"LA OBRA DE ARTE MÁS BELLA ES CADA ACTO DE AMOR AUTÉNTICO, DESDE EL MÁS PEQUEÑO HASTA EL SACRIFICIO SUPREMO DEL MARTIRIO"

El día 1 de octubre de 2010, Benedicto XVI asistió a un concierto en Aula Pablo VI del Vaticano ofrecido por el ENI (Ente de energía eléctrica de Italia). La Sinfonía número 94 en sol mayor "La sorpresa" de Franz Joseph Haydn; Cecilia, Virgen romana, de Arvo Pärt y la Fantasía coral en do menor Opus 80 de Ludwig van Beethoven, fueron interpretadas por la Orquesta y el Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia.

 

El texto del martirio de la Cecilia parece representar el lugar y el papel de la fe en el universo

CIUDAD DEL VATICANO, 2 OCT 2010 (VIS).-

Refiriéndose posteriormente a las piezas musicales interpretadas, Benedicto XVI subrayó que "la combinación de este trabajo sobre Santa Cecilia con las obras de Haydn y Beethoven ofrece un contraste significativo que invita a la reflexión.

El texto del martirio de la santa y el estilo particular que lo interpreta en clave musical, parecen representar el lugar y el papel de la fe en el universo: en medio de las fuerzas vitales de la naturaleza que están alrededor del ser humano y también dentro de él, la fe es una fuerza diferente, que responde a una palabra profunda, "salida del silencio", como diría San Ignacio de Antioquía".

  "La palabra de la fe -continuó- necesita de un gran silencio interior, para escuchar y obedecer a una voz que está más allá de lo visible y tangible.

Esta voz habla a través de los fenómenos de la naturaleza, porque es el poder que creó y gobierna el universo; pero para reconocerla es necesario un corazón humilde y obediente, como también nos enseña la santa que conmemoramos hoy: Santa Teresa del Niño Jesús".

El Papa afirmó que "la fe sigue esta voz profunda donde el arte por sí sola no puede llegar: la sigue en el camino del testimonio, del ofrecimiento de sí mismo por amor, como hizo Cecilia.

Por eso -terminó-, la obra de arte más bella, la obra maestra del ser humano es cada acto de amor auténtico, desde el más pequeño -en el martirio diario- hasta el sacrificio supremo. Aquí la vida misma se convierte en canto: una anticipación de aquella sinfonía que cantaremos juntos en el paraíso".

Vídeo: Romereports
 

+ info:  ¿SABES QUIÉN ERA SANTA CECILIA?

 

La imagen de Arcángel San Miguel

Como una escena celestial, las estatuas de estos ángeles conducen a los peregrinos al Vaticano. Pero antes de llegar es imposible no alzar la mirada a este castillo del año 123 y ver la imagen de Arcángel San Miguel en la cima.

Esa misma escena la vivió el Papa Gregorio Magno en el año 590, durante una procesión para pedir el fin de la peste que asolaba la ciudad de Roma.

 

 

P. SIMONE RAPONI
Historiador
“En el momento en que todos llegaron cerca del Castel Sant'Angelo, trayendo consigo la imagen de la Salus Populi Romani, la imagen de la Virgen que se conserva en Santa María Maggiore, se vieron grupos de ángeles que cantaban el Regina Coeli. El Papa levantó los ojos a la cima del castillo y vio a San Miguel Arcángel limpiando su espada llena de sangre y envainándola. Ese fue el signo del fin de la plaga”.

La estatua no está allí por casualidad y tampoco es la primera. La que se observa en la actualidad tiene un diseño clásico, con vestiduras romanas. Fue realizada en 1752.

P. SIMONE RAPONI
Historiador
“Fue inaugurada el día de San Pedro y San Pablo del año 1752, bendecida por Benedicto XIV. Es una estatua de poco más de 5 metros, muy grande e imponente. Realizada por un artista belga. Otras estatuas de una serie la precedieron, incluso dentro del castillo hay una de ellas, realizada en mármol en el pontificado de Pablo III”.

Después de la milagrosa aparición la edificación construida como mausoleo del emperador Adriano fue redenominada Castel Sant'Angelo, adquiriendo un papel muy importante para la ciudad.

P. SIMONE RAPONI
Historiador
“Más tarde se incorporará al Vaticano con la construcción del Passetto di Borgo y luego cumplirá varias funciones en la historia: Se convertirá en una fortaleza, una prisión, la sede del tesoro, la sede del archivo y se convierte en un lugar muy importante sobre todo para la defensa de Roma”.

Y desde lo alto, con su imponencia, la imagen de San Miguel Arcángel, resguarda y defiende en la lucha a romanos y turistas.

Daniel Díaz Vizzi

RomeReports

 

Descubra en Internet detalles que ni en vivo pueden apreciarse

 

No hay nada que pueda sustituir una visita a Roma para admirar la Capilla Sixtina o la Basílica de San Pedro; sin embargo, Internet permite ahora realizar visitas virtuales a algunos de los lugares más sagrados de la Ciudad Eterna, ofreciendo detalles que ni siquiera en vivo pueden apreciarse.

 

La visita al templo más grande de la Iglesia católica, en el que se custodian los restos del apóstol Pedro, puede realizarse desde  su casa y tan sólo es necesario contar con un ordenador y una conexión a Internet, gracias a este servicio ofrecido por la página web de la Santa Sede.

El proyecto ha involucrado durante dos años a estudiantes de la Universidad de Villanova en Pennsylvania (Estados Unidos), a quienes se les ha permitido fotografiar estas joyas del arte de todos los tiempos. Miles de fotografías fueron tomadas en la Basílica de San Pedro y en la Capilla Sixtina, con una avanzada cámara motorizada sobre raíl, y posteriormente compuestas y unidas digitalmente para crear un panorama virtual en una proyección tridimensional.

Los peregrinos y turistas virtuales pueden utilizar el zoom y acercarse a los detalles de las obras de arte gracias a la elevada resolución.

 

Enlaces que pueden visitarse:

 

 

 

 

Descubra en Internet detalles que ni en vivo pueden apreciarse

Conozca los detalles ocultos de la basílica de San Juan de Letrán

 

No hay nada que pueda sustituir una visita a Roma; sin embargo, Internet permite ahora realizar visitas virtuales a algunos de los lugares más sagrados de la Ciudad Eterna, ofreciendo detalles que ni siquiera en vivo pueden apreciarse.

La visita al templo más antiguo de la ciudad,  puede realizarse en su casa y tan sólo es necesario contar con un ordenador y una conexión a Internet, gracias a este servicio ofrecido por la página web de la Santa Sede.

Miles de fotografías fueron tomadas en la Basílica de San Juan de Letrán, con una avanzada cámara motorizada sobre raíl, y posteriormente compuestas y unidas digitalmente para crear un panorama virtual en una proyección tridimensional.

Los peregrinos y turistas virtuales pueden utilizar el zoom y acercarse a los detalles de las obras de arte gracias a la elevada resolución.

 

Aquí el enlace para visitar la Basílica -  

 

 

 

Elena Álvarez . Profesora del Máster en Filosofía y Religión según Joseph Ratzinger

Una de las características principales de la sociedad actual es su pluralismo, la convivencia de comprensiones muy diferentes del mundo y del ser humano. En ella, la reivindicación de la verdad parece extraña a muchos. Los primeros cristianos encontraron ya un panorama semejante, y estaban firmemente convencidos de la necesidad de la verdad.

La evolución de las sociedades y del cristianismo, desde el Vaticano II hasta hoy, ha supuesto la necesidad de acostumbrarse a vivir las propias convicciones en minoría. Todos somos conscientes de la necesidad de una renovación en los medios y en las formas de la vida de la Iglesia. Y, para quienes, por profesión o afición, leemos los escritos de Ratzinger, la renovación tiene una clave fundamental: el regreso a las fuentes.

¿Cuál es el contenido de ese regreso, en lo que respecta a la verdad?

El mundo de los primeros cristianos era semejante a nuestro mundo plural. Un mundo caracterizado, en buena medida, por el pluralismo cultural, que significa de cosmovisiones y de religiones, que coexistían unas con otras. En el mundo del Imperio romano, como en el nuestro, cualquier opinión podía ser sostenida en privado y en público, excepto la convicción de tener una verdad firme y completa, como es la de Dios. Sin duda, el ejemplo de los mártires, de sus vidas, sus procesos judiciales y sus ejecuciones, son buena muestra de la fuerza de convicción.

Pero, sin llegar al martirio, también es importante que los primeros cristianos vivían en el mundo, como ciudadanos corrientes. Su testimonio de la verdad tenía el respaldo de la convivencia diaria con sus conciudadanos, en todo tipo de profesiones o de circunstancias vitales: san Pablo se ganaba la vida como fabricante de tiendas, en su carta a los romanos saluda a los cristianos de la casa del César, había mujeres con posesiones, como Lidia, y otros con profesiones comunes. Una de las mejores expresiones de este modo de vida es el conocido texto del siglo II:

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida (Carta a Diogneto, cap. 5. Fuente Vatican.va)

Las palabras del texto suponen que los primeros cristianos, desde el punto de vista externo, no hacían nada diferente a sus conciudadanos. Pero sí tenían, desde el punto de vista interno o subjetivo, algo diferente. Sabían que habían encontrado la Verdad que da sentido a la vida.

Ser cristiano es tener una convicción profunda acerca de la existencia de la Verdad. Y ser cristiano significa creer que la verdad tiene carácter personal y es capaz de amar. Es estar firmemente convencido de que la dimensión teórica y práctica de la verdad convergen porque se han hecho una sola cosa con la Encarnación de Jesucristo, con su vida y su muerte. Por eso es coherente que no necesitaran nada más –y nada menos– que mostrar con sus vidas esa verdad que habían hallado.

Si trasladamos su ejemplo a nuestros días, la sociedad es similar en su pluralismo. Bajo el nombre de tolerancia, no es extraño que genere yuxtaposición de culturas que no se comunican. Es igualmente común que tache de intolerante o, al menos, de irracional, a cualquiera que afirme tener una convicción acerca de la verdad. Y, no obstante, para quien cree haber encontrado el sentido de la vida es igualmente importante poder mostrarlo, allí donde esté y donde conviva, como ciudadano o ciudadana, con sus iguales.

Tal vez por eso, me parecen relevantes unas palabras de Ratzinger que, en su propuesta de una renovación en las fuentes, parecen hacer eco a las dirigidas a Diogneto:

El cristiano debe ser también cabalmente un hombre de alegre entre los hombres, un hermano en humanidad, cuando no pueda serlo en cristiandad. Y pienso que en la relación con sus vecinos incrédulos debe ser cabalmente y antes que todo un hombre y, por lo tanto, no atacarles continuamente los nervios con continuos intentos y sermones de conversión. Sin llamar la atención les prestará servicios misionales ofreciéndoles la hoja parroquial, indicándoles en caso de enfermedad la posibilidad de llamar a un sacerdote o llamándolo él mismo, y así de otros modos; pero no será solo predicador, sino cabalmente también, en su bella apertura y sencillez, un hombre (Joseph Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona 1971, 366)

Amabilidad, apertura y sencillez parecen las claves para volver a hablar de la verdad conocida y descubierta por el cristiano. Sigue siendo como al principio. La verdad debe mostrarse con los argumentos, sí, y el autor de esas palabras ha sido uno de los mejores intelectuales católicos de las últimas décadas. Pero, dado que la verdad es vida, también debe mostrarse con la vida, compartiendo las pequeñas preocupaciones diarias, o las responsabilidades propias de la ciudadanía, con los demás, junto con ellos. Cor ad cor loquitur, decía el lema del cardenal Newman, tan admirado, junto a los primeros cristianos, por el propio Ratzinger.

Son temas que requieren preparación, espiritual y también intelectual, entre los cristianos de hoy en día. Hablar de la verdad, desde la convicción, pero también desde la búsqueda del entendimiento en los aspectos comunes del mundo plural, bajo la guía de Ratzinger, es uno de los temas que se abordan en el máster en Filosofía y Religión según Joseph Ratzinger, que realiza la Universidad Internacional de La Rioja, y cuyo plazo de inscripción está abierto.

 

Elena Álvarez es Doctora en Teología, Coordinadora Académica del área de Estudios Religiosos en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades en UNIR y profesora del Máster en Filosofía y Religión según Joseph Ratzinger de UNIR.

La prisión del imperio romano en la que la tradición indica estuvieron presos san Pedro y san Pablo

 

En esta cárcel excavada en la roca, es posible ver un pozo en el suelo del que sube agua, con la cual los santos Pedro y Pablo habrían bautizado a sus carceleros y compañeros de celda.

 

La piedad popular siempre reconoció que aquí Pedro fue encarcelado, y que lo ha expresado desde el siglo V hasta hoy. Han encontrado una imagen de María con un manto rojo que cubre a los fieles, la imagen más antigua que se conozca de la Virgen de la Misericordia.

La cárcel Mamertina, también llamada el Tullianum, era una prisión ubicada en el Foro Romano en la antigua Roma. Construida según Livio, por Anco Marzio en el VII siglo antes de Cristo, y por lo tanto la más antigua de Roma, originalmente fue creada como una cisterna.

Excavada en la roca era muy segura, allí solo los prisioneros importantes eran encarcelados, entre ellos Vercingétorix, líder de los Galos, en el año 52 a. C.; Simón Bar Jonas, defensor de Jerusalén, derrotado por Tito en el 70 d. C. Y allí permanecían hasta que se hacía el desfile y se les ejecutaba en público, ya que el ordenamiento romano no contemplaba la prisión.

 

Se cree que los santos Martiniano y Proceso, sus guardias, fueron convertidos y bautizados por Pedro antes de ser martirizado junto a otras 47 personas.

 

 

Entender qué quiere decir la Escritura, para los cristianos de hoy, no es cuestión que pueda darse por descontada, puesto que hay varias corrientes interpretativas. Las indicaciones de Orígenes, desde el siglo III, nos ayudan a hacerlo como fue en el principio.

Sonia Ortega Sandeogracias. Colaboradora del Máster de Estudios Bíblicos en UNIR

 

El problema hermenéutico sobre la correcta interpretación de la Sagrada Escritura apareció en el horizonte del siglo XIX con la corriente racionalista. Sus supuestos filosóficos parten de la separación entre la res extensa y la res cogitans, una distinción que desembocó en la fractura entre la fe y la razón. Las consecuencias se prolongan hasta nuestros días, y son problemáticas, como ha señalado, entre otras, la voz del Magisterio de la Iglesia.

Los numerosos métodos de estudio hermenéutico, sus planteamientos, sus objetivos, sus conclusiones, a veces nos hacen perder la verdadera esencia de la Sagrada Escritura. Nuestra propuesta es alzar la mirada hacia los primeros siglos y contemplar cómo Orígenes (184-253), que dirigió la escuela cristiana de Alejandría, nos presenta ese mensaje nuclear de la Biblia.

  1. La Sagrada Escritura como fundamento de la vida cristiana. La primera enseñanza de Orígenes es que la lectura de la Sagrada Escritura es un pilar de la vida cristiana. así, el hombre virtuoso es aquel que no solamente practica la virtud, sino que ama y medita día y noche la Palabra de Dios:

Quien no combate en lucha y no es moderado con respecto a todas las cosas, y no quiere ejercitarse en la palabra de Dios y meditar día y noche en la Ley del Señor, aunque se le pueda llamar hombre, no puede, sin embargo, decirse de él, que es un hombre virtuoso” (In Nm. Hom. XXV, 5).

 

  1. Estudio histórico-crítico. Aunque parece que los métodos científicos aplicados al estudio bíblico surgen con la modernidad, Orígenes se adelantó a ellos. Su amor por la Escritura le condujo a estudiarla con una profundidad sin precedentes. En sus viajes se relacionaba con maestros judíos que le explicaban la lengua hebrea y debatía con ellos acerca del canon de los libros sagrados. Se dio cuenta de que los judíos no aceptaban pasajes del Antiguo Testamento que los cristianos sí. Ante esta pluralidad textual, decidió componer las Hexaplas, una obra única en la que coloca en columnas paralelas todo el Antiguo Testamento, en seis versiones (Hebreo, su transcripción al griego, y lsa versiones de Aquila, Símaco, LXX y Teodición). En ellas, marca con asteriscos y óbelos los pasajes discutidos por los judíos.

 

  1. Dedicación y esfuerzo. El acercamiento a la Biblia requiere invertir tiempo y esfuerzo; porque solo la lectura continua de la palabra, conducirá a una profundización:

Para quien se dispone a leer (la Escritura), está claro que muchas cosas pueden tener un sentido más profundo que lo que parece a primera vista, y este sentido se manifiesta en aquellos que se aplican al examen de la Palabra en proporción al tiempo que se dedica a ella, y en proporción a la entrega en su estudio (ascesis)” (Contra Celsum, VII,60).

 

  1. Tres dimensiones de la Sagrada Escritura. Aunque en no siempre sigue este esquema, para Orígenes, la Sagrada Escritura contiene tres niveles o dimensiones de comprensión: el primero es el sentido “literal”, el que percibimos directamente, la letra; el segundo es el del sentido “moral”:  que señala qué debemos hacer para vivir la palabra; y, por último, el sentido “espiritual” la esencia, la verdad oculta. Su hermenéutica es coincidente con su concepción antropológica, el hombre compuesto de cuerpo, alma y espíritu.

 

  1. Exégesis alegórica no tipológica. En Orígenes están presentes todos los tipos de exégesis, la literal, la alegórica-tipológica, la alegórica no tipológica. Pero hay una clara preferencia por esta última. La verdadera labor del exegeta es abandonar el significado básico literal, para ir ascendiendo, por medio de la alegoría, hacia la verdad eterna del Evangelio. Coincide con Hipólito e Ireneo en que en la Sagrada Escritura encontramos “tipos”, pero piensa que fallan por el contenido de las figuras. Para ellos el contenido del tipo sigue siendo histórico mientras que para Orígenes debía ser sólo noético. Orígenes escapa de la historia y los otros permanecen en la historia. 

 

  1. El Espíritu Santo. Si el cristiano desea conocer el sentido espiritual de la Sagrada Escritura, necesitará la ayuda del Espíritu Santo, verdadero autor de la misma. Es el Espíritu el que realiza la unidad de ambos testamentos, el que inspira a los autores y editores para escribir y comprender el plan unitario de Dios, y por lo tanto, el que se explica en la historia sagrada. Por eso, en cualquier interpretación que queramos llevar a cabo es necesario rezar y suplicar la ayuda divina, porque Él nos dará la clave de comprensión que nos abre el camino hacia la dimensión espiritual e interior de la Palabra. Así, el entendimiento e interpretación de la palabra es una gracia que suplicar a Dios:

Para explicar tales cosas no debemos contar solamente con la fuerza del ingenio humano, sino que debemos esforzarnos en rezar y suplicar a Dios” (1,1).

 

  1. Unidad entre los dos Testamentos. El Nuevo Testamento es la exégesis del Antiguo y Cristo es la clave de toda la Sagrada Escritura. La Escritura es una gran encarnación donde la letra hace a la vez de la carne. Sin Cristo, uno se pierde en las Escrituras. Tanto en los autores alejandrinos como en los asiáticos, el plano hermenéutico y el cristológico se corresponden.

 

  1. Edificación de los oyentes. Sus enseñanzas están dirigidas a la Iglesia, dirigidas para la edificación de quien las escucha. Es necesario que el que se ha convertido a Cristo, profundice en los textos sagrados, para poder alcanzar el verdadero significado espiritual de los mismos.

 

La exégesis en Orígenes encuentra inseparablemente unidad a la contemplación y la predicación. Aunque se esfuerza en estudiarla, con todos los medios a su alcance, su comprensión excede el método. Nos transmite, con su modo de leerla, que la Escritura es el “pan de los cristianos”, nuestro pan de cada día.

Sonia Ortega, Colaboradora del Máster de Estudios Bíblicos en UNIR

Cristo es el verdadero y definitivo Templo de Dios

El centro religioso del judaísmo era el edificio del Templo de Jerusalén, porque custodiaba el Arca de la Alianza y allí se concentraba la presencia de Dios. El cristianismo declara el culto espiritual, en cualquier lugar donde el cristiano esté unido al Señor. Vemos algunos pasos de la configuración de este culto espiritual.

Andrés María García Serrano

 

El Templo de David y Salomón era la máxima institución judía y adquirió aún más esplendor con el Templo de Herodes el Grande, del tiempo de Jesús. Aún se conservan algunas de las piedras herodianas que nos muestran la grandeza y belleza del centro de la espiritualidad judía.

Se trataba del lugar de la presencia de Dios, puesto que en el sancta sanctorum se conservaba el arca de la alianza, lugar del encuentro del hombre con Dios. Salomón dice a Dios mismo en 2 Cron 5,9: “Yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre. Es el lugar santo porque en él habita el Señor y el hombre se puede encontrar con Él. (…) ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio!” (1 Reyes 8,28-30). Esta presencia de Jhwh hacía del Templo el lugar del que brotaba la vida, como muy bien muestra el profeta Ezequiel:

“Del zaguán del Templo manaba agua hacia levante (…)desembocará en el mar de las aguas salobres y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales” (Ez 47,1-2.8-9.12).

 

Ahora bien, pronto surgieron voces críticas contra este Templo meramente construido por hombres. “Si no cabes en el cielo, ¡cuánto menos en este Templo que he construido!”, dice Salomón en 1 Reyes 8,23. A esta crítica puede referirse Jesús cuando habla de un nuevo y definitivo Templo, su propio cuerpo:

“‘Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré’. Los judíos replicaron: ‘Cuarenta y seis años ha costado construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?’ Pero él hablaba del Templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había predicho” (Jn 2,18-22).

 

Cristo es el verdadero y definitivo Templo de Dios, no hecho por mano de hombre. El que está con Cristo se encuentra con Dios y de él brota la realización plena del agua viva que salía del Templo de Jerusalén: “Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (Jn 7,37-38).

Este tema está muy bien representado en un mosaico del siglo XI, el de la iglesia de san Clemente, de Roma. Aunque es posterior a la fecha de la que estamos hablando, la imagen es muy representativa, y se encuentra en un lugar emblemático de la Ciudad Eterna. La actual basílica medieval está edificada, en efecto, sobre las ruinas de una de las primeras casas en las que se reunían los cristianos.

 

Mosaico del ábside de la iglesia de san Clemente en Roma, siglo XII d. C. Fuente: WIKIPEDIA.
Representa bien la idea de que el cuerpo de Cristo, entregado por la salvación de toda la humanidad, es la fuente a la que acudir para encontrar la vida de Dios.

 

La primera evangelización cristiana consideró, a la luz de la fe, que el Templo de Jerusalén había cumplido su misión. Así, el primer mártir, Esteban, aludió a esta verdad: “El Altísimo no habita en edificios construidos por hombres […]. ¿Qué Templo podéis construirme –dice el Señor-, o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?’” (Hch 7,44-50; citando Is 66,1). Y Pablo hace lo propio en Hch 17,24-24.

Sacando las consecuencias, Pablo muy pronto afirmó que el cristiano, unido a Cristo, se convierte también en Templo: “Hermanos: sois Templo de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. (…) El Templo de Dios es santo: ese Templo sois vosotros” (1 Cor 3,9c-11.16-17).

El que vive en Cristo, él mismo se convierte en Templo de Dios para sí mismo y para otros. En la medida en la que participamos de Cristo, nuestro cuerpo mismo se convierte en Templo de Dios. En virtud del bautismo nos convertimos en “piedras vivas, entramos en la construcción de un Templo del Espíritu” (1 Pedro 2,4-5), edificamos con nuestra libertad el Templo de Dios. El cristiano, lavado en su cuerpo por medio del bautismo, se convierte en casa de oración, en presencia de Dios, en gracia de Dios para sí mismo y para los demás.

Esta conciencia se extendió pronto entre los primeros cristianos, como muestra el origen del cristianismo narrado en los Hechos de los Apóstoles. Muy pronto, el lugar de reunión de los primeros cristianos cambió del Templo de Jerusalén a las casas en las que habitaban los cristianos.  Éstas adquirieron las características del Templo judío, lugar de oración, de gracia y encuentro con Dios, y se enriquecieron con otras nuevas: la fracción del pan y la recepción del bautismo y del Espíritu. En las actas de Justino Mártir, encontramos el interrogatorio del prefecto a Justino antes de su martirio:

“El prefecto Rústico dijo: ‘¿Dónde os reunís?’ Justino respondió: ‘Donde cada uno puede, donde vivimos’. El prefecto Rústico insistió: ‘Vamos, ¿dónde os reunís? ¿En qué lugar?’” (3,1-3).

Los paganos no eran capaces de comprender el hecho de que los cristianos no tuvieran sus correspondientes templos, altares, etc. Sin embargo, los primeros cristianos no hablan de Templos, ni tampoco de edificios de culto. El lugar que permite a los cristianos reunirse y encontrarse y hacer presente en medio de ellos al Señor resucitado, dirigirle oraciones, alimentarse formando un único cuerpo, se llama sencillamente casa, porque es el lugar donde el cristiano habita.

 

 

Planta y alzado de la casa cristiana encontrada en Dura Europos (Siria), siglo III d. C. Es uno de los primeros edificios cristianos de culto, estaba inserto en la ciudad y tenía la estructura de una casa. Fuente: rsanzcarrera

 

 

Esta novedad radical conlleva una conclusión inmediata. Para el cristiano no hay separación entre profano y sagrado. Todo es sagrado y él está llamado a santificar la totalidad de su existencia, en todo tiempo y lugar, con su presencia, porque el Templo ya no está circunscrito a un tiempo o espacio, sino a él mismo.

Ya no hay espacio sagrado y espacio profano; ya no hay tiempo sagrado y tiempo profano. Todo es sagrado para el cristiano, que rompe el esquema de estrechas categorías que restringen la fe a unos lugares y momentos determinados. Por esto, Tertuliano, en la Apología del cristianismo, afirma: “Nuestra misericordia gasta en las calles más que vuestra religión en los Templos” (42,8).

Andrés García Serrano es Doctor en Sagradas Escrituras y profesor del Máster de Estudios Bíblicos de UNIR

 

Jesús pasó 40 días en Yeshimon, que significa “Lugar de desolación”

 

Extendiéndose desde las montañas de Judea en el este hasta el mar Muerto en el oeste, el desierto de Judea abarca gran parte de la tierra hollada a lo largo de las narraciones bíblicas.

Juan el Bautista, que predicó en el desierto de Judea, se llama a sí mismo “una voz [que] grita en el desierto”, presagiada por Isaías (Mateo 3):

En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”.

 

Después de ser bautizado por Juan, Jesús pasó 40 días en la yerma tierra del desierto Judea, donde superó las tentaciones de Satán (Marcos 1):

En seguida el Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.

 

El sitio web Land of the Bible describe el terreno del desierto de Judea como “irregular”, con profundos cañones que los ríos han abierto entre la roca; algunos fluyen durante todo el año para crear valiosos oasis donde tanto personas como animales pueden encontrar alivio del fatigoso entorno, mientras que otros hace tiempo que corren secos, dejando varios uadis que explorar. Como las montañas y las formaciones rocosas se componen mayormente de arenisca, el paisaje cambia constantemente debido a la erosión del viento y el agua.

 

 

Desde una perspectiva histórica, explorar el desierto de Judea nos acerca a los ancestros de nuestra fe católica. Se encuentran muchos asentamientos bíblicos dentro y a las afueras de los límites del desierto de Judea. Jerusalén, por ejemplo, está en el extremo occidental del desierto, mientras que el mar Muerto (la cota más baja del mundo a 430 metros por debajo del nivel del mar) es donde termina el desierto en su parte oriental, con el río Jordán.

Dentro del desierto de Judea reposan las ciudades bíblicas de Belén, Jericó y Hebrón, por nombrar algunas. También ubicadas en el desierto de Judea están las cuevas de Qumrán, donde se descubrieron los Manuscritos del Mar Muerto a mediados del siglo XX, además de varios monasterios de los cristianos primitivos, algunos de los cuales siguen activos.

 

qumram2.jpg

 

Hay una variedad de yacimientos arqueológicos dentro del desierto, incluyendo las fortalezas de Masada y Horkenya.

Echa un vistazo a nuestra galería fotográfica para contemplar algunas de las cautivadoras escenas del desierto de Judea.

.

El Papa Francisco se refirió en el Ángelus al papel de San Juan Pablo II en la caída del comunismo

 

El 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín es la ocasión para recordar el indudable papel de San Juan Pablo II en la lucha a los regímenes totalitarios. Pero el Papa polaco invitaba a no caer en simplificaciones

 

Que Juan Pablo II (primer Papa eslavo, que nació y creció en uno de los países del este europeo que después de la guerra formaban parte de los satélites de la Unión Soviética) haya tenido un papel en los eventos culminantes de hace 25 años, cuando cayó el Muro de Berlín, es un hecho indudable. La irrupción en el escenario mundial de un pastor polaco, y testimonio de la vida cotidiana bajo un régimen comunista, representó en sí mismo un elemento que desestabilizó a los totalitarismos del este. Papa Francisco durante el Ángelus de ayer, recordando el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, dijo: «La caída sucedió de repente, pero fue posible gracias al largo y fatigoso compromiso de muchas personas que lucharon, rezaron y sufrieron por ello, algunas incluso hasta el sacrificio de la vida. Entre ellos, un papel de protagonista lo tuvo el Santo Papa Juan Pablo II».

En marzo de 1992, justamente en las páginas del periódico italiano “La Stampa”, fue publicado un artículo de Mikhail Gorbaciov. El estadista, que en aquel momento ya había pasado a la historia como el liquidador del sistema soviético, evocó uno de los gestos más significativos: el apretón de manos con Juan Pablo II en el Vaticano, el primero de diciembre de 1989, apenas a tres semanas de la caída del Muro de Berlín. «Todo lo que sucedió en la Europa Oriental en estos últimos años –escribía el padre de la Perestroika– no habría sido posible sin la presencia de este Papa, sin el gran papel, incluso político, que supo jugar en el escenario mundial».

Hay quienes han notado que Juan Pablo II, con su magisterio sobre la libertad religiosa, y acompañando los procesos que se habían puesto en marcha en su Polonia con el nacimiento del primer sindicato libre en un país comunista, contribuyó a que la caída de los sistemas totalitarios se diera sin grandes traumas y sin derramar más sangre, sin verdaderas guerras civiles. Papa Wojtyla era un místico, leía la historia con una óptica de la fe, estaba consciente del proprio papel vivido en el sufrimiento debido al atentado del 13 de mayo de 1981. En abril de 1990, a bordo del avión que lo llevaba hacia Praga después de la Revolución de terciopelo, con la que cayó el régimen comunista, respondió a un periodista que le preguntaba si su papel había sido verdaderamente fundamental: «Al ir a un país tan afectado durante las últimas décadas… yo me siento un “servus inutilis”, pero, sobre todo, me inclino profundamente, con gran humildad y con profunda confianza, ante la Providencia Divina, que guía la suerte de los pueblos, de las naciones, de cada hombre y de toda la humanidad».

Una lectura que Juan Pablo II habría repetido en el libro entrevista con Vittorio Messori, «Atravesar el umbral de la esperanza» (de 1994), en el que recordó, a propósito del colapso de un poder que parecía invencible, la profecía de Fátima. «Sucedió exactamente todo lo que habían anunciado» los tres pastorcillos de Fátima en 1917, poco antes del estallido de la Revolución de Octubre, cuando escucharon la predicción: «Rusia se convertirá».

«Tal vez también por ello –subrayaba Wojtyla– el Papa ha sido llamado de un “país lejano”, tal vez por ello era necesario que se verificara el atentado en la Plaza San Pedro justamente el 13 de mayo de 1981, aniversario de la primera aparición de Fátima, para que todo se volviera más transparente y comprensible, paraq que la voz de Dios, que habla en la historia del hombre mediante los “signos de los tiempos”, pudiera ser escuchada y comprendida fácilmente».

Pero no hay que olvidar, y es útil recordarlo en estos días de conmemoraciones, lo que el mismo Juan Pablo II dijo sobre la caída del Muro de Berlín y sobre la caída del comunismo. «Sería simplista decir –afirmó en el libro entrevista con Messori– que fue la Providencia Divina la que hizo caer el comunismo. El comunismo como sistema, en cierto sentido, cayó solo. Cayó como consecuencia de los propios errores y abusos. Demostró ser una medicina peligrosa y, en la práctica, más dañina que la enfermedad misma. No puso en marcha ninguna verdadera reforma social, aunque se hubiera convertido en todo el mundo en una potente amenaza y un desafío. Pero cayó solo, por la propia inmanente debilidad».

 

Fuente: Vatican Insider

magnifiercrosschevron-down