El descubrimiento se produjo gracias a las obras que se están llevando a cabo para mejorar la ciudad con vistas al Jubileo. En esta zona se pretende ampliar un túnel que permita peatonizar la zona que está al final de Via della Conciliazione. Los trabajos comenzaron en agosto de 2023.
ROBERTO GUALTIERI
Alcalde de Roma
No es simplemente hacer un túnel, lo cual es ya de por sí una obra complicada, sino que, además del túnel, hay que desviar uno de los alcantarillados más grandes y resistentes de la ciudad. Se trata de hacer una obra maestra de ingeniería.
No han sido los únicos restos encontrados: también salió a la luz una antigua lavandería romana de 500 metros cuadrados y varios mosaicos que serán trasladados al cercano Castel Sant'Angelo.
Los evangelistas nos han transmitido también que en una ocasión se retiró más allá de los confines de Galilea, a la región de Tiro y Sidón, que constituía la antigua Fenicia y hoy es Líbano (Cfr. Mt 15, 21 y Mc 7, 24); sin embargo, no hay noticias de que llegara hasta la costa mediterránea, donde la población era mayoritariamente gentil. Ahí se encuentra el monte Carmelo, ligado especialmente al recuerdo de Elías y Eliseo, dos grandes profetas del Antiguo Testamento; y ya en época cristiana, al nacimiento de la Orden del Carmen.
El Carmelo es una cadena de montañas de formación calcárea, que se desgaja del sistema de Samaría prolongándose hacia el Mediterráneo y termina en un promontorio sobre la ciudad de Haifa. Tiene una longitud de unos veinticinco kilómetros y una anchura que oscila entre los diez y los quince, con una altitud media de 500 metros.
Su nombre deriva de kerem, que significa huerto, viña o jardín, siempre con el matiz añadido de belleza. Se ajusta a la realidad: en esta cadena brotan abundantes manantiales, por lo que en sus collados y gargantas crece una flora rica y variada, típicamente mediterránea: laureles, mirtos, encinas, tamarindos, cedros, pinos, algarrobos, lentiscos...
Esta fertilidad siempre ha sido proverbial, y en varios libros del Antiguo Testamento aparece como símbolo de la prosperidad de Israel, o también de su desgracia, en caso de desolación: “el Señor ruge desde Sión, alza su voz desde Jerusalén. Las majadas de los pastores están de luto, se seca la cumbre del Carmelo” (Am 1, 2. Cfr. Is 33, 9 y 35, 2; Jr 50, 19; y Na 1, 4). Existen además numerosas cuevas —hasta más de mil—, en particular al oeste, de estrecha abertura pero de ancha capacidad.
La historia del Carmelo está íntimamente ligada al profeta Elías, que vivió en el siglo IX antes de Cristo. Según tradiciones recogidas por los Santos Padres y por escritores antiguos, varios lugares conservaban el recuerdo de su presencia: una gruta en la ladera norte, sobre el cabo de Haifa, donde estableció su morada primero él y después Eliseo; cerca de allí, el sitio donde reunían a sus discípulos, llamado por los cristianos Escuela de los Profetas y en árabe también El Hader; en la misma zona, hacia el oeste, un manantial conocido como fuente de Elías, que él mismo habría hecho brotar de la roca; y en el sureste del macizo, la cima de El-Muhraqa y el torrente del Qison, donde se enfrentó a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal: por su oración Dios hizo bajar fuego del cielo y de este modo el pueblo abandonó la idolatría, según relata el primer libro de los Reyes (Cfr. 1 Re 18, 19-40).
En estos lugares venerados desde los albores del cristianismo, donde se habían construido iglesias y monasterios en memoria de Elías, nació la Orden del Carmen. Su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XII, cuando san Bertoldo de Malafaida, un cruzado de origen francés, reunió en torno suyo a algunos ermitaños que vivían dispersos en El Hader, en la zona del monte Carmelo próxima a Haifa. Edificaron un santuario allí y, algo más tarde, hacia 1200, otro en la pendiente occidental, en Wadi es-Siah.
San Brocardo, sucesor de Bertoldo como prior, en los primeros años del siglo XIII pidió al patriarca de Jerusalén una aprobación oficial y una norma que organizase su vida religiosa de soledad, ascesis y oración contemplativa: es la Regla del Carmen —también llamada Regla de nuestro Salvador—, en vigor hasta nuestros días.
Por diversas circunstancias, el reconocimiento del Papa se retrasó hasta 1226. A partir de entonces, y a causa de la incertidumbre que pesaba sobre los cristianos en oriente, algunos carmelitas regresaron a sus patrias en Europa, donde constituyeron nuevos monasterios. Este éxodo se demostró providencial para la supervivencia y expansión de la Orden, pues en 1291 los ejércitos de Egipto conquistaron Acre y Haifa, quemaron los santuarios del monte Carmelo y asesinaron a sus monjes.
Relatar la historia de la Orden del Carmen sería prolijo. Por lo que respecta a Tierra Santa, bastará con decir que, salvo un paréntesis en el siglo XVII, no pudo restablecerse en el monte Carmelo hasta principios del XIX. Entre 1827 y 1836, se construyó en la punta norte, sobre una gruta que recordaba la presencia de Elías, el actual monasterio y santuario de Stella Maris: así como la nubecilla que atisbó el criado de Elías trajo la lluvia que fecundaría la tierra de Israel, después del episodio de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 18, 44), así también de la Virgen María nació Cristo, por quien la gracia de Dios se derrama por toda la tierra. Los edificios, de tres alturas, forman un complejo rectangular de sesenta metros de largo por treinta y seis de ancho.
Hacia el norte, la vista de la bahía de Haifa es magnífica, e incluso en días despejados puede distinguirse Acre siguiendo la línea del litoral. Se accede a la iglesia desde la fachada oeste: el espacio central es octogonal y está cubierto por una cúpula decorada con escenas de Elías y otros profetas, la Sagrada Familia, los Evangelistas y algunos santos carmelitas. Las pinturas se realizaron en 1928.
También es de entonces el revestimiento marmóreo del templo, terminado en 1931. El foco de atención se dirige al presbiterio: detrás del altar, en un camarín, encontramos una talla de la Virgen del Carmen; y debajo, la cueva donde según la tradición habitó Elías. Se trata de un ambiente de unos tres por cinco metros, separado de la nave por dos columnas de pórfido y unos escalones; al fondo, hay un altar y una imagen del profeta.
Además de Stella Maris, la Orden del Carmen cuenta con otro santuario en la punta sur del monte Carmelo, en El-Muhraqa, conocido como el Sacrificio de Elías: recuerda el episodio de los profetas de Baal ya referido. Sin embargo, del antiguo monasterio fundado en Wadi es-Siah —actualmente Nahal Siakh— solo quedan ruinas.
A lo largo de los siglos, la Orden del Carmen ha donado a la cristiandad innumerables tesoros espirituales: basta pensar en las vidas ejemplares y enseñanzas de santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz o santa Teresita de Lisieux, los tres nombrados Doctores de la Iglesia.
Entre esas riquezas, destaca también la costumbre del escapulario, que san Josemaría vivió y difundió: “lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. —Además ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!” (Camino, n. 500).
El escapulario asegura a quien lo porta con piedad dos prerrogativas: la ayuda para perseverar en el bien hasta el momento de la muerte y la liberación de las penas del purgatorio. El inicio de esta devoción se da en 1251, durante un momento de especial contradicción para la Orden, que daba sus primeros pasos en Europa.
Según una redacción antigua del Catálogo de santos carmelitas, que está en la base del relato, un cierto san Simón —identificado más tarde con san Simón Stock, prior general inglés— acudía insistentemente a Nuestra Señora con la siguiente súplica:
Flos Carmeli / Flor del Carmelo; vitis florigera / vid florida; splendor coeli / esplendor del cielo; Virgo puerpera / Virgen fecunda; singularis / y singular; Mater mitis / oh Madre dulce; sed viri nescia / de varón no conocida; Carmelitis / a los Carmelitas; da privilegia / da privilegios; Stella Maris / Estrella del mar.
En respuesta a su oración, la Virgen se le apareció llevando en la mano el escapulario, y le dijo: este es un privilegio para ti y todos los tuyos: quien morirá llevándolo, se salvará. Una redacción más larga afirma: aquel que muera llevándolo, no sufrirá el fuego eterno... se salvará.
El escapulario formaba entonces parte del hábito religioso, aunque en su origen había sido una prenda de trabajo que usaban los siervos y artesanos. Consistía en una tira de tela con una apertura para meter la cabeza, que se superponía a la túnica y colgaba sobre el pecho y la espalda.
La segunda prerrogativa, conocida como privilegio sabatino, procede de una tradición medieval. La Sede Apostólica estableció en 1613 a través de un decreto que el pueblo cristiano puede piadosamente creer en la ayuda de la Santísima Virgen a las almas de los frailes y cofrades de la Orden del Carmen que han fallecido en gracia, han vestido el escapulario, han observado la castidad según su estado, y han rezado el Oficio Parvo o —si no saben leer— han guardado los ayunos y abstinencias establecidos por la Iglesia; y que Nuestra Señora actuará con su protección especialmente el sábado, en el día dedicado por la Iglesia a la Madre de Dios. ´
Es decir, el privilegio sabatino se apoya en una verdad de la doctrina común cristiana: la solicitud maternal de Santa María para hacer que los hijos que expían sus culpas en el purgatorio alcancen lo antes posible por su intercesión la gloria del Cielo.
Al mismo tiempo que la Orden del Carmelo iba desarrollándose —especialmente en los siglos XVI y XVII, gracias a varias reformas—, también se extendieron sus cofradías. Atraían a muchos fieles que, sin abrazar la vida religiosa, participaban de la devoción a Nuestra Señora difundida por la espiritualidad carmelita. Lo manifestaban vistiendo el escapulario, que fue simplificando su forma hasta convertirse en dos cuadrados de tela unidos por cintas para echarlo al cuello.
La Sede Apostólica ha intervenido en numerosas ocasiones para fomentar esta costumbre, uniéndole la facultad de lucrar indulgencias y fijando algunas cuestiones prácticas: la ceremonia de imposición, que basta recibir una sola vez y puede realizar cualquier sacerdote; la bendición de un nuevo escapulario que reemplaza a otro ya gastado; o la posibilidad de sustituir el de tela por una medalla con las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen.
Hace algunos años, cuando se celebró el 750 aniversario de la entrega del escapulario —la aparición a san Simón—, el beato Juan Pablo II, que lo llevaba desde joven, resumió así su valor religioso:
«son dos las verdades evocadas en el signo del escapulario: por una parte, la protección continua de la Virgen santísima, no sólo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso hacia la plenitud de la gloria eterna; y por otra, la certeza de que la devoción a ella no puede limitarse a oraciones y homenajes en su honor en algunas circunstancias, sino que debe constituir un "hábito", es decir, una orientación permanente de la conducta cristiana, impregnada de oración y de vida interior, mediante la práctica frecuente de los sacramentos y la práctica concreta de las obras de misericordia espirituales y corporales. De este modo, el escapulario se convierte en signo de "alianza" y de comunión recíproca entre María y los fieles, pues traduce de manera concreta la entrega que en la cruz Jesús hizo de su Madre a Juan, y en él a todos nosotros, y la entrega del apóstol predilecto y de nosotros a ella, constituida nuestra Madre espiritual» (Beato Juan Pablo II, Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación del año 2001 a María, 25-III-2001).
Estas ideas están contenidas en las palabras que pronuncia el celebrante en la bendición del escapulario:
«[Dios], mira con bondad a estos servidores tuyos, que reciben con devoción este escapulario para alabanza de la santísima Trinidad en honor de santa María Virgen, y haz que sean imagen de Cristo, tu Hijo, y así, terminando felizmente su paso por esta vida, con la ayuda de la Virgen Madre de Dios, sean admitidos al gozo de tu mansión» (De benedictionibus, n. 1218).
“El odio a la falsedad es inherente al alma; pero todo odio nace del amor, por lo tanto el amor a la verdad está mucho más arraigado en el alma y especialmente en esa verdad para la que fue hecha”.
Nacido en la actual “ciudad que muere” de Bagnoregio, cerca de Viterbo, Juan Fidanza es hijo de un médico. Pronto se dio cuenta de que no quería seguir el camino de su padre; según una leyenda que explicaría también la adopción de su nombre religioso, el factor decisivo habría sido el encuentro con San Francisco de Asís que, de niño, lo habría curado de una grave enfermedad marcándole la frente con la cruz y exclamando: “¡Oh, buena ventura!”.
A los 18 años se fue a estudiar a París, donde ingresó en la Orden de los Frailes Menores y terminó sus estudios en 1253, convirtiéndose en magister y obteniendo la licencia para enseñar teología.
Mientras tanto, sin embargo, ha estallado una terrible lucha interna entre los maestros seculares y los maestros pertenecientes a las órdenes mendicantes, que durante cierto tiempo no son reconocidos por las universidades.
La disputa tiene su origen en la Alta Edad Media, cuando en el siglo XII la Iglesia había condenado inicialmente como herejes a los movimientos religiosos pauperistas, hasta que el Papa Inocencio III los incluyó en el cuerpo eclesial bajo la autoridad directa del Papado. La tensión volvió en el 1254 con la publicación de una obra que profetizaba el advenimiento de una nueva Iglesia fundada única y exclusivamente en la pobreza y que debería haberse materializado en el 1260.
Mientras tanto, en 1257, Fray Buenaventura se convirtió en Ministro general de los Hermanos Menores y este nuevo cargo lo obligó a dejar la enseñanza y a viajar por toda Europa. En 1260 escribió una nueva biografía de San Francisco, la Legenda Maior, que sustituyó a todas las biografías existentes y se fijó el objetivo de fortalecer la unidad de la Orden – que ahora tiene treinta mil – amenazada tanto por la corriente espiritual como por las tendencias mundanas.
Giotto se inspiró en esta obra para pintar el ciclo de las Historias de San Francisco. En 1271 regresó a Viterbo y ofreció su contribución a la resolución del famoso cónclave, el más largo de la historia, que finalmente eligió a su amigo: Gregorio X. Fue este Papa quien, dos años más tarde, lo consagró Obispo de Albano y Cardenal encomendándole la tarea de organizar un Concilio en Lyon para la unidad entre las Iglesias latina y griega. Precisamente durante este Concilio, después de dos intervenciones, Buenaventura murió en 1274.
En 1588 el Papa Sixto V lo cuenta entre los Doctores de la Iglesia – que en ese momento eran seis – junto a Santo Tomás de Aquino, distinguiéndolos como el Doctor seráfico a Buenaventura y Doctor angélico a Tomás. Su aportación a la doctrina teológica es muy importante: en primer lugar, a partir del pensamiento de San Agustín, expresa la necesidad de subordinar la filosofía a la teología, ya que el objeto de esta última es Dios. La filosofía, por tanto, sólo puede ayudar en la búsqueda humana de Dios devolviendo al hombre a su propia dimensión interior – el alma – que hay que reconducir, precisamente, a Dios.
Además, San Buenaventura sostiene que Cristo es el camino para todas las ciencias y que sólo la Verdad revelada puede fortalecerlas y unirlas hacia la meta perfecta, la única meta que es siempre el conocimiento de Dios. Por lo tanto, el Santo, que defiende la tradición patrística y lucha contra el aristotelismo, llega a la conclusión de que el único conocimiento posible es el contemplativo.
Siempre de derivación agustiniana, es también muy importante la elaboración de la teología trinitaria de San Buenaventura. En la práctica él evidencia que el mundo es una especie de libro en el que emerge la Trinidad de la que fue creado. Dios, pues, uno y trino, está presente como "vestigio", o huella, en todos los seres animados e inanimados; como "imagen" en las criaturas dotadas de intelecto como el hombre; como "similitud" en las criaturas justas y santas, tocadas por la Gracia y animadas por las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad que las hacen hijas de Dios.
Superior del Convento de Carmelitas Descalzos de Mantua
El escapulario es un hábito, síntesis del hábito religioso reducido a dos pequeñas piezas de tela que van sobre los omóplatos —uno por delante y otro por detrás— que nos recuerda cada día que estamos consagrados a la Virgen. Incluso las personas que visten el santo hábito escapulario, con este signo quieren indicar que le piden a la Virgen que sea su compañera de vida.
Todos los días la iglesia es visitada por peregrinos y turistas de todo el mundo, atraídos por la belleza del lugar pero también por la devoción a la Virgen y a San Elías, que ha crecido a lo largo de los siglos.
En el interior de la iglesia en las paredes se pueden admirar las esculturas en bajorrelieve, en mármol blanco, que honran a los 4 grandes santos de la orden: el "castillo interior" de Teresa de Ávila, el "ascenso a Dios" de San Juan de la Cruz, la santa de origen judío, Edith Stein y la primera santa palestina Mariam Baouardy. También se puede admirar una pintura de San Simone Stock, quien en 1251 en Aylesford - Inglaterra, recibió el regalo del escapulario.
El suelo de la iglesia recuerda las olas del mar. En el centro se representa una gran estrella que indica la estrella del mar.
Superior del Convento de Carmelitas Descalzos de Mantua Tenemos aquí una memoria histórica muy valiosa. Una basílica como esta, toda adornada, decorada, es verdaderamente una belleza increíble. En concreto, el año pasado finalizamos los trabajos de consolidación de toda la parte superior de la cúpula que ahora es una auténtica maravilla.
Para celebrar este memorial litúrgico, la comunidad carmelita y franciscana, con numerosos peregrinos y fieles se reunieron el domingo 16 de julio en Haifa, para venerar a la Virgen del Carmen. Fr. Wojciech Boloz, guardián de la Basílica de la Anunciación, presidió la Santa Misa.
Rector Stella Maris El Carmelo celebra hoy a su patrona y a su Madre. Y los carmelitas la llamamos "hermana", un título particular. Nos encontramos aquí en el lugar donde Elías, nuestro Padre, se refugió, oró y se escondió en la caridad, es decir, en el amor. ¡Y esto lo celebramos! En particular, también es una gran celebración para Elías. Nuestra Señora y San Elías.
Cristiana local “Para nosotros los ciudadanos de Haifa es verdaderamente una gracia estar aquí en este día de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Ciertamente tenemos una gran devoción a la Santísima Virgen y ella es nuestra guía. Tratamos de tomarla como ejemplo y yo, como madre y esposa, trato de seguir su ejemplo tanto como sea posible. Nos encanta y nos sentimos privilegiados de estar aquí en Haifa en este día tan especial.
El Carmelo es una cadena de montañas de formación calcárea, que se desgaja del sistema de Samaría prolongándose hacia el Mediterráneo y termina en un promontorio sobre la ciudad de Haifa. Tiene una longitud de unos veinticinco kilómetros y una anchura que oscila entre los diez y los quince, con una altitud media de 500 metros.
https://www.cmc-terrasanta.org/es
Asunción de la Virgen (Assumption of the Virgin) Jacopo Palma
La ausencia de información fuera de los textos bíblicos ha llevado a algunos a dudar infundadamente de su existencia. La importancia de las funciones que le fueron encomendadas en la primitiva comunidad cristiana y la seriedad en el cumplimiento de las mismas le acreditan como hombre de confianza y de prestigio para resolver las tensiones existentes en los orígenes del cristianismo.
Estamos ante una personalidad de talla indiscutible, que puede haber sido adornada con algún rasgo añadido, pero en modo alguno haber sido inventada para explicar determinados problemas existentes que exigirían la intervención de una persona solvente.
Silas era judeo-cristiano, en el mejor sentido de la palabra: un judío convertido al cristianismo. Perteneció a la segunda generación cristiana que le reconoció una autoridad indiscutible. Las razones de la misma puede haber sido su categoría de ciudadano romano (Hch 16, 37-38) y, sobre todo, la de ser profeta (Hch 15, 32), profundo conocedor del mensaje cristiano y anunciador infatigable del mismo.
Estas dos características eran las más adecuadas para servir de mediador o puente entre el Evangelio, libre de la ley judía, tal como era predicado por Pablo, y la necesidad de las adiciones de la misma para completar la eficacia salvadora de la fe, como pretendía la facción o tendencia cristiano-judaizante.
Representantes de esta tendencia habían logrado infiltrarse en la comunidad de Antioquía y habían perturbado la tranquilidad con que vivían su fe. Pues bien, las autoridades de Jerusalén consideraron que Silas y Judas, llamado Barsabas, eran las dos personas indicadas para exponer a la comunidad de Antioquía el resultado de las deliberaciones del Concilio de Jerusalén, que se había pronunciado por la libertad del Evangelio frente a la ley judía.
Una decisión definitiva que, además, desautorizaba a aquellos que se habían presentado como representantes o delegados de la Iglesia de Jerusalén para predicar lo contrario. Lo habían hecho sin contar con ella. Era necesario desenmascararlos.
Las exigencias de observar la ley judía, que presentaban como necesarias para salvarse, eran meras opiniones de unos fanáticos que no querían renunciar a las prácticas habituales del judaísmo (Hch 15, 22). Los elegidos son considerados como «varones principales entre los hermanos», que debían acompañar a Pablo y a Bernabé, que habían sido considerados por la Iglesia de Antioquía como sus representantes para resolver aquella importantísima cuestión en diálogo con las autoridades de la Iglesia.
Silas y Judas tenían la misión de respaldar la autoridad de Pablo y de Bernabé frente a quienes presumían de ostentar la delegación recibida de la Iglesia de Jerusalén para introducir sus propias opiniones.
Dada la delicada misión que Silas, juntamente con Judas, había recibido no podemos considerarlo como representante de una postura teológica o eclesial destacadas.
Tal vez ahí vieron las autoridades de la Iglesia de Jerusalén su capacidad para apaciguar las tensiones existentes entre la tendencia a seguir manteniendo la obligación de observar la ley judía (petrinismo, santiaguismo o conservadurismo, como ha sido llamada) y la del Evangelio puro y desnudo, libre de adherencias o mixtificaciones procedentes del judaísmo (paulinismo, liberalismo progresista, frente a las exigencias aludidas). Es claro que la neutralidad de Silas era relativa, ya que se le descubre fácilmente como más cercano y partidario de Pablo y de «su» evangelio.
De hecho, una vez cumplida su misión, se quedó en Antioquía (Hch 15, 34). Aquella comunidad, pletórica de vida, estaba preparando la gran misión, que nosotros conocemos como el segundo viaje misionero o apostólico de Pablo. Y Silas se integró en el grupo de los que la llevarían a efecto. Esta decisión y la consiguiente actitud y actividad le hace acreedor al calificativo de gran misionero, roturador de nuevas tierras.
Pablo le considera como absolutamente fiable y, por tanto, el compañero más adecuado para visitar las iglesias cristianas que ya habían surgido con motivo de otras actividades apostólicas (Hch 15, 40); ambos se hallan solos ante el motín levantado en Filipos contra ellos por la predicación del Evangelio, que había tenido como consecuencia la liberación del espíritu pitónico de una esclava que lo posesía y que la convertía, por esta razón, en una fuente de ingresos para sus amos (Hch 16, 19); Pablo y Silas fueron encarcelados y durante la noche siguieron con tan buen ánimo que hacen oración y alaban a Dios; de este modo expresan su fe ejercitando su tarea evangelizadora ante los presos; fue una manera de comunicarles el anuncio liberador (Hch 16,25); el carcelero reconoció la dignidad singular de aquellos presos que le impresionaron porque no habían huido de la cárcel pudiendo haberlo hecho y, arrojándose a sus pies, manifestó su deseo de salvarse, lo que debía hacer para conseguirlo y se bautizó con todos los suyos (Hch 16, 29).
Su actividad en Tesalónica hizo surgir un buen grupo de adeptos a Pablo y Silas (Hch 17, 4). Su éxito exasperó a los dirigentes judíos que intentaron eliminar a los apóstoles. El libro de los Hechos hace una excepción honrosa considerando a Pablo y a Silas como apóstoles (Hch 17, 5) y repite la excepción hecha también a favor de Pablo y Bernabé. (Téngase en cuenta que, fuera de estas dos excepciones, el libro de los Hechos reserva el título únicamente para los Doce.)
La situación conflictiva suscitada en Tesalónica les obliga a seguir viaje hacia Atenas, que era la meta donde Pablo tenía puestos sus ojos (Hch 17, 16 ss.). En Berea quedaron Silas y Timoteo con el encargo recibido de Pablo para que se le incorporasen lo antes posible (Hch 17,5). Del encuentro en Atenas nos informa Hechos 18, 5.
Como misionero incansable le encontramos en Corinto con Pablo y Timoteo (2Co 1, 19). Allí influyó decisivamente en la formación de aquella comunidad. Desde su prolongada estancia en Corinto los tres integrantes más importantes del equipo evangelizador –Pablo, Silvado y Timoteo–, escriben en carta común, por dos veces, a los tesalonicenses (1Ts y 2Ts 1, 1), ala-bando su permanencia en la fe y estimulándolos a continuar manteniendo en su conducta los principios determinantes de la vida cristiana.
La última referencia a Silvano nos la ofrece la primera Carta de Pedro. Silvano aparece como el portador de la carta (1P 5, 12), porque era conocido entre sus destinatarios desde su actividad conjunta con Pablo en aquella zona. La Iglesia de Babilonia (1P 5, 13) se refiere, sin duda, a Roma. Así es designada también en el libro del Apocalipsis.
Las demás noticias extrabíblicas: que fuese obispo de Corinto, que sufrió el martirio en Macedonia, que sus restos fue-ron trasladados el 691 a Thérouanne (Francia), pertenecen al terreno de la leyenda.
FELIPE F. RAMOS
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San Benito, por quien Joseph Razinger nunca ha escondido su admiración --días antes de ser elegido Papa, el 1 de abril, le dedicó una histórica conferencia con el título «Europa, en la crisis de las culturas», como constató, tuvo un papel decisivo para que el viejo continente saliera de la «noche oscura de la historia» en la que había caído tras la caída del Imperio Romano en la Edad Media.
Y esta renovación la promovió gracias al monaquismo y a su espiritualidad, plasmada en la famosa Regla de los monjes.
«Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha podido mantener su fuerza iluminadora hasta hoy», constató el pontífice en su reflexión dirigida en la Plaza de San Pedro a algo más de 20 mil peregrinos.
Al proclamar el 24 de octubre de 1964 a San Benito patrono de Europa, recordó, Pablo VI pretendía reconocer «la obra maravillosa desempeñada por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea».
«Hoy Europa, que acaba de salir de un siglo profundamente herido por dos guerras mundiales y por el derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado como trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de la propia identidad», constató.
«Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente, de lo contrario no se puede reconstruir Europa», añadió.
«Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, ha causado, como ha revelado el Papa Juan Pablo II "un regreso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad"».
«Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino», recomendó el obispo de Roma.
«El gran monje sigue siendo un verdadero maestro del que podemos aprender el arte de vivir el verdadero humanismo», concluyó.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 9 abril 2008 .-
Benedicto XVI considera que el mundo y, en particular Europa, necesita «una renovación ética y espiritual», inspirada en los valores cristianos, para poder recuperar un «verdadero humanismo».Fue la conclusión a la que llegó este miércoles en la audiencia general en la que presentó la figura de san Benito de Nursia, fundador de los benedictinos, padre del monaquismo occidental, quien vivió entre los siglos V y VI, y a quien este Papa considera como «patrono» de su pontificado.
Benito, por quien Joseph Razinger nunca ha escondido su admiración --días antes de ser elegido Papa, el 1 de abril, le dedicó una histórica conferencia con el título «Europa, en la crisis de las culturas»--, como constató, tuvo un papel decisivo para que el viejo continente saliera de la «noche oscura de la historia» en la que había caído tras la caída del Imperio Romano en la Edad Media.
Y esta renovación la promovió gracias al monaquismo y a su espiritualidad, plasmada en la famosa Regla de los monjes.«Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha podido mantener su fuerza iluminadora hasta hoy», constató el pontífice en su reflexión dirigida en la Plaza de San Pedro a algo más de 20 mil peregrinos.
Al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito patrono de Europa, recordó, Pablo VI pretendía reconocer «la obra maravillosa desempeñada por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea».
«Hoy Europa, que acaba de salir de un siglo profundamente herido por dos guerras mundiales y por el derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado como trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de la propia identidad», constató.
Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente, de lo contrario no se puede reconstruir Europa», añadió.
«Sin esta saviavital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, ha causado, como ha revelado el Papa Juan Pablo II "un regreso sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad"».
«Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino», recomendó el obispo de Roma.«El gran monje sigue siendo un verdadero maestro del que podemos aprender el arte de vivir el verdadero humanismo», concluyó.Ha sido la última audiencia general antes del viaje apostólico de Benedicto XVI a los Estados Unidos, que tendrá lugar del 15 al 20 de abril.
Fecha de nacimiento desconocida: nombrado Papa hacia el año 140 hasta el 154. De acuerdo con la lista más antigua del Papado, dado por Ireneo, (adv. Haer.", II, XXXI; cf. Eusebius, "Hist. Eccl.", V, VI). Pío fue el noveno sucesor de S. Pedro. Las fechas dadas en el catalogo liberiano de su pontificado (146-61), son por un mal cálculo de los primeros cronistas, y no pueden ser admitidos como validos. El único dato cronológico que poseemos es supuesto por el año de la muerte de San Policarpo de Esmirna, el cual esta referido con gran certeza al año 155-6.
En su visita a Roma en el año anterior a su muerte, Policarpo se presento ante Aniceto, el sucesor de Pío. Obispo de allí. Por consecuencia la muerte de Pío debió haber ocurrido cerca del año 154. El "Liber Pontificalis" dice que el padre de Pío era Rufino y lo declara nativo de Alquileia, sin embargo es probablemente una conjetura de autor que había escuchado de Rufino de Alquileia. (a finales del siglo IV).
Sabemos por una nota en el "liberian catalogue" (in duchesne, "Liber Pontificales", I,5), que es confirmada por el fragmento "Muratoriam" /ed. Preuschen, "Analecta", I, Tubingen, 1910), esto lo conocemos por un hermano de este Papa, llamado Hermas, publicado en El Pastor /ver HERMAS). Si la información del de la cual, el autor extrae, concerniente a sus condiciones personales y estado social (primero esclavo y después hombre libre) fueron históricas, nosotros podríamos conocer mas acerca del origen del Papa, su hermano. Sin embargo es probable que lo que Hermas cuenta de si mismo sea una ficción.
Durante el pontificado de Pío, la Iglesia Romana, fue visitada por varios herejes, que buscaban propagar sus falsas doctrinas entre los fieles de esta capital. El gnóstico Valentín que había hecho su aparición como Papa Higinio, continuo mostrando esas herejías, aparentemente no sin éxito.
El gnóstico Cerdos estuvo activo también en Roma, en este perdido, durante el cual Marción llegaba a la capital. Excomulgado por Pío, el último fundador de esta doctrina herética (Ireneo, "Adv.haer.", III, iii). Tambien maestros católicos visitaron la iglesia romana, el más importante fue San Justino, el cual expuso las enseñanzas cristianas, durante el pontificado de Pío y el de su sucesor.
De esta manera, adquiere una gran actividad la comunidad cristiana de Roma, la cual es claramente visitada como el centro de la iglesia. El "Liber Pontificalis" habla de la decisión de este Papa de que los judíos convertidos al cristianismo deberían ser admitidos y bautizados. No sabemos que quiere decir con esto, sin duda aquí el autor de "Liber pontificalis", como casi siempre, refiere al Papa un decreto válido en la iglesia de su proPío tiempo.
Una tardía leyenda, se refiere a la fundación de dos iglesias, la "titulus pudentis" (ecclesia Pudentiana) y la "titulus Praxedis", del tiempo de este Papa, del cual se supone también, que construyo un baptisterio cerca y haber ejercido funciones episcopales allí. (Acta SS., IV May, 299 sqq.; cf. De Rossi, "Musaici delle chiese di Roma: S. Pudenziana, S. Prassede").
Sin embargo esta leyenda, no tiene credibilidad histórica. Estas dos iglesias vinieron a existir en el siglo IV, y es posible que ellas sustituyeron a las casas cristianas en las cuales los fieles de Roma se reunían para los servicios divinos antes del tiempo de Constantino.
La leyenda sin embargo puede no estar alejada, en sus pruebas de este hecho. En muchos escritos posteriores (e.g. Liber Pontificalis) el "Pastor" o "Shepherd" en el trabajo de Hermas, esta erróneamente aceptado como el nombre del autor, y desde el puesto de Pastor y Obispo Romano le es asignado un importante papel en la fundación de esas iglesias.
Dos cartas escritas al Obispo Justo de Viena (P.L., V, 1125 sq.; Jaffé, "Regesta", I, 2º ed., pp. 7 sq.) adjudicadas a Pío, no son autenticas. La fiesta de San Pío se celebra el día 11 de Julio.
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El incendió estalló el 19 de julio del 64 y duró, según Suetonio, seis días y siete noches, pero en seguida comenzó de nuevo en la propiedad de Tigelino, lo que alimentó las sospechas contra el emperador, y continuó durante otros tres días, como consta por de una inscripción (CIL VI, 1, 829, que establece su duración en nueve días).
Los modernos tienden a negar la responsabilidad directa de Nerón en el incendio: todas las fuentes, sin embargo, concuerdan en decir que se vieron a personas que avivaban el incendio cuando ya había comenzado. Para los que dan la culpa a Nerón esta gente actuaba iussu principis, «por orden del emperador», para los que defienden su inocencia, según los cuales el incendio había estallado por negligencia, por autocombustión, por el calor estival, por el viento, esa gente lo hacía «para poder llevar a cabo con más libertad sus robos».
Para Suetonio y para Dión, sin embargo, estas personas eran cubiculari (camareros] del emperador e incluso soldados, y su presencia puede autorizar las peores sospechas. De la comparación entre Tácito y Suetonio se infiere además que las precauciones que se tomaron y las intervenciones de socorro fueron interpretadas como pruebas de la culpabilidad de Nerón: sobre todo la destrucción, llevada a cabo por los soldados con el fuego, de edificios cercanos a lo que será luego la Domus aurea y la prohibición a sus legítimos propietarios de acercarse a sus casas para salvar lo salvable y recuperar los cadáveres de sus muertos alimentaron muchas sospechas.
También contribuyó a estas sospechas el hecho de atribuirle al emperador un móvil concreto: no tanto el que Suetonio y Dión, pero no Tácito, aceptan como seguro, el deseo de ver morir Roma bajo su reinado, como Príamo había visto sucumbir Troya (deseo coronado con el famoso canto), sino también y sobre todo el desprecio por la vieja Roma, con sus calles estrechas y sus viejos edificios, y la voluntad de aventurarse en una gran empresa urbanística, convirtiéndose en el nuevo fundador de Roma.
Tácito es el único, entre nuestras fuentes, que dice que Nerón inventó la falsa acusación contra los cristianos para acallar las voces que le acusaban del incendio (Anales XV, 44). La noticia le llega naturalmente de una fuente que considera el incendio intencional (para los partidarios de la tesis el incendio casual no había culpables), por tanto, con toda probabilidad, de Plinio.
Para Plinio, como para Tácito, los cristianos eran inocentes del incendio de Roma y el suplicio que se les había infligido era digno de piedad, pero los cristianos, no culpables por el incendio, eran culpables, para nuestra fuente, de una exitiabilis superstitio (funesto culto). El testimonio de Tácito, claramente hostil contra los cristianos por su superstitio, pero convencido de su inocencia respecto al incendio, muestra la falta de fundamento de la hipótesis de aquellos, entre los modernos, que acusan a los cristianos de haber quemado Roma a causa de su fe en la inmediata parusía (el regreso de Cristo a la tierra).
La distinción entre la falsa acusación de incendiarios, que afectó según Tácito sólo a los cristianos de Roma, y la de superstitio illicita (culto ilícito), la única que conoce Suetonio (Nero, 16,2), que afectó a los cristianos de todo el imperio, no es, como a menudo se cree, el resultado de dos versiones del mismo hecho narrado por dos fuentes distintas, sino el efecto de dos decisiones distintas, de las cuales la segunda es seguramente anterior a la primera.
La Primera Epístola de San Pedro (4,15), que en mi opinión se puede fechar entre el 62 y el 64, prevé la posibilidad de que los cristianos puedan ser imputados por ser cristianos no sólo en Roma, sino en todo el Imperio, y presupone una hostilidad ampliamente difundida (cf 1 Pe 4, 12), que bien cuadra con las acusaciones de flagittia (crímenes infamantes), que según Tácito hacía que el vulgus (la gente común) aborreciera a los cristianos.
Pero si la atmósfera de la Primera Epístola de San Pedro es la que presupone Tácito, la imputación por cristianismo es ciertamente la que Suetonio conoce y no puede referirse a un edicto imperial (como la imputación por el incendio de Roma), sino sólo a un senadoconsulto, al que correspondía, en edad julio-claudia, decidir sobre las cuestiones religiosas.
La institutum (institución) de la que habla Suetonio, la institutum Neroniarum de que habla Tertuliano (Ad nationes I, 7,14), no es un edicto ni un senadoconsulto, sino un antecedente de hecho: es la aplicación que Nerón, dedicator damnationis nostrae (autor de nuestra condena, Tertuliano, Apolgeticum V,3), hace inmediatamente después del 62 del senadoconsulto con que en el 35 había sido rechazada la propuesta de Tiberio de reconocer la licitud del culto de Cristo y que había hecho del cristianismo una superstitio illicita en todo el imperio.
El veto de Tiberio había impedido la aplicación del senadoconsulto y la situación no había sufrido cambios hasta el 62, cuando la ejecución de Santiago el Menor en Judea, decidida por el sumo sacerdote Ananos, fue posible por la ausencia momentánea del gobernador romano.
Pero en el 62 tuvo lugar un cambio decisivo, no sólo en las relaciones entre el Imperio y los cristianos, sino en toda la política de Nerón: es el momento del abandono de Séneca de la vida pública, de la muerte de Burro, substituido en la Prefectura del pretorio por Tigelino, del repudio de Octavia y de las bodas con la judaizante Popea, de la ruptura con los estoicos de la clase dirigente y del abandono definitivo de la línea julio-claudia del principado por un dominio de tipo orientalizante y teocrático.
Cristianos y estoicos fueron atacados en los mismos años y juntos acusados ante la opinión pública: aerumnosi Solones (Solones atormentados), según Persio (Satirae III, 79), eran los estoicos en la opinión de la gente ignorante, saevi Solones (Solones despiadados) son llamados los cristianos en un grafito de Pompeya; según la Primera Epístola de San Pedro (4,4) son calumniados «porque no participan con los demás en ese libertinaje desbordado». El clima en el que se hacen estas acusaciones es el mismo: contra los estoicos de la clase dirigente se usó el arma política de la lex maiestatis (ley para la defensa del Estado); contra los cristianos fue suficiente proponer el viejo senadoconsulto del 35.
Robert, Hubert (1733-1808): L'incendie de Rome (le 18 juillet 64) (The Fire of Rome, 18 July 64). Entre le 18 et le 24 juillet, la ville de Rome est devastee par un vaste incendie qui aurait ete cause par l'empereur Neron. Pour detourner les soupcons, ce dernier accuse et persecute les chretiens. 18eme siecle.. Le Havre, Musee des Beaux-Arts*** Permission for usage must be provided in writing from Scala.
La primera víctima de la decisión neroniana de acusar a los cristianos basándose en el viejo senadoconsulto fue, creo yo, Pablo, que era muy conocido en los ambientes de la corte: esta imputación está atestiguada en la Segunda Carta a Timoteo, escrita en el otoño de un año que podría ser el 63 (cf. 2Tim 4, 21). Pablo está encarcelado de nuevo en Roma, pero esta vez espera una condena, pero no por el incendio (porque se trata de un encarcelamiento “civil”, Pablo puede pedir libros y una capa).
La detención y condena de Pedro debieron ocurrir, junto con la de los demás cristianos de Roma, después del incendio del 64: su martirio, murió crucificado en los horti neroniani (los jardines de Nerón), no puede separarse, como revela la comparación entre la descripción de Clemente Romano (1Cor 5) y la de Tácito (Anales XV, 44), del de la multitudo ingens –poly plethos (ingente multitud) que Nerón ofreció como espectáculo, con un circense ludicrum (espectáculo circense), al pueblo de Roma, poniendo a disposición hortos suos (sus jardines).
Guarducci ha pensado en las fiestas del 13 de octubre del 64, unos meses después del incendio, cuando la persistencia de las sospechas contra Nerón le pudo aconsejar al emperador buscar chivos expiatorios.