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Impresionante descripción de Benedicto XVI por el Cardenal Sarah

 

Para la mayoría de los comentaristas, Benedicto XVI será recordado como un inmenso intelectual. Su obra perdurará. Sus homilías se han convertido ya en clásicos como las de los Padres de la Iglesia. Pero a quienes tuvieron la gracia de acercarse a él y colaborar con él, el Papa Benedicto XVI deja mucho más que textos.

 

Creo poder afirmar que cada encuentro con él fue una verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. Juntos dibujan un retrato espiritual de aquel a quien considero un santo y de quien espero que pronto sea canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.

Cuando llegué a la Curia romana en 2001 siendo un joven arzobispo  -tenía entonces 56 años- observaba con admiración la perfecta comprensión entre Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger. Estaban tan unidos que se les había hecho imposible separarse uno de otro. Juan Pablo II se maravilló de la profundidad de Joseph Ratzinger. Por su parte, el cardenal quedó fascinado por la inmersión de Juan Pablo II en Dios. Ambos buscaban a Dios y querían darle al mundo el gusto por esta búsqueda.

Joseph Ratzinger fue reconocido como un hombre de gran sensibilidad y modestia. Nunca le he visto mostrar el más mínimo desprecio. Por el contrario, cuando estaba abrumado por el trabajo, se ponía a disposición para escuchar a su interlocutor. Si sentía que había ofendido a alguien, siempre trataba de explicar las razones de su posición.
Era incapaz de un acto brusco. También debo decir que mostró un gran respeto por los teólogos africanos. Incluso aceptó de buena gana prestar servicios prácticos o transmitir un mensaje a Juan Pablo II. Esta profunda benevolencia y respetuosa delicadeza hacia todos son características de Joseph Ratzinger.

A partir de 2008 sustituí al Cardenal Dias, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en varias reuniones, porque padecía una enfermedad debilitante. En este contexto, tuve la oportunidad de tener muchas sesiones de trabajo con el Papa Benedicto XVI.

En particular, tuve que presentarle los proyectos para el nombramiento de obispos de las más de 1000 diócesis de los países de misión. Teníamos sesiones que a veces eran bastante largas, más de una hora. Había que discutir y sopesar situaciones delicadas. Algunos países vivían bajo un régimen de persecución. Otras diócesis estaban en crisis. Me llamó la atención la capacidad de escucha y la humildad de Benedicto XVI.

Creo que siempre confió en sus colaboradores. Esto también le ha valido traiciones y decepciones. Pero Benedicto XVI era tan incapaz de disimular que no podía creer que un hombre de Iglesia fuera capaz de mentir. La elección de los hombres no fue fácil para él.
A partir de estas largas y repetidas entrevistas, obtuve una mejor comprensión del alma del Papa bávaro.

Había en él una confianza perfecta en Dios, que le daba una paz tranquila y un gozo continuo. Juan Pablo II mostró a veces una ira santa. Benedicto XVI siempre mantuvo la calma. A veces se lastimó y sufrió profundamente al ver almas alejarse de Dios. Estaba lúcido sobre el estado de la Iglesia. Pero estaba habitado por una fuerza pacífica. Sabía que la verdad no se negocia.

En ese sentido, no le gustaba el aspecto político de su función. Siempre me ha llamado la atención la alegría luminosa de su mirada. También tenía un humor muy suave, nunca violento o vulgar.

 

 

Recuerdo el Año Sacerdotal que decretó en 2009. El Papa quiso subrayar las raíces teológicas y místicas de la vida de los sacerdotes. Había afrontado con verdad y valentía las primeras revelaciones sobre casos de pederastia en el clero. Quería ir hasta el final de la purificación. Este año culminó con una magnífica vigilia en la Plaza de San Pedro. El sol poniente inundaba la columnata de Bernini con una luz dorada. El lugar estaba lleno.

 

Pero a diferencia de lo habitual, no hay familias, ni monjas, solo hombres, solo sacerdotes. Cuando Benedicto XVI entró en el papamóvil, todos comenzaron a aclamarlo con un solo corazón, llamándolo por su nombre. Fue sorprendente, todas estas voces masculinas cantando “Benedetto” al unísono. El Papa estaba muy conmovido. Cuando se volvió hacia la multitud después de subir al escenario, sus lágrimas fluían.

 

Le trajeron el discurso preparado, que dejó de lado, y respondió libremente a las preguntas. ¡Qué tiempo tan maravilloso! El padre sabio enseñó a sus hijos. El tiempo estaba como suspendido, confió Benedicto XVI. Esa noche tuvo palabras definitivas sobre el celibato sacerdotal. Luego la velada terminó con un largo momento de adoración al Santísimo Sacramento. Porque siempre quiso llevar a la oración a los que encontraba.

 

Benedicto XVI amaba apasionadamente a los sacerdotes. La crisis del sacerdocio, la purificación del sacerdocio fueron sus Vía Crucis diarios. Le gustaba conocer a los sacerdotes, hablarles familiarmente.

También le importaban especialmente los seminaristas. Rara vez estaba más feliz que rodeado de todos estos jóvenes estudiantes de teología que le recordaban sus primeros años como maestro. Recuerdo aquel memorable encuentro con los seminaristas en Estados Unidos cuando se reía a carcajadas y bromeaba con ellos. Mientras coreaban “te amamos”, la voz del Papa se quebró y les dijo con emoción paternal: “Rezo por ustedes todos los días”.

Este Papa tenía un profundo sentido cristiano del sufrimiento. Repetía a menudo que la grandeza de la humanidad está en la capacidad de sufrir por amor a la verdad. ¡En este sentido, Benedicto XVI es grande!

 

 

Benedicto

 

 

La oración, la adoración estuvo en el centro de su pontificado. ¿Cómo olvidar la JMJ de Madrid? El Papa estaba radiante de alegría ante una multitud entusiasta de más de un millón de jóvenes de todo el mundo. La comunión entre todos era palpable. Cuando comenzó su discurso, se desató una terrible tormenta. El decorado amenazaba con derrumbarse y el viento se había llevado la gorra blanca de Benedicto XVI. Su séquito quería cobijarlo. El se negó.

 

Estaba sonriendo bajo la lluvia torrencial de la que apenas lo protegía un pobre paraguas. Estaba sonriendo mientras miraba a esta multitud en el viento y la tormenta. Se quedó hasta el final. Cuando los elementos se calmaron, el ceremonial le trajo el texto que debía pronunciar, pero prefirió omitir el discurso preparado para no adelantar el tiempo previsto para la adoración eucarística.

En 2010 regresé de un viaje a la India. Tenía una cita con Benedicto XVI para una audiencia privada. Fue allí donde me anunció su intención de hacerme cardenal en el próximo consistorio y mi nombramiento en Cor Unum (el dicasterio encargado de las obras de caridad). Nunca olvidaré la razón que me dio:

“Te nombré porque sé que has experimentado el sufrimiento y el rostro de la pobreza. Seréis los más capaces de expresar con delicadeza la compasión y la cercanía de la Iglesia a los más pobres”.

 

Nunca retrocedió ante el dolor. Nunca retrocedió ante los lobos. Intentaron silenciarlo. Nunca tuvo miedo. Su renuncia en 2013 no es fruto del desánimo sino de la certeza de que serviría mejor a la Iglesia a través del silencio y la oración.

 

Después de mi nombramiento por Francisco como Prefecto del Culto Divino en noviembre de 2014, nuevamente tuve la oportunidad de reunirme varias veces con el Papa Emérito. Sabía hasta qué punto la cuestión de la liturgia estaba cerca de su corazón. Por lo tanto, a menudo lo consultaba. Me animó enérgicamente varias veces; de hecho, estaba convencido de que "la renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia".

Le llevé mis libros. Los leyó y dio su agradecimiento. También tuvo la amabilidad de escribir el prefacio de La Force du silent. Recuerdo el día en que le anuncié mi intención de escribir un libro sobre la crisis de la Iglesia. Ese día, estaba cansado, pero sus ojos se iluminaron. Hay que haber conocido la mirada de Benedicto XVI para entender.

 

Era una mirada de niño, alegre, luminosa, llena de bondad y dulzura, pero llena de fuerza y ánimo. Nunca hubiera escrito sin este estímulo. Un poco más tarde, colaboramos estrechamente con vistas a la publicación de nuestra reflexión sobre el celibato sacerdotal. Guardaré en el secreto de mi corazón los detalles de estos días inolvidables. Guardaré en lo más profundo de mi memoria su profundo sufrimiento y sus lágrimas,

 

¿Qué retrato pintan estos recuerdos? Creo que convergen en la imagen del Buen Pastor que tanto amaba Benedicto XVI. Quería que ninguna de sus ovejas se perdiera. Quería nutrirles con la verdad y no abandonarlos a los lobos y errores. Pero sobre todo los amaba. Amaba las almas. Los amaba porque le habían sido confiados por Cristo. Y más que nada amaba apasionadamente a este Jesús a quien quería dedicar los tres volúmenes de su obra maestra Jesús de Nazaret. Benedicto XVI amó al que es la vida, el camino y la verdad.

 

+ Cardenal Robert Sarah

* Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

 

+ info -

https://www.primeroscristianos.com/cardenal-robert-sarah/

 

 

FUENTE: Le Figaro

El papel de la familia cristiana en la evangelización

El papel de la familia cristiana en la evangelización

La cristianización del Imperio Romano después de Constantino fue un asunto complicado, quizás más complicado de lo que había sido antes, durante los casi tres siglos de persecución.

Es una historia no tanto sobre emperadores y ejércitos como sobre familias y cómo cambiaron el mundo.

Crecimiento asombroso

La verdad es que, cuando Constantino legalizó la práctica del cristianismo en 313, el imperio ya estaba fuertemente cristianizado. Para el año 300, quizás el 10 por ciento de la gente era cristiana, y para mediados de siglo, los cristianos bien podrían haber sido la mayoría de los ciudadanos, 33 millones de cristianos en un imperio de 60 millones de personas.

De modo que Constantino no aseguró tanto el éxito del cristianismo como lo reconoció. Su edicto de tolerancia fue un reconocimiento tardío de que la Iglesia ya había conquistado el imperio. Ya éramos mayoría.

Estos no eran 33 millones de cristianos “nominales”, no 33 millones de “católicos a medias”. No pudieron ser. No tenían el lujo de ser tibios. En la década anterior al edicto de Constantino, la Iglesia había sufrido la persecución más despiadada y sistemática de su historia bajo el emperador Diocleciano y sus sucesores.

La práctica de la fe fue, en muchos lugares, castigada con la tortura y la muerte. En muchos lugares, vivir como cristiano significaba, al menos, aceptar el estigma social y la humillación. Además, el propio camino cristiano se caracterizó por exigir disciplinas en la vida de oración y en la vida moral.

Ser cristiano no era fácil en el año 300. Costaba algo. Fueras martirizado o no, tenías que pagar con tu vida. Los cristianos arriesgaban sus vidas cada vez que asistían a la liturgia, y continuaron haciéndolo en el transcurso de cada día.

Sin embargo, la tasa de conversión en todo el imperio, comenzando con los primeros cristianos, mucho antes de Constantino, fue muy notable. Hace unos años, un eminente sociólogo, Rodney Stark, de la Universidad de Washington, se dispuso a rastrear el crecimiento de la iglesia en el mundo antiguo. Reunió sus hallazgos en "El surgimiento del cristianismo". El Dr. Stark no es cristiano y no tenía ningún interés en hacer que el cristianismo se viera bien.

Lo que Stark encontró en su estudio de los primeros siglos cristianos fue una asombrosa tasa de crecimiento del 40 por ciento por década. Una vez más, Constantino no recibe crédito por este crecimiento. La mayor parte sucedió en los años antes de que él naciera. De hecho, aunque las conversiones fueron forzadas en varios momentos después del año 380, la Iglesia nunca más fue testigo del tipo de crecimiento que tuvo lugar cuando las conversiones eran costosas.

Stark sostiene que la mayor parte del crecimiento provino de conversiones individuales, y no solo de los pobres, sino también de los comerciantes y las clases altas. Argumenta que la mayoría de los conversos eran mujeres, que las mujeres se beneficiaron mucho de la conversión y que algunas mujeres, aunque nunca fueron ordenadas al sacerdocio, fueron líderes influyentes.

Utilizando datos históricos y métodos sociológicos, argumenta que la población cristiana creció en un 40 por ciento por década, de alrededor de 1000 cristianos en el año 40 a 7530 en 100 a un poco más de seis millones en 300 y 33 millones en 350, creciendo en el cien años entre 250 y 350, de alrededor del dos por ciento de la población a poco más de la mitad.

Miseria y menos niñas

Stark describe vívidamente la miseria de los ciudadanos comunes en las ciudades del mundo pagano. Todos, excepto los ricos, vivían en viviendas hacinadas y llenas de humo, una familia en una habitación pequeña, sin ventilación ni plomería, que con frecuencia se derrumbaban o quemaban.

Las ciudades estaban terriblemente abarrotadas, una ciudad como Antioquía tenía quizás 200 personas por acre, más ganado (la Calcuta moderna tiene solo 122 personas por acre). La inmigración constante hizo que las ciudades fueran pobladas por extraños, con el consiguiente crimen y desorden, por lo que las calles no eran seguras por la noche y las familias ni siquiera estaban seguras en sus casas.

Los desechos humanos eran arrojados a zanjas abiertas en medio de las calles angostas, y las ciudades eran asfixiadas por moscas atraídas por la inmundicia. Los cadáveres de los que morían por causas naturales a veces se dejaban pudrir en las alcantarillas abiertas de la ciudad. ("El hedor de estas ciudades debe haber sido abrumador durante muchas millas, especialmente en climas cálidos", señaló Stark). El agua era difícil de conseguir y casi siempre fétida.

La esperanza de vida rondaba los 30 años como máximo para los hombres y quizás mucho más baja para las mujeres. La higiene era mínima. La atención médica era más peligrosa que la enfermedad, y la enfermedad a menudo desfiguraba a sus víctimas cuando no las mataba. El cuerpo humano albergaba innumerables parásitos y las viviendas estaban infestadas de alimañas. Para entretenerse, la gente acudía en masa a los circos para ver a otras personas mutiladas y asesinadas.

Y el matrimonio pagano no ofreció un respiro a esta miseria. Las mujeres grecorromanas generalmente se casaban a los 11 o 12 años, con un compañero que no elegían, que a menudo era mucho mayor (las niñas cristianas tendían a casarse alrededor de los 18). Posteriormente, sufrieron relaciones depredadoras llenas de anticoncepción, aborto (que a menudo mataba a la madre), adulterio y actos sexuales antinaturales.

El infanticidio era común, especialmente para las crías femeninas o defectuosas. De las 600 familias que aparecen en los registros de la antigua Delfos, solo seis criaron a más de una hija. Aunque la mayoría de esas 600 familias eran bastante grandes, todas habían matado rutinariamente a sus bebés. Stark cita una carta de un hombre de negocios pagano que le escribe a su esposa embarazada. Después de los cariños habituales, cierra su carta diciendo, breve y casualmente: “Si tienes un hijo [antes de que vuelva a casa], si es un niño, quédatelo, si es una niña, deséchalo”.

Si menos niñas vivían para ver el segundo día desde su nacimiento, aún más morían en su camino a la edad adulta. La escasez de mujeres, entonces, causó más estragos en el crecimiento de la población del imperio, así como en su economía y su moral. La actividad homosexual se consideraba normal para los hombres casados.

Casas atractivas

Ese es el mundo en el que nacieron los primeros cristianos, en el que crecieron y se casaron, y en el que criaron a sus familias. Podrías llamarlo una cultura de la muerte.

Pero el matrimonio cristiano y la crianza de los hijos distinguen inmediatamente a los cristianos. Según Stark, los esposos y esposas cristianos trataron genuinamente de amarse unos a otros, como lo requería su religión. Su afecto mutuo y su apertura a la fertilidad llevaron a una tasa de natalidad más alta y, por lo tanto, a una tasa de crecimiento aún más alta para la Iglesia primitiva. No abortaron a sus hijos, ni los maridos pusieron en peligro la vida de sus esposas al hacerlo.

El respeto de los primeros cristianos por la dignidad del matrimonio hizo que la fe fuera enormemente atractiva para las mujeres paganas. Así que las mujeres constituyeron un número desproporcionado de los primeros conversos. Esto, a su vez, hizo que el cristianismo fuera enormemente atractivo para los hombres paganos, que no podían encontrar muchas mujeres paganas para casarse, pero veían a las jóvenes asistir a la liturgia cristiana en gran número.

No debemos descartar estos beneficios del cristianismo en el orden natural. Una cosa que demostró el surgimiento del cristianismo es que la fidelidad al único Dios verdadero es la mejor manera de alcanzar la felicidad, no solo en el cielo, sino también en el mundo que Dios creó. La fe cristiana, entonces como ahora, crea hogares felices.

Y, en las culturas paganas, entonces como ahora, los hogares felices son muy atractivos. La evidencia parece indicar que, en el Imperio Romano, los hogares cristianos proporcionaban el lugar principal de evangelización de la Iglesia. Y que la Iglesia crecía porque en cada lugar se vivía en familia.

Esto es algo que no encontramos con demasiada frecuencia en las vidas publicadas de los santos, que tienden a centrarse principalmente en eventos extraordinarios y grandes milagros. Tampoco encontramos esta historia contada en las historias eclesiásticas, que tienden a centrarse casi exclusivamente en la vida de los obispos y el clero. Sin embargo, es la verdadera historia de la Iglesia. Como dijo San Agustín, la historia del crecimiento del evangelio fue la historia de “un corazón prendiendo fuego a otro”.

El fuego de la caridad tendido en el hogar cristiano pronto consumió las manzanas de la ciudad y luego los barrios. No fue el tipo de experiencia extática que vemos en el relato del primer Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles. Fue, más bien, tranquilo y gradual. Veamos sólo un ejemplo de cómo ardía este fuego de la caridad.

Las epidemias estaban entre los grandes terrores de la vida en el mundo antiguo. Los médicos de entonces sabían que las enfermedades eran transmisibles, pero no sabían nada de bacterias o virus, mucho menos de antibióticos o antisepsia. Una vez que las enfermedades llegaban a su ciudad natal, realmente no había forma de detenerlas. Varias epidemias importantes asolaron el imperio durante el surgimiento del cristianismo, y cada una de ellas redujo la población del imperio en aproximadamente un tercio.

El fuego de la caridad

Sin embargo, incluso en estas circunstancias, la Iglesia creció. De hecho, en medio de persecuciones y epidemias simultáneas, la Iglesia creció aún más dramáticamente, especialmente en proporción a la población total del imperio. Por todas partes la gente caía como moscas, pero la Iglesia crecía.

¿Cómo pasó eso? Mire lo que normalmente sucedía cuando una epidemia azotaba su ciudad natal. Las primeras personas en irse solían ser los médicos. Sabían lo que se avecinaba y sabían que poco podían hacer para evitarlo. El médico pagano del siglo II, Galeno, admite que huyó, en su descripción de la epidemia mundial durante el reinado de Marco Aurelio. Los siguientes en salir fueron los sacerdotes paganos, porque tenían los medios y la libertad para hacerlo.

Se animó a las familias paganas ordinarias a abandonar sus hogares cuando los miembros de la familia contrajeron la plaga. Una vez más, no conocían otra forma de aislar la enfermedad que dejar que el miembro de la familia afectado muriera, quizás lentamente.

Sin embargo, los cristianos tenían el deber de no abandonar a los enfermos. Jesús mismo había dicho que, al cuidar a los enfermos, los cristianos lo estaban cuidando a él. Entonces, aunque los cristianos no sabían más sobre medicina que los paganos, se quedaron con sus familiares, amigos y vecinos que sufrían. Considere este relato de la gran epidemia del año 260, que nos dejó el obispo Dionisio de Alejandría:

La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron un amor y una lealtad ilimitados, sin escatimarse nunca y pensando sólo en los demás. Sin importarles el peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo todas sus necesidades y ministrándolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices; porque fueron infectados por otros con la enfermedad, atrayendo sobre sí mismos la enfermedad de sus vecinos y aceptando alegremente sus dolores. . . .

La muerte en esta forma, el resultado de una gran piedad y una fe fuerte, parece en todos los sentidos igual al martirio”.

 

También poseemos relatos paganos de esa epidemia, y todos ellos se caracterizan por la desesperación. Sin embargo, los cristianos estaban “serenamente felices”. Tampoco fue un evento extraordinario. Stark dice que Antioquía de Siria, considerada la segunda ciudad del imperio, experimentó 41 catástrofes naturales y sociales de este orden durante los años en que el cristianismo estaba en ascenso. Eso es un promedio de un desastre catastrófico cada quince años.

El cristianismo tuvo el mismo efecto de otras maneras, como señaló Stark. Ofreció ciudades llenas de extraños, huérfanos, viudas, personas sin hogar y pobres, una nueva familia y comunidad y una nueva forma de vida que los liberó de muchos de los miedos que torturaban a sus vecinos paganos.

En medio de todo ese caos, la caridad cristiana, que por lo general comenzaba en el hogar, trajo el crecimiento de la iglesia. Los cristianos tenían muchas más probabilidades de sobrevivir a las epidemias porque se preocupaban unos por otros. El mero cuidado de la comodidad redujo la tasa de mortalidad de los cristianos en dos tercios en comparación con la de los paganos.

Además, las familias cristianas también se preocupaban por sus vecinos paganos. Por lo tanto, los paganos que recibieron atención cristiana tenían más probabilidades de sobrevivir y, a su vez, convertirse ellos mismos en cristianos. Así, en tiempos de epidemia, cuando la población en general se desplomó, el crecimiento de la iglesia se disparó.

La llama que se extiende

Los paganos tendían a cuidar solo de los de su grupo. Mientras que los paganos solo ayudaban a sus hermanos, los cristianos trataban a todos los hombres como a sus hermanos. Y los paganos se dieron cuenta. El malvado emperador Juliano, que despreciaba a todos los cristianos y encabezó la acusación de volver a paganizar el imperio, todavía tuvo que admirar a regañadientes su caridad:

“Los impíos galileos apoyan no solo a sus pobres, sino también a los nuestros. Todos pueden ver que nuestros pobres carecen de nuestra ayuda”.

 

No puedo enfatizar lo suficiente que esta actividad caritativa no fue tanto el trabajo de las instituciones como de las familias. La familia era entonces, como lo es ahora, la unidad fundamental de la Iglesia. Hasta el siglo III, la mayoría de los cristianos no tenían un edificio al que pudieran llamar su “iglesia”. Su vida cristiana estaba centrada en sus hogares. Las organizaciones benéficas institucionalizadas todavía estaban a años de distancia en el futuro, para ser establecidas en tiempos más pacíficos.

Al principio, la caridad era más bien el camino de la vida familiar cristiana. Esta rutina de caridad no constituía tanto una nueva cultura, reemplazando a la antigua, al menos externamente. Exteriormente, poco había cambiado en los barrios habitados por cristianos. La ley, el gobierno, las rutinas de la vida diaria permanecieron como estaban, y como permanecerían en gran parte, intactos, incluso después de Constantino. Pero interiormente, todo había cambiado.

Vemos los medios de esta transformación, incluso muy temprano en la historia cristiana. Un documento de principios del siglo II, la Carta anónima a Diogneto, describe el proceso en términos profundos pero sencillos. El escritor señala que los cristianos no se distinguen de otras personas por nada externo: ni por su país o idioma, ni por su comida o vestimenta, sino por lo que él llama el “estilo de vida maravilloso y sorprendente” de los cristianos.

Se casan, como todos [los demás]; engendran hijos; pero no cometen infanticidio. Tienen una mesa común, pero no una cama común. . . . Obedecen las leyes prescritas y al mismo tiempo superan las leyes con sus vidas. Aman a todos los hombres y son perseguidos por todos. Son desconocidos y condenados; son puestos a muerte, y restaurados a la vida. . .

En resumen: como el alma está en el cuerpo, así los cristianos están en el mundo. El alma está dispersa por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos están esparcidos por todas las ciudades del mundo. . . . El alma invisible está custodiada por el cuerpo visible, y se sabe que los cristianos están en el mundo, pero su piedad permanece invisible.

 

Gradualmente. Invisiblemente. Pero inexorablemente. Esta es la forma en que la doctrina cristiana, la esperanza y la caridad transformaron el Imperio Romano, una persona a la vez. El cristianismo transformó la forma en que los vecinos trataban a los enfermos, la forma en que los padres trataban a sus hijos y la forma en que los esposos y las esposas hacían el amor.

Eso es lo que realmente le sucedió al Imperio Romano. El evangelio de Jesucristo se extendió gradualmente, de persona a persona, de familia a familia, de casa a casa, de barrio a barrio, luego a provincias enteras. La conversión tuvo lugar en los incrementos más pequeños, uno por uno, debido a las casas.

La Iglesia Doméstica

Cuando leemos acerca de nuestros antepasados ​​en la fe, sus obras claman por una imitación moderna. Seré tan audaz como para extraer seis lecciones que las antiguas familias cristianas pueden enseñar a las familias modernas.

1. Ven a ver tu hogar como una iglesia doméstica. Los cristianos modernos tienden a pensar en los edificios de su parroquia como “la iglesia”. Tenemos que creer que nuestras familias son la iglesia, que nuestros hogares son la iglesia y que el reino de Dios comienza en el lugar donde colgamos nuestros sombreros y comemos. Necesitamos imitar a los primeros cristianos al ver nuestros hogares como lugares de adoración y compañerismo, como fuentes de caridad y como escuelas de virtud.

San Agustín una vez se dirigió a una reunión de padres como “mis queridos compañeros obispos”. Ese es el papel que juegan los padres en la iglesia doméstica.

2.Haz de tu iglesia doméstica un refugio de caridad. Una de las descripciones más sorprendentes de la Iglesia primitiva proviene de Tertuliano, quien escribió: “Es nuestro cuidado de los desamparados, nuestra práctica de la bondad amorosa lo que nos marca a los ojos de muchos de nuestros oponentes, quienes dicen: 'Mira a esos cristianos , cómo se aman.'” Este amor tiene que empezar en casa. Tiene que comenzar en la iglesia doméstica.

¿Cuántos de los que denuncian la falta de reverencia en sus iglesias luego van a casa para profanar sus iglesias domésticas con palabras ásperas hacia sus hijos o hacia sus cónyuges o con chismes sobre sus vecinos o sus compañeros de trabajo? Todos seremos llamados a rendir cuentas por esto.

Recuerda las palabras de Tertuliano. Ellos sabrán que somos cristianos, no por los íconos en nuestra pared, o los símbolos de peces en nuestras calcomanías, o la gruta en nuestro patio delantero, o por nuestros brazaletes WWJD, sino por el amor en nuestros corazones, expresado en nuestros hogares. .

3.Haz de tu iglesia doméstica un lugar de oración. Esto no significa que su día deba estar dominado por las devociones, pero debe tener algunas disciplinas familiares de oración regulares y rutinarias. Los primeros cristianos vieron esto como algo necesario y observaron “horas estacionarias” de oración durante el día, e incluso durante la noche. En el siglo III, Tertuliano describió a las familias cristianas del norte de África levantándose en medio de cada noche para orar juntos.

 

La mayoría de los cristianos de hoy no se levantan a las 3 am, y no estoy sugiriendo que debamos hacerlo. Hay muchas formas de orar en familia, y usted debe buscar las formas que funcionen mejor para su tribu. Pueden orar juntos al comienzo del día o al final del día.

Debéis orar juntos, al menos, ofreciendo la gracia en cada comida. Puede comenzar un estudio bíblico familiar semanal. Puede unirse al culto entre semana que ofrece su iglesia parroquial. Lo importante es hacer algo, empezar por algún lado. Comienza con algo pequeño y manejable, y luego date tiempo para crecer.

Apóstoles de la Caridad

Sabed que, como iglesia doméstica, estáis “en misión”. Como la Iglesia universal, sois enviados por Cristo para llevar el evangelio al mundo. Eres enviado fuera de tu casa. “Enviado” es la raíz del significado de la palabra apostolado, y tú y yo y todos nuestros hijos estamos llamados a participar en el apostolado de la Iglesia, a ser apóstoles del mundo.

Imagínate a ti mismo como uno de esos cristianos invisibles que viven en las ciudades antiguas que se estaban pudriendo con epidemias. ¿Qué harías? ¿Qué harías que hiciera tu familia? ¿Huirías de la ciudad mientras mueren tus vecinos? ¿Tablarías las ventanas y colocarías tu escopeta? Haríais como vuestros antepasados ​​y saldríais y serviríais a vuestros vecinos.

Hoy en día podemos curar muchas de las antiguas plagas. Pero todos deberíamos preguntarnos: ¿Qué epidemias están consumiendo hoy las familias de nuestros barrios? ¿Qué es lo que está destrozando a las familias vecinas? ¿Qué es lo que los deja marcados y apenas capaces de seguir adelante en la vida? ¿Qué tal el divorcio? ¿Ilegitimidad?

Abandono. . . esa sensación constante de que no son queridos por alguien a quien aman mucho? Tal vez necesitemos expandir nuestras definiciones de pobreza y epidemia, para ver a las personas a las que nuestras familias deben servir hoy. Probablemente haya personas en su cuadra que estén muy solas, que sean ancianas y estén solas, o que estén de luto, o que estén necesitadas de algún otro modo.

¿Cómo podría ayudar su familia? A veces, ayudar es tan simple como preparar comidas, abrir la puerta de su casa e incluso compartir las “obras de arte” de sus hijos para los refrigeradores de los vecinos. No tiene que ser un programa lujoso. Pero este tipo de caridad debería ser un proyecto familiar continuo.

Los cristianos a veces se exceden al proteger a su familia de los extraños y de los no creyentes. Pero como dijo la Madre Teresa, Cristo a veces vendrá a nosotros en estos disfraces angustiosos. Tenemos que abrir de par en par las puertas a Cristo. Eso es parte de lo que significa para nosotros estar en misión.

Uno de los grandes Padres de la Iglesia Occidental, San Jerónimo, dijo: “Los ojos de todos se vuelven hacia ti. Tu casa está asentada sobre una atalaya; tu vida fija para otros los límites de su autocontrol.” Pero nuestras vidas no pueden establecer límites para los demás a menos que abramos nuestras vidas y nuestros hogares a los demás, y a menos que (vea las lecciones dos y tres) vivamos como si nuestra casa estuviera colocada en una torre de vigilancia.

Gracia luminosa

Cultivar la virtud de la esperanza. La gracia divina tiene un poder ilimitado. Puede transformar personas; puede y ha transformado culturas. Como padres, feligreses y vecinos, tenemos que creer en los milagros. Tenemos que creer que la gente puede cambiar.

Es demasiado fácil para nosotros creer que muchas personas están irremediablemente perdidas, han sido por la cultura o por sus propias vidas inoculadas irremediablemente contra el evangelio. Pero esto simplemente no es verdad. Lea al agnóstico Rodney Stark: Los milagros suceden, la gente cambia, los pueblos, ciudades y naciones pueden convertirse al cristianismo a un ritmo del 40 por ciento por década.

Vivir según las enseñanzas de la Iglesia. Necesitamos elevar nuestros hogares a la altura de los estándares de Jesucristo y su Iglesia. Es un estándar alto, pero las alternativas hoy en día son mortales. Los primeros cristianos no convirtieron al imperio comprometiéndose con las ideas del imperio sobre la vida familiar. No se comprometieron con el divorcio, la anticoncepción, el aborto, el infanticidio o la actividad homosexual.

Los primeros cristianos odiaban estos pecados, incluso cuando amaban apasionadamente a los pecadores que los cometían, los pecadores que vivían en sus vecindarios. Nosotros también necesitamos odiar estos pecados y alejarlos de nuestros propios hogares. Pero también necesitamos ayudar a otros hogares, a otras familias a vivir según las enseñanzas de Jesús.

Necesitamos evangelizar a las familias que nos necesitan. Si no lo hacemos, entonces podemos contarnos con el sacerdote y el levita en la parábola del buen samaritano, que pasó junto al hombre en la zanja.

No termino con una cita de los primeros cristianos, sino de un cristiano contemporáneo, el Papa Juan Pablo II, quien en Christifideles Laicid extrajo una lección de la Iglesia primitiva al instruir a las familias en los caminos de la evangelización:

Animada en su propia vida interior por el celo misionero, la Iglesia del hogar está llamada también a ser signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor por los que están “lejos”, por las familias que aún no creen, y por aquellas familias cristianas que ya no viven de acuerdo con la fe que una vez recibieron. La familia cristiana está llamada a iluminar “con su ejemplo y su testimonio. . . los que buscan la verdad.”

 

 

Mike Aquilina 

 

El 11 de febrero es fiesta en el Vaticano porque es el aniversario de los Pactos Lateranenses firmados con Italia en 1929 para crear el Estado Ciudad del Vaticano. Pero desde el año 2013, cada 11 de febrero se recuerda otro episodio decisivo para este pequeño país.

 

Benedicto XVI había convocado para ese día a los cardenales residentes en Roma con la excusa del anuncio oficial de tres canonizaciones.

Pero por sorpresa, añadió una declaración especial. La leyó a las 11:45 de la mañana.

 

 

BENEDICTO XVI

“Por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.

Mientras el Papa se retiraba a sus habitaciones, comunicaron la noticia dos agencias, la francesa iMedia y la italiana Ansa. También el diario oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, publicó una edición especial.

Benedicto tenía 85 años. Llevaba 7 años, 10 meses y 10 días como Papa. Había realizado 25 viajes, a 24 países diferentes. Hizo 44 nuevos santos, 26 hombres y 18 mujeres; y nombró 67 nuevos cardenales.

El Papa explicó de nuevo las claves de este gesto en su primera audiencia general tras el anuncio.

 

BENEDICTO XVI

“He hecho esto con plena libertad por el bien de la Iglesia, después de haber rezado mucho tiempo y haber examinado delante de Dios mi conciencia, siendo conocedor de la gravedad de este acto, pero también sabiendo que no estoy preparado para desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que este requiere”.

 

FEDERICO LOMBARDI
Exportavoz del Vaticano 

“(A esa edad) no podría hacer casi nada de lo que se espera de un Papa. No podría viajar, no podría presidir celebraciones públicas, ni mantener reuniones largas, ni tomar decisiones complejas. Es evidente que ha hecho bien, ha hecho lo más razonable ante Dios y ante los hombres”.

Con el paso de los años, el shock con el que muchos reaccionaron a esa decisión se ha suavizado. Un gesto de humildad, sabiduría y prudencia, que es también la gran lección del Papa profesor.

 

 

+ info -

https://www.primeroscristianos.com/original-respuesta-en-video-al-mensaje-del-papa-a-los-jovenes/

 

 

Benedicto XVI - 19 de abril de 2005

 

Cuando falleció Juan Pablo II, el cardenal decano Joseph Ratzinger celebró su funeral

Fue la primera vez que el mundo fijó sus ojos en este alemán discreto con fama de duro.

 

También él se encargó de dirigir las doce congregaciones de cardenales, o sea las reuniones sobre el futuro de la Iglesia y el perfil del próximo Papa para elegir un sucesor. No lo tenían nada fácil. Iba a ser complicado encontrar a alguien con el coraje suficiente para suceder a Juan Pablo II.

 

 

 

El cónclave comenzó el lunes 18 de abril con la Misa para pedir ayuda al Espíritu Santo. La celebró el cardenal Ratzinger, que ya se había convertido en un sólido candidato.

"En esta hora pidamos insistentemente al Señor que, tras el gran don del Papa Juan Pablo II, nos conceda de nuevo un pastor a la medida de su corazón”.

Entraron a las 4 de la tarde en la Capilla Sixtina. Los 115 cardenales menores de 80 años juraron que votarían sin dejarse llevar por presiones, y que guardarían secreto de lo que ocurriera ahí dentro.

Pocas horas después, el primer mensaje de la Sixtina. Fumata negra.

Tampoco hubo un nuevo Papa la mañana del 19 de abril. Tras tres votaciones, los cardenales aún no se habían puesto de acuerdo.

Sin embargo, a media tarde, cambió la situación. Y una fumata blanca coloreó el cielo de Roma. Así recibió la plaza la noticia.

Joseph Ratzinger acababa de convertirse en el sucesor de San Pedro número 265, tras cuatro votaciones, uno de los cónclaves más rápidos de la historia.

"Queridos hermanos y hermanas. Después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes y sobre todo confío en vuestras oraciones”.

Lo primero que hizo fue visitar a sus compañeros de trabajo en la que fue su oficina durante 23 años: la Congregación para la Doctrina de la Fe.

"Santidad, bienvenido entre nosotros y gracias por esta visita”.

"Todavía no puedo creer que esté ahora en otro sitio. Se ha hecho cuanto el Señor ha dicho a Pedro: Llegará el día en que tú serás guiado dónde no quieres ir”.

Le regalaron una tarta. La tenían ya preparada porque cuatro días antes había cumplido 78 años.

Pocos días después, explicó a unos peregrinos alemanes cómo se sentía.

 

25 de abril de 2005

"Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes”.

Con su nueva vida echaría de menos también sus libros. El Papa profesor los necesitaba, y por eso, salió del Vaticano para ir a su antigua casa y preparar con su biblioteca sus primeros discursos.

No se imaginaba que la voz corrió muy deprisa y cientos de personas le esperaron en la puerta para verlo.

Nunca se acostumbró a la popularidad. Pero con su timidez, se ganó a quienes lo vieron de cerca.

 

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10 lecciones de Benedicto XVI para la posteridad

En 2013, con motivo de la renuncia de Benedicto XVI, Rafael Domingo publicó en la edición española de CNN el siguiente artículo. Rafael Domingo Oslé es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.

 

No es mi intención analizar en estas reflexiones el pontificado de Benedicto XVI, quien dejará de ser Papa el 28 de febrero a las 8 de la tarde tras una renuncia histórica cargada de simbolismo.

Los papas gustan de mover sus fichas pensando a largo plazo, a larguísimo plazo, sabedores de que gobiernan una institución milenaria, llena de goteras y grietas, achacosa a veces, pero siempre viva y pujante pues la muerte no está pensaba para ella.

Joseph Ratzinger no es excepción. El Papa es plenamente consciente de que en estos momentos está haciendo historia, marcando una nueva pauta en la Iglesia con esta última decisión suya tan audaz y valiente. Por eso, tiempo al tiempo. Ya llegará la hora de valorar objetivamente un Pontificado que, con sus luces y sus sombras, acabará enalteciendo la figura de Benedicto XVI.

Mi objetivo hoy es más modesto. Tan solo pretendo referir lo que me ha aportado personalmente este gran intelectual alemán que decidió colgar la sotana blanca para encerrarse a rezar y escribir entre cuatro paredes junto a un pequeño huerto ecológico.

Para mí, hablar de Benedicto XVI es hablar de un maestro, en el sentido más clásico y noble del término, del que he aprendido algunas lecciones inestimables. Algunas de ellas son fruto de su comportamiento, las más, de su magisterio. Todas: expresión de su extraordinaria honradez intelectual y profunda humildad.

Un maestro es la persona capaz de grabar a fuego en tu alma una idea. Un maestro es quien atraviesa intelectualmente tu vida, como una flecha atraviesa un cuerpo. Un maestro es quien va siempre por delante de ti dando respuesta a tus inquietudes intelectuales. Un maestro es quien te obliga a mantenerte de puntillas para estar a su altura intelectual.

Por eso, la conversación con el maestro es rayo de luz, abre horizontes, crea nuevas expectativas, despierta sensibilidades. La presencia del maestro estimula la inteligencia, alienta la creatividad, despierta la imaginación.

El maestro te cautiva, como me cautivó a mí Joseph Ratzinger, cuando le conocí en febrero de 1998 en la Universidad de Navarra con ocasión de su visita para recibir un doctorado honoris causa. Fueron unos días memorables en los que pude tratar de cerca al entonces cardenal Ratzinger. El galardonado quiso residir unos días en el Colegio Mayor Belagua con el fin de vivir intensamente el ambiente universitario de la Universidad de Navarra.

Enseguida me di cuenta de que, a pesar de dedicarse él a la Teología y yo al Derecho, compartíamos las mismas preocupaciones intelectuales, y de que, en realidad, estábamos subiendo el mismo monte por diferentes laderas. Eso sí, él iba muy por delante de mí en ese empinado ascenso.

Benedicto XVI dejará de ser Papa el 28 de febrero, pero no de ser uno de los intelectuales más perspicaces de nuestro tiempo. Un maestro puede dejar de ser Papa, pero no de enseñar. Por eso, quiero compartir las diez lecciones más importantes que he aprendido de Benedicto XVI. No son las mejores aportaciones de Ratzinger a la Teología; tampoco se derivan necesariamente de sus principales hitos como Pontífice. Son sencillamente lecciones de un maestro.

 

1. La universidad es hogar de nuevas ideas y de diálogo

La universidad es un lugar privilegiado para el nacimiento de nueva ideas y el diálogo interdisciplinar es el método más fecundo para que estas ideas florezcan. De ahí la importancia de que existan campus aislados cuyos profesores y alumnos vivan totalmente inmersos en un debate intelectual estimulante y crítico, una idea que siempre impulsó Ratzinger desde sus comienzos como profesor en la Universidad de Bonn.

2. El mundo necesita el diálogo entre creyentes y no creyentes

El mundo de hoy demanda un diálogo abierto, sereno y equilibrado entre creyentes y no creyentes. Este diálogo será en beneficio de todos. A los creyentes les servirá para purificar el argumento religioso; a los no creyentes, para advertir los límites de la razón positiva, cuya exclusividad enclaustra al ser humano. Su conversación con Jürgen Habermas, otro gran maestro, fue un ejemplo del camino que debe emprenderse para poder dar pasos en esta dirección.

3. La recuperación del "eros"

La necesidad de recuperar para el Cristianismo el genuino concepto de "eros", con el fin de poder aplicarlo a Dios cuyo amor es no sólo donacional, sino también posesivo. Esta sincera reflexión, explicada en su primera encíclica Deus caritas est, ha abierto nuevos derroteros en el campo de la vida contemplativa y en la consideración de la filiación divina, o la consideración de que somos hijos de Dios, como núcleo esencial del mensaje cristiano. Se puede formular de una manera más directa: cuando Dios se empeña en vivir cerca de ti, se le palpa y la fe sobra.

4. El derecho debe abrirse a la transcendencia

Esto no significa que los ordenamientos jurídicos hayan de reconocer la existencia de Dios -¡ese no es su cometido!- pero sí que han de ver en la religión un valor en sí mismo, capaz de dar respuesta a ciertos interrogantes que la razón científica no puede resolver.

5. No existe un ordenamiento jurídico cristiano

Para Benedicto XVI, no hay un sistema legal cristiano, revelado por Dios, sino que lo único que demanda el cristianismo a los ordenamientos jurídicos es que se remitan a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho.

6. Actuar contra la razón, es actuar contra Dios

La lección sexta la constituye el núcleo de su controvertido discurso en Ratisbona, quizás el más importante discurso del Papa, es que el no actuar con el "logos" es contrario a la naturaleza de Dios. Por tanto, no hay incompatibilidad alguna entre razón y fe. " Se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión.

Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios", dijo en su famoso discurso.

7. Rectificar es de sabios

Por eso, cuando uno se equivoca lo reconoce, aunque sea el Papa. Esta lección la dio el Benedicto con su famosa carta de 2009 con ocasión del caso del obispo Richard Williamson, al que se levantó la excomunión pocos días después de que, en una entrevista con una cadena de televisión sueca, cuestionara la existencia de las cámaras de gas en los campos de concentración nazis, lo que generó una enorme controversia en Internet .

En la carta, Ratzinger lamentó los errores de gestión por parte del Vaticano al no haber hecho el uso adecuado de internet. "Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias", escribió entonces.

8. El valor del silencio

El valor positivo del silencio como punto de encuentro con Dios. En su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012, Benedicto XVI escribió que "el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido.

En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena".

9. Austeridad en uno de los lugares más lujosos

Dentro del Vaticano, uno de los lugares más lujosos y espectaculares del mundo, Benedicto XVI demostró que se puede llevar una vida sencilla, sobria y austera, desprendida de las riquezas materiales, con comidas frugales, largos ratos dedicados a la oración y al silencio, la escritura y el estudio, y una cama de pequeñas dimensiones.

10. No ser más papista que el Papa

La décima y última lección no es la más importante, pero sí la que ha sobrecogido al mundo por inesperada. La opinión pública la ha formulado de la siguiente manera, siguiendo el propio discurso de renuncia papal: el espíritu de servicio es el único fin que ha de buscarse en el desempeño de cualquier cargo público.

Por eso, cuando por motivos justificados este servicio pueda quedar deslustrado, es recomendable dejar paso a otros que desempeñen el cargo con más competencia. Me parece, sin embargo, que hay una formulación mucho más sencilla y castiza: No se puede ser más papista que el papa. Por eso, el papa Benedicto XVI no ha querido ser más papista que Benedicto XVI. Y él tenía la profunda convicción moral, desde hace mucho tiempo, de que para la Iglesia era muy conveniente que un papa renunciara. Se dieron las circunstancias. Y lo hizo. ¡Como un campeón!

 

Rafael Domingo Oslé (*)

(*) Es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.

Benedicto XVI- Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso

Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado.

 

 

 

9 de abril, 2005

"Los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes”.

Humildad. Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso. Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado. A la presentación de "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres” acudieron el hermano del Papa emérito, Georg Ratzinger y su secretario, Georg Gänswein.

ALBRECHT WEILAND

Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”

"Para nosotros es muy importante porque nuestra editorial normalmente se enfoca en libros de arte,  de cultura y sobre todo de cultura cristiana. Desde hace poco publicamos también sobre historia, y Benedicto XVI es una pieza muy importante de la historia y por eso decidimos publicar un libro sobre este personaje tan importante”.

Las fotografías y los testimonios juegan un papel esencial en el nuevo volumen que se presentó en el cementerio teutónico del Vaticano.

CHRISTIAN SCHALLER

Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”

"Es un regalo para Benedicto para recordar sus ocho años de pontificado, es un honor. Hemos intentado hacer fácil la lectura escogiendo temas y fotografías que son grandes escenas de su pontificado”.

Fotografías que recogen grandes momentos y otros detalles más cotidianos de su pontíficado. Como esta con Georg Gänswein.

O esta otra cuando por primera vez el papa Francisco se reunió con el papa emérito Benedicto XVI. Fue un encuentro sencillo, emotivo y, sin duda, histórico

En la elaboración del libro han participado los cardenales Gerhard Müller o Kurt Koch. Tanto los autores como los responsables de edición lo conocieron y ellos así le recuerdan.

ALBRECHT WEILAND

Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”

"De él me acuerdo de sus homilías espléndidas”.

CHRISTIAN SCHALLER

Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”

"Yo me acuerdo de una situación muy bonita, en su primera visita que tuvo después de su elección como Papa. Un momento privado en el tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano”.

Un libro que recopila los ocho años de un Papa que no iniciaba su pontificado de manera fácil y que ahora, sin duda, es histórico por su renuncia y uno de los más queridos.

 

 

romereports.com

Cronología del Siglo IV

 

CÉSARES ROMANOS

PAPAS

HISTORIA de los Primeros Cristianos

293/305
Maximiano y Constancio Cloro

296/304
San Marcelino

 

298-302 Los cristianos son proscritos del ejército romano

303 Gran persecución

305/306
Constancio Cloro

 

305   Se suspende la persecución

306-312 Tolerancia en Roma y África

306
Severo II

 

306-310 Maximino reinicia la persecución en Oriente

306/307
Severo II y Constantino I
 

306 Persecución en Oriente

307/311
Licinio y Majencio

 

311    Primera edición de la “Historia Eclesiástica” de Eusebio de Cesarea

Maximinio continúa la persecución, especialmente en Egipto

 

 

 

 

 

308/309
San Marcelo I

309/309
San Eusebio

311/314
San Melquíades

312/324
Licinio y Constantino I

 

312 Constantino vence a Majencio

 

313 Edicto de Milán de tolerancia universal del cristianismo

 

321 Persecución de Licino

314/335
San Silvestre I

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336/336
San Marcos

324/337
Constantino I

337/352
San Julio I

 

324 Segunda edición de la “Historia Eclesiástica” de Eusebio de Cesarea

328-373    San Atanasio, Obispo de Alejandría

 

337/340
Constantino II

 

337 Persecución en Persia

340/350
Constantino II y Constancio II

 

342 Prohibición de sacrificios paganos

350/361
Constancio II

 

354 Nacimiento de San Agustín

356 Las reliquias de San Andrés y San Lucas son llevadas a Constantinopla

 

352/366
Liberio

350/351
Magnecio

351/353
Magnecio y Decencio

361/363
Juliano

363/364
Joviano

 

 

364/375
Valentiniano

371 El Papa San Dámaso es acusado de homicidio y es exonerado por el emperador
373 San Ambrosio, Obispo de Milán
373 Fallece San Atanasio
374-377 San Jerónimo, anacoreta en Calcis

366/384
San Dámaso

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375/383
Graciano

378 El emperador Graciano renuncia al título de “Pontifex Maximus”

 

383/392
Valentiniano II

383 San Jerónimo inicia la traducción de la Biblia al latín

384 San Jerónimo parte a Palestina

384 San Agustín llega a Milán

385-420 San Jerónimo, monje en Belén

385-407 San Juan Crisóstomo florece

386  SanAgustín vuelve a la fe católica

386-387   San Agustín escribe “Las Confesiones”

390 Masacre de Tesalónica

 

384/399
San Siricio

392/395
Teodosio

392 Leyes contra paganos y herejes

395/421
Honorio

397 Muerte de San Ambrosio de Milán

399/401
San Atanasio I

 

 

 

 

 

 

 

San Esteban: "Meditar sobre la Escritura para entender el presente"

Presentamos una catequesis de Benedicto XVI, de 2012, en la que habla del martirio de San Esteban. Invitó a tratar a Dios con la confianza de los hijos que acuden a un Padre.

 

 

Ciudad del Vaticano, 2 mayo 2012 (VIS).-
La oración de San Esteban, el primer mártir cristiano, fue el tema elegido por el Santo Padre para la catequesis de la audiencia general de hoy miércoles.
Ante más de 20.000 fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, el Papa explicó que, según narran los Hechos de los Apóstoles, Esteban fue llevado a juicio ante el Sanedrín, acusado de haber declarado que Jesús destruiría el templo y subvertiría las costumbres legadas por Moisés. Ahora bien, en su discurso ante el tribunal, el santo afirma que Jesús se refería a su cuerpo, que es el nuevo templo. De esta forma, Cristo “inaugura el nuevo culto, y con la ofrenda de sí mismo en la Cruz, reemplaza los sacrificios antiguos”.
Esteban quiere demostrar que la acusación de subvertir la ley de Moisés es infundada y para ello ilustra su visión de la historia de la salvación, de la alianza entre Dios y el hombre. “Relee así -dijo Benedicto XVI- toda la narración bíblica, el itinerario de la Sagrada Escritura, para demostrar que conduce al lugar de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. En esta perspectiva (...) también lee su condición de discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite entender (...) el presente”.
El protomártir, “en su reflexión sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, pone de relieve la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, y afirma queJesús es el Justo anunciado por los profetas; en Él, Dios mismo se ha hecho presente de manera única y definitiva: Jesús es el 'lugar' del culto verdadero”.

 

La vida y el discurso de Esteban se interrumpen repentinamente con la lapidación, pero “precisamente el martirio es el cumplimiento de su vida y de su mensaje: se hace uno con Cristo. Así, su reflexión sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina que en Jesús ha llegado a su plenitud, se convierte en participación en la misma oración de la Cruz”.
En el momento del martirio del santo, afirmó el Papa, “se manifiesta una vez más la fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración”. Pero: “¿De dónde sacó el primer mártir cristiano la fuerza para hacer frente a sus perseguidores y llegar hasta la entrega de sí mismo? La respuesta es simple: desu relación con Dios, de su comunión con Cristo, de la meditación sobre la historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que alcanza su cumbre en Jesucristo”.
San Esteban cree que Jesús “es el templo 'no construido por mano de hombre' en que la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana como para entrar en nuestra carne humana para llevarnos a Dios, para abrir las puertas del Cielo. Nuestra oración, entonces, debe consistir en la contemplación de Jesús a la diestra de Dios, de Jesús como Señor de nuestra vida cotidiana. En Él, bajo la guía del Espíritu Santo, también nosotros podemos dirigirnos a Dios (...) con la confianza y el abandono de los hijos que acuden a un Padre que los ama infinitamente”, concluyó el Santo Padre.
Texto completo 

Viaje de María y José: debieron afrontar unas duras pruebas

Para poder traer al mundo a Jesús en Belén y cumplir las profecías del Antiguo Testamento

 

“Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial”, escribe el profeta Miqueas (Miqueas 5,1).

 

Sin embargo, aunque José, descendiente del rey David, era originario de la pequeña aldea de Judea, él y María vivían en Nazaret, al norte de Galilea, cuando María quedó encinta de Jesús, según narra el evangelio de Lucas.

viaje a Belen María y José

 

Un periplo de más de 150 km

Sin embargo, cuando María llegaba casi al término de su embarazo, el emperador Augusto ordenó un gran censo que obligaba a todo el mundo a dirigirse a su pueblo de origen. Así, “José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David” (Lucas 2,4).

Un periplo 156 kilómetros que representó una auténtica prueba para la pareja en una época en la que los caminos no estaban pavimentados –aunque sí lo estuvieran en buena parte del Imperio romano– y cuando el único medio de transporte disponible era el asno o el camello. A esto habría que sumarle el hecho de que José, según algunas tradiciones, quizás no fuese demasiado joven, y que María estaba casi en el noveno mes de embarazo.

Belén, llamada Efratá en la antigüedad, está situada a 7 kilómetros al sur de Jerusalén, pero a una altitud de 750 metros. Aunque se trataba de la ciudad del rey David y la matriarca Raquel, segunda esposa de Jacob, estaba enterrada allí, la ciudad era considerada secundaria en aquella época. No obstante, el camino, muy montañoso, lo transitaban muchas caravanas que iban de Jerusalén a Egipto.

 

 

Los evangelios canónicos no dicen nada sobre el medio de transporte que empleó la pareja, pero podemos suponer que tenían a su disposición un asno que cargara con los alimentos. Probablemente también durmieron tres o cuatro noches bajo las estrellas o en posadas.

Un viaje agotador al final del cual los cónyuges no encontraron más que un establo para dormir. La celebración de la Navidad debería, por tanto, recordarnos el valor y la entrega de esta pareja ejemplar.

 

+ info -

https://www.primeroscristianos.com/que-sabemos-de-la-gruta-de-belen/

 

¿Cuántos días duró el viaje de María y José desde Nazaret a Belén?

 

 

Renovamos la conciencia de un acontecimiento que sigue teniendo plena vigencia

Para los cristianos la Navidad es un tiempo muy especial. No es simplemente un recuerdo, ni un mero símbolo; ni menos aún una especie de cuento o de juego para gente menuda. Ni simplemente un modo de que los adultos puedan sentirse niños de nuevo, al menos por unos días. 

 

Un Bing Bang redentor

La Navidad es un tiempo litúrgico en el que renovamos la conciencia de un acontecimiento que sigue teniendo plena vigencia: la segunda Persona de la Trinidad, la Palabra de Dios, ha nacido en un pesebre de Belén. Dios se ha hecho hombre, se ha hecho Niño, entrando así en la historia humana y su lógica. Por tanto, según unas coordenadas concretas: en un momento dado, en un lugar determinado, a través de una cultura que Él quiso asumir con todas las consecuencias.

A partir de entonces, no se ha retirado ni se ha retractado de ese acontecimiento definitivo, que ha cambiado la vida del mundo y sigue, como un “Bing Bang” redentor, expandiendo su energía salvadora en el tiempo y en el espacio de cada uno y de todos, a la vez que pide nuestra colaboración para que su amor llegue hasta los confines del universo.

Dios sigue viviendo como hombre en Jesús resucitado. Esa Humanidad Santísima está en el seno de la Trinidad. El vencedor de la Cruz sigue intercediendo por nosotros ante Dios Padre. Sigue presente, también, en esta tierra especialmente en la Iglesia y en su misión, actuando por medio del Espíritu Santo en los corazones y en las culturas que le acogen.

Sigue naciendo cada vez que alguien se abre al Amor con mayúsculas (el de Dios) o al amor hacia los demás, que es, según San Juan, camino y manifestación, al menos incipiente y siempre necesario, del amor a Dios.

La Navidad sólo sucedió históricamente “de una vez por todas”. Pero, al ser Dios su protagonista principal, no es algo que simplemente pasó; sino que sigue siendo plenamente actual. No sólo en el “Hoy” eterno de Dios, sino también en nuestras vidas, que se abren mediante la fe a la vida de Dios, permitiéndonos vivir y comprender los valores eternos, mientras tratamos de reproducirlos en nuestra existencia ordinaria.

Lo hacemos, ciertamente, en la medida de nuestras modestas posibilidades; pero a la vez, y esto es lo fascinante, estamos llamados a realizarlo con la vida misma de Dios (el cristiano pertenece al Cuerpo místico de Cristo); con su fuerza redentora y salvadora, siempre amable; consu luz reveladora y maravillosa.

La Navidad celebra este nacimiento y esta vida de Dios entre los hombres y de los hombres con Dios. Un nacimiento y una vida que, según la fe cristiana, tienen una referencia al pasado, y, a la vez, son plenamente actuales y condición para la vida plena en el futuro de los hombres.

¿Cómo vivir la Navidad en cristiano? 

De todo ello cabe deducir cómo se puede hoy “vivir la Navidad en cristiano”.

Quizá, apurados por la crisis económica, no podamos contemplar tantas luces en las calles y en los comercios; pero eso nos puede descubrir que la luz que más espera el Niño es la de nuestra vida.

Puede que hayan disminuido los símbolos cristianos de ese acontecimiento, el nacimiento de Dios en el tiempo, que celebramos; pero es el cristiano el que debe ser, en su propio ambiente, signo vivo de Cristo.

Tal vez los “Nacimientos” o los “Belenes” serán en algunos lugares más discretos o menos vistosos; pero los que se ponen (con sus figuritas ingenuas, el musgo y las casas de corcho) seguirán representando el Amor, y la respuesta que espera de cada uno, como realidad que llena de sentido la historia.

Quizá se reduzca la calidad y variedad de una ideal “mesa navideña”; en todo caso el altar sobre el que se pone pan y vino significa el corazón de los cristianos, que elevan hacia Dios la ofrenda de su existencia cotidiana en acción de gracias por hacernos participar de su vida, unidos al corazón de Cristo. Y es que Belén y el Calvario son inseparables.

Incluso aunque volviéramos a “tiempos mejores” en el espejismo de un engañoso espíritu navideño, nuestro vivir la Navidad no sería auténtico si no existiera una preocupación “real” por acercarnos de nuevo o más intensamente a Dios, a través de la oración y de los sacramentos (especialmente la Confesión y la Eucaristía) y de las obras del amor.

Es decir, con un desvelo “real” por los que están a nuestro lado en la familia, en el trabajo y en la calle; especialmente por los que no tienen hogar o compañía, o carecen de ropa o de comida, o por los que están enfermos, en estos días.

Así Dios ha de nacer de nuevo en el corazón de cada cristiano, como condición para que pueda nacer en otros corazones. Pero hay que dejarle nacer en la mirada y en los hechos. Así la Navidad permitirá dejar que se hagan realidad los sueños.

Navidad en y desde la familia

La Navidad es la fiesta de la alegría porque es la fiesta de la fe que se hace vida. Sobre la base de la Encarnación de Dios, la Navidad es igualmente la fiesta de la familia y de la amistad. Por eso decía Guardini: “Todo regalo debe ser en el fondo un símbolo del único gran regalo, en que Dios entregó a su Hijo por la salvación del mundo (1 Jn 4, 9s)”.

Dentro de la familia, vivir la Navidad en cristiano significa, por ejemplo, el “volcarse” de unos con otros en costumbres que vale la pena mantener o recuperar: el belén, el árbol, los villancicos; alguna comida más especial, conversaciones y paseos familiares, atención particular a los más pequeños, a los ancianos y a los enfermos; gestos concretos de desprendimiento personal, por parte de todos los miembros de la familia, a favor de quienes, ahí afuera, no tienen nada o casi nada. Eso para empezar, pero aún hay más.

Imaginaba Guardini que María le habría contado a San Juan acerca de su anhelo por esperar al Mesías, muchos años atrás. Paraella esa venida era muy diferente de la liberación terrena yglorificación humana que esperaban muchos. “Quizá en ella había también un presentimiento, que no habría podido explicar ella misma; una sensación de que la misteriosa figura del que ‘había de venir’ la afectaba muy personalmente a ella...”

Esto sucede de alguna manera con cada cristiano. La venida de Jesús y la Navidad nos afecta siempre de manera irrepetible, porque “cristiano” quiere decir continuador, como signo e instrumento, de la misión de Cristo, ungido por su Espíritu. Y por eso, la Navidad es a la vez la fiesta de la fe que se comunica, también en y por las familias (los padres y madres son los primeros apóstoles de sus hijos).

De ahí la importancia, en estos días, de cuidar las oraciones especialmente de los niños, bendecir la comida al menos en las fiestas, participar en la Misa, que es siempre el centro de la fiesta cristiana, manifestar la vida cristiana en el amor al prójimo. Y todo ello desde el seno de esta familia de Dios (la Iglesia), que nace con Jesús.

“Esta nueva familia de Dios comienza en el momento en el que María envuelve en pañales al ‘primogénito’ y lo acuesta en el pesebre. Pidámosle: Señor Jesús, tú que has querido nacer como el primero de muchos hermanos, danos la verdadera fraternidad. Ayúdanos para que nos parezcamos a ti. Ayúdanos a reconocer tu rostro en el otro que me necesita, en los que sufren o están desamparados, en todos los hombres, y a vivir junto a ti como hermanos y hermanas, para convertirnos en una familia, tu familia” (Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 25-XII-2010).

 

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Los orígenes de la Navidad

 

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