Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras.
Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.
El cónsul en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.
Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.
Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.
Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.
El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.
Así lo afirmaba fray Atif Falah, fraile franciscano de la Custodia de Tierra Santa y responsable del santuario de la casa de San Ananías en Damasco. El 1 de octubre se conmemora San Ananías y para la ocasión se celebró una misa en el santuario custodiado por los franciscanos, que se encuentra dentro de las antiguas murallas de la ciudad, en el sur de Siria.
La figura de Ananías en la Biblia aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9, 1-26; 22, 4-16), y desempeña un importante papel, al ser el designado para bautizar a San Pablo, tras su conversión.
“La tradición oriental cuenta a San Ananías entre los 72 discípulos de los que habla Lucas (10,1) y entre aquellos que llegaron a Damasco después de la lapidación de San Esteban – explica fray Atif –. San Ananías fue el primer obispo de Damasco y el primer mártir de Damasco”.
De hecho, fue arrestado por el gobernador Licinio y condenado a muerte, mientras evangelizaba Siria. Sus restos fueron después trasladados a Roma y hoy se encuentran en la basílica de San Pablo.
Sin embargo, en Damasco queda la que se considera la casa de Ananías, una cripta formada por dos estancias, accesible por una escalera de veintitrés escalones. Los escombros acumulados allí a lo largo de los siglos han provocado una elevación del terreno en esta parte de la ciudad de Damasco.
Algunos testimonios certifican que desde el principio la casa de Ananías se convirtió en lugar de peregrinación y oración para los primeros cristianos, hasta el punto de que – como en otros Lugares Santos vinculados a la vida de Jesús – el emperador Adriano hizo construir allí un templo pagano para impedir la veneración de los cristianos.
La casa se sitúa sobre los restos de la iglesia bizantina de la Santa Cruz, de los siglos V-VI, encontrados durante las excavaciones realizadas por el conde Eustaquio de Lorey en 1921. En 1347, según el testimonio del franciscano Poggibonsi, sabemos que la iglesia fue convertida en mezquita y que solo más tarde fue cedida a los cristianos.
Según el escritor árabe Ibn Shaker, el califa Walid I la entregó a cambio de la iglesia de San Juan Bautista, que pasó a formar parte de la mezquita de los omeyas, actualmente el principal lugar de culto de Damasco. En los siglos posteriores, la casa de San Ananías se convirtió en lugar de veneración para cristianos y turcos, como atestigua el fraile franciscano Antonio Di Castillo: “Los turcos que la custodian, mantienen muchas lámparas encendidas”.
A finales del siglo XII la casa de Ananías se convirtió de nuevo en mezquita, hasta que en 1820 la Custodia de Tierra Santa consiguió su restitución. La capilla fue reconstruida en 1867 (había sido destruida en 1860) y luego reformada en 1973.
En Damasco se encuentra también el lugar donde la tradición sitúa el episodio de la conversión de San Pablo, en el barrio Al Tabbaleh, donde los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa construyeron una capilla en 1925. En su lugar, en 1971 se inauguró el Memorial de San Pablo, a instancias del papa Pablo VI, que es el segundo santuario de Siria custodiado por los franciscanos.
“La casa madre de los franciscanos de la Custodia en Damasco se encuentra en las murallas de la ciudad vieja”, dice fray Bahjat Karakach, superior del convento. Actualmente, en Damasco trabajan seis frailes, distribuidos en dos parroquias, una dedicada a la conversión de San Pablo y la otra a San Antonio de Padua. Los franciscanos se dedican a la animación y cuidado de los dos santuarios, además de atender a los cristianos locales. “Los fieles de rito latino en Damasco constituyen en la actualidad unas 300 familias, pero los que quedan son ancianos en su mayoría– explica fray Bahjat –. Muchos jóvenes han abandonado el país durante los años de guerra”.
Los daños de la pandemia del coronavirus han agravado aún más la ya difícil situación de Siria, aunque a menudo es complicado deducirlo de los datos oficiales, por las pocas pruebas que pueden realizarse. “En Damasco, en agosto, otros tres frailes y yo fuimos afectados por el coronavirus, pero gracias a Dios estamos curados. Lamentablemente, dos frailes de la comunidad de Alepo fallecieron”.
La vida en Damasco hoy es muy difícil, como cuenta fray Bahjat:
“la gasolina escasea y hay kilómetros de cola en las gasolineras. Hay un fuerte sentimiento de desesperación y muchos solo esperan que las fronteras vuelvan a abrir para huir. La gente está agotada. Ahora que llega el invierno, sabemos ya que habrá emergencia de gasóleo para la calefacción. La electricidad va y viene. También las raciones de pan, que en Siria distribuye directamente el estado, se han reducido.
Con las sanciones impuestas, el país no logra remontar económicamente: la lira siria ha perdido su valor y los precios son altísimos. La gente no ve un horizonte y estamos viviendo una situación de emergencia peor que la que había durante los bombardeos de la guerra. Además, la crisis libanesa ha tenido mucho impacto en Siria, porque muchos sirios trabajan en Líbano y, por tanto, a día de hoy hay quienes ya no pueden ayudar a sus familias. Todas las ayudas pasaban también a través de Líbano, pero ahora el Líbano está arrodillado”.
Ante tanto sufrimiento, los franciscanos de la Custodia, gracias también a la ayuda de la ONG Pro Terra Sancta, intentan ofrecer apoyo a la población, con un centro de emergencia que funciona desde hace cuatro años y da a unas 400 familias cupones para comprar alimentos. También se proporciona medicinas a unos 300 pacientes, además de ofrecer ayudas a los que tienen que someterse a operaciones quirúrgicas.
Pequeñas sumas sirven de ayuda a estudiantes universitarios, así como aportaciones para leche para los recién nacidos y cursos sobre cómo llevar una casa o para incorporarse al mercado laboral. También son fundamentales los cursos de apoyo psicológico para niños y adolescentes, y las clases de música para los jóvenes.
“Todo parece difícil y es difícil mantener la esperanza – confiesa fray Bahjat – En la última reunión que tuve con los catequistas hablé claramente. Poner nuestra esperanza en que la situación mejore parece casi utópico ahora mismo. No podemos hacer más que considerar nuestra presencia como una misión que hay que vivir, al precio de cargar con una pesada cruz. La esperanza no excluye el sufrimiento sino que, de alguna forma, lo integra. Pero es necesario hacer algo concreto para poder pedir a los jóvenes que se queden”.
"Hace falta de todo”, según el fraile de la Custodia en Damasco, pero sobre todo es importante que se siga hablando de Siria.
“Con frecuencia la gente se olvida de la cuestión siria, o las noticias son parciales – afirma –. Me gustaría que se hablase más de la comunidad cristiana de Siria, que es la más antigua del mundo. Además, necesitamos una comunidad internacional que trabaje por la reintegración de Siria en el panorama mundial. ¿Cómo se puede ofrecer esperanza si el país no se puede reconstruir? Podéis ayudarnos con la oración, con ayuda económica y con apoyo moral”.
Comienzos y tipologías de la actividad conciliar -
1. Concilio de Nicea (año 325)
2. Concilio de Constantinopla I (año 381)
3. Concilio de Éfeso (año 431)
4. Concilio de Calcedonia (año 451)
5. Concilio de Constantinopla II (año 553)
De estas últimas tenemos ya un antecedente de cierta relevancia en la que tiene lugar el año 49 por el grupo «de los Doce» y los presbíteros de Jerusalén sobre la comida de las carnes inmoladas a los ídolos y la observancia de algunos preceptos de la Torah (Hch 15,22ss.).
Las reuniones de tipo conciliar estarán motivadas por cuestiones de fe o de disciplina que afectan a comunidades cristianas de un determinado territorio. Se ha podido constatar que los primeros concilios se convocan como reacción frente al montanismo.
Así nos lo atestigua Eusebio de Cesárea, que nos habla de una reunión de 26 obispos, entre los años 160 y 180, en torno a su colega de Hierápolis (Historia EccIesiastica, V, 16, 10). También a finales del siglo II la controversia sobre la fecha de la Pascua genera la celebración de algunos sínodos en Roma, el Ponto, las Galias y Egipto (ibid., V, 23, 2).
Durante el siglo III esta actividad conciliar tendrá un incremento considerable debido especialmente a los efectos de las grandes persecuciones de Decio (249-250) y Diocleciano (303-305). San Cipriano celebrará cuatro concilios en Cartago, una vez finalizada la persecución, para decidir sobre la situación eclesial de los lapsi. Algunos autores sostienen que el Concilio de Elvira (Ilíberis/Iliberri) debió de reunirse poco después de acabar la persecución de Diocleciano, aunque no se sabe con certeza la data, las hipótesis suelen oscilar entre el año 295 y el 326.
También se han presentado dudas sobre su naturaleza, puesto que el elevado número de sus cánones (81) ha hecho pensar a algunos estudiosos que se trata más bien de una colección canónica. Pero, aún dejando de lado las disquisiciones eruditas, todos admiten la gran influencia que tuvo este Concilio al figurar sus decretos en la Hispana y en otras colecciones canónicas posteriores. Especialmente relevante será su canon 33 que prohibirá el uso del matrimonio a los obispos, presbíteros y diáconos.
A partir de la conversión de Constantino a comienzos del siglo IV se consolida el papel de la Iglesia dentro del Imperio romano, y por lo que se refiere a la historia de los concilios aparece por primera vez la institución que se ha venido en llamar «concilio ecuménico». El nombre de ecuménico deriva de oikumene, nombre geográfico que abarcaba todo el territorio del Imperio romano.
Estas asambleas episcopales tenían también la particularidad de ser convocadas por los emperadores romano-cristianos. Posteriormente, y ya en ámbito eclesiástico, la palabra «ecuménico» designaba la unidad de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente durante el primer milenio. De ahí que los concilios que reciben esta denominación se consideren virtualmente «universales».
Durante la Alta Edad Media se lleva a cabo la conversión de los pueblos germánicos y con este motivo comienzan a realizarse concilios de carácter nacional dentro de algunos reinos germánicos, como los celebrados en la Hispania visigótica y en la Galia de los francos. En el reino visigótico serán famosos los concilios de Toledo. Tenían estos sínodos la peculiaridad de ser asambleas conjuntas de obispos y de nobles, que legislaban sobre asuntos eclesiásticos y civiles.
De ellos el III de Toledo (589) destacará por ser el que establece oficialmente la conversión de los visigodos al catolicismo, y porque declara en sus actas la procesión del Espíritu Santo citando expresamente el Filioque. En la Galia carolingia merece una mención especial el Concilio de Francfort (794), que condenará el adopcionismo de Elipando de Toledo y Félix de Urgel y dará una serie de disposiciones sobre el culto de las imágenes.
En síntesis, podemos hablar de la configuración histórica de tres tipos de concilios, según la mayor o menor extensión de las sedes episcopales en ellos representadas:
a) Provinciales o regionales,
b) nacionales,
c) ecuménicos o universales.
Nos ocuparemos del último grupo, desde el concilio de Nicea (325) hasta el de Constantinopla II (553) inclusive.
> Concilio de Nicea I (325)
> Concilio de Constantinopla I (381)
> Concilio de Éfeso (431)
> Concilio de Calcedonia (451)
> Concilio de Constantinopla II (553)
by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com
Son considerados santos por la Iglesia católica y su fiesta se celebra el 25 de octubre. Son los patronos de los zapateros y peleteros.
Son dos mártires romanos venerados por franceses e ingleses, y a los que los zapateros los tienen como patronos, pues aprendieron el oficio de zapateros para extender su fe en el desempeño de este humilde oficio, sin despertar sospechas.
Se supone que emigraron a Inglaterra, y se establecieron en Faversham, Kent, donde, hasta 1670, se seguía mostrando la tienda donde habían ejercido su oficio. Shakespeare los nombra seis veces en Enrique V y los vuelve a alabar en Julio César por haber sabido curar tanto las almas como calzar los pies de sus clientes.
(Asia News)« En Uttar Pradesh, la intolerancia contra la fe cristiana crece día a día. Además, los grupos de derecha han incrementado sus ataques a las comunidades cristianas vulnerables», declaró a AsiaNews Sajan K George, presidente del Consejo Global de Cristianos Indios (Gcic), enumerando una serie de detenciones y palizas motivadas por (falsas) acusaciones de proselitismo y conversiones forzadas:
«El 6 de octubre en el distrito de Mau (Uttar Pradesh), dos inocentes pastores pentecostales fueron puestos en libertad bajo fianza después de haber sido falsamente acusados de conversiones forzadas. Dos días antes, algunos grupos de derecha [militantes nacionalistas hindúes-ndr] irrumpieron en la casa del pastor Harilal mientras estaba dirigiendo un servicio de oración con el pastor Kalicharan. Seis miembros del grupo radical, liderado por Chandan Singh, interrumpieron el servicio y comenzaron a fotografiar y filmar a los cristianos presentes.
Después, como si ya hubieran sido advertidos, llegaron algunos policías que acusaron a los pastores de conversiones forzadas y los arrestaron. Los radicales los siguieron hasta la estación de policía, gritando consignas anticristianas y acusándolos de conversión. Posteriormente, los dos pastores fueron llevados ante un juez, quien volvió a interrogarlos sobre posibles conversiones forzadas. Después de la breve audiencia, los dos pastores fueron recluidos en la cárcel de Mau. El 6 de octubre ambos quedaron en libertad bajo fianza».
El presidente del GCIC está asombrado por la intrusión de grupos radicales en una casa particular:
«Estos ataques en el espacio sagrado del hogar de una persona no son nuevos. Los grupos de derecha actúan como bandas que vigilan los hogares de las pequeñas comunidades cristianas. Entran en sus hogares privados y acusan a los creyentes de conversiones forzadas. De esa manera, estos pobres cristianos son arrestados y acusados en virtud de varias secciones del código penal indio. Estos esbirros extremistas han creado una situación que aparentemente respeta la ley, pero en realidad ellos son los primeros en violarla».
Sajan K George sigue enumerando los casos de violencia contra los cristianos:
«El 27 de mayo pasado, también en el distrito de Mau, un grupo de extremistas golpeó brutalmente a un pastor protestante, quien debió recibir atención médica en un hospital. ¡El motivo de la paliza era la sospecha de conversiones forzadas!
A fines de enero, después de permanecer más de dos meses en prisión, tres cristianos fueron puestos en libertad bajo fianza. Se trata de Ajay Kumar, un pastor de 23 años, su compañero Om Prakash, de 20, y Kapil Dev Ram, un fiel de 62 años. A ellos también se les acusa de conversiones forzadas. Y todas son acusaciones inventadas».
Uttar Pradesh, el estado indio con más población (alrededor de 200 millones de habitantes), está encabezado por el Ministro Principal Yogi Adityanath, un ‘varón santo’ famoso por sus posiciones contra los cristianos y otras minorías religiosas.
Según el Instituto de Liderazgo y Desarrollo Comunitario, Uttar Pradesh ocupa el primer lugar entre los estados de la India por violencia religiosa y étnica. El Violence Monitor, una publicación mensual que hace un seguimiento de la violencia contra los cristianos, a menudo ha colocado a Uttar Pradesh en la cabeza de las listas de clasificación por ese motivo.
Sus Cartas tratan de las disputas que se suscitaron en su tiempo sobre la Encarnación. Algunas de sus Homilías son un elogio acabado de la Virgen y de su maternidad divina; las demás hablan principalmente de Jesucristo, de sus misterios y de las fiestas más notables, Su estilo es conciso y sentencioso; abundan también los pasajes oratorios y espirituales.
En el último año de su episcopado (447) se introdujo el Trisagio en la liturgia. Los orientales le atribuyen la revisión definitiva de la liturgia de San Juan Crisóstomo, en Constantinopla.
Todo lo que se puede afirmar sobre este santo está contenido en el elogio del Martirologio Romano, que prácticamente reproduce la línea que le dedica Eusebio en su Historia Eclesiástica IV,6,4.
El contexto histórico es la guerra judía en tiempos de Adriano, hacia el 130 de nuestra era, que lleva al emperador a expulsar por completo a los judíos de Jerusalén, y, vaciada la ciudad, repoblarla con gentiles, y con el nuevo nombre de Elia (se discute si Elia es la misma ciudad de Jerusalén o una nueva fundación, pero en todo caso reemplaza a Jerusalén), nombre que conservó por siglos.
Los cristianos, que hasta ese momento habían mantenido la sucesión apostólica por línea de judíos (los «parientes del Señor» habían tenido prioridad en esa sucesión, según las listas que maneja Eusebio), debieron también elegir por primera vez un gentil, quizás por obligación, quizás simplemente porque las nuevas circunstancias lo aconsejaban. Según esos mismos listados que Eusebio conoció, Marcos fue el decimosexto obispo de Jerusalén.
Según la lista de San Ireneo del siglo II, cuando el Papa Alejandro I murió después de 8 años de pontificado (107-115), como narra Eusébio de Cesarea en Historia Eclesiástica IV, fue sucedido por san Sixto I (115-126), y éste por San Telésforo (126-137), y luego San Higinio.
Durante el papado de San Higinio, hay un hecho interesante ocurrido durante este período: los herejes buscaron la cabeza de la Iglesia para atacarla, y buscaron Roma. Esto sucedió cuando el teólogo gnóstico Valentino buscó difundir sus ideas gnósticas: “Porque Valentino llegó a Roma en la época de Higino, floreció bajo Pío y permaneció hasta Aniceto” (San Ireneo, Contra Herexes, tomo 3, capítulo 4, 3), luego pasó unos treinta años (136-165). Sin embargo, San Aniceto (110-166) defendió la Fe con gran celo y habilidad contra Valentino, Marciano y otros herejes gnósticos de la época.
También durante el pontificado de San Aniceto, en el año 154, San Policarpo obispo de Esmirna (69-155), se vio en la obligación de acudir personalmente a san Aniceto, el undécimo obispo de Roma, en representación de los cristianos asiáticos, por que su celebración de la Pascua se diferenciaba del resto de la Iglesia. Mientras que las otras iglesias celebraban la fiesta un domingo, los asiáticos celebraban la fecha en el calendario judío, el 14 de Nisán, cualquier día de la semana que cayera. Los acontecimientos del siglo II están narrados en una carta de San Ireneo al Papa Víctor (185-199), conservada por el historiador Eusébio de Cesarea:
“Y cuando el bienaventurado Policarpo estuvo en Roma en la época de Aniceto, y discreparon un poco sobre algunas otras cosas, de inmediato hicieron las paces, sin molestarse en discutir este asunto. Porque Aniceto no pudo persuadir a Policarpo de que no observara lo que siempre había observado con Juan, el discípulo de nuestro Señor, y los demás apóstoles con quienes se había asociado; ni Policarpo logró persuadir a Aniceto de que lo observara, diciéndole que debía seguir las costumbres de los mayores que lo precedieron.
Pero, aunque así fue, comulgaron juntos, y Aniceto le dio a Policarpo la administración de la Eucaristía en la iglesia, manifiestamente en señal de respeto. Y se separaron en paz, tanto los que miraban como los que no, manteniendo la paz de toda la iglesia ”.
- Historia Eclesiástica, Libro V, capítulo 24. [2]
San Ireneo se convirtió en el pacificador de la ocasión, exhortando y negociando así en nombre de la paz de las Iglesias, y provocando que Aniceto permitiera a Policarpo ejercer su ministerio. Se ve claramente que cada iglesia ya en ese momento dependía de Roma; si no, Policarpo muy bien podría celebrar la Pascua el 14 de Nisán sin consultar al obispo de Roma. Pero apeló a una autoridad, y no fue al obispo de la Iglesia de Antioquía, Alejandría o Jerusalén, sino al Obispo que mandaba todas estas Iglesias: al Obispo de la Iglesia de Roma, que podía permitir que las Iglesias de Asia continuaran con esta costumbre.
Es por eso que San Abercio (? -167), obispo de Hierópolis en Frígia, escribe que cuando visitó Roma durante la época del emperador Marco Aurélio, dijo en su famoso epitafio que atestigua una creciente conciencia de la fraternidad universal que está creando la Iglesia, algo que pudo experimentar en sus viajes, y elogia la majestad de la iglesia romana, reina del mundo cristiano:
“Ciudadano de una ciudad elegida, este monumento lo hice mientras vivía, para que pudiera, con el tiempo, haber un lugar de descanso para mi cuerpo, siendo [yo] de nombre Abercius, el discípulo de un santo pastor que alimenta rebaños de ovejas tanto en las montañas como en las llanuras, que tienen grandes ojos que ven en todas partes. Porque este pastor me enseñó que el libro [de la vida] es digno de fe. Y a Roma me envió a contemplar la majestad y ver a una reina vestida de oro y sandalias de oro; allí también vi a un pueblo con una marca brillante. “.
Santo Aniceto murió en 168 y fue sucedido por San Sotero, quien murió en 174 y fue sucedido por San Eleuterio.
“La Tradición deriva de los apóstoles, de la Iglesia muy grande, muy antigua y universalmente conocida fundada y organizada en Roma por los dos apóstoles más gloriosos, Pedro y Pablo; además de señalar la fe predicada a los hombres, que llega a nuestro tiempo a través de la sucesión de los obispos. Porque es una cuestión de necesidad que cada iglesia esté de acuerdo con esta Iglesia, debido a su autoridad preeminente [potiorem principalitatem] ”. - Contra las herejías, libro 3, capítulo 3, versículo 2
Si hubiera disputas en una iglesia local, esa iglesia debería recurrir a la Iglesia Romana, ya que contenía la Tradición que es preservada por todas las iglesias. La vocación de Roma consistía en desempeñar el papel de árbitro, resolver asuntos contenciosos, dar testimonio de la verdad o falsedad de cualquier doctrina que se les presentara. Roma era realmente el centro al que todos convergían, si querían que su doctrina fuera aceptada por la conciencia de la Iglesia.
En 189, cuando murió San Eleutério, Papa Víctor (185-199) ocupó su cargo. Vuelve a surgir el antiguo problema de la Pascua que se celebra el 14 de Nisán según la Pascua hebrea. En el centro de la disputa estaba lo siguiente: en Asia Menor, en las iglesias de esa fecha del apóstol Juan, la Pascua se celebró el 14 de Nissan, la fecha de la Pascua.
El Papa San Víctor obviamente conocía la variación entre Asia y el consenso de las iglesias, y luego pidió que se llevaran a cabo sínodos en todas partes sobre el tema. Hubo un sínodo celebrado en Palestina bajo Teófilo de Cesarea, Narciso de Jerusalén, un sínodo en Ponto bajo Palmas, otro en Galia bajo San Ireneo. Otros obispos involucrados fueron el pastor de la iglesia en Osroene, Baco de Corinto, Casio de Tiro, Claro de Ptolemaida, y nuestro testigo histórico Eusébio de Cesarea también señala que hubo “cartas de muchos otros que expresaron la misma opinión y juicio y dieron a conocer el mismo votar. Y el punto de vista [tradición romana] que se describió anteriormente fue aceptado por todos ellos ”(Historia Ecclesiastica, V, 23-25). Además, Clemente, director de la escuela de catequesis de Alejandría,publicó un resumen de las tradiciones que recopiló y todos estuvieron de acuerdo con la posición de Roma.
El Papa Víctor decidió unificar todo el calendario pascual de la Iglesia. Ordenó a las iglesias asiáticas que abandonaran su antigua práctica a favor de usar el Domingo de Pascua. Ellos rechazaron. El historiador de la Iglesia Eusébio registra su respuesta, escrita por un obispo llamado Polícrates. Su base para el rechazo es que esta fue la práctica ininterrumpida del Apóstol Juan, San Policarpo y otros.
Tenemos lo que podría ser una hermosa historia sobre la convivencia de tradiciones litúrgicas, la adopción de diferentes costumbres y la diversidad del Cuerpo de Cristo. Solo que no es así como termina esta historia. En cambio, hubo un desagradable choque de obediencia y autoridad por un lado, con la tradición litúrgica por el otro.
El poder de Roma es vidente: Roma ordena que todas las iglesias de Asia sean excomulgadas. Sin embargo, algunos obispos se opusieron a Víctor y le rogaron que rectificara. Reprendieron fuertemente al Papa por su actitud, ya que querían mantener la paz y la unidad con toda la Iglesia, y sentían que la acción papal había sido demasiado dura. El historiador de la Iglesia, Eusébio de Caesaréia, al hablar de lo sucedido, escribió:
“En vista de esto, el papa Víctor, decidió sacar a las comunidades de toda Asia de la unidad común, y simultáneamente a las Iglesias vecinas, por ser heterodoxas; publicó esta decisión por carta y proclamó que todos los hermanos de estas regiones, sin excepción, estaban fuera de la unidad de la Iglesia. Pero eso no agradó a todos los obispos. Y le rogaron que considerara las cosas de la paz, la unidad y el amor al prójimo. Sus palabras aún se conservaron. Se oponían firmemente a Víctor ".
- Historia Eclesiástica, Libro V, 24, 9-10
Esta es quizás la evidencia más explícita de la autoridad del obispo romano para imponer una nueva costumbre, e incluso para aislar a toda una comunidad disidente de la comunión de la Iglesia (algo que él no pudo hacer sin la debida autoridad). Allí se ejerce la autoridad papal. El Papa San Víctor respondió a la desobediencia de los obispos asiáticos con una excomunión masiva de aquellos que se negaron a trasladarse al Domingo de Pascua.
Otros obispos (incluso aquellos que estuvieron de acuerdo con Víctor) se sorprendieron razonablemente por la dureza de este castigo. Evidentemente, la pena que el Papa dio a las Iglesias en Asia fue exagerada, tanto que generó una oposición a su actitud.
San Ireneo (quien defendió la fecha del Domingo de Resurrección y creyente en el papado romano) fue uno de los obispos que intervino y suplicó a Vitor que revocara su decisión, enfatizando que el Papa Aniceto había comulgado con San Policarpo, a pesar de sus diferencias sobre este asunto. San Ireneo coincide en que es necesario celebrar el misterio de la resurrección del Señor sólo el domingo; sin embargo, con gran sentido común, insta a Vitor a no amputar iglesias enteras de Dios que habían observado la tradición de una antigua costumbre.Eusébio escribe al respecto:
“Primero, declara que solo el domingo debe celebrarse el misterio de la resurrección del Señor; luego insta gentilmente a Vítor a no separar Iglesias de Dios enteras de la comunión, que conservan la tradición del uso antiguo; y por muchas otras razones, agregar las siguientes expresiones: […] ”
-Historia Eclesiástica, Libro V, 24, 11
Esta petición, de Irineu, que en sus cartas pide que el mundo entero se subordine a Roma, será crucial para que Victor retire la sentencia impuesta. El obispo de Roma demostró su autoridad incomparable al imponer la Pascua. Los obispos asiáticos, como Policarpo y Polícrates, aunque se negaron a aceptar la costumbre romana, reconocieron sin embargo la petición de los obispos romanos: el primero sintió la obligación de ir, en el año 154 d.C., personalmente a Aniceto para resolver la cuestión de la Pascua y otros asuntos, el segundo accedió a la orden de Victor de convocar un consejo.
Eusébio concluye su relato simplemente diciendo:
“Así, San Ireneo que realmente tenía un buen nombre [el nombre proviene de la palabra griega paz], se convirtió en un pacificador en este asunto, exhortando y negociando de esta manera en nombre de la paz para las iglesias. Y verificó por carta este tema debatido, no solo con Vitor, sino también con la mayoría de los otros líderes de la iglesia "
El resultado final del conflicto es impresionante: Vitor ganó. Asia Menor pasó de Pascua a Pascua (una tradición establecida por el apóstol Juan) al Domingo de Pascua, a pedido del Papa.
Vale la pena recordar que esta historia no es la de un papa renacentista imperioso. Él es uno de los primeros mártires cristianos, y todo sucedió antes de finales del siglo II. Literalmente, tomará más de un siglo antes de que alcancemos la legalización del cristianismo por el Edicto de Milán, y mucho menos algo como el Concilio de Nicea.
Cuando San Víctor I murió en 199 d.C., San Ceferino fue nombrado su sucesor apostólico. En el año 202, el emperador Septimio Severo levantó la quinta persecución más sangrienta contra la Iglesia, que se prolongó no solo durante dos años, sino hasta la muerte de ese emperador en el 211. Durante esta furiosa tormenta, este santo pastor fue el sostén y consuelo del angustiado rebaño y sufrió por caridad y compasión lo que atravesó todo confesor.
by Gabriel Larrauri – www.primeroscristianos.com
El cristianismo nace, por vez primera, la idea de una responsabilidad por el otro que es universal, esto es, desligada de su vinculación a una comunidad concreta, estuviera basada en vínculos familiares o de sangre, étnicos o de origen común (idea de «pueblo»), sociales (referidos a los «pares» o a aquellos con los que se comparte un mismo estatus) o, incluso, religiosos.
Con el mensaje cristiano original nace, en cambio, la noción de «prójimo», y prójimo es, precisamente, cualquiera. La parábola del buen samaritano lo expresa con claridad. De esta forma, no se tendría obligación de hacer el bien únicamente a los miembros de la propia familia, grupo social o comunidad; esto es, a aquellos hacia quienes surge una identificación primaria.
Por el contrario, con el mensaje cristiano la responsabilidad moral comienza a trascender los vínculos naturales (territoriales y de sangre) y también los tejidos en torno a la preeminencia social (a través de la preocupación por el pobre, por el excluido, por el «pecador», por el «invisible»). Jesús se enfrenta a este salto entre el sentido restringido de los que eran considerados hasta entonces los «propios» y un nuevo sentido de inclusión que resulta ser universal.
Así, en el pasaje bíblico referente a la mujer cananea, Jesús la rechaza primero argumentando que «Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel», pero seguidamente rectifica y la acepta, curando a su hija (Mt. 15: 21-28).
Es únicamente de esta forma como puede irse forjando la concepción de una comunidad propiamente espiritual, en el sentido de despojada de intereses o vínculos materiales concretos. Es este el reto trascendental que se presenta cuando Pedro y Pablo discuten en el concilio de Jerusalén acerca de conservar o no, para el nuevo credo, los ritos tradicionales judíos.
El hecho de que, finalmente, no fueran considerados necesarios para lograr la salvación permitió al cristianismo trascender su vinculación con una comunidad humana concreta y convertirse en un mensaje de salvación verdaderamente universal.
Por otro lado, el énfasis que hace Jesús en la solidaridad con el débil, personificado en las figuras del pobre, la mujer o el excluido, supone el inicio de un cuestionamiento de toda forma de poder concebida como afirmación de privilegios. Podría comenzar, así, un lento proceso histórico de reivindicación del poder de todos y cada uno, en el que la idea de comunidad esté basada, precisamente, en la afirmación de dicho poder legítimo, es decir, el de poder ser el que verdaderamente se es, desarrollando las posibilidades que nos son inherentes.
Así pues, todo poder que niegue este auténtico poder constituiría, de hecho, según la nueva cosmovisión cristiana, un sujeto de atribuciones ilegítimas; un cuestionamiento que dio pie, precisamente, a la erección de una Iglesia que, concebida como comunidad espiritual, se encontrara vigilante ante el ejercicio del poder temporal.
Además, en la predicación cristiana original, Jesús comienza a cuestionar normas y tradiciones asentadas en pro de una defensa, aún confusa, de una inocencia humana que se va perfilando como primigenia. Su acercamiento a los niños y su apelación a que debemos ser como ellos apunta a una fe en el carácter auténtico del ser humano, anterior a su deformación por el pecado, y que puede ser recuperable («Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto»).
Y aunque insta claramente a la asunción de una fuerte responsabilidad individual («Vete y no peques más», le dice a la adúltera), no considera a la sociedad como legitimada para el castigo («Quien de vosotros esté libre de pecado, que tire la primera piedra»). En virtud de la ley superior del Amor, Él mismo perdona, abriendo el camino para la consideración de la inocencia humana, que podría reputarse pervertida transitoriamente por relaciones inauténticas.
Por último, el cristianismo presenta otro rasgo completamente novedoso, tal y como subraya Karl Lowitz: acaba con la ausencia de sentido histórico de las sociedades antiguas, que poseían un sentido del tiempo circular, y normalmente vinculado a un pasado considerado mítico o arquetípico.
Al poner el énfasis en la salvación, en la futura redención humana, en el anunciado fin de los tiempos, comienza a relativizar cualquier construcción sociohistórica, considerada, en definitiva, transitoria. Esto supone poner los fundamentos imprescindibles para que el ser humano pueda contemplar desde «fuera», esto es, con distanciamiento crítico (en función de un fin compartido, que sirve de eje orientador para cuestionar lo presente), el medio social en el que se encuentra inserto y, con ello, poner las bases para trascenderlo.
¿Y en qué consistiría ese fin anunciado, que constituye la guía o referente para el cristiano, y en torno al cual únicamente puede construirse una comunidad espiritual? Ese fin está conformado en función de las dos normas básicas que, según Jesús afirma, resumían todas las demás: «Amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos».
Lo primero implica amor a lo universal, por encima de cualquier particularidad reduccionista, así como a lo que es por sí mismo, más allá de cualquier instrumentalización posible. El amor al prójimo como a nosotros mismos no podría entenderse sino de la misma manera. Una búsqueda de la «Jerusalén celeste» que, independientemente de su ubicación concreta (en la Tierra o la Trascendencia), marcará un referente utópico en función del cual orientar la experiencia histórica.
Rosa Mª Almansa es doctora en Historia Contemporánea, profesora del Grado de Humanidades de UNIR que además imparte el Seminario Heridas del Mundo Actual que forma parte de la propuesta de la ESCUELA DE HUMANIDADES DE UNIR
Aunque la celebración en 451 del Concilio de Calcedonia supuso la condena del monofisismo, esta doctrina seguía muy extendida por amplias zonas de Oriente, sobre todo en Egipto. Para el emperador Justiniano I, el posible cisma que en el seno de la Iglesia amenazaba con provocar el monofisismo, podía desembocar en la posterior independencia política de un territorio que, como en épocas anteriores, era considerado el "granero del Imperio".
Después de la recepción del concilio de Calcedonia, quedaba subyacente el acercamiento de los monofisitas, que se resistían a aceptar el concilio por considerarlo nestoriano. Los emperadores estaban especialmente sensibilizados en este tema, por lo que suponía una división dentro del Imperio. Un intento de acercamiento a los disidentes tuvo lugar en 484 con el Henotikón, es decir, la «fórmula de unión», pactada por el patriarca Acacio de Constantinopla con los monofisitas.
En este documento se condenaba tanto a Nestorio como a Eutiques, apelando como único modelo y regla de fe a la «de los 318 padres (Nicea), fuera de la cual no hay ninguna definición de fe». El Henotikón no sólo no supuso un entendimiento con los monofisitas, sino que originó un cisma con Roma, que duró 35 años, hasta el 519 con la fórmula de Hormisdas, elaborada por el papa de este nombre y suscrita por el emperador Justino I.
Con la llegada de Justiniano (527-565) al poder, la idea de unidad del Imperio se impone tanto en el terreno político, como en el eclesiástico. El emperador se apoya en las tesis de la llamada «teología neocalcedoniana», que buscaba el acercamiento con los monofisitas. En esta línea hay que entender el decreto imperial de los años 543-544, que se conoce con el nombre de condena de los «Tres capítulos». Se trata de textos de tres teólogos de la escuela antioquena (Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa).
Hay que tener en cuenta, además, que para conseguir la adhesión del papa Vigilio (537-555) a sus propósitos, Justiniano le hizo ir a Constantinopla, y allí permaneció durante cinco años, tratándole como a un prisionero y obligándole a suscribir el decreto imperial antes citado.
Con el fin de extender esta condena a toda la Iglesia, Justiniano reunió un concilio en Constantinopla.
Este Concilio tuvo lugar en la metrópoli imperial del 5 de mayo al 2 de junio de 553. Se celebró en un edificio anejo a la basílica de Santa Sofía. Era un concilio seleccionado por el emperador y no había oposición. Contó con asistencia de unos 150 obispos, todos partidarios de los «Tres capítulos».
Sin la presencia del papa Vigilio y, a pesar de su protesta, se inauguró el Concilio, presidido por Eutiquio, patriarca de Constantinopla. El 14 de mayo el papa Vigilio junto con otros dieciséis obispos firmaron una declaración en la que condenaban sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuestia, pero rehusaban condenar su memoria y reexaminar los casos de Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa, porque ya habían sido rehabilitados por el concilio de Calcedonia. Justiniano no aceptó esta declaración, ni la comunicó al concilio.
En las sesiones quinta y sexta el concilio condenó los «Tres capítulos». En la octava y última sesión, la asamblea conciliar pronunció varios anatemas, de los cuales los doce primeros eran contra Teodoro de Mopsuestia, el decimotercero contra Teodoreto de Ciro y el último contra Ibas. También se anatematizó a Orígenes y sus teorías.
A todo esto, el Papa Vigilio, enfermo y presionado por el emperador, envió una carta a Eutiquio en la que se adhería al Concilio, accediendo a la condenación de los «Tres capítulos», preparando así el camino para la aceptación ecuménica del Concilio.
Los resultados del Concilio no surtieron los efectos que el emperador había previsto, sobre todo por lo que se refiere al monofisismo.
by Domingo Ramos Lisson, www.primeroscristianos.com