De esta manera proclamaba como dogma de fe de forma definitiva lo que la tradición popular había sostenido desde los comienzos de la Iglesia.
En la Sagrada Escritura encontramos algunas referencias (aunque no directas) a la Virgen. El primer pasaje escriturístico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor: “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer y su estirpe; ella aplastará tu cabeza cuando tú aceches para morderle su talón” (Génesis 3:15).
Por otra parte en el evangelio de San Lucas, el saludo del ángel Gabriel (Cfr. Lucas 1:28) “Dios te salve, llena de gracia” , “chaire kecharitomene”, indica una alabanza a la abundancia de gracia, un sobrenatural estado del alma agradable a Dios, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción de María. También se han visto referencias a la Virgen María en el libro de los Proverbios, el Eclesiático y el Cantar de los Cantares (Cfr. Cant. 4:7).
Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos, aunque insisten en dos puntos sobre todo: la absoluta pureza de María y su posición como segunda Eva (Cfr. 1 Cor 15:22).
Esta celebrada comparación entre Eva, por algún tiempo inmaculada e incorrupta -no sujeta al pecado original- y la Santísima Virgen es desarrollado por varios Padres de la Iglesia: San Justino, San Ireneo de Lyon, Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén y Sedulio entre otros.
Los escritos patrísticos sobre la absoluta pureza de María son muy abundantes: Orígenes la llama «digna de Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento».
San Ambrosio dice que «es incorrupta, una virgen inmune por la gracia de toda mancha de pecado».
San Agustín declara que todos los justos han conocido verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en cuestión nada en lo que concierne al pecado».
Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María.
San Efrén describe la excelencia de la gracia y santidad de María:
«La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu [..], mi Señora santísima, purísima, sin corrupción, la solamente inmaculada».
La antigua fiesta de la Concepción de María (Concepción de Santa Ana), que tuvo su origen en los monasterios de Palestina a final del siglo VII, y la moderna fiesta de la Inmaculada Concepción no son idénticas en su origen, aunque la fiesta de la Concepción de Santa Ana se convirtió con el paso del tiempo en la de la Inmaculada Concepción.
Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos. El más antiguo es el canon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII.
En la Iglesia Oriental la solemnidad emergió de comunidades monásticas, entró en las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente fue fijada fiesta en el calendario de Basilio II, con la aprobación de la Iglesia y del Estado.
En la Iglesia Occidental la fiesta aparece cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido.
El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando.
El definitivo y fiable conocimiento de la fiesta en Occidente vino desde Inglaterra; se encuentra en el calendario de Old Minster, Winchester, datado hacia el año 1030, y en otro calendario de New Minster, Winchester, escrito entre 1035 y 1056.
Esto demuestra que la fiesta era reconocida por la autoridad y observada por los monjes sajones con considerable solemnidad.
Después de la invasión normanda en 1066, el recién llegado clero normando abolió la fiesta en algunos monasterios de Inglaterra donde había sido establecida por los monjes anglosajones.
Pero hacia fines del siglo XI, a través de los esfuerzos de Anselmo el Joven, fue retomada en numerosos establecimientos anglo-normandos.
Durante la Edad Media la Fiesta de la Concepción de María fue comúnmente llamada la «Fiesta de la nación normanda», lo cual manifiesta que era celebrada en Normandía con gran esplendor y que se extendió por toda la Europa Occidental.
Por un Decreto de 28 de Febrero de 1476, Sixto IV adoptó por fin la fiesta para toda la Iglesia Latina y otorgó una indulgencia a todos cuantos asistieran a los Oficios Divinos de la solemnidad.
Para poner fin a toda ulterior cavilación, Alejandro VII promulgó el 8 deDiciembre de 1661 la famosa constitución «Sollicitudo omnium Ecclesiarum» en la que declaró que la inmunidad de María del pecado original en el primer momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo eran objeto de fe.
Desde el tiempo de Alejandro VII hasta antes de la definición final, no hubo dudas por parte de los teólogos de que el privilegio estaba entre las verdades reveladas por Dios. Finalmente Pío IX, rodeado por una espléndida multitud de cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de Diciembre de 1854.
Fuente: FREDERICK G. HOLWECK
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Hacia el año 339 nació en Tréveris, donde su padre ejercía la prefectura de las Galias. Ambrosio nació en el seno de una familia aristocrática, que pertenecía a la gens Aurelia. Tras la muerte prematura del padre en el 354 se trasladó a Roma en compañía de su madre y sus hermanos. Recibió una esmerada educación humana y cristiana.
Consta que estudió retórica y ejerció la abogacía en la prefectura de Sirmio (Iliria). Siguiendo la carrera política en el 370 fue nombrado gobernador de la Liguria y de la Emilia, con residencia en Milán. Sus buenas cualidades como gobernante se pusieron de relieve, cuando fue designado obispo de Milán, a la muerte del obispo arriano Auxencio.
La elección se presentaba difícil porque la comunidad cristiana de Milán estaba dividida entre los arrianos y los católicos, y ya se habían originado algunos tumultos populares. Ambrosio tuvo que estar presente en el momento de la elección, en calidad de gobernador para apaciguar los ánimos. Lo que no sospechaba Ambrosio era que la elección recayó sobre él, cuando un niño gritó “Ambrosio obispo”, siendo aclamado, como tal, por partidarios de ambos bandos.
A todo esto San Ambrosio no era más que un simple catecúmeno. Fue bautizado y una semana después fue consagrado obispo, el 7 de diciembre del 374. Según nos cuenta su biógrafo Paulino “distribuyó todo el oro y la plata que poseía, pasó la propiedad de sus posesiones a la Iglesia, reservando el usufructo a su hermana, de suerte que nada quedó que pudiese decir suyo en esta tierra” (Paulino, Vita Ambrosii, 38).
La rapidez con que accedió al episcopado le lleva, de inmediato, a profundizar en su formación teológica. Como él mismo dice “…tuve que empezar a enseñar, antes de haber aprendido” (De off., I, 1, 4). Con la ayuda de un sacerdote erudito llamado Simpliciano alcanzará una excelente cualificación doctrinal, estudiando sistemáticamente la Biblia y a algunos Padres de la Iglesia, como Orígenes, S. Cipriano, S. Atanasio, Dídimo de Alejandría, los Capadocios y S. Cirilo de Jerusalén.
Como buen conocedor del griego también leyó a Filón y a Plotino. El estudio, unido a la incesante meditación de la Palabra de Dios, habría de ser la fuente de su actividad pastoral y de su predicación.
Como Milán era una ciudad residencial del emperador, Ambrosio tuvo ocasión de trabar amistad con los distintos emperadores coetáneos: Valentiniano I (364-375), Graciano (375-383), Valentiniano II (383-392) y Teodosio (379-395). Hay que precisar que esta cronología se vio alterada por circunstancias históricas diversas, como la proclamación del usurpador Máximo como emperador en 371, y la regencia de la emperatriz Justina, que era arriana, por la minoría de edad de Valentiniano II.
Aunque sus relaciones con la autoridad imperial eran buenas, sin embargo, tuvo que hacer frente a las intrigas de la emperatriz Justina para que cediera la basílica Porciana de Milán a los arrianos. La actitud firme de Ambrosio hizo fracasar el intento.
Se encerró con sus fieles en la basílica, dedicando gran parte del tiempo al canto de himnos litúrgicos. Apoyados en este hecho, algunos autores sitúan en ese momento el acta de nacimiento del canto ambrosiano (386). A pesar del acoso militar de la iglesia, prevaleció el buen criterio del santo Obispo de Milán, consiguiendo que se retiraran las fuerzas militares del entorno basilical.
Después de la derrota de Máximo y de la ascensión al poder imperial de Teodosio, se establece un buen clima de entendimiento entre el emperador y el Obispo milanés. De todas formas, estas buenas relaciones se deterioran bastante en 390 por el incidente de Tesalónica, que se inicia con la rebelión de la ciudad contra el emperador, matando al gobernador de la Iliria. Teodosio, en una primera reacción dominada por la ira, ordenó un castigo severo.
Una reconsideración posterior le llevó a revocar la orden anterior, pero la revocación llegó demasiado tarde, y una multitud reunida en el circo de Tesalónica fue pasada a cuchillo. Ambrosio juzgó que el emperador había cometido un pecado grave de homicidio y, en consecuencia, le escribió una carta invitándole a someterse a la penitencia eclesiástica. Teodosio aceptó la penitencia y vestido de penitente se presentó en la iglesia, manifestando públicamente su falta. Fue reconciliado con la Iglesia en la Navidad del 390.
Además de toda la actividad política religiosa que hemos descrito someramente. San Ambrosio desarrolló una intensa labor pastoral. Todos los días celebraba la eucaristía y tenía sus ratos de oración personal, incluso durante la noche. Además de las predicaciones homiléticas dominicales y festivas, en tiempos de preparación de los catecúmenos para la recepción del bautismo, predicaba diariamente.
De los efectos saludables de estas predicaciones nos ha llegado el testimonio de San Agustín, que nos narra cómo los sermones catecumenales de S. Ambrosio, con la interpretación alegórica del A. Testamento, le ayudaron a resolver las dudas que el maniqueísmo había dejado en su alma.
A todo esto hay que añadir la atención a los penitentes, a los pobres y encarcelados, así como la episcopalis audientia y las gestiones para conseguir un posible indulto para los condenados a muerte. Asombra no poco que, además de este trabajoingente, tuviera tiempo para escribir un considerable número de obras sobre temas pastorales y de espiritualidad, como la Exposición sobre el Evangelio de S. Lucas, los tratados Sobre las vírgenes, Sobre los sacramentos, etc., un copioso Epistolario, y un inspirado Himnario.
Murió el 4 de abril del año 397 y sus restos fueron colocados en la tumba de los mártires Gervasio y Protasio, cumpliendo así el deseo de S. Ambrosio, cuando el año 386 se encontraron los restos de estos mártires (Paulino, Vita, 14).
POR DOMINGO RAMOS LISSON primeroscristianos.com
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San Nicolás fue obispo de la ciudad de Mira, en Licia, Asia Menor (corresponde a la localidad turca llamada actualmente Dembre), en el s. IV, y sus reliquias se veneran en Bari (Italia). Muy pocos son los datos que se conocen de la vida de este santo, puesto que no existen testimonios auténticos contemporáneos. Sus biografías más antiguas son de algunos siglos posteriores a la época en que se cree que vivió. Se considera que nació en Patara (Asia Menor) alrededor del año 270, y que murió un día 6 de diciembre de un año entre 345 y 352.
Lo poco que se conoce de la figura de San Nicolás contrasta fuertemente con la universalidad de su fama y de su culto, con la popularidad de que goza en oriente y en occidente, aun en los tiempos modernos, y con la abundancia de leyendas creadas en torno a él. Fue tan popular en la antigüedad, que se le han consagrado en el mundo más de dos mil templos. Era y es invocado en los peligros, en los naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía difícil, y la gente conseguía por su intercesión favores admirables.
Existen muchas obras que hablan de la vida del santo. Entre ellas destaca una compilación de San Metodio, Arzobispo de Constantinopla, que ofrece un resumen de todas las piadosas y maravillosas historias que se contaban de él.
Según estas historias, ya desde el nacimiento de Nicolás los prodigios se suceden uno tras otro: Desde niño se caracterizó porque todo lo que conseguía lo repartía entre los pobres. Decía a sus padres: "sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dado tanto". La generosidad es una virtud que siempre se ha asociado a este santo.
Fue ordenado sacerdote por un obispo tío suyo. Al morir sus padres atendiendo a los enfermos en una epidemia, él quedó heredero de unainmensa fortuna. Entonces repartió sus riquezas entre los pobres y se fue a un monasterio. Después de visitar Tierra Santa llegó a la ciudad de Mira (Turquía) donde fue elegido obispo. Su elección se consideró un designio divino.
San Nicolás es especialmente famoso por los numerosos milagros que lograba conseguir de Dios. Se le representaba con unos niños, porque se contaba que un criminal había herido a cuchillo a varios niños, y el santo al rezar por ellos obtuvo su curación instantánea.
También pintan junto a él a una joven, ya que se dice que en su ciudad había un anciano muy pobre con tres hijas a las que no lograba casar por su extrema pobreza; el santo, por tres días seguidos, cada noche le echó por la ventana una bolsa con monedas de oro, y así el anciano logró casarlas.
Otra historia cuenta como estando unos marineros en medio de una terribilísima tempestad en alta mar, empezaron a decir: "Oh Dios, por las oraciones de nuestro buen obispo Nicolás, sálvanos". Y en ese momento vieron aparecer sobre el barco a San Nicolás, el cual bendijo al mar, que se calmó, y en seguida desapareció. Por esto es considerado también patrono de los marineros.
En otra ocasión iban a condenar injustamente a tres amigos suyos que estaban muy lejos. Ellos rezaron pidiendo a Dios que por la intercesión de Nicolás, su obispo, los protegiera, y esa noche en sueños el santo se apareció al juez y le dijo que no podía condenar a esos tres inocentes; así, al siguiente día fueron absueltos.
Cuando el emperador Licinio decretó una persecución contra los cristianos Nicolás fue encarcelado y azotado, pero siguió aprovechando toda ocasión que se le presentaba para hablar del cristianismo a cuantos trataban con él. Luchó contra la idolatría, y convirtió a judíos y árabes. Una vez muerto, el poder milagroso del santo seguía asistiendo a todos aquellos que le invocaban.
En Roma ya en el año 550 le habían construido un templo en su honor. En 1087, las reliquias de San Nicolás fueron trasladadas a Bari: según la tradición —avalada por un documento del s. XII— cuando los mahometanos invadieron Turquía, un grupo de católicos sacó de allí en secreto las reliquias del santo y se las llevó a la ciudad de Bari, en Italia. Allí se obtuvieron tan admirables milagros por intercesión del santo, que su culto llegó a ser sumamente popular en toda Europa.
En 1089 el mismo papa Urbano II consagró la cripta en donde son venerados los restos del santo. Es Patrono de Rusia, de Grecia y de Turquía, e innumerables iglesias le han sido dedicadas. En oriente lo llaman San Nicolás de Mira, por la ciudad de la que fue obispo, pero en occidente se le llama San Nicolás de Bari. Aún en la actualidad es considerado en muchas partes como patrono de los niños y de los marineros.
Su fiesta se celebra el 6 de diciembre. Por haber sido tan amigo de la niñez y tan generoso, en algunos países europeos se repartían en este día dulces y regalos a los niños, y prácticamente con esta fecha se empezaban las festividades de diciembre, relacionando así al santo con las fiestas navideñas.
Durante los siglos XVII y XVIII coinciden en Estados Unidos inmigrantes de distintas culturas como la británica, la holandesa y la alemana: la tradición católica de holandeses y alemanes, que tenía devoción a San Nicolás se mezcló con la de “Father Christmas” (el padre de la Navidad) que erala figura típica de las fiestas navideñas en Inglaterra.
Como derivación del nombre del santo en alemán (San Nikolaus) lo empezaron a llamar Santa Claus, y fue popularizado en la década de 1820 —a través de un poema famosísimo en los Estados Unidos del poeta Clement Clark Moore— como un amable y regordete anciano de barba blanca, al que llama “St. Nick”, que la noche de Navidad pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños en un trineo volador tirado por renos.
La marca de refrescos Coca-Cola, al utilizar al personaje como parte de su campaña comercial en Navidad, cambiaría su capa de pieles por un traje rojo y blanco, dando así lugar al personaje de Santa Claus tal como se conoce ahora, también llamado Papá Noel y por supuesto —rememorando su origen— San Nicolás.
Fuente : www.primeroscristianos.com
Eran tiempos de terribles divisiones sociales. El 7 de diciembre del año 374, en una iglesia de Milán, la discusión era animada. La difícil designación de un nuevo obispo para la ciudad, entonces capital del imperio romano de Occidente, había aumentado la distancia entre católicos y arrianos.
Los arrianos negaban la divinidad de Cristo, afirmada por los católicos. Esta división suponía un grave obstáculo a la hora de elegir un pastor que pudiera representar a ambas partes.
Para hallar una mediación, fue llamado el gobernador de Lombardía, Liguria y Emilia, conocido por su imparcialidad y equidad. Se llamaba Ambrosio, nacido en el año 340 en Trier (Alemania), hijo de una familia romana cristiana, tercero después de dos hermanos, los santos Marcelina y Satiro.
Ambrosio cursó en Roma estudios jurídicos, siguiendo los pasos de su padre, que era prefecto de la Galia. Es así como aprendió oratoria y literatura greco-latina. Sus éxitos en la carrera de Magistrado y su capacidad para gestionar incluso las controversias más difíciles lo convirtieron en el candidato ideal para moderar el encendido debate sucesorio que comenzó tras la muerte del obispo arriano Asencio.
La invitación al diálogo de Ambrosio convenció al pueblo y evitó que se desatara un grave conflicto. Pero cuando el gobernador pensaba que había concluido su trabajo con éxito, sucedió algo que nadie había previsto: en medio de la multitud se oyó la voz de un niño, a la cual toda la asamblea hizo eco:
“¡Ambrosio Obispo!”. Católicos y arrianos habían encontrado inesperadamente un acuerdo.
La petición del pueblo sorprendió a Ambrosio: no había sido bautizado, no se sentía adecuado para este nuevo cargo.
Se opuso dirigiéndose al emperador Valentiniano, pero éste confirmó el deseo del pueblo. Ambrosio escapó; sin embargo, el Papa Dámaso también lo consideró apto para la dignidad episcopal.
Entonces Ambrosio comprendió que Dios lo llamaba y aceptó, convirtiéndose con tan solo 34 años de edad en el obispo de Milán.
Donó sus bienes a los pobres y se dedicó al estudio de los textos sagrados y de los Padres de la Iglesia. “Cuando leo las Escrituras –decía- Dios pasea conmigo en el Paraíso”. Aprendió a predicar, y su oratoria encantó al joven Agustín de Hipona, influyendo en su conversión.
La vida de Ambrosio fue cada vez más sobria y austera, dedicada al estudio, a la oración, a la asidua escucha, siempre cercano a los pobres y al pueblo de Dios. “Si la Iglesia tiene oro no es para custodiarlo, sino para donarlo a quien lo necesite”, dijo cuando decidió fundir decoraciones litúrgicas para pagar el rescate de algunos fieles secuestrados por soldados nórdicos.
Aunque la paz y la concordia fueron sus prioridades, jamás soportó el error. La iconografía antigua lo representa con un látigo, preparado para luchar contra la herejía. En su enérgica batalla contra el arrianismo, chocó incluso contra gobernantes y soberanos. Salió vencedor del conflicto que se desarrolló bajo el reinado de la emperatriz filo-arriana Justina, y afirmó la independencia del poder espiritual frente al temporal.
Fue emblemático el episodio de la tragedia de Tesalónica del 390. Tras el exterminio de siete mil personas que se habían rebelado a causa de la muerte del gobernador, Ambrosio logró suscitar el arrepentimiento de Teodosio, que la había ordenado. “El emperador está en la Iglesia y no por encima de la Iglesia”, afirmaba el obispo milanés que, a pesar de la ley, no entregó ninguna iglesia a los arrianos.
Ambrosio reconoció siempre el primado del obispo de Roma afirmando: “Ubi Petrus, ibi Ecclesia”. Su amor a Cristo, a la Iglesia y a María se refleja en la cuantiosa producción literaria y teológica que le ha conferido, junto a los santos Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno, el título de doctor de la Iglesia de Occidente.
Constructor de basílicas, inventor de los himnos que revolucionaron la oración, fue incansable a la hora de rezar. Ambrosio murió el Sábado Santo del 397. Una gran multitud le rindió homenaje el domingo de Pascua.
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Nos acogemos a la protección de Santa María,porque bien seguros podemos estar de que cadauno de nosotros, en su propio estado —sacerdoteo laico, soltero, casado o viudo—, si es fiel enel cumplimiento diario de sus obligaciones,alcanzará la victoria en esta tierra, la victoria deser leales al Señor; llegaremos después al Cielo ygozaremos para siempre de la amistad y del amorde Dios, con Santa María.Oración ante la Virgen de Guadalupe, 24-05-1970
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Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo pormuchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruzde tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía,ni la audacia, para cumplir la voluntad denuestro Jesús.Camino, 497
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Pero, ¿cuál es el origen de esta costumbre? Aunque las teorías son muchas, la historia apunta hacia culturas antiguas.
"A veces hay personas que piensan por ejemplo que el árbol de Navidad es un símbolo pagano y ¡no lo es del todo! El gran sentido viene ya de una tradición muy antigua de la humanidad. O sea se piensa que ya los chinos y los egipcios usaban los árboles para decorar la casa”.
Durante el Renacimiento los cristianos adoptaron este símbolo y le dieron un nuevo significado para festejar la llegada del Salvador al mundo.
El primer rasgo del árbol, por lo tanto, debía ser su capacidad de mantener las hojas vivas en invierno por lo que comenzaron a usar abetos o pinos.
"Era un símbolo de la eternidad y de la vida de Dios que no pasa nunca. Por lo tanto, aplicarlo a la vida de Dios que no pasa nunca, aplicarlo al Hijo de Dios que viene con nosotros en la Navidad le da ese sentido también de Dios que se hace presente en medio de la humanidad”.
Después, había que decorarlo. Los primeros indicios de adornos al árbol nos llevan a Alemania. El mismo Martín Lutero fue uno de sus impulsores.
"Cuando Lutero, que él también fue uno de los grandes inspiradores aunque no fue el promotor, puso el árbol, le ponía frutos. Se ponían frutos también recordándose del árbol del paraíso”.
Siglos más tarde las manzanas y naranjas serían cambiadas por esferas, y con la invención de la electricidad llegarían las populares luces de colores. Hoy, el árbol de Navidad es más que una decoración. Es una señal de alegría y fiesta para todo el mundo.
María, Madre de Jesús, que lo crió, lo educó y loacompañó durante su vida terrena y que ahora estájunto a Él en los cielos, nos ayudará a reconocera Jesús que pasa a nuestro lado, que se nos hacepresente en las necesidades de nuestros hermanoslos hombres.Sancta Maria, spes nostra, ancilla Domini, sedessapientiæ, ora por nobis!, Santa María, esperanzanuestra, esclava del Señor, asiento de la Sabiduría,¡ruega por nosotros!Es Cristo que pasa, 149
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Esta película acerca la historia de San Nicolás, con su generosidad desinteresada, al público en general, un público que en gran medida ha olvidado o nunca conoció su inspiradora saga. Nicholas of Myra es para todos los tiempos, todas las edades y todos los credos. No dejará ninguna duda de que Santa Claus es real y que puede ser parte de la tradición navideña sagrada tanto como secular.
En la ciudad de Nueva York, en diciembre de 1822, el Dr. Clement Moore, profesor de literatura mundial, se inspira para escribir un poema navideño extravagante para sus hijos pequeños. Influenciado por la tradición de la cultura del Viejo Mundo, Moore convierte su poema en un cuento mágico sobre un portador de regalos amable y generoso que visita en secreto los hogares en Nochebuena.
Mientras reflexiona sobre este personaje mítico, Moore se entera por primera vez de la antigua leyenda de un donante de regalos de la era grecorromana, una que llega a creer que puede ser el origen de todos los mitos similares en todo el mundo. Lo que encuentra es una historia que irónicamente un día se perdería en la tradición que estaba a punto de crear.
Moore pronto descubre la sorprendente historia de Nicolás, un niño que nació de padres griegos en la ciudad de Patara durante la última parte del siglo III d. C., en la costa del mar Mediterráneo. Nicolás, que quedó huérfano durante su adolescencia, hereda la vasta y secreta fortuna de su padre, un catalizador para un viaje de autodescubrimiento que un día lo lleva a la ciudad de Myra.
Allí vive una doble vida, como obispo devoto durante el día y como portador anónimo de regalos por la noche. Pocas personas conocen las muchas leyendas que rodean a su tocayo, y aún menos conocen la historia épica detrás del heroico santo.
Es la historia de los orígenes de la Navidad, la historia del altruismo y el sacrificio, pero, en última instancia, trata sobre el poder de la narración y la esperanza que puede brindar. Es la historia ahora olvidada de un santo legendario llamado Nicolás: Nicolás de Myra.
Pidamos a Santa María,Spes nostra, quenos encienda en el afán santo de habitartodos juntos en la casa del Padre.Nada podrá preocuparnos, si decidimosanclar el corazón en el deseo de laverdadera Patria: el Señor nosconducirá con su gracia, y empujará la barcacon buen viento a tan claras riberas.Amigos de Dios, 221
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