La Patrística oriental y occidental

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LOS PADRES DE LA IGLESIA: SU IMPORTANCIA PARA LA TRADICIÓN

LA PATRÍSTICA ORIENTAL Y LA OCCIDENTAL

  1. Introducción

  2. Padres Orientales

    • San Atanasio

    • San Basilio de Cesarea, San Gregorio de Nisa y San Gregorio de Nacianzo

    • San Juan Crisóstomo

    • San Cirilio de Alejandría

  3. Padres Occidentales

    • San Ambrosio

    • San Jerónimo

    • San Agustín

    • San León Magno y San Gregorio Magno

    • San Isidoro de Sevilla

«Padres de la Iglesia se llaman con toda razón —escribió Juan Pablo II en la Carta Apostólica Patres Ecclesiae (27-1-1980)— a aquellos santos que con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus enseñanzas la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos».

Los siglos IV y V constituyen la edad de oro de la Patrística. En Oriente y Occidente apareció una pléyade de personalidades excepcionales, que aunaban la santidad de vida y una destacada labor en el campo de las ciencias sagradas, e incluso de la cultura en general.

1. Introducción

 La historia ha tenido siempre protagonistas, y protagonistas insignes tuvo la historia eclesiástica de la época romano-cristiana.

El inmenso esfuerzo de formulación del dogma, expuesto en el capítulo anterior, fue llevado adelante gracias a la sabiduría y la acción de una serie de personajes excepcionales, que se conocen con el nombre de «Padres de la Iglesia».

Los Padres aunaban la ciencia sagrada y la nota de santidad, públicamente reconocida por la Iglesia, rasgo éste por el que se diferencian de los simples «escritores eclesiásticos», en los cuales podía no darse la nota de santidad personal o la integridad de la ortodoxia.

Los tiempos de oro de la Patrística fueron los siglos IV y V, aun cuando hasta el siglo VIII se extiende la que puede denominarse «edad de los Padres».

Los Padres occidentales escribieron todos en latín; en Oriente los Padres fueron en su mayoría griegos, aunque también los hubo que se expresaron en otras lenguas: sirio, copto, armenio, georgiano, árabe, etc. Aquí se recordará tan sólo a los Padres orientales y latinos que más fama alcanzaron en la Iglesia universal.

La expresión «Padres» se aplica, pues, a los grandes escritores cristianos anteriores al año 750, que reúnen los tres rasgos característicos de ortodoxia de doctrina, santidad de vida y la aprobación al menos tácita de la Iglesia.

Los Padres aparecen como los testigos de la Tradición en la Iglesia, en aquellas doctrinas en las que sus  afirmaciones son coincidentes. Es el criterio de la unanimidad moral, ya formulada por San Vicente de Lérins en su célebre Commonitorium (434):

«Hay que recibir —decía— las sentencias de aquellos Padres que, viviendo santa, sabia y constantemente en la fe y comunión católica, merecieron ya sea morir fielmente en Cristo, ya sea ser felizmente muertos por Cristo. Pero hay que creerlas de acuerdo con esta norma: Todo lo que todos o muchos afirmaron manifiesta, frecuente o perseverantemente en uno y el mismo sentido, téngase por indudable, cierto y confirmado».

Esta doctrina, en el campo concreto de la interpretación de la Sagrada Escritura fue sancionada por el Concilio deTrento: «a nadie le es lícito interpretar la Escritura contra el consenso unánime de los Padres» (Dz 786).

2. PADRES ORIENTALES

2.1. San Atanasio

  • Breve biografía
San Atanasio

El más antiguo de los Padres orientales fue San Atanasio, obispo de Alejandría y principal defensor de la ortodoxia católica frente a la herejía arriana. Atanasio, siendo aún diácono, participó en el Concilio de Nicea del año 325, donde desempeñó un papel relevante.

Tres años más tarde fue elegido obispo de Alejandría y consagró más tarde su vida a la defensa de la fe ortodoxa definida en Nicea.

Su pontificado se prolongó durante 45 años, 17 de los cuales los pasó desterrado —en Tréveris, en Roma, entre los monjes del desierto egipcio— como consecuencia del extraño signo que tuvo la época del postconcilio niceno, cuando el Arrianismo condenado en Nicea pareció prevalecer merced al influjo conseguido por el obispo filoarriano Eusebio de Nicomedia sobre los emperadores de la dinastía constantiniana.

  • Sus escritos

La mayor parte de los escritos de Atanasio estuvieron consagrados a la defensa de la ortodoxia y a la exposición científica del dogma trinitario y la doctrina del Logos; en esta línea destacamos sus tres «Discursos contra los árdanos». Atanasio fue también autor de varios escritos sobre la virginidad y de una obra hagiográfica que alcanzó extraordinario éxito: la «Vida de San Antonio», que contribuyó poderosamente a la difusión de la vida ascética en Occidente.

  • Teología de San Atanasio

En el plano teológico, la victoria final sobre el Arrianismo fue conseguida merced a la obra de tres Padres pertenecientes, como Atanasio, a la escuela alejandrina y que son conocidos con el título común de los grandes capadocios: los hermanos Basilio de Cesárea (+379 aprox) y Gregorio de Nisa (335-394?) y su amigo Gregorio de Nacianzo (+389-390).

2.2. Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo

  • Basilio, llamado el Grande, fue arzobispo de Cesárea y destacó, no sólo por sus escritos teológicos antiarrianos, sino también como hombre de gobierno y organizador del monacato oriental. Fue autor de dos reglas monásticas y de una liturgia que lleva su nombre. Su tratado «A los jóvenes» encierra todo un programa de humanismo cristiano.
  • Su amigo Gregorio Nacianceno compuso la «Filocalia», una antología de las obras de Orígenes, y fue llamado por su elocuencia el «Demóstenes cristiano». Sus discursos, dirigidos a defender la dignidad del Hijo y del Espíritu Santo le valieron el apelativo de «el Teólogo».
  • El tercero de los Padres capadocios fue el hermano menor de Basilio, Gregorio de Nisa. Dotado de un excepcional talento especulativo, y seguramente el más profundo de los tres, compuso la «Gran Catequesis», una excelente exposición y defensa de los principales dogmas del Cristianismo, y escribió un sugestivo «Diálogo», mantenido con su hermana Macrina, acerca del alma y la resurrección. Fue uno de los Padres de la mística cristiana y descubrió, sobre la base de su experiencia personal, la acción del Logos en el alma, que completa la obra de salvación incoada en el bautismo.
     

     

     

     

     

     

     

     

    San Juan Crisóstomo

2.3. San Juan Crisóstomo (344-407)

Antioqueno de nacimiento y formación, San Juan Crisóstomo «Boca de oro»— (344-407) ha sido considerado por la Iglesia griega como su mejor orador y un exegeta eminente, que comentó numerosos libros de la Biblia. Obispo de Constantinopla durante seis años, sus célebres homilías le acarrearon la enemistad de la emperatriz Eudoxia, y en consecuencia, la pérdida de la sede y el destierro hasta la muerte.

2.4. San Cirilio de Alejandría

El doctor egipcio más ilustre del siglo V fue sin duda San Cirilo, obispo de Alejandría (412-444); Cirilo mantuvo la doctrina ortodoxa frente a Nestorio y, por su defensa del título de Madre de Dios para la Virgen, ha de considerarse como el principal mariólogo entre todos los Padres de la Iglesia. Su influencia fue decisiva en el concilio de Efeso, donde se definió —como ya se ha dicho— la Maternidad divina de María.

3. Padres Occidentales

3.1. San Ambrosio (333-397)

San Ambrosio

El primero de los grandes Padres occidentales fue, por encima de cualquier otra consideración, un personaje histórico de gran relieve: San Ambrosio (333-397), que desarrolló una notable actividad literaria de exégesis bíblica y predicación, pero estuvo, además, en el centro de la actualidad, en una apoca singularmente conflictiva y difícil.

Ambrosio fue un genuino romano, y esa cualidad se deja sentir tanto en su brillante carrera civil como en su gobierno pastoral de obispo de Milán, a cuya sede fue elevado por aclamación popular, siendo todavía simple catecúmeno.

Correspondió a San Ambrosio el honor de administrar el bautismo a quien habría de ser el mayor de los Padres occidentales, San Agustín.

Le tocó en suerte también ser amigo y consejero de tres emperadores y excomulgar a uno de ellos —Teodosio el Grande— por la matanza de Tesalónica; pero a su muerte hizo de él un impresionante elogio fúnebre, tan sentido como la oración que pronunciara años antes en memoria de su antecesor Valentiniano II.

La fama de Ambrosio trascendió a su sede episcopal —Milán—, cuyo prestigio se acrecentó considerablemente, no sólo en Italia del Norte, sino también en otras regiones del Occidente latino.

3.2. San Jerónimo (342-420)

El Occidente romano dio también a la historia cristiana su más insigne cultivador de la Sagrada Escritura: el dálmata Eusebio Jerónimo (342-420). Merece la pena destacar que Jerónimo, como la mayoría de los Padres de la Iglesia, no vivió una existencia recoleta, consagrada a los estudios y de espaldas a las realidades de su tiempo. Antioquía y Constantinopla, Tréveris y Roma fueron sucesivas residencias de San Jerónimo, que terminó por establecerse en Belén, la ciudad natal de Jesús.

Jerónimo fue también algo muy distinto a un erudito intelectual o un puro hombre de estudio. Polemista apasionado, promovió con entusiasmo el ascetismo en su labor de dirección espiritual de nobles damas de la aristocracia romana.

Su obra como historiador y exegeta es muy notable; mas su gran legado ha sido la traducción de numerosos libros de la Biblia, directamente del hebreo o arameo al latín. Esta versión es la célebre Vulgata, cuya «autenticidad», declarada por el Concilio de Trento, significa que en materia de fe y costumbres está exenta de error. A Jerónimo se debe también la primera historia de la literatura cristiana: los «Varones ilustres», que fue continuada por Genadio de Marsella.

3.3. San Agustín (354-430)

San Agustín de Hipona

El principal Padre de la Iglesia y una de las figuras cumbres de la historia cristiana, y aun de toda la humanidad, fue el africano Aurelio Agustín (354-430). Sus «Confesiones» —autobiografía espiritual desde la infancia hasta su conversión— es una obra maestra de la literatura universal, que conserva intacta su modernidad a través de los siglos e interesa al lector de todos los tiempos.

San Agustín comentó el Antiguo y el Nuevo Testamento y trató los grandes temas de la Teología, que gracias a su aportación experimentó decisivos avances. Hombre de su época, Agustín se interroga acerca de los acontecimientos históricos que se sucedían ante sus ojos, y en especial la ruina del Imperio romano de Occidente, abatido por las invasiones bárbaras, justamente cuando había llegado a ser un Imperio cristiano.

Los paganos interpretaban estas desgracias de Roma como un castigo de los dioses, por haber abandonado la vieja religión. Agustín escribió en respuesta «La Ciudad de Dios», ensayo de Teología de la Historia y tratado de Apologética, en el cual se pregunta por el sentido de los tiempos y el plan de la Providencia divina.

En su ancianidad, experimentó de cerca la inclemencia del tiempo que le tocó conocer y murió en su ciudad episcopal de Hipona, cercada por los vándalos. El título de Doctor gratiaecon el que es conocido en la historia de la Teología recuerda especialmente el largo esfuerzo desplegado por él para combatir la doctrina racionalista de Pelagio sobre la gracia. La Iglesia de Occidente cuenta también entre sus Padres a dos papas a los cuales la historia les atribuye el apelativo de «Magno»: León y Gregorio.

3.4. San León Magno y San Gregorio Magno

San Leon Magno

León I —tal como se ha visto— contribuyó de modo sustancial a la formulación del dogma cristológico.

La teología del Primado romano y su fundamentación escriturística en el Primado conferido por Cristo a Pedro se debe igualmente en buena parte a San León.

El otro papa «grande», Gregorio (540-604), es ya un romano proyectado hacia el Medievo. Mucho había cambiado el mundo en pocos siglos: si el contexto histórico del primer gran Padre de la Iglesia, Atanasio, fue el Imperio constantiniano, el horizonte vital de Gregorio Magno —tanto o más que la lejana Constantinopla— era la Italia longobarda, la España visigoda y la Francia merovingia.

Las obras de Gregorio —los «Morales» o los «Diálogos»— las leerán con avidez los hombres de la Edad Media; y el canto «gregoriano» se conservó vivo en la Iglesia hasta nuestros días.

3.5 San Isidoro de Sevilla

Un español —San Isidoro de Sevilla (636)— puede considerarse en rigor como el último Padre occidental. Sus «Etimologías» fueron la primera enciclopedia cristiana, y su misión, la de ser el maestro del Occidente medieval, al que hizo llegar las riquezas de la sabiduría de la Antigüedad.

Fuente: José Orlandis (Historia de la Iglesia, 2001)

 

 

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