La vida de Silverio está señalada por diversas controversias, empezando por el lugar de su nacimiento, disputado -según las distintas fuentes- entre Frosinone, de la que es actualmente patrón, y la vecina localidad de Ceccano, donde no hay rastro de un culto dedicado a él.
Nombrado 58º Papa de la Iglesia de Roma por voluntad del rey Ostrogodo Teodato, su pontificado duró sólo un año debido al estallido de la guerra greco-gótica entre Constantinopla y los Ostrogodos, que duró por 18 largos años.
El 22 de abril de 536 el Papa Agapito I murió en Constantinopla, abriendo, de hecho, las disputas en Oriente y Occidente por la elección del sucesor. En medio del descontento generalizado y, según la primera parte de la biografía del Liber pontificalis, el rey Ostrogodo Teodato impuso como Papa a Silverio, que en ese momento sólo era subdiácono, un ministerio eclesial considerado "demasiado bajo" para acceder directamente al ministerio del sucesor de san Pedro.
Junto a la designación del diácono Silverio como Papa, el rey Teodato, amenazaba con sofocar por la fuerza cualquier oposición proveniente de la nobleza o del clero. Por tales motivos, todos debieron callar y obedecer, poniendo buena cara ante tan violenta imposición.
En medio a este triste cuadro de la Iglesia de Roma, apareció también Teodora, que era la esposa de Justiniano, el emperador romano de Oriente, y que defendía la herejía monofisita y que se oponía a la designación de Silverio como Papa, pues ella ya había dispuesto que el sucesor de Agapito habría sido Vigilio, su fiel servidor.
El monofisismo fue una doctrina teológica desarrollada alrededor del año 400 por el archimandrita Eutico, el abad de un monasterio de Constantinopla que, en práctica, reconocía sólo la naturaleza divina de Jesucristo.
Según esta doctrina teológica la naturaleza humana de Jesús se "con-fundió" con la divina cuando "fue absorbida" por el Verbo divino y como resultado "se disolvió" en la naturaleza divina. El monofisismo perdió así el auténtico significado de la unión hipostática consustancial, sin con-fusion, de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana real del hombre Jesús.
La afirmación de que la naturaleza divina de Jesús fuera su única naturaleza (mono-physis), desconoció de hecho su doble naturaleza divina y humana y, por ello, fue calificada como herética en el Concilio de Calcedonia en el año 451. Aún así, esta doctrina consiguió reunir muchos prosélitos en torno a los siglos V y VI, provocando el cisma de las iglesias copta, armenia y jacobita de Siria; separación doctrinal que perdura hasta el día de hoy.
Además de los problemas doctrinales asociados al monofisismo en Oriente y Occidente, la situación se complicó aún más desde el punto de vista político en la península itálica: disputada en ese entonces entre las fuerzas de Constantinopla y las de los Godos invasores. Obviamente, las consecuencias de tales conflictos recayeron también en el ámbito religioso durante el pontificado de Silverio.
El emperador Justiniano declaró la guerra a los Ostrogodos enviando a su mejor general, Belisario, que consiguió llegar a Roma, y en su camino hizo que Vitiges, el nuevo rey Ostrogodo que había sucedido a Teodato, se refugiara en Rávena.
En este contexto, Teodora siguió librando su batalla personal contra Silverio, intentando que este suavizara su posición a favor del monofisismo, pero al no conseguirlo, urdió un complot: hizo circular una carta falsa donde Silverio prometía abrir las puertas de Roma para que el rey de los Godos Vitiges, entrara para liberarla de los bizantinos.
Silverio puso en claro tales falsedades y dejó el Laterano para recluirse en la Basílica de santa Sabina. Pero tiempo después Belisario, su esposa Antonina y Vigilio, inventaron nuevas acusaciones contra Silverio, que esta vez no se defendió. De ese modo, Silverio fue despojado de sus hábitos pontificios, fue revestido como monje y exiliado a Constantinopla.
Ni siquiera el emperador Justiniano pudo hacer nada por él y sufrió el exilio en Patara, en Licia. En su lugar Vigilio tomó su lugar como el nuevo Papa que sí fue complaciente con el monofisismo.
Cuando el obispo de Patara aportó al emperador pruebas irrefutables de la inocencia de Silverio, Justiniano se vio obligado a liberarlo y a hacerlo regresar a Roma. Allí, sin embargo, Vigilio, contratacó y obligó al general Belisario a capturar a Silverio y a deportarlo esta vez a la isla pontina de Palmarola.
Fue allí donde Silverio, en un intento de poner fin al cisma entre las Iglesias, decidió abdicar y después de aproximadamente un mes, el 2 de diciembre, murió. La Iglesia universal lo recuerda en ese día. Sus restos mortales, en contra de la costumbre de sepultar a los Papas en Roma, permanecieron en Palmarola, donde es venerado el 20 de junio, día de su llegada a la isla.
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En los primeros siglos, como se dice en la Carta a Diogneto (de mediados del s.II), los cristianos "se casan como todos" (V,6), por lo judío, por lo griego, por lo romano. Aceptan las leyes imperiales, mientras no vayan en contra del Evangelio. El matrimonio se celebra "en el Señor" (1Cor 7, 39), dentro de la comunidad, sin una ceremonia especial.
En el mundo judío, la boda se celebra según las costumbres y ritos tradicionales (cf Gén 24 y Tob 7,9,10). Cierto tiempo después de los esponsales, se celebra la boda. En el mundo judío la boda era un asunto familiar y privado. No se celebra en la sinagoga, sino en casa. No obstante, como todo en Israel, tiene una dimensión religiosa. La celebración incluye oración y bendición.
En el mundo romano se dieron, sucesivamente, tres formas de celebrar el matrimonio. La "confarreactio" (con pastel nupcial), la forma más antigua, incluía ceremonias de carácter jurídico y religioso. En la época imperial apenas se daba este tipo de unión. El modo corriente de contraer matrimonio era la "coemptio", rito que simbolizaba la compra de la esposa, y el "usus" (uso), simple cohabitación tras el mutuo consentimiento matrimonial.
El "consensus" (consentimiento) vino a constituir en la práctica lo esencial de la unión matrimonial. Dice el Digesta: "No es la unión sexual lo que hace el matrimonio, sino el consentimiento" (35,I,15). Como tal, no se requería ningún rito particular ni la presencia del magistrado. El poder civil no hacía más que reconocer la existencia del matrimonio y, en cierto modo, proteger la unión conyugal poniendo ciertas condiciones.
Los cristianos se casan como todo el mundo, pero "dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente" (Carta a Diogneto,V,4). Acogen la vida que nace y respetan el lecho conyugal: "Como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho" (V,6 y 7).
Ignacio de Antioquía (hacia el año 107) que invita a los cristianos a casarse "con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por solo deseo" (A Policarpo,5,2).
Tertuliano (hacia 160-220) comenta la ventaja de casarse en el Señor: "¿Cómo podemos ser capaces de ensalzar la felicidad tan grande que tiene un matrimonio así; un matrimonio que une la Iglesia, que la oblación confirma, que la bendición marca, que los ángeles anuncian, que el Padre ratifica?" (Ad uxorem II 8,6.7.9).
Desde los siglos IV al IX se subraya el carácter eclesial de la celebración del matrimonio entre cristianos y se establece bien claro que las ceremonias (oración y bendición) no son obligatorias para la validez de la unión. El primer testimonio que habla de una bendición nupcial verdaderamente litúrgica data de la época del papa Dámaso (366-384) y se encuentra en las obras del Pseudo-Ambrosio (Ambrosiaster). La bendición sólo se confiere en el primer matrimonio.
Se constata el profundo influjo del derecho romano, según el cual sólo el consentimiento es estrictamente necesario para el matrimonio, cualquiera que fuese su forma. Dice el papa Nicolás I el año 866, en su respuesta a los búlgaros, que le consultaron acerca de la importancia de las ceremonias eclesiásticas (oración y bendición) que algunos habían declarado ser los elementos constitutivos del matrimonio:
"Baste según las leyes el solo consentimiento de aquellos de cuya unión se tratare. En las nupcias, si acaso ese solo consentimiento faltare, todo lo demás, aun celebrado con coito, carece de valor" (D 334).
Es en los siglos sucesivos cuando la iglesia reivindica competencia jurídica sobre el matrimonio y dispone que el consentimiento y la consiguiente entrega de la prenda nupcial se haga expresamente en presencia del sacerdote (ss.IX-XI), en la iglesia o, más a menudo, ante las puertas de la iglesia, como indican varios rituales de los ss. XI-XIV; a este acto le seguirá luego la celebración de la misa con la bendición de la esposa.
Para darle la mayor publicidad posible, se convino que el acto tendría lugar no ya en casa de la novia, sino a la puerta de la iglesia. Con ello, lo que antes era realizado por el padre o tutor, ahora viene a realizarlo el sacerdote, con palabras como estas: "Yo te entrego a N. como esposa" (Ritual de Meaux). Entre los siglos XV y XVI se extiende la fórmula: "Y yo os uno...", que algunos considerarán como la forma sacramental del matrimonio.
Respecto a la fidelidad el cristianismo marcó una clara diferencia con las costumbres de la época: Aquí encontramos un punto de divergencia entre los postulados de la moral cristiana y la concepción pagana del matrimonio, que lo consideraba como simple hecho social, que podía formarse y romperse por simple decisión de una de las dos partes. Desde los primeros cristianos la infidelidad del esposo se iguala a la de la esposa, considerándose en ambos casos la comisión de una falta grave.
Para San Agustín el matrimonio es un bien, y no un bien relativo en comparación con la fornicación, sino un bien en su género, en sí mismo. La primera alianza natural de la sociedad humana nos la dan, pues, el hombre y la mujer enmaridados. Los hijos vienen inmediatamente a consolidar la eficacia de esta sociedad conyugal como el único fruto honesto, resultante no sólo de la mera unión del hombre y la mujer, sino de la amistad y trato conyugal de los mismos.
San Agustín se asombra de la eficacia del matrimonio y concluye en que hay algo grande y divino en ese sacramento:
“Yo no puedo creer, en ningún modo, que haya podido el matrimonio tener tanta eficacia y cohesión si, dado el estado de fragilidad y de mortalidad a que estamos sometidos, no se diera en él el signo misterioso de una realidad más grande aún, es decir, de un sacramento cuya huella imborrable no puede ser desfigurada, sin castigo, por los hombres que desertan el deber o que tratan de desvincularse del sagrado lazo”.
Así pues la igualdad del hombre y la mujer en el matrimonio cristiano fue otra novedad en la sociedad de la época: En el matrimonio entre cristianos la posición de la mujer es la de compañera en paridad de derechos con el otro cónyuge. En consecuencia, el cristianismo otorga a la mujer una más alta consideración si lo comparamos con la mayoría de las religiones paganas de aquellos tiempos.
https://www.primeroscristianos.com/bodas-tiempos-jesus/
ANTÓN M. PAZOS
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España)
Había desaparecido, por decirlo así, desde hacía tres siglos, al parecer cuando los ingleses invaden España, después de la llamada 'Armada Invencible', invaden España entrando por A Coruña y pretenden -se pensaba- llegar a Santiago y destruirlo, con lo cual, según la tradición más o menos acertada, el arzobispo de entonces ocultó los restos del Apóstol Santiago en un lugar secreto.
Fue ya en el S.XIX cuando otro arzobispo de Santiago impulsó la búsqueda de los restos y los encontró. Informó a la antigua Congregación de Ritos de Roma a través de un expediente canónico. Sin embargo eso no fue suficiente para certificar que los huesos encontrados eran del apóstol Santiago.
ANTÓN M. PAZOS
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España)
La congregación, en principio, encontró que había algunas dificultades en lo que se había enviado y el Papa León XIII decidió mandar a un enviado especial a España.
Se entera de aquello que le parecía que era menos claro en lo que habían explicado y después hace un documento, que se llama una Positio.
El enviado del Papa conluyó en que los restos eran de Santiago. Esto se confimó con la bula Deus Omnipotens, emitida en 1885 por León XIII. A partir de este momento, se relanzaron las peregrinaciones a Santiago.
ANTÓN M. PAZOS
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España)
A partir de ahí, la Catedral de Santiago se renueva, es decir, se hace una cripta que no existía hasta entonces, y es la cripta que hay actualmente, y los fieles, los peregrinos, pueden visitar la tumba del Apóstol.
Es decir, de una peregrinación en donde el peregrino, cuando llegaba no sabía dónde estaba la tumba, a una peregrinación donde ya hay un punto bien determinado en donde el peregrino puede ir y encontrar lo que ha ido a buscar, es decir, los restos del Apóstol Santiago.
El tema del redescubrimiento de las reliquias de Santiago formó parte de un congreso que se realizó en Roma en el que se trató la relación entre Roma y Santiago de Compostela a través de los Años Santos, ya que el Año Xacobeo, tal y como lo explica Antón Pazos, es heredero de los Años Santos Romanos.
La campana, que fue mantenida oculta gracias a una familia musulmana durante la ocupación de Mosul, repicó el domingo 13 de noviembre sobre la Catedral Católica Caldea de San Pablo, por primera vez en ocho años.
Cristianos de toda la Llanura de Nínive en Irak llegaron a la catedral para participar en la ceremonia de toque de campana y la Liturgia Divina.
Mons. Najeeb Michaeel, Arzobispo Caldeo de Mosul y Akra, encabezó una procesión a la gruta de la Virgen María, la patrona de Mosul, en el patio de la iglesia antes de tocar la campana.
El Arzobispo dijo que:
“los tonos de la campana son una invitación a unir los corazones para denunciar la violencia y las guerras”.
Dijo el Prelado:
“Esperamos que todos los residentes originales regresen a sus hogares y recuperen sus derechos materiales y morales, para probar el sabor de la seguridad y la estabilidad y vivir en el seno de su ciudad”.
La Catedral de San Pablo reabrió en 2019, después de sufrir daños durante la ocupación de Mosul por parte del Estado Islámico entre 2014 a 2017.
En el histórico viaje del Papa Francisco a Irak el año pasado, el Santo Padre oró en Mosul rodeado de los escombros de iglesias dañadas o destruidas, después de que el Estado Islámico proclamara su califato en la ciudad.
El Estado Islámico gobernó Mosul durante casi tres años, antes de que las fuerzas iraquíes e internacionales recuperaran la ciudad calle por calle.
El Papa Francisco también hizo historia como el primer Pontífice en celebrar la Misa en el rito caldeo durante su visita al país del Medio Oriente.
Los caldeos son una de varias comunidades católicas orientales que se encuentran en Irak. Su historia se remonta hasta los primeros cristianos a través de su conexión con la Iglesia de Oriente.
Antes de que la violencia del Estado Islámico disminuyera la población, los caldeos constituían dos tercios de los cristianos iraquíes.
El Papa Francisco ha seguido hablando por los cristianos en el Medio Oriente. La semana pasada, el Santo Padre habló sobre la “necesidad de preservar y alentar la presencia cristiana en la región”, en una reunión del 10 de noviembre con el rey Abdullah II de Jordania.
Este año la elección del árbol viene envuelta en polémica. El abeto de 30 metros que ocupa el centro de la Plaza de San Pedro no es exactamente el que se designó para ello hace dos años y ha sido instalado allí a última hora.
Previamente se había elegido un abeto blanco proveniente de la reserva del bosque de Monte Castel Barone. Era una especie protegida y el alcalde que se lo ofreció al Vaticano pensaba que estaba en el territorio de su pueblo, Rosello. No era así. Finalmente el árbol se salvó de la tala y fue sustituido por el que están viendo.
El próximo 3 de diciembre el cardenal Fernando Vérgez, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, presidirá la tradicional inauguración navideña de este árbol y de un Pesebre tallado a mano proveniente de Sutrio, uno de los pueblos más emblemáticos de Venecia.
Sin embargo, a la edad de 70 años, César vio que todos sus logros estaban condenados al fracaso. La razón era simple: los romanos no se reproducían. Ni siquiera se iban a casar.
Durante décadas de comodidad, habían llegado a disfrutar de un estilo de vida tranquilo, pasando de un placer a otro sin el "estorbo" de los hijos. Ahora, en el año que llamamos 9 dC, César observó que no había una generación más joven. Roma se dirigía al invierno demográfico.
Ese año entró en vigor una nueva ley para promover el matrimonio. Prohibió la soltería, sancionándolas con multas e impuestos. Tipificó como delito el adulterio y los actos homosexuales, prescribiendo penas tan severas como la flagelación y la muerte. La maternidad, por otro lado, fue recompensada con subvenciones y subsidios estatales.
Sin embargo, la ley parecía condenada desde el principio. Los nobles que podían permitírselo pagaban las multas y seguían viviendo como querían, aunque se quejaban amargamente.
El historiador Cassius Dio nos cuenta un momento extraño y patético en la primavera de ese año, cuando César asistió a una reunión pública para ceremonias y juegos. Los jinetes de allí dieron a conocer su preocupación ante los nuevos impuestos, por lo que César tuvo una reacción verdaderamente salomónica.
Pidió a los hombres que se dividieran en dos bandos: los casados de un lado y los solteros del otro. La escena, nos dice Dio, era ridículamente desequilibrada, con los solteros superando en número a los casados. César estaba “lleno de dolor” al verlo.
De su corazón pronunció dos discursos, y nos dejó una especie de “teología del cuerpo” pagana.
Comenzó elogiando a los casados porque, dijo, “se han mostrado obedientes y están ayudando a reponer la patria”. Estaban cumpliendo un propósito divino.
“Fue por esta causa sobre todo que el primer y más grande dios, que nos formó, dividió la raza de los mortales en dos, haciendo una mitad masculina y la otra mitad femenina, e implantó en ellos el amor y la compulsión a las relaciones mutuas. , haciendo fructífera su asociación, para que por medio de los jóvenes nacidos continuamente él pudiera en cierto modo hacer inmortal incluso a la mortalidad.”
Les dijo a los hombres casados que habían “hecho bien, por lo tanto, en imitar a los dioses y bien en emular a vuestros padres, para que, así como ellos os engendraron, también podáis traer a otros al mundo”.
Pero luego César se volvió hacia los hombres solteros, y todo lo que tenía para ellos era desprecio.
"¿Qué debería llamaros? ¿Hombres? Pero no estáis desempeñando ninguno de los oficios de los hombres. ¿Ciudadanos? Pero a pesar de todo lo que estáis haciendo, la ciudad está pereciendo. ¿Romanos? Pero os estáis empeñando en borrar este nombre por completo. … Porque, ¿qué simiente de seres humanos quedaría, si todo el resto de la humanidad hiciera lo que ustedes están haciendo?”
Pero no importaba. Nadie escuchó.
Tres generaciones después, el historiador Tácito observó que, a pesar de las penas y los incentivos, “los matrimonios y la crianza de los hijos no se hicieron más frecuentes, tan poderosos eran los atractivos de la falta de hijos”.
El imperio, a pesar de todos sus maravillosos logros, no podía dar esperanza. Los romanos no querían hijos, por lo que no los tenían.
Lo que tenían en cambio era sexo estéril electivo. Usaron anticonceptivos. Practicaban perversiones. Si llegaban a concebir, procuraban el aborto. El poeta romano Juvenal observó que la maternidad era una ocupación de las clases bajas. Los ricos confiaron en cambio en la habilidad de los abortistas.
Si no lograba abortar, una mujer podía cometer infanticidio: hacer que la partera ahogue al bebé al nacer o lo abandone en el basurero de la ciudad. La mayoría de los bebés ahogados o expuestos eran mujeres, porque las niñas eran vistas como un lastre para la economía del hogar. La práctica del infanticidio era común y casi universal.
Los judíos, a lo largo de la antigüedad, se habían distinguido de muchas maneras, y una era su condenación del infanticidio. Y en la tierra ancestral de los judíos, en el siglo primero, brotaba un movimiento religioso en diferentes partes del imperio que llegaría a conocerse como “cristianismo”.
En el corazón de la vida cristiana había un Salvador muy diferente al César. César penalizó el celibato, por ejemplo, mientras que Jesús lo elogió. César absolutizó los lazos nacionales y familiares, mientras que Jesús los relativizó. En el cristianismo se reordenaron todas las relaciones familiares y sociales, subordinadas a la relación con Jesús.
Y un cristiano primitivo declaró que, ahora, “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:28).
Para los cristianos, la relación con Cristo se expresaba en términos familiares y tenía fuertes implicaciones para la vida familiar.
“Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Esa fue una declaración radical en el mundo romano, donde los dramaturgos se referían a las mujeres como "hijas odiosas" y donde a las mujeres no se les permitía dar testimonio en los tribunales de justicia, de hecho, donde las niñas a menudo eran ahogadas al nacer.
Aún más radicales fueron las declaraciones cristianas acerca de los niños. Las clases altas romanas hicieron todo lo posible para alejar a los pequeños. Pero Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).
La conversión al cristianismo, desde las tradiciones religiosas griegas y romanas, implicó ciertamente una revalorización de los hijos, las mujeres y el vínculo matrimonial.
En el cristianismo, vemos inmediatamente una actitud más acogedora hacia los niños. En algunos de los documentos más antiguos del primer siglo se encuentran condenas claras —de la anticoncepción, el aborto y el infanticidio— y continuadas por muchos autores cristianos en diferentes partes del imperio en los siglos segundo y tercero.
La Carta a Diogneto del siglo II plantea el asunto en términos positivos. Habla del “estilo de vida maravilloso y sorprendente” de los cristianos. Se diferenciaron, dijo, por su negativa a cometer infanticidio o adulterio.
Si estas fueran características peculiarmente cristianas, entonces no es un gran salto para nosotros asumir un nivel más alto de satisfacción en la vida del hogar cristiano. Si elimina la infidelidad y el asesinato de niños, eliminará dos de los principales factores estresantes de un matrimonio.
La doctrina cristiana sobre la vida familiar parece haber funcionado. El sociólogo Rodney Stark argumenta que la población cristiana aumentó constantemente durante este período, a pesar de la persecución y otros desafíos. Concluye que la Iglesia creció a una tasa del 49% por década en el transcurso de sus primeros 300 años, y que este crecimiento se atribuye, en parte, a la visión cristiana del matrimonio.
El cristianismo atraía más a las mujeres porque respetaba su dignidad y libertad; y así, las mujeres constituían una proporción desmesurada de conversos. El gran número de mujeres, entonces, hizo que el cristianismo fuera más atractivo para los hombres que querían casarse. Además, dado que el cristianismo enfatizaba el respeto y el servicio mutuos, los cristianos que se casaban probablemente tenían muchas más probabilidades de encontrarse en una relación conyugal feliz, lo que en sí mismo, en muchos casos, conduciría a una mayor fecundidad.
Fuera de la Iglesia, sin embargo, la población romana permaneció en caída libre. Cuando el segundo siglo pasó al tercero, los emperadores todavía estaban alarmados por la implosión de la población, pero aún impotentes para cambiar la situación.
Entre los romanos, los patrones de vicio se habían convertido en costumbre, haciendo que los individuos fueran infelices, las familias quebradizas y la sociedad enferma de muerte.
Al estabilizar el matrimonio, el cristianismo invirtió la tendencia. Gillian Clark, en su estudio sobre la infancia en la antigüedad, concluye que “el cristianismo marcó una diferencia en la vida de los niños de la misma manera que marcó una diferencia en la vida de las mujeres”. Ella enfatiza la libertad vocacional sin precedentes que disfrutan tanto los niños como las mujeres.
La dignidad de ambos había sido reconocida y revelada por Jesucristo, y esa dignidad marcó una enorme diferencia. Platón había considerado a los niños como animales, solo que peor porque eran más intratables. Aristóteles había enseñado que los jóvenes, como las mujeres y los esclavos, carecían de razones suficientes para participar en la sociedad. El derecho romano trataba a los menores como propiedad, para disponer de ellos como quisieran sus padres.
La juventud cristiana, sin embargo, era apreciada no por su utilidad o su belleza física, sino por ser personas, creadas a imagen y semejanza de Dios. Como tales, eran hijos de Dios y no propiedad de los hombres.
Esto tuvo consecuencias prácticas. Los niños y adolescentes eran miembros de pleno derecho de la Iglesia y podían participar en la sociedad cristiana de formas inimaginables en la antigua Roma. Un adolescente llamado Orígenes enseñaba a adultos en la capital intelectual del imperio, Alejandría. Santa Inés ejerció más influencia en la Iglesia Romana que la que incluso las mujeres adultas podrían tener en la sociedad romana sexista.
Los jóvenes comunes, incluso los pobres, fueron bienvenidos a participar en los misterios centrales de la fe cristiana. La Iglesia alentó a los padres a bautizar a sus hijos e hijas cuando eran bebés, y algunas iglesias incluso admitieron a los bebés a la sagrada Comunión. Los adolescentes podían optar por morir heroicamente como mártires, y muchos lo hicieron.
Hay un estudio reciente que habla de la diferencia cristiana en los términos más fuertes. El título del libro lo resume: “Cuando los niños se convirtieron en personas: el nacimiento de la niñez en el cristianismo primitivo” (Fortress Press). Otro estudio reciente nos dice:
“No debemos subestimar los avances en la vida de los niños que trajo el cristianismo: la oportunidad de compartir la vida misma y la oportunidad de estar libres de violencia sexual. Tampoco podemos omitir la realidad espiritual más significativa: que los niños como niños eran vistos como participantes válidos del reino de los cielos”.
Esa doctrina básica hizo toda la diferencia, no solo en la vida de los niños que fueron amados de esta manera, sino también en la vida de los padres que los amaron.
Sin la coerción de las leyes, el cristianismo logró lo que el imperio encontró perpetuamente difícil de alcanzar: el aumento de la población, con sus correspondientes avances en la economía, la cultura y la felicidad. Comenzando con hogares que acogían a los niños, los cristianos establecieron sociedades más acogedoras para los niños. La gracia comenzó su obra de sanación de la naturaleza, construyendo sobre ella y perfeccionándola.
El monasterio está en la isla de Siniyah en Umm al-Quwain, un emirato a 50 kilómetros al noreste de Dubai, a lo largo de la costa del Golfo Pérsico. La isla, cuyo nombre significa "luces parpadeantes", presenta una serie de bancos de arena que sobresalen de ella. Fue en uno de ellos, en el noreste de la isla, donde los arqueólogos descubrieron el monasterio.
La datación por carbono de las muestras encontradas en los cimientos del monasterio es entre 534 y 656. Sin embargo, Mahoma nació alrededor de 570 y murió en 632. Por lo tanto, el monasterio es anterior al islam.
El plano del monasterio en la isla de Siniyah sugiere que los primeros fieles cristianos rezaban en una iglesia de un solo pasillo. Las habitaciones interiores parecen contener pilas bautismales, así como un horno para hornear pan o gofres para los ritos de comunión. Una nave probablemente albergaba también un altar y una instalación para el vino de comunión.
Junto al monasterio hay un segundo edificio de cuatro habitaciones, alrededor de un patio, posiblemente la casa de un abad o incluso de un obispo. A unos cientos de metros de la iglesia se encuentra un conjunto de edificaciones que, según los arqueólogos, pertenecen a un poblado preislámico.
La isla sigue siendo parte del patrimonio de la familia gobernante, que protegió la tierra durante años para permitir que se descubrieran sitios históricos cuando la mayor parte de los Emiratos Árabes Unidos se desarrollaba rápidamente.
Según los historiadores, las primeras iglesias y monasterios se extendieron a lo largo del Golfo Pérsico hasta las costas de la actual Omán y hasta la India. Los arqueólogos han encontrado otras iglesias y monasterios similares en Bahrein, Irak, Irán, Kuwait y Arabia Saudita.
A principios de la década de 1990, los arqueólogos descubrieron el primer monasterio cristiano de los Emiratos Árabes Unidos, en la isla Sir Bani Yas, ahora una reserva natural y sitio de hoteles de lujo frente a Abu Dabi, cerca de la frontera con Arabia Saudita. Data del mismo período que el descubierto en Umm al-Quwain.
Según Power, fue este proyecto el que inició el trabajo arqueológico que condujo al descubrimiento del monasterio. Este sitio y otros estarán cercados y protegidos, dijo, aunque aún no se sabe qué otros secretos del pasado permanecen ocultos bajo una fina capa de arena en la isla.
FUENTE: fsspx.news
Del 7 al 11 de noviembre la sede de la Custodia de Tierra Santa en Jerusalén acogió la exposición "Testimonios de la Resurrección".
Fr. ROSARIO PIERRI,
ofm Decano Studium Biblicum Franciscanum
El Santo Sepulcro es el centro de la peregrinación cristiana. La peregrinación cristiana tiene un enfoque diferente al de otras peregrinaciones: Cristo es el punto de referencia.
La exposición forma parte del proyecto "Puentes de Paz", que desde hace 12 años cuenta con la colaboración del Centro Europeo de Investigación Libro, Editorial, Biblioteca (Creleb) de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, la Custodia de Tierra Santa y la Asociación Pro Terra Sancta y, este año, también, de los Caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Prof. EDOARDO BARBIERI
Director Creleb – Universidad Católica del Sagrado Corazón
La idea es muy sencilla: ver si la puesta en valor del patrimonio de la Biblioteca permite que se convierta de alguna manera en una herramienta de encuentro. Procurar que el material de la Biblioteca pueda ser comunicado de forma sencilla y eficaz, convirtiéndose en una oportunidad para que otros participen de esta operación.
La inauguración de la exposición fue un momento muy popular y se agradeció la iniciativa:
Dra. ANASTASIA KESHMAN
Investigadora y guía turística
La exposición no es grande, pero es realmente importante: los volúmenes son valiosos y las explicaciones relacionadas son realmente interesantes.
Fr. ROSARIO PIERRI,
ofm Decano Studium Biblicum Franciscanum
Es como si un peregrino también adquiriera datos arqueológicos, culturales, no solo espirituales, y esto casa con el Dios encarnado, que es el Dios de la historia, y este es para mí el trabajo que se está haciendo en estos años.
La exposición se divide en tres secciones y cuenta la historia del Santo Sepulcro a través de los ojos de peregrinos, curiosos y estudiosos, desde el siglo XV hasta el XX.
En el primer tramo el visitante es acompañado al descubrimiento de la Basílica por la historia (y dibujos) de los peregrinos. La segunda sección presenta varios volúmenes ilustrados, con un propósito más estético. El enfoque de la tercera sección es científico y técnico. De particular importancia son las obras del franciscano Bernardino Amico.
Fr. LIONEL GOH, ofm Director – Biblioteca de la Custodia de Tierra Santa
“Este es el fin de la Biblioteca: no solo conservar la memoria escrita de los frailes, sino ponerla a disposición de las nuevas generaciones. Que se vuelvan parte de esta memoria y esta tradición, y continúen esta obra iniciada hace 800 años.
Un apóstol es un testigo escogido y enviado en misión por el mismo Cristo. Desde el inicio de su ministerio público, Jesús eligió a unos hombres de entre los que le seguían y sobre los que edificaría la Iglesia. A estos hombres los hace partícipes de su misión evangelizadora. Como recoge el evangelista: “Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar” (Mc, 3, 13-14).
Es muy revelador el hecho de que la misma palabra, en griego apostoloi,significa enviado. Hace referencia a la llamada que hace Jesucristo a los apóstoles para que continúen con su propia misión: anunciar el reino de Dios por todo el mundo. "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Juan 20, 21). Este envío de Cristo tiene carácter universal y orienta la grandeza de la tarea apostólica. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).
Textos de san Josemaría para meditar
Aquellos primeros apóstoles —a los que tengo gran devoción y cariño— eran, según los criterios humanos, poca cosa. En cuanto a posición social, con excepción de Mateo, que seguramente se ganaba bien la vida y que dejó todo cuando Jesús se lo pidió, eran pescadores: vivían al día, bregando de noche, para poder lograr el sustento.
Pero la posición social es lo de menos. No eran cultos, ni siquiera muy inteligentes, al menos en lo que se refiere a las realidades sobrenaturales. Incluso los ejemplos y las comparaciones más sencillas les resultaban incomprensibles, y acudían al Maestro: Domine, edissere nobis parabolam, Señor, explícanos la parábola. Cuando Jesús, con una imagen, alude al fermento de los fariseos, entienden que les está recriminando por no haber comprado pan.
Pobres, ignorantes. Y ni siquiera sencillos, llanos. Dentro de su limitación, eran ambiciosos. Muchas veces discuten sobre quién sería el mayor, cuando —según su mentalidad— Cristo instaurase en la tierra el reino definitivo de Israel. Discuten y se acaloran durante ese momento sublime, en el que Jesús está a punto de inmolarse por la humanidad: en la intimidad del Cenáculo.
Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. San Pedro, escogido como cabeza, es el único que sabe responder prontamente: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Pero es una fe que él interpreta a su manera, por eso se permite encararse con Jesucristo para que no se entregue en redención por los hombres. Y Jesús tiene que contestarle: apártate de mí, Satanás, que me escandalizas, porque no entiendes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Pedro razonaba humanamente, comenta San Juan Crisóstomo, y concluía que todo aquello —la Pasión y la Muerte— era indigno de Cristo, reprobable. Por eso, Jesús lo reprende y le dice: no, sufrir no es cosa indigna de mí; tú lo juzgas así porque razonas con ideas carnales, humanas.
Aquellos hombres de poca fe, ¿sobresalían quizá en el amor a Cristo? Sin duda lo amaban, al menos de palabra. A veces se dejan arrebatar por el entusiasmo: vamos y muramos con Él. Pero a la hora de la verdad huirán todos, menos Juan, que de veras amaba con obras. Sólo este adolescente, el más joven de los apóstoles, permanece junto a la Cruz. Los demás no sentían ese amor tan fuerte como la muerte.
Estos eran los Discípulos elegidos por el Señor; así los escoge Cristo; así aparecían antes de que, llenos del Espíritu Santo, se convirtieran en columnas de la Iglesia. Son hombres corrientes, con defectos, con debilidades, con la palabra más larga que las obras. Y, sin embargo, Jesús los llama para hacer de ellos pescadores de hombres, corredentores, administradores de la gracia de Dios (Es Cristo que pasa, 2).
En sentido estricto podríamos decir que los apóstoles son los Doce llamados directamente por Jesús, quienes reciben y participan de su misión y son testigos de sus palabras y acciones. En este encargo a los apóstoles, Cristo continúa su ministerio, llegando a decir: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10, 40; cf. Lc 10, 16). En esto se entiende que les recuerde constantemente que para cumplir su misión necesitan del Hijo. Sin Jesús no pueden hacer nada, “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn, 15, 5). Además, “en el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia” (Catecismo, n. 860).
Por otro lado, en los evangelios vemos que no solo los apóstoles siguen a Jesús y son enviados por Él. En una ocasión también envía a otros 72 discípulos: “Designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir” (Lc 10, 1). Estos discípulos reciben del Señor la tarea de predicar anunciando el Reino de Dios y curando a los enfermos. En otra ocasión, el Evangelio reconoce a varias mujeres que acompañaron al Señor durante su predicación desde los comienzos hasta el último momento de su vida (cf. Lc 8,2-3; Mt 27,55). Después de la Resurrección, Cristo también las envía, junto a los demás, a predicar el evangelio y hacer “discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19). De este modo se entiende que seguir a Jesús y su consecuente tarea evangelizadora tiene un sentido que no es exclusivo de los Doce, sino de la que todos participamos y tiene que durar hasta el fin de los tiempos (cf. LG, 20).
Textos de san Josemaría para meditar
He aquí, promete el Señor, que yo enviaré muchos pescadores y pescaré esos peces. Así nos concreta la gran labor: pescar. Se habla o se escribe a veces sobre el mundo, comparándolo a un mar. Y hay verdad en esa comparación. En la vida humana, como en el mar, existen periodos de calma y de borrasca, de tranquilidad y de vientos fuertes. Con frecuencia, las criaturas están nadando en aguas amargas, en medio de olas grandes; caminan entre tormentas, en una triste carrera, aun cuando parece que tienen alegría, aun cuando producen mucho ruido: son carcajadas que quieren encubrir su desaliento, su disgusto, su vida sin caridad y sin comprensión. Se devoran unos a otros, los hombres como los peces.
Es tarea de los hijos de Dios lograr que todos los hombres entren —en libertad— dentro de la red divina, para que se amen. Si somos cristianos, hemos de convertirnos en esos pescadores que describe el profeta Jeremías, con una metáfora que empleó también repetidamente Jesucristo:seguidme, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres, dice a Pedro y a Andrés (Amigos de Dios, 259).
Los discípulos —escribe San Juan— no conocieron que fuese El. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer?. Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡El, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque El es quien dirige la pesca.
Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!
Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros? (Amigos de Dios, 266).
Desde el comienzo del cristianismo, la Iglesia nos ha invitado a recordar a los apóstoles, así como a los mártires y a todos los santos, y a acudir a su intercesión. “Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos” (Catecismo, de la Iglesia Católica n. 1173). Actualmente, en el calendario litúrgico se fijan las fechas para celebrar la memoria de los Apóstoles.
Los santos Felipe y Santiago (llamado el Menor) se celebran el 3 de mayo. Felipe nació en Betsaida. Primero fue discípulo de Juan Bautista y después siguió a Cristo. Es reconocido por sus palabras “Ven y verás” (Jn 1, 46), con las que invita a Natanael a conocer a Jesús, “de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas” (Jn 1, 45). Según numerosos martirologios, él previamente había predicado el Evangelio en Scizia (Asia Menor) y posteriormente en Lidia y Frigia (Medio Oriente), donde vivió sus últimos años. Santiago, hijo de Alfeo, pariente cercano del Señor, presidió la Iglesia de Jerusalén, donde participó de lo que se reconoce como el primer concilio (cf. Hch 15), y murió martirizado en el año 62. Es considerado el autor de una carta del Nuevo Testamento.
San Matías se celebra el 14 de mayo. Fue elegido por los apóstoles para ocupar el puesto de Judas, como testigo de la resurrección del Señor (cf. Hch 1, 15-26). Según la tradición, predicó primero en Judea y luego en otros países. Los griegos sostienen que evangelizó Capadocia y las costas del Mar Caspio, sufrió persecuciones de parte de los pueblos bárbaros donde misionó y obtuvo la corona del martirio en Cólquida (actualmente ocupa una región de Georgia), en el siglo I.
San Pedro y San Pablo, pilares importantes de la Iglesia, se celebran el 29 de junio. San Pedro fue el apóstol a quien el Señor constituyó como cabeza de la Iglesia y lo conocemos como primer Papa. Predicó principalmente a los judíos y sufrió el martirio en Roma. San Pablo fue llamado por el Señor a su misión apostólica después de su conversión. No es uno de los Doce, pero es conocido como el “apóstol de los gentiles” por mandato de Cristo: “Así nos lo ha mandado el Señor: Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Hch 13, 47). En sus numerosos viajes predicó el Evangelio y fundó comunidades cristianas por el Imperio Romano. Al igual que Pedro, sufrió el martirio en Roma.
Santo Tomás se celebra el 3 de julio. Es conocido por su incredulidad, pero también por sus palabras “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28), con las que ha sido el primero en reconocer explícitamente la divinidad de Jesús y que se han acogido en la Liturgia como muestra de fe. Según la tradición, evangelizó la India y sufrió el martirio.
Santiago (llamado el Mayor) se celebra el 25 de julio. Nació en Betsaida, era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan. Estuvo presente en los principales milagros obrados por el Señor. Fue condenado a muerte alrededor del año 42. Desde la antigüedad está muy extendida la convicción de que Santiago había predicado el Evangelio en los confines de Occidente. Durante esa predicación, estando en Zaragoza, la Virgen se le aparece y le anima a proseguir sin desánimo. Después de la invasión mahometana, el apóstol Santiago aparece venerado como patrono de España y de sus reinos cristianos. Su sepulcro en Compostela atrae a innumerables peregrinos de toda la cristiandad.
San Bartolomé se celebra el 24 de agosto. Se identifica con Natanael, a quien el apóstol Felipe llevó a Jesús (cf. Jn 1, 45-51). Según la tradición, recogida en el Martirologio Romano y por Eusebio de Cesarea, después de la ascensión del Señor predicó el Evangelio en la India, donde dejó una copia del Evangelio de Mateo en arameo y recibió la corona del martirio. La tradición armenia le atribuye también la predicación del cristianismo en el país caucásico, junto a San Judas Tadeo. Ambos son considerados santos patrones de la Iglesia Apostólica Armenia puesto que fueron los primeros en fundar el cristianismo en Armenia[1].
San Mateo se celebra el 21 de septiembre. Nació en Cafarnaún y cuando Jesús lo llamó ejercía el oficio de recaudador de impuestos (cf. Mt 9, 9). Se reconoce como el autor del evangelio con el que se introduce el Nuevo Testamento. De los cuatro evangelistas, es el que se representa como un hombre. Según la tradición, Mateo predicó en muchos lugares, incluyendo Etiopía, donde murió martirizado.
Los santos Simón y Judas se celebran el 28 de octubre. Judas, por sobrenombre Tadeo, es aquel apóstol que en la última cena preguntó al Señor por qué se manifestaba a sus discípulos y no al mundo (cf. Jn 14, 22). El nombre de Simón figura en undécimo lugar en la lista de los apóstoles. Sabemos que nació en Caná. Según la tradición occidental, tal como aparece en la liturgia romana, se reunió en Mesopotamia con San Simón y ambos predicaron varios años en Persia, donde fueron martirizados.
San Andrés se celebra el 30 de noviembre. Andrés, nacido en Betsaida, fue primeramente discípulo de Juan Bautista, siguió a Cristo y le presentó a su hermano Pedro. Él y Felipe son los que llevaron ante Jesús a unos griegos (cf. Jn 12, 20-22), y el propio Andrés fue el que hizo saber a Cristo que había un muchacho que tenía unos panes y unos peces (cf. Jn 6, 8-9). Según la tradición, después de Pentecostés predicó el Evangelio en muchas regiones, mayormente en Grecia, donde fue crucificado.
San Juan se celebra el 27 de diciembre. Se distingue como “el discípulo amado de Jesús” (cf. Jn 13, 23), fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor (cf. Jn 19, 26). Según la tradición, era el más joven de los doce Apóstoles y fue a evangelizar a Asia Menor. Es el único de los Apóstoles que no fue martirizado y el que murió más tarde (finales del siglo I o principios del II). Es reconocido como el autor del cuarto evangelio del canon, las tres cartas que llevan su nombre y el libro del Apocalipsis. De los cuatro evangelistas, es el que se representa como un águila.
Textos de san Josemaría para meditar
Admirad también el comportamiento de San Pablo. Prisionero por divulgar el enseñamiento de Cristo, no desaprovecha ninguna ocasión para difundir el Evangelio. Ante Festo y Agripa, no duda en declarar: ayudado del auxilio de Dios, he perseverado hasta el día de hoy, testificando la verdad a grandes y pequeños, no predicando otra enseñanza que aquella que Moisés y los profetas predijeron que había de suceder: que Cristo había de padecer, y que sería el primero que resucitaría de entre los muertos, y había de mostrar su luz a este pueblo y a los gentiles.
El Apóstol no calla, no oculta su fe, ni su propaganda apostólica que había motivado el odio de sus perseguidores: sigue anunciando la salvación a todas las gentes. Y, con una audacia maravillosa, se encara con Agripa: ¿crees tú en los profetas? Yo sé que crees en ellos. Cuando Agripa comenta: poco falta para que me persuadas a hacerme cristiano, contestó Pablo: pluguiera a Dios, como deseo, que no solamente faltara poco, sino que no faltara nada, para que tú y todos cuantos me oyen llegaseis a ser hoy tales cual soy yo, salvo estas cadenas.
¿De dónde sacaba San Pablo esta fuerza? Omnia possum in eo qui me confortat!, todo lo puedo, porque sólo Dios me da esta fe, esta esperanza, esta caridad. Me resulta muy difícil creer en la eficacia sobrenatural de un apostolado que no esté apoyado, centrado sólidamente, en una vida de continuo trato con el Señor. En medio del trabajo, sí; en plena casa, o en mitad de la calle, con todos los problemas que cada día surgen, unos más importantes que otros. Allí, no fuera de allí, pero con el corazón en Dios. Y entonces nuestras palabras, nuestras acciones —¡hasta nuestras miserias!— desprenderán ese bonus odor Christi, el buen olor de Cristo, que los demás hombres necesariamente advertirán: he aquí un cristiano (Amigos de Dios, 270 - 271).
El colegio apostólico, modo de referirnos a los Apóstoles en su conjunto, culmina con la muerte del último de ellos. Sin embargo, los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores que continuaran la misión que Cristo les confió hasta el fin del mundo (cf. Lumen gentium, 20). Ejemplos de esto los vemos en las cartas de San Pablo. Timoteo y Tito fueron instituidos como obispos de Éfeso y Creta. “Del mismo modo que al inicio de la condición de apóstol hay una llamada y un envío del Resucitado, así también la sucesiva llamada y envío de otros se realizará, con la fuerza del Espíritu, por obra de quienes ya han sido constituidos en el ministerio apostólico. Este es el camino por el que continuará ese ministerio, que luego, desde la segunda generación, se llamará ministerio episcopal” (Benedicto XVI, audiencia 10-V-2006). Así, los que son ordenados obispos conservan lo que llamamos la sucesión apostólica, continuación de los Apóstoles en el tiempo de la Iglesia.
Lo que caracteriza a los Apóstoles es principalmente la tarea pastoral de predicación, gobierno y administración de sacramentos, además de haber sido testigos oculares de la vida de Cristo (cf. 2P 1, 16). Los obispos, aunque no han sido testigos oculares de la vida de Cristo, heredan de los Apóstoles las tareas pastorales. “Así, la sucesión en la función episcopal se presenta como continuidad del ministerio apostólico, garantía de la perseverancia en la Tradición apostólica, palabra y vida, que nos ha encomendado el Señor. (...) Es Cristo quien llega a nosotros: en la palabra de los Apóstoles y de sus sucesores es él quien nos habla; mediante sus manos es él quien actúa en los sacramentos; en la mirada de ellos es su mirada la que nos envuelve y nos hace sentir amados, acogidos en el corazón de Dios” (Benedicto XVI, audiencia 10-V-2006).
Por otra parte, además de los obispos, todos los cristianos participan del envío de los apóstoles, de la misión apostólica. “Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío” (Catecismo, 863). En efecto, ser cristiano implica hacer propia la vida misma de Cristo (cf. Gal 2, 20), quien vino para acercar a todos a la verdad (cf. Jn 18, 37). “Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida” (Papa Francisco, Christus Vivit, n. 175). Por lo tanto, el seguimiento de Cristo es ya una acogida de la misión apostólica: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a todo lo creado” (Mc 16, 15). Como ha señalado Benedicto XVI, a todos los cristianos nos corresponde “congregar a los pueblos en la unidad de su amor. Esta es nuestra esperanza y este es también nuestro mandato: contribuir a esta universalidad, a esta verdadera unidad en la riqueza de las culturas, en comunión con nuestro verdadero Señor Jesucristo” (Audiencia 22-III-2006).
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Si admitieras la tentación de preguntarte, ¿quién me manda a mí meterme en esto?, habría de contestarte: te lo manda —te lo pide— el mismo Cristo. La mies es mucha, y los obreros son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies. No concluyas cómodamente: yo para esto no sirvo, para esto ya hay otros; esas tareas me resultan extrañas. No, para esto, no hay otros; si tú pudieras decir eso, todos podrían decir lo mismo. El ruego de Cristo se dirige a todos y a cada uno de los cristianos. Nadie está dispensado: ni por razones de edad, ni de salud, ni de ocupación. No existen excusas de ningún género. O producimos frutos de apostolado, o nuestra fe será estéril (Amigos de Dios, 272).
Estamos contemplando el misterio de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica. Es hora de preguntarnos: ¿comparto con Cristo su afán de almas? ¿Pido por esta Iglesia, de la que formo parte, en la que he de realizar una misión específica, que ningún otro puede hacer por mí? Estar en la Iglesia es ya mucho: pero no basta. Debemos ser Iglesia, porque nuestra Madre nunca ha de resultarnos extraña, exterior, ajena a nuestros más hondos pensamientos.
Acabamos aquí estas consideraciones sobre las notas de la Iglesia. Con la ayuda del Señor, habrán quedado impresas en nuestra alma y nos confirmaremos en un criterio claro, seguro, divino, para amar más a esta Madre Santa, que nos ha traído a la vida de la gracia y nos alimenta día a día con solicitud inagotable. (Amar a la Iglesia, 33)
Arqueólogos turcos lograron descubrir habitaciones y vasijas de arcilla en la ciudad apodada “cuna del cristianismo”, también conocida como Antioquía, informó el medio turco Daily Sabah.
La ciudad, ahora conocida como Antakya o Antioquía, es actualmente la capital de la provincia turca de Hatay.
Sin embargo, la antigua ciudad de Antioquía es una de las más importantes en la historia del cristianismo; de hecho, se supone que fue en esta ciudad donde se acuñó por primera vez la palabra “cristiano”, según el Nuevo Testamento.
La ciudad, que se remonta al menos al año 300 a.C., tuvo una gran importancia en toda la región debido a su ubicación, que la convertía en un importante centro comercial, y sirvió como capital o gran centro metropolitano de varios imperios y estados hasta su declive en la Edad Media.
La ciudad también alberga la Iglesia de San Pedro, que lleva el nombre de San Pedro. Se trata de una de las iglesias más antiguas del mundo, cuyas partes más antiguas datan de alrededor del siglo IV. Su ubicación en Antioquía también contribuyó a convertirla en un importante lugar de peregrinación para los primeros cristianos.
Como parte del estudio del lugar, el Museo de Arqueología de Hatay envió un equipo para realizar excavaciones en las zonas residenciales de la antigua ciudad a principios de octubre; es la primera vez que se realizan trabajos arqueológicos en zonas residenciales de Antioquía.
Durante esta excavación, los arqueólogos consiguieron descubrir varias habitaciones y recipientes de ofrenda de arcilla. Según el director del Museo Arqueológico de Hataty, Ayse Ersoy, estos hallazgos parecen pertenecer a las residencias de la época romana tardía, informó el Daily Sabah.
La Iglesia de San Pedro en Antioquía (ahora Antakya) en Turquía, una de las iglesias más antiguas del mundo.
Según Ersoy, es probable que tuvieran fines de peregrinación.
“Creemos que en aquella época, la gente que visitaba la iglesia en peregrinación compraba recipientes para ofrendas de aquí, y los llenaba con agua bendita en la iglesia de San Pedro”, explicó, según el medio turco Arkeonews.
La ciudad de Antioquía está impregnada de historia, ya que ha sido sede de numerosos imperios y ha contribuido al nacimiento de la mayor religión del mundo.
Esta ha sido la primera excavación de las zonas residenciales de la antigua ciudad, pero un estudio más profundo podría llevar al descubrimiento de más hallazgos increíbles de épocas pasadas.