Para un cristiano, los lugares en que Cristo nació, vivió, sufrió, murió y resucitó tienen un carácter especial. La añoranza que se siente al pensar en esa tierra, santificada por el paso del Verbo Encarnado, nace del cariño que tiene el creyente a todo lo que rodeó la vida terrena del Hijo de Dios, que “acampó entre nosotros”.
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