LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS

Desde los comienzos del cristianismo y aún antes -en la tradición judía- la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca.   

 

Antiguo Testamento

Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados" (2 Mac. 12,43-46).

En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.

Nuevo Testamento

Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte. Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) "Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá".

De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida "algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador".

San Agustín también argumenta, "que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (De Civ. Dei, XXI, XXIV).

San Gregorio Magno (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.

Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: "Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14] Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego."

Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.

 

Tradición

El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:

1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;

2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;

3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.

Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua.

Tertuliano (155-225) en "De corona militis" menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en "De Monogamia" (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda "orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección"; además, le ordena "hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción," y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.

Del siglo II se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.

San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).
San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).

Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos... ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron... Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad...» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).

Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).

Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: "En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos" (Testamentum).
Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: "Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio". Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos. 
 
«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- ... es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).

FUENTE:   L. F. MATEO SECO (primeroscristianos.com)

BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1'éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.

 

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LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS

Desde los comienzos del cristianismo y aún antes -en la tradición judía- la oración por los difuntos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca.   

 

Antiguo Testamento

Y, porque consideró que aquellos que se han dormido en Dios tienen gran gracia en ellos. Es, por lo tanto, un pensamiento sagrado y saludable orar por los muertos, que ellos pueden ser librados de los pecados" (2 Mac. 12,43-46).

En los tiempos de los Macabeos los líderes del pueblo de Dios no tenían dudas en afirmar la eficiencia de las oraciones ofrecidas por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida encuentren el perdón por sus pecados y esperanza de resurrección eterna.

Nuevo Testamento

Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación después de la muerte. Es por esto que Jesucristo declara (Mt. 12,32) "Y quien hable una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado: pero aquel que hable una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo ni en el que vendrá".

De acuerdo con San Isidoro de Sevilla (Deord. creatur., c. XIV, n. 6) estas palabras prueban que en la próxima vida "algunos pecados serán perdonados y purgados por cierto fuego purificador".

San Agustín también argumenta, "que a algunos pecadores no se les perdonarán sus faltas ya sea en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) a quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (De Civ. Dei, XXI, XXIV).

San Gregorio Magno (Dial., IV, XXXIX) hace la misma interpretación; San Beda (comentario sobre este texto) y San Bernardo (Sermo LXVI en Cantic., n.11) también lo entienden así.

Un nuevo argumento es dado por San Pablo en 1 Cor. 3,11-15: "Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. [14] Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. [15] Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego."

Este pasaje es visto por muchos de los Padres y teólogos como evidencia de la existencia de un estado intermedio en el cual el alma purificada será salvada.

 

Tradición

El testimonio de la Tradición. es universal y constante. Llega hasta nosotros por un triple camino:

1) la costumbre de orar por los difuntos privadamente y en los actos litúrgicos;

2) las alusiones explícitas en los escritos patrísticos a la existencia y naturaleza de las penas del purgatorio;

3) los testimonios arqueológicos, como epitafios e inscripciones funerarias en los que se muestra la fe en una purificación ultraterrena.

Esta doctrina de que muchos que han muerto aún están en un lugar de purificación y que las oraciones valen para ayudar a los muertos es parte de la tradición cristiana más antigua.

Tertuliano (155-225) en "De corona militis" menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en "De Monogamia" (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda "orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección"; además, le ordena "hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción," y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma.

Del siglo II se conservan ya testimonios explícitos de las oraciones por los difuntos. Del siglo III hay testimonios que muestran que es común la costumbre de rezar en la Misa por ellos.

San Cirilo de Jerusalén (313-387) explica que el sacrificio de la Misa es propiciatorio y que «ofrecemos a Cristo inmolado por nuestros pecados deseando hacer propicia la clemencia divina a favor de los vivos y los difuntos» (Catequesis Mistagógicas 5,9: PG 33,1116-1117).
San Epifanio estima herética la afirmación de Aerio según el cual era inútil la oración por los difuntos (Panarión, 75,8: PG 42,513).

Refiriéndose a la liturgia, comenta San Juan Crisóstomo (344-407): «Pensamos en procurarles algún alivio del modo que podamos... ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que en medio de los venerados misterios se haga memoria de los que murieron... Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad...» (In Epist. ad Philippenses Hom., 3,4: PG 62,203).

Y San Agustín (354-430): «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la resurrección final, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia» (Enquiridión, 109-110: PL 40,283).

Escribe San Efrén (306-373) en su testamento: "En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos" (Testamentum).
Entre los testimonios arqueológicos, se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: "Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio". Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos. 
 
«Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos -escribía San Isidoro de Sevilla (560-636)- ... es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios» (De ecclesiasticis officiis, 1,18,11: PL 83,757).

FUENTE:   L. F. MATEO SECO (primeroscristianos.com)

BIBL.: S. TOMÁS DE APUINO, Suma teológica, Suppl. q71 ; (textos tomados de In IV Sent., d21, ql, al-8); íD, Summa contra Gentes, IV,91; iD, Contra errores graecorum, 32; fa, De rationibus lidei, c9; íD, Compendium theologiae, cl81; R. BELARMINO, De Ecclesia quae est in purgatorio, en Opera Omnia, II, Nápoles 1877, 351414; F. SUÁREZ, De poenitentia, disp. 45-48, 53; A. MICHEL, Purgatoire, en DTC 13,1163-1326; íD, Los misterios del más allá, San Sebastián 1954; H. LECLERCQ, Purgatoire, en DACL, XIV (II), 1978-1981 ; CH. JOURNET, Le purgatoire, Lieja 1932; M. JUGIE, Le purgatoire et les rnoyens de 1'éviter, París 1940; A. Royo MARíN, Teología de la salvación, Madrid 1956, 399-473; A. PIOLANTI, De Noaissimis el sanctorum communione, Roma 1960, 74-96; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, t. VII: Los novísimos, Madrid 1964, 490-508; C. Pozo, Teología del más allá, Madrid 1968, 240-255.

 

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La serie Aprender Roma pretende mostrar las riquezas que conserva la Ciudad Eterna

Una producción de vídeo de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma recorre, de la mano de sus alumnos, episodios clave de la historia de la ciudad eterna.

 

Mientras se preparaba para viajar a Roma para completar sus estudios de doctorado, el joven sacerdote Karol Wojtyla recibió un consejo de uno de sus superiores en Cracovia: “aprende la propia Roma”.

Como el propio futuro Papa y San Juan Pablo II relataría más tarde en una de sus memorias, esta actitud significaba aprovechar la gran herencia de fe y cultura de la que está impregnada la Ciudad Eterna, beneficiándose al mismo tiempo de la cercanía al Romano Pontífice.

Aprender Roma

Aprender Roma (Imparare Roma) es también el título del ciclo de películas que la Pontificia Universidad de la Santa Cruz está realizando en colaboración con la empresa audiovisual Digito Identidad y que se presentará oficialmente el 26 de octubre en el Aula Magna de la misma Universidad.

Se trata de una producción audiovisual, única en su género, protagonizada por los propios estudiantes de la Universidad, que acompañarán a los espectadores en un viaje de descubrimiento de los momentos más significativos de la historia cristiana de Roma.

Dividida en tres temporadas de nueve episodios cada una, la serie Aprender Roma pretende mostrar las riquezas artísticas, culturales y religiosas que conserva la Ciudad Eterna.

Los episodios, de una duración media de cinco minutos, se publicarán periódicamente en el canal de YouTube y en las redes sociales de la Universidad de la Santa Cruz, una vez al mes durante los próximos tres años.

Las películas se centrarán, por tanto, en la narración de aquellas historias que han dejado una huella indeleble en las obras de arte que hoy pueden admirarse o en aquellos lugares sencillos y a menudo poco conocidos de la Urbe.

Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea

Siguiendo un hilo narrativo en orden cronológico, las tres series que componen el proyecto abarcan la Antigüedad (primera serie), la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna (segunda serie) y el resto de la Edad Moderna y Contemporánea (tercera serie).

A través de las vidas de los santos que han marcado profundamente la historia de la Iglesia y de acontecimientos históricos que aún hoy pueden recordarse en numerosos monumentos, será posible emprender un viaje virtual en el tiempo para descubrir la riqueza que el centro del cristianismo sigue ofreciendo a los fieles de todo el mundo.

Hasta el momento, se han realizado 15 episodios en los que han participado 17 estudiantes de las distintas facultades de la Santa Cruz, tanto laicos como religiosos, procedentes de distintos países: Sri Lanka, Brasil, India, México, Italia, Kenia, Argentina, Nicaragua y España.

El rodaje de los episodios restantes se completará a lo largo de 2024, y serán presentados por nuevos alumnos. Esto les dará la oportunidad de conocer la historia de la ciudad en la que viven y estudian durante unos años, antes de regresar a sus propias diócesis.

La iniciativa se ofrece a estudiantes, profesores, empleados, amigos, benefactores y personas vinculadas a la Santa Cruz como una oportunidad para explorar la riqueza de Roma en el contexto del desarrollo del cristianismo hasta nuestros días. De este modo se pretende crear un entorno que, a través del estudio y la exploración de la riqueza cultural y espiritual de la Ciudad Eterna, pueda contribuir a un mayor y positivo desarrollo no sólo académico, sino también personal y humano.

El proyecto se financia a través de una campaña de recaudación de fondos iniciada por la Oficina de Promoción y Desarrollo. Los contenidos están editados por los profesores del Departamento de Historia de la Iglesia de la Universidad de la Santa Cruz, Luis Cano y Javier Domingo.

Los títulos de la primera serie presentan los lugares del paso de San Pablo a Roma y su martirio y sepultura, así como el de San Pedro, la vida de los primeros cristianos, el testimonio de los mártires y la historia del emperador Constantino con la construcción de las basílicas de San Juan de Letrán y Santa Croce in Gerusalemme.

El preestreno del primer episodio de la primera serie se proyectará el jueves 26 de octubre en el Aula Magna de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

 

https://es.pusc.it

 

La serie Aprender Roma pretende mostrar las riquezas que conserva la Ciudad Eterna

Una producción de vídeo de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma recorre, de la mano de sus alumnos, episodios clave de la historia de la ciudad eterna.

 

Mientras se preparaba para viajar a Roma para completar sus estudios de doctorado, el joven sacerdote Karol Wojtyla recibió un consejo de uno de sus superiores en Cracovia: “aprende la propia Roma”.

Como el propio futuro Papa y San Juan Pablo II relataría más tarde en una de sus memorias, esta actitud significaba aprovechar la gran herencia de fe y cultura de la que está impregnada la Ciudad Eterna, beneficiándose al mismo tiempo de la cercanía al Romano Pontífice.

Aprender Roma

Aprender Roma (Imparare Roma) es también el título del ciclo de películas que la Pontificia Universidad de la Santa Cruz está realizando en colaboración con la empresa audiovisual Digito Identidad y que se presentará oficialmente el 26 de octubre en el Aula Magna de la misma Universidad.

Se trata de una producción audiovisual, única en su género, protagonizada por los propios estudiantes de la Universidad, que acompañarán a los espectadores en un viaje de descubrimiento de los momentos más significativos de la historia cristiana de Roma.

Dividida en tres temporadas de nueve episodios cada una, la serie Aprender Roma pretende mostrar las riquezas artísticas, culturales y religiosas que conserva la Ciudad Eterna.

Los episodios, de una duración media de cinco minutos, se publicarán periódicamente en el canal de YouTube y en las redes sociales de la Universidad de la Santa Cruz, una vez al mes durante los próximos tres años.

Las películas se centrarán, por tanto, en la narración de aquellas historias que han dejado una huella indeleble en las obras de arte que hoy pueden admirarse o en aquellos lugares sencillos y a menudo poco conocidos de la Urbe.

Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y Edad Contemporánea

Siguiendo un hilo narrativo en orden cronológico, las tres series que componen el proyecto abarcan la Antigüedad (primera serie), la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna (segunda serie) y el resto de la Edad Moderna y Contemporánea (tercera serie).

A través de las vidas de los santos que han marcado profundamente la historia de la Iglesia y de acontecimientos históricos que aún hoy pueden recordarse en numerosos monumentos, será posible emprender un viaje virtual en el tiempo para descubrir la riqueza que el centro del cristianismo sigue ofreciendo a los fieles de todo el mundo.

Hasta el momento, se han realizado 15 episodios en los que han participado 17 estudiantes de las distintas facultades de la Santa Cruz, tanto laicos como religiosos, procedentes de distintos países: Sri Lanka, Brasil, India, México, Italia, Kenia, Argentina, Nicaragua y España.

El rodaje de los episodios restantes se completará a lo largo de 2024, y serán presentados por nuevos alumnos. Esto les dará la oportunidad de conocer la historia de la ciudad en la que viven y estudian durante unos años, antes de regresar a sus propias diócesis.

La iniciativa se ofrece a estudiantes, profesores, empleados, amigos, benefactores y personas vinculadas a la Santa Cruz como una oportunidad para explorar la riqueza de Roma en el contexto del desarrollo del cristianismo hasta nuestros días. De este modo se pretende crear un entorno que, a través del estudio y la exploración de la riqueza cultural y espiritual de la Ciudad Eterna, pueda contribuir a un mayor y positivo desarrollo no sólo académico, sino también personal y humano.

El proyecto se financia a través de una campaña de recaudación de fondos iniciada por la Oficina de Promoción y Desarrollo. Los contenidos están editados por los profesores del Departamento de Historia de la Iglesia de la Universidad de la Santa Cruz, Luis Cano y Javier Domingo.

Los títulos de la primera serie presentan los lugares del paso de San Pablo a Roma y su martirio y sepultura, así como el de San Pedro, la vida de los primeros cristianos, el testimonio de los mártires y la historia del emperador Constantino con la construcción de las basílicas de San Juan de Letrán y Santa Croce in Gerusalemme.

El preestreno del primer episodio de la primera serie se proyectará el jueves 26 de octubre en el Aula Magna de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

 

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Los Fieles Difuntos

Muchos cristianos fallecidos esperan el momento de encontrarse con el Padre celestial, purificando durante un tiempo sus pecados. Además de los numerosos sufragios que podemos ofrecer por ellos a lo largo del año, la Iglesia nos invita en este día a rezar especialmente por nuestros hermanos difuntos, para acortar su tiempo de estancia en el Purgatorio y que el Señor se digne abrirles cuanto antes las puertas del Cielo.

 

"Estos que visten estolas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido…? Éstos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus estolas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo."
(Apocalipsis 7,13-15)

Honor y respeto a los difuntos

La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.

El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.

Este respeto  se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.

 

Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.

En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.

Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.

Las catacumbas

En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones,los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.

Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.

 

Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.

Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.

Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.

Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.

En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?

Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.

Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.

Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.

Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.

Funerales y sepultura

Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos.

De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.

 

Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.

Esta práctica, ya casi comúnhacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.

San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).

Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.

Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.

 

Los difuntos en la liturgia

Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos.

Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —mementode los difuntos.

 

Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.

La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.
by primeroscristianos.com

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Mes de noviembre

"Estos que visten estolas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido…? Éstos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus estolas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo."
(Apocalipsis 7,13-15)

Honor y respeto a los difuntos

La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.

El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.

Este respeto  se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.

 

 

Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.

En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.

Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.

 

Las catacumbas

En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones,los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.

Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.

 

 

Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.

Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.

Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.

Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.

En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?

Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos.Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.

Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo.Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.

Funerales y sepultura

Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos. De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.

 

 

Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo. Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.

San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).

Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.

Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.

Los difuntos en la liturgia

Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos. Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —mementode los difuntos.

 

 

Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias. La Iglesia hoyen día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.

+ info -  Las CATACUMBAS

 

Ver en wikipedia

«Hoy cada uno de nosotros puede pensar en el ocaso de su vida... ¿Lo veo con esperanza, con la alegría de ser recibido por el Señor?»

 

El Papa Francisco explica en la Audiencia General qué es la Comunión de los Santos

Francisco ha explicado que la 'comunión de los santos' es la caridad que se vive entre los cristianos.    

Francisco dijo que la caridad es la mayor riqueza de la Iglesia y que, para nutrirla, es necesario el alimento espiritual de los sacramentos. A través de ellos 'nos encontramos con Jesús' y como 'todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero', los sacramentos nos impulsan a llevar a los demás 'la salvación que hemos recibido'.

Roma, 6 de noviembre de 2013

 

Resumen de la catequesis del Papa en esañol:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de la comunión de los santos, que crece mediante la participación en los bienes espirituales de la Iglesia. En los Sacramentos nos encontramos con Jesús y, por medio de Él, entramos a formar parte del santo Pueblo de Dios. Todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero. Por eso, los Sacramentos constituyen una invitación a comunicar a los otros lo que hemos visto y oído, a llevar a los demás la salvación que hemos recibido. 

A su vez, los carismas son dones y gracias especiales que el Espíritu Santo reparte para la edificación de la Iglesia, es decir, de su santidad y de su misión en el mundo. Ellos enriquecen la caridad, que está por encima de todo. Sin amor, los carismas son vanos. Con amor, hasta el menor de nuestros actos repercute en beneficio de todos. 

La caridad es la mayor riqueza de la Iglesia. Vivir la comunión en la caridad significa no buscar el propio interés, sino ser capaces de compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos, ser capaces de llevar los unos las cargas de los otros.

No lo olvidemos: los bienes espirituales que compartimos en la Iglesia están al servicio de la comunión y de la misión, y mediante la comunión de los santos cada uno de nosotros somos signo y “sacramento” del amor de Dios para los demás y para el mundo entero. 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Panamá, Argentina y los demás países latinoamericanos. Que María Santísima haga de todos nosotros discípulos misioneros, que dan gratis las gracias recibidas. Muchas gracias.

 

 

 

Rome Reports

 

«Hoy cada uno de nosotros puede pensar en el ocaso de su vida... ¿Lo veo con esperanza, con la alegría de ser recibido por el Señor?»

 

El Papa Francisco explica en la Audiencia General qué es la Comunión de los Santos

Francisco ha explicado que la 'comunión de los santos' es la caridad que se vive entre los cristianos.    

Francisco dijo que la caridad es la mayor riqueza de la Iglesia y que, para nutrirla, es necesario el alimento espiritual de los sacramentos. A través de ellos 'nos encontramos con Jesús' y como 'todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero', los sacramentos nos impulsan a llevar a los demás 'la salvación que hemos recibido'.

Roma, 6 de noviembre de 2013

 

Resumen de la catequesis del Papa en esañol:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de la comunión de los santos, que crece mediante la participación en los bienes espirituales de la Iglesia. En los Sacramentos nos encontramos con Jesús y, por medio de Él, entramos a formar parte del santo Pueblo de Dios. Todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero. Por eso, los Sacramentos constituyen una invitación a comunicar a los otros lo que hemos visto y oído, a llevar a los demás la salvación que hemos recibido. 

A su vez, los carismas son dones y gracias especiales que el Espíritu Santo reparte para la edificación de la Iglesia, es decir, de su santidad y de su misión en el mundo. Ellos enriquecen la caridad, que está por encima de todo. Sin amor, los carismas son vanos. Con amor, hasta el menor de nuestros actos repercute en beneficio de todos. 

La caridad es la mayor riqueza de la Iglesia. Vivir la comunión en la caridad significa no buscar el propio interés, sino ser capaces de compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos, ser capaces de llevar los unos las cargas de los otros.

No lo olvidemos: los bienes espirituales que compartimos en la Iglesia están al servicio de la comunión y de la misión, y mediante la comunión de los santos cada uno de nosotros somos signo y “sacramento” del amor de Dios para los demás y para el mundo entero. 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Panamá, Argentina y los demás países latinoamericanos. Que María Santísima haga de todos nosotros discípulos misioneros, que dan gratis las gracias recibidas. Muchas gracias.

 

 

 

Rome Reports

 

Nuevos descubrimientos arqueológicos en Israel

Parece que las armas fueron escondidas por rebeldes judíos que se escondían en las cuevas después de haberlas tomado como botín de guerra del ejército romano. Encontrar una espada así es raro, ¡entonces cuatro? Es un sueño. Nos frotamos los ojos para creerlo, dicen los investigadores.

 

Como parte del lanzamiento del libro New Studies in the Archaeology of the Judean Desert: Collected Papers que trata sobre los nuevos descubrimientos arqueológicos encontrados en la exploración del desierto de Judea – las raras armas fueron presentadas por primera vez, descubiertas en una pequeña y oculta cueva ubicada en una área de abruptos acantilados aislados y de difícil acceso, en los terrenos de la Reserva Natural Ein Gedi administrada por la Autoridad de Parques y Reservas Naturales.

 

 

En esta cueva se descubrieron hace unos 50 años los restos de una inscripción hebrea fragmentada escrita con tinta sobre una estalactita, en la antigua escritura hebrea característica de los días del Primer Templo.

El Dr. Asaf Gi’or del Departamento de Arqueología de la Universidad Ariel, el geólogo Boaz Langford del Instituto de Ciencias de la Tierra y el Centro de Investigación de Cuevas de la Universidad Hebrea de Jerusalén y Shai Halevi, fotógrafo de la Autoridad de Antigüedades, llegaron a la cueva para fotografiar la inscripción hebrea en la estalactita con fotografía multiespectral, que permite descifrar partes adicionales de la inscripción que no son visibles a simple vista.

Durante su recorrido, el Dr. Gi’or encontró dentro de un profundo rincón la punta de una lanza (pilo romano) en un estado de conservación excepcional. En un rincón cercano, Gi’or localizó fragmentos de madera trabajada que resultaron ser parte de las vainas de las espadas.

 

espadas israel

 

Los investigadores informaron sobre este descubrimiento al equipo de exploración arqueológica de la Autoridad de Antigüedades que actualmente está llevando a cabo un proyecto científico sistemático en las cuevas del desierto de Judea.

Como parte de esta exploración, que se lleva a cabo por iniciativa de la Autoridad de Antigüedades y en cooperación con la Oficina del Patrimonio y el Oficial Jefe de Arqueología de la Administración Civil, se han documentado cientos de cuevas en el desierto de Judea en los últimos seis años y se han realizado 24 excavaciones arqueológicas en cuevas seleccionadas, cuyo objetivo es salvar los restos arqueológicos únicos – que se conservan en el desierto de Judea – del saqueo de antigüedades.

Cuando llegó el equipo de la exploración a la cueva, se sorprendieron al descubrir dentro de una grieta estrecha y profunda un «tesoro» excepcional: cuatro espadas romanas.

Las espadas se conservaron en excelentes condiciones, tres de ellas se encontraron con la hoja de hierro todavía dentro de la vaina de madera. Dentro de la hendidura también se encontraron partes de correas de cuero y objetos de metal y madera que formaban parte del conjunto de espadas.

Las espadas tienen mangos elaborados, hechos de madera o metal. La longitud de la hoja de tres de las espadas es de unos 60-65 cm, identificándolas como ‘spathas’ romanas, y otra espada más corta, con una hoja de unos 45 cm, se identificó como del tipo Ring Pommel Sword.

 

 

Las espadas fueron cuidadosamente extraídas de la grieta y trasladadas rápidamente para su tratamiento y conservación en condiciones controladas de clima en los laboratorios de la Autoridad de Antigüedades. En un examen preliminar, parecer ser espadas estándar que estaban en uso por los soldados del ejército estacionados en la Tierra de Israel en el período romano.

El escondite de las espadas sugiere que las armas fueron tomadas como botín de manos de soldados romanos o del campo de batalla y deliberadamente ocultadas por rebeldes judíos para su reutilización, dice el Dr. Eitan Klein, uno de los directores del proyecto de exploración del desierto de Judea. Es probable que los rebeldes no quisieran ser atrapados con las armas cuando se encontraran con las autoridades romanas.

Estamos sólo al principio de la investigación de la cueva y el conjunto de armas descubierto en ella, y nuestro objetivo es tratar de determinar quiénes eran los dueños de las espadas, dónde se fabricaron y cuándo, y también por quién. Intentaremos comprender cuál es el evento histórico tras el cual se escondieron las armas en la cueva, y si de hecho fue durante la revuelta de Bar Kokhba, que tuvo lugar en los años 132-135.

Con el descubrimiento de las espadas, se decidió llevar a cabo una excavación arqueológica formal de la cueva por parte de la Autoridad de Antigüedades, dirigida por los investigadores Uriah Amichai, Haggai Haimer, Dr. Eitan Klein y Amir Ganor.

La cueva fue excavada en su totalidad, descubriéndose hallazgos de la época calcolítica (hace unos 6.000 años) y del período romano (hace unos 2.000 años). Al pie de la entrada de la cueva se encontró una moneda de bronce de la época de la revuelta de Bar Kokhba, quizás una pista del período de tiempo en que la cueva sirvió como escondite.

+ info -

 

https://x.com/1osCristianos/status/1374070316511682564?s=20

https://www.primeroscristianos.com/nuevos-manuscritos-mar-muerto/

Murió mártir, siendo Trajano emperador, hacia el 117

Por humildad se resistió con todas las fuerzas posibles a asumir el papado, pero el día 27 de Julio del año 108 la Iglesia tuvo por Papa a Evaristo.

Nació por los años 60, de una familia judía asentada en tierras griegas. Recibió educación judía y aprendió en los liceos helénicos.

Griego de Antioquía pero nacido en Belén, Evaristo se convirtió en el cuarto o quinto sucesor de Pedro, alrededor del 97 y gobernó durante unos 9 años, hasta aproximadamente el 105. No se conoce casi nada de su pontificado, pero según algunas tradiciones murió como mártir bajo el imperio de Trajano.

No se conocen datos de su conversión al cristianismo, pero se le ve ya en Roma como uno de los presbíteros muy estimados por los fieles que, lleno de celo, eleva el nivel de la comunidad de cristianos de la ciudad, entregándose por completo a mostrarle a Jesucristo. Amplio conocedor de la Sagrada Escritura, es docto en la predicación y humilde en el servicio.

Muerto mártir el Papa Clemente, sucesor de Anacleto, la atención se fija en Evaristo. Por humildad se resistió con todas las fuerzas posibles a asumir la dignidad que comportaba tan alto servicio. El día 27 de Julio del año 108 la Iglesia tuvo por Papa a Evaristo.

Atendió cuidadosamente las necesidades del rebaño: Defiende la verdadera fe contra los errores gnósticos. Establece normas que afectan a la consagración y trabajo pastoral de los Obispos y de los diáconos. Manda la celebración pública de los matrimonios. Se ocupa de la vida de los fieles, esbozándose ya una cierta administración territorial, para su mejor atención y gobierno. También escribió cartas a los fieles de África y de Egipto.

Murió mártir, siendo Trajano emperador, hacia el 117.

La iglesia del tiempo cada día crece en número, pero está perseguida por las leyes; es silenciosa y fuerte en la fe, oculta y limpia en las obras; vive dentro del Imperio en estado latente, desplegando poco a poco su potencialidad al soplo del Espíritu.

 

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Historia del Papado en la Iglesia primitiva - Los papas del Siglo I

 

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