Realismo
Segundo, el realismo. Conviene señalar que el mensaje cristiano no es nada ingenuo: no pasa por alto el mal, ni la complejidad de la realidad, ni tampoco olvida nuestra resistencia a los planes divinos.
Señala el documento: “Proclamar a Jesús como nuestra Salvación desde la fe expresada en Nicea no es ignorar la realidad de la humanidad. No da la espalda a los sufrimientos y a las sacudidas que atormentan al mundo y que hoy parecen socavar toda esperanza”.
Así es, porque no se puede decir que Jesús no haya conocido “la violencia del pecado y del rechazo, la soledad del abandono y de la muerte”; pero desde ese abismo del mal, “ha resucitado para llevarnos también a nosotros en su victoria hasta la gloria de la resurrección”.
Además, el anuncio renovado de la salvación obrada por Cristo, “tampoco ignora la cultura y las culturas, al contrario, también aquí con esperanza y caridad las escucha y se enriquece con ellas, las invita a la purificación y las eleva”.
Al mismo tiempo, “entrar en una esperanza tal requiere evidentemente una conversión, en primer lugar, de parte de quien anuncia a Jesús con la vida y con la palabra, porque implica una renovación de la inteligencia según el pensamiento de Cristo”.
Por eso, siendo Nicea “fruto de una transformación del pensamiento que ha sido posible por el acontecimiento Jesucristo”, “solo será posible una etapa nueva de evangelización para aquellos que se dejan renovar por este acontecimiento, para quienes se dejan aferrar por la gloria de Cristo, siempre nueva”.