“Por tanto, habiendo pronunciado y dicho sobre el pan: ‘Este es mi Cuerpo’, ¿quién se atreverá a dudar de él a partir de entonces? Y habiendo afirmado y dicho: “Esta es mi Sangre”, ¿quién puede dudar y decir que no es Su Sangre? (…) En otra ocasión, con su señal, convirtió el agua en vino en Caná de Galilea. Entonces, ¿no deberíamos creerlo cuando convierte el vino en sangre? (…)
Así, con total seguridad, participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo. Esto es porque en la figura del pan se te da el Cuerpo, y en la figura del vino se te da la Sangre, para que, habiendo participado del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, seáis concorpóreos y consanguíneos a Él. Nos convertimos así en ‘Cristóforos’, es decir, portadores de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre difunden nuestros miembros.Y luego, como dice San Pedro, “participamos de la naturaleza divina” (2Pd 1,4).
En efecto, no lo consideres mero pan y mero vino, porque son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, según la fe: cree firmemente, sin ninguna duda, que has sido hecho digno del Cuerpo y la Sangre de Cristo ” (Lecturas catequéticas 4.1-2.6).
“Y aunque los sentidos no puedan sugerirlo, la fe debe confirmarlo con confianza. No juzgues la cosa por el gusto, sino por la fe, llénate de confianza, sin dudar que fuiste juzgado digno del Cuerpo y la Sangre de Cristo ”respectivamente, Cuerpo y Sangre de Cristo, según la afirmación del Señor”(Lecturas catequéticas 4.3.6).
“El pan que parece pan no es pan, aunque se ve y sabe a pan, pero es el Cuerpo de Jesús. El vino, aunque parezca vino por su sabor y color, no es vino, sino la Sangre del Señor ”.
El cristiano es, según Cirilo, “Cristoforo” o “portador de Cristo”.
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Como de costumbre, Francisco no rehuye las preguntas difíciles y habla sobre la pobreza, China, el marxismo, su estilo de gobierno, los abusos del clero, la mujer en la Iglesia, la familia…
Hemos seleccionado 12 textos para que los lectores puedan abrir boca:
https://www.primeroscristianos.com/papa-francisco-diez-anos/
Prácticamente todos los medios informativos han presentado listas de papables, que tal vez, como en Cónclaves anteriores, acabarán contradichas por la realidad. Lo que sí es seguro, sin embargo, es que los cardenales elegirán al hombre con más capacidades para afrontar los grandes desafíos de la Iglesia. ¿Cuáles son estos retos? ¿Cuál será el motivo principal que orientará la elección de los cardenales?
Los dos grandes retos que debe afrontar el nuevo Papa fueron expuestos por el propio Benedicto XVI en la declaración que pronunció en latín el 11 de febrero para anunciar su renuncia.
El Pontífice justificó este gesto al constatar su pérdida de vigor de cuerpo y espíritu «para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio», en un mundo «sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe».
El gobierno de la Iglesia y el anuncio del Evangelio son, por tanto, los dos grandes retos que tendrá que afrontar el sucesor de Benedicto XVI. Pero veamos en detalle lo que estos desafíos conllevan.
Como es lógico, el timonel de la barca de Pedro, ante todo, debe ser pastor. Es importante aclararlo, pues en ocasiones, leyendo periódicos, parecería que el Papa es simplemente el director general de la Curia romana. En este contexto, varios de los cardenales, a los que los periodistas hemos entrevistado, estos días, en Roma han coincidido en que la Iglesia necesita un Papa que sea, ante todo, santo, o para ser más precisos, que esté en camino hacia la santidad.
Y es que, como dijo Benedicto XVI, en un histórico discurso en la Konzerthaus de Friburgo de Brisgovia (Alemania), citando a la Madre Teresa de Calcuta, lo primero que hoy se pide de un pastor de la Iglesia, en particular de un reformador, es santidad de vida.
Con esto, el Papa quería decir que «la Iglesia somos todos nosotros, los bautizados». La reforma comienza por la conversión de cada uno, en primer lugar del pastor, del Papa. El Papa emérito, en ésa y otras ocasiones, ya había reconocido que, «efectivamente, hay motivos para un cambio», una conversión en la Iglesia. Si la Iglesia, como dice la Tradición, «siempre debe ser reformada», es lógico que esta reforma y purificación, en particular en lo que respecta al gobierno de la Iglesia, afecte de manera particular a los obispos del mundo y ala Curia Romana.
En este sentido, el nuevo Papa recibirá el relevo que le ha pasado Benedicto XVI en su tarea de purificación de la Iglesia que ha venido promoviendo, ya desde tiempos en los que era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ante todo, este Pontífice ha demostrado un compromiso inquebrantable para superar las causas que han provocado los escándalos protagonizados por sacerdotes.
Ha aplicado con decisión las normas que la Iglesia ha adoptado en los últimos doce años para evitar que se repitan casos de pedofilia. Su sucesor tendrá que continuar con esa labor, que responde a una de las necesidades más serias que hoy tiene la Iglesia: sacerdotes felices, coherentes con su vocación, en búsqueda de la santidad.
Como es lógico, un Papa es la máxima autoridad de la Santa Sede y, por tanto, a él le corresponde también velar por el gobierno de la Curia romana, compuesto por sus colaboradores en el ejercicio de su ministerio de obispo de Roma, y en la guía del Estado de la Ciudad del Vaticano.
En el último año, la filtración de documentos, que ha tenido lugar, en el contexto del así llamado Vatileaks, ha mostrado problemas de organización o coordinación en la Curia romana, que Benedicto XVI ya ha afrontado, pero que, como es obvio, tendrán que ser motivo de desvelo para su sucesor. Queda por tanto claro que el futuro Papa tendrá que ser un hombre en búsqueda de Dios y de la santidad, para seguir promoviendo la reforma de la Iglesia, y un hombre de gobierno.
Pero el Papa no sólo está llamado a gobernar, o a gestionar equipos. El sucesor del apóstol Pedro debe ser, sobre todo, y antes que nada, pescador de hombres, es decir, un misionero del Evangelio de Jesús en la aldea global. Ésta es la gran misión que Benedicto XVI ha delineado para su sucesor, quien comienza con ventaja, pues su ministerio petrino se integra en pleno Año de la fe y tras la celebración, en octubre pasado, del Sínodo de los Obispos del mundo sobre la nueva evangelización.
El futuro Papa dará prioridad, sin duda, a la dificultad que se experimenta en la vieja Europa, en los Estados Unidos, pero también ya en otros países de Hispanoamérica y del mundo, para transmitir la fe a las nuevas generaciones.
Benedicto XVI ha dedicado su pontificado a mostrar la incoherencia de quien quiere vivir como si Dios no existiera. Para ello, ha expuesto a un mundo descreído, o materialista, las razones de la fe. La fe, si es verdadera, es razonable; la fe sin razón se reduce al fundamentalismo. Su sucesor está llamado a mostrar al mundo el gran mensaje de la encíclica Deus caritas est, Dios es amor.
El cristianismo no es un sistema filosófico, o un conjunto de normas éticas: es, ante todo, el encuentro con una Persona, Jesucristo realmente vivo. Los cardenales, por tanto, están buscando a un evangelizador.
Ahora bien, la vivencia del Evangelio en la vida personal y social tiene muchas implicaciones. La felicidad que la Iglesia propone a cada persona como horizonte de vida implica opciones. Y el próximo Papa está llamado a ilustrarlas al mundo.
En este contexto, uno de los motivos de mayor confusión y debate social, en estos momentos, afecta a la familia y al respeto de la vida humana. A nivel planetario, el debate social más grande hoy está siendo suscitado por la presión para introducir leyes que minan el reconocimiento de la unión entre un hombre y una mujer.
Estas propuestas ven en el niño un derecho, no un deber, motivo por el cual éste puede ser confiado al libre albedrío de cualquier unión, que no tiene la estabilidad ni la complementaridad propias de una familia.
Por este motivo, la predicación del Evangelio de Jesús exigirá del nuevo Papa mostrar cómo la familia no es una cuestión de ideología, o una posición política: se trata de una senda de felicidad, trazada por el mismo Creador en la naturaleza humana, que permite la realización del amor entre un hombre y una mujer para ofrecer el mejor ambiente de acogida en el que puede nacer un niño. La belleza de este mensaje está llamada a transformar el mundo.
El anuncio del Evangelio, en estos momentos, tiene lugar en sociedades interétnicas, en las que la convivencia entre creyentes de diferentes religiones se ha convertido en parte de la vida ordinaria. La dimensión misionera del nuevo Papa está llamada a ejercerse, por tanto, en una relación de respeto y diálogo con los exponentes de las demás religiones.
El nuevo Papa mostrará, como ya hizo san Pablo en la Grecia de su época, que el anuncio del Evangelio implica entablar un auténtico diálogo con todo creyente, pues, como decía Benedicto XVI, todos estamos unidos por la búsqueda de la verdad. En el contexto actual, la relación con el Islam, la segunda religión del planeta tras el cristianismo, es por tanto decisiva. Se trata de un mundo religioso, cultural y político, que en estos momentos está viviendo un profundo proceso de transformación.
La primavera árabe no ha hecho más que empezar. Los nuevos medios de comunicación están creando una nueva opinión pública en el mundo islámico, que deja de unir intrínsecamente religión y política. Las implicaciones nadie las conoce, pero es sin duda un desafío con el que tendrá que relacionarse el nuevo Papa.
El anuncio del Evangelio recuerda una de las misiones centrales del obispo de Roma, desde hace casi dos mil años: ser signo de comunión entre todos los cristianos. La división de los seguidores de Jesús en diferentes confesiones cristianas constituye uno de los escándalos más grandes del cristianismo y quita credibilidad al anuncio del Evangelio.
La Iglesia se acercará con el nuevo Papa a los mil años del recuerdo del gran cisma de Oriente, que separó a Constantinopla y Roma, a ortodoxos y católicos. Curiosamente, la globalización y las dificultades que experimentan los cristianos están dando un empuje inesperado al ecumenismo. En este último pontificado, las relaciones entre las Iglesias ortodoxas y Roma se han hecho más cercanas. Prejuicios de hace siglos están deshaciéndose como hielo en primavera.
Los líderes cristianos, en particular protestantes y el Primado de la Comunión Anglicana, han rendido homenaje a Benedicto XVI y a su acto de valentía con su renuncia. Se puede decir que el nuevo Papa llega en un momento de esperanza ecuménica. Las dificultades teológicas son todavía muchas. Heridas de siglos tardarán en cicatrizar. Pero está claro que el movimiento hacia la unidad de los cristianos está avanzando, aunque sea lentamente. El nuevo Papa podría dar un impulso inesperado.
Otra de las dimensiones del anuncio del Evangelio es su capacidad para edificar sociedades en las que cada uno de sus miembros sea considerado como hijo de Dios. Este Papa es elegido en momentos en los que la crisis económica sigue dando coletazos.
Las migraciones, a causa de la crisis, han seguido rumbos diferentes, pero siguen siendo un fenómeno característico. El crecimiento de potencias como China está alterando profundamente el rostro de la economía y de la geoestrategia.
El nuevo Papa no está llamado a ser economista. No dará las recetas que llevarán a nueva fase de prosperidad global al planeta. Pero sí deberá mostrar cómo el Evangelio es capaz de humanizar las relaciones económicas y sociales entre las personas. Su voz está llamada a despertar las conciencias, pues el mundo no puede construir la prosperidad de unos pocos a costa de la injusticia. En cierto sentido, la doctrina social que enseña la Iglesia cobra una actualidad inesperada.
Uno de los sectores en los que la evolución es más intensa en estos momentos es, sin duda, el de la comunicación. El impacto de YouTube, Facebook, Twitter, los dispositivos móviles..., en la vida de las personas es tan grande que tiene implicaciones antropológicas profundas.
La vida de los adolescentes ha quedado totalmente transformada. El mundo profesional ha sufrido un empuje vertiginoso. Estos instrumentos también tienen un impacto en la vida de fe de las personas. Internet se ha convertido en el mayor lugar de búsqueda de contactos para crear relaciones sentimentales, y en el lugar en el que hombres y mujeres, de todas las religiones, buscan respuesta a sus problemas de fe.
El nuevo Papa anunciará el Evangelio en los nuevos medios de comunicación. La presencia del cristianismo en los próximos años dependerá sin duda del dinamismo de los pastores y de los creyentes en las nuevas redes. Benedicto XVI, el Papa que escribe a mano, ha dejado ya todo un magisterio en Twitter. Su sucesor será el misionero de las nuevas redes.
Este repaso de algunos de los desafíos que hoy tiene la Iglesia nos ha permitido trazar el perfil del nuevo Papa: un hombre en búsqueda de la santidad, con capacidades de gobierno, misionero y, por tanto, con capacidades de comunicación. Pronto sabremos su nombre.
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Este libro pretende facilitar que los primeros escritores cristianos hablen directamente al lector, poniendo la atención de modo particular en la trascendencia que tuvo para la expansión de la fe, el ejemplo de su vida. Ese fue el secreto de su éxito; por eso consiguieron cambiar una sociedad entera con el tremendo poder transformador del buen ejemplo.
Estos textos de la antigüedad cristiana tienen un especial atractivo porque nos permiten captar el mensaje cristiano en sus fuentes originarias. Viajamos a los tiempos del nacimiento de la Iglesia.
Nos permiten acercarnos a los primeros eslabones de esta fabulosa cadena que a lo largo de la historia ha transformado el mundo. La selección de textos que se presenta busca dar a conocer la vida de los primeros cristianos a las mujeres y a los hombres del siglo XXI: hacernos presente el espíritu que vivieron, tal como ellos mismos lo han contado.
En las páginas de este libro se incluyen textos de los Padres Apostólicos y los escritores de finales del siglo I y de la primera mitad del siglo II (San Clemente de Roma, San Ignacio de Antioquía, San Policarpo de Esmirna…), que son verdaderos testigos de los comienzos, ya que conectan directamente con los tiempos de los Apóstoles.
Los Padres y apologistas de los siglos II y III, que fueron auténticos defensores de la fe, ante las duras persecuciones (San Justino, Atenágoras, Teófilo de Antioquía,…) y ante la aparición de las primeras herejías (San Ireneo de Lyon, Orígenes, Clemente de Alejandría, Tertuliano, San Cipriano de Cartago…). Y también de los grandes Padres de Oriente y de Occidente del siglo IV y de la primera mitad del V. Concretamente hasta San Agustín de Hipona (354-430).
En cuanto a los autores que se citan, se puede encontrar en el comienzo del libro una “relación cronológica” de los mismos, para que el lector pueda situarlos en el tiempo con más facilidad.
En las páginas finales se recoge una breve biografía sobre cada uno de ellos, de modo que se pueda conocerlos mejor y hacerse cargo de las circunstancias que rodearon su vida.
La recopilación se completa con algunos comentarios y citas de diversos autores, actuales y de diversas épocas, relativos a la vida de los primeros cristianos y a su ejemplo, que pueden servir al lector para valorarlos con más profundidad.
Destacan algunos textos de los últimos papas Benedicto XVI y san Juan Pablo II, que constituyen una parte destacada de este libro.
El cariño y la veneración con que el papa Francisco habla, con frecuencia, de los primeros cristianos, nos hace considerar la importancia que tiene, para nosotros, el ejemplo de estos hombres y mujeres que realmente gastaron su vida por el Evangelio.
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¿Dónde fue enterrado Moisés? No sabemos exactamente. Tampoco los escritores bíblicos:
“Entonces Moisés, el siervo del Señor, murió allí en la tierra de Moab, por mandato del Señor. Lo enterró en un valle en la tierra de Moab, frente a Bet-peor, pero nadie conoce el lugar de su sepultura hasta el día de hoy” (Deuteronomio 34:5–6).
Esta incertidumbre, sin embargo, no desanimó a los primeros cristianos, quienes determinaron que Moisés murió y fue enterrado en el monte Nebo, en lo que hoy es el centro del Jordán. Conocido localmente por su nombre árabe, Siyagha, el monte Nebo comenzó a atraer fieles cristianos a principios del siglo IV, cuando el cristianismo fue reconocido en el Imperio Romano como una religión legal.
Su conexión con Moisés y la narración del Éxodo atrajo a monjes cristianos, que querían vivir y orar cerca de donde estaba enterrado Moisés, así como a peregrinos, que deseaban conmemorar al profeta y contemplar las promesas de Dios a su pueblo.
El complejo monástico en la cima del monte Nebo creció entre los siglos IV y VI alrededor del lugar donde Moisés fue enterrado según la Biblia. De Davide Bianchi, “A Shrine to Moses” (Viena: Academia de Ciencias de Austria, 2021), pág. 174; Creative Commons Attribution 4.0 Licencia Pública Internacional .
En su artículo " Moisés y los monjes de Nebo " , publicado en Biblical Archaeology Review , Debra Foran describe la historia temprana de la peregrinación cristiana hacia el monte Nebo y sus alrededores y describe algunos de los monumentos centrales de la región.
“Una red de comunidades monásticas se extiende desde [Mt. Nebo] al este hasta los límites del desierto y al sur hasta el Wadi Mujib (el bíblico río Arnón). Este desarrollo probablemente estuvo relacionado con el creciente movimiento monástico en el sur de Levante durante el período bizantino, ejemplificado por los monasterios del desierto de Judea cerca de Jerusalén”.
Profesor asistente en el Departamento de Arqueología y Estudios del Patrimonio de la Universidad Wilfrid Laurier en Ontario, Foran también profundiza en cuestiones relacionadas con la forma en que los monjes del Monte Nebo interactuaban con la población local. “Entretejido en este paisaje monástico había una población laica activa y próspera que atendía a sus vecinos ascéticos. La población rural también se debe a los numerosos peregrinos que registran la región”.
La red monástica del monte Nebo incluía otros sitios cristianos, como 'Uyun Musa, Khirbat al-Mukhayyat, Ma'in y Madaba. Sociedad de Arqueología Bíblica.
Uno de los primeros peregrinos occidentales a Tierra Santa fue una mujer noble llamada Egeria (o Etheria ), que en la década de 380 visitó el supuesto lugar donde fue enterrado Moisés. En su itinerario latino , escribió:
Así llegamos a la cima de esa montaña, donde ahora hay una iglesia de no gran tamaño en la cima misma del monte Nabau. Dentro de la iglesia, en el lugar donde está el púlpito, vi un lugar un poco elevado, que contenía tanto espacio como el de las tumbas.
Pregunté a esos hombres santos [es decir, monjes] qué era esto, y me respondieron: “Aquí fue puesto el santo Moisés por los ángeles, porque, como está escrito, nadie conoce el lugar de su sepultura, y porque es cierto que fue enterrado por los ángeles. Su tumba, de hecho, donde fue puesto, no se muestra hasta el día de hoy;pero como nos lo mostraron nuestros antepasados que habitaron aquí, así os lo mostramos a vosotros, y nuestros antepasados dijeron que esta tradición les fue transmitida por sus propios antepasados (XII, 1–2).
El baptisterio norte de la basílica bizantina del monte Nebo presenta una pila bautismal (frente) y mosaicos elaborados que datan de c. 530 CE Foto de flowcomm , bajo licencia CC BY 2.0 .
La pequeña iglesia que visitó Egeria fue reconstruida y ampliada en el siglo V para incluir varias capillas laterales y un baptisterio (ver foto), todos los cuales estaban decorados con intrincados mosaicos o pavimentados con baldosas de mármol dispuestos en patrones geométricos.
Esta basílica bizantina fue excavada recientemente y se construyó sobre ella una nueva iglesia (denominada Iglesia Memorial de Moisés) para proteger los restos arqueológicos y brindar a los visitantes la experiencia visual de la iglesia del siglo VI. Durante las restauraciones de 2013, se descubrió una tumba vacía en el centro de la nave de la basílica. Forán escribe:
Ubicada en el punto más alto de la montaña, esta tumba inicialmente pudo haber sido parte de un santuario anterior dedicado a Moisés que luego se incorporó a la basílica y se selló debajo de su piso. La comunidad monástica del Monte Nebo posiblemente pensó que esta tumba como un monumento funerario dedicado a Moisés, y podría haber sido el que vieron Egeria y sus compañeros peregrinos en el siglo IV.
Varios otros sitios monásticos alrededor del supuesto lugar de enterramiento de Moisés en el monte Nebo florecieron durante el período bizantino (siglos IV-VII). Entre ellos estaban 'Uyun Musa (los manantiales de Moisés), un manantial perenne en el valle al noreste del monte Nebo que también sostienen cuevas para los ermitaños cristianos (ver foto).
También está Khirbat al-Mukhayyat, que es una colina a unas 2 millas al sureste del monte Nebo que tiene al menos tres iglesias que datan de los siglos VI y VII. Este sitio es el foco de las exploraciones actuales dentro del Proyecto Arqueológico de la Ciudad de Nebo, dirigido por Foran.
Las cuevas en 'Uyun Musa (2 millas al noreste del Monte Nebo) proporcionan refugio a los monjes cristianos que lograron vivir y orar cerca de donde Moisés fue enterrado. De Davide Bianchi, “A Shrine to Moses” (Viena: Academia de Ciencias de Austria, 2021), pág. 166; Creative Commons Reconocimiento 4.0 Licencia Pública Internacional.
https://www.primeroscristianos.com/la-tumba-moises-monte-nebo/
Desde entonces las investigaciones no han cesado y los abundantes hallazgos están cada vez más cerca de confirmar lo que parece cada vez más evidente: tendría unos 2.000 años de antigüedad, habría sido usado en tiempos de Herodes el Grande y muy probablemente transitado por el mismo Jesús.
Pero los investigadores no dispondrán de todo el tiempo que necesitarían o les gustaría tener para desarrollar el trabajo en perfectas condiciones.
Yehuel Zelinger, un reconocido arqueólogo con más de 30 años de trabajo de campo en Jerusalén y buen conocedor del hallazgo, afirmó a OSV News la aceleración de las investigaciones con motivo de nuevos proyectos de construcción que amenazan el yacimiento.
Por ello, el arqueólogo destacó la importancia de apresurar la labor de documentación y preservación de la mayor cantidad posible de evidencias antes de que sea demasiado tarde.
«Hay tanta construcción y desarrollo que tenemos que recabar todo lo posible en este momento porque de lo contrario no tendremos los datos», urge Zelinger.
La relevancia del hallazgo no es menor: situada en el Parque Nacional de los Muros de Jerusalén, esta calle fue transitada por los peregrinos que se dirigían desde el estanque de Siloé al Monte del Templo hace 2.000 años.
Se trata de dos monumentos con gran relevancia para el cristianismo y las Sagradas Escrituras. El primero de ellos -cientos de años más antiguo que la ruta- fue transitado por el mismo Jesús durante su estancia en la ciudad santa, realizando milagros como la curación del ciego al que envió al estanque, mientras que el Monte del Templo ha sido venerado como un lugar sagrado durante miles de años.
El milagro es descrito por Juan:
En aquel tiempo Jesús vio al pasar a un hombre ciego de nacimiento, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: `Vete, lávate en la piscina de Siloé´ (que quiere decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo… Y dijo Jesús: `Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos´. Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: `Es que también nosotros somos ciegos?´ Jesús les respondió: `Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: `Vemos´ vuestro pecado permanece´».
Se cree que la excavación de de la ruta de peregrinación, que actualmente se encuentra bajo varias casas, fue transitado especialmente durante las principales celebraciones peregrinaciones durante el reinado de Herodes el Grande.
La gran importancia de esta vía de 800 metros de largo y 6 de ancho no es una mera hipótesis, pues «si se tratara de un simple pasadizo que conectase el punto A con el punto B, no habría necesidad de construir una calle tan grande», expresaron los doctores Joe Uziel y Moran Hagbi, arqueólogos de la Autoridad de Antigüedades de Israel.
«Como mínimo tiene 8 metros de ancho. Esto, junto con su piedra finamente tallada y sus ‘adornos’ ornamentados como un podio escalonado a lo largo de la calle, indica que se trataba de una calle especial«, confirmaron en su estudio de investigación al hallar la ruta de peregrinación.
Mapa de la ciudad de Jerusalén y ruta de la peregrinación construida por Pilato.
Otro aspecto relevante de esta «ruta de peregrinación» es su edificación en sí misma. Construida por mandato de Poncio Pilato, el camino también tendría un elaborado sistema de drenaje mediante escalones que permitirían que el agua se condujese bajo la calzada. Entre otras funcionalidades de la misma, los arqueólogos barajan la posibilidad de que en ella se encontrase una suerte de mercado.
Una hipótesis basada en los hallazgos descubiertos por los 80 arqueólogos que investigan el área, entre los que destacan utensilios de cocina, joyas, cerámica y monedas, siendo estas últimas idóneas para la datación cronológica de los descubrimientos.
En 2019 ya se habían hallado 100 monedas atrapadas debajo de adoquines. Las últimas datan entre el 17 y el 31 después de Cristo, lo que proporciona una evidencia firme de que el trabajo comenzó y se completó durante el tiempo en que Poncio Pilato gobernó Judea.
«Datar usando monedas es muy exacto», aseguró Donald T. Ariel, arqueólogo y experto en monedas de la Autoridad de Antigüedades de Israel, y uno de los coautores del artículo escrito en el descubrimiento de la ruta.
Explica que como algunas monedas tienen el año en que fueron acuñadas, si una moneda con la fecha del año 30 después de Cristo se encuentra debajo de la calle, «la calle tuvo que construirse en el mismo año o después de que esa moneda fuera acuñada».
La profesora de hebreo y arameo y arqueóloga colaboradora en Tierra Santa desde 1996, Ca
yetana Johnson, ha subrayado en varias ocasiones semejantes la importancia de los hallazgos anexos a la piscina de Siloé.
Entrevistada por Alfa y Omega, recordó su experiencia de 2016, cuando trabajó en la entrada sur a Jerusalén a través de la calle de Justiniano, muy cercana a la piscina donde el ciego fue curado.
«En la época del segundo templo los peregrinos subían por allí, después de purificarse en la piscina de Siloé, cantando los salmos. La subida es bastante pronunciada, y les servía para reflexionar y prepararse para lo que iban a encontrar. Los cristianos hacían este mismo itinerario: comenzaban su camino hasta el Santo Sepulcro recordando el milagro de la curación del ciego en la piscina«,explicó Johnson.
Destaca, además, la abundante afluencia de gente que debía darse en aquella zona, especialmente por las «pulidísimas» piedras del suelo halladas en las excavaciones.
«Antes de la entrada había albergues para curarse (muchos venían con enfermedades) y asearse, y por todas partes se encuentran monedas. También colgantes con forma de cruz. Hace unos años apareció un colgante con forma de librito, que en un lado tiene tallada una cruz y en el otro una imagen borrosa, que puede representar a Jesús como buen pastor (con pelo corto y sin barba)», mencionó la arqueóloga.
Con todo, las excavaciones aún no están concluidas, quedando todavía unos 90 metros para completar el recorrido de los peregrinos.
Para Zelinger, «lo más importante» pasa por publicar los hallazgos de cara a la comunidad científica y el público, elaborados en base a los procedimientos de datación científica así como en base a las evidencias materiales literarias o monetarias. También emplean como complemento las fuentes históricas y especialmente las Sagradas Escrituras, donde se muestran nombres como los que aparecen representados en inscripciones de la ruta.
«No significa que sea la misma persona, pero significa que el nombre se empleaba durante ese periodo» o bien que «podría ser familiar» de alguien que aparezca en la Biblia. «Esto son solo detalles, pero con ellos se construye la historia en conjunto», concluyó el arqueólogo.
“Un día una tormenta te sacudió, y tus aguas...rasgadas por los relámpagos, elevaron un extraño canto, frenético y armonioso, noblemente áspero y suavemente terrible...como entonado por la trompeta de un arcángel preso del espanto y la piedad frente a los horrores del infierno abierto. Era el alma del monje de Narek que pasaba sobre ti”.
(Oda a la lengua armenia, 1908)
Las palabras que el escritor Archag Tchobanian dedica a Gregorio de Narek en este poema, escrito en uno de los momentos más terribles de la historia armenia, revelan el crisol donde el monje forjó un nuevo verbo teológico arraigado profundamente en la tradición de su tierra.
Gregorio de Narek, nació entre 945 y 951 en el Vaspurakan (Armenia histórica) en una familia de literatos. Tras la muerte prematura de su madre, su padre, Khosrov, es nombrado arzobispo de Andzevatsik y confía su educación a su tío Ananías, médico, filósofo y abad del monasterio basiliano de Narek, célebre escuela de Sagrada Escritura y Patrística.
Gregorio estudiará allí, además de la Biblia, a los poetas y filósofos helenistas, será ordenado sacerdote, luego abad y reformará Narek. Contemplativo, pero no aislado de los acontecimientos políticos y eclesiásticos de su tierra y su tiempo, su fama traspasa los muros del monasterio.
Así, a petición del príncipe Gurgen de Andzevatsik, escribe su Comentario sobre el Cantar de los Cantares y del obispo Stepanos la historia de la Santa Cruz de Aparank y destina sermones e himnos a la enseñanza del pueblo.
De especial importancia para la comprensión de sus enseñanzas mariológicas son los encomios a la Santísima Virgen, en los que preanunciaría la concepción inmaculada de María, con un estilo conmovedor donde se percibe su añoranza de la figura materna.
Al final de su vida escribe “El Libro de las Lamentaciones” tan popular y amado en Armenia que su lectura era obligatoria para los escolares una vez que hubieran aprendido el alfabeto. Muere alrededor del 1010 en Narek donde su tumba, lugar de peregrinación durante ocho siglos, fue destruida al igual que el monasterio durante el genocidio de 1915-1916.
Escrita hace 1.200 años, la obra de Narek sigue siendo un modelo universal de literatura y espiritualidad. Gregorio inventa un género, una especie de treno (oración fúnebre griega) sobre un alma en extremo peligro y un tipo de libro, una cadena de oraciones.
“El ritmo y el número a los que recurrí en el poema anterior -dice en Las Lamentaciones- no tenían otro fin que agudizar el dolor, la queja, los suspiros, la amarga letanía de lágrimas...Por lo tanto, retomaré aquí la misma forma, en cada frase, como anáfora y como epístrofe, y haré que la repetición figure fielmente el espíritu, el poder vivificante de la oración".
Es un innovador porque libera la palabra interior de todos los cánones de expresión regulados por la tradición filosófica o religiosa de su tiempo y al hacerlo devuelve al espíritu su derecho a expresarse sin restricciones, entablando un diálogo directo con Dios que excluye cualquier dogmatismo, excepto el de la libertad.
Un diálogo donde la soledad del ser humano y el silencio expresivo de Dios se entrecruzan y se responden; una “venida de Dios en el lenguaje” que muestra incluso los límites de éste para abordar lo divino.
En los 95 capítulos u oraciones de Las Lamentaciones, el monje filósofo se hace representante solidario de todo el género humano, extraviado en el laberinto del pecado y angustiado por la necesidad de amor, en constante tensión hacia algo que no pertenece al mundo que habita, hasta abandonarse a la misericordia del Dios de la luz, cuya proximidad siente entonces como inmediata.
Su herencia fue recogida por los poetas armenios del siglo XX en una época en la que anteponer el ser humano a cualquier sistema era extremadamente difícil.
El 12 de abril de 2015 con motivo de su proclamación como Doctor de la Iglesia, el Papa Francisco, escribía en su Mensaje a los Armenios:
“San Gregorio de Narek, monje del siglo X, más que cualquier otro supo expresar la sensibilidad de vuestro pueblo, dando voz al grito, que se convierte en oración (...) Formidable intérprete del espíritu humano, parece pronunciar palabras proféticas para nosotros:
«Yo cargué voluntariamente todas las culpas, desde las del primer padre hasta las del último de sus descendientes, y de ello me consideré responsable» (Libro de las lamentaciones, LXXII). Cuánto nos impacta ese sentimiento suyo de solidaridad universal. Qué pequeños nos sentimos ante la grandeza de sus invocaciones:
«Acuérdate, [Señor,]... de quienes en la estirpe humana son nuestros enemigos, pero para su bien: concede a ellos perdón y misericordia (...) No extermines a quienes me muerden: ¡conviértelos! Extirpa la viciosa conducta terrena y arraiga la buena conducta en mí y en ellos» (ibid., LXXXIII).
https://www.primeroscristianos.com/armenia-ano-301-cristianismo/
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En el calendario litúrgico, la cuaresma representa el periodo de preparación que pasó Jesús en el desierto antes de su vida pública. Los 40 días se marcan a partir del miércoles de ceniza y hasta el domingo de ramos, cuando inician las celebraciones de la Semana Santa.
Este año 2022, el miércoles de ceniza será el 22 de febrero. A partir de ahí, comienzan a contarse 40 días naturales hasta el domingo de ramos, el 2 de abril. Jueves y Viernes Santo se celebrará este año los días jueves y viernes 6 y 7 de abril, y la Pascua será el domingo 9 de abril.
Durante la cuaresma, la tradición católica sugiere el ayuno —aunque eso se ha traducido en no comer carne— el miércoles de ceniza y los días viernes, hasta la Pascua, en representación del sacrificio que hizo Jesús.
La explicación está en que el número 40 tiene una presencia importante en la Biblia.
“40 días duró el diluvio; 40 días estuvo Moisés en el Monte Sinaí para prepararse y llevar a su pueblo a la tierra prometida; 40 días estuvo Jesucristo en el desierto alistándose para predicar, hacer milagros y vivir la tortura, crucifixión, muerte y resurrección”.
El número 40 también está presente en los 40 años que el pueblo de Israel tuvo que estar en el desierto para llegar a la tierra prometida. Solo en años bisiestos entre las dos fechas hay 41 días.Los católicos toman la temporada de cuaresma como una preparación para los días santos y la Pascua, cuando celebran la resurrección de Jesucristo.
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Santa Juliana, virgen y mártir de Nicomedia, en Campania
Joven cristiana, su padre pagano la prometió en matrimonio al Prefecto Eleusio, también un pagano. Ella aceptó con la condición de la conversión de Eleusio. Fue luego denunciada como cristiana, arrestada, torturada y decapitada alrededor del 305, en la época del emperador romano Maximiano.
Cuando llegó la paz de Constantino, la matrona Sofronia tomó las reliquias del cuerpo de la mártir Juliana con la intención de llevarlas consigo a Roma. Por una tempestad, tuvo que desembarcar en Puzoli donde le edificó un templo que luego destruyeron los lombardos. Las reliquias se vieron peligrar y prudentemente se trasladaron a Nápoles donde reposan y se veneran con gran devoción.
En Nicomedia tuvieron lugar los hechos, de mil maneras narrados y con toda clase de matices comentados, en torno a esta santa que hizo un proyecto de su vida contrapuesto al deseado por su padre. Los narraré escuetamente adelantando ya que fue por la persecución de Maximiano.
Juliana es hija de una conocida familia ilustre pero con un padre pagano metido en el ejercicio del Derecho - que cuando llega el momento llega a convertirse en perseguidor de los cristianos - y una madre agnóstica. Ella, por la situación del entorno familiar nada favorable para la vivencia cristiana, se ha hecho bautizar en secreto. Además se le ha ocurrido entregarse enteramente a Cristo y no entra el casamiento en sus planes de futuro. Este es el marco.
La dificultad del caso comienza cuando Eluzo, que es un senador joven, quiere casarse con Juliana. La cosa se pone aún más interesante porque, conociendo que Eluzo bebe los vientos por su hija, ya ha concertado el padre el matrimonio entre el senador y la joven, comprometiendo su honorabilidad.
La supuesta novia lo recibe amablemente y con cortesía haciendo gala de su esmerada educación. Pero, al llegar el momento culminante de los detalles matrimoniales, salta sobre el tapete una condición al aspirante con la intención de desligarse del compromiso. No lo aceptará -le dice- mientras no sea juez y prefecto de la ciudad.
Claro que eso era como pedir la luna; pero se vio pillada en sus palabras ya que en poco tiempo, gracias a influencias, dinero y valía personal, Eluzo se ha convertido en juez y prefecto de Nicomedia; además, continúa insistiendo en sus pretensiones matrimoniales con Juliana. La doncella mantiene la dignidad dándole toda clase de felicitaciones y parabienes, al tiempo que le asegura no poder aceptar el matrimonio hasta que se dé otra condición imprescindible para cubrir la sima que los separa: debe hacerse cristiano.
Ante tamaño disparate es el propio Eluzo quien pondrá al padre al corriente de lo que está pasando y de la «novedad» que se presenta. «Si eso es verdad, seremos juez y fiscal para mi hija». Juliana sólo sabe contestar a su padre furioso que ansía ser la primera dama de la ciudad, pero que sin ser cristiano, todo lo demás lo estima en nada.
«Por Apolo y Diana! Más quiero verte muerta que cristiana».
En la conversación tratará a su padre con respeto y amor de hija, pero... «mi Salvador es Jesucristo en quien tengo puesta toda mi confianza». Vienen los tormentos esperados cuando las razones no son escuchadas. Estaño derretido y fuego; además, cárcel para darle tiempo a pensar y llevarla a un cambio de actitud. Finalmente, con 18 años, se le corta la cabeza el 16 de febrero del 308.
Alguna vez hay padres que «se pasan» al forzar a sus hijos cuando tienen que elegir estado. Esto tiene más complicaciones si razones profundas, como la fe práctica, dificulta la comprensión de los motivos que distancian. ¿No pensaría el padre de Juliana que sin matrimonio y cristiana su hija sería desgraciada? Quizá con viva fe cristiana llegara a vislumbrar que Jesucristo llena más que el dinero, el poder, la dignidad y la fama.
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Muchos homenajes subrayan la grandeza de Benedicto XVI como teólogo. De eso no cabe duda. Su obra perdurará. Sus luminosos libros son ya clásicos. Pero no debemos equivocarnos. Su grandeza no reside principalmente en la penetración académica de los conceptos de la ciencia teológica, sino en la profundidad teológica de su contemplación de las realidades divinas.
Benedicto XVI tenía el don de hacernos ver a Dios, de hacernos gustar su presencia, a través de sus palabras. Creo que puedo decir que cada una de las homilías que escuché de él fue una verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. En esto, es un verdadero descendiente de San Agustín, el Doctor al que se sentía tan cercano en espíritu.
Su voz, frágil y cálida a la vez, consiguió hacernos sentir la experiencia teológica que él mismo había vivido. Te aferraba en lo más hondo del corazón y te conducía a la presencia de Dios.
Escuchémosle: "En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado" (Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Marcel Lefebvre, 10 de marzo de 2009).
Benedicto XVI no era un ideólogo rígido. Estaba enamorado de la verdad, que para él no era un concepto, sino una persona encontrada y amada: Jesús, el Dios hecho hombre. Recordemos su afirmación magistral: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est, 1).
Benedicto XVI nos llevó a vivir este encuentro de fe con Cristo Jesús. Allá donde iba, encendía esta llama en los corazones. Con jóvenes, seminaristas, sacerdotes, jefes de Estado, pobres y enfermos, reavivó la alegría de la fe con fuerza y discreción. Se hizo olvidar para dejar brillar mejor el fuego del que era portador. Nos recordó: "Solo si hay una cierta experiencia, se puede también comprender" (Encuentro con los párrocos y sacerdotes de la diócesis de Roma, 22 de febrero de 2007).
El cardenal Sarah, en una de sus visitas al Papa emérito.
Nunca dejó de recordarnos que esta experiencia de encuentro con Cristo no contradice ni la razón ni la libertad. "[Cristo] no quita nada, y lo da todo" (Santa Misa de inicio del ministerio petrino, domingo 24 de abril de 2005).
A veces estaba solo, como un niño que se enfrenta al mundo. Un profeta de la verdad que es Cristo frente al imperio de la mentira, un frágil mensajero frente a poderes calculadores e interesados. Frente al gigante Goliat del dogmatismo relativista y el consumismo todopoderoso, no tenía otra arma que su palabra.
Este David de los tiempos modernos se atrevió a gritar:
"El deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a buscar las respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde siempre busca y espera: 'La verdad de la revelación cristiana, que se manifiesta en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el «misterio» de la propia vida.
Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad la palabra del Señor: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»' (Fides et ratio, 15)" (Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 10 de febrero de 2006).
Pero la mentira y el compromiso no lo toleraron. Fuera de la Iglesia, pero también dentro de ella, hubo quien perdió el control. Sus propuestas fueron caricaturizadas, distorsionadas y ridiculizadas. El mundo quería silenciarlo porque su mensaje era insoportable. Querían silenciarle.
Benedicto XVI ha resucitado en nuestro tiempo la figura de los Papas de la Antigüedad, mártires aplastados por el moribundo Imperio romano. El mundo, como Roma en el pasado, tembló ante este anciano con corazón de niño.
El mundo estaba demasiado comprometido con la mentira para atreverse a escuchar la voz de su conciencia. Benedicto XVI fue un mártir de la verdad, de Cristo. Traición, deshonestidad, sarcasmo, no se le ahorró nada. Vivió el misterio de la iniquidad hasta el final.
Entonces vimos al hombre discreto revelar plenamente su alma de pastor y padre. Como un nuevo San Agustín, la paternidad del pastor desplegó en él la madurez de su santidad.
¿Quién no recuerda la tarde en que, habiendo reunido en la plaza de San Pedro a sacerdotes de todo el mundo, lloró con ellos, rió con ellos y les abrió la intimidad de su corazón sacerdotal? Muchos jóvenes le deben su vocación sacerdotal o religiosa. Benedicto XVI brillaba como un padre entre sus hijos cuando estaba rodeado de sacerdotes y seminaristas.
Hasta el final, quiso apoyarlos y hablarles desde lo más profundo de su corazón, llamado a seguir a Cristo en el don de sí mismo e incluso en el sufrimiento por los demás.
"Para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo" (Deus caritas est, 34).
"Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor" (Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, 22 de diciembre de 2005).
Benedicto XVI amaba a las familias y a los enfermos. Para entenderlo, hay que haberle visto con los niños hospitalizados. Hay que haberle visto dándole un regalo a cada uno. Hay que haber visto la pequeña lágrima de emoción que brilló en su amable rostro.
A él, recordémoslo, se debe la lucidez de la Iglesia sobre la pedofilia. Sabía cómo llamar al pecado por su nombre, cómo conocer y escuchar a las víctimas, y cómo castigar a los culpables sin la complicidad que a veces se disfraza de misericordia.
A pesar de ello, o tal vez a causa de este amor a la verdad, cada vez fue más despreciado. Entonces el profeta, el mártir, el padre tan bueno se convirtió en un maestro de la oración.
No puedo olvidar aquella tarde en Madrid cuando, ante más de un millón de jóvenes entusiastas, renunció al discurso que había preparado para invitarles a rezar en silencio con él. Había que ver a esos jóvenes de todo el mundo,silenciosos, arrodillados detrás de quien les mostraba el camino.
Aquella noche, con su oración silenciosa, dio a luz a una nueva generación de jóvenes cristianos: "Solo ella [la adoración] nos hace verdaderamente libres, solo ella nos da los criterios para nuestra acción.
Precisamente en un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración" (Discurso a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, 22 de diciembre de 2005).
De ahí su insistencia en la importancia de la liturgia. Sabía que en la liturgia la Iglesia se encuentra cara a cara con Dios. Si no está en el lugar que le corresponde, entonces se dirige a la ruina.
A menudo repetía que la crisis de la Iglesia era fundamentalmente una crisis litúrgica, es decir, una pérdida del sentido del culto. "El misterio es el corazón del que sacamos nuestra fuerza", le gustaba repetir. Trabajó mucho para devolver a los cristianos una liturgia que fuera, según sus palabras, "un verdadero diálogo del Hijo con el Padre".
Frente a un mundo sordo a la verdad; frente, a veces, a una institución eclesiástica que se negaba a escuchar su llamada, Benedicto XVI optó finalmente por el silencio como última predicación.
Al renunciar a su cargo y retirarse a la oración, recordó a todos que "necesitamos hombres que miren de frente a Dios y aprendan de Él lo que es la verdadera humanidad. Necesitamos personas cuyas mentes estén iluminadas por la luz de Dios y cuyos corazones Dios abra para que sus mentes puedan hablar a las mentes de los demás y sus corazones puedan abrir los corazones de los demás" (Cardenal Ratzinger, Conferencia en el monasterio de Santa Escolástica, Subiaco, 1 de abril de 2005).
Sin saberlo, el Papa estaba dibujando su propio retrato, añadiendo: "Solo de los santos, solo de Dios, viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo".
¿Habrá sido Benedicto XVI la última luz de la civilización cristiana? ¿El ocaso de una era pasada? A algunos les gustaría pensar que sí. Es cierto que, sin él, nos sentimos huérfanos, privados de la estrella que nos guiaba. Pero ahora su luz está en nosotros.
Benedicto XVI, con su enseñanza y su ejemplo, es el Padre de la Iglesia del tercer milenio. La luz alegre y pacífica de su fe nos iluminará durante mucho tiempo.
Fuente: www.religionenlibertad.com