Tan escasas son las noticias sobre su vida, como en cambio abundantes son las obras teológicas que este verdadero Defensor Fideinos ha dejado. Nacido en una familia acomodada galo-romana y pagana, recibe una sólida formación literaria y filosófica, pero solamente luego de la conversión al cristianismo - como él mismo declarará en una de sus obras - logra encontrar el sentido del destino del hombre.
Es en particular con la lectura del prólogo al Evangelio de Juan, que Hilarioinicia y da una dirección a la propia búsqueda interior. Adulto, casado y con una hija, recibe el Bautismo y entre el 353 y el 354, es elegido obispo de Poitiers.
El período histórico en el que San Hilario vive, está particularmente caracterizado por un pluralismo religioso y cultural que con pesadas polemicas melló el núcleo central de la fe cristiana.
En particular, las doctrinas de Arrio, Ebión y Fotino - por citar solamente algunas - encontraron terreno fértil ya sea en Occidente que en Oriente, difundiendo herejías trinitarias y cristológicas que comprometían el núcleo central de la fe cristiana.
Con coraje y profunda competencia, San Hilario inicia su “lucha” contra la polémica trinitaria y en particular contra el arrianismo, sosteniendo en cambio que Cristo, solo si es verdadero Dios es verdadero hombre, puede ser el salvador de los hombres. En este clima encendido, San Hilario pagó con el exilio el compromiso por el restablecimiento del orden en el pensamiento teológico y por el retorno a la verdad.
Estamos en el siglo IV, durante el imperio de Constanzo, hijo del emperador Constantino el Grande.
San Hilario escribe una súplica al emperador - Liber II ad Constantium – pidiendo poder defenderse públicamente, en presencia del mismo emperador, de las acusaciones que Saturnino de Arlés injustamente le habia dirigido, indicándolo como traidor de la verdadera fe evangélica y obligándolo al exilio en Frigia (en la actual Turquía) por 4 años.
Instigado por los arrianos que querían deshacerse de Hilario, Constantino lo vuelve a enviar a Poitiers donde, en cambio, es acogido triunfalmente. Regresando a su patria, retoma la actividad pastoral apoyado también por el futuro obispo de Tours, S. Martín, que bajo la dirección de Hilario funda en Ligugé el más antiguo monasterio de la Galia, con el objetivo de contrastar los efectos de la herejía.
En los ultimos años de su vida compone un comentario a cincuenta y ocho Salmos. Muere en el 367 y de él han quedado escritos exegético-teológicos e himnos de argumento doctrinal. Entre sus obras, se encuentra también el Comentario al Evangelio de Mateo, el más antiguo comentario en lengua latina de este Evangelio. Sus obras fueron publicadas por Erasmo de Rotterdam en Basilea en 1523, 1526 y 1528.
En 2007, continuando el ciclo de catequesis sobre los Padres Apostólicos y los primeros cristianos, el Papa Benedicto XVI se ha detenido sobre la figura de san Hilario de Poitiers resumiendo lo esencial de su doctrina en esta fórmula del Santo:
“Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre.
Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente.
Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no”.
"Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vio al espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi hijo, el amado, en quien me he complacido". (M 13, 16-17.)
En la solemnidad de hoy conmemoramos el bautismo de Jesús por San Juan Bautista en las aguas del río Jordán. Sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse a este rito de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor. Juan cumplió, con energía, la misión de profetizar y suscitar un gran movimiento de penitencia como preparación inmediata al reino mesiánico.
El Señor deseó ser bautizado, dice San Agustín, «para proclamar con su humildad lo que para nosotros era necesidad»7.
Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Jesucristo con la determinación progresiva de sus elementos, y lo impuso como lgy universal el día de su Ascensión: Me fue dado todo poder en el Cielo y en la tierra, dirá el Señor; id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 8.
En el Bautismo recibimos la fe y la gracia. El día en que fuimos bautizados fue el más importante de nuestra vida. De igual modo que «la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos como un leño seco, nunca hubiéramos dado frutos de vida sin esta lluvia gratuita de lo alto» 9. Nos encontrábamos, antes de recibir el Bautismo, con la puerta del cielo cerrada y sin ninguna posibilidad de dar el más pequeño fruto sobrenatural.
Hoy nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes cómo Dios nos concedió. «La gratitud es el primer sentimiento que debe nacer en nosotros de la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior» '.
Hemos de agradecer la purificación de nuestra alma de la mancha del pecado original, y de cualquier otro pecado si lo hubo, en el momento de recibir el Bautismo. Todos los hombres somos miembros de la familia humana que en su origen fue dañada por el pecado de nuestros primeros padres.
Este «pecado original se transmite juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y se halla como propio en cada uno» 11. Pero Jesús dotó al Bautismo de una especialísima eficacia para purificar la naturaleza humana y liberarla de ese pecado con el que hemos nacido. El agua bautismal significa y opera de un modo real lo que el agua natural evoca: la limpieza y la purificación de toda mancha e impureza».
«Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra —nos exhorta San León Magno— ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo» .
Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo: concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu14.
El Bautismo nos inició en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. Es la nueva vida que predicaron los Apóstoles y de la que habló Jesús a Nicodemo: En verdad te digo que quien no naciera de arriba no podrá entrar en el reino de Dios... Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu15.
El resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales.
La dignidad del bautizado está como velada muchas veces, por desgracia, en la existencia ordinaria; por eso nosotros, al igual que hicieron los santos, hemos de esforzarnos en vivir conforme a esa dignidad.
Nuestra más alta dignidad, la condición de hijos de Dios, que se nos comunica en el Bautismo, es consecuencia de la nueva generación. Si la generación humana da como resultado la «paternidad» y la «filiación», de modo semejante aquellos que son engendrados por Dios son realmente hijos suyos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos realmente! Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos...16.
En el momento del Bautismo, por la efusión del Espíritu Santo, se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal se bendice en la noche de Pascua y en la oración se pide: Así como el Espíritu Santo descendió sobre María y produjo en Ella el nacimiento de Cristo, así descienda El sobre su Iglesia y produzca en su claustro materno (la pila bautismal) el renacer de los hijos de Dios.
A esta expresión tan gráfica corresponde esta profunda realidad: el bautizado renace a una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su «hijo». Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo 17.
En la Iglesia nadie es un cristiano aislado. A partir del Bautismo, el cristiano forma parte de un pueblo, y la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios. «Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente» 19. Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia 20.
«Y en la Iglesia, precisamente por el bautismo, somos llamados todos a la santidad» 21, cada uno en su propio estado y condición, y a ejercer el apostolado. «La llamada a la santidad y la consiguiente exigencia de santificación personal, es universal: todos, sacerdotes y laicos, estamos llamados a la santidad; y todos hemos recibido, con el bautismo, las primicias de esa vida espiritual que, por su misma naturaleza, tiende a la plenitud» 22.
Otra verdad íntimamente unida a esta condición de miembro de la Iglesia es la del carácter sacramental, «un cierto signo espiritual e indeleble» impreso en el alma 23. Es como el resello de posesión de Cristo sobre el alma del bautizado. Cristo tomó posesión de nuestra alma en el momento de ser bautizados. El nos rescató del pecado con su Pasión y Muerte.
Con estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños reciban pronto estos dones de Dios 24. Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto antes. Es una muestra práctica de fe. No se atenta a su libertad, como no se les causó agravio alguno por darles la vida natural, ni por alimentarles, limpiarles y curarles, cuando no podían ellos pedir estos bienes. Por el contrario, tienen derecho a recibir esa gracia. ¡Qué buen apostolado habremos de hacer en muchos casos!: con amigos, compañeros, conocidos...
En el caso del Bautismo está en juego algo infinitamente mayor que ningún otro bien: la gracia y la fe; quizá, la salvación eterna. Sólo por ignorancia y por una fe dormida se puede explicar que muchos niños queden privados, por sus mismos padres ya cristianos, del mayor don de su vida. Nuestra oración se dirige a Dios hoy, para que no permita que esto suceda.
Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos llevaran a recibir este santo sacramento.
Gregorio de Nisa ha sido reconocido unánimemente como una de las figuras más atractivas del siglo IV, como el hombre de más vasta cultura filosófica y teológica de esa época, y como uno de los pensadores más relevantes de la patrística griega.
Gregorio desciende por línea paterna de una importante familia cristiana, originaria del Ponto, que sufrió persecución por confesar a Cristo; por línea materna, provenía de una poderosa familia de Capadocia. La familia de Gregorio era hondamente cristiana.
Numerosa y santa, aquella familia conservaba una viva impronta de Orígenes, recibida a través de San Gregorio de Taumaturgo. En su Vida de Macrina, Gregorio relata la última conversación con su hermana, Santa Macrina, evocando la fortaleza cristiana de la familia y el ambiente de piedad en que transcurrieron los primeros años de su vida. San Basilio fue nombrado obispo de Cesarea de Capadocia en el año 370.
Durante aquellos años, la fe proclamada por el Concilio de Nicea (año 325) estaba siendo combatida y criticada duramente. San Basilio intentó agrupar en torno a sí a hombres brillantes y fuertes, y logró que su amigo Gregorio de Nacianzo fuera elegido obispo de Sásima; en el año 372, consiguió que su hermano Gregorio fuera elegido para el obispado de Nisa. No mucho tiempo después, en el 379, murió San Basilio, y Gregorio, que se sentía su heredero espiritual, pasó a ocupar un primer plano en la defensa de la fe, en la predicación y en la redacción de numerosos escritos espirituales.
Conviene subrayar la importancia que Gregorio otorgó al hecho de ser continuador de la tareas de San Basilio, tanto en el aspecto teológico como en el aspecto ascético. Esto se hizo patente, por ejemplo, en el modo en que, tras la muerte de su hermano, le defendió de los ataques llevados a cabo por Eunomio de Cízico, contra el que ya había escrito San Basilio.
En esta época Gregorio de Nisa escribió, entre otros, los libros Contra Eumonio y Contra Apolinar. Dos de los tratados exegéticos, Sobre la creación del hombre y Sobre elHexaémeron, constituían también explicaciones de las homilías de San Basilio sobre el Hexaémeron.
Gregorio de Nisa asistió al Concilio Ecuménico de Constantinopla (381), donde fue escuchado con especial veneración e influyó esencialmente, junto con San Gregorio de Nacianzo, en las decisiones de mayor relevancia. Allí pronunció Gregorio la oración fúnebre por Melecio, cosa que muestra la estima del Concilio por su persona y su elocuencia. En el año 383, pronunció en Constantinopla su discurso Sobre la divinidad del Hijo y del Espíritu. Dos años más tarde, hizo la oración fúnebre de la princesa Pulqueria y, poco después, la de la emperatriz Flacila.
Los últimos años en la vida de Gregorio de Nisa fueron enormemente fecundos e intensos, también desde el punto de vista literario: prosiguió la labor de San Basilio en el terreno teológico, redactó los escritos más directamente pertenecientes a su doctrina espiritual y culminó diversos escritos de madurez (Homilías sobre el Cantar de los Cantares, Vida de Moisés, Qué significa el nombre de cristiano, Sobre la perfección cristiana y La enseñanza de la vida cristiana).
La última noticia que poseemos de su vida es su asistencia al sínodo de Constantinopla en el año 394.
La figura de Gregorio de Nisa merece una atención esmerada. Él no fue sólo un hombre apasionado por la cultura de su época, un importante filósofo y un teólogo de granrigor especulativo y de una sugerente visión de la historia de la salvación, sino también uno de los autores claves de la teología espiritual del Oriente y un eslabón imprescindible en la gran tradición que va desde San Ireneo y Orígenes hasta Dionisio Aeropagita. Sus sermones litúrgicos son de una gran belleza y un testimonio de primer orden sobre la consolidación de los ciclos litúrgicos.
LUCAS FRANCISCO MATEO-SECO
PROFESOR DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA
EXPERTO EN LA FIGURA DE SAN GREGORIO DE NISA
A la gran alegría de la visita de aquellos hombres importantes siguió el abandono de la casa recién instalada y de la pequeña clientela que ya tendría José en Belén, el dirigirse a un país extraño y desconocido para él y, sobre todo, el temor a Herodes, que buscaba al Niño para matarlo.
José despertó a María, recogió lo indispensable y, de noche, se puso en camino hacia la frontera de Egipto. No había un instante que perder. Muchas cosas domésticas necesarias quedaron abandonadas. Y así, con lo indispensable y con el sobresalto de una amenaza de muerte real, iniciaron la marcha.
El más corto y también menos duro, pero más frecuentado, se dirigía hacia la costa hasta enlazar con la Via maris, paralela al mar, hasta Gaza; en esta ciudad se aprovisionaban las caravanas de víveres y agua, pues era la última ciudad antes de entrar en el desierto. Era un camino conocido y relativamente seguro por las numerosas caravanas que mantenían relaciones comerciales con el país vecino. Pero era también el más peligroso para la Sagrada Familia, pues los soldados de Herodes podían alcanzarles con más facilidad.
La Via maris era la ruta principal que atravesaba Palestina. Esta importante vía de comunicación no fue creación romana, pues existía desde muchos siglos antes. Se trataba del camino natural entre Egipto y Mesopotamia, donde estuvieron asentados los mayores imperios de la antigüedad. Este camino, por el que transitaron tantos mercaderes y ejércitos, iba cerca de la ribera del Mediterráneo a través de las llanuras costeras, para eludir montañas y desiertos. Los romanos, quizá en tiempos de Augusto, la empedraron y la acondicionaron, llegando a ser una auténtica calzada romana. Tenía ramales secundarios que partían de ella, uno de los cuales pasaba por Cafarnaún, Corazaín y Betsaida (cfr J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Arqueología..., pp. 109-110).
Por esta razón, es probable que José prefiriera marchar hacia Hebrón y Bersabé, hacia el Sur, por una ruta más larga y fatigosa, y también menos frecuentada. Es muy posible que el viaje se hiciera en un borrico, quizá el mismo que les sirvió para ir de Nazaret a Belén. Llevaría a la Virgen buena parte del camino, y también los enseres que habían juzgado indispensables: algo de ropa, una vasija para el agua, los instrumentos de trabajo de José, su bastón, algún cacharro de cocina...
Dios no quiso ahorrarles la zozobra de una huida precipitada, el continuo sobresalto y el temor a ser reconocidos, la sed, el cansancio, la incertidumbre acerca de dónde vivirían y de qué se alimentarían. La huida estuvo muy lejos del panorama que nos presentan los evangelios apócrifos:
Una de estas leyendas nos cuenta que María, acalorada y fatigada del camino, reposaba bajo una palmera cargada de frutos. «Yo quisiera –dijo–, si fuera posible, gustar de la fruta de este árbol». «A mí –respondió José– lo que me inquieta es la falta de agua, porque nuestros odres están vacíos». Dijo entonces el Niño a la palmera: «Inclínate y da de tus frutos a mi madre». La palmera se encorvó, quedando su copa a los pies de María; y cuando María y José hubieron arrancado los dátiles, Jesús ordenó de nuevo: «Enderézate ahora, y abre y descubre tus raíces, para que brote el agua que éstas ocultan». La palmera obedeció al instante y manó de sus raíces agua fresca y límpida.
Cuando los peregrinos reanudaron la marcha, el sendero desaparecía tras ellos como por encantamiento. Llegaron por fin a una ciudad llamada Salín, donde no conocían a nadie: entraron en un templo, y los trescientos sesenta y cinco ídolos que en él había cayeron en tierra hechos pedazos. Así se cumplió la profecía de Isaías: «El Señor vendrá en una nube veloz y entrará a Egipto y todas las hechuras de los egipcios temblarán ante su faz».
Nada de esto ocurrió en la realidad. Dios utilizó las vías ordinarias para salvar a los que más quería sobre la tierra. Podía haber fulminado a Herodes y a sus perseguidores, pero una vez más empleó medios normales: la obediencia pronta de José, su reciedumbre, su prudencia...
El viaje desde Gaza hasta la primera ciudad de Egipto duraba unos siete días. Si se añaden a éstos los que tardaron desde Belén a Gaza y los que caminaron por la región de Egipto, se concluye que tardarían en llegar de doce a catorce días.
Después de un viaje extenuante, agravado por la persecución y por la falta de experiencia en aquellos malos caminos (el viaje más largo de José habría sido de Nazaret a Belén), llegaron a tierra egipcia, quizá a Leontópolis, al norte de El Cairo. Por aquel tiempo residían en Egipto muchos israelitas, formando pequeñas comunidades; se dedicaban principalmente al comercio.
Es de suponer que José se incorporó con su Familia a una de estas comunidades, dispuesto a rehacer una vez más su vida con lo poco que había podido traer desde Belén. Con todo, llevaba consigo lo más importante: a Jesús y a María, y su laboriosidad y empeño por sacarles adelante.
En su mayoría, aquellas colonias judías se encontraban cerca de los límites fronterizos [34].En Egipto, José comenzó como pudo, pasando estrecheces, realizando al principio todo tipo de trabajos. Procuró a María y a Jesús un hogar y los sostuvo, como siempre, con el trabajo de sus manos. Después de un tiempo, encontraría cierta estabilidad.
Quizá más tarde, de nuevo en Nazaret, recordarían aquella época como «los años de Egipto» y hablarían –como se comentan las cosas pasadas– de las preocupaciones y sufrimientos del viaje y de los primeros meses..., pero también de la paz y de la alegría de aquellos días.
Después de un tiempo, pasado el peligro, nada retenía ya a José en aquella tierra extraña, pero allí permaneció, sin otra razón que el cumplimiento del mandato del ángel: Estate allí hasta que yo te diga.
Vida de Jesús
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Para comprender el peso del regalo en la diplomacia antigua y, en particular, en la de los estados del Próximo Oriente, más próximos, por tanto, al ritual aquí desplegado por los Magos, debe verse el clásico volumen de LIVERANI, M.: Relaciones internacionales en el Próximo Oriente Antiguo (1600-1100 a. C.), Barcelona, 2003, también con abundante bibliografía y ejemplos.
Sobre este ritual de la proskynesis persa, el modo cómo los griegos la dotaron de un cierto aire "bárbaro" y desmesurado, especialmente a partir de su uso por Alejandro de Macedonia, y su pervivencia en el culto imperial romano, especialmente el tardoantiguo, con bibliografía, puede verse BRAVO, G.: "El ritual de la proskynesis y su significado político y religioso en la Roma imperial", Gerión, 15, 1997, pp. 177-191.
Verdadero sentido de la fiesta cristiana de la Epifanía -en tanto que "manifestación de Dios al mundo", siendo los Magos imagen de ese "mundo", algo que, también, la tradición ha explotado en las supuestas tres razas de estos enigmáticos personajes- los Magos, desde la iconografía más antigua, son presentados, siempre, como "bárbaros" y como "orientales", dos elementos perfectamente reconocibles en la iconografía antigua, tan aficionada a los clichés en la descripción y presentación de sus personajes y, en particular, de "los otros".
Así, por ejemplo, si nos fijamos en el sarcófago -muy representativo en su lenguaje iconográfico- que corona este post, vemos cómo los tres Magos, en el lado derecho de la pieza, aparecen portando gorros frigios -lo que es habitual en otros sarcófagos constantinianos o post-constantinianos con la misma escena- y, además, vestidos con las braccae, una suerte de pantalones que, desde la iconografía imperial romana, se asociaba a los bárbaros.
Mientras tanto, si se analizan con detalle los modos con que se representa, en esas mismas escenas, a la familia de Nazareth, llama la atención la presencia de un fuerte contraste entre los usos "bárbaros" y, por tanto, orientales, de los Magos y los típicamente romanos -sillas de mimbre, togas, mantos...- de los protagonistas del Misterio de la Navidad.
Ese carácter misterioso y sugerente de todo lo venido desde Oriente que, todavía hoy, impregna las cabalgatas de Reyes Magos de muchas de nuestras ciudades, sintetiza, de modo evidente, esa dualidad entre lo Occidental y lo Oriental que marcó tanto la idea de alteridad en el mundo antiguo y que, además, aflora, también, en este entrañable pasaje.
Con carácter introductorio, y bibliografía, puede verse MARCO SIMÓN, F.: "Iconografía de la derrota: formas de representación del bárbaro occidental en época tardorrepublicana y altoimperial", en MARCO SIMÓN, F., PINA, F., y REMESAL, J. (eds.): Vae uictis! Perdedores en el mundo antiguo, Barcelona, 2002, pp. 177-196 y, especialmente, GRAU-DIECKMANN, P.: "Una iconografía polémica: los Magos de Oriente", Mirabilia. Revista Eletrônica de História Antiga e Medieval, 2, 2002, s. pp., que, además, recopila algunas fuentes interesantes respecto de la tradición de los Magos).
Como siempre, cada acontecimiento de nuestro calendario, está lleno de enseñanzas en relación al apasionante mundo clásico. Ojalá que éstas hayan sido ilustrativas para el lector al que sólo nos resta desearle un excelente día de los (Reyes) Magos.
Desde tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente –a excepción de la ciudad de Roma y, probablemente, de las provincias de África– la Iglesia celebró el día 6 de enero la manifestación de Dios al mundo, fiesta posteriormente conocida como Epifanía. En efecto, ya en el siglo II se encuentran referencias acerca de una conmemoración del bautismo de Jesús, por parte de algunas sectas gnósticas. De todos modos, habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo IV para recoger los primeros testimonios procedentes de ámbitos ortodoxos.
El origen de la solemnidad de Epifanía es bastante oscuro. Una tras otra se han sucedido las más variadas hipótesis, si bien, en cualquier caso, parece que la fiesta surgió dentro del proceso de inculturación de la fe, como cristianización de una celebración pagana del Sol naciente, de gran arraigo en la región oriental del Imperio.
Muy pronto, en Occidente, la fiesta de Epifanía revistió un triple contenido teológico, como celebración de la manifestación a los gentiles del Dios encarnado –adoración de los Reyes Magos–, manifestación de la filiación divina de Jesús –bautismo en el Jordán– y manifestación del poder divino del Señor – milagro de las bodas de Caná–. En Oriente, con la introducción de la fiesta de la Navidad, el 25 de diciembre, la solemnidad de Epifanía perdió su carácter de celebración del nacimiento de Cristo, y se centró en la conmemoración del Bautismo en el Jordán.
En la Iglesia romana, la celebración litúrgica de la Epifanía gira hoy día en torno a la universalidad del designio salvífico divino. Así, las lecturas refieren la vocación salvífica de los gentiles, ya anunciada por los profetas (IS 60: 1-6) y realizada plenamente en Cristo (Ef 3:2-3. 5-6 y Mt 2: 1-12). Esta misma perspectiva puede advertirse en los textos eucológicos.
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No se excluye que un viaje de este tipo implicase un tiempo todavía más largo. Sobre su proveniencia Tertuliano dijo que venían de Arabia, aplicando a la letra uno de los salmos mesiánicos: “Los reyes de Arabia y Saba le ofrecerán tributos” (Sal 72,10).
Es razonable pensar, siempre a la luz de los pocos datos presentes en los Evangelios, que la visita de los magosno fuera en el lugar -pues era evidentemente provisional- donde nació Jesús. En el versículo 11 del texto de Mateo se utiliza el término “casa”, en griego oikía. La cronología de los sucesos parece situar la visita después de la circuncisión, que tuvo lugar ocho días después del nacimiento (Cfr. Lc 2,21) y la posterior presentación de Jesús en el templo con la purificación de su madre a los cuarenta días del parto (Cfr. Lc 2,22).
Se pueden hacer algunas consideraciones sobre las condiciones mínimas para dar una explicación natural sobre la “estrella de Belén” en cuanto fenómeno físico realmente aparecido. La estrella tuvo que ser vista en un país al este de Palestina en el momento de su aparición. No debió ser un fenómeno tan llamativo como para ser claramente visible desde Jerusalén. De otro modo no se entendería la sorpresa y la turbación de Herodes –y con él de toda la ciudad- cuando los Magos hablaron de la aparición de la estrella.
Es posible también pensar que en Jerusalén el fenómeno haya sido visto, pero no fuera asociado al nacimiento del Mesías. Estamos, por tanto, ante un fenómeno cuyas características sean lo suficientemente claras como para motivar un viaje a Jerusalén, y al mismo tiempo un fenómeno lo suficientemente discreto como para ser reconocido fácilmente solo por “profesionales” de la observación del firmamento.
El texto evangélico no habla de ningún modo de una estrella que indique el camino desde el país de los Magos hasta Jerusalén. El versículo 9 diciendo que “la estrella les precedía” se refiere solamente a la parte final del trayecto, la que fue desde Jerusalén a Belén.
En la narración puede parecer extraño el hecho de que Herodes no haya seguido o hecho seguir por alguien a los Magos en su camino a Belén, sabiendo que ésta población solo se encuentra a 10 kilómetros de Jerusalén. Es posible que Herodes se haya fiado de ellos, tratándose de unos visitantes tan ilustres.
Menos extraño es que los convocara en secreto: esto se situaría en la línea de que no quería que la gente supiera que podía existir ese posible Mesías que lo apartaría del trono. En la visión judía de la época el Mesías de hecho era esperado como un Rey y un liberador terreno, que rescataría al pueblo de la dominación extranjera.
Al salir de nuevo rumbo a Belén los Magos vieron nuevamente la estrella, que “les precedía hasta que se paró encima de lugar donde se encontraba el Niño” (Mt 2,9). Esta descripción, interpretada a la letra, es la más difícil de asociar a un fenómeno natural. Se está diciendo sobre todo que la “Estrella” se vio en Jerusalén hacía el sur, es decir, en la dirección hacia Belén, pero no es claro el significado “se paró encima”, que puede indicar una posición vertical, en alto, o también abajo hacia delante, viendo desde lejos la casa.
El verbo griego, en su forma pasiva, indica simplemente el “estar parado”, mientras que el adverbio “encima” nos habla de la posición. El texto señala finalmente que los Magos se llenaron de una “gran alegría” al volver a ver la estrella, en cuanto que su reaparición fue inmediatamente interpretada como una confirmación de lo acertado de su decisión de ir a Belén.
Una emoción particular, quizá no lejana de aquella que siente un estudioso cuando recibe una confirmación experimental sobre una deducción teórica o de una previsión científica. Pero más aun la de confirmar que se acercaba el momento de poder ver con sus ojos al Hijo de Dios hecho hombre.
"Stella di Betlemme", artículo publicado en la revista "Scienza e Fede", por Michele Crudele
Antes que el Verbo de Dios encarnado hubo otrosque llevaron ese nombre bendito: Josué (= Jesús), el sucesor de Moisés al frente de Israel; Jesús hijo de Sirac, autor del Eclesiástico; Jesús hijo de Eliezer y padre de Er, en la genealogía de Cristo. El significado siempre es el mismo: Yehósúa o Yesúa, que quiere decir Yahvé salva. Pero sólo Jesucristo realiza lo que su nombre significa, y lo hace en beneficio del hombre caído al que viene a salvar.
El nombre de Jesús es elegido por Dios, según anuncia el ángel Gabriel a María: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31). Luego, el ángel le explicará a José el significado del nombre: María, tu mujer... dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 20-21). Al llegar el momento, María y José cumplieron lo que el cielo les había indicado: Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21).
Sólo Jesús podía reemplazar su nombre por el Yo personal, y ese Yo tenía toda la fuerza del Dios que salva: Yo iré a curarle (Mt 8, 5), anuncia al centurión que le pide la curación de su criado. Jesús realiza todos los prodigios en su propio nombre. Hasta su propia resurrección: Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días (In 2, 19).
Sin embargo, los discípulos de Jesús sólo en su nombre podrán hacer prodigios: Echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, si beben veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos (Mc 16, 17-18).
Es lo que hicieron los apóstoles Pedro y Juan, cuando el tullido les pidió limosna, y Pedro le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar(Hch 3, 6). Pedro estaba convencido de haber hecho un favor a un enfermo..., pues quede bien claro que ha sido el nombre de jesucristo Nazareno... Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 4, 8-12).
Pablo, el enamorado de Cristo Jesús, en un arrebato de fe y de exaltación espiritual, exclama entusiasmado ante el Señor que se despoja de su rango, y toma condición de esclavo, y se rebaja hasta someterse a una muerte de cruz: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 6-11).
Ante el inmenso poder del «Nombre-sobre-todo nombre», no podía la Iglesia permanecer indiferente. Y en la vida cristiana de todos los siglos ha habido siempre testimonios elocuentes que han enardecido a oyentes o lectores para que invocaran el nombre de Jesús con fe, con amor, con entusiasmo. En toda la época patrística hay una constante a favor de la devoción sin reservas al nombre de Jesús, que sigue la línea mar-cada por los apóstoles.
Esa corriente ha llegado hasta nuestros días, alentada por tantas iniciativas eclesiales, entre las que destaca la de Ignacio de Loyola, que eligió como anagrama y nombre de su Compañía: IHS, nombre de Jesús, que suele traducirse Jesús salvador de los hombres.
En el siglo XII se alza la voz del gran Bernardo de Claraval, para exclamar que el nombre de Jesús es luz, es alimento, es medicina.
La elocuencia y entusiasmo con que San Bernardo exaltó el nombre de Jesús influyeron poderosamente en los escritores posteriores. En el siglo XIII, San Buenaventura, iniciado en los misterios del reino a la sombra, del gran Francisco de Asís, hace mención de las exclamaciones de San Bernardo cuando habla del nombre de Jesús con estas palabras:
"Éste es el nombre sacratísimo, vaticinado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado de todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque desbarata a los enemigos, restaura las fuerzas, recrea los ánimos. Gracioso, porque tenemos en él el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia.
Gozoso, porque «es júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca», esplendor en la mente. Delicioso, porque rumiándolo nutre, pronunciándolo deleita, invocándolo unge, escribiéndolo recrea, leyéndolo instruye. Nombre verdaderamente glorioso, pues dio vista a los ciegos, andar a los cojos, oído a los sordos (Cf. Hch 3, 6), palabra a los mudos, vida a los muertos. ¡Oh bendito nombre, que tales efectos de su virtud ostenta! ¡Alma!, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya ejecutes cualquiera otra labor, nada te agrade, nada te deleite, sino Jesús.
Llama, pues, Jesús al niño espiritualmente nacido de ti. Jesús, esto es, Salvador, en el destierro y miseria de esta vida. Sálvete Jesús de la vanidad del mundo que te combate, de los engaños del ene-migo que te molesta, de la fragilidad de la carne que te atormenta".
«Clama, alma devota, cercada de tantas miserias, clama a Jesús y dile: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, pues con tu cruz y con tu sangre nos redimiste! Ayúdanos, ¡oh Señor Dios nuestro! Sálvanos, digo, ¡oh dulcísimo Jesús, oh Salvador!, es-forzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes.
»¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces, después de la imposición del bendito nombre, la Virgen María, feliz madre natural y verdadera madre espiritual, cuando entendió que, en virtud de este nombre, eran lanzados los demonios, multiplicados los milagros, iluminados los ciegos, curados los enfermos, resucitados los muertos!
Pues de la misma manera tú, alma, madre espiritual, te has de alegrar y gozar, cuando en ti y en los otros echas de ver que tu bendito Hijo Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa. ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre, que mereció contener tan grande virtud y eficacia!»
El beato Angélico supo captar la profunda unión de su padre Domingo de Guzmán con Cristo, en ese expresivo cuadro de Domingo abrazado a la cruz, embelasado ante el rostro ensangrentado de Cristo. En su escuela se han formado grandes seguidores de Jesús, en sus iglesias nacieron y se cultivaron las cofradías del Santísimo Nombre, entre sus discípulos está, por ejemplo, el Beato Enrique Seuze que grabó a fuego en su pecho el nombre de Jesús, o la apasionada por su Esposo celestial Santa Catalina de Siena, oel cantor del Nombre de Jesús fray Luis de Granada. Así escribía el gran predicador de Granada en el Siglo de Oro de la lengua española, dejando de lado otros nombres y quedándose sólo con el de Jesús, Salvador y Liberador:
«Después de circuncidado el niño, dice el evangelista que le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 21), que quiere decir Salvador.
»Este glorioso nombre fue primero pronunciado por boca de los ángeles, porque el ángel que trajo la embajada a la Virgen, dijo que le llamarían por nombre Jesús (Lc 1, 31), y el que aparesció a Joseph en sueños, le dijo lo mismo; y añadió la razón del nombre diciendo: Porque él hará salvo a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21).
»Bendito sea tal nombre, y bendita tal salud, y bendito el día que tales nuevas fueron dadas al mundo. Hasta aquí, Señor, todos los otros salvadores que enviaste al mundo, eran salva-dores de cuerpos, y eran salvadores de carne, que ponían en salvo las haciendas y las casas y las viñas, y dejaban perdidas las almas, hechas tributarias del pecado y por él subjectas al enemigo.
Pues ¿qué le aprovecha al hombre conquistar y señorear al mundo, si él queda esclavo del pecado, por donde venga después a perderlo todo? Pues para remedio de este mal es agora enviado este nuevo Salvador, para que sea cumplida salud de todo el hombre, que, salvando las ánimas, remedie los cuerpos y, librando de los males de culpa, libre también de los males de penas, y así deje a todo el hombre salvo (...).
¡Oh bienaventurada salud, digna de tal Salvador y de tal Señor! Desee cada uno la salud y los bienes que quisiere, anteponga las cosas de la tierra a las del cielo, tenga en más la muerte del cuerpo que la del ánima: mas yo desearé con el santo patriarca esta salud, y desfallescerá mi ánima, deseándola con el profeta David (Sal 118, 81).
Sálvame, Señor, de mis pecados, líbrame de mis malas inclinaciones, sácame del poder de estos tiranos, no me dejes seguir el ímpetu bestial de mis pasiones, defiende la dignidad y la gloria de mi ánima, no permitas que yo sea esclavo del mundo y tenga por ley de mi vida el jucio de tantos locos, líbrame de los apetitos de mi propria carne, que es el mayor y más sucio de todos los tiranos, líbrame de los vanos deseos y de los vanos temores y vanas esperanzas del mundo, y sobre todo esto líbrame de tu enemistad, de tu ira y de la muerte perdurable, que se sigue de ella; y concedida esta libertad y esta salud, reine quien quisiere en el mundo, y gloríese en el señorío de la tierra y de la mar, porque yo con el profeta solamente me gloriaré en el Señor, y alegrarme he en Dios mi Salvador (Ha 3, 18).»
«Pues ésta es la salud que vino el Señor a dar al mundo -sigue diciendo fray Luis de Granada-, y ésta es la que se significa por este nuevo nombre que hoy le ponen de Jesús. De manera que cuando el cristiano oye este nombre, ha de representar en su corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que disipa todo el ejército del demonio, que despoja de sus fuerzas a la muerte, que pone silencio al pecado, que quita la jurisdicción al infierno, que saca los que están captivos en manos de estos tiranos, y los limpia de la fealdad de sus cárceles, y los restituye en tanta hermosura, que los ojos de Dios se aficionan a ellos, y los abraza su bondad, y los hace reinar eternalmente consigo.
Porque tres males principales, entre otros muchos, nos vinieron del pecado, que son muerte, infierno y servidumbre del demonio; y por esto, quien nos libró del pecado, junto con él nos libró de todos estos enemigos, y nos dio prenda y certidumbre de vida perpetua, de compañía con la vida de Dios, de gracia y amistad con él, de favores de su poder, de dones de su liberalidad, y de segura posesiónde todos los bienes. Porque todo esto se pierde por el pecado, y todo se gana por Jesucristo, y por esto con mucha razón le fue puesto tan divino nombre. ¡Oh nombre glorioso, nombre dulce, nombre suave, nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo, pronunciado por los ángeles, y deseado en todos los siglos! De este nombre huyen los demonios, con él se espantan los poderes infernales, por él se vencen las batallas, por él callan las tentaciones, con él se consuelan los tristes, a él se acogen los atribulados, y en él tienen su esperanza todos los pecadores.
»Éste es el nombre de que la esposa hablando con el esposo en los Cantares, dice: Olio derramado es tu nombre (Ct 1, 2) (...). Tenga, pues, este Señor para sí, llamarse Hijo de Dios, resplandor de la gloria, imagen de la divina substancia, palabra del Padre, virtud del Omnipotente, heredero de todas las cosas, Rey de los reyes y Señor de los señores. Tenga para sí llamarse Cristo, que quiere decir ungido, pues él fue ungido como gran profeta, como rey y como sacerdote.
Porque como profeta nos enseñó con su doctrina, y como sacerdote nos reconcilió con su Padre, y como rey nos ha de coronar con eterno galardón. Tenga, pues, él para sí todos estos títulos y excelencias, mas para ti sea Jesús, que quiere decir Salvador, para que él te salve y libre de la vanidad del mundo, de los engaños del demonio, y de las malas inclinaciones de la carne. Y pues estás cercado de tantas miserias, llama a este Señor,y dile: Sálvanos, Señor, Salvador del mundo, pues con tu sangre y con tu cruz nos redimiste, esfuerza al flaco, consuela al triste, y ayuda al enfermo, y levanta al caído.
»Éste es el nombre que vence los demonios, alumbra los ciegos, resuscita los muertos y sana todo género de enfermedades (...). ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre de tanta virtud y eficacia, el cual unas veces alegra las ánimas, mas otras llega a embriagarlas y hacerlas salir de sí con la grandeza de su dulzura!»
Sólo en Jesús está la salvación -Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás-: aclamemos a Jesús, el Señor.
Jesús es el más seguro valedor ante el Padre Dios —Yo os aseguro: Si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará (In 16, 23)—: oremos en su Santo Nombre.
El Santo Nombre de Jesús es siempre estímulo para vivir, para trabajar por su reino, para mantener vivos el amor y la esperanza: En tu nombre, echaré las redes (Lc 5, 5).
![]() CONOCIDO POR EL SOBRENOMBRE DE "EL GRANDE" (MAGNO), ES UNO DE LOS TRES IMPORTANTES PADRES DE LA IGLESIA LLAMADOS CAPADOCIOS.NACIDO CERCA DEL 330 EN CESAREA DE CAPADOCIA, DONDE TAMBIÉN MURIÓ EL 1 DE ENERO DEL 379.
La Iglesia celebra su fiesta el 2 de enero, junto a su gran amigo San Gregorio Nacianceno. |
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Basilio nació en Cesarea, la capital de Capadocia, en el Asia Menor, a mediados del año 329. Por parte de padre y de madre, descendía de familias cristianas que habían sufrido persecuciones y, entre sus nueve hermanos, figuraron San Gregorio de Nisa, Santa Macrina la Joven y San Pedro de Sebaste. Su padre, San Basilio el Viejo, y su madre, Santa Emelia, poseían vastos terrenos y Basilio pasó su infancia en la casa de campo de su abuela, Santa Macrina, cuyo ejemplo y cuyas enseñanzas nunca olvidó.
Inició su educación en Constantinopla y la completó en Atenas. Allá tuvo como compañeros de estudio a San Gregorio Nacianceno, que se convirtió en su amigo inseparable y a Juliano, que más tarde sería el emperador apóstata.
Basilio y Gregorio Nacianceno, los dos jóvenes capadocios, se asociaron con los más selectos talentos contemporáneos y, como lo dice éste último en sus escritos, “sólo conocíamos dos calles en la ciudad: la que conducía a la iglesia y la que nos llevaba a las escuelas”.
Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea.
Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, cuando se hallaba en los umbrales de una brillantísima carrera, se sintió impulsado a abandonar todo, por consejo de su hermana mayor, Macrina.
Insatisfecho por los éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en las vanidades, él mismo confiesa:
“Un día, como despertando de un sueño profundo, me dirigí a la admirable luz de la verdad del Evangelio,… y lloré sobre mi miserable vida”. (Audiencia de Benedicto XVI, 4-VII-07).
Fue entonces,cuando tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza evangélica. Comenzó por visitar los principales monasterios de Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, con el propósito de observar y estudiar la vida religiosa.
Al regreso de su extensa gira, se estableció en un paraje agreste y muy hermoso en la región del Ponto, separado de Annesi por el río Iris, y en aquel retiro solitario se entregó a la plegaria y al estudio.
Con los discípulos, que no tardaron en agruparse en torno suyo, entre los cuales figuraba su hermano Pedro, formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor, organizó la existencia de los religiosos y enunció los principios que se conservaron a través de los siglos y hasta el presente gobiernan la vida de los monjes en la Iglesia de oriente.
San Basilio practicó la vida monástica propiamente dicha durante cinco años solamente, pero en la historia del monaquismo cristiano tiene tanta importancia como el propio San Benito.
Atraído por Cristo, comenzó a tener ojos sólo para él y para escucharle sólo a él. A partir del 358 se dedicó con determinación a la vida de oración, en la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y en el ejercicio de la caridad (Audiencia de Benedicto XVI, 4-VII-07), a orillas del Iris; pronto fue tanta la afluencia de prosélitos que se hizo precisa la creación de otros monasterios en el Ponto.
Por este tiempo recibe la visita de Gregorio Nacianceno, y entre ambos preparan una antología de las obras de Orígenes llamada Philocalia. Basilio escribe aquí sus Moralia y sus dos Reglas. En el año 360 toma parte en el sínodo de Constantinopla.
Accediendo a los ruegos del obispo Eusebio, es ordenado sacerdote (364); pero pronto, su valía provocará los celos de aquél, por lo que Basilio termina retirándose nuevamente a la soledad.
Sin embargo, gracias a la acción diplomática realizada por Gregorio de Nacianzo, se reconciliaron: éste se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo; en realidad, era él quien gobernaba la Iglesia, pero empleaba su gran tacto para que se diera crédito a Eusebio por todo lo que él realizaba.
Durante una época de sequía a la que siguió otra de hambre, Basilio echó mano de todos los bienes que le había heredado su madre, los vendió y distribuyó el producto entre los más necesitados; mas no se detuvo ahí su caridad, puesto que también organizó un vasto sistema de ayuda, que comprendía a las cocinas ambulantes que él mismo, resguardado con un delantal de manta y cucharón en ristre, conducía por las calles de los barrios más apartados para distribuir alimentos a los pobres.
San Basilio creó un monaquismo muy particular: no estaba cerrado a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella.
Sus monjes formaban parte de la Iglesia local, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a él, el amor por él, sobre todo en las obras de caridad. (Audiencia de Benedicto XVI, 4-VII-07)
El Siervo de Dios Juan Pablo II, hablando del monaquismo escribió:
“muchos piensan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica, quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por San Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación”. (Audiencia de Benedicto XVI, 4-VII-07).
Ya obispo (había sido elegido el año 370 como sucesor del obispo Eusebio), es en la organización de la caridad donde Basilio manifestó su celo, con lo que enseguida se ganó el amor de su pueblo: fundó hospitales, hogares para los pobres, y hospicios para extranjeros y viajantes.
El clero, tanto secular como regular, tiene en Basilio un obispo que sabe defender ante el poder civil las inmunidades eclesiásticas.
Basilio fue un obispo entregado de lleno a su cargo pastoral; sobre él pesaban la herejía arriana y un cisma que se aproximaba amenazante:los obispos Melecio, Euzoyo y Paulino se disputaban la sede de la Iglesia antioquena.
El primero había sido elegido canónicamente (360) y fue desterrado al mes de su designación; Euzoyo, arriano más tarde, fue puesto ese mismo año por el emperador Constantino; y por último, Paulino que estaba al frente del grupo de antioquenos ortodoxos que se separaron de la Iglesia primera al ser enviado Melecio al destierro.
En torno a Melecio estaba, además de la mayor parte del pueblo antioqueno, un buen número de obispos del patriarcado sufragáneo.
Basilio creía que Melecio era el obispo legítimo de Antioquía y todos sus esfuerzos fueron encaminados para que éste fuese reconocido como tal; pero Roma y Occidente reconocían a Paulino. De este modo, las cartas provenientes de Roma contestando a las de Basilio no le ofrecían ayuda alguna.
San Basilio el Grande
Las preocupaciones de Basilio aumentaron cuando algunos de sus sufragáneos, recelosos de su elevación, sembraron dudas sobre su ortodoxia. En esta ocasión, pronto fue zanjada la cuestión; bastó a Basilio escribir su tratado De Spiritu Sancto.
Antes de cumplirse doce meses del nombramiento de Basilio, el emperador Valente llegó a Cesarea, tras de haber desarrollado en Bitrina y Galacia una implacable campaña de persecuciones. Por delante suyo envió al prefecto Modesto, con la misión de convencer a Basilio para que se sometiera o, por lo menos, accediera a tratar algún compromiso. Varios habían renegado por miedo, pero nuestro santo le respondió:
¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Que me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento . . .
El gobernador respondió, admirado: “Jamás nadie me había contestado así”. Y Basilio añadió: “Es que jamás te habías encontrado con un obispo”. El emperador confesó que, muy a su pesar, admiraba la firme determinación de Basilio y, a fin de cuentas, resolvió que, en lo sucesivo, no volvería a intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesárea.
El 9 de agosto del 378 muere el emperador Valente. Su sucesor Graciano restableció la libertad religiosa. Todo parecía augurar tiempos mejores.
Pero San Basilio murió el 1º de enero del año 379, a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad.
Catedral de San Basilio (Moscú)
Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.
San Gregorio Nacianceno, Arzobispo de Constantinopla, dijo en el día del entierro:
“Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables".
Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras:
“El gran Basilio, el ministro de la gracia que expuso la verdad al mundo entero indudablemente fue uno de los más elocuentes oradores, entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores”.
Fuente: J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ (GER)
El dogma católico, sin embargo, afirma como doctrina de fe, muchas veces definida, que la Virgen María es verdadera Madre de Dios por haber engendrado y dado a luz a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre en unidad de persona. Este dogma, lo mismo que el dogma de la Encarnación, al que está necesariamente conexo, entra en la categoría de los misterios estrictos; la teología católica, al intentar penetrarlo, no pretende que desaparezca el velo que lo encubre.
Es una maravillosa realidad, que encuentra las más estupendas armonías en el conjunto de los misterios de nuestra fe.
Si el Mesías, que anuncia el A. T., aparece con cualidades divinas, la mujer que le acompaña en muchos textos, como «madre», «reina», «Hija de Sión», desde el protoevangelio hasta la profecía de Miqueas, habría que deducirla, de algún modo, como madre de un Mesías que es Dios. La literatura veterotestamentaria no explícita esa conclusión; entre otras cosas porque la idea de un Mesías Dios aunque es apuntada no está revelada con claridad.
No es, pues, extraño que en los textos del A. T. no se encuentre declaración explícita alguna sobre la maternidad divina. Ésta será posible con la plenitud de la Revelación, es decir, en el N. T. Aquí es necesario distinguir la realidad misma, del nombre. La expresión Madre de Dios no es bíblica (luego veremos su origen), pero su contenido sí.
Más aún, hay expresiones que son hasta formalmente equivalentes, Mater Domini (Le 1,43), ya que aunque la expresión Señor, absolutamente y aislada, indica sólo un título mesiánico, en el contexto lucano en que aparece, y, sobre todo, en el ambiente de las tradiciones neotestamentarias, significa y se aplica al Cristo precisamente como Dios. Esa expresión, pues, en boca de Isabel, tiene una fuerza extraordinaria: Mater Domini es el modo hebreo de decir Madre de Dios.
Ya S. Tomás se planteaba la objeción de que en la Sagrada Escritura no se encuentra el título de Madre de Dios; y sí sólo los de Madre del Señor y Madre del niño, y respondía: «... ésa fue la objeción de Nestorio: que se resuelve porque, aunque no se encuentre expresamente en la Escritura que María sea Madre de Dios, sí que se encuentra expresamente que Jesucristo es verdadero Dios... y que María es madre de Jesucristo... De donde se sigue necesariamente, de las palabras de la Escritura, que sea Madre de Dios» (Sum. Th. 3, q35 a4).
«Nuestro Dios, Jesucristo, fue llevado en el seno por María», dice hermosamente S. Ignacio de Antioquía a principio del s. ii (Ad Ephesios, 18,2). Y una fórmula primitiva del Símbolo Apostólico ya contiene la siguiente declaración: «Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que nació de María Virgen por obra del Espíritu Santo» (Denz.Sch. 3).
Los textos y las declaraciones de esta naturaleza sobre la Maternidad divina, es decir, sobre Cristo Dios y hombre en cuanto hijo de María, son innumerables en la Patrística anterior al Conc. de Éfeso (431). No es, pues, necesario documentar más el hecho. Más interesante es precisar, en lo posible, la aparición del vocablo griego Theotokos que ese Concilio definió y consagró.
Nestorio, en diversos pasajes de sus obras, rechazó ese término como utilizado por los herejes antitrinitarios: Apolinar, Arrio y Eunomio; y en su obra El libro de Heráclides de Damasco desafía a San Cirilo a presentar un solo lugar de los Padres o de los Concilios ortodoxos que lo utilizaran.
Nestorio, sin embargo, no tiene razón ni siquiera desde el punto de vista historiográfico. La crítica, aunque no concede una antigüedad total al título Theotokos, ha establecido que existía por lo menos un siglo antes de Éfeso. Así la oración Sub tuum praesidium se encuentra escrita en el Papyrus n. 470 de la John Roylands Library, que hay que datar de finales del s. III; y en ella se dice: «Bajo tu amparo nos acogemos, Theotokos...».
Teodoreto, en su Historia Eclesiástica, nos ha trasmitido un texto de Alejandro de Alejandría, del año 325, en que se dice: «Nuestro Señor Jesucristo llevó verdaderamente, y no en apariencia, un cuerpo tomado de la Theotokos» (I,3: PG 82,908A).
Utilizan también el título: S. Atanasio (m. 373), Dídimo el Ciego (m. 398), Eusebio de Cesarea (m. 340), S. Cirilo de Jerusalén (m. 396), S. Basilio (m. 379), S. Gregorio Nacianceno (m. 389), S. Gregorio de Nisa (m. 394), etc. Entre los latinos, S. Ambrosio (m. 397) es el primero que utiliza la correspondiente traducción latina Mater Dei: «Quid nobilius Mater Dei» (De Virg. 1,2,7: PL 16,22013). El uso de la expresión no estaba, sin embargo, aún consagrado a Occidente; S. Jerónimo (m. 420) nunca emplea las expresiones Mater Dei, ni Deipara, y lo mismo sucede con S. Agustín.
En las discusiones en torno al Conc. de Éfeso, iniciadas a partir de una mera cuestión de terminología, utilizada por el pueblo, y que Nestorio quiere reprimir, se advierte en seguida que los títulos: Christotokos, Anthropotokos, Theotokos, están vinculados a las más graves cuestiones de Cristología. El vocablo Theotokos (=Deipara, Deigenitrix) se convierte en una tessera lidei.
El Conc. de Éfeso se concluye con una condenación de Nestorio como hereje, y una aprobación de la Carta de S. Cirilo a Nestorio, en la que se dice: «... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera (los Santos Padres) no tuvieron inconveniente en llamar Theotokos a la santa Virgen» (Acta Conciliorum oecumenicorum, 1,1,1,25 ss.).
Con ello el sentido del dogma de la Maternidad divina quedaba definitivamente fijado, y el mismo Concilio podía establecer que el título no tiene un sentido meramente figurado, sino real y propio (Denz.Sch. 427). Más tarde el error adopcionista renovará un nestorianismo suavizado; pero ya en nada afectará a un dogma, que, bien establecido en Éfeso, se ha conservado inalterable en toda la tradición católica y también en otras confesiones cristianas.
De la Maternidad divina surgen unas relaciones del todo especiales entre María y cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. En la gracia propia de la Maternidad divina, las tres divinas Personas invaden todo el ser de María: el Padre se dona, el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo por los dos.
"Virgen con el Niño" Catacumba de Santa Priscila.
Pero no se produce ni una filiación natural que es exclusiva de Cristo; ni una filiación adoptiva, porque la misión del Espíritu Santo en María no es la de conformar a María con el Hijo. Lo que se realiza, en verdad, es una maternidad divina: el Hijo y, a través del Hijo, el Espíritu Santo, configuran a María con el Padre; donándose éste en su propia nocionalidad de tal.
Ambas encuentran su fundamento en la Maternidad divina, es decir, en el hecho de que la Virgen es Madre de Dios encarnado. En verdad, aunque esas realidades las expresamos con conceptos formales diversos, forman una unidad en el concreto orden divino establecido para la redención humana.
En efecto, la Maternidad divina de María es intrínsecamente soteriológica: está ordenada a darnos el Cristo-Hombre, Redentor del mundo con su Pasión y muerte; y se ve envuelta en el mismo destino que la Encarnación.
JOAQUÍN M. ALONSO
V. t.: ENCARNACIÓN DEL VERBO 11, 7; JESUCRISTO 111, 2. BIBL.: M. GORDILLO, Mariologia Orientalis, Roma 1954; M. D. PHILIPPE, Le mystére de la Maternité divine, en Maria, VI, París 1961, 367-416; J. M. BOVER, Deiparae Virginis Consensus, Madrid 1942; R, LAURENTIN, Structure et théologie de Lc I-II, París 1957; N. S. BROARDO, De maternitate divina B. M. Semper V. Nestorii Const. et Cyrillí Alex. sententia, Roma 1944; RAGAZZINI, La divina maternitá di Maria nel suo coneetto teologico integrale, Roma 1948; M. J. NICOLÁS, Théotokos. Le Mystére de Marie, París 1965; J. M. ALONso, Naturaleza y fundamentos de la gracia de Marta «Estudios Marianos» 5 (1946) 11-110; íD, TrinidadEncarnación-Maternidad Divina, «Ephemerides Mariologicae» 3 (1953) 86-102. La Sociedad Mariológica Española ha tratado el tema: dos diversos trabajos se recogen en los volúmenes VIII y XI de sus actas