Pasando por debajo de esta torre, se llega a un primer pórtico, y después a un segundo, en el que son visibles las columnas de la iglesia anterior, que era más amplia que la actual, la de los Cuatro Santos Coronados. Levantada en el siglo IV y destruida por los normandos, fue levantada de nuevo, reduciendo sus dimensiones, por el papa Pascual II en 1111, y finalmente restaurada en el año de 1914.
El interior tiene tres naves y su ábside está decorado con notables frescos de Juan de San Giovanni (1630) , representando la Historia de los Cuatro Coronados y la Gloria de todos los santos. Y allí mismo, en la confesión, se halla la tumba de los Cuatro Santos. Mucho se ha discutido sobre quiénes fueran estos Santos, a quienes los cristianos dieron en un principio el nombre genérico de Coronados.
Por tradición se sabe que fueron revelados sus nombres en tiempos del papa Honorio, quien les mandó erigir una iglesia, a la que más tarde San Gregorio el Grande (590-604) iba a elevar a la dignidad de titulo cardenalicio.
En el pontificado de León IV (847-855), en las reparaciones que se hicieron en el templo, fueron encontradas las santas reliquias, que fueron colocadas debajo del altar, donde hoy día se veneran. Los nombres de los cuatro, según la revelación, son los de Severo, Severino, Carpóforo y Victorino.
La historia de estos mártires ha ofrecido siempre no pequeñas dificultades. En el mismo día celebra la Iglesia la fiesta de otros cinco, que padecieron martirio casi por los mismos años en la Panonia, en tiempos del emperador Diocleciano.
Tal vez habría que distinguir, por tanto, en este día tres grupos de mártires y no cuatro mártires; primeramente los cinco canteros de Panonia: Simproniano, Claudio, Nicóstrato, Cástor y Simplicio. Luego cuatro Cornicúlarii, o, como diríamos hoy, cuatro suboficiales de caballería, martirizados por la fe; finalmente, otros cuatro santos de Albano, los nuestros, que se conocen con el nombre de Coronados.
Las actas de estos últimos aparecen alteradas en algunos puntos, pero no dejan de tenerse como antiguas y auténticas.
Era por el año de 304, cuando arreciaba con más encono en Roma la persecución contra los cristianos.
Se habían dado decretos para que todos los súbditos del imperio sacrificasen públicamente a los dioses, pero donde el emperador Diocleciano había mostrado más interés era en lo que tocaba a las clases militares, especialmente, en aquellos que tocaban más de cerca su misma guardia y persona.
Muy conocidos eran en la ciudad cuatro hermanos, que militaban todos ellos bajo las águilas imperiales, y que eran tenidos como unos excelentes servidores y soldados. Los cuatro tenían sendos puestos honoríficos en la corte, pero llevaban consigo una tacha en aquellos tiempos imperdonable: los cuatro, Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino, eran cristianos.
Como la Iglesia había llegado a tener unos días de paz y de apogeo, tanto éstos como sus hermanos de Roma se dedicaban al culto del verdadero Dios con toda entereza y valentía. Asistían a las reuniones y a los oficios divinos.
Socorrían a los pobres, se comunicaban con los presbíteros, y ora en las catacumbas, donde de ordinario se solían tener los divinos misterios, ora en algunas iglesias, que ya entonces se habían edificado en la misma ciudad, no se desdeñaban nunca de asistir aun con las insignias de los soldados del emperador.
Esto provocaba, sin embargo, la indignación de los paganos y más aún de los que merodeaban con altos puestos en los aledaños del Palatino y de las oficinas imperiales.
Cuando por fin salen los decretos de persecución, son en seguida apresados los cuatro Santos para ser llevados a la presencia del emperador. Este, siguiendo una política de atracción, prefiere mostrarse condescendiente con los cuatro jóvenes, a quienes estimaba, por otra parte, por su lealtad y buenos servicios.
No le interesaba, sin embargo, sembrar la desolación entre sus mismas filas de soldados, pues bien sabía que en aquellos tiempos eran muchos los que, sin el menor miedo a la muerte, seguían las doctrinas del Crucificado, y era necesario andar en este asunto con suma cautela.
Diocleciano les hace ver la locura con que procedían al mantenerse aferrados a una secta que nunca les podría ofrecer las ventajas que él les prometía de seguir a su servicio.
Los hermanos no aceptan tales ofrecimientos, y entonces, como último recurso, manda que les lleven delante de una estatua del dios Esculapio, donde, ante toda la multitud, era difícil que se negaran a sacrificar, si bien fuera por las insignias militares que llevaban consigo.
Tampoco le resulta la estratagema, pues los heroicos mártires se niegan en absoluto a tomar unos granos de incienso para arrojarlos en los pebeteros encendidos.
Solamente aquello les hubiera justificado ante el emperador, pero no quieren contaminar con la menor sombra de cobardía la clara fe que habían manifestado ante todos. Es más, allí mismo proclaman abiertamente sus doctrinas y hacen desprecio de la estatua del dios, que era para ellos un medio más de la maldad y de la astucia del demonio.
Enterado el emperador, no solamente ordena que sean relevados de todos sus puestos y degradados de sus honores militares, sino que ordena que, en caso de pertinacia, sean allí mismo azotados hasta que fueran cambiando de parecer. No contaba con la fortaleza de estos héroes, que ya de antes estaban dispuestos a dar toda su sangre hasta el último sacrificio.
Como resultaran infructuosas todas las invitaciones, les arrastran despechados hacia una de las columnas del templo, les despojan de sus vestiduras, y, llamados los verdugos, empiezan a infligir a los cuatro hermanos el tremendo suplicio de la flagelación. Ya no les bastan las correas ordinarias y los látigos, que hacen salir la sangre a borbotones.
Para más ensañarse les aplican los terribles azotes de púas lacerantes, las plomadas, las largas varas de acero, que se incrustan en su piel, arrancándoles trozos de carne ensangrentados. Cuando se dan cuenta, ya la vida se les va saliendo a los cuatro Santos, y de este modo, entre espasmos de dolor, entregan su alma al cielo.
Cuando los verdugos se han cansado de martirizar aquellos cuerpos ensangrentados, les llevan a empujones hasta la misma plaza, donde los exponen a la voracidad de los hambrientos perros. Pero, prodigio de Dios, éstos no se atreven a tocar las sagradas reliquias, y allí permanecen durante cinco días, hasta que fueron recuperados por los cristianos.
Una noche, en el sigilo de la persecución, logran sacarlos de Roma y los llevan a dar sepultura a tres millas de ésta en un arenal de la vía Labicana. Allí estaban enterrados también los restos de los cinco mártires escultores, que desde este momento iban a seguir la misma ruta que la de los Santos Cuatro Coronados.
La fama de estos cuatro soldados se había extendido por Roma. Con la paz empiezan a darles culto y el papa Melquiades manda que se celebre su fiesta el 8 de noviembre. Las reliquias son llevadas al templo que estaba construyendo en su honor el papa Honorio.
Después de las repetidas restauraciones de la basílica, todavía en tiempos del papa Paulo V fueron encontradas en la misma situación, como un homenaje que el cielo había reservado a la valentía de estos esforzados hermanos.
https://www.primeroscristianos.com/san-severino-8-noviembre/#
“Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios" .
¿Qué nos dice la revelación acerca de este misterio? Hallamos indicios preciosos en la Escritura, que sirven de base para la doctrina de purificación postmortal. Por una parte, está la insistencia bíblica en la santidad de Dios, que reclama del hombre una cierta preparación para acceder a la presencia divina.
La ley veterotestamentaria sobre la pureza legal estaba encaminada a inculcar esta idea en el pueblo elegido , al estipular a quienes debían participar en el culto, ritos previos de purificación.
En la predicación de Jesús también encontramos la misma invitación fundamental: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” . Dios santo pide -y facilita- una santidad correspondiente en el hombre.
Es razonable pensar que, si una persona muere libre de pecado mortal pero sin haber coronado su camino de santidad -“la santificación, sin la cual la cual nadie puede ver a Dios. -, su historia de perfeccionamiento prosiga tras la muerte.
Además, la Sagrada Escritura refrenda la práctica de oración de impetración que hacen los vivos por los muertos: ‘santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados’. Los cristianos, ya desde los primeros siglos, vivieron esta práctica, expresión de su fe en la comunión de los santos.
“La Iglesia de los peregrinos desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos .
Los creyentes se sentían movidos a ofrecer esas oraciones, además, al comprobar que en la vida real diferentes personas alcanzan grados diversos de santidad: algunas, un grado tan alto que, nada más morir, son tratadas espontáneamente por los fieles como intercesores ante Dios; y otras que, aun habiendo vivido cristianamente, son encomendadas a la misericordia divina, para que sean admitidas al descanso eterno .
La doctrina del purgatorio nos recuerda que, para un sujeto con uso de libertad, una cierta preparación –acompasada por la gracia- es necesaria para ser admitido al consorcio trinitario. Hay un camino que recorrer que, si no llega a consumarse en esta vida, debe terminarse luego.
El misterio de maduración postmortal es sumamente congruente con la santidad, justicia y amor de Dios. "El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con Él" .
Así, el individuo que muere en gracia pero con imperfecta santidad ya está salvado, pero su plena comunión con la Trinidad queda retrasada mientras no posea la suficiente madurez en el amor y la santidad (aunque la dilación no se puede medir con categorías terrenas: segundos, minutos, meses, años, siglos...). El retraso implica, para el difunto, una experiencia dolorosa y gozosa a la vez. Se ve a sí mismo unido a Cristo, pero no cabalmente cristificado todavía.
La plena comunión con el Señor, con el Padre y con el Espíritu Santo, está ya casi al alcance, al no interponerse ningún obstáculo permanente; sin embargo, el sujeto se percibe a sí mismo inmaduro para tal consorcio. Su amor se traduce entonces en dolor, por la tardanza del encuentro con el Amado.
Sta. Catalina de Génova (s. XV) afirma que el fuego que experimentan el alma en el purgatorio no es otro que la pena que brota al comprobar, por una parte, que ningún pecado serio obstaculiza la unión con Dios, y al descubrir, por otra, que el estado de santidad imperfecta impide acercarse plenamente . Se trata, pues, de una pena de retraso; del amor nace el dolor, y el mismo dolor perfecciona finalmente el amor.
La Iglesia, en sus ritos funerales y sus oraciones por los muertos, así como en la celebración del Día de Todos los difuntos, recuerda a los fieles el valor de los sufragios por los muertos. Realmente es posible esta sobrenatural comunicación de bienes, gracias a la comunión de los santos. El hecho nos recuerda nuestra realidad como seres-en-relación:
“Ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma... Nadie se salva solo... Mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser... mi oración por él... puede significar una pequeña etapa de su purificación” .
La eficacia de las oraciones de los vivos por los difuntos se comprende mejor a la luz de la pertenencia de los cristianos a Cristo. El Señor, desde su sede a la derecha del Padre, ora incesantemente por los vivos ymuertos; y los que están incorporados a Él pueden pedir juntamente con Él: Vox una, quia caro una, dice S. Agustín .
Como parte del “Cristo Total” –según la terminología agustiniana -, los cristianos podemos rezar por los difuntos con la seguridad de que el Padre nos escucha.
José Alviar
Universidad de Navarra
CIUDAD DEL VATICANO, (VIS).-
Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general del 12 ENE 2011, celebrada en el Aula Pablo VI y a la que asistieron 9.000 personas, a santa Catalina de Génova (1447-1510), autora de dos libros: "El tratado sobre el purgatorio" y "El diálogo entre el alma y el cuerpo".
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Santa Catalina de Génova
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"Nunca debemos olvidar -subrayó el Santo Padre- que cuanto más amamos a Dios y somos constantes en la oración, mas amaremos realmente a los que tenemos cerca, porque seremos capaces de ver en cada persona el rostro del Señor, que ama sin límites ni distinciones".
Benedicto XVI se refirió después a las obras de la santa, y recordó que "en su experiencia mística, Catalina no tuvo revelaciones específicas sobre el purgatorio o las almas que se están purificando". La santa no presenta el purgatorio "como un elemento del paisaje de las vísceras de la tierra: no es un fuego exterior, sino interior. (...)
No se parte del más allá para narrar los tormentos del purgatorio (...) e indicar después el camino para la purificación o la conversión, sino que se parte de la experiencia interior del ser humano en camino hacia la eternidad".
Por eso, para Catalina "el alma es consciente del inmenso amor y de la perfecta justicia de Dios y, en consecuencia, sufre por no haber respondido de forma perfecta a ese amor mientras que el amor mismo de Dios (...) la purifica de las escorias de su pecado".
En la mística genovesa se encuentra una imagen típica de Dioniso el Areopagita, explicó el Papa: la del hilo de oro que une el corazón humano a Dios. "Así el corazón humano -agregó el pontífice- se llena del amor de Dios que pasa a ser la única guía, el único motor de su existencia.
Esta situación de elevación hacia Dios y de abandono a su voluntad, expresada en la imagen del hilo, es utilizada por Catalina para expresar la acción de la luz divina sobre las almas del purgatorio, luz que las purifica y las eleva hacia los esplendores de la luz resplandeciente de Dios".
"Los santos, en su experiencia de unión con Dios -recalcó el Santo Padre- alcanzan un saber tan profundo sobre los misterios divinos en el que se compenetran el amor y el conocimiento, hasta el punto que sirven de ayuda a los teólogos en su dedicación al estudio".
"Con su vida -concluyó el Papa-, Catalina nos enseña que cuanto más amamos a Dios y entramos en intimidad con El en la oración, tanto más El se nos revela y enciende nuestro corazón con su amor. Escribiendo sobre el purgatorio, la santa nos recuerda una verdad fundamental de la fe que para nosotros representa una invitación a rezar por los difuntos para que lleguen a la visión beatífica de Dios en la comunión de los santos".
"El servicio humilde, fiel y generoso que la santa prestó toda su vida en el hospital de Pammatone es, además, un ejemplo luminoso de caridad para todos y un estimulo particular para las mujeres que contribuyen con sus valiosas obras, llenas de sensibilidad y atención hacia los más pobres y necesitados,al bien de la Iglesia y de la sociedad".
https://www.primeroscristianos.com/purgatorio-misericordia-dios/
Hace años viajaba en tren y me puse a hablar con un muchacho que iba en el asiento de al lado. Estaba haciendo la tesis en biología, y se le veía un hombre abierto y alegre. Yo le hablé también de lo que era mi trabajo de sacerdote, y con naturalidad en medio de la conversación amistosa, surgió una pregunta:
- ¿Sueles ir Misa?
- No, no, en absoluto.
- ¿Crees en Dios?
- ¡Hombre! “algo” tiene que existir por ahí, por supuesto que creo en Dios. Es bueno y me ha dado muchas cosas buenas en mi vida: mi familia, salud,… Cuando estoy contento a veces me acuerdo de él y le digo algo al “colega de arriba”. Pero ir a la iglesia no, ¿para qué?
Muchas veces vemos las cosas así, con un planteamiento sencillo. Pensamos:
«Vale que exista Dios y que haya hecho la naturaleza tan bonita y bien organizada –aunque a veces me entran dudas de si la hizo él, o existía por sí sola-. De acuerdo con que quiero hacer el bien a todo el mundo. No me dejan indiferente las desgracias y me conmueve la pobre gente que sufre.
Soy una buena persona, buen amigo de mis amigos, trabajador, abierto, tolerante. Me gusta amar y ser amado. Para vivir una buena vida, ya me basto sólo. Cuando lo necesito, o me brota del corazón, también me dirijo a Dios. Seguro que si existe, me escucha. Pero las ceremonias de la iglesia no me dicen nada, me aburren, no saco nada en claro. No las necesito».
Sin embargo, la realidad nos demuestra que esa situación no dura mucho tiempo en la vida. Aunque queramos ser buenos siempre, la realidad es que no siempre hacemos lo que nos gustaría (claro, siempre podemos buscar una excusa ante los demás, pero pensándolo en serio: ¡hemos fallado!).
Más de una vez nos enfadamos y no tratamos bien a los demás. Hablamos mucho del hambre en el mundo, pero sólo hacemos gestos simbólicos, mientras gastamos bastante en fiestas y caprichos. Nos gusta que se acuerden de nosotros, pero a veces se nos pasan momentos importantes de las personas que nos quieren, sin que los recordemos.
Y cuando viene una desgracia, un problema laboral serio, o una enfermedad grave, parece que todo se nos hunde. Es que nos hemos descuidado.
La respiración y la comida son imprescindibles para mantenernos vivos. No son un capricho. Nuestro cuerpo no funciona sin aire, sin agua o sin alimentos. Los sacramentos son para nuestro espíritu lo que comida y respiración para el cuerpo. En ellos recibimos la gracia (esto es, la energía sobrenatural que da vigor al alma).
Pero son también algo más: cada acto de culto es como una cita de amor que Dios escribe en nuestra agenda. Nos aguarda enamorado. Se acuerda de nosotros y no quiere dejarnos solos. Quien haya probado alguna vez ese amor, aunque haya faltado a muchas citas, siente el tirón de acudir de nuevo. A veces se siente cansado y sin fuerzas, pero si vence esa pereza, redescubre otra vez lo bonito que es sentir el amor.
¿Por qué esto es así? Dios hizo bueno al ser humano, pero desde muy pronto nuestra naturaleza quedó dañada por el pecado, así que el bien es costoso y como constataba San Pablo a veces no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Como clama en la Carta a los Romanos (Rm 7,19.24).
La liberación de esa esclavitud nos la consiguió Jesucristo. Por eso, sólo cuando estamos cerca de él, en amistad con él, cuando nos hace partícipes de su vida divina con la gracia, nosotros podemos librarnos también de esos lazos que nos oprimen y esclavizan.
Si dejamos que Jesús se acerque a nosotros veremos cómo nos consuela, nos enseña a discernir lo verdaderamente razonable, nos alimenta, nos transforma y nos sana. Los sacramentos son esos momentos privilegiados, adecuados para cada una de las circunstancias de la vida, en que Jesús se acerca a nosotros con toda la fuerza transformadora de su amor.
En el bautismo nos convertimos en hijos protegidos de Dios. La confirmación cambia nuestra debilidad en fortaleza. En la confesión nos elimina el peso de nuestras culpas. En la eucaristía recibimos no solo la gracia, sino que nos alimentamos del propio autor de la gracia. En el matrimonio somos constituidos servidores del amor.
En el orden sacerdotal se capacita a unos hombres para que nos puedan administrar los sacramentos. En la unción de los enfermos, se alcanza el consuelo de la serena amistad con Dios para afrontar la muerte con la esperanza en un pronto encuentro feliz y definitivo con Él.
Necesitamos acercarnos no sólo con la inteligencia, sino con todos los sentidos. Quienes pudieron conocer personalmente a Jesucristo lo vieron, lo escucharon, pudieron tocarlo y experimentar así la salvación y la sanación de cuerpo y alma. Los sacramentos son signos sensibles que llevan ese mismo sello de Dios, que conceden eficazmente su gracia.
Los sacramentos son un tesoro tan grande que Jesucristo confió su custodia y dispensación a la Iglesia, a “su administrador de confianza” podríamos decir, de manera que no se pierdan ni se desvirtúen.
Por eso ella tiene la misión de ponerlos con toda su integridad al alcance de los que razonablemente los requieran, y a la vez de protegerlos de todo uso abusivo. Por decirlo de algún modo, Jesús no colgó los sacramentos en Internet con libre acceso, sino que los dejó albergados en un dominio propio y seguro, para mayor garantía de los usuarios.
Pero, ¿qué pasa cuando alguno de los administradores del dominio es una persona indigna? ¿pierden entonces su eficacia? Los sacramentos son eficaces porque es Cristo mismo quien actúa en ellos. Por eso producen su efecto en virtud de la acción sacramental realizada (en teología se dice ex opere operato), es decir, independientemente de la actitud moral o de la disposición espiritual de quien los dispensa, siempre que quiera hacer lo que hace la Iglesia.
Aunque, naturalmente, los ministros de los sacramentos deban llevar una vida ejemplar, y darán cuenta a Dios de cómo han vivido esa responsabilidad. Pero Dios ha querido que quien se acerca de buena fe a los sacramentos, abierto a la gracia, no se quede sin la ayuda divina.
https://www.primeroscristianos.com/ir-a-misa-sacramentos/
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Las excavaciones arqueológicas realizadas por la Autoridad de Antigüedades de Israel en la ciudad de Yavne, al sur de Tel Aviv, han desenterrado una enorme fábrica de vino que data del siglo V d.C. Se considera la más grande del mundo de ese período.
Dr. ELIE HADAD Arqueólogo - Autoridad de Antigüedades de Israel
"Aquí había una fábrica formada por cinco grandes prensas con pavimento en el centro. Todo estaba rodeado de salas para la fermentación del vino y depósitos para su conservación."
Entre las distintas salas había cuatro grandes almacenes destinados a la crianza del vino que se elaboraba en tinajas largas, algunas de las cuales se han encontrado completamente conservadas. Estas a su vez se hicieron en grandes hornos en el mismo lugar. El vino de Yavne era famoso por su gran calidad.
Dr. ELIE HADAD Arqueólogo - Autoridad de Antigüedades de Israel
"No solo se comercializaba en Yavne, sino también en la cuenca del Mediterráneo y en Europa a través de los puertos de Gaza y Ashkelon. Este buen vino fue llevado desde Gaza y Ashkelon a la mesa de Justino II el día de su coronación en Bizancio. Fue descrito como "blanco como la nieve": sabemos que el vino que se producía en la región de Palestina y también en Yavne era vino blanco."
La capacidad de producción de esta bodega alcanzaba los dos millones de litros anuales. El Dr. Hadad subrayó cómo esta cantidad se considera enorme incluso a día de hoy, si consideramos que todo el proceso se realizaba de forma manual. Beber vino en la antigüedad era muy común, se podía agregar al agua para cambiar su sabor, o sustituirlo por agua porque en esa época no sabía bien. Esta bodega, además no se centraba solo en la calidad de su producción, sino también en el aspecto ornamental del edificio
Dr. ELIE HADAD Arqueólogo - Autoridad de Antigüedades de Israel
"Encontramos aquí en los sótanos agujeros en los techos, que estaban grabados en forma de concha. Los arqueólogos decimos, en broma, que los sótanos con agujeros en forma de concha constituían prácticamente el centro de visitantes de esa época. Entonces, cuando llegabas allí, podías probar el vino; una especie de oficina principal o centro de visitantes del lugar."
P. BERNARD ARDURA
Presidente, Comité Pontificio de Ciencias Históricas
“El objetivo no es terminar con una lista de conclusiones. Lo que queremos es dar espacio a los investigadores de varias disciplinas que han adquirido conocimientos que hace 20, 30, 40 años no había”.
Los expertos estudiaron escritos y reliquias de distintas partes del mundo. Desde las huellas de la evangelización del apóstol Tomás en la India hasta lugares como Tarascón, en Francia, donde se dice que hay reliquias de Santa Marta.
P. BERNARD ARDURA
Presidente, Comité Pontificio de Ciencias Históricas
“Hace algunos años se podía decir que esto era imposible. ¿Cómo podían venir desde Palestina hasta el sur de Francia? Ahora sabemos que había líneas marítimas gracias a la extraordinaria organización del Imperio Romano. Tendremos expertos que hablarán de estas reliquias. Que sean auténticas, o no, no lo sé pero al menos son un testimonio de la presencia cristiana”.Mapa del imperio romano
No será un congreso para mostrar qué evidencias científicas ofrecen las reliquias ni tampoco para estudiar cómo la Iglesia se desarrolló a nivel institucional. El objetivo es ver qué pruebas históricas hay de la expansión del cristianismo.
También será una ocasión importante para poner en diálogo al Vaticano con expertos científicos no católicos. Un modo de trabajar que el Papa ha pedido desarrollar a los organizadores.
https://www.primeroscristianos.com/primeros-siglos-cristianismo/
El religioso e historiador francés Bernard Ardura, presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, ha explicado que la presencia de historiadores pertenecientes a escuelas, continentes, cultura y religiones muy distintas responde a una indicación del Papa Francisco: «tenéis que trabajar con los demás».
Incluye expertos en la diáspora judía, las rutas comerciales y otros elementos que facilitaron la difusión del Evangelio por los fieles a pie a un ritmo asombroso, sin ningún apoyo exterior e incluso, a veces, haciendo frente a persecuciones.
Desde el punto de vista metodológico, el congreso incorpora elementos de la historiografía de Eusebio de Cesarea, centrada en la sucesión episcopal, o de la de Adolf von Harnack a comienzos del siglo XX, con una especial atención a textos como los «Hechos de los Apóstoles».
El profesor Gaetano Lettieri, de la Universidad «La Sapienza» ha señalado que ese relato tiene gran valor histórico al incluir sin adornos ni censuras tanto los episodios positivos como los negativos ya que «narra, por ejemplo, conflictos entre Pedro y Pablo como el incidente de Antioquía, dejando intuir un movimiento de síntesis». Se estudiarán también a fondo textos de Irineo de Lyon, un obispo procedente de Asia menor.
Los ponentes representan a docenas de universidades, desde la Universidad Católica de Lyon -organizadora del Congreso junto con el Pontificio Comité de Ciencias Históricas- hasta la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, la de Princeton o la de Bagdad, pasando por las de Navarra, Lausanne y la Sorbona.
El World Heritage Sites de Irán presentará la huella de los cristianos en su país, mientas que otros especialistas vienen de Kirkuk en Irak o de Cochin, en la India, donde aparecen cada vez más huellas de la evangelización del apóstol Tomás.
"Estos que visten estolas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido…? Éstos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus estolas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo."
(Apocalipsis 7,13-15)
La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.
El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.
Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.
Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro.
En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas.
Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.
En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones,los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe.
Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución.
Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen.
Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes.
Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada.
En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios?
Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos. Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires.
Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo. Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas.
Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos. De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos.
Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo. Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.
San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4).
Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate.
Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires.
Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos. Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria —memento— de los difuntos.
Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias.
La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos.
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En Hechos 19, Lucas describe un motín frenético en Éfeso , una ciudad en la provincia romana de Asia en la actual Turquía:
'Aproximadamente en ese momento estalló no poca perturbación en relación con el Camino. Un hombre llamado Demetrio, un platero que hizo santuarios de plata de Artemisa, trajo muchos negocios a los artesanos. Los reunió, junto con los trabajadores del mismo oficio, y dijo:
“Hombres, vosotros sabéis que obtenemos nuestra riqueza de este negocio. También ve y oye que no solo en Éfeso, sino en casi toda Asia, este Pablo ha persuadido y alejado a un número considerable de personas al decir que los dioses hechos con manos no son dioses.
Y existe el peligro no solo de que este comercio nuestro pueda caer en descrédito, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea despreciado y se vea privada de su majestad que hizo que toda Asia y el mundo la adoraran ".
Cuando oyeron esto, se enfurecieron y gritaron: "¡Grande es Artemisa de los efesios!"
La ciudad se llenó de confusión; y la gente se apresuró a ir al teatro, arrastrando con ellos a Gayo y Aristarco, macedonios que eran compañeros de viaje de Pablo . Pablo quiso ir entre la multitud, pero los discípulos no se lo permitieron; incluso algunos funcionarios de la provincia de Asia, que eran amigos de él, le enviaron un mensaje instándolo a no aventurarse en el teatro'. (Hechos 19: 23–31)
Según Hechos, el motín habría ocurrido al final de la visita misionera de Pablo a Éfeso (alrededor del año 55 o 56).
James R. Edwards, profesor emérito de teología Bruner-Welch en la Universidad de Whitworth, describe cómo la evidencia arqueológica llena el contexto histórico de El relato de Lucas sobre los disturbios en Éfeso.
En la época romana, Éfeso fue un importante centro comercial. Las excavaciones realizadas por el Instituto Arqueológico de Austria desde 1895 han demostrado que la antigua ciudad, que rivalizaba con Antioquía como la tercera ciudad más grande del mundo romano. Contaba con un puerto, varias estructuras cívicas, complejos de baños, un teatro y el Templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
Reconstrucción del Gran Templo de Artemisa en Efeso
Se puede ver la única columna que queda del Templo de Artemisa en Éfeso. Considerada una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, el enorme templo era el edificio más grande del mundo helenístico. Foto: Jordan Pickett.
Cuatro veces el tamaño del Partenón ateniense, el famoso Templo de Artemisa tenía 127 columnas de mármol reluciente que medían 60 pies de altura y estaban rematadas con capiteles jónicos. Era el Templo de Artemisa, argumentó el platero Demetrio en Hechos 19, el que estaba siendo amenazado por "el Camino" (el movimiento cristiano primitivo) y el esfuerzo misionero de Pablo .
Al decir que “los dioses hechos con manos no son dioses” (Hechos 19:27), alegó Demetrio, Pablo estaba dañando la industria de la platería que hacía pequeños santuarios utilizados como ofrendas dedicatorias a Artemisa y empañando la reputación del culto de Artemisa en Éfeso.
Sin embargo, una inscripción griega de 16 líneas descubierta durante las excavaciones mostró que un siglo después de la misión de Pablo en Éfeso, a finales del siglo II o principios del III, el comercio de plateros y el culto a Artemisa todavía prosperaban.
Cuando la ira que provocó Demetrio alcanzó un punto álgido, se dice que los alborotadores se apresuraron al teatro de la ciudad, arrastrando a los compañeros de viaje de Pablo, Gayo y Aristarco. Las excavaciones han descubierto el teatro, que se encuentra en una empinada ladera en Éfeso. De enorme escala, el teatro romano semicircular tenía capacidad para 25.000 asientos y era uno de los más grandes del mundo antiguo.
Este teatro romano jugó un papel importante en el motín de Éfeso contra Pablo y los primeros cristianos, según el relato de Lucas en Hechos 19. Foto: Jordan Pickett.
Según James R. Edwards, el relato de Lucas sobre los disturbios en Éfeso en Hechos:
“Contiene una gran cantidad de detalles históricos, algunos de los cuales —procónsules, tribunales permanentes y un secretario de la ciudad— eran comunes en todo el Imperio Romano.
Pero muchos más detalles: el inmenso templo que conmemora el culto de Artemisa, la figura de Artemisa peculiar de Éfeso que se creía que había 'caído del cielo' (Hechos 19:35), gremios de plateros, Asiarcas y la ciudad de Éfeso misma : su grandeza, su teatro y su honor como neōkoros, 'guardián del templo', todos son exclusivos de Éfeso y la provincia romana de Asia ".
Además de éstas virtudes contrarias a los pecados capitales, todo cristiano cuenta también con tres virtudes teologales como la Fe, la Esperanza y la Caridad. Junto a éstas, podemos citar también la prudencia, fortaleza, justicia y templanza; hábitos que disponen al entendimiento y a la voluntad para obrar según el juicio de la razón iluminada por los dones del Espíritu Santo.
La Gracias: Que es la fuente de la obra de santificación; sana y eleva la naturaleza haciéndonos capaces de obrar como hijos de Dios.
Los Sacramentos: “Centro de la fe cristiana, por los que Dios comunica su gracia, se hace presente y actúa en nuestra vida. Los siete sacramentos de la Iglesia prolongan en la historia la acción salvífica y vivificante de Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo» Papa Francisco
La Oración: “El espíritu de la oración se fundamenta en el gran mandamiento: amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. La oración se alimenta del afecto por Dios.” Papa Francisco. Todos los cristianos contamos con la oración en familia y Rosario. La Santísima Virgen María, es nuestra aliada en la lucha contra estos pecados.
Todo con lo que contamos, es un don de Dios. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros tesoros. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio.
Dar con gusto de lo propio a los pobres y los que necesiten. San Pablo la llama una idolatría y declara que los avaros no entrarán en el Reino de los cielos. La avaricia nos hace duros con los pobres, indiferentes a los bienes del cielo, y hasta nos incita a veces a apoderarnos de los bienes ajenos.
Antiguamente la iglesia lo llamaba diezmo, hoy simplemente lo llamamos generosidad. Cuando aprendemos a compartir lo que tenemos con los demás, incluso cuando lo hacemos con personas a los que no conocemos ni conoceremos jamás, nos sentimos más cerca de Dios y de nosotros mismos. Porque ayudar a los que lo necesitan puede devolverte mucho más de lo que entregas.
Es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo.
«Si buscas un ejemplo de paciencia encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, males que podrían evitarse.
Ahora bien, Cristo en la cruz sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión «no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca» (Hch 8,32). Santo Tomás de Aquino. Exposición sobre el Credo.
Moderación en el comer y en el beber. Es una de las virtudes contrarias que vence al pecado capital de gula.Conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas.
La tercera y principal de las Virtudes Teologales. La caridad es el amor de Dios habitando en el corazón.
Una forma de actuar con caridad, es tener presente las obras de misericordia que son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.
Prontitud de ánimo para obrar el bien. Nos ayuda contra el gusto excesivo por el descanso, que descuida nuestros deberes. Nos ayuda a imponernos con esfuerzo.
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