"Lumen fidei": una luz especialmente necesaria

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La luz que procede de la fe ilumina toda la existencia humana, y eso es particularmente importante en una época en la que los hombres tienen una especial necesidad de luz. Esa idea es uno de los hilos conductores de la primera encíclica del Papa Francisco, que recoge el borrador preparado por Benedicto XVI antes de su renuncia.

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La luz que procede de la fe ilumina toda la existencia humana, y eso es particularmente importante en una época en la que los hombres tienen una especial necesidad de luz. Esa idea es uno de los hilos conductores de la primera encíclica del Papa Francisco, que recoge el borrador preparado por Benedicto XVI antes de su renuncia.

La “Lumen fidei” (La luz de la fe) es una invitación -presentada en un tono propositivo- para que los cristianos miren el mundo “con los ojos de Cristo”. “Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe”, afirma el Papa en esta encíclica publicada hoy, con la que se completa la trilogía dedicadas a las virtudes teologales, después de la “Deus charitas est” y la “Spe salvi”, de Benedicto XVI. “Deseo hablar precisamente de esta luz de la fe para que crezca e ilumine el presente, y llegue a convertirse en estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre tiene especialmente necesidad de luz”.

La encíclica se publica durante el “Año de la fe” proclamado por Benedicto XVI con ocasión del 50 aniversario de la conclusión del concilio Vaticano II y de los veinte años del Catecismo de la Iglesia católica. El Papa Francisco subraya que “el Vaticano II ha sido un Concilio sobre la fe” que ha mostrado “cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones”. El Catecismo, por su parte, “es un instrumento fundamental para aquel acto unitario con el que la Iglesia comunica el contenido completo de la fe, «todo lo que ella es, todo lo que cree»”.

El Papa contempla la fe de Israel, con las figuras de Abraham y Moisés, hasta llegar a la plenitud de la vida cristiana con Jesucristo: “la fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos”. La historia de Jesús es la manifestación más plena de que Dios es fiable. “La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último”.

Frente a quienes piensan que “Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras relaciones concretas”, los cristianos “confiesan el amor concreto y eficaz de Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final”; amor que se ha “revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo”.

Pero “la fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver”. Una parte de la nueva lógica que inaugura la fe es que “no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio”.

Un pasaje de la encíclica particularmente actual se refiere a la necesidad de recuperar la conexión de la fe con la verdad. “La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad” o bien se reduce a un “sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida”.

En el clima cultural actual, se ve con sospecha la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto. Se la considera casi como responsable de “los grandes totalitarismos del siglo pasado, una verdad que imponía su propia concepción global”. En el nexo entre religión y verdad estaría, según esa visión, “la raíz del fanatismo”.

A esa inquietud el Papa responde mencionando que es en la interioridad de la persona (en el “corazón”) donde nos abrimos a la verdad y al amor. El problema es que el amor “se concibe hoy como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad”. Es ciento, añade el Papa, que el amor tiene que ver con la afectividad, pero para construir una relación duradera con la persona amada. “Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común”.

El Papa da un paso más: “si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona”. Es algo que tiene también consecuencias a la hora de presentar la fe cristiana: “la verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe noes intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos”.

El Papa pone de relieve al mismo tiempo que “la fe necesita un ámbito en el que se pueda testimoniar y comunicar, un ámbito adecuado y proporcionado a lo que se comunica”. Así, “para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral”. Pero, en realidad, lo que se comunica en la Iglesia, es algo más: la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo. “Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia”.

A lo largo del texto, el Papa Francisco repite varias veces que se trata de mirar la realidad con los ojos de Cristo. “La experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible te­ner una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad”.

La encíclica aborda otras cuestiones, como lo que supone la fe para dar sentido al sufrimiento. “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña”. Y añade: “en Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”.

Trata también del impacto de la fe en la convivencia con los demás, con sus manifestaciones concreta en el ámbito familiar, de respeto a la naturaleza, a buscar modelos de desarrollo que adecuados, a identificar formas de gobierno justas, etc., junto a otros temas de justicia, derecho y paz. La fe ayuda a la cohesión social. “Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos sólo por el miedo, y la estabilidad estaría comprometida”.

El Papa recuerda que “la fe es una sola”, y que por tanto debe ser confesada en su integridad: “precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe”.

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