Incluso en momentos de crisis se ha recurrido a él haciendo interpretaciones muy variadas de sus escritos, que van desde la Escuela de S. Víctor y Tomás de Aquino, en el Medievo, hasta Lutero, Bayo o Jansenio en la Edad Moderna.
Nace en Tagaste (hoy Souk Ahras, en Argelia) el 13 de noviembre de 354. Su padre Patricio era un consejero municipal y un modesto propietario, que recibiría el bautismo poco antes de morir (371). Su madre Mónica era una cristiana fervorosa que procuró educarlo en la fe, pero no lo hizo bautizar, siguiendo la costumbre de la época de aplazar la recepción de este sacramento. Realizó los primeros estudios de gramática en Tagaste, y, más tarde, los continuó en Madaura.
En 370 pudo viajar a Cartago, gracias a la ayuda de su amigo Romaniano, para completar los estudios de dialéctica y retórica. En esta ciudad el joven Agustín se dejó arrastrar por el ambiente disoluto que reinaba entre los estudiantes. Finalizados los estudios enseñó retórica en Cartago (375-383), Roma (384) y Milán (384-386).
La lectura del Hortensius de Cicerón, cuando tenía 19 años, le despierta un gran amor a la verdad y a la sabiduría. Por esas fechas leyó la Biblia, pero la juzgó muy peyorativamente por estar escrita en un lenguaje que él consideraba “bárbaro” y de escaso nivel literario. Se adhirió a los maniqueos, en calidad de auditor (oyente), Poco a poco, conforme fue profundizando en el estudio de la filosofía, descubrió la falsedad del maniqueísmo.
En otoño de 384 se traslada a Milán donde había ganado la cátedra de retórica latina. Allí a la edad de 32 años comenzó su retorno a la vida cristiana. La predicación de San Ambrosio le ayudó a disipar algunas dificultades que presentaba el maniqueísmo en cuanto a la exégesis de la Escritura, dado que el santo Obispo de Milán hacía una interpretación alegórica de diversos pasajes del Antiguo Testamento, en vivo contraste con el literalismo maniqueo.
Con todo, el acontecimiento que determinó más radicalmente su conversión se nos narra por el propio protagonista en las Confessiones. Se había retirado Agustín a una finca en Casiciaco (cerca de Milán), en compañía de su madre, y un grupo de amigos. Allí se debatía interiormente en largas vacilaciones y enfrentamientos interiores, cuando estando en el jardín de la casa oyó una voz infantil que le decía tolle et lege (toma y lee).
Como tenía cerca un códice las epístolas de San Pablo, lo abrió al azar y pudo leer el pasaje de Rom 13, 13, y al instante se le disiparon todas las dudas y decidió recibir el bautismo. Se inscribe entre los catecúmenos y es bautizado en Milán la noche del 24 al 25 de abril en la solemne vigilia pascual del año 387.
Toma la decisión de regresar a África, y antes de finalizar el mes de agosto llega a Ostia, donde tiene lugar un bellísimo coloquio entre S. Agustín y su madre, en vísperas de la muerte de Mónica. Vuelto a Tagaste pone en marcha un proyecto de vida retirada en unión con un grupo de amigos, llevando una vida ascética, a semejanza de una comunidad monástica.
En el 391 viaja a Hipona para buscar un lugar donde poder asentar un monasterio. Estando en esas negociaciones el obispo Valerio y el pueblo de Hipona lo eligen para el presbiterio de la ciudad. Luego será consagrado obispo de Hipona y comenzará así un nuevo capítulo de su vida.
Cuando muere el anciano obispo Valerio le sucederá en la diócesis hiponense. Agustín se centra en llevar a cabo una agotadora labor pastoral, a la vez que hurtaba horas al sueño para escribir tratados y comentarios teológicos, no sólo en beneficio de sus feligreses, sino de todo el que le pedía una ayuda en este sentido, ya fuera un hispano de la Gallaecia, como Orosio, que deseaba una orientación sobre el priscilianismo, ya fuera un diácono de Cartago, como Deogracias que le pide una orientación catequética y que le mueve a escribir el tratado De catechizandiis rudibus.
Un índice de su intensísimo quehacer pastoral lo recordó Benedicto XVI en la Spe salvi (nº29), cuando cita las palabras del mismo Agustín en uno de sus sermones:
“Corregir a los indisciplinados, confortar a los pusilánimes, sostener a los débiles, refutar a los adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes, estimular a los indolentes, aplacar a los pendencieros, moderar a los ambiciosos, animar a los desalentados, apaciguar a los contendientes, ayudar a los pobres, liberar a los oprimidos, mostrar aprobación a los buenos y [¡pobre de mí!] amar a todos” (Serm., 340, 3).
Gracias a su biógrafo Posidio conocemos la enorme cantidad de sus escritos (un total de mil treinta números, entre libros, cartas y tratados) recogidos en el Indiculus o lista añadida a la Vita Augustini, aunque haya que consignar también otras obras a las que el biógrafo no les asignó un número concreto.
De todos sus escritos el más famoso serán las Confessiones, que no es tanto una biografía, según el sentir actual, sino la narración de la vida orante de Agustín que es toda ella una “alabanza” (confessio) a Dios.
Entre sus obras apologéticas destaca la Ciudad de Dios, que ha conocido también una gran notoriedad a través del tiempo. Con ella, Agustín salía al paso de las acusaciones de los paganos a los cristianos, a raíz de la conquista y saqueo de Roma por Alarico (410). Pero sobre todo es muy original su visión de la humanidad dividida en dos ciudades, nacidas de dos amores: el amor de sí y el amor de Dios. La conclusión señala el éxito final de la Ciudad de Dios, guíada por la Providencia divina.
Una de las características de su personalidad como pastor de la Iglesia fue presentar la verdad cristiana en los ambientes en que era combatida por errores doctrinales como el maniqueísmo, el arrianismo, el donatismo, el priscilianismo o el pelagianismo. Fue el alma de una conferencia del 411 entre obispos católicos y donatistas y el artífice principal de la solución del cisma donatista y de la controversia pelagiana.
Se puede afirmar que fue un gran polemista, cuyos argumentos aparecen en su numerosas obras, entre las que podemos citar: Contra el maniqueo Fausto, Contra el sermón de los arrianos, Sobre la unidad de la Iglesia, Conmonitorio sobre el error de los priscilianistas y de los origenistas, Sobre la naturaleza y la gracia, etc.
Sus escritos exegéticos y teológicos son también de extraordinaria calidad. Baste citar su célebre tratado Sobre la Trinidad, donde aporta inestimables intuiciones sobre la explicación psicológica de las procesiones y la doctrina de las propiedades personales del Espíritu Santo.
Podríamos continuar con sus obras pastorales y morales, como Sermones, cartas, etc., pero esto sería superar con mucho los límites que nos hemos impuesto.
Murió el 28 de agosto de 430, durante el tercer asedio de Hipona por los vándalos. Fue sepultado, probablemente, en la Basilica pacis, la catedral; luego sus restos, en fecha incierta fueron llevados a Cerdeña, y de aquí , hacia el 725, pasaron a la basílica de S. Pietro in Ciel d’Oro, de Pavia, donde reposan en la actualidad, y donde fueron visitados por el Papa Benedicto XVI.
Miniserie de TV de dos episodios. Los vándalos están asediando Hipona, en el norte de África, y el Papa teme por la vida de su obispo, Agustín. Por eso envía un barco para rescatarlo y traerlo a Roma sano y salvo.
Una tropa del ejército romano atraviesa las líneas enemigas y llega hasta Hipona, consiguiendo reavivar la esperanza de un pueblo subyugado por el poder vándalo.
"Deseaba venir a venerar los restos mortales de san Agustín, para rendir el homenaje de toda la Iglesia católica a uno de sus "padres" más destacados, así como para manifestar mi devoción y mi gratitud personal hacia quien ha desempeñado un papel tan importante en mi vida de teólogo y pastor, pero antes aún de hombre y sacerdote". (Benedicto XVI ante la tumba de San Agustín, 21 de abril de 2007)
Agustín nació en Tagaste (Argelia) el 13 de noviembre del año 354. Su padre, Patricio, era pagano. Su madre, Santa Mónica, fue un modelo acabado de esposa y madre cristiana: sus virtudes ejemplares, su sufrimiento y su oración conseguirían, primero, la conversión de su marido, quien se bautizó a la hora de la muerte, y, después, la de sus hijos.
Santa Mónica ejerció sobre Agustín una influencia decisiva. Éste nos ha dejado en sus Confesiones el mejor elogio de su madre. Sin embargo, como él mismo relata en dicha obra, la juventud de Agustín se distinguiría por una conducta de libertinaje, junto con una búsqueda incesante de la verdad.
Cursó estudios en su ciudad natal, Tagaste, y posteriormente en Manila y Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, con la que tuvo un hijo.
La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los diecinueve años hasta los veintinueve.
Decepcionado por el maniqueísmo, que concebía al mundo como una oposición sostenida entre los principios del bien y del mal, fue a Roma en el año 383, abrió escuela de retórica y se entregó al escepticismo académico.
Al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán. En esta ciudad acudió a escuchar los sermones de San Ambrosio, quien influyó mucho en la vida de Agustín al hacerle cambiar de opinión sobre la Iglesia católica, la fe, la exégesis y la imagen de Dios.
Tuvo contacto con un círculo de neoplatónicos de la capital, uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que determinaron su conversión intelectual.
La conversión del corazón sobrevino poco después, en septiembre de 386, de un modo inopinado. Al año siguiente, su madre, Santa Mónica, quien tanto influyera con su oración y sufrimiento en la conversión de su hijo, murió en Ostia, Italia. Su fiesta se celebra el día anterior a la de su hijo, el 27 de agosto.
Deseoso de ser útil a la Iglesia, Agustín volvió a su continente natal, África, y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana.
Tres años más tarde fue ordenado presbítero en Hipona para ayudar a su anciano obispo Valerio. Éste, en 396, le consagró obispo, y a su muerte el año siguiente Agustín le sucedió en la sede episcopal. Bajo su orientación la Iglesia africana, derrotada, recobró la iniciativa.
Agustín fue desarmando y desenmascarando las herejías que estaban más difundidas en la época. Los últimos años de su vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después, el 28 de agosto de 430, murió en pleno uso de sus facultades y de su actividad literaria.
Era de constitución fuerte y sana, como lo demuestran sus actividades, trabajos, viajes y serena ancianidad; sus enfermedades se debieron a constantes excesos de fatiga, ascesis y apostolado. La ilusión de su vida fue la verdad para todos los hombres.
Pendiente de sus circunstancias, vivió luchando, aunque era de carácter sereno y apacible. Convirtió su pequeña diócesis en corazón de la cristiandad. Hoy sus restos mortales descansan en Pavía.
Comúnmente es representado con traje de obispo o de monje, llevando en la mano un libro, un corazón o una iglesia.
Sus numerosas obras nos han llegado casi en su totalidad y en buen estado. En ellas trata muy diversos temas, desde los que hablan de su propia vida, como las Confesiones y los Soliloquios, hasta varias obras de tema moral y ascético, pasando por otras de carácter exegético y muchas apologéticas —entre ellas La Ciudad de Dios— y con argumentos contra el maniqueísmo y las principales herejías de su tiempo.
La vocación de San Agustín, su misión, consistió en recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos culturas, la grecorromana y la judeocristiana. Lorealizó tan perfectamente, que se constituyó en genio de Europa. Marcó una nueva ruta al pensamiento y su influjo en la espiritualidad cristiana ha sido notable.
Tenía grandes cualidades humanas: inteligencia poderosa para la síntesis y el análisis, voluntad ardiente e indomable, sensibilidad tierna y viril, vitalidad exuberante, imaginación creadora, iniciativa inagotable, estilo encantador, sentido del humor y del ridículo.
Fue el primer filósofo que adaptó una teología racional a los tres problemas radicales de la existencia, la verdad, el ser y el bien; y casi el primer teólogo que confió en una filosofía crítica, frente a los dogmatismos y fideísmos ilusorios, considerando el entendimiento como revelación natural.
Hombre de una sola pieza, unificó su vida, sus obras y sus intenciones en un sistema vivo y dialéctico, a veces implícito. Teoría y práctica son en él dos formas de una sola postura, si bien es exagerado decir que sus teorías son generalizadoras de sus experiencias.
Cada tesis tiene valor desde su fundamento, pero el fundamento florece en cada tesis. Su obra podría definirse como antropología teológica, y, en este sentido, podría hablarse de un humanismo cristiano: la condición humana es su punto de partida, incluso para demostrar la existencia de Dios.
La posteridad ha venerado siempre a este gran genio, y muchas ciencias humanas encuentran en su pensamiento muchas de sus bases y postulados de fondo. Se le ha reconocido el ser un pensador evolutivo, teológico y católico.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 27 de agosto, recordamos a santa Mónica y mañana recordaremos a su hijo, san Agustín: sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda también para muchas familias de nuestro tiempo.
Mónica, nacida en Tagaste, actual Souk-Aharás, Argelia, en una familia cristiana, vivió de manera ejemplar su misión de esposa y madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien.
Tras la muerte de él, ocurrida precozmente, Mónica se dedicó con valentía al cuidado de sus tres hijos, entre ellos san Agustín, el cual al principio la hizo sufrir con su temperamento más bien rebelde.
Como dirá después san Agustín, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no sólo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo.
¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados! Mónica, mujer sabia y firme en la fe, las invita a no desalentarse, sino a perseverar en la misión de esposas y madres, manteniendo firme la confianza en Dios y aferrándose con perseverancia a la oración.
En cuanto a Agustín, toda su existencia fue una búsqueda apasionada de la verdad. Al final, no sin un largo tormento interior, descubrió en Cristo el sentido último y pleno de su vida y de toda la historia humana.
En la adolescencia, atraído por la belleza terrena, "se lanzó" a ella —como dice él mismo (cf. Confesiones X, 27-38)— de manera egoísta y posesiva con comportamientos que produjeron no poco dolor a su piadosa madre.
Pero a través de un fatigoso itinerario, también gracias a las oraciones de ella, Agustín se abrió cada vez más a la plenitud de la verdad y del amor, hasta la conversión, ocurrida en Milán, bajo la guía del obispo san Ambrosio.
Así permanecerá como modelo del camino hacia Dios, suprema Verdad y sumo Bien. "Tarde te amé —escribe en su célebre libro de las Confesiones—, hermosura tan antigua y siempre nueva, tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba... Estabas conmigo y yo no estaba contigo... Me llamabas, me gritabas, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera" (ib.).
Que san Agustín obtenga también el don de un sincero y profundo encuentro con Cristo para todos los jóvenes que, sedientos de felicidad, la buscan recorriendo caminos equivocados y se pierden en callejones sin salida.
Santa Mónica y san Agustín nos invitan a dirigirnos con confianza a María, trono de la Sabiduría. A ella encomendamos a los padres cristianos, para que, como Mónica, acompañen con el ejemplo y la oración el camino de sus hijos. A la Virgen Madre de Dios encomendamos a la juventud a fin de que, como Agustín, tienda siempre hacia la plenitud de la Verdad y del Amor, que es Cristo: sólo él puede saciar los deseos profundos del corazón humano.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hace tres días, el 27 de agosto, celebramos la memoria litúrgica de santa Mónica, madre de san Agustín, considerada modelo y patrona de las madres cristianas. Muchas noticias sobre ella nos proporciona su hijo en el libro autobiográfico Las confesiones, obra maestra entre las más leídas de todos los tiempos.
Aquí conocemos que san Agustín bebió el nombre de Jesús con la leche materna y fue educado por su madre en la religión cristiana, cuyos principios quedaron en él impresos incluso en los años de desviación espiritual y moral. Mónica jamás dejó de orar por él y por su conversión, y tuvo el consuelo de verle regresar a la fe y recibir el bautismo. Dios oyó las plegarias de esta santa mamá, a quien el obispo de Tagaste había dicho: "Es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas".
En verdad, san Agustín no sólo se convirtió, sino que decidió abrazar la vida monástica y, al volver a África, fundó él mismo una comunidad de monjes. Conmovedores y edificantes son los últimos coloquios espirituales entre él y su madre en la quietud de una casa de Ostia, a la espera de embarcarse rumbo a África.
Santa Mónica ya había llegado a ser, para este hijo suyo, "más que madre, la fuente de su cristianismo". Su único deseo durante años había sido la conversión de Agustín, a quien ahora veía orientado incluso a una vida de consagración al servicio de Dios.
Por lo tanto podía morir contenta, y efectivamente falleció el 27 de agosto del año 387, a los 56 años, después de haber pedido a sus hijos que no se preocuparan por su sepultura, sino que se acordaran de ella, allí donde estuvieran, en el altar del Señor. San Agustín repetía que su madre lo había "engendrado dos veces".
La historia del cristianismo está constelada de innumerables ejemplos de padres santos y de auténticas familias cristianas que han acompañado la vida de generosos sacerdotes y pastores de la Iglesia. Pensemos en san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, ambos pertenecientes a familias de santos.
Pensemos, cercanísimos a nosotros, en los esposos Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, que vivieron entre finales del siglo XIX y mediados de 1900, beatificados por mi venerado predecesor Juan Pablo II en octubre de 2001, coincidiendo con los veinte años de la exhortación apostólica Familiaris consortio.
Este documento, además de ilustrar el valor del matrimonio y los deberes de la familia, llama a los esposos a un particular compromiso en el camino de santidad que, sacando gracia y fortaleza del sacramento del matrimonio, les acompaña a lo largo de toda su existencia (cf. n. 56).
Cuando los cónyuges se dedican generosamente a la educación de los hijos, guiándolos y orientándolos en el descubrimiento del designio de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que brotan y maduran las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Se revela así hasta qué punto están íntimamente unidas y se iluminan recíprocamente el matrimonio y la virginidad, a partir de su enraizamiento común en el amor esponsal de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas: en este Año sacerdotal oremos para que, "por intercesión del santo cura de Ars, las familias cristianas sean pequeñas iglesias en las que todas las vocaciones y todos los carismas, donados por el Espíritu Santo, se acojan y valoren" (de la Oración por el Año sacerdotal). Que nos obtenga esta gracia María santísima, a la que ahora invocamos juntos.
BENEDICTO XVI
Arqueóloga, Ostia Antica
“Ostia era un puerto de gran importancia. Lo separaban de la capital del Imperio tan solo 24 kilómetros. Por aquí desembarcaron todos los cultos orientales del mundo antiguo.
¿Por qué no pensar que también los cristianos, que vienen de esa parte del Mediterráneo hubieran desembarcado en Ostia para después ir a la capital?”.
En Ostia se guarda el recuerdo de una de las cristianas más famosas de los primeros siglos: Santa Mónica, la madre de San Agustín, quien falleció aquí mientras esperaba regresar a su tierra en África. Su hijo recuerda en sus Confesiones el paso de la familia por esta ciudad. Esta placa recuerda lo que dijo el Santo.
FLORA PANARITI
Arqueóloga, Ostia Antica
“En las confesiones hay una parte muy hermosa, muy sugestiva y conmovedora, que ha pasado a la Historia como el momento del éxtasis de Santa Mónica. Están en Ostia, en una casa, se asoman a una ventana que da al patio en una zona tranquila, lejos del centro, de donde estamos ahora.
Hablan con dulzura, con tranquilidad. Es un diálogo entre madre e hijo y hablan de cómo será la vida en el más allá. Sienten esta inspiración, esta intimidad que se está creando entre ellos. Es una especie de testamento que Mónica hace a este hijo suyo perdido y encontrado en la fe porque cinco o seis días después, expirará aquí. Era el año 387 después de Cristo y será enterrada en Ostia”.
Esta basílica es la prueba de la presencia cristiana en Ostia, aunque no fue fácil asentarse porque en esta misma ciudad varios de ellos sufrieron martirio.
Pasear por Ostia es como viajar al pasado y caminar por las calles de la que fue una de las principales ciudades del Imperio. Contemplar los ricos mosaicos de sus termas...
Su majestuoso teatro...
O la elegancia de sus edificios, casas e incluso tabernas.
Sus visitantes dicen que estar aquí es como una inmersión en el pasado.
“El Foro, en Roma, no está tan vivo como este lugar. Te puedes imaginar cómo es la vida cotidiana aquí”.
“Está en las afueras de Roma. No hay tanto ruido, es más tranquilo”.
“Estoy muy impresionada. Es una sorpresa para nosotros. No sabíamos mucho de este lugar antes de venir a Italia esta vez y en comparación al Foro Romano es increíble. Todos los edificios se los puede imaginar uno mucho mejor”.
La ciudad satélite de la capital tuvo en sus tiempos de máximo esplendor 60.000 habitantes. Sin embargo, con el paso del tiempo la vida de esta ciudad se fue apagando.
Cuando Roma fue perdiendo hegemonía y otros puertos ganaron protagonismo, la ciudad se fue despoblando. Las pestes y epidemias dieron el golpe de gracia y la ciudad cayó en el olvido hasta que las excavaciones de los últimos siglos la volvieron a sacar a la luz.
La Biblia le menciona solamente tres veces: Gen 14,18; Ps 110,4 y Heb 5-7. Su nombre (Malki-sedek) significa «Rey de justicia», según la etimología corriente; pero podría ser un nombre teóforo cananeo: «Sadku es (mi) rey».
Gen 14,17-19 relata el regreso de Abraham después de haber batido a los reyes que habían derrotado al de Sodoma y a sus aliados y hecho prisionero a su sobrino Lot. A su encuentro salió el rey de Sodoma y «Melquisedec, rey de Salém, presentando pan y vino; era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador (Señor) de cielos y tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que puso a tus enemigos en tus manos».
Hoy día parece segura la identificación de Salém con Jerusalén (Ps 76,3). Melquisedec aparece así como un rey cananeo de la época patriarcal y su nombre es semejante al de otro monarca de Jerusalén, Adonisedec, mencionado en los 10,1; su identificación con `Abd-Hiba, rey de la misma ciudad en la época de El-Amarna (s. XIV a. C.), es pura conjetura.
Pero lo interesante de este extraño personaje es su sentido religioso. El Génesis lo presenta como sacerdote del Dios Altísimo ('El `elyón) de acuerdo con la teología cananea donde `El es el Dios supremo, creador de los seres y padre de los hombres, como le llaman los textos de Ugarit'. Abraham identifica esa divinidad con Yahwéh, el Dios de Israel, haciendo de Melquisedec un monoteísta. Esta actitud concuerda bien con el proceder general de los patriarcas, que, siendo adoradores del Dios único, se mueven con libertad en el ámbito cananeo, utilizando sus lugares sacros y conviviendo religiosamente con sus moradores.
En el momento de encontrarse, Melquisedec trae pan y vino, no está claro si como refrigerio para la tropa en signo de amistad y congratulación, o bien como sacrificio de acción de gracias o de comunión; ambas cosas son posibles, pero el texto no lo expresa con claridad. La mención del sacerdocio parece relacionarse más bien con la bendición que imparte a Abraham. Éste reconoce dicho sacerdocio entregándole el diezmo del botín.
Todo el cap. 14 del Génesis, que no corresponde a ninguna de las fuentes literarias del Pentateuco, representa una tradición antigua, conservada en orden a exaltar la figura de Abraham y poner de relieve sus relaciones con Jerusalén, ciudad santa, que posee un santuario donde el rey ejerce el sacerdocio por derecho propio.
Se trataría así de una tradición aprovechada en favor de la dinastía de David, que tomó a Jerusalén por su capital y estableció en ella el centro del culto yahwístico. Sobre este culto y santuario el rey de Judá no tenía un derecho ministerial, que la Ley reservaba a los Levitas, sino que su derecho dimanaba del carácter regio, sancionado en esa tradición.
Es ésta precisamente la mentalidad que se refleja en el Salmo 110,4, que exalta la elección divina del rey y su triunfo sobre sus enemigos, asegurado por la protección de Yahwéh. Dicho de David o de un descendiente suyo, este salmo traduce la ideología del mesianismo dinástico de que aquél es portador según la profecía de Natán (2 Sam 7,11-16); y así es también mesiánico en sentido definitivo en cuanto Cristo culmina aquella esperanza.
El salmo descubre el carácter sacerdotal de este mesianismo regio precisamente en relación con la figura de Melquisedec: «Yahwéh lo ha jurado y no se volverá atrás: tú eres sacerdote para siempre al modo de (o por causa de) Melquisedec».
El rey de Jerusalén, el Mesías, disfruta por disposición divina, juramento y profecía, de rango sacerdotal, no en cuanto funcionario cúltico, sino como dispensador de la bendición salvífica al pueblo; la Escritura misma lo confirma al presentarnos al rey de Jerusalén, Melquisedec, del que el Mesías es heredero, bendiciendo a Abraham, padre del pueblo.
De este modo se conjuga la corriente típicamente israelítica del mesianismo con la realidad político-religiosa de Jerusalén, centro unificado del culto israelítico y santuario regio. El rey mesiánico adquiere así una dimensión sacra que trasciende el sacerdocio ministerial, para apropiarse un sacerdocio de mediación y salud al que el otro sirve de medio; Yahwéh traerá la salvación a través del Mesías, del Rey-Sacerdote del que Melquisedec es el prototipo. Este sentido mesiánico tiene una realización eminente en el ReyMesías definitivo, Cristo, cuyo sacerdocio eterno aporta la bendición, la salud, a su pueblo, liberado por su mediación redentora de todos sus enemigos.
Será precisamente el aspecto sacerdotal del mesianismo, que el A. T. sólo considera esporádicamente, aquel en que se detendrá la Epístola a los Hebreos, glosando esta figura de Melquisedec.
En la Epístola a los Hebreos cap. 7 es evidente que a Cristo le corresponde un tal sacerdocio, como se desprende del Ps 110,4, que se cita repetidamente (5,6.10; 6,20; 7,11.17.21), y cuyo sentido mesiánico admitía la tradición judía unánimemente (Mt 22,41-46); se analiza el sentido de ese versículo a la luz del relato del Gen 14, para extraer el sentido de ese sacerdocio y su relación con el sacerdocio levítico de Aarón.
Porque es claro que el Mesías, Cristo, no es sacerdote del orden levítico, pues no pertenece a esa tribu; como descendiente de David pertenece a la de Judá.
Pero su sacerdocio, según el orden de Melquisedec, es superior al de Leví, como aparece en el relato del Gen donde el Rey-Sacerdote se comporta como superior al patriarca Abraham. Posee categorías mesiánicas claras, rey de justicia y de paz, y en cuanto sacerdote asegura la bendición y con ella la salvación a Abraham, que le paga el diezmo, lo que equivale a un reconocimiento de superioridad. Y en ese reconocimiento y sumisión participa Leví, presente en su progenitor.
Por lo demás, la inesperada aparición de Melquisedec en la Sagrada Escritura, al margen de toda relación genealógica, le constituye en figura del sacerdocio eterno, trascendente, del Hijo de Dios. Por su parte, la Escritura atribuye ese sacerdocio-tipo de Melquisedec al Mesías (Ps 110,4), al portador de la salvación; y esto de un modo irrevocable, con un juramento que asegura la perennidad de tal sacerdocio.
Mientras el levítico era un sacerdocio caduco y defectible, el de Cristo, irrevocable y eterno, es garantía de salvación definitiva y de una intercesión ininterrumpida; la Ley y su sacerdocio, garantías de la Alianza, se ven desbordadas por la realidad que preparaban. La misma Escritura había prefigurado y predicho ese nuevo tipo de sacerdocio que convendría al Mesías y que Cristo realizó de modo perfecto.
La tradición cristiana pronto se dio cuenta de la importancia de la figura de Melquisedec. Éste, pagano e incircunciso, bendice a Abraham, y según el Ps 110 es tipo del sacerdocio mesiánico; en él se anuncia la preeminencia de la Iglesia universal sobre la Sinagoga judía.
Nace entonces la exégesis judía polemizante que hace de Melquisedec una figura israelítica, en concreto se la identifica con Sem, que puede así bendecir a su descendiente. Por su parte, los cristianos insisten en la exégesis de Heb 7 y desarrollan al máximo la tipología, introduciendo un elemento nuevo, el del sacrificio, del que no hablaba la Epístola: Melquisedec , aportando, es decir, ofreciendo pan y vino, es figura de Cristo que instituye la Eucaristía.
Tal noción sacrificial, ya lo vimos, no se encuentra explícita en el texto del Gen, aunque puede suponérsela fácilmente. De ahí que Heb 7 no contemple ese aspecto; sobre todo, porque lo que interesa es la realidad del sacerdocio personal de Cristo, su mediación eterna, no su representación sacramental. No se trata de sustituir un rito por otro, sino la figura por la realidad. La tipología sacrificial encontró su expresión litúrgica en el Canon de la Misa, donde se menciona el sacrificio del Sumo Sacerdote Melquisedec en relación con el pan y el vino eucarísticos.
G. DEL OLMO LETE (GER)
ver en Wikipedia
Conocida como la Iberia del Este por el nombre que le dieron los griegos, sus habitantes la conocían antiguamente como Kartli, que fue uno de los primeros reinos cristianos del mundo, ya que el Cristianismo se convirtió en la religión del estado en ese país en el año 337, mucho antes que en el Imperio Romano, que adoptó oficialmente esa religión en el año 380. Georgia conserva gran parte de su patrimonio histórico cristiano gracias a su aislamiento, pues es un país muy montañoso.
Un ejemplo de ese aislamiento es la población de Ushguli, en Svaneti, en el norte de Georgia. Con unos 200 habitantes, es una de las localidades más aisladas y uno de los asentamientos humanos permanentes a más altura de Europa.
Está a 2.100 metros sobre el nivel del mar, cerca de Shkhara la montaña más alta de Georgia, cuya cima alcanza los 5.203 metros. Debido a su localización, en Ushguli nieva durante seis meses al año.
Tanta nieve no sería un problema si no fuese porque los accesos al pueblo quedan bloqueados con bastante frecuencia durante el invierno, por lo que a veces es necesario recurrir a un helicóptero para llegar hasta allí.
Además de su aislamiento, una de las características más curiosas de Ushguli son sus casas, con formas de torres defensivas de entre tres y seis pisos. Su forma no es meramente estética: fueron construidas en la Alta Edad Media con fines defensivos.
El buen estado de conservación del pueblo hace que parezca que allí se detuvo el tiempo hace siglos. Debido a ello, en 1996 la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad.
El principal monumento de Ushguli es la Iglesia de la Madre de Dios, habitualmente conocida con el nombre de Iglesia de Lamaria. Pertenece a la Iglesia Ortodoxa Apostólica Autocéfala de Georgia, una de las iglesias cristianas más antiguas y la mayoritaria de Georgia.
El templo de Ushguli fue construido entre los siglos IX y X (se desconoce la fecha exacta, ya que no hay registros históricos al respecto), y está dedicada a la tradición ortodoxa de la dormición de la Virgen María y su ascenso al cielo.
La Iglesia de Lamaria está situada en una colina al nordeste del pueblo y contiene algunos frescos medievales. Este templo sigue cumpliendo su función religiosa hoy en día e incluso sirve como sede para un obispado para la citada Iglesia Ortodoxa de Georgia.
Si quieres saber más sobre Ushguli, hace unos meses Yes Theory publicó un interesante vídeo de un viaje hasta esa remota localidad (el vídeo está en inglés, puedes activar los subtítulos automáticos en español en la barra inferior del reproductor):
FUENTE: www.outono.net/elentir/explorandoinfo
El Papa Juan Pablo I fue un hombre de sólida y profunda cultura, pero nunca elitista, capaz de filtrarla a través de una auténtica actitud de humildad. Humilitas fue, de hecho, su lema episcopal, inspirado en el de San Carlos Borromeo, que también quiso en el escudo papal, junto con las tres estrellas, símbolo de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Albino nació en Canale d'Agordo, en la zona de Belluno (Italia), el 17 de octubre de 1912. La suya era una familia pobre, lo que, como él recordaba, le permitió conocer el hambre y así, más tarde, comprender las necesidades de la gente.
A los 11 años ingresó en el seminario interdiocesano y cinco años más tarde en el Seminario Gregoriano de Belluno para cursar estudios de bachillerato, filosofía y teología. En 1935 recibió el diaconado y ese mismo año fue ordenado sacerdote. En otoño de 1937, cuando sólo tenía 25 años, el padre Albino fue llamado a Belluno para desempeñar el cargo de vicerrector del Seminario Gregoriano y, al mismo tiempo, impartir clases de bachillerato y teología.
Albino Luciani, Juan Pablo I, durante una audiencia general en septiembre de 1978
Y desde aquí recorrió toda la jerarquía eclesiástica: obispo en Vittorio Veneto en 1958, Patriarca en Venecia en 1970 y en 1973, de manos de Pablo VI, cardenal.
Finalmente, fue elegido Papa el 26 de agosto de 1978 con el nombre de Juan Pablo I en honor de sus dos últimos predecesores. Murió aproximadamente un mes después, con sólo 65 años, el 28 de septiembre de 1978.
Inmediatamente después de la muerte del Papa Luciani, llegaron peticiones de fieles de muchas partes del mundo para la introducción de la causa de canonización. El proceso comenzó en 1990 y concluyó el 13 de octubre de 2021, cuando el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto relativo a un milagro atribuido a su intercesión.
El 4 de septiembre de 2022, el Papa Francisco proclamó en la Plaza de San Pedro que "el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo I, Papa, sea llamado en adelante Beato y que sea celebrado cada año en los lugares y según las reglas establecidas por la ley el 26 de agosto".
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“Albino Luciani, Papa recién elegido, decidió no ser coronado, por primera vez durante siglos. Y esto se engancha perfectamente, es muy coherente, con su naturaleza de un hombre humilde. Al punto que su lema episcopal, elegido veinte años antes, en 1958, cuando Juan XXIII lo quiere obispo de Vittorio Beneto, Luciani elige el lema ‘Humilitas’, osea Humildad”. GIOVANNI MARIA VIAN
Historiador
Una de las razones que le ganó el reconocimiento popular fue su origen sencillo, nacido en una familia de trabajadores.
“Su padre era un obrero, además de simpatías socialistas, que emigró de su región, el Veneto del Norte, el Cadore, y pasó muchos años fuera de su patria”.
Fue especialmente su madre quien le inculcó los valores religiosos que le llevarían a vivir momentos históricos. Uno de ellos lo desvela el historiador Giovanni Maria Vian en su libro ‘El Papa sin corona’, y se refiere a la muerte del metropolita de Moscú, Nikodim, durante una audiencia personal con el Papa, en el Vaticano.
“Nikodim, que era notoriamente filo-católico, pidió insistentemente ver el Papa a solas. A solas quería decir solamente con la presencia de un intérprete, que curiosamente fue un jesuita español”.
Gracias a este intérprete sabemos que el metropolita, que tenía problemas del corazón, sufrió un ataque prácticamente al finalizar el encuentro, cayendo al suelo delante del Papa y falleciendo al instante. Un antecedente duro para un Papa que también sufrió una muerte repentina tras apenas 33 días de gobierno de la Iglesia.
La Oficina de Prensa del Vaticano ha revelado los detalles de la causa de beatificación de Juan Pablo I. Es un Papa del que mucha gente conoce mejor su muerte que su propia vida.
De Luciani pondré en evidencia tres características. Sacerdote que rezaba, que vivía en pobreza y se sentía a gusto con la gente. CARD. BENIAMINO STELLA
Postulador de la causa de beatificación
No es la beatificación de un Papa porque se deba beatificar a un Papa ni su pontificado. Se beatifica lo que se ha investigado sobre él y los testimonios de que siempre buscaba la sustancia del Evangelio. Y lo hizo de una manera fuera de lo común y accesible a todos STEFANIA FALASCA
Vicepostuladora de la causa de beatificación
Su muerte fagocitó por muchos años la consistencia, la hondura magisterial de este hombre, de este Papa. Y soterró su importancia. Quizá esté fue el daño de una fake news que duró demasiado tiempo.
Durante la rueda de prensa también se reveló que una de las reliquias que se presentan del beato es un simple trozo de papel en el que había apuntado un esquema. Cómo explicar en su primera audiencia general abierta a periodistas las virtudes teológicas de la fe, la esperanza y la caridad.
Su sobrina contó con humor el momento en el que los vecinos de su pueblo siguieron a través del único y minúsculo televisor que tenían su participación en el Concilio Vaticano II. La hermana de Luciani estaba muy emocionada porque se lo imaginaba en cada obispo.
Intuía, según ella lo había visto. No sé cómo lo haría, naturalmente.
Entre los presentes estuvo también la segunda persona que encontró a Juan Pablo I muerto. Era una religiosa que lo cuidaba y que recordó cómo le encargaba que de las camisas solo planchara los cuellos y los puños porque eran lo único que se veía. Contó lo que ella y otra hermana vivieron el día de la muerte del Papa.
Solía venir a por el café pero se retrasó, entonces ella me dijo: “¿cómo es que se retrasa?”. Yo le dije: “ve a ver”. Ella fue, él no respondía, abrió la puerta y se dio cuenta de que estaba ahí... SOR MARGHERITA MARIN
Era su hora, en resumen.
El último en compartir su testimonio fue el sacerdote que pidió la intercesión de Juan Pablo I para la curación milagrosa de una niña con neumonía. La madre de la niña no conocía al Papa, pero él sacerdote la convenció. Tenía una gran devoción por él porque le ayudó a discernir su vocación.
Roxana, que no conocía nada de Juan Pablo I, recibe la poca información en el apuro de una terapia intensiva. Y así, junto a dos enfermeras, ponemos nuestras manos sobre el cuerpito de Candela, tenía once años y pesaba 19 kilos. Y así yo hice una oración espontánea que no me la recuerdo de memoria, pero sí tengo la certeza de que pedí que se salvara y recuperara la vida de Candela por la intercesión de Juan Pablo I. P. JUAN JOSÉ DABUSTI
Con la beatificación del próximo domingo, muchos esperan que se ponga en relieve la vida de Juan Pablo I, un Papa cuya inesperada muerte eclipsó una vivencia sencilla y contagiosa del Evangelio.
Ver en Wikipedia
"Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y también los profetas, a Jesús de Nazaret, el hijo de José. Y Natanael le dijo: ¿Puede algo bueno salir de Nazaret? Felipe le dijo: Ven, y ve.
Jesús vio venir a Natanael y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Natanael le dijo: ¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Natanael repuso: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús diciendo: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre". (Jn 1,45-51)
Bartolomé aparece en los Evangelios sinópticos con su nombre griego que procede del patronímico arameo bar-Tôlmay, "hijo de Tôlmay" o "hijo de Ptolomeo". En el Evangelio de Juan, en cambio, aparece con un nombre hebreo, Natanael. La etimología hebrea de su nombre significa "Dios ha dado". La tradición asimiló a Bartolomé y a Natanael como la misma persona.
Lo que sabemos con certeza sobre la vida de Bartolomé nos viene de los textos de los Evangelios, especialmente del Evangelio de Juan, donde se relata en detalle cómo su encuentro personal con Jesús lo condujo a la profesión de fe en el Mesías anhelado.
Natanael o Bartolomé era un pescador de Caná que conocía bien Nazaret, que se halla a sólo 8 km, pero no se confiaba mucho de sus habitantes: por eso se mostró escéptico cuando su amigo Felipe le habló de Jesús nazareno y preguntó con mucha ironía si por caso del pobre pueblo de Nazaret hubiera podido salir algo bueno.
Felipe no intentó convencerlo con palabras sino que lo invitó a tener su propio encuentro personal con Jesús. Bartolomé accedió y fue a buscar a Jesús pero, cuando lo encontró, fue Jesús quien lo sorprendió al decirle que antes de que Felipe lo hubiera llamado, había sido Jesús quien ya sabía que Bartolomé era "un israelita sincero y sin doblez".
También Jesús le reveló que lo había conocido ya desde que "estaba debajo de la higuera" y a este punto, Bartolomé, un hombre concreto y apegado a la tradición que meditaba diariamente las Escrituras, hizo una verdadera confesión de fe en Jesús como el Mesías esperado por Israel: "¡Tú eres el Hijo de Dios y el Rey de Israel!".
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice qué los discípulos se reunieron en oración junto con María y otras mujeres. Entre ellos también estaba Bartolomé:
"Entonces los apóstoles regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén, un trecho corto, precisamente lo que la ley permitía caminar en sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron al piso alto de la casa donde estaban alojados.
Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón el Celote, y Judas, el hijo de Santiago. Todos ellos se reunían para orar asiduamente con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos". (cf. Hch 1,12-14).
Los eventos ulteriores ya no resultan reportados por fuentes históricas seguras, pero las tradiciones populares dicen que Bartolomé se fue a predicar la Palabra de Dios en varias regiones orientales, desde Mesopotamia hasta la India, donde Dios acompañaba su predicación con milagros y curaciones prodigiosas.
Se dice también que llegó hasta Armenia y que allí, además de predicar la conversión a las poblaciones de doce ciudades, también logró evangelizar al Rey Polimio y a su esposa, haciendo que los sacerdotes de las divinidades paganas locales se enfuriasen. Otras leyendas afirman que Astiage, el hermano del rey, instigado por los sacerdotes, logró condenarlo a muerte.
Estas narraciones añaden que su martirio habría tenido lugar en Albanopoli alrededor del año 68. Por último, después de mil vicisitudes acaecidas a lo largo de los siglos, se dice que sus reliquias habrían llegado a Roma por intervención del emperador Otón III, reliquias que hoy se hallan conservadas en la basílica que le fue dedicada en la Isla Tiberina.
En el mundo entero se repite con frecuencia y resuena en muchos corazones el rezo de la Salve: Salve Regina…, Dios te salve Reina… Es el reconocimiento y la proclamación de su realeza. Verdaderamente María es Reina.
Ella nació Reina porque fue predestinada ab aeterno para que lo fuera. Y fue predestinada para ser Reina porque fue elegida para la singularísima y trascendental misión de ser la Madre de Cristo Rey y Mediadora universal de todas las gracias.
El término reina (rey) deriva del verbo latino regere, que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por tanto, el rey (reina) tiene el oficio de regir o gobernar a la sociedad a su cargo para que ésta alcance su fin, con un verdadero primado de poder y excelencia (cfr. Santo Tomás de Aquino, De regimini principium, I,1)
El significado de la palabra rey (reina) tiene múltiples acepciones. Así, por ejemplo:
a) Se puede ser reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey, y la que es madre del rey. En este caso, María es reina por los dos últimos títulos: por su relación con Dios y con Cristo.
b) También cabe considerar el reinado en diversos grados: El Rey Supremo del Universo, el rey que domina sobre otros reyes (Rey de reyes), y el rey de un reino determinado. En el primer sentido lo es Dios, en el segundo Cristo y, en el tercero, cualquiera que lo reciba por derecho de herencia, conquista o elección. Según estas consideraciones, María es Reina de reinas y también ?en cierto modo? es reina por derecho de conquista.
c) Por último, también puede entenderse el término reina (rey) en sentido metafórico. Así, se da éste título a aquél o aquello que excede de un modo singular a sus semejantes. Por ejemplo, se dice rey al león, a un deportista, a la rosa reina de las flores, etc. En este sentido la Virgen María es Reina por su plenitud de gracia y la excelencia de sus virtudes. En las letanías del Rosario la llamamos: Reina de los Santos, de los Ángeles, de los Mártires, de las Vírgenes, de los Confesores, etc.
Entre Cristo y María hay un perfecto paralelismo que es la razón fundamental de su realeza. Por este motivo la Virgen María es Reina: por su íntima relación con la realeza de Cristo, pues éste lo es por derecho propio y aquella lo es por razón de cierta analogía.
Cristo es Rey tanto por derecho propio como por derecho de conquista. En el primer caso lo es como hombre y como Dios. Jesucristo en cuanto hombre, por su Unión Hipostática con el Verbo, recibió del Padre "la potestad, el honor y el reino" (cfr. Dan. 7,13?14) y, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todos cuanto existe, por lo mismo, tiene pleno y absoluto poder en toda la creación (cfr. Jn. 1,1ss).
En el segundo caso es Rey por derecho de conquista en virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de su sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz (cfr. 1 Pe. 1,18-19).
De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene ori gen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis , 29?VI 1943).
La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.
a) Por su divina Maternidad: Es el fundamento principal, pues la eleva a un grado altísimo de intimidad con el Padre celestial y la une a su divino Hijo, que es Rey universal por derecho propio.
En la Sagrada Escritura se dice del Hijo que la Virgen concebirá: "Hijo del Altísimo será llamado Y a El le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará eternamente y su reinado no tendrá fin" (Lc. 1,32?33). Y a María se le llama "Madre del Señor" (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas.
Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: "Verdaderamente fue Señora de to das las criaturas cuando fue Madre del Creador" (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11?X?1954).
b) Por ser Corredentora del género humano: La Virgen María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afirmarse que el género humano sujeto a la muerte por causa de una virgen (Eva), se salva también por medio de una Virgen (María). En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz.
"La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por ra zón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así comoCristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán" (cfr. Pío XII, Enc, Ad coeli Reginam).
El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: ?"Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz" (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).
a) Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin (cfr. Lc. 1,33) y, es universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y alos abismos (cfr. Fil. 2,10?11).
b) Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad (cfr. Jn. 18,37) y para dar la vida sobrenatural a los hombres.
c) Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos (cfr. Jn. 1,12-14); y de justicia porque premia las buenas obras de todos (cfr. Rom. 2,5-6).
d) Es un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (cfr. 1 Cor. 13,8).
e) Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios (cfr. Is. 9,6).
Santa María como Reina y Madre del Rey es coronada en sus imágenes ?según costumbre de la Iglesia? para simbo lizar por este modo el dominio y poder que tiene sobre todos los súbditos de su reino.
La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice: "Oh Dios, que nos han dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el poder llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reserva da a tus hijos".
"La Virgen Inmaculada … asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina univer sal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte". (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).