En el corpus de diálogos, tragedias, epístolas y tratados que la antigüedad nos ha transmitido bajo el nombre de Séneca, aparecen también catorce cartas que el filósofo y maestro de Nerón habría intercambiado con el apóstol Pablo, ocho con el nombre de Séneca y seis con el de san Pablo.
Son notas breves, intercambios de saludos, reconocimientos de estima recíproca. Séneca demuestra interés por la doctrina de Pablo, tanto que declara haber leído algunos pasajes de ella al mismísimo emperador, aconseja aPablo para mejorar su latín, incluso le envía un libro para ayudarle a enriquecer el vocabulario.
Pablo responde intercambiando la estima, consciente del gran honor que el preceptor del princeps le hacía con aquella correspondencia, pero le recomienda ser prudente al presentar sus escritos a Nerón, desde el momento en que la emperatriz Popea —a quien el apóstol alude sin decir el nombre— se ha mostrado hostil a la predicación del cristianismo.
Las cartas se refieren al período del “feliz quinquenio” neroniano, cuando el joven emperador, bajo la guía de Séneca y del prefecto del pretorio Afranio Burro, gobernaba aún con equilibrio y sabiduría.
La mayor parte de los estudiosos parecen estar convencidos de que el epistolario es falso (si bien antiguo), redactado no más allá del siglo IV, ya que san Jerónimo, en una carta del 392, muestra el conocimiento de su existencia.
Este epistolario, por tanto, se considera apócrifo desde hace tiempo, y se atribuye a uno o a varios autores desconocidos del siglo IV.
Son dos los argumentos principales para negar la autenticidad de las cartas: por un lado, el apologeta cristiano Lactancio, en torno al año 324, afirma ignorar la existencia del epistolario; además, en la carta XI, fechada en marzo del 64, se describe el incendio de Roma, que sin embargo tuvo lugar en julio de este mismo año.
A pesar de estas dificultades, el epistolario fue considerado auténtico en la antigüedad y en la Edad Media, incluso por figuras de la importancia de san Jerónimo y los intelectuales Albertino Mussato y Boccaccio.
Sin embargo, el juicio de los críticos no es unánime. Ya Franceschini, en 1981, había puesto en duda la hipótesis de la mayoría, y con buenas razones. Mientras tanto, los estudios sobre la penetración del cristianismo en el siglo I han ido avanzando.
Ha sido ya desacreditado el prejuicio según el cual el Evangelio se habría difundido en la capital del imperio solo entre las capas más humildes de la población.
Además, resulta cada vez más documentado un contacto entre los ambientes del estoicismo romano y el cristianismo a partir del siglo I; hasta el punto que, según Marta Sordi, no fue casual que la persecución golpeara casi contemporáneamente a los cristianos y a los estoicos, tanto bajo Nerón como bajo Domiciano.

A partir de estas consideraciones Ilaria Ramelli, experta sobre cristianismo antiguo en la Universidad Católica de Milán, ha vuelto a afrontar la cuestión del epistolario, reproponiendo la hipótesis de la autenticidad de casi todas las cartas. A ella se dirigen las siguientes preguntas:
– No se puede afirmar con certeza, pero tampoco excluirlo a priori. Pablo vivió en Roma, si bien no ininterrumpidamente, del 56 hasta el año de su muerte, entre el 64 y el 67. Ciertamente el hecho de haber vivido durante bastantes años en la misma ciudad que Séneca no implica que lo haya conocido.
Pero Séneca podría haber tenido dos buenas oportunidades para escuchar hablar de Pablo. En el 51, el hermano Galión, entonces procónsul de Acaya, conoció a Pablo en Corinto y rechazó procesarlo frente a las acusaciones de los judíos, mostrando una cierta simpatía hacia los cristianos.
Después, probablemente en el 58, Pablo sufrió en Roma un primer proceso: el tribunal que lo absolvió debía ser presidido, si no por el mismo Nerón, por el prefecto del pretorio Afranio Burro, personas con las que Séneca tuvo en aquellos años contactos estrechísimos.
Por otra parte, los máximos responsables del poder romano conocían el fenómeno del cristianismo desde la época de Tiberio, y miraron con simpatía a la nueva fe hasta el 62, el año del cambio, en que Nerón, quizás influenciado por su mujer Popea, que era de tendencias filojudías, comenzará a cambiar de postura hasta acabar en la persecución del 64.
Por tanto no hay que excluir que Séneca haya sentido curiosidad por un predicador como Pablo, que actuó libremente en Roma durante muchos años. Además, no debemos olvidar que en la gens de Séneca, los Anneos, el cristianismo tuvo que ser conocido muy rápidamente, si es verdad, como demuestra una inscripción sepulcral encontrada en Ostia, que al menos un miembro de su familia murió cristiano al final del siglo I.
– Creo que la valoración de estar cartas ha estado excesivamente influenciada por el prejuicio según el cual una relación entre Séneca y Pablo, en los años cincuenta del siglo I, era imposible. Se ha preferido pensar que, en el siglo IV, un falsario hubiese querido dar crédito a la hipótesis de un Séneca cristiano, o próximo a la fe cristiana.
Pero todo ello no está en el epistolario, a excepción de dos cartas, que no aparecen en los manuscritos más antiguos: la XI, claramente falsa, y la XIV, quizás espuria. La XI es precisamente la que habla del incendio de Roma y del martirio de los cristianos, pero, amén de cometer un burdo error de datación, se haya insertada entre dos cartas muy estrechamente vinculadas, ya que la segunda retoma argumentos y temas de la primera.
Igualmente, san Jerónimo asegura que las cartas fueron escritas cuando Séneca estaba en el ápice del poder, por tanto no más allá del 62, mientras que en el 64 había caído ya en desgracia desde hacía tiempo.
La XIV, última de la correspondencia, podía fácilmente añadirse a continuación: además de presentar diferencias lexicales respecto a las otras, es la única en que Pablo expresa la esperanza de que Séneca pueda hacerse cristiano.
Si se excluyen estas dos interpolaciones, no hay motivo para considerar que las otras doce cartas sean falsas.
– Ha sido observado que el latín, a menudo fatigoso, de estas cartas es muy distante de la cuidada prosa a que Séneca nos ha habituado. Sin embargo, también es verdad que se trata de notas de tono y contenido informal, y existen poquísimos testimonios de latín no literario con los que confrontarlas para poder llegar a conclusiones definitivas.
También se objeta el hecho de que los escritores cristianos, hasta Jerónimo, hayan callado acercadel epistolario, sobre todo Lactancio que, al inicio del siglo IV, hablando de Séneca, muestra no conocer su existencia.
Pero tampoco esta es una prueba cierta de que la correspondencia, entonces, no existiese. Por otro lado, la limitada importancia del contenido explica, por lo menos al comienzo, su escasa difusión.
– En primer lugar precisamente el hecho de que el contenido sea de escasa relevancia. Un farsante (falsario), probablemente, habría vuelto más “interesantes” las cartas, aderezándolas con alusiones de más fácil aceptación por parte de un público bien dispuesto a creer, quizás, en la leyenda de un Séneca cristiano.
Y es lo que de hecho hacen las dos cartas claramente espurias. Pero las otras son poco más que notas, en las que sin embargo aparecen elementos que difícilmente habrían sido cogidos con precisión histórica trescientos años más tarde.
– La preocupación de Pablo por la “indignación” de la domina, la judaizante Popea, hacia el cristianismo. Además, en las cartas de Pablo, mas no en las de Séneca, se hallan términos claramente griegos, como aporia (duda) o sophista (sabio), típicos de un hombre que, como Pablo, a pesar de haber aprendido el latín durante su larga estancia en Roma, continuaba pensando en griego.
Asimismo el término lex, que es latino, es utilizado por Pablo en el sentido del griego nomos, es decir, uso, costumbre, tradición. Igualmente el empleo de la palabra secta en referencia al cristianismo parece un calco del griego haíresis: ya en Hch 28,22, haíresis se refiere a los cristianos y es traducido al latín con secta.
Por otra parte, las expresiones más enrevesadas y de más difícil interpretación se encuentran todas en las cartas de Pablo, que son mucho más reducidas en número y extensión respecto a las de Séneca.
– Sorprende, por ejemplo, el uso de la expresión horrore divino para indicar el concepto griego de phóbos theoû, temor de Dios. Un falsario del siglo IV difícilmente habría empleado esa expresión, prefiriendo la más común de timor Dei.
En cuanto al hecho de que Séneca, refiriéndose a Pablo, hable de spiritus sanctus in te (Ep. VII), no debe causar extrañeza. Expresiones muy similares se encuentran en las cartas a Lucilio, auténticas con toda seguridad, como el sacer intra nos spiritus de la Carta 41.
– Creo que el epistolario pueda testificar la existencia de contactos, ya de por sí probables, entre Séneca y Pablo, al nivel de estima recíproca y de intercambio de ideas, con vivacidad y curiosidad intelectual, sin tener que suponer por ello una conversión de Séneca, lo que es una leyenda absolutamente infundada.
Estos contactos, además, parecen implicar no sólo a dos personas, sino a dos grupos: en el epistolario se dice que, junto a Séneca, también Lucilio y otros amigos leían los escritos de Pablo, que se dieron a conocer incluso al Nerón anterior al cambio, el cual se habría maravillado de tanta elevación del espíritu en una persona que ni siquiera había recibido una instrucción regular greco-romana.
Además, Pablo predicaba libremente en Roma entre los pretorianos, cuyo prefecto era el ya citado Burro, y los cristianos estaban incluso in domo Caesaris, como afirma el mismo apóstol en la Carta a los Filipenses (Flp 4,22), y en la gens Annaea.
Por otra parte, Pablo no parece el único que estaba en contacto con Séneca: el epistolario también habla de Teófilo, probablemente aquél a quien se dedican los escritos lucanos.
Parece, en definitiva, una prueba más del hecho de que el cristianismo, desde sus primeros desarrollos, fuese quizás más conocido en los ambientes intelectuales paganos de cuanto se nos ha hecho creer hasta ahora.
Incluimos la traducción española de dos cartas (la VII y la VIII) del supuesto epistolario entre Séneca y san Pablo. En la primera el filósofo comunica al apóstol que ha leído a Nerón pasajes de sus cartas, suscitando la curiosidad del emperador. Al responder, Pablo juzga imprudente el comportamiento de Séneca, a causa de la hostilidad de la domina Popea hacia la fe cristiana.
Anneo Séneca a Pablo y Teófilo, salud. Reconozco haber leído con gusto tus cartas, que has enviado a los Gálatas, a los Corintios y a los Aqueos. Que podamos vivir el uno con el otro, como lo presentas en ellas, también con temor de Dios. De hecho, un santo espíritu expresa en ti mediante palabras sublimes pensamientos dignos de veneración, por encima de los más elevados.
Por tanto, ya que expones cosas eminentes, desearía que no faltara a su solemnidad la elegancia del lenguaje. Y para no esconderte nada, hermano, o tener alguna deuda con mi conciencia, confieso que Augusto ha sido fuertemente tocado por tus pensamientos. Cuando le hube leído de qué manera haya comenzado a residir en ti la virtud, dijo que se maravillaba de que alguien que no ha sido educado según el iter regular de estudios alimente tales pensamientos.
Yo le respondí que los dioses hablan habitualmente por boca de los inocentes y no a través de quienes pueden alterar en algo su mensaje con la propia cultura. Y, cuando le hube aducido el ejemplo de Vatieno, un modesto campesino a quien se le aparecieron en el campo junto a Rieti dos hombres que revelaron después ser Cástor y Pólux, pareció bastante satisfecho con la explicación. Que me estés bien.
Pablo a Séneca, salud. Aunque no ignoro que nuestro César ama las cosas dignas de admiración, si bien pueda equivocarse alguna vez, permíteme no que te ofenda, sino que te exhorte. Considero que has hecho algo grave al querer darle a conocer lo que es contrario a su religión y a su educación. De hecho, ya que da culto a los dioses de los gentiles, no veo como te haya podido venir a la cabeza el deseo de que conozca esto, a no ser que lo hayas hecho a causa de tu excesivo amor hacia mí. Te ruego que no lo hagas más en el futuro.
Debes estar atento para que, al demostrar tu afecto hacia mí, no llegues a ofender a la Señora. De todos modos, su ofensa, aunque persevere, no nos dañará; y si no lo hace, tampoco nos servirá. Si prevalece en ella la reina, no se indignará; si prevalece la mujer, se ofenderá.
Entrevista a Ilaria Ramelli en Studi Cattolici 520 [2004] 504-506 (traducción de Javier Sánchez Cañizares)
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Según la tradición, murió como mártir en la persecución de Valeriano del 257.
Condenó a los obispos y herejes que defendían la invalidez de los sacramentos administrados por sacerdotes y clérigos herejes o de malas costumbres. Reprobó también las doctrinas antitrinitarias de algunos obispos de las Galias. San Vicente de Lerins, en sus Comentarios, elogia la caridad y celo de este pontífice.
Historia del papado en la iglesia primitiva - Los papas del Siglo III (del año 200 al 260)
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Se comenzaron a realizar en el siglo II. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de villas de familias importantes de Roma, cuyos propietarios, recién convertidos, las abrieron no sólo para sus familiares sino también para sus hermanos en la fe.
Con el Edicto de Milán, en el año 313, cesó la persecución a los cristianos, y pudieron comenzar a construir iglesias y adquirir terreno para nuevos cementerios. Sin embargo, se siguieron usando las catacumbas hasta el siglo V.

El origen de la palabra latina catacumba es incierto. Algunas fuentes creen que viene del griego κατά “hacia abajo”, y τύμβoς “túmulo”; o también de κυμβή “copa”, con el significado de “depresión, hondonada”. Otros estudiosos dicen que es un híbrido del griego κατά “hacia abajo” y de la raíz latina -cumbo que significa “yacer, estar acostado”.
En un principio, se dio el nombre de catacumbas al cementerio de San Sebastián, donde habían enterrado a San Pablo y San Pedro. Después, con la invasión de los bárbaros que destruían y saqueaban todo a su paso, incluso las catacumbas (que solían encontrarse en las afueras), los papas decidieron trasladar las reliquias de los mártires y de los santos a las iglesias dentro la ciudad.
Poco a poco a traves de los siglos las catacumbas dejaron de ser visitadas y quedaron ocultas y en el olvido, hasta que en 1578 fueron redescubiertas por unos obreros que estaban trabajando en la zona.
Estos lugares apartados y ocultos bajo tierra constituían el refugio perfecto en el que los cristianos podían dar sepultura a los suyos, y allí se comunicaban libremente a través de símbolos grabados en los muros de las catacumbas. Era un modo de expresar visiblemente su fe, llegando algunos a ser verdaderas obras de arte.
Con la oveja sobre los hombros representa a Cristo salvador y al alma que ha salvado. El significado está bien explicado en el Evangelio, Jesús es el pastor y todos sus discípulos de todos los tiempos son sus ovejas y las conoce a todas y cada una por su nombre.

En la imagen se ve al pastor que carga en sus hombros la oveja perdida. Esta imagen también alude a la partida de este mundo: por eso se encuentra con frecuencia en los frescos, en los relieves de los sarcófagos, así como grabado sobre las tumbas.
Esta figura vestida con una túnica con mangas anchas y con los brazos levantados en oración, la “piedad” para los cristianos, simboliza el alma que disfruta de la dicha celestial intercediendo por los que se quedan.

Es el monograma de Cristo está formado por dos letras del alfabeto griego: la X (ji) y la P (ro) superpuestas. Son las dos primeras letras de la palabra griega “Christòs” (Jristós), es decir, Cristo.

Catacumbas de Domitila
Este monograma, puesto en una tumba, indicaba que el difunto era cristiano, y aún ahora, este símbolo está muy presente en algunas Iglesias y altares.
En griego la palabra pez se dice “IXTHYS” (Ijzýs).
Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico:
“Iesús Jristós, Zeú Yiós, Sotér” = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador.
El árbol representa la vida que desde la tierra crece hacia el cielo con hojas, frutas, flores, signos de su vitalidad. Estos son símbolos de la vida terrenal que tiende a la vida del “cielo”, a la resurrección.
Simboliza el alma que alcanzó la paz divina, pero también simboliza la intervención salvífica de Dios, el Espíritu Santo, el alma del difunto y la paz.

Catacumbas de Domitila - paloma
Son la primera y la última letra del alfabeto griego. Significan que Cristo es el principio y el fin de todas las cosas, así lo encontramos citado en el Apocalipsis.

Jesús Catacumbas de Comodila Roma s._IV
La forma del ancla cristiana era como aquellas de las primeras anclas marinas con dos brazos cruzados y un anillo en la cima para pasar la cuerda. Justamente por esa característica, pronto se convirtió en una forma alternativa de representar la cruz cristiana, sobre todo en aquella época en que era peligroso revelar la propia afiliación religiosa.

Más adelante reapareció con un significado diferente, y se convirtió en un símbolo de la segunda virtud teologal: la esperanza cristiana. De acuerdo con San Pablo el ancla en quien confiar es Cristo.
Ave mítica de Arabia que, según creían los antiguos, renace de sus cenizas después de un determinado número de siglos, es el símbolo de la resurrección.

Representa a Jesús crucificado atravesado por la lanza, el “Cordero de Dios” que se ofrece en sacrifico por la salvación del hombre.

Cordero Catacumbas de Commodilla
En el año 692 el Concilio de Constatinopla, para evitar la confusión de las religiones y creencias que podrían surgir de símbolos similares como el culto de Dionisio, donde los fieles sacrificaban un cordero para inducir al dios a regresar de los infiernos, se impuso que en el arte cristiano se represente a Cristo en la cruz, ya no como cordero sino en forma humana.
Simbolo de la Resurrección y la vida eterna.

El hecho de que durante el invierno pierden sus plumas y adquieren nuevas aún más bellas en la primavera, hizo que los cristianos de los primeros siglos lo hayan adoptado como un símbolo de la resurrección.
Representa a la Iglesia, el arquetipo del Arca de Noé, un medio de salvación para el resto de Israel representado por el patriarca y su familia.
La barca es el objeto de la salvación, una salvación que viene de arriba, a través de la intervención milagrosa de Jesús, que conduce al refugio seguro del Reino Mesiánico. Es un medio de salvación para los que vendrán a bordo, con clara referencia a la Iglesia: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”.
En cualquier caso, la representación pictórica de la barca, que se encuentra en muchas tumbas, es un símbolo de esperanza para la eternidad.

Catacumbas de los santos Marcelino y Pedro (Roma)
Algunos símbolos, como las copas, los panes y las ánforas, se refieren a las comidas fúnebres en honor de los difuntos, llamadas “refrigeria”.
Durante estas fiestas, se esperaba el viaje a Jerusalén, pero no era obligatorio.
Aparte de las informaciones del historiador judío Flavio Josefo sobre los peregrinos que cruzan el río Jordán, vienen de Jericó y viajan a través de Samaria ( Antigüedades 17.254; 20.118), la información sobre rutas particulares en la Tierra de Israel es escasa.
Las narraciones sobre estos viajeros antes de la destrucción del Templo de Jerusalén faltan por completo. Aún así, hay pocas dudas de que muchos practicaron la peregrinación en los tres días santos, incluso si, para algunos, fue un viaje único en la vida.

Rutas de peregrinación de Galilea a Jerusalén en el siglo I.
Los evangelios registran varias peregrinaciones realizadas por Jesús y sus discípulos. Utilizando estos relatos, se reconstruyen tres rutas principales entre Galilea y Judea: un camino oriental, central y occidental.
Los peregrinos habrían pasado por las ciudades de Séforis, Nazaret, Tirsa, Siquem, Siló y Betel. Aunque esta ruta hubiera tomado solo tres días a pie, muchos judíos optaron por evitarla.
Preferían rutas más largas que históricamente eran más seguras. El historiador judío Josefo registra una pelea violenta entre algunos judíos galileos y samaritanos, mientras los galileos viajaban por Samaria ( Antigüedades ). Pasar por esta región conllevaba riesgos reales. Sin embargo, a veces, Jesús y sus discípulos sí recorrieron este camino (Juan 4).
La ruta del este cruza el río Jordán, pasa por la región de Perea y luego vuelve a cruzar el río Jordán cerca de Jericó. A los peregrinos les habría llevado de cinco a siete días atravesarlo. Las ciudades a lo largo de este camino incluyen Beth Shean, Pella, Sukkoth y Jericó , así como pueblos más pequeños como Bethpage y Betania.
Debido a las comunidades judías de Perea, esta región era más segura y hospitalaria que Samaria para los peregrinos galileos .

Esta ruta occidental también evita Samaria, pero esta vez a favor de la llanura costera. Era el camino más largo para que los peregrinos galileos llegaran a Jerusalén. Los peregrinos que iban por este camino habrían pasado por Meguido, Aphek, Lod y Emaús o Beth Horon.
Estos caminos de peregrinación arrojan luz sobre las tensiones sociales y las prácticas religiosas en el primer siglo. A veces, los judíos tomaron rutas más largas para evitar regiones peligrosas, ya que tomaron en serio el mandato bíblico de celebrar la Fiesta de los Panes sin Levadura (Pascua), la Fiesta de las Semanas (Shavuot) y la Fiesta de las Cabañas (Sucot) en Jerusalén (Deuteronomio 16; 16).
Estas serían las principales antiguas rutas de peregrinaje, y los caminos que Jesús recorrió para llegar a Jerusalén.
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Los primeros veinte años del reinado de Diocleciano no vieron molestados a los cristianos. En el 303, como un lance imprevisto, se disparó la última gran persecución contra los cristianos. «Es obra de Galerio, el "César" de Diocleciano -escribe F. Ruggiero-.
Él puso término en el 303 a la política prudente de Diocleciano, quien se había abstenido, no obstante abrigara sentimientos tradicionalistas, de actos intransigentes e intolerantes».
Cuatro edictos consecutivos (febrero del 303- febrero del 304) impusieron a los cristianos la destrucción de las iglesias, la confiscación de los bienes, la entrega de los libros sagrados, la tortura hasta la muerte para quien no sacrificara al emperador. Como siempre, es difícil determinar qué motivos pudieron inducir a Diocleciano a aprobar una política así.
Se puede suponer que haya sido objeto de presiones por parte de los ambientes paganos fanáticos que estaban detrás de Galerio.
En una situación de «angustia difusa» (como la llama Dodds), solo el retorno a la antigua fe de Roma podía, a juicio de Galerio y sus amigos, reanimar al pueblo y persuadirlo a afrontar tantos sacrificios.
Hacía falta un retorno a vetera instituta, es decir, a las antiguas leyes y a la tradicional disciplina romana. La persecución alcanzó su máxima intensidad en Oriente, especialmente en Siria, Egipto y Asia Menor.
A Diocleciano, que abdicó en el 305, le sucedió como «Augusto» Galerio, y como «César» Maximino Daya, quien se demostró más fanático que él.Solo en el 311, seis días antes de morir por un cáncer en la garganta, Galerio emanó un airado decreto con que detenía la persecución.
Con ese decreto (que históricamente marcó la definitiva libertad de ser cristianos), Galerio deploraba la obstinación, la locura de los cristianos que en gran número se habían rehusado a volver a la religión de la antigua Roma; declaraba que perseguir a los cristianos ya era inútil; y los exhortaba a rezar a su Dios por la salud del emperador.
Comentando ese decreto, F.Ruggiero escribe:
«Los cristianos habían sido un enemigo extremadamente anómalo. Por más de dos siglos Roma había tratado de reabsorberlos en su propio tejido social... Físicamente dentro de la civitas Romana, pero en muchos aspectos ajenos a ella», habían al final determinado «una radical transformación de la civitas misma en sentido cristiano».
Las últimas persecuciones sistemáticas del tercero y cuarto siglo habían resultado ineficaces como las esporádicas del primero y segundo siglo. La limpieza étnica invocada y sostenida por los intelectuales grecorromanos no se había llevado a cabo.
¿Por qué?
Porque las acusaciones indignadas de Celso («juntando gente ignorante, que pertenece a la población más vil, los cristianos desprecian los honores y la púrpura, y llegan hasta llamarse indistintamente hermanos y hermanas») habían resultado a la larga el mejor elogio de los cristianos.
El llamamiento a la dignidad de cada persona, aun la más humilde, y a la igualdad frente a Dios (la punta más revolucionaria del mensaje cristiano) había hecho silenciosamente su camino en la conciencia de tantas personas y de tantos pueblos, a quienes los romanos habían relegado a una posición miserable de esclavos por nacimiento y de basura humana.
https://www.primeroscristianos.com/la-reaccion-pagana-ante-el-cristianismo-en-los-primeros-siglos/
Según se refiere en un códice de finales del siglo XIII o principios del XIV[2], Santiago, hermano de Juan, hijo de Zebedeo, recibió el mandato de Cristo de venir a España a predicar el Evangelio. Recibe la bendición de la Virgen, quien le ordena que en la ciudad de España en que obtuviese un mayor número de conversiones a la fe le edifique una iglesia a su memoria.
En su viaje a la Península, Santiago recorre Asturias, Galicia y Castilla («la España mayor») donde sólo consigue un reducido número de conversos. Pasa después a Aragón («la España menor»), donde convierte a ocho personas. Junto al Ebro se le aparece la Virgen, rodeada de ángeles, sobre una columna, quien le ordena edifique allí un altar y una capilla. Los ángeles devuelven a la Virgen a Jerusalén, mientras Santiago comienza enseguida la construcción de una iglesia. A continuación, ordena de presbítero a uno de los recién convertidos y regresa a Judea.
Pero, además de esta legendaria narración medieval, la noticia de la predicación de Santiago en España es mucho más antigua. La encontramos en el Breviarium apostolorum, redactado hacia el año 600, donde leemos: «Jacobo… hijo de Zebedeo, hermano de Juan, predica en España y regiones de Occidente; murió degollado por la espada bajo Herodes y fue sepultado en Achaia marmarica el 25 de julio»[3].

Urna del Apóstol
Esta tradición jacobea encontró detractores a fines del siglo XVI y principios del XVII[4]. A comienzos del siglo XIX se publica un estudio crítico de Duchesne[5] en el que presenta una serie de argumentos poco favorables a la predicación de Santiago en la Península Ibérica. Según Duchesne esta tradición se manifiesta tardíamente en documentos escritos.
En concreto, detecta una considerable etapa de silencio sobre Santiago en autores eclesiásticos de Hispania que deberían mencionarlo como: Aurelio Prudencio († 405), que refiere nombres y tradiciones hagiográficas hispanas; Orosio, presbítero de Braga, que escribe a principios del siglo V una Historia universal, y tampoco alude a Santiago; lo mismo se puede decir de Hidacio, obispo de Aquae Flaviae (ca. 395-ca. 468), lugar próximo a Compostela; otro tanto sucede con san Martín de Braga († 580).
El mismo silencio sobre Santiago lo testifica el historiador francés en escritores eclesiásticos galos, como Gregorio de Tours († 594) o Venancio Fortunato († ca. 600), bien informados generalmente sobre los acontecimientos de la Península Ibérica.
Por otro lado, Duchesne minimiza el valor de los textos que afirman la existencia de la susodicha tradición, por considerarlos demasiado genéricos. Este sería el caso de San Jerónimo[6] cuando escribe: «Viendo Jesús a los apóstoles a la orilla del mar de Genesaret, los llamó y los envió… y ellos predicaron el Evangelio desde Jerusalén al Ilírico y a las Españas».
Si valiese el argumento para Santiago en España, habría que admitir que san Andrés y san Juan predicaron en el Ilírico[7]. En el Breviarium apostolorum, versión latina de los Catálogos bizantinos realizada en el siglo VII, se lee que Santiago predicó en España, pero el texto ofrece poca fiabilidad. En esta obra se inspirarán Aldelmo de Malmesbury (nacido ca. 639)[8] e Isidoro de Sevilla[9].
También señala el historiador francés algunas negaciones de la tradición. Como acontece con una carta de Inocencio I (401-417) del 416 en donde afirma que en toda Italia, Francia, España, África, Sicilia e islas intermedias no han constituido iglesias más que Pedro y sus discípulos[10]. San Julián de Toledo (640-690) en su obra De sextae aetatis comprobatione escribe sobre la evangelización de Santiago: «de la misma manera, Santiago ilustra Jerusalén, Tomás la India y Mateo Macedonia»[11].
En resumen, el argumento de silencio del artículo de Duchesne nos parece el más destacado, reforzado por otros de carácter negativo, como la citada carta de Inocencio I. Con todo, algunos autores eclesiásticos españoles consideran que el vacío de testimonios durante los seis primeros siglos no es suficiente para poner en duda el valor histórico de la tradición.
En esta posición se podría alinear Z. García Villada, que trata de explicar casi uno por uno el caso de todos los autores que, según Duchesne, no hablan y deberían haber hablado; pero, como afirma Sotomayor[12], sus explicaciones no consiguen modificar el estado de la cuestión. Insiste además en la escasez de la documentación, al recordar que la persecución de Diocleciano había hecho desaparecer casi todos los escritos cristianos hasta principios del siglo IV.
En la misma línea argumental se expresa T. Ayuso[13], que asienta su discurso a favor de la tradición en el principio de standum est pro traditione («hay que estar a favor de la tradición»), aunque sólo sea porque ésta existe.

Santiago el Mayor
En años posteriores, el argumento del silencio, señalado por Duchesne, se verá reforzado por C. Sánchez Albornoz[14] no sólo por la que considera inverosímil llegada del apóstol a Occidente, sino también por el silencio de ocho siglos sobre la conjetural «translación» de los restos de Santiago a Compostela. También para M. C. Díaz y Díaz[15] resulta sospechoso el apostolado de Santiago en tierras hispánicas.
A finales del siglo XX el marco polémico sobre los orígenes del cristianismo en Hispania se centró con un nuevo planteamiento polarizado en la consideración de su procedencia africana. El representante más caracterizado en afirmar esa procedencia ha sido J. Mª. Blázquez[16] y su mayor opositor M. Sotomayor[17].
Coincidimos con la opinión de García Moreno cuando dice: «se han utilizado en exceso testimonios arqueológicos, equívocos o susceptibles de explicaciones alternativas, para proponer soluciones simplistas o exclusivistas»[18]. Pensamos que nada obsta considerar la primera evangelización como obra de misioneros venidos de Palestina, de Roma o del África Proconsular, como ya insinuamos en el primer apartado de este artículo.
DOMINGO RAMOS-LISSÓN
Profesor Emérito de la Universidad de Navarra
[1] Cf. B. Llorca, Historia de la Iglesia Católica, I, Edad Antigua, Madrid 41964, p. 117; M. Sotomayor, «La Iglesia en la España Romana», en R. García Villoslada (dir.), Historia de la Iglesia en España, I, La Iglesia en la España romana y visigoda, Madrid, 1979, p. 150. 7 Z. García Villada, Historia eclesiástica de España, I / 1, Madrid 1929, pp. 73-76.
[3] M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 150.
[4] Sobre todo hay que destacar al cardenal Baronio y a san Roberto Belarmino. Cf. B. Llorca, «Historia de la Iglesia Católica», I, p. 118.
[5] L. Duchesne, «Saint Jacques en Galice», en Annales du Midi 12 (1900) 145-179. Ver también H. Leclercq, L’Espagne chrétienne, Paris 1906, pp. 31s.
[6] Jerónimo, Comm. in Is XII, 42.
[7] Algunos autores han recordado otros textos igualmente genéricos e imprecisos de Dídimo el Ciego y Teodoreto de Ciro: cf. M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 153, nota 91.
[8] E. Elorduy, «De re jacobea», en Boletín de la Real Academia de la Historia 135 (1954) p. 324?
[9] Isidoro de Sevilla, De ortu et obitu Sanctorum Patrum. Cf. Z. García Villada, Historia eclesiástica de España, I / 1, p. 66.
[10] Inocencio I, Ep. a Decencio de Gubio.
[11] Julián de Toledo, De comp. sextae aetatis, II, 9.
[12] M. Sotomayor, «La Iglesia en la España», p. 154.
[13] T. Ayuso, «Standum est pro traditione», en Santiago en la historia, la literatura y el arte, I, Madrid 1954, pp. 85-126.
[14] C. Sánchez Albornoz, «En los albores del culto jacobeo», en Compostellanum 16 (1971) pp. 37-71.
[15] M. C. Díaz y Díaz, «En torno a los orígenes del Cristianismo hispánico», en J. M. Gómez-Tabanera, Las raíces de España, Madrid 1967, pp. 426-427: «La narración de este apostolado de Santiago circuló como puro dato de erudición hasta que se abre camino popular a fines del siglo VIII de la España del Norte, y quiero subrayar lo de España cristiana del Norte porque entre los mozárabes… el culto a Santiago, que alcanza un relieve notable, no aparece nunca interferido por la noticia de su predicación hispánica».
[16] J. M.ª Blázquez, Religiones en la España Antigua, Madrid 1991, pp. 361-442.
[17] M. Sotomayor, «Reflexiones histórico-arqueológicas sobre el supuesto origen africano del cristianismo hispano», en II Reunió d’Arqueologia paleocristiana hispànica (= IX Symposium de Prehistoria i Arqueología Peninsular) Barcelona 1982, pp. 11-29; Id., «Influencias de la Iglesia de Cartago en las iglesias hispanas», en Gerión 7 (1989) pp. 277-287.
[18] L. A. García Moreno, «El cristianismo en las Españas», en M. Sotomayor-J. Fernández Ubiña (Coords.), El Concilio de Elvira y su tiempo, Granada 2005, p. 171.
Vuelto a Palestina, murió por orden de Herodes hacia el año 42: el primer mártir del colegio apostólico. Sus restos fueron trasladados a Hispania, a la ciudad que lleva su nombre, siendo su tumba desde hace siglos una de las principales metas de peregrinación religiosa de toda la cristiandad.
El apóstol Santiago el Mayor enseña a los cristianos de todos los tiempos que la gloria está en la Cruz de Cristo y no en el poder, constató Benedicto XVI.
El pontífice dedicó su intervención en la audiencia general a recordar la figura del hermano del apóstol Juan, los «hijos del trueno», como les llamaba Jesús, que, a través de su madre pidieron al Señor un lugar de preferencia en su Reino.
Santiago se convertiría en el primero de los apóstoles en «beber del cáliz de la pasión» a través del martirio en Jerusalén, a inicios de los años 40 del siglo I.
La plaza de San Pedro se encontraba bajo un tremendo sol y temperaturas muy elevadas. El Papa, compadecido de los fieles, abrevió su intervención, concentrándose en los dos momentos decisivos de la vida de Jesús que Santiago vivió de cerca junto a Pedro y a Juan: la transfiguración en el monte Tabor y la agonía, en el Huerto de Getsemaní.
Esta última experiencia, explicó Benedicto XVI, «constituyó para él una oportunidad para madurar en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista de la primera: tuvo que atisbar cómo el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y gloria, sino también de sufrimientos y debilidad».
«La gloria de Cristo se realiza precisamente en la Cruz, en la participación en nuestros sufrimientos», añadió.
«Esta maduración de la fe fue llevada a cumplimiento por el Espíritu Santo en Pentecostés», preparando a Santiago para aceptar el martirio a manos del rey Herodes Agripa.
El Papa recordó también las sendas tradiciones en las que se narra el ministerio de Santiago como evangelizador de España, ya sea antes de morir, o después de su muerte, con el traslado de su cuerpo a Compostela.
La intervención del Papa concluyó sacando las lecciones que los cristianos pueden aprender hoy de Santiago: en particular, «la prontitud para acoger la llamada del Señor, incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas».
Del hijo de Zebedeo es posible imitar, añadió, «el entusiasmo» para seguir a Jesús «por los caminos que Él nos indica más allá de nuestra presunción ilusoria; la disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía y, si es necesario, con el sacrificio supremo de la vida».
«De este modo, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de generosa adhesión a Cristo», concluyó, viendo en su vida terrena «un símbolo de la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios».
Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. «Siguiendo a Jesús, como Santiago, sabemos, incluso en las dificultades, que vamos por el buen camino», aseguró
Ver texto completo en vatican.va

La iglesia, poco antes de ser quemada y, en la imagen posterior, ya en llamas
El Estado Islámico (Isis, Daesh) ha difundido esta tarde las imágenes del brutal asesinato de nueve cristianos, cuyas fotografías publican en las redes sociales pero que LA RAZÓN no reproduce, y de la quema de la iglesia en la que se encontraban, en la localidad nigeriana de Damia. La campaña de los yihadistas para acabar con esta religión en África, y en otros lugares del mundo, es uno de los objetivos prioritarios de los terroristas dentro del principio general de “Derribar la Cruz” (de Cristo) que se marcaron en los primeros momentos del Califato, en 2014.
Nigeria es un país especialmente castigado dentro de esta campaña, que incluye no sólo asesinatos y quema de templos, sino secuestros
de clérigos y seminaristas. Las autoridades del país se muestran incapaces de frenar la campaña terrorista pese a las denuncias que las autoridades eclesiásticas han formulado en varias ocasiones.
Ser cristiano en algunas zonas en las que opera Daesh se ha convertido poco menos que en una heroicidad y llama la atención que, en pleno sigtlo XXI, alguien pueda ser asesinado o expulsado de su territorio por el mero hecho de profesar una religión. El fanatismo de los yihadistas no tiene límites y es alimentado de forma continua por sus cabecillas a través de publicaciones y redes sociales..
Queremos recomendar la lectura de un clásico del siglo XIX, Fabiola, escrito por el Cardenal Nicholas Wiseman. Se trata de una novela ambientada en el siglo IV, durante la persecución de los cristianos por parte del emperador Diocleciano en Roma.
Fabiola es una joven de una familia noble romana. En apariencia, tiene todo lo que puede desear, inteligencia, belleza, lujos, educación… Sin embargo, está insatisfecha con su vida, siente que le falta algo.
La novela desarrolla la conversión de la joven, que se da gracias al ejemplo de su esclava Syra, su prima Inés y el soldado Sebastián. Así, Fabiola entra en la comunidad cristiana de los primeros siglos, la comunidad cristiana de las catacumbas, que sobrevivió, en parte, gracias al fuerte sentido de comunión que compartían los cristianos.

A pesar de ser un clásico del siglo XIX, la novela es de tremenda actualidad, ya que muchos de nosotros podemos vernos identificados con el personaje de Fabiola. A veces, aunque uno tenga todo lo aparentemente necesario, le falta algo. Algo sin lo que el resto de cosas no encajan. Esto fue lo que descubrió Fabiola en el cristianismo, y lo que impulsó su conversión.
Además, el cardenal Wiseman nos ofrece una novela escrita con mucha sensibilidad, de esa que ya no está presente en las novelas actuales. Nos presenta detalladamente la campiña italiana, el país sureño y las ruinas romanas de la persecución.
El libro ha sido prologado por Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes de Londres y como él dice en su prólogo del libro:
“Han sido muchos los años en que Fabiola ha estado arrinconada en la trasera de las bibliotecas, olvidada en el cajón de los libros viejos y los viejos devocionarios, como el pecio que queda de otra época con otra educación sentimental.
Lejos de los postulados del arte por el arte y de la exclusión de toda trascendencia, la Fabiola del Cardenal Wiseman aún nos habla de la literatura y la moral, que no es sino otra manera de conjugar la literatura con la vida, sin que aquí o allá se encuentre todavía para el arte otro propósito más alto”.
El Cardenal Nicholas Wiseman nació en Sevilla en 1802, pero como era hijo de una pareja anglo-irlandesa estudió en Ushaw College y en el Colegio Inglés de Roma. Se doctoró en teología con distinciones en 1825 y fue ordenado sacerdote al año siguiente.
El papa León XIII le nombró curador de los manuscritos árabes del Vaticano y profesor de lenguas orientales en la Universidad Romana. Su vida académica, sin embargo, se vio interrumpida por la orden del papa de predicar a los residentes ingleses en Roma un curso de conferencias cuyo efecto fue considerable.
En 1840 fue consagrado obispo y volvió a Inglaterra como coadjutor del Obispo Thomas Walsh. Y en el año 1850 fue nombrado cardenal. Estuvo presente en Roma durante la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Falleció en Londres en el año 1865 a los 63 años de edad.
Cristina Die
Con muchas personas que no pudieron viajar durante el año pasado, los sitios arqueológicos y turísticos de Oriente Medio se han enfrentado a tiempos extremadamente difíciles. La antigua ciudad bíblica de Madaba, ubicada a 32 kilómetros al sur de Ammán en el centro de Jordania, no es una excepción.
En 2019, la ciudad conocida por sus iglesias antiguas y hermosos mosaicos recibió casi 650,000 visitantes, pero durante el año de la pandemia, la "Ciudad de los Mosaicos" de Jordania se convirtió en una ciudad fantasma.

Con el apoyo de One Place, Many Stories. Sin embargo, las ciudades como Madaba que dependen del turismo están encontrando formas nuevas e innovadoras de llamar la atención sobre sus sitios y, con suerte, atraer turistas en el futuro.
El programa, desarrollado con el apoyo de CyArk, una organización sin fines de lucro financiada a través del Fondo de Embajadores para la Preservación Cultural del Departamento de Estado de EE. UU. Ha ayudado a los miembros de la comunidad a crear modelos interactivos en 3D de varios de los sitios históricos de la ciudad.
La más notable es la Iglesia de San Jorge, que alberga el famoso Mapa de Madaba del siglo VI d.C., el mapa más antiguo conocido de Tierra Santa que presenta una impresionante representación en mosaico de Jerusalén.

Otros puntos de referencia de Madaba que se han modelado incluyen la Iglesia de Santa María y el Palacio Quemado, que cuentan con mosaicos impresionantes y elaborados del período bizantino. Estos increíbles modelos 3D, junto con visitas virtuales guiadas e historias de miembros de la comunidad local, ahora están disponibles en línea para que cualquiera pueda verlas, completamente gratis.
Madaba, que ya era un asentamiento importante en la Edad del Bronce Medio (c. 2100-1550 a. C.), era una ciudad fronteriza moabita que se menciona dos veces en la Biblia hebrea, primero como una ciudad destruida por los israelitas ( Números 21:30) y luego como parte del territorio asignado a la tribu de Rubén (Josué 13:16). La famosa Piedra Moabita registra que Mesa, rey de Moab, reconquistó la ciudad para los moabitas en el siglo IX a. C.

Bajo el dominio romano y bizantino, la ciudad alcanzó una prominencia aún mayor y se convirtió en un centro de la vida cristiana primitiva, con numerosas iglesias y monasterios, muchos adornados con hermosos pavimentos de mosaicos. Hoy en día, se pueden visitar los restos excavados de muchos de estos sitios, incluidas varias iglesias romanas, salones, un palacio y una calle romana bien conservada.



