¿Sabes quién era San Bernabé? - Su fiesta se celebra el 11 de junio

José, más tarde llamado Bernabé, entró en la historia de la salvación con un arranque de generosidad, vendiendo un campo que poseía y poniendo el dinero de la venta a disposición de los apóstoles. Había nacido en Chipre, y pertenecía a una familia levítica. Tenía una hermana o pariente próxima en Jerusalén, llamada María, que fue precisamente la madre de San Marcos.

 

Los apóstoles impusieron al levita José el sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de consolación”. Su espíritu conciliador y su simpatía de “hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Act 11, 24) inspiraron ese sobrenombre.

Algunos autores, como Clemente Alejandrino y Eusebio de Cesarea, suponen que San Bernabé fue uno de los 72 discípulos de los que habla el Evangelio. En cualquier caso, Bernabé aparece en la Iglesia primitiva como una figura relevante que, sin pertenecer al grupo de los Doce, merece, al lado de San Pablo, el título de Apóstol.

 

san bernabe

 

Su vocación al apostolado fue anterior al episodio de la imposición de manos en Antioquía, antes de partir para la misión de Chipre; Bernabé había venido de la Iglesia de Jerusalén, donde ya era una personalidad destacada. Toda su actuación lleva la impronta de la dignidad apostólica.

Fue Bernabé quien tomó consigo a San Pablo, lo condujo a los apóstoles y les refirió cómo en el camino había visto al Señor, y cómo en Damasco había predicado intrépidamente en el nombre de Jesús. Bernabé buscó a Pablo en Tarso para trabajar juntos durante todo un año en la organización de la comunidad de Antioquía, a la que comenzaban a afluir los griegos o gentiles, y en la que los discípulos empezaron a llamarse “cristianos”.

Ambos apóstoles subieron a Jerusalén para llevar socorros a los hermanos de la Iglesia madre, víctimas del hambre, regresando a Antioquía, “cumplido su ministerio”, trayendo consigo a Juan Marcos. Bernabé había de hacer de guía, por expresa intervención del Espíritu Santo, en una celebración litúrgica, para que el Apóstol de las gentes comenzara la misión que Cristo le había confiado,y que tenía por primer objetivo la isla de Chipre.

Los misioneros comenzaron a predicar en Salamina. Les acompañaba como auxiliar Juan Marcos, sobrino o primo de Bernabé. Comenzaron a predicar en las sinagogas, llevando Bernabé la dirección.

Pero ya en Pafos, Saulo tomó la iniciativa y la palabra, y castigó con la ceguera al mago Barjesús.

Terminada la misión en Chipre, los apóstoles navegaron hasta Perge de Panfilia, donde Marcos los abandonó, regresando a Jerusalén. Después de evangelizar también Derbe, regresaron a Antioquía de Siria, recorriendo en sentido inverso las regiones y ciudades evangelizadas.

Siguieron después unidos para hacer frente a los judaizantes, que querían imponer a los paganos convertidos la ley mosaica, en Antioquía y en el concilio de Jerusalén, permaneciendo luego en Antioquía “enseñando y anunciando con otros muchos la palabra de Dios”.

Pero cuando Pablo propuso a Bernabé volver a visitar las comunidades establecidas en la primera misión, surgió entre ambos apóstoles una disensión, seguramente providencial, que señala el término del ministerio apostólico de Bernabé conocido con seguridad.

“Quería Bernabé llevar consigo también a Juan, llamado Marcos. Pablo, en cambio, no juzgaba conveniente llevar consigo a quien se había separado de ellos desde Panfilia y no les había acompañado en la empresa. La disensión llegó al extremo de separarse el uno del otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó hacia Chipre” (Act. 15, 36-39).

Aunque ignoramos el resultado de esta segunda misión, parece que Bernabé colaboró con Pablo también en Corinto.

Según los Hechos y martirio de San Bernabé apóstol, obra de Juan Marcos y compuestos en Chipre en el siglo V, Bernabé coronó su segunda misión en Chipre, siendo pronto lapidado y quemado vivo por los judíos en Salamina, hacia el año 63. Su cuerpo fue hallado en el 458 d.C., llevando en el pecho el evangelio de San Mateo, que, junto con las piedras de la lapidación, constituyen los atributos de su iconografía.

 

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SAN BERNABÉ

 

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Fiesta del Dulce Corazón de María

“María guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). El Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pues aunque la generación de Jesús, se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto como la de todos los hombres.

Sábado de la 3ª semana de Pentecostés

1. La maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo, y como la educación es una prolongación de la procreación, indudablemente que el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad.

Ella es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. Si en Jesús reside la plenitud de la divinidad, parece que no tenía necesidad de educadores. Pero el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15).

 

corazon de maria

 

Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Luego Jesús estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José.

 

Causa de nuestra alegría

2. Los dones especiales de que María estaba dotada, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador.

Al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social. María, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. La obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, pues encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.

La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. El hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de Maríauna orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir y ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión.

María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).

3. Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella.

Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11,27).

4. Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. “Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). Cuando se venera un órgano del cuerpo el culto se dirige a la persona, pues sólo ella es capaz de recibirlo. En la devoción al Corazón de Maria el homenaje va dirigido, pues, a la persona de la Virgen, significada en el Corazón.

Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud; pues, aunque el honor es uno, puede ser diferenciado. Así la Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción, con cultos distintos, porque los motivos son distintos. Por tanto, el culto a su Corazón Inmaculado es distinto, por el motivo, que es su amor.

 

Un amor siempre presente

5. Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús y su amor maternal a los hombres redimidos por su sangre divina. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, pues él fué templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.

6. En cada época histórica ha predominado una devoción. En el siglo I, la Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, que ya antes había tenido sus adalides, como San Bernardino de Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.

Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María fue San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año 1942. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo.

La santa Jacinta Marto, le dijo a Lucía: “Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria”. También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizada por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia. De este modo la devoción al Inmaculado Corazón de María se vió eficacísimamente confirmada y afianzada.

Y después Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro de María: Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro.

 

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Ein Hanniya, el lugar de gran belleza y tesoro arqueológico donde Felipe bautizó al eunuco etíope

Los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40) refieren que Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se dirigía hacia el sur de Jerusalén a Gaza cuando se encontró con un eunuco etíope, alto funcionario de la reina de Etiopía. El hombre iba leyendo al profeta Isaías. Felipe le preguntó: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. Y respondió el eunuco: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”.

 

 

Una respuesta tradicionalmente utilizada en la apologética católica para poner de manifiesto ante los protestantes que el principio luterano de la Sola Scriptura no puede explicar por sí solo la Revelación, que precisa también de la fuente de la Tradición y de la explicitación del Magisterio.

El caso es que Felipe aportó al eunuco la luz que le faltaba y le anunció la Buena Nueva. El eunuco creyó y, al pasar por un lugar donde había agua, pidió el bautismo, que recibió enseguida.

Por su importancia para la expansión del cristianismo en Etiopía, “los estudiosos intentaron durante generaciones identificar ese lugar, que se convirtió en motivo habitual en el arte cristiano”, explica el arqueólogo Yuval Baruch. Y parece que podría tratarse de Ein Hanniya, en el Valle de Refaím, cerca de Jerusalén.

Allí, entre 2012 y 2016 la Autoridad de Antigüedades de Israel descubrió un conjunto de piscinas construidas en la época bizantina, entre los siglos IV y VI d.C. Una de ellas destacaba por “grande e impresionante”, según Irina Zilberbod, directora de la excavación: “Fue construida en el centro de un espacioso complejo a los pies de una iglesia que hubo allí en tiempo. Alrededor de la piscina se construyó un techo sujetado por columnas, a través de las cuales se accedía al área residencial”.

Según Zilberbod, es difícil saber para qué se utilizaba el estanque, si para riego, para bañarse, como decoración o para ceremonias bautismales. El agua de la piscina drenaba a través de una red de canales hacia un estructura extraordinaria, la primera de esta clase conocida en Israel, una fuente denominada ninfeo.

Ein Hanniya es un entorno privilegiado para los hallazgos arqueológicos, lo cual sugiere que fue propiedad de los reyes en tiempos del Primer Templo, esto es, antes de su destrucción por los babilonios en 586 a.C.

Así, se han encontrado dos piezas de gran valor.

Por un lado, un capitel protojónico similar a los hallados en la Ciudad de David en Jerusalén, que fue capital de Judá, y en Ramat Rajel (entre Jerusalén y Belén), donde se encontró uno de los palacios del reino, y también en importantes ciudades del reino de Israel, como Samaria, Megido y Hazor.

Por otro, la más antigua moneda de plata descubierta hasta el momento en los alrededores de Jerusalén: una dracma acuñada en Asdod por gobernantes griegos entre los años 420 y 390 a.C.

El lugar, cuyas excavaciones se dieron a conocer a finales de enero, será abierto al público en los próximos meses y será pues de interés tanto para los judíos como para los cristianos.

La conversión del eunuco, en el Menologio del emperador Basilio II, manuscrito del siglo XI.

 

Moneda moderna israelí de 5 shekel, representando un capitel protojónico, característico en los hallazgos arqueológicos de las ciudades judías antiguas más importantes.

 

Foto: Clara Amit, Autoridad de Antigüedades de Israel. National Geographic.

 

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EL DIÁCONO FELIPE

 

Fundacion Tierra Santa

FELIPE EL DIÁCONO 6 de Junio

Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico

 

Después de Pentecostés, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret fue creciendo rápidamente en Jerusalén y sus alrededores. La mayor parte de ellos procedían de aquellas mismas tierras. Pero también fueron agregándose algunos judíos de lengua griega que habían pasado algún tiempo en la diáspora.

Las diferencias entre los dos grupos no tardaron en manifestarse con una cierta tensión. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos da cuenta de la decisión tomada en ese momento por los dirigentes de la comunidad:

 

«Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.

Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra". Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos» (Hch 6, 1-6).

 

Como se puede observar, todos ellos eran conocidos por su nombre griego. Se puede decir que, gracias a este incidente, la comunidad primitiva se abrió a nuevos horizontes y a una incipiente universalidad.

DISPERSIÓN Y MISIÓN

Así pues, Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico. Sin embargo, su misión no se limitaría al servicio material. Bien pronto habrían de asumir el papel de testigos y anunciadores del mensaje de Jesús. El más famoso de ellos habría de ser Esteban. Su valentía le llevaría a ser lapidado a las afueras de Jerusalén con la aprobación del joven Saulo, el futuro apóstol Pablo.

Aquel episodio no iba a quedar aislado. La muerte de Esteban marcó en realidad el principio de «una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén» (Hch 8, 1). Como había anunciado Jesús, la persecución se convirtió en ocasión para vivir y manifestar el dinamismo de la fe. De hecho, motivó que muchos hermanos se dispersaran por las regiones de Judea y Samaria, anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Entre ellos es-taba también Felipe. Su viaje parece estructurado para exponer en tres actos la teología de la acción misionera:

«Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad» (Hch 8, 5-8).

El primer acto del relato constituye un precioso esquema de la teología de la misión. Subraya la importancia del anuncio de la palabra de Dios, pero también la de la percepción sensible del mensaje. Oír la palabra y ver las señales que la acompañan parecerán resumir para siempre el inicio de la fe. En los primeros misioneros se repiten los signos que acompañaron la vida y la actividad de Jesús. Ante el anuncio de la palabra, la persona entera queda curada de sus esclavitudes y dolencias. La alegría es la consecuencia lógica de la conversión.

Con todo, el relato no termina ahí. Incluye a continuación un elemento discordante que evoca el carácter dramático de la predicación evangélica y su reconocida superioridad sobre la sabiduría humana y sobre toda práctica mágica. En la ciudad había, en efecto, un mago llamado Simón que con sus habilidades suscitaba la atención y los comentarios de las gentes de Samaria. Todos lo consideraban como una «gran potencia de Dios».

Sin embargo, a los habitantes de aquella tierra les parecieron mucho más convincentes los gestos proféticos de Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Así que muchos hombres y mujeres aceptaron la fe y el bautismo. El texto añade que «hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe y estaba atónito al ver las señales y grandes milagros que se realizaban» (Hch 8, 13).

El relato añade un segundo acto, en el que la predicación de Felipe es contrastada por la presencia de los apóstoles. Con motivo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, el Evangelio de Juan alude veladamente al florecimiento de las comunidades cristianas en Samaria (cf. Jn 4, 35-39). Pues bien, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere que, «al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan». La semilla había sido arrojada en el surco y llegaba la hora de la cosecha.

La bajada de estos dos apóstoles, que eran considerados como pilares de la comunidad, señala el reconocimiento de la tarea llevada acabo por los evangelizadores dispersos y evidencia la necesidad de mantener la hermandad y el reconocimiento en la fe y en el amor entre las diversas comunidades.

Además, el viaje apostólico contribuye a marcar las diferencias entre un bautismo celebrado al parecer en el nombre de Jesús y el bautismo por el que los nuevos hermanos habrían de recibir el Espíritu Santo. La presencia y el ministerio de los apóstoles es la oportunidad para que, también fuera de Jerusalén, se repita el prodigio de Pentecostés: Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (Hch 8, 17).

Todavía incluye el relato un tercer acto, en el que se pone de manifiesto la necesidad de purificar la fe de toda adherencia mágica. Ahora ya no se menciona a Felipe. Es Pedro quien reprende la actitud de Simón, que pretende comprar con dinero la posibilidad de otorgar el Espíritu con la imposición de sus manos. A la maldición de aquel dinero sigue la corrección del mago y la invitación a que se convierta y pida perdón por aquel pensamiento de su corazón.

Después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, los apóstoles se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos (Hch 8, 25). Como había ocurrido con la mujer que encontró Jesús junto al pozo, también ahora la tarea evangelizadora de Felipe parece pasar a un segundo plano.

FELIPE Y EL EUNUCO

Sin embargo, el texto no pretende olvidar al evangelizador. Es más, la continuación del relato parece sugerir la autenticidad de su vocación, al evocar la presencia del ángel que lo envía, así como la intrepidez del llamado que extiende su radio de acción de forma insospechada. La vocación que viene de lo alto encuentra un fiel ejecutor en Felipe. La evangelización es don de Dios y tarea humana.

El hermoso episodio que se nos ofrece a continuación parece articularse de nuevo en tres partes, señaladas por otras tantas intervenciones sobrenaturales.

En un primer momento, Felipe es llamado por el ángel del Señor, que lo invita a tomar el camino del Sur, que lleva hacia Egipto por la costa de Gaza. No se le explica el objetivo de ese envío, aunque el lector puede muy pronto adivinar el esquema de toda la narración. De hecho, entra inmediatamente en conocimiento con un personaje distinguido.

No se nos conserva su nombre. Es uno de esos judíos que viven en la diáspora que se encuentra de vuelta de una larga peregrinación que lo ha traído hasta Jerusalén para adorar a Dios. Conoce a los profetas, pero, evidentemente no puede entenderlos en su plenitud. El texto prepara cuidadosamente la necesaria intervención del seguidor del Mesías Jesús:

»El ángel del Señor habló a Felipe diciendo: "Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto". Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías» (Hch 8, 26-28).

El segundo tiempo está marcado por otra intervención sobrenatural. El Espíritu de Dios empuja de nuevo al misionero, al tiempo que le otorga sabiduría para responder a las oportunas preguntas que le dirige el viajero que vuelve a las tierras de los etíopes. Esas preguntas reflejan el ánimo piadoso y a la vez inquieto de quien conoce las antiguas escrituras, pero desea conocer su sentido más profundo.

Partiendo de los antiguos profetas se puede llegar al anuncio del Evangelio. El encuentro entre los dos personajes trata de evidenciar la continuidad entre la antigua alianza y el acontecimiento de la vida, la obra y la muerte de Jesús de Nazaret. Y trata de explicitar la necesaria conexión entre la fe y el bautismo:

«El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro". Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?" Él contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?" Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: "Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca.

En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra". El eunuco preguntó a Felipe: "Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?" Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.

Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?" Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó» (Hch 8, 29-38).

De nuevo, el tercer momento está señalado por una intervención sobrenatural. Es el Espíritu el que envía, ilumina y mueve al evangelizador. Éste aprovecha la moción del Espíritu para iluminar la fe que ya alborea y sirve de mediación para la celebración de los signos sacramentales. La lectura del texto bíblico lleva al viajero a la curiosidad. ¿A quién se refiere el texto del profeta? Evidentemente, la lectura ha de ser explicada por el anuncio oral de otro creyente. Y la fe recién nacida puede ser celebrada con el bautismo.

El texto no deja de subrayar los pasos siguientes de la secuencia. El evangelizado prosigue con gozo su «camino» que es ahora el nuevo camino del Evangelio de Jesucristo. Y el evangelizador prosigue también el suyo, que es precisamente el de seguir anunciando la buena noticia del Señor Jesucristo:

«Y ensaliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino. Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hch 8, 39-40)

Sería difícil explicar de forma más clara e intuitiva toda la teología de la evangelización y de la iniciación en la fe cristiana. Los seguidores del Señor habrían de recordar este y otros relatos para meditar en su propia vocación y en la tarea a la que han sido enviados. La instrucción y el bautismo del eunuco son una memoria de los primeros tiempos y un programa para la futura evangelización.

LA PROFECÍA

Entre Asdod y Cesarea del Mar debió de establecer el diácono Felipe su residencia y el centro de sus itinerarios de evangelización. De hecho, allí volvemos a encontrarlo unos años más tarde, precisamente hacia el año 58. Por entonces Pablo y Lucas regresaban de su tercer viaje misional. Se encaminaban hacia Jerusalén.

Habían pasado por Rodas, habían costeado Chipre y se habían detenido durante siete días con los hermanos de la ciudad de Tiro. Precisamente esos mismos hermanos, «iluminados por el Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén» (Hch 21, 4).

A pesar de aquellas intuiciones y consejos, Pablo decidió continuar su viaje. Los hermanos lo acompañan hasta la playa, donde lo despiden con una oración. Aquella breve navegación de cabotaje llevó a Pablo y sus acompañantes hasta Tolemaida, donde se detuvo otro día con los hermanos. La siguiente etapa los llevará a encontrarse con Felipe:

«Al día siguiente partimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los Siete, y nos hospedamos en su casa. Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Nos detuvimos allí bastantes días» (Hch 21, 8-10).

 

De pronto descubrimos algo que ya habíamos intuido al primer contacto con el texto. Felipe, uno de aquellos siete «diáconos» elegidos en Jerusalén, era conocido como «el evangelista». Y, como ya se ve, razones más que sobradas tenían los hermanos para aplicarle ese título.

Pero también descubrimos otro detalle interesante. Las cuatro hijas de Felipe han sido dotadas por el Espíritu del don de profecía. Seguramente este encuentro le daría ocasión a Pablo para comentar el fervor profético y los abusos que él había tenido que corregir en la comunidad de Corinto.

Todo hace pensar que, durante aquel descanso y precisamente en la casa de Felipe, debió de tener lugar el encuentro con Ágabo:

 

«Bajó entretanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: "Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles".

Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: "¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús". Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: "Hágase la voluntad del Señor"» (Hch 21, 10-14).

 

La pequeña comunidad que se reunía en casa de Felipe pudo ser testigo de la firmeza de Pablo. A toda costa quería llegar hasta Jerusalén y ellos no podrían oponerse. Pero Felipe y los hermanos no permanecieron pasivos ante aquella decisión, sino que se preocuparon de preparar los detalles de aquella última etapa del viaje de Pablo hasta Jerusalén:

 

«Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén. Venían con nosotros algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a casa de cierto Mnasón, de Chipre, antiguo discípulo, donde nos habíamos de hospedar. Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría» (Hch 21, 15-17).

 

Por tercera vez, y como ya es habitual, Felipe vuelve a quedar en la sombra. En varias ocasiones ha sido un instrumento fiel en manos del Espíritu. Por él ha pasado el anuncio del Evangelio. Pero nunca ha tratado de arrogarse méritos ni protagonismo. Era un servidor de la Buena Noticia del Reino de Dios. Y un servidor de los hermanos. Un «diácono». Nada más. Y nada menos.

San Jerónimo dice haber visto todavía la casa donde había habitado Felipe y las celdas que ocupaban sus hijas. Según una tradición bizantina, el diácono Felipe habría sido también obispo de Tralles, en Lidia. Hacia el año 190, Clemente de Alejandría lo identifica con aquel escriba al que Jesús advierte que las zorras tienen sus madrigueras, mientras que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (cf. Mt 8, 19-20).

En la historia del arte ha sido varias veces representado el episodio del bautismo del ministro etíope, por ejemplo, en un sarcófago paleocristiano del siglo IV que se conserva en Roma, en el Museo de las Termas. Era aquél un episodio que resultaba aleccionador para los catecúmenos de los primeros tiempos.

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Ein Hanniya - Tesoro arqueológico donde san Felipe bautizó al Eunuco etíope

JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS

 

 

Cordero de Dios

El “tiempo ordinario” se introduce, en la liturgia católica, mediante la presentación del Bautismo de Jesús. Esta fiesta –situada al final del tiempo de Navidad– se prolonga en la semana siguiente con la figura del “Cordero de Dios”, como Juan Bautista le denomina ante sus discípulos.

Podemos escoger tres cuadros que nos presentan esta figura de Jesús como cordero manso y apacible que lleva a cabo la obra redentora, ofreciéndose en una entrega generosa por la salvación de cada persona y del mundo. En esa perspectiva la fe cristiana ayuda a encontrar un sentido al dolor, incluso al sufrimiento inocente.

 

1.“El cordero místico”,de los hermanos Van Eyck (1432)

Representa un altar en el centro de una gran campiña. Sobre el se yergue un Cordero que mira de frente con un rostro casi humano –como las últimas restaraciones han puesto de relieve–, mientras sangra sobre un cáliz. Representa al “cordero pascual”, Cristo, que sangra por su corazón abierto en la Cruz, para llenar el cáliz de su obediencia amorosa a la voluntad del Padre y por tanto al plan de la Trinidad para salvar a los hombres.

 

cordero

 

 

 

En cada Misa se recogen, antes de la comunión, las palabras de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Jesús instituyó la Eucaristía en el contexto de una cena pascual, donde se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la sangre de un cordero.

Jesús es el verdadero “cordero pascual” que nos ha librado de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias. Por eso, el cordero sobre el altar representa aquí el hecho de que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y de la Iglesia.

 


Arriba, sobre el altar, se sitúa el Espíritu Santo en forma de paloma, cuyos rayos iluminan y vivifican toda la escena. Ante el altar encontramos una fuente: la fuente de la vida, que significa, según la Sagrada Escritura, la acción misma de Dios y de su gracia para los hombres.

A los lados del altar se sitúan catorce ángeles, algunos muestran objetos relacionados con la pasión de Cristo: la cruz, la columna de la flagelación, la corona de espinas, la lanza que le traspasó, la esponja empapada en vinagre que le dieron a beber.

Al fondo se dibujan una o varias ciudades (quizá alguna de ellas podría ser Utrecht, por su campanario), como evocando la Iglesia, ciudad de Dios o nueva Jerusalén, que se edifica misteriosamente en la historia a la vez que la trasciende.

 

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Abajo a la izquierda puede verse un grupo de judíos, leyendo las Sagradas Escrituras. Detrás, un grupo de paganos, entre ellos Virgilio, poeta romano, con su túnica blanca. A la derecha está representada la Iglesia Católica: delante los apóstoles y detrás, otro, santos y mártires (entre ellos se puede distinguir a san Esteban) y Papas.

Arriba, a izquierda y derecha del altar, se sitúan los mártires y las vírgenes con las palmas de la victoria.

 

2. En “la crucifixión” de M. Grünewald (1512-1516)

parece Cristo totalmente cubierto por bubones de peste, la misma enfermedad que tenían muchos de los contemplaban aquel retablo de Isenheim, a fines de la Edad Media.

“En su propia cruz –interpreta Joseph Ratzinger– experimentaban la presencia del Crucificado y se sabían incluidos a través de su aflicción en Cristo y, por ende, en el abismo de la eterna misericordia. La cruz de Cristo la experimentaban como su salvación” (El Credo hoy, Santander 2013).

 

 

A la izquierda del Crucificado, el apóstol san Juan consuela a la Virgen Madre, mientras María Magdalena, de rodillas, extiende sus brazos y sus manos juntas en oración. A la derecha, san Juan Bautista sostiene, en una mano, las Escrituras abiertas.

dirige hacia Cristo el dedo índice de la otra mano, al lado de un texto que recoge las palabras: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). A los pies del Bautista, un pequeño corderillo sostiene una pequeña cruz, mientras sangra sobre un cáliz.

3. El “Agnus Dei” (Cordero de Dios) de F. de Zurbarán (1635-1640)

Ofrece, sobre fondo oscuro, un primer plano de un corderillo, recostado y todavía vivo, con sus patas atadas y preparado para ir al matadero (cf. Is 53, 7). Es la viva imagen de la mansedumbre.

 

cordero

 

 

Sobre Jesús, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ha dicho el Papa Francisco:

“Detengámonos en el Evangelio, quizá incluso contemplando una imagen de Cristo, un “Rostro santo”. Contemplemos con los ojos y más aún con el corazón; y dejémonos instruir por el Espíritu Santo, que por dentro nos dice: ¡Es Él! Es el Hijo de Dios hecho cordero, inmolado por amor. Él, solo Él ha cargado, solo Él ha sufrido, ha expiado el pecado de cada uno de nosotros, el pecado del mundo, y también mis pecados. Todos. Los cargó todos sobre Él y nos los quitó a nosotros, para que finalmente fuésemos libres, y nunca más esclavos del mal. Sí, aún somos pobres pecadores, pero no esclavos, no, no esclavos: hijos, ¡hijos de Dios!” (Angelus, 19-I-2020).


El sufrimiento inocente

4. Seis siglos antes de Cristo, en los Cantos del "Siervo sufriente", del profeta Isaías, estaba profetizado el sufrimiento de Jesús por la salvación de los hombres.

Cristo nos ha redimido con su inocencia y mansedumbre, con su humildad y su servicio. Él, que es el más inocente de los “hijos de los hombres” y al mismo tiempo Dios verdadero hecho carne por nosotros, ha tomado sobre sí –también como cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico, y del género humano–, todas nuestras culpas y todos nuestros dolores.

También asume Cristo el sufrimiento de los inocentes y la gran pregunta por su sentido, tal como aparece, por ejemplo, en el libro de Job, o como la formula Dostoiewsky (en Los hermanos Karamazov), o como se plantea modernamente “después de Auschwitz”.

Escribe Raniero Cantalamessa: “Jesús no ha venido a darnos doctas explicaciones sobre el dolor, sino que ha venido a asumirlo silenciosamente sobre sí”.

Por eso, ante el dolor inocente la actitud de un cristiano –como con frecuencia dice el Papa Francisco– debe ser básicamente la de toda persona, frente a lo que puede aparecer como un dramático sinsentido: el acompañamiento, quizá el llanto, el silencio ante el misterio. Pero también la oración.

Como señala Cantalamessa, el dolor inocente es un tipo de sufrimiento que nos acerca especialmente a Dios. Así es, en la perspectiva cristiana: “Solo Dios, en efecto, sufre y sufre en sentido absoluto como inocente”. Él es el cordero “sin tacha y sin mancilla” (1 Pe 1, 19) que, sin haber cometido ninguna culpa, ha llevado sobre sí la pena de todas las culpas.

“Jesús –añade el mismo autor– no ha dado sólo un sentido al dolor inocente, le ha conferido igualmente un poder nuevo, una misteriosa fecundidad”. Porque todo dolor inocente se une al de Cristo y recibe de Él la capacidad de engendrar esperanza y Vida.

En relación con el sufrimiento, decía Viktor Frankl que lo mejor no es preguntarse “por qué” (¿por qué yo, por qué a mí?) sino “para qué”. En la misma línea se situaba –ya en la perspectiva cristiana– san Juan Pablo II, cuando señalaba que lo importante es preguntarse “qué nace del sufrimiento”.

En una ocasión le presentaron a Jesús un muchacho ciego de nacimiento, preguntándole:

“Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Y respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9, 2-3).

El sufrimiento inocente se puede enfocar como una participación en los sufrimientos de Cristo (cf. Rm 8, 17), en solidaridad con todos los males y todos los dolores del mundo, y nos permite también asociarnos con Él en la gloria de su resurrección.

En suma, es inútil intentar “explicar” el sufrimiento inocente. Pero la fe nos da esta "pequeña luz”: el inocente que sufre es signo y como “sacramento” del Amor de Dios y de su misterioso poder para quitar los males del mundo. Ciertamente, de una manera que nosotros no podemos comprender del todo.

Pero sí podemos –propone Cantalamessa– hacer algo más. De entrada, no acrecentar ese sufrimiento, convirtiéndonos en “lobos” (como el de la fábula del cordero y el lobo), símbolo de debilidad y villanía.

Podemos aconsejar a los inocentes que no se acerquen a los lobos ni dialoguen con ellos.

Podemos animar a los jóvenes que escojan bien sus héroes y modelos, y defenderlos sobre todo de aquellos lobos que se les acercan disfrazados con piel de ovejas.

En cambio, el Buen Pastor es Aquél que da la vida por sus ovejas (Jn, 10, 11), el pastor que se ha hecho cordero.

También podemos intentar quitar el dolor o al menos disminuirlo. Refiere este autor el caso de alguien que, ante una niñita que tiritaba de frío y de hambre, se enfrentaba con Dios, diciéndole: “¡Haz algo!” Y que entendió que se le respondía: “Ya he hecho algo, te he hecho a tí”.

Además debemos evitar el dolor innecesario a los animales y el daño injustificado a otros seres vivos e incluso a todo ser creado. Y reavivar nuestro compromiso ecológico como cristianos, pues la creación entera sufre esperando la manifestación de la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 22 ss).

Ramiro Pellitero

«El Primado de Polonia»  el cardenal que abrió el camino a san Juan Pablo II

A Contracorriente Films estrena en cines el 24 de mayo “El primado de Polonia”, una película que narra la historia del cardenal Stefan Wyszynski (1901-1981), figura clave en Polonia durante el periodo de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

 

primado de Polonia

La película “El Primado de Polonia”, dirigida por el director polaco Michal Kondrat (“La divina misericordia”, “Dos coronas”), está protagonizada por Slawomie Grzymkowski (“Alarm”, “Víctima de guerra”), Adam Ferency (“Cold War”, “Pornografía”), Marcin Tronski (“Y los violines dejaron de sonar”) y Katarsyna Zawadzka (“Bod obnovy”), y se centra en la vida del cardenal Wyszynski después de haber pasado tres años encarcelado por los comunistas, cuando tuvo que iniciar una lucha por la libertad religiosa.

Este cardenal beato, ordenado sacerdote en 1924, sufrió la persecución religiosa de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, época en que además fue capellán del hospital de los insurgentes de la Armada Nacional Polaca. Tras la guerra, fue ordenado obispo y se le concedió el título de “Primado de Polonia”.

 

primado de Polonia

 

Sin embargo, el fin de la guerra no devolvió la paz a la Iglesia en Polonia, sino que la persecución continuó por parte del partido comunista. El cardenal Wyszynski fue encarcelado en 1953, y, posteriormente, puesto bajo arresto domiciliario.

 

El film se centra precisamente en esta etapa de la vida del protagonista, con un comienzo estremecedor: la brutal tortura del partido comunista al obispo polaco Antoni Baraniak, quien tuvo una estrecha relación tanto con el cardenal Wyszynski como con el futuro Juan Pablo II.

 

primado de PoloniaSin embargo, el desarrollo de la película no se detiene en estos episodios violentos, sino en las tensas relaciones entre Wyszynski y el gobierno, que busca que el Primado use su influencia para que el pueblo polaco vote en las elecciones. Mientras tanto, el cardenal es objeto de una vigilancia constante.

 

Espiado mediante micrófonos en su lugar de residencia, los tentáculos del partido llegan hasta a sus colaboradores más cercanos, con lo que necesitará toda su pericia e inteligencia para llevar adelante las relaciones con el gobierno, sin dejar que el partido se infiltre en la Iglesia, pero buscando al mismo tiempo un equilibrio para que el pueblo polaco no sufra represiones ni se vea limitada la libertad religiosa.

 

De telón de fondo, asistimos al progreso de un joven Karol Wojtyla hasta su elección como Papa, las violentas represiones a las manifestaciones de los trabajadores contra el gobierno comunista en Gdansk y Gdynia y la celebración de los mil años del bautismo de Polonia, aniversario que el gobierno pretende eclipsar mediante unos actos paralelos de carácter político y ateo.

 

El desarrollo de la historia mantiene el interés en todo momento, con un actor protagonista que aborda su papel con sobriedad y excelencia.

 

Wyszynski fue beatificado recientemente, el 12 de septiembre de 2021. Aunque por razones lógicas ha sido eclipsado por la figura de san Juan Pablo II, esta película es un magnífico homenaje a su importante legado.

De hecho, Juan Pablo II se dirigió a él, tras ser elegido Papa, con estas palabras:

“No habría ningún Papa polaco […] si no fuera por tu fe, que no retrocedió ante la prisión y el sufrimiento”.

 

 

 

 

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FUENTE: omnesmag.com

San Justino

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta

"La grandeza de un hombre
está en saber reconocer
su propia pequeñez"
(Blas Pascal)

Aún faltan unas horas para que amanezca. Un hombre pasea por la orilla de una playa, contemplando el mar. Se llama Justino y es famoso en muchos círculos intelectuales. No tarda en descubrir a otra persona en este lugar ahora desierto: es un anciano. El intelectual se pregunta qué puede hacer aquí a estas horas, pero no dice nada. Solo lo mira, sorprendido.

 

El anciano percibe su desconcierto y se dirige a él. Le explica que espera a unos familiares que están navegando. La conversación prosigue. El intelectual opina sobre cualquier tema: cultura, política, religión. Le gusta hablar. El anciano sabe escuchar y he aquí que, cuando interviene, lo hace con gran sensatez. Tal vez, en otra ocasión, el intelectual hubiera ironizado o dado por terminado el diálogo. Sin embargo, la claridad de ideas del anciano le desarma. El intelectual no comparte algunas de esas ideas, pero reconoce que tienen mucho en común con las suyas. Al final, el anciano le desvela que es cristiano. Justino empieza a ver con simpatía la fe sencilla del anciano. Pasan las horas. Se despiden. Nunca se volverán a ver.

El intelectual no olvidará este encuentro. Meses después, comprenderá que solo aquellas palabras del anciano parecen dar razón de sus ansias de verdad. Aquel anciano era cristiano, y las ideas que estaban transformando su vida provenían de la fe cristiana. Un encuentro fortuito le había acercado a la fe, abriéndole un horizonte más amplio del que le presentaban todas sus ideas anteriores. Al poco tiempo, Justino, el gran filósofo, recibirá el bautismo y se convertirá en uno de los más grandes apologetas de la fe.

Los padres de Justino eran paganos y le habían dado una excelente educación, instruyéndole con gran esmero en filosofía, literatura e historia. Había frecuentado las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. Era un gran buscador de la verdad, y el encuentro con aquel anciano determinó su conversión y su dedicación al servicio de Dios. Tenía en aquel momento unos treinta años. Permaneció desde entonces laico y célibe, y en adelante, ataviado con las vestimentas características de los filósofos, recorrió numerosos países debatiendo con todos acerca de la fe cristiana, hasta su martirio en el año 165.

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta. En el caso de Justino, fue con el ejemplo de los mártires y con esa conversación de madrugada con aquel anciano.

San Justino

San Justino

—Pero algunas personas echan en falta un signo externo que les asegure que Dios les llama.

Los signos externos los concede Dios algunas veces, pero normalmente pocas. A algunos personajes del Antiguo Testamento les reveló su voluntad mediante una visión o una teofanía. Moisés vio la zarza ardiendo. Un ángel purificó los labios de Isaías mientras se escuchaba la voz de Dios. Y Ezequiel contempló un torbellino de viento y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, y un resplandor, y en medio del fuego una figura en ámbar. Pero no todos podemos pedir algo así para conocer lavoluntad de Dios.

—No estaría mal, de todas formas.

Tampoco te creas que sería tan fulminante. Si no estamos bien dispuestos, aunque se nos apareciera un ángel, no estaría asegurada nuestra correspondencia. Por ejemplo, a Zacarías se le apareció un ángel que le dijo que sus peticiones habían sido escuchadas, pero Zacarías no se conformó con eso y pidió al ángel una prueba de que aquello se cumpliría: «¿Quién me podrá certificar a mí eso?». Y no debió ser muy del gusto de Dios, porque el ángel le transmitió aquella certificación en forma de castigo a su falta de fe: «Desde ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por cuanto no has creído a mis palabras, que se cumplirán a su tiempo».

Dios solo muy raramente manifiesta con signos externos sus llamadas personales. No podemos esperar de los cielos un acta notarial, un llamamiento en toda regla por parte de la divinidad. Eso sería una ingenua tendencia a lo fantástico, cuando lo habitual es que Dios nos hable a través del silencio interior, cuando hay un clima de suficiente recogimiento y facilitamos el encuentro con Él en la oración.

—Pero al final, la pregunta clave, y difícil de contestar, es: ¿tengo vocación o no?

Esa no es la pregunta más acertada. La pregunta decisiva es: ¿cuál es la vocación que yo tengo? Dios tiene un plan para todos, para cada uno. La vocación no es algo que tienen algunos, sino todos. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, a seguir a Jesucristo. Hay vocaciones que comprometen más, que son más exigentes. Y quizá las más exigentes son las que presentan un mayor atractivo para un alma joven, aunque también den un poco de miedo. No se trata de ver qué es lo mejor, o lo más difícil, sino lo que quiere Dios de mí. Para ti, lo mejor es lo que Dios quiera de ti. Y para mí, lo que quiera de mí.

Así lo explicaba Benedicto XVI, en Basílica de Santa Ana de Altötting: «Bajo la mirada de santa Ana maduró la vocación de María, la más grande de la historia de la salvación. María recibió su vocación a través del anuncio del ángel. El ángel no entra de modo visible en nuestra habitación, pero el Señor tiene también un plan para cada uno de nosotros, nos llama por nuestro nombre. Por tanto, a nosotros nos toca escuchar, percibir su llamada, ser valientes y fieles para seguirlo, de modo que, al final, nos considere siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido.»

—Entonces, ¿cuáles son los síntomas para saber si es una u otra nuestra vocación?

Hay que pedir luz a Dios, hacer oración, rogarle que nos haga ver con más claridad qué quiere de nosotros. Normalmente no lo hará por medios excepcionales, como a San Pablo camino de Damasco, sino que nos deja una cierta penumbra, quizá para no forzar nuestra libertad, para dejarnos más iniciativa personal.

—¿Y cómo se puede tener certeza de una vocación?

Certeza absoluta, completa y eterna, no siempre se tiene. Pero se puede tener una certeza muy grande, aunque esto normalmente no viene hasta un tiempo después de haber respondido que sí a lo que hemos pensado que es nuestro camino. Llega cuando ha transcurrido un tiempo, y comprobamos que ese camino llena nuestra alma, y se alcanzan entonces grados muy altos de seguridad.

Por eso, en todas las instituciones de la Iglesia hay un tiempo de prueba, en el que cada candidato confirma o descarta la vocación que al solicitar la admisión ha pensado que tenía. En ese sentido, cabría decir que la plena certeza de la vocación solo se tiene cuando se ha respondido, pues lo habitual es que ese convencimiento vaya creciendo a medida que se avanza con generosidad en el proceso vocacional. Sucede algo parecido con el matrimonio: la certeza de haber acertado no se alcanza hasta un tiempo después de iniciar el noviazgo, cuando ha pasado un tiempo desde que hemos respondido afirmativamente y se comprueba que hay una sintonía y un convencimiento grandes, y confirmamos que Dios quiere ese camino para nosotros.

—¿Y cómo ver eso que se dice de que lo más grande que puede pasarle en la vida a una persona es entregarse por completo a Dios?

Para comprenderlo así hay que enmarcar nuestra vida en un contexto amplio, en el que esté bien presente Dios. Debemos pensar en el sentido de la vida humana, en que nuestra vida está limitada en el tiempo, y en que ese tiempo en nuestra vida pasa cada vez más deprisa. La vida es estupenda, pero es tan solo un preámbulo de la vida eterna. Por eso vale la pena seguir un camino que nos lleve más directamente a la meta. Seguir a Dios vale siempre la pena. Pero, en todo caso, lo mejor para nosotros es lo que Dios haya pensando para nosotros, no lo que consideremos más alto.

Cuando vamos al encuentro de ese proyecto que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros, no hacemos un favor a Dios. Al contrario, la vocación es una muestra de la misericordia de Dios con el hombre. Nos llama a construir en nosotros la mejor vida de las posibles, la vida a la que estamos llamados, para la que mejor estamos preparados, en la que seremos más felices.

—Pero eso de entregarse por completo a Dios siempre da un poco de miedo

Puede ser miedo, o bien inseguridad, o incertidumbre. La misma fe siempre tiene algo de salto en el vacío, y por tanto, con la vocación sucede algo parecido.

San Justino

—¿Y no es perder un poco la libertad?

Cualquier acto de entrega supone perder libertad, y el amor siempre supone entrega, y lo natural es entregarse a lo que uno ama, pues de lo contrario la vida queda vacía. La mejor libertad es la que se emplea para seguir a Dios. Cuanto más grande sea el bien que se elige (y en este caso sería elegir a Dios), mayor y más noble será el empleo que hacemos de nuestra libertad.

Dejarse guiar por Dios no es perder libertad, sino emplearla del mejor modo posible. Suele ser una decisión en la que intervienen muchos elementos, a través de los cuales Dios nos habla, y que hacen que un buen día pasemos de decir que no a decir que sí. Y no siempre con un proceso predominantemente racional. O, mejor dicho, son razones que Dios pone en nuestra cabeza y también en nuestro corazón.

—Entregarse a Dios supone siempre una renuncia, y eso hace que a muchos les cueste dar ese paso, porque todos queremos pasarlo bien y disfrutar de la vida

Pasarlo bien de verdad depende de estar cerca de Dios. La vocación supone una elección personal de Dios a cada uno de nosotros. No elegimos nosotros, sino que elige Dios. Y ese designio de Dios determina el camino que cada uno debe recorrer para alcanzar el Cielo y para ser feliz en la tierra. Hacer la voluntad de Dios es la mejor garantía para pasarlo bien en la vida, tanto en la vida de la tierra como en la del Cielo.

—¿Y a la hora de pensar si Dios nos llama en una institución o en otra, importa el hecho de que sea una institución más boyante o menos?

Pienso que no. En cuestiones de santidad, de hacer la voluntad de Dios, no importa el número, sino que seamos santos y que seamos los que Dios quiera que seamos. Da igual que sea una institución a la que lleguen numerosas vocaciones y consideremos boyante o de moda, o bien una institución en momentos difíciles y que apenas tiene vocaciones.

—¿Y el hecho de tener ilusión por casarse y formar una familia es motivo para pensar que no estamos llamados al celibato?

Tener ilusión por casarse y formar una familia es una ilusión propia de toda persona normal. Si la vocación fuera sobre todo cuestión de gusto, todo el mundo tendría vocación al matrimonio, y quizá medio mundo tendría vocación a no trabajar, o a ser un fresco. Me parece que la clave no está en lo que a uno más le apetece, pues hay muchas cosas que hacemos cada día que no nos apetecen demasiado pero que, sin embargo, sabemos que debemos hacer, y las hacemos, nos producen una satisfacción, nos hacen felices y al tiempo nos hacen cumplir la voluntad de Dios.

El hechode que a alguien le diviertan mucho los niños, o sea especialmente sensible para el calor humano de la familia, indica que es una persona normal con una buena educación afectiva. Todo corazón bien formado experimenta ese deseo natural. Basta recordar que a Jesucristo le gustaban los niños, y el calor de la vida familiar, pero vivió célibe.

Fuente: Alfonso Aguiló interrogantes.net

La forja de una vocación

Muy pocos grandes hombres
proceden de un ambiente fácil.              (Herman Keyserling)

 

San Juan Pablo II ha sido sin lugar a dudas -así lo han reconocido hasta sus más acérrimos detractores- la figura más colosal y carismática del final del segundo milenio. Junto a ser guía espiritual de más de mil millones de católicos, se convirtió enseguida en el más vigoroso defensor de la justicia social y de los derechos humanos de todo el mundo contemporáneo.

En su largo pontificado demostró una prodigiosa capacidad para conciliar fidelidad y creatividad, prudencia e ingenio, paciencia y audacia. Apoyado en su prestigio y autoridad moral como pontífice, se reveló también como un diplomático de inmensa envergadura e influencia mundial. Fue además protagonista de descollantes realizaciones intelectuales, así como de un innegable carisma ante la gente joven.

Muchos se preguntan con frecuencia de dónde vinieron a Juan Pablo II esas indiscutibles cualidades personales.

 

¿Cómo surgió este hombre? ¿Cómo se forjó una personalidad tan extraordinaria?

¿Qué hay en la biografía de Juan Pablo II que le permitió prepararse de un modo tan sobresaliente para ejercer su misión como cabeza de la Iglesia católica en una encrucijada tan difícil de su historia?

Si unos grandes expertos se plantearan preparar un líder mundial a partir de un chico joven, seguramente pensarían en una educación de elite, con unas condiciones cuidadosamente preparadas para facilitar en todo lo posible su formación académica, intelectual y humana. Sin embargo, en la biografía del joven Karol Wojtyla no hay nada de eso.

Apenas aparecen momentos de facilidad. Su infancia y su juventud están marcadas por la tragedia, la pobreza y la dificultad. ¿Qué había entonces distinto a otros? ¿Por qué esas difíciles circunstancias no le hundieron sino que curtieron su personalidad y le prepararon para ser un hombre tan extraordinario? ¿Cuál fue su actitud ante los obstáculos que encontró en su vida?

La biografía de Karol Wojtyla es una prueba de que el hombre, sean cuales sean las circunstancias en que viva, puede elevarse por encima de sus condicionamientos personales, familiares o sociales. Su madre fallece cuando él aún no ha cumplido nueve años. Cuando tiene doce, fallece Edmund, su único hermano. Quedan solos él y su padre. Karol es terriblemente pobre. Asiste a sus clases vestido con unos pantalones de tela burda y una arrugada chaqueta negra, la única que tiene. Logra estudiar en la Universidad de Jagellón gracias a las excelentes calificaciones que ha obtenido en el instituto.

Aquel curso, Karol se matricula de dieciséis asignaturas, asiste regularmente a cursos y conferencias sobre temas muy variados, se dedica durante meses a estudiar francés, participa en una escuela de arte dramático, en un círculo intelectual y en varias asociaciones literarias y estudiantiles más. También escribe de forma inagotable.

 

Juan Pablo II

Juan Pablo II

Desarrolla una actividad con la que resulta difícil imaginar cuándo come y duerme. Permanece despierto gran parte de la noche en su casa, en el pequeño sótano de la calle Tyniecka, ya que las horas del día las llena el trabajo académico y todas esas actividades ajenas a los estudios, que también ocupan parte de la noche.

Aun siendo duro, aquello va marchando. Pero, de pronto, todo salta por los aires con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de Polonia por los nazis. A las pocas semanas del inicio de la ocupación, el mando nazi impone una obligación de trabajo público que no es otra cosa que trabajo forzoso. Karol empieza a trabajar en una fábrica que la Solvay tiene cerca de las canteras de Zakrzówek.

Allí se arrancan grandes bloques de piedras calizas por medio de cargas explosivas. Sus primeros trabajos consisten en tender raíles y hacer de guardafrenos. El invierno resulta de una dureza extraordinaria aquel año. Pierde peso rápidamente y siente frío en los huesos y agotamiento de manera casi constante. Un día especialmente frío, encuentra muerto a su padre al llegar a casa. Karol aún no ha cumplido veintiún años. Pasa la noche rezando de rodillas ante el cadáver.

La muerte de su padre, junto con el hecho de no haber podido estar con él cuando falleció, es el golpe más fuerte y dramático que sufre en su vida. A partir de entonces, va al cementerio todos los días al salir de trabajar de la cantera, cruzando Cracovia de parte a parte, para rezar ante su tumba. Sus amigos están preocupados, viendo su sufrimiento, pensado que quizá no supere aquel golpe.

-¿Y cómo surge su vocación?

Karol asiste a unos círculos de formación espiritual para jóvenes organizados por los salesianos en la parroquia de Debniki, cerca de su casa, y allí conoce a un hombre llamado Jan Tyranowski, que abre a Karol unos nuevos horizontes espirituales y humanos. Aquel hombre, que no es sacerdote, sino un sastre de unos cuarenta años, es un auténtico maestro y trabaja las almas de aquellos chicos con una gracia muy particular.

Su palabra, en conversaciones personales o en aquellos círculos, va calando hondamente en cada uno de ellos, "liberando en nosotros -son palabras de Karol, años después- la profundidad oculta de una enormidad de recursos y posibilidades que hasta entonces, trémulamente, habíamos evitado".

Karol charla cada semana con Jan Tyranowski, normalmente en el modesto y abarrotado piso del sastre, además de verse en los encuentros en grupo. En aquellas conversaciones, Karol va comentando el resultado de sus esfuerzos personales por mejorar en los puntos que se tratan en las reuniones. Tyranowski sabe la importancia de esa disciplina ascética para la formación de una persona. A medida que la amistad entre ambos va creciendo, pasean con frecuencia, se visitan en sus respectivos domicilios y pasan largos ratos leyendo y hablando.

Un amigo suyo, que asiste con él a aquellos círculos, asegurará tiempo después que "fue la influencia de Jan Tyranowski la que le ayudó a recuperar el equilibrio"; y añade que "de no haber sido por Tyranowski, Karol no sería sacerdote, y yo tampoco; no quiero decir que nos empujara: sencillamente, nos abrió un camino nuevo."

 

Juan Pablo

 

Sin embargo, la decisión del sacerdocio aún tardará año y medio en madurar en el corazón y en la mente de Karol. Años después, recordará "con orgullo y gratitud el hecho de que me fue concedido ser trabajador manual durante cuatro años; durante ese tiempo surgieron en mí luces referentes a los problemas más importantes de mi vida, y el camino de mi vocación quedó decidido…, como un hecho interior de claridad indiscutible y absoluta."

La oración constante es lo que permite a Karol salir adelante, tanto en su vida espiritual como emocional, en medio de su dura vida de trabajo. Reza cada día en la iglesia de Debniki antes de ir al trabajo, reza en la fábrica, reza en una antigua iglesia de madera cerca de la fábrica, y cuando se dirige cada día al cementerio, después de trabajar, reza ante la tumba de su padre, y después reza en su casa.

La mayoría de sus compañeros de trabajo, que conocen cómo es su vida en medio de aquella persecución religiosa, le miran con respeto, admiración y afecto. Stefania Koscielniakowa, que trabaja en la cocina de la planta, queda muy impresionada cuando el supervisor le señala en una ocasión a Karol y le dice: "Este chico reza a Dios, es un chico culto, tiene mucho talento, escribe poesía…; no tiene madre, ni padre…; es muy pobre…, dale una rebanada de pan más grande porque lo que le damos aquí es lo único que come".

Una tarde de septiembre de 1942, después de ensayar una obra de teatro de Norwid, Karol habla con Kotlarczyk -que es el alma del grupo teatral, y con el que ahora comparte piso después de la muerte de su padre-, y le explica que piensa ingresar en un seminario clandestino porque quiere ser sacerdote. Kotlarczyk pasa varias horas intentando disuadirle de su propósito. Invoca la santidad del arte como gran misión, recuerda a Karol la advertencia del Evangelio contra el desperdicio del talento y le suplica que aplace su decisión.

Sin embargo, Karol se mantiene firme y al mes siguiente comienza sus estudios sacerdotales. Las clases son individuales y se dan en lugares secretos. La mayoría de los alumnos no saben de la existencia de los demás seminaristas hasta el final de la guerra. La vida externa de Karol apenas cambia: continúa trabajando en la Solvay y cumple sus compromisos con la compañía de teatro durante seis meses.

La diferencia es que, ahora, a sus anteriores obligaciones se añade la de estudiar en el seminario clandestino, lo cual supone además un gran riesgo. Ser detenido como seminarista secreto significa la muerte en un campo de concentración, como de hecho sucede a no pocos seminaristas polacos.

El 29 de febrero de 1944, cuando un cierto optimismo se extiende en Polonia porque parece acercarse el final de la guerra, Karol sufre un grave accidente al volver del trabajo. Un pesado camión del ejército alemán cargado con unos tablones le golpea al pasar. Queda tendido en el suelo con una fuerte conmoción cerebral. Una señora que pasa por allí le lava un poco con agua de una zanja, paran a otro camión y es trasladado a un hospital, donde pasa quince días ingresado y varias semanas más de convalecencia.

El 6 de agosto llega el llamado Domingo Negro, en que el mando alemán, temeroso de una sublevación en Cracovia, hace una gigantesca redada por toda la ciudad. Cuando irrumpen en la casa de Karol, éste permanece en su cuarto, arrodillado y rezando en silencio, e inexplicablemente los soldados no entran en esas habitaciones.

Con el final de la guerra, el seminario deja de ser secreto. Karol culmina con gran brillantez sus estudios y es ordenado sacerdote. Cincuenta años después, es un Papa que, a pesar de su ancianidad y su falta de salud, sigue desplegando una actividad infatigable y valiente. Desde el principio, las circunstancias del ambiente parecían confabularse para impedir su avance en el camino de entrega a Dios. Pero también eran condicionantes que hacían madurar y curtir su vocación. Así supo asumirlos Karol, y así preparó Dios su alma para los altos designios que le tenía preparados, pero que, como sucede siempre, son designios que quedan en buena medida a merced de la libertad humana.

-Es todo un testimonio de cómo sacar adelante una vocación en medio de mil dificultades.

Puede servir para aquellos que asocian la idea de vocación con un entorno de facilidad donde abrirse camino. La realidad es que, cuando se analiza la vida de las grandes figuras de la historia de la Iglesia, nos encontramos con que muchas de ellas, si no todas, han pasado por serias dificultades interiores o exteriores para sacar adelante su vocación.

 

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La escena de la Visitación es recogida en varias películas

Por Alfonso Méndiz

A pesar de ser una secuencia clave, la Visitación se ha representado pocas veces en el cine. Se recoge en “Christ Series” (1951-52), de John T. Coyle, un serial de 12 capítulos de media hora sobre la vida de Jesús, en “Jesús de Nazaret” (1977), de Franco Zefirelli; en “María de Nazaret” (1995), de Jean Delannoy; y en “Natividad” (2006), de Catherine Hardwicke.

De todas, la mejor es sin duda la de Zeffirelli, pues Hardwicke omite –incomprensiblemente– un texto clave para entender esta escena: el Magnificat, el texto más largo e importante que ha salido de los labios de la Virgen.

 

En la secuencia de “Jesús de Nazaret” destaca su calidad fotográfica, que podemos apreciar en la composición de los grupos, en la puesta en escena y en los encuadres (donde advertimos la influencia de la pintura renacentista italiana, muy especialmente, la de Fra Angelico).

En concreto, esta escena reproduce una composición pictórica muy semejante a la de una Anunciación de Fra Angelico: María permanece en pie mientras Isabel se arrodilla, y esta disposición —aunque de forma inversa— recuerda elesquema de aquella pintura, solo que aquí Santa Isabel suplanta al Arcángel en su misión de transmitir un mensaje a la Madre de Dios.

Con todo, lo más importante de la escena es el retrato que hace de la Virgen: inocente, amable, profundamente sobrenatural. Su figura aúna perfectamente la alegría y la jovialidad de una mucha

También se aprecia su profunda relación con Santa Isabel. Ésta percibe, por el salto de su hijo, que María lleva en su seno al Hijo de Dios; pero también descubre que la Virgen conoce perfectamente el milagro de su embarazo. 

 

Visitación

 

La escena, majestuosa y emotiva, refleja la perfecta sintonía de esas dos mujeres tocadas por la Gracia, que saben que han concebido por intervención divina.

Las dos exultan en su interior y alaban a Dios por su acción en favor de los hombres.

El canto del Magníficat de María es acompañado por la reverencia de su prima, cuyo gesto de arrodillarse —en adoración a Dios ante la sublimidad de esas palabras— es imitado por sus criadas y familiares.

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LA VISITACIÓN

 

 

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CORPUS CHRISTI

ORIGEN DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI

Hacia el siglo XII, se advierte el desarrollo de un deseo de devoción más acentuada a la  Eucaristía bajo una forma muy particular que, sin olvidar que la Eucaristía es sacrificio, es  especialmente sensible a la presencia real, y se muestra muy atenta a la majestuosa gloria  de la que hay que rodearla en la adoración.

Esta devoción al Santísimo Sacramento tiene su  origen especialmente en Bélgica

Hasta entonces, si bien es cierto que la Reserva  eucarística siempre estuvo rodeada de respeto, no puede decirse, sin embargo, que la  Iglesia latina aventajara a las Iglesias orientales en tributarle un culto especial. El nacimiento  de este otro culto solemne tiene unas motivaciones complejas.

Estas motivaciones van  desde los motivos canónicos quizás, pasando por necesidades de carácter apologético,  hasta llegar a cierta mística que dará origen incluso a Congregaciones religiosas dedicadas  al culto y a la adoración del Santísimo Sacramento.

Motivos canónicos

La disciplina de la penitencia seguía siendo muy severa, y muchos  cristianos no podían fácilmente acercarse a la Eucaristía y comulgar.

En el mismo momento,  nace el deseo de contemplar la hostia hasta el punto de que, en algunas regiones, van los  fieles de iglesia en iglesia sólo con el afán de llegar para el momento de la elevación. Para  algunos pecadores, ver la hostia era la única manera que tenían de participar en ]a  celebración eucarística.

 

Corpus Christi eucaristia

Necesidades apologéticas

Se trata de defender frente a algunas dudas la realidad de la  presencia de Cristo en la Eucaristía; en aquellos siglos se realizan varios milagros de  sagradas formas que sangran, tanto en Bélgica como en Italia y en otras partes.

Desarrollos teológicos

 Si es evidente que la misa ha sido siempre considerada como  sacrificio, su carácter de comida sacrificial se encuentra muy desdibujado, y se piensa más  en la majestuosa bajada de la Divinidad al altar. De ahí ciertas celebraciones pletóricas de  reverencia, la majestad de los altares cada vez más monumentales y los ritos que van  adquiriendo amplitud.

En Bélgica, una monja de Mont Cornillon, cerca de Lieja, Juliana de Retine, priora del  monasterio (1193-1258), revela las visiones que ha tenido, la primera de ellas en 1208. Vio  un disco lunar rodeado de rayos de luz de resplandeciente candor; en uno de los lados, sin  embargo, se apreciaba una superficie oscura que deformaba el disco.

El Señor explicó a  Juliana que se trataba de la Iglesia, a la que todavía le faltaba una solemnidad en honor del  Santísimo Sacramento. Se introdujo la fiesta en Lieja en 1246, el jueves dentro de la octava  de la Trinidad.

Un confidente de Juliana de Cornillon, arcediano de Lieja, Jacques  Pantaleón de Troyes, llegado más tarde al sumo pontificado con el nombre de Urbano IV,  acabó extendiendo a toda la Iglesia la celebración de la fiesta del Corpus Christi, movido por un milagro  acaecido en Orvieto (Italia) hallándose él en Bolsena, muy cerca de dicho lugar:

Un  sacerdote que sentía dudas acerca de la presencia real, había visto una hostia convertirse  en carne sangrante que había manchado todo el corporal, conservado en Orvieto.

En la  bula que establecía la fiesta no se prescribía la procesión en honor del Santísimo  Sacramento; esta nació luego espontáneamente y se extendió con gran rapidez.

 

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CORPUS CHRISTI

 

BENEDICTO XVI, Audiencia general, 17 de noviembre de 2010
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