Descubiertas las antiguas murallas de Jerusalén que destruyeron los babilonios el día de Tisha B'Av de 586 a.C.

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¡Oh, Dios mío! Las naciones han entrado en tu heredad

El hallazgo lo han realizado la Autoridad de Antigüedades de Israel (AAI) y la Fundación Ciudad de David en una excavaciones realizadas dentro del Parque Nacional de la Ciudad de David y que será oficialmente presentado por la AAI el próximo octubre.

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Así expresa el salmo 79 la angustia y tristeza causada a los judíos la destrucción de su capital y del Templo del Señor a manos de los babilonios el día de Tisha B'Av de 587 a.C. Desde entonces éste es un día de reflexión, luto y ayuno para los judíos.

“¡Oh, Dios mío!
Las naciones han entrado en tu heredad,
han profanado tu Templo santo,
han reducido a ruinas Jerusalén.

Han echado los cadáveres de tus siervos
como comida a las aves del cielo;
la carne de tus fieles a las fieras del campo;
han derramado su sangre como agua
en derredor de Jerusalén,
sin que nadie les dé sepultura.”
(Sal 79,1-3)

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Recientemente la AAI ha encontrado un tercer tramo de la muralla del sector este de antigua capital del reino de Judá, la misma que fue franqueada por los tropas babilonias. El trozo encontrado conecta con otros dos que fueron excavados en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado.

Entonces no se las consideró parte de la muralla, pues no presentaban evidencia suficiente para ello. Ahora, el trozo recién excavado conecta con los dos tramos anteriores y la reconstrucción del conjunto permite sumar alrededor de doscientos metros de muralla, con una altura de dos metros y medio y una anchura de hasta cinco metros.

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Tramo de la muralla recién excavada. (Foto: Janiv Berman/AAI y Ciudad de David).

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Cerca de la muralla se encontró un sello babilonio hecho de piedra, que muestra una figura frente a los símbolos de los dioses Marduk y Nabu.

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Sello real babilonio. (Foto: Koby Harati/Ciudad de David).

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No lejos del lugar también se encontró una "bullae", es decir, la impresión en arcilla de un sello con el nombre judío de “Tsafan”.

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Impresión del nombre hebreo "Tsafan". (Foto: Koby Harati/Ciudad de David).

 

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Pero, ¿porqué fue conquistada la ciudad de Jerusalén? La respuesta se encuentra en las luchas de poder entre egipcios y babilonios por el control de las tierras de Siria y Palestina, de los reinos de Israel al norte (Samaria y Galilea) y de Judá al sur entre los siglos VIII y VI a.C., que culminaron con la victoria final de Babilonia. Veamos que nos dicen los relatos de la Biblia, las cartas de Laquish y los registros egipcios y mesopotámicos.

Tras la desaparición del reino de Israel en 720 a.C. a manos de Sargón II, el reino de Judá quedó aislado en un difícil equilibrio entre Egipto y Asiria. En 701 a.C. Senaquerib realizó una campaña contra Judá en la que conquistó numerosas ciudades.

De todos es conocido el asedio y posterior saqueo de Laquish durante la campaña, que ahora adorna las paredes del Museo Británico en Londres. Lo cierto es que Senaquerib puso asedio a la capital Jerusalén y a su rey Ezequías, pero no logró conquistarla y se retiró a Asiria.

Durante el reinado de Josías en Judá (639-609 a.C.), Asiria estaba siendo atacada por medos y escitas, éstos últimos procedentes del Cáucaso. Por ello, Josías mantuvo una política de independencia y trató de ir recuperando poco a poco los territorios perdidos por el reino de Israel a manos de Senaquerib en Samaria y Galilea.

En 612 a.C. la capital asiria, Nínive, cayó en poder de las tropas babilonias del rey Nabopolasar y sus tropas aliadas del rey medo Ciáxares. En el asalto a la ciudad murió el rey asirio Sin-shar-ishkun, hijo de Asurbanipal.

El general Ashur-uballit, posiblemente miembro de la familia real, se proclamó rey (el segundo de ese nombre) en la fortaleza de Harran y siguió resistiendo en aquella provincia occidental. Ashur-uballit solicitó ayuda al faraón Necao II, y éste se dirigió con su ejército al Eufrates en su auxilio en 609 a.C.

Pero el rey Josías, sintiéndose fuerte, quería impedir el resurgimiento de los asirios y salió al encuentro del ejército egipcio en la llanura de Megido. El faraón le pidió que se retirase, pues su expedición no iba contra él. Pero Josías insistió en luchar y, una vez trabado el combate, Josías fue alcanzado por las fechas enemigas, sacado del campo de batalla y llevado a Jerusalén, donde murió.

Tras la muerte del rey el pueblo eligió como sucesor a su hijo menor, Joacaz, de 23 años. Pero el faraón le apresó enseguida y le condujo a Egipto, donde acabó muriendo; a continuación nombró a Eliaquim, el hijo mayor del difunto Josías, como rey de Judá y le cambió en nombre por el de Joaquim.

En los años siguientes el reino de Judá estaría sometido a la influencia egipcia, pagándo gravosos impuestos al faraón, mientras que el rey babilonio Nabopolasar se dedicaba a consolidar sus conquistas en Mesopotamia.

En el año 605 a.C. Nabopolasar envió un ejército al mando de su hijo Nabucodonosor contra los egipcios, que dominaban la costa de Siria, Fenicia y Palestina. Vencieron en la batalla de Karquemis, cerca del Eufrates, y el ejército de Nabucodonosor persiguió al del faraón Necao II hasta las mismas fronteras de Egipto, sometiendo todo el territorio a su paso.

Nabucodonosor regresó a Mesopotamia al recibir la noticia de la muerte de su padre. Pero regresó al poco tiempo a tierras de Siria y Palestina para afianzar su imperio en ellas y logró que los señores de aquellas tierras le pagaran tributo. Sabedor de sus simpatías por Egipto, Nabucodonosor se llevó a Joaquim prisionero a Babilonia, si bien poco tiempo después le repuso en el trono de Jerusalén.

No obstante, Joaquim y otros príncipes sirios negaron el tributo a Babilonia en el 602 a.C., lo que obligó a Nabucodonosor a enviar de nuevo tropas contra Siria, mientras se limitaba a enviar tropas auxiliares contra Judá; ello le permitió a Joaquim sobrevivir hasta su muerte, acaecida en el 598 a.C. Le sucedió su hijo Joaquín, de 18 años de edad.

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Las murallas y la ciudad de Jerusalén en los días del Primer Templo. (Foto: Shalom Kveller/Ciudad de David).

 

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El nuevo rey continuó la rebelión, por lo que el rey de Babilonia envió su ejército ante Jerusalén para asediarla. Corría el año 597 a.C. Poco después el propio Nabucodonosor se personó en el asedio, lo que convenció a Joaquín que toda resistencia sería inútil. Joaquín capituló y salvó con ello a la ciudad del saqueo.

Fué hecho prisionero y deportado a Babilonia con su familia. Con él fueron obligados a marchar cautivos muchos de los habitantes, guerreros y artesanos de la ciudad, en una cifra cercana a las 30.000 personas, contando mujeres y niños.

Además, Nabocodonosor se llevó todos los tesoros y objetos de oro del Templo del Señor y del palacio del rey. Antes de marcharse nombró a Matanías, de 21 años, como nuevo rey de Judá, y le cambió el nombre por el de Sedecías. Era hijo de Josías, hermano de Joaquim y, por tanto, tío de Joaquín,

Sedecíasfue el último rey de Judá. Desde el principió sintió sobre él la presión de los partidarios de Egipto, pero el rey no cedió inicialmente, y envió dos embajadas a Babilonia en señal de sometimiento. Sabemos que en el 592 a.C. el faraón Psamético II visitó las tierras de Palestina, y que posiblemente en el año 590 a.C. estallase la rebelión de Judá con la promesa de ayuda egipcia.

El caso es que al noveno año de su reinado (589 a.C.) el rey Sedecías se negó a pagar tributos a Babilonia. Nabucodonosor reaccionó de inmediato y envió su ejército contra Judá. El reino cayó rápidamente en manos babilonias, excepto Jerusalén, Laquish y Azeqah, que siguieron resistiendo.

Nabucodonosor regresó por segunda vez a Jerusalén y en enero de 589 a.C. la sometió a un sitio que duraría treinta meses. Por los restos de cerámica escrita encontrados en Laquish sabemos que un jefe militar judío llamado Konanyahu fue a Egipto a pedir auxilio al faraón Ofra, hijo de Psamético, recién fallecido.

Un ejército del faraón subió en ayuda de los judíos, lo que obligó al enemigo a levantar el cerco de Jerusalén. Pero, fatalmente, los egipcios fueron derrotados y Nabucodonosor reanudó el sitio de la capital, mientras lograba conquistar y reducir a cenizas Laquish y Azeqah.

 

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Vista del solar del Segundo Templo, actualmente ocupado por la mezquita Al Aqsa. (Foto: Moshe Shai/Flash90)

 

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Finalmente, cuando el hambre asolaba la ciudad, el día nueve del cuarto mes (9 Tamuz, que cayó en el 29 de julio de 587 a.C.) “fue abierta una brecha en la muralla” y los soldados, el rey y sus escoltas, huyeron “por el camino abierto entre los dos muros que hay junto al jardín real”. Estas palabras de 2 Re 25,4 (repetidas parcialmente en Jer 39,4) se interpretan como que los babilonios abrieron una brecha en el sector norte de la muralla, cuyo terreno exterior era más llano y propicio para cualquier ataque. Sedecías y la guarnición huirían de la ciudad por la parte opuesta.

Allí había un muro que rodeaba la colina del sudoeste, y otro de más reciente construcción, en la colina sudoeste, que se unía con el primero a través del valle Tiropeón. Isaías habla de la existencia de una piscina “entre los dos muros” (Is 22,11), que sería la piscina inferior de Siloé, a la entrada del valle central, junto a la cual estaría “el jardín del rey” (Neh 3,15).

Los babilonios lograron detener a los fugitivos en la llanura de Jericó. El rey Sedecías fue conducido ante Nabucodonosor, quien mató a los hijos de Sedecías delante de él; luego le sacó los ojos y lo mandó conducir preso a Babilonia atado con cadenas de bronce, donde probablemente moríria en cautividad, pues no se supo nunca nada más de él.

Un mes más tarde de la conquista de Jerusalén, Nebuzaradán, jefe de la guardia real de Nabucodonosor, entró en Jerusalén el día 10 del mes Av (que cayó en el 28 de agosto de 587 a.C.), incendió el Templo del Señor, el palacio real, todos los edificios importantes y la mayor parte de las casas de la ciudad. Luego las tropas demolieron las murallas.

Finalmente, Nebuzaradán se llevó cautivos a Babilonia al resto de los habitantes de Jerusalén, incluyendo los sacerdotes y escribas del Templo, que no fueron presos por Nabucodonosor tras el asedio anterior.

También se llevó consigo todos los utensilios de bronce, incluidas las columnas, que había en el Templo, y los de oro que aún permanecían en él. Como dice el salmo 79, la desolación de los judíos fue tal que “hemos venido a ser escarnio de nuestros vecinos, burla e irrisión de quienes nos rodean” (Sal 79, 4).

Hasta aquí el relato resumido de 2 Re 23,28-25-21.

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Parte de la destrucción realizada por los babilonios puede verse hoy en un edificio situado junto a la muralla y que ha sido excavado anteriormente. En su interior se encontraron filas de jarras, que se rompieron cuando el edificio fue incendiado y se derrumbó sobre ellas. Las jarras tienen impresiones de sellos estampados en las asas, y muestran una figura en forma de rosa, símbolo asociado a los días finales del reino de Judá.

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Una de las estampaciones de un sello realizada sobre el asa de una jarra, mostrando el signo de "Perteneciente al Rey" (Foto: Yaniv Berman/AAI).

 

 

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Sin embargo, a pesar de la creencia popular, la muralla de Jerusalén no llegó a ser destruida en su totalidad. El sector este de la fortificación, lugar de los tramos excavados y sacados a luz, no fueron demolidos. La razón pudiera estar en lo escarpado de las rampas sobre las que estaba construido este sector de la muralla, que forma un ángulo de unos 30 grados sobre el valle del Kidrón.

Este hecho lo confirma el profeta Nehemías, quien relata el enfado de los pueblos vecinos enemigos de Judá al enterarse que los trabajos de reparación de las murallas de Jerusalén se habían iniciado y que las brechas abiertas comenzaban a ser cerradas (Neh 4,1).

El profeta añade más adelatne que la reparación de las murallas se hizo en 52 días (Neh 6,15). Los trozos de muralla encontrados y reconstruidos parecen apoyar la afirmación de Nehemías.

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+ info -

La cueva de Sedecías - La gruta secreta de #Jerusalén

 

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