El nacimiento de Jesús - Protoevangelio de Santiago

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Protoevangelio de Santiago (XVII,3 — XX,4)

El Protoevangelio de Santiago o, según otros manuscritos, Natividad de María, fue escrito a mediados del siglo II por un cristiano del que no conocemos su nombre, nacido y educado en ambiente judío, pero que vivía fuera de Palestina —en Egipto o Siria— y no conocía personalmente el país. En él se contiene un relato acerca del nacimiento de Jesús que dice así:

El nacimiento de Jesús

Escrito Apócrifo del siglo II

Llegaron a la mitad del camino, y María le dijo:

—José, bájame del asno porque lo que hay en mi, me da prisas para nacer.

Allí mismo la bajó y le dijo:

—¿Dónde te podré llevar para proteger tu pudor? Porque este lugar es un desierto.

Encontró allí una cueva; la llevó dentro, la dejó en compañía de sus hijos [según este relato cuando José tomó a María era viudo, y había tenido otros hijos en su primer matrimonio] y se fue a buscar una comadrona hebrea en la región de Belén.

Yo, José, caminaba y no caminaba. Miré a la bóveda del cielo y vi que estaba inmóvil. Miré al aire y lo vi atónito, y a los pájaros del cielo, quietos. Miré a la tierra y vi una vasija. Y los que estaban masticando no masticaban, y los que tomaban algo no lo alzaban y los que llevaban algo a sus bocas no lo llevaban. Sin embargo, los rostros de todos estaban mirando hacia arriba.

Y vi que unas ovejas eran conducidas, y las ovejas estaban inmóviles. Y el pastor levantaba la mano para golpearlas, y su mano estaba alzada pero inmóvil. Y miré a la corriente del río y vi los hocicos de unos cabritillos que estaban sobre el agua y no bebían. Todo, en un instante, volvió a recuperar su curso.

Y vi que una mujer bajaba de la montaña y me dijo:

—Hombre, ¿a dónde vas?

Y le dije:

—Busco una comadrona hebrea.

Ella me respondió:

—¿Eres de Israel?

Le dije:

—Sí.

Ella dijo:

—¿Y quién es la que está dando a luz en la cueva?

Yo dije:

—Mi desposada.

Me dijo:

—¿No es tu mujer?

Le dije:

—Es María, la que se crió en el templo del Señor. Me tocó en suerte como mujer pero no es mi mujer, sino que su concepción es obra del Espíritu Santo.

La comadrona le dijo:

—¿De verdad?

José le dijo:

—Ven y mira.

Partió con él y se detuvieron en el lugar de la cueva. Y una nube muy oscura cubría la cueva. Dijo la comadrona:

—Hoy mi alma ha sido engrandecida, porque mis ojos han visto hoy prodigios, pues ha nacido la salvación para Israel.

De repente la nube se retiró de la cueva, y apareció una gran luz en la cueva de tal modo que los ojos no la soportaban. Al poco, aquella luz se retiró hasta que apareció un niño. Vino y tomó del pecho de María su madre. La comadrona gritó y dijo:

—¡Qué grande es el día de hoy para mí, porque he visto este asombroso prodigio!

La comadrona salió de la cueva, y Salomé se encontró con ella. Le dijo:

—Salomé, Salomé, tengo que explicarte un prodigio asombroso. Una virgen ha dado a luz, cosa que no le permite su naturaleza.

Dijo Salomé:

—Vive el Señor, mi Dios, que si no meto mi dedo y examino su naturaleza, no creeré en modo alguno que la virgen ha dado a luz.

La comadrona entró y dijo:

—María, dispónte, porque ha surgido una disputa no pequeña en torno a ti.

María la escuchó y se dispuso. Salomé metió el dedo en su naturaleza. Salomé gritó y dijo:

—¡Ay de mi iniquidad e incredulidad, porque tenté al Dios vivo, y he aquí que mi mano se desprende de mí por el fuego!

Salomé se puso de rodillas ante el Señor diciendo:

—Dios de mis padres, acuérdate de mí, porque soy descendencia de Abrahán, Isaac y Jacob. No me conviertas en escarmiento para los hijos de Israel, sino restitúyeme a los pobres, pues tu sabes, Señor, que yo realizaba mis acciones en tu nombre y recibía  mi recompensa de ti.

Y he aquí que un ángel del Señor se presentó diciendo:

—Salomé, Salomé, el Señor del universo escuchó tu súplica. Acerca tu mano al niño, sosténlo y tendrás salvación y alegría.

Con alegría Salomé se acercó y lo sostuvo diciendo:

—Lo adoraré porque ha nacido como gran rey para Israel.

Y he aquí que Salomé quedó inmediatamente curada, y salió justificada de la cueva. Y he aquí que una voz decía:

—Salomé, Salomé, no anuncies las maravillas que has visto hasta que el niño vaya a Jerusalén.

 

Hasta aquí el ingenuo y encantador relato, que habla por sí solo. A través de la imaginación vigorosa del autor de la narración se percibe una fe cierta en la virginidad de María, no sólo antes del parto sino también en el parto. Las explicaciones de José cuando busca a la comadrona, y el modo, que al lector contemporáneo suena como irreverente, de dirimir la disputa surgida entre ésta y Salomé cuando le cuenta algo nunca visto y que parece increíble, no viene sino a dejar en el lector el convencimiento de que el parto de María fue ciertamente virginal, y comprobado.

Todos estos testimonios reflejan una tradición de fe que ha sido sancionada por la enseñanza de la Iglesia y que afirma que María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto: “La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo ‘lejos de disminuir consagró la integridad virginal’ de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la ‘Aeiparthenos’, la ‘siempre-virgen’ (cf. LG 52)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 499).

 

El texto que reproducimos está tomado de El Protoevangelio de Santiago. Introducción general por Jacinto González Núñez; introducción, traducción y notas del texto griego por Consolación Isart Hernández; introducción, traducción y notas del texto siríaco por Pilar González Casado (Ciudad Nueva, Madrid 1997) 121-128

 

 

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