda su vida), la modestia en el vestir (se cubría con el llamado “manto filosófico”) y, en general, la moderación en el modo de vida.
  6. No practicaba activamente el paganismo, ni le atraía el politeísmo; simplemente lo consideraba un elemento más de la cultura griega que tanto admiraba. Es decir, su platonismo no incluía la celebración de rituales, magia o adivinación. De hecho, entre sus discípulos había cristianos y personas que simpatizan con el cristianismo (dos de ellos llegaron a ser consagrados obispos, como Sinesio de Cirene). Hipatia protegía a sus alumnos cristianos y había amistad entre éstos y sus compañeros paganos.
  7. Se produjo un desencuentro entre el prefecto de la ciudad, Orestes, y el obispo Cirilo, por las injerencias de éste último en cuestiones civiles y los enfrentamientos entre judíos y cristianos (aunque hay que recordar que Orestes era cristiano, como correspondía en esa época a un representante del emperador). Hipatia se puso del lado de Orestes y recordó a Cirilo el ejemplo de su antecesor, Teófilo, que, a pesar de ambición y su campaña contra el paganismo, no era dictador y buscaba y conseguía el apoyo de las autoridades imperiales: había colaboración armoniosa entre autoridades civiles y eclesiásticas.De hecho, ella siempre se había relacionado libremente con las autoridades municipales y nunca nadie la había molestado; podía manifestar su independencia política en lugares públicos sin problema, y la gente sabía que los gobernantes buscaban sus consejos. Ahora, en cambio, empieza a haber rumores de que ella es la causa de que obispo y prefecto no se reconcilien, que se acentúan cuando Orestes se muestra intransigente a una reconciliación con Cirilo. Además, empiezan a circular otros rumores calumniosos sobre Hipatia y su relación con supuestas ceremonias mágicas, hechizos satánicos, etc.
  8. Años 414-415: Hipatia pasa de observadora a participante activa en política, ayudando a Orestes a crear una especie de partido político; en respuesta, surge otro que apoya a Cirilo. Los partidarios de éste último se hallan preocupados por la influencia de Hipatia y las relaciones influyentes que posee (entre ellas, algunos cristianos).
  9. Marzo de 415: en plena Cuaresma, una multitud, al mando de un tal Pedro, se abalanza sobre la litera de la filósofa cuando ésta volvía a casa tras un paseo por la ciudad. La golpean y la arrastran hasta el Cesarión, un antiguo templo de culto al emperador transformado en iglesia, donde la golpean de nuevo con tejas; a continuación, llevan sus restos hasta el Cinareo, donde los queman.
  10. El de Hipatia parece más un asesinato político, no religioso, provocado por viejos conflictos. Tras este hecho, Orestes renunció a la lucha y se fue de Alejandría para siempre, de modo que las únicas protestas que hubo, más bien tímidas, vinieron de los concejales. Finalmente la ciudad se pacificó.

 

DATOS PROBABLES

  1. Existen divergencias entre los expertos sobre la fecha de nacimiento de Hipatia. Las propuestas oscilan entre el 355 y el 370 d.C., aunque la primera resulta más verosímil; en otras palabras, es bastante probable que la filósofa alejandrina rondara los 60 años cuando fue asesinada.
  2. El carácter exaltado de los alejandrinos pudo influir decisivamente en el lamentable episodio de la muerte de la filósofa. Dicho carácter se muestra en el hecho de que en aquella época hubo otros crueles asesinatos, como los de dos obispos impuestos a los alejandrinos por la corte imperial de Constantinopla: Jorge de Capadocia, que en el año 361 fue atado a un camello, despedazado y sus restos quemados; y Proterio, que en el 457 fue arrastrado por las calles y arrojado al fuego. Igualmente, pocos años después del asesinato de Hipatia, en el 422, el prefecto imperial fue muerto en un tumulto. De hecho, el propio obispo Cirilo reprochó al pueblo su carácter levantisco y pendenciero, en su homilía pascual del año 419.

hipatia

DATOS HIPOTÉTICOS

  1. Algunos creen que pudo estar casada con un tal Isidoro, aunque no hay datos que lo demuestren y, a la luz de lo que sabemos, resulta bastante improbable.
  2. Tampoco está claro que el asesinato de la filósofa se produjera por orden del obispo Cirilo, aunque algunas fuentes parecen acusarlo indirectamente de ello.
  3. Es posible que la actividad política de Hipatia estuviera apoyada por los judíos de la ciudad, puesto que Orestes apoyaba a su vez la resistencia de éstos contra el obispo.

 

BIBLIOGRAFÍA:

- Dzielska, María, Hipatia de Alejandría, Ediciones Siruela, Madrid, 2004 (2ª edición: 2006).
- Sinesio de Cirene, Cartas, Introducción, traducción y notas de F. A. García Romero, Editorial Gredos, 1995.

- Sócrates Escolástico (Sócrates de Constantinopla), Historia ecclesiastica, libro VII, capítulos 13 a 15.
- Juan Malalas, Chronographia, capítulo 14

 

Crítica cinematográfica de la película Ágora

¿Sabes quién era san Cirilo de Alejandría?

 

 

Ver en Wikipedia

 

 

San Ireneo de Lyon representó una figura decisiva en entre las primeras generaciones de cristianos

Nacido en Asia Menor, hacia el 130, fue discípulo de san Policarpo, en Esmirna. Marchó a Francia, donde fue elegido obispo de Lyon. Testigo fiel de la Tradición apostólica, defendió la fe contra los errores agnosticos, escribiendo una de la obras teológicas más importantes de la antigüedad cristiana. Murió mártir hacia el año 200.

La verdadera fe cristiana no es un invento de intelectuales, sino la que transmiten los obispos, sucesores de los apóstoles, aclara Benedicto XVI.

Así lo explicó en su intervención durante la audiencia general el 28 de marzo de 2007, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano con la participación de algo más de 20.000 peregrinos, dedicada a presentar la figura de san Ireneo de Lyon, figura decisiva entre las primeras generaciones de cristianos.

Fallecido entre el año 202 ó 203, probablemente mártir, Ireneo fue alumno del obispo Policarpo de Esmirna (en la actual Turquía), quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. Tras mudarse a la ciudad de Lyon, en Galia, tras la persecución del emperador Marco Aurelio, se convirtió en obispo de esa ciudad.

Ha pasado a la historia por ser el «primer gran teólogo de la Iglesia», en el sentido de que creó la teología sistemática, y «el campeón de la lucha contra las herejías», en particular, el gnosticismo.

La «gnosis», como aclaró el pontífice, es una doctrina, según la cual, «la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles».

 

San Ireneo Doctor Iglesia

 

«Por el contrario --según esta corriente--, los iniciados, los intelectuales --se llamaban “gnósticos”-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista».

«Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas», constató el Papa.

«Para Ireneo la “regla de la fe” coincide en la práctica con el “Credo” de los apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio».

«El Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era discípulo».

Por eso, indicó el sucesor de Pedro, «la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles».

«Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios», aclaró.

«No hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales».

«La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios».

Al ilustrar la enseñanza de san Ireneo, Benedicto XVI explicó que «al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima».

«Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo», recordó.

«Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia», concluyó el obispo de la ciudad eterna.

 

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SAN IRENEO DE LYON

 

Catequesis completa de Benedicto XVI sobre san Ireneo de Lyon

 

 

SAN CIRILO DE ALEJANDRIA

(+ 444)

 

San Cirilo Alejandrino es uno de los Santos Padres más celebrados de la Iglesia oriental antigua. Fue, durante treinta y dos años, patriarca de Alejandría, ciudad en que confluían la ciencia del paganismo, del judaísmo y del cristianismo. Ciudad, puesta al frente de todo el Egipto en lo político y en lo eclesiástico.

Su actividad literaria coincide con el siglo de oro de la literatura patrística. En la historia eclesiástica su nombre va vinculado al concilio de Efeso, tercero ecuménico, y en la defensa de la fe brilla como lumbrera rutilante en la magna controversia, nestoriana. Su doctrina cristológica y las estrechas relaciones eclesiásticas que le unieron con la cátedra romana le hicieron acreedor de la simpatía y veneración de la Iglesia universal.

Nació San Cirilo, según parece, en la misma ciudad de Alejandría. Era sobrino del prepotente patriarca Teófilo, que rigió los destinos de aquella iglesia madre entre los años 385-412 y se hizo famoso por su enconada lucha con San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla.

De posición social acomodada y cristiana, recibiría esmerada educación según las tradiciones más purasde la antiquísima iglesia alejandrina y frecuentaría, en su juventud, las aulas de la escuela que fundara San Panteno e ilustraron Clemente, Orígenes, Dídimo el Ciego y el gran Atanasio.

Los escritos transmitidos y su actividad pastoral nos obligan a imaginarlo dedicado de lleno a su formación sacerdotal y preparación intelectual en los últimos años del glorioso siglo IV, cuando las sedes eclesiásticas principales ostentaban figuras luminosas en ciencia y santidad, como San Ambrosio de Milán. San Dámaso en Roma, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio de Nisa y San Juan Crisóstomo en Constantinopla.

 

San Cirilo de Alejandría

San Cirilo de Alejandría

 

Las bibliotecas de la ciudad del Nilo le ofrecerían tesoros manuscritos abundantes de las Sagradas Escrituras. La difícil convivencia de judíos, paganos y cristianos le estimularía a la futura defensa del pueblo cristiano contra los enemigos exteriores. La herencia antiarriana de San Atanasio se le metería en la médula de su formación dogmática y le pondría en guardia ante las innovaciones dogmáticas.

Y, sobre todo, la influyente proximidad de su tio, el patriarca Teófilo, se dejaría sentir en su formación clerical, y el mismo gobierno de la gran metrópoli le iría capacitando para las futuras tareas de régimen eclesiástico, al tiempo que le daban oportunidad para aprender a evitar los defectos que registraba la actuación de Teófilo y que estarían completamente ausentes del gobierno de San Cirilo.

El año 412 ocupaba la cátedra alejandrina como patriarca y cabeza de todas las iglesias del Egipto romano.

Desde aquella fecha tres etapas distintas definen su inmensa actividad patriarcal: desde el año 412 al 428, de tareas inmediatas en la sede propia; desde 428 al 431, ocupado intensamente en la lucha contra Nestorio, y desde 431 al 444, dedicado a defender y consolidar la paz eclesiástica en el Oriente cristiano.

Apenas había tomado Cirilo las riendas del gobierno, cuando tuvo que actuar contra los novacianos y los judíos, por las grandes molestias que inferían a los cristianos. Los primeros se vieron obligados a dejar sus iglesias, y los segundos, tuvieron que salir de la ciudad mientras sus sinagogas eran convertidas en templos cristianos. Tales triunfos los obtenía el patriarca a pesar de la reluctancia y oposición de Orestes, gobernador civil de todo el Egipto.

El año 417 la paz entre Alejandría y Constantinopla, rota por la contienda de Teófilo contra San Juan Crisóstomo, estaba totalmente restablecida: el patriarca constantino- politano figuraba ya en los dípticos alejandrinos.

Un año después el papa Zósimo le comunicaba, por carta particular, la condenación romana del pelagianismo.

Y cada año, por deber pastoral y siguiendo la usanza antigua de su iglesia, dirigía Cirilo su homilía pascual a todos los obispos sufragáneos y a todos sus diocesanos. Veintinueve homilías son las que se nos han conservado, correspondientes a los años 414-442. En ellas el pastor del Egipto anunciaba el ayuno cuaresmal, fijaba la fecha de la pascua y exponía con profundidad la grandeza de la condición humana, la necesidad de austeridad y mortificación para obtener la victoria evangélica, acompañando reprensiones oportunas y exhortaciones de aliento.

La vida, pues, de Cirilo, aunque cargada de múltiples tareas cotidianas, aún no se había desbordado en aras del interés general de la Iglesia universal. En Alejandría se vivía en paz. Los sacerdotes pastoreaban espiritualmente la grey bajo las orientaciones y ejemplo de su jerarca. La comunidad florecía en virtudes. Los obispos egipcios seguían las directrices de la metrópoli. Y los monjes del desierto gozaban de quietud solitaria y espiritual, sembrados acá y allá de las riberas del gran río.

Cirilo, eso sí, vivía intercomunicado con el exterior. De Roma, de Antioquía y de Constantinopla recibía, casi a diario, noticias de actualidad eclesiástica. Y estaba, sobre todo, en guardia ante los derroteros dogmáticos que podría tomar lo que llamaba "el dualismo antioqueno", que comprometía la unidad del Dios-Hombre.

El año 428 llegaron de Constantinopla noticias alarmantes. Sus fieles representantes en la ciudad del Bósforo le anunciaron que Nestorio, patriarca de la capital del Imperio oriental, había escrito y hablado públicamente contra la unidad del Verbo encarnado y contra la maternidad divina de María.

Inmediatamente Cirilo, en la homilía pascual del 429, declaraba la doctrina ortodoxa comprometida indicando el error y callando el hereje:

"No un hombre corriente -decía- es el engendrado por María; sino el mismo Hijo de Dios hecho carne, y por ello María es de verdad madre del Señor y madre de Dios".

San Cirilo de Alejandría

El error seguía extendiéndose. Los escritos y doctrinas de Nestorio estaban penetrando en la república monacal de su patriarcado. Informado Cirilo por los mismos solitarios de la perturbación espiritual que iba naciendo entre los monjes, se propuso, con diligencia y profundidad, atajar los perniciosos efectos de tal propaganda.

Escribió, con esta ocasión, una carta dogmática a los monjes problando por la Sagrada Escritura y la tradición que a María le pertenece con todo derecho el título de Theotokos o Madre de D¡os. Dos ejemplares envió a Constantinopla, aún sin declarar al autor de la doctrina.

Ofendido Nestorio en su soberbia y no queriendo retractar, Cirilo no dudó dirigirse personalmente a él, diciéndole: "Los fieles y obispo de Roma, Celestino, se hallan muy escandalizados. Conceded, os ruego, a María el título de Theotokos. No es doctrina nueva la que os pido profesar; es la creencia de todos los Padres ortodoxos".

Nestorio respondió con calumnias. Y Cirilo contrapuso una segunda carta con la exposición detallada de] dogma cristológico.

Fue inútil. Nestorio abundó en insultos y siguió contumaz.

Entonces el celo apostólico y la caridad del patriarca alejandrino encontraron otro camino: el de los intermediarios. Escribió varias cartas: al obispo centenario Acacio de Berea, para que utilizara su venerabilidad ante Nestorio; al emperador Teodosio II, para prevenirle de las sutilezas dogmáticas de su patriarca: a las princesas Arcadia y Marina, y a las mismas emperatrices Pulqueria y Eudoxia, con la misma finalidad.

De Roma, a donde había escrito Nestorio, el papa Celestino pedía información a Cirilo, a quien tenía por celoso e instruído.

Este no quería desorbitar los acontecimientos. Pretendía curar el mal reducido a sus orígenes. Pero, convencido de la imposibilidad, no regateó información: en la primavera del 430 salió su diácono Posidonio para Roma equipado con una relación-informe de todo lo sucedido, con un conmonitorio-resumen de los principales puntos nestorianos, con los escritos de Cirilo dirigidos a los monjes, a Nestorio, a la casa imperial y, parece, con los Cinco libros contra Nestorio.

La respuesta de Roma no podía esperarse más favorable. Un sínodo romano declaraba heterodoxas las doctrinas nestorianas y, por voluntad expresa del Pontífice, Cirilo quedaba comisionado para notificar a Nestorio la decisión, conminándole la excomunión si en el término de diez días no retractaba sus errores.

Pero Cirilo quería rematar el golpe. Con la luz de Roma delante, reunió a sus obispos, redactó una carta sinodal y formuló los Doce anatematismos clásicos, que debería suscribir Nestorio para quedar plenamente purgado de sus errores.

Y ahora saltó un acontecimiento inesperado. El emperador convocaba concilio general para junio del año 431 en la ciudad de Efeso. ¿Qué haría Cirilo? ¿Sería cuestión de revisar las decisiones romanas y alejandrinas? Consultado el papa Celestino, se puso en camino para Efeso.

Allí tuvo que echar mano de toda su prepotencia dogmática, eclesiástica y diplomática. Sin el auxilio poderoso de los legados romanos, que no habían llegado a Efeso, y con la ausencia intencionada de los obispos antioquenos, que, reprobando la doctrina nestoriana, no querían condenar personalmente a Nestorio, Cirilo obtuvo la condenación de la herejía y del heresiarca, aunque a costa de tres meses de arresto imperial y la enemistad con el patriarcado de Antioquía.

Desde entonces la Iglesia universal reconoció en Cirilo Alejandrino al artífice del tercer Concilio Ecuménico.

En lo restante de su vida, desde 431 a 444, una preocupación de paz eclesiástica dominará toda su actividad. Paz con el patriarcado de Constantinopla, paz interior de su iglesia, paz con los orientales de Antioquía y paz, nunca interrumpida, con la cátedra de Pedro.

Apenas vuelto a su sede, el año 431 envía Letras de Comunión al nuevo patriarca de Constantinopla, Máximo, sucesor de Nestorio.

A los antioquenos, que le pedían abandonara sus anatematísmos, les dió una gran lección de humildad y celo auténtico, contestándoles: "Estoy pronto a perdonar las injurias de Efeso, a rechazar de corazón el arrianismo y apolinarismo, a reconocer el símbolo de Nicea ... ; pero no puedo sacrificar los anatematismos, porque sería sacrificar la fe, condenar el concilio de Efeso y justificar a Nestorio".

En cambio, el año 433, cuando Alejandría y Antioquía firmaron el Símbolo de Unión, Cirilo tuvo prisa por escribir su epístola Laetentur Coeli y anunciar gozoso la paz al papa Sixto III, a Máximo de Constantinopla y a otros obispos significados.

Entre sus mismos súbditos tuvo que sufrir a algunos extremistas que tenían por claudicación la unión verificada y trajeron dolor a su corazón de pastor bueno. Ante ellos se esforzó continuamente por justificar la paz y la ortodoxia del Símbolo de Unión.

Finalmente, pidiendo sus fervientes seguidores que condenara públicamente como había hecho con Nestorio a Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia, respondió que no debía "condenar a los obispos que habían muerto en comunión con la Santa Iglesia".

Pasó Cirilo a mejor vida el año 444 y la Iglesia un¡ versal le veneró y venera como el santo de la maternidad divina de María.

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SAN CIRILO DE ALEJANDRIA

 

Ver obras de San Cirilo

 

JOSÉ SÁNCHEZ VAQUERO

El primer viaje misionero de Pablo le llevó desde Chipre al corazón de Anatolia

En su primer viaje, Pablo y Bernabé partieron de Chipre y llegaron hasta la ciudad de Perge ( o Perga), en el interior de la península de Anatolia, hoy en día Turquía.

 

El primer viaje misionero de Pablo le llevó desde Chipre al corazón de Anatolia. ¿Por qué Pablo y Bernabé eligieron el traicionero camino a través de Perge hasta la Antioquía de Pisidia? El investigador Mark R. Fairchild investiga la evidencia arqueológica de la probable presencia de comunidades judías en el camino.

 

Perge

 

 

Tras navegar desde Chipre hasta la costa turca, Pablo y Bernabé visitan la ciudad de Perga antes de viajar a la Antioquía pisidiana y a otras ciudades del interior de Anatolia. Cuando regresan a la costa, los viajeros siguen la misma ruta.

¿Por qué eligieron una ruta tan traicionera para el primer viaje misionero de Pablo? Mark R. Fairchild analiza los yacimientos no excavados a lo largo del valle del río Kestros, exponiendo pruebas de poblaciones judías en la ruta.

 

Antioquia pisidia

 

 

Los Hechos indican que Pablo viajó deliberadamente a ciudades con población judía. Perge era una ciudad importante, y la presencia de una comunidad judía allí la convirtió en una base ideal para el primer viaje misionero de Pablo a través de Anatolia.

 

perge

 

Pablo y Bernabé habrían navegado desde Chipre a uno de estos puertos en la costa turca antes de viajar a Perge.

 

 

perge.

Mark R. Fairchild sugiere que Paul viajó desde Perge por el valle del río Kestros hasta Pisidian Antioch, la ruta indicada en verde.

 

 

Fairchild argumenta que Pablo y Bernabé podrían haber tomado un camino fácil pero indirecto a lo largo de las carreteras romanas establecidas, pero optaron por viajar a lo largo del accidentado valle de Kestros debido a la hospitalidad de las comunidades judías locales.

 

En qué consistió este primer viaje de Pablo

El que se considera como “primer viaje” de Pablo comenzó en el año 45 y terminó en el 49. Junto con Bernabé, un judío chipriota convertido al cristianismo, Pablo viajó a través de la isla de Chipre, la patria de Bernabé, predicando el Evangelio en varias sinagogas. Luego zarparon de Pafos, en la costa suroeste de Chipre, y llegaron al puerto de Perge, en Anatolia, la actual Turquía.

 

Guía de los viajes de san Pablo según el mapa de hoy 2La antigua ciudad de Perga, que data de alrededor del año 1000 a. C., en lo que hoy es Turquía.

 

Desde Perge llegaron finalmente a Antioquía de Pisidia, donde Pablo comenzó a difundir la palabra entre la comunidad judía local.

Inicialmente, su mensaje fue muy bien recibido, lo que se concretó en una invitación a hablar durante el sabbat (el día santo para los creyentes judíos), pero parte de la comunidad pronto sintió envidia de la fuerte popularidad de que gozaba un predicador extranjero y terminaron expulsando a Pablo de la ciudad.

Pablo y Bernabé partieron entonces hacia Konya, una ciudad al sur de Ankara, en la actual Turquía, pero se vieron obligados a partir de nuevo, esta vez hacia la cercana ciudad de Listra. Aquí Pablo sanó a un enfermo y la comunidad pagana local comenzó a creer que había sido enviado por Dios.

Sin embargo, muy pronto, las mismas personas que se enfrentaron a él en Konya llegaron a Listra e instigaron a un grupo de lugareños a apedrear a Pablo, obligándolo a huir.

Luego llegó a la ciudad de Derbe, también en la actual Turquía, y desde allí de vuelta a Listra, Konya y finalmente Antioquía de Siria en el Orontes, una ciudad de la antigua Siria ahora en la actual Turquía, desde donde se originó su viaje. Aquí Pablo informa de que, a través de su mensaje, muchos paganos conocieron la palabra de Dios.

 

 

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VIAJES DE SAN PABLO 

 

biblicalarcheology.org

 

San Josemaría y los primeros cristianos

Resumen de un artículo de Jerónimo Leal sobre el término "Primeros Cristianos"

Después de un detallado recorrido histórico en el que examina el uso en los santos Padres y en la teología de la expresión "Primeros Cristianos”,  Jerónimo Leal concluye que la originalidad de San Josemaría reside en reconocerles como un modelo vivo y actual.

"Los primeros cristianos no son algo que pasó, -señala Leal- sino una situación que espiritualmente puede repetirse en cualquier cristiano: basta que se encuentre anímicamente cerca de Cristo. Pero esta originalidad lo es también respecto a los demás autores espirituales: ninguno —que nosotros hayamos podido comprobar— ha visto en los primeros cristianos un modelo vivo".

 

Importancia de la expresión y de su contenido

La expresión "primeros cristianos" aparece en las obras publicadas de San Josemaría un considerable número de veces, sobre todo si lo comparamos con otros escritos contemporáneos, o incluso más recientes. Por poner un ejemplo que ilustrará esto que acabamos de decir, el Catecismo de la Iglesia Católica, que bebe como en su fuente de los textos del Concilio Vaticano II, sólo se encuentra una vez la expresión, en el número 1329,2; al hablar de la Fracción del pan se indica que con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 760,1)

Si nos retrotraemos todavía un poco más en el tiempo y consideramos la producción de algunos grandes autores espirituales, se evidencia una absoluta despreocupación por el tema. No se menciona nunca en San Juan de la Cruz, nunca en Santa Teresa de Jesús, una sola vez aparece la expresión en Santa Teresa de Lisieux, para desear el mismo martirio que obtuvieron como gracia algunos primeros cristianos.

Patrística

Como es sabido, el término "cristianos" aparece por primera vez en los Hechos de los Apóstoles, en la narración en que se explica que los habitantes de Antioquía, probablemente paganos, dieron este nombre a los seguidores de Cristo. El nombre, aunque impuesto por personas ajenas a la doctrina, es el que después triunfó en la designación de los discípulos de Cristo. Con anterioridad a este nombre existieron otros que no han gozado tanto del favor de la historia.

Será San Ignacio de Antioquía quien nos proporcione el segundo testimonio del empleo de este nombre, que, como es lógico, no constituye todavía un término técnico. Es San Agustín quien por primera vez emplea la expresión.

El sintagma "primeros cristianos" se encuentra empleado por el obispo de Hipona en tres ocasiones. Una primera observación que se debe hacer inmediatamente es que la comparación agustiniana entre primeros cristianos y nosotros, establece una fuerte diferencia entre el cristiano del quinto siglo,contemporáneo del norteafricano, y una época anterior, que se juzga ya como pasada y de algún modo irrepetible en la situación actual.

San Agustín, aunque a nosotros nos pudiera parecer otra cosa, ya no se considera entre los primeros cristianos. Para San Agustín, los "primeros cristianos" son los seguidores de Jesucristo, contemporáneos de los Apóstoles, gente de toda condición social, excluidos los Apóstoles, que no entran en la categoría de primeros cristianos por formar un grupo aparte por encima de ellos. San Agustín es un caso aislado en la época patrística –casi el único a predicar sobre los primeros cristianos- y a la vez roca firme sobre la que apoyan los autores sucesivos.

"Los primeros cristianos" en San Josemaría

Vimos, al comenzar, el gran número de veces que San Josemaría utiliza la expresión. Sólo de este hecho ya se desprende la importancia que da a su contenido. Nuestra investigación se limita a los escritos publicados, en los que la frecuencia de la expresión es de diecisiete ocasiones, sin contar los términos sinónimos que ahora no nos interesan tanto (cfr. Forja 10, Camino, 469).

san Josemaria

«Como los religiosos observantes tienen afán por saber de qué manera vivían los primeros de su orden o congregación, para acomodarse ellos a aquella conducta, así tú —caballero cristiano— procura conocer e imitar la vida de los discípulos de Jesús, que trataron a Pedro y a Pablo y a Juan, y casi fueron testigos de la Muerte y Resurrección del Maestro» (Camino, 925).

Más que el número de veces que emplea la expresión, sorprenden otros dos hechos. Primero, que está diseminada a de lo largo de toda la obra: no hay un sólo libro en que no se encuentre referencia al tema. En segundo lugar, el relieve dado a la expresión, por ejemplo cuando afirmaba en una entrevista concedida en 1967 a un corresponsal de “Time”:

«Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos. Los miembros del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe» (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 24, 7).

La comparación delimita claramente la noción de primeros cristianos y pensamos que este texto debe considerarse la base para cualquier otra afirmación que quiera hacerse acerca del tema en San Josemaría. Las referencias a los primeros cristianos en las obras del fundador del Opus Dei como contemporáneos de los Apóstoles son las más frecuentes, por ejemplo en el siguiente texto:

«En la Iglesia existe esa radical unidad fundamental, que enseñaba ya san Pablo a los primeros cristianos: Quicumque enim in Christo baptizati estis, Christum induistis. Non est Iudaeus, neque Graecus: non est servus, neque liber: non est masculus, neque femina; ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre, ni mujer» (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 14, 2).

De todas formas, no faltan textos en los que se amplía el lapso temporal:

«Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Un escritor del siglo II, Tertuliano, nos ha transmitido el comentario de los paganos, conmovidos al contemplar el portede los fíeles de entonces, tan lleno de atractivo sobrenatural y humano: mirad como se aman (Tertuliano, Apologeticum, 39), repetían» (Amigos de Dios, 225,2).

Toca ahora analizar la calificación de los primeros cristianos. Concretamente nos preguntamos si son personajes comunes sólo, o también el grupo de los doce. Como ya hemos visto en la entrevista de Time, son personas comunes que no se distinguen en nada de sus conciudadanos. «Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea... –Le basta actuar como los primeros cristianos, vivificando el ambiente» (Surco, 320).

Con San Agustín vimos que se excluían los Apóstoles. San Josemaría no dice expresamente nunca que se excluyan los Apóstoles, pero parece desprenderse del contexto general de las afirmaciones que el modelo que se propone no es exclusivamente el de los doce, sino también el de otras muchas personas que han actuado como "apóstoles" sin ser "los Apóstoles". Esto que acabamos de afirmar se ve claramente en el siguiente texto:

«Por eso, quizá no puede proponerse a los esposos cristianos mejor modelo que el de las familias de los tiempos apostólicos: el centurión Cornelio, que fue dócil a la voluntad de Dios y en cuya casa se consumó la apertura de la Iglesia a los gentiles; Aquila y Priscila, que difundieron el cristianismo en Corinto y en Éfeso y que colaboraron en el apostolado de san Pablo; Tabita, que con su caridad asistió a los necesitados de Joppe. Y tantos otros hogares de judíos y de gentiles, de griegos y de romanos, en los que prendió la predicación de los primeros discípulos del Señor». (Es Cristo que pasa, 30, 4)

La originalidad de San Josemaría con respecto a San Agustín es la capacidad de sentirse en esa situación viva: los primeros cristianos no son algo que pasó, sino una situación que espiritualmente puede repetirse en cualquier cristiano: basta que se encuentre anímicamente cerca de Cristo. Pero esta originalidad lo es también respecto a los demás autores espirituales: ninguno —que nosotros hayamos podido comprobar— ha visto en los primeros cristianos un modelo vivo.

Por eso, con respecto a la particularidad del uso por San Josemaría, se ha de decir que no ha acuñado una nueva expresión, pues ya existía —como hemos visto— desde San Agustín, pero le añade algunos matices que la hacen en cierta manera nueva. No es simplemente una categoría histórica sino que, sin dejar de serlo, entra de lleno en la reflexión teológica y, concretamente, espiritual.

Por eso la característica que añade San Josemaría es la nota teológico-espiritual: no se trata de una mera referencia a la situación histórica de los comienzos de la cristiandad, ni un mero buen ejemplo a seguir. Incluye la sintonía interior con una situación de proximidad a los primeros pasos de la vida de la Iglesia y se identifica la situación histórica personal con una situación histórica colectiva.

«Experimentaremos el pasmo de los primeros discípulos al contemplar las primicias de los milagros que se obraban por sus manos en nombre de Cristo, pudiendo decir conellos: “¡Influimos tanto en el ambiente!”» (Camino 376).

En conclusión, desde el punto de vista histórico, como objetivo personal y reto para los estudiosos de la antigüedad, nos proponemos la dedicación a los estudios sobre el cristianismo primitivo, que en nuestra opinión deben multiplicarse, con la finalidad de conocer a fondo la vida de los primeros cristianos, profundizando así en las enseñanzas de San Josemaría.

Jerónimo Leal

Profesor de Patrología e Historia de la Iglesia Antigua
Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz
Artículo publicado en el número 16 de Annales Theologici,
Revista de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz

 

 

 

Tomás Moro, un humanista en el cadalso

Azote intelectual de la Reforma, fue decapitado por oponerse al matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena, que acabó con el cisma de la Iglesia de Inglaterra

Los antecedentes

Apasionado por las letras y la política, formado en estudios jurídicos en Oxford y Londres y con una vocación religiosa cultivada al amparo del cardenal John Morton, arzobispo de Canterbury, Tomás Moro pronto se vio llamado a ser el gran referente británico del humanismo del siglo XVI. Sobre todo, cuando la publicación y difusión por toda Europa de su obra poética y, especialmente, de su ensayo Utopía (1516) lo convirtió en una reconocida figura.

Miembro del cuerpo jurídico, integrante del Parlamento de Londres, portavoz de la Cámara de los Comunes y embajador en los Países Bajos, donde estableció una duradera amistad con Erasmo de Rotterdam, Moro se ganó el afecto del rey Enrique VIII,quien le otorgó el título de caballero y otros beneficios académicos por su destacada producción literaria contra la Reforma luterana. Incluso contribuyó a la redacción de Defensa de los siete sacramentos, un texto firmado por el propio monarca.

Su reconocimiento y rectitud le llevaron en 1529 a ser designado por el rey gran canciller en sustitución del cardenal Thomas Wolsey, al tratarse de un cargo tradicionalmente ocupado por religiosos. Moro aceptó, aún a sabiendas que su primer cometido no iba a ser otro que tratar con los tribunales eclesiásticos la anulación del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos.

El propio rey era conocedor del rechazo de su súbdito a lo que la Iglesia inglesa consideraba un atentado a un santo sacramento por la simple voluntad del monarca de formalizar su relación con su amante, Ana Bolena, pero también sabía que sólo un hombre como Moro, azote intelectual de la herejía luterana, podía conseguir la anulación matrimonial.

tomas moro

No fue el caso. Tomás Moro se opuso desde el primer momento a los deseos reales y rechazó firmar una carta en la que destacados nobles y prelados solicitaban al pontífice la anulación del matrimonio.

Ante la negativa del papa Clemente VII en un momento en el que España y el Sacro Imperio Romano Germánico suponían una amenaza mucho más real que Inglaterra, Enrique VIII encontró en el trono terrenal del papa el argumento perfecto para negarle la obligada obediencia de la Iglesia inglesa.

Así fue como instó a todo el clero de Inglaterra y Gales a someterse al poder de su monarca, quien desde ese instante se convertía en el principal referente de la Iglesia de Cristo en Inglaterra en comunión con el arzobispo de Canterbury. Su nuevo titular, Thomas Cramner, dictó la sentencia de nulidad matrimonial que pretendía el rey y dio acta de validez eclesiástica al matrimonio entre Enrique VIII y Ana Bolena, que se convirtió en reina de Inglaterra en 1533.

Antes de eso, Moro renunció a su cargo de canciller y en 1534 se negó a firmar la denominada Acta de Supremacía, que suponía el rechazo a la supremacía papal. El Acta, sin embargo, establecía el delito de quienes no la aceptaran y el 17 de abril de ese mismo año el humanista fue encarcelado en la Torre de Londres.

El juicio

Acusado de traición, Tomás Moro tuvo que esperar más de un año en prisión antes de su procesamiento a que se resolviesen otras denuncias contra él. Entre ellas, la presentada por el propio padre de Ana Bolena por lo que en la tradición jurídica romana se conocería como cohecho.

El hecho denunciado fue que el acusado habría recibido una copa de oro por haber decidido en un juicio a favor del encausado, aunque se determinó que Moro devolvió el regalo tras aceptar hacer un brindis.

También fue acusado de haber escrito y publicado contra el rey y de haber difundido los mensajes de una monja de Kent que dijo haber recibido mensajes divinos que aseguraban que el rey de Inglaterra dejaría de serlo si desposaba a Ana Bolena. Moro pudo probar documentalmente la falsedad de ambas acusaciones.

Procesado finalmente por traición junto al cardenal Juan Fisher, obispo de Rochester, quien también rechazó la anulación matrimonial y acatar el Acta de Supremacía, Moro fue juzgado por el Parlamento, que condenó a ambos a cadena perpetua y usurpación de todos sus bienes.

Sin embargo, el propio Enrique VIII instó al Tribunal Supremo Real a que procesara al condenado por el delito alta traición recogido en la ley de traiciones aprobada tras la ruptura de Londres y Roma y penado en este caso con la muerte.

 

Tomás Moro

“Encuentro de Tomás Moro con su hija tras su sentencia de muerte”, William F. Yeames (1872) Dominio público

 

Para ello, los jueces instructores de Westminster se basaron en el testimonio de Richard Rich, fiscal general del Reino, quien aseguró haber hablado con Moro y haber recibido de él mensajes condenatorios. Otros dos testigos presentes en la supuesta conversación, sin embargo, no testificaron en la causa.

Los cargos contra el acusado se basaron en la presunta negativa del acusado de reconocer al rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra y conspiración con Juan Fisher. El procedimiento del alto tribunal impedía al acusado tener abogado defensor ni presentar pruebas o testigos a su favor.

En la vista, Tomás Moro rechazó una vez más a aceptar el Acta de Supremacía, apelando a que ya se le había juzgado y sentenciado por ello. Asimismo negó haber pronunciado declaración alguna contra el matrimonio de Enrique VIII y Ana Bolena. Rechazó también una conspiración con el cardenal Fisher que no pudo ser probada por el tribunal.

Los jueces, sin embargo, dieron plena validez al testimonio de Rich al estar así dispuesto en el procedimiento procesal.

En su defensa, Moro aseguró que “de la misma forma en que un niño no podría rechazar la obediencia a su padre, tampoco el Reino de Inglaterra podría rechazar su obediencia a la autoridad de Roma, y la Iglesia es una sola, íntegra e indivisa en toda la cristiandad”. “Vosotros no tenéis autoridad, sin el consentimiento de los otros cristianos, para aprobar una ley o declaración parlamentaria contra dicha unión”, concluyó.

El fallo

El jurado –compuesto por 12 miembros entre los que figuraban Thomas Cromwell, secretario de Estado y máxima autoridad de Asuntos Espirituales, y un cuñado del rey– se retiró a deliberar por un período de apenas 15 minutos volvió a la sala y dictó sentencia: Tomás Moro era culpable de alta traición por haberse referido maliciosamente a la autoridad del rey sobre la Iglesia de Inglaterra”.

El tribunal dio oportunidad al reo de hablar tras conocer el fallo para pedir la clemencia real, aunque Moro aprovechó para manifestar lo que no había podido decir durante el juicio: “Yo sé bien por qué causa me habéis condenado, y es porque nunca he querido consentir en la material del matrimonio del rey”.

La condena era a muerte después de ser arrastrado hasta el patíbulo y permanecer colgado hasta estar medio muerto. En ese momento debía ser desmembrado y desviscerado en presencia de su familia. La cabeza, arrancada del cuerpo, debía exponerse en un lugar público. Aunque Enrique VIII concedió la última gracia al condenado a ser decapitado y a que su cabeza estuviese expuesta un mes en el puente de Londres.

De poco sirvieron las peticiones de clemencia de Carlos I de España y de Clemente VII, la pena se cumplió el 6 de julio de 1535, cuando el reo contaba 57 años. Paradójicamente, menos de un año después Ana Bolena también era decapitada, en su caso por adulterio, incesto y alta traición tras otro juicio parcial.

Tomás Moro es reconocido actualmente como santo tanto por la Iglesia católica como por la anglicana. El papa León XIII lo beatificó junto a Juan Fisher en 1886 como mártir de la Iglesia y Pío XI lo beatificó en 1935. Juan Pablo II lo proclamó en el 2000 santo patrón de los políticos y los gobernantes.

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TOMÁS MORO

 

Ver en Wikipedia

 

 

«Es un complejo de termas notable y no parece ser de un ámbito doméstico»

Ha indicado Ana Bejarano, directora de las excavaciones

Mérida acaba de desvelar otro gran tesoro de época romana. Las obras que el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida está realizando en la plaza de la basílica de Santa Eulalia, con motivo de las obras de renovación de este espacio icónico, han sacado a la luz restos de unas termas públicas.

 

Entre los vestigios encontrados figuran una piscina de la sala fría o frigidarium donde los clientes tomaban baños y otra más grande para practicar la natación llamada natatio con sus paredes de placas de mármol y suelo decorado con un mosaico geométrico, al igual que la bóveda que cubría la piscina. «Es un complejo termal notable y no parece ser de un ámbito doméstico», ha indicado Ana Bejarano, directora de las excavaciones.

 

Este sorprendente hallazgo se realizó en una zona más elevada de la plaza, en la entrada al convento de las Freylas de Santiago y según afirma Bejarano el edificio dejó de utilizarse «en torno al siglo IV». Sin embargo, su descubrimiento no estaba previsto.

 

 

Una casa roma del siglo I

Si bien se conocía la existencia de huellas romanas, lo que esperaban encontrar eran vestigios de las casas romanas de los siglos I al III d.C. que ocuparon el lugar así como de la posteriornecrópolis cristiana, tal y como recoge el Abc. Su expectativa se ha hecho realidad en las cercanías de la basílica de Santa Eulalia, donde los arqueólogos han desenterrado algunos muros de la primitiva casa romana del siglo I, que tuvo varias reformas hasta el siglo III d.C. cuyas dimensiones se prolongan fuera de la iglesia actual.

 

El equipo que capitanea Bejarano ha ido documentado los diferentes tramos: «Debía ser una vivienda grande, como las que se construían extrarradio en ese periodo, como la Casa del Anfiteatro o la del Mitreo», comenta la directora de las excavaciones todavía en marcha.

 

Esta zona se fue sacralizando a raíz del martirio de la pequeña Eulalia en el siglo IV durante la persecución que llevó a cabo Diocleciano. Algunas fuentes, como el Poema de las coronas del escritor hispanorromano Prudencio atestiguan que desde muy temprano se consideró a Eulalia, quien murió por su fe, protectora de la ciudad de Mérida.

 

En dicho poema, Prudencio habla sobre un túmulo en memoria de la pequeña mártir donde se le daba culto ya en el siglo IV y que podría coincidir con uno de los hallazgos realizados bajo la cabecera de la actual iglesia.

 

 

Sepulturas en sarcófagos de mármol que se asocian al uso de este espacio como lugar de enterramiento ligado al 'martyrium' de Santa Eulalia-Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida

 

Los expertos todavía desconocen si las casas romanas se habían abandonado por aquel entonces y dicho espacio se convirtió en una necrópolis pagana que pasó a ser cristiana una vez que se erigió en ella el monumento funerario en recuerdo de Santa Eulalia.

 

O si en cambio, se conservó el recuerdo de la santa en su casa familiar y por su fama se acabó levantando el túmulo citado por Prudencio y, dado el culto a santa Eulalia, posteriormente la primera basílica en el siglo V.

 

Este entorno se transformó en un cementerio cristiano, con ricos mausoleos y abundantes tumba. Así, los arqueólogos han descubierto varios enterramientos por inhumación vinculados a estos primeros compases del cristianismo en Mérida. Algunos fueron expoliados siglos después y los que aún conservan restos óseos no contienen ajuar.

 

 

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MERIDA

 

 

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