“Siempre supimos que no era fácil ser Madre Teresa, todos pensamos que ella vivió un gran consuelo interior. Por eso nos sorprendimos tanto cuando supimos que no fue así”. Palabras de Brian Kolodiejchuck, sacerdote y postulador de la causa de canonización de la santa. Él la conoció personalmente, pero jamás imaginó que la diminuta religiosa hubiese padecido durante muchos años una “noche oscura”, un desierto interior que la asemejó dramáticamente a los pobres que acudía con pasión.
Ese aspecto desconocido de su vida salió a la luz en los más de 35 mil folios recopilados durante el proceso oficial de canonización. Unos 113 testimonios y otro material incluido en 81 tomos. En entrevista con el Vatican Insider, Kolodiejchuck habló sobre la elevación a los altares de Madre Teresa, prevista para el próximo domingo 4 de septiembre durante una misa celebrada por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.
La Iglesia quiere mostrar a todos los fieles un ejemplo muy fuerte, alguien que vivió la vida cristiana y amó a Dios como ella lo amaba, y también en particular su vocación de servir a los pobres, a los más pobres entre los pobres. Es un verdadero modelo para nosotros en el mundo de hoy.
¿Se puede decir que es la mujer católica de mayor impacto en el siglo pasado?
Seguramente si. Siempre en las encuestas aparece como la mujer más admirada o, por lo menos, queda muy cerca del número uno. Más allá de la Iglesia tiene este respeto, la veneración de la gente y tal vez desde san Francisco de Asís pocos han tenido tanto eco como ella. Seguro hay otros santos grandes pero hablando del mundo, más allá, ella es una de las más importantes.
No miento si digo que después de haber realizado esta investigación ahora conozco más y mejor su vida, antes tenía un pedazo de la torta. Cuando terminé la “positio”, el documento sobre su vida y obra, exclamé: ¡Ahora la conozco mejor que antes! Un aspecto que para mi fue una sorpresa, como para todo el mundo, y el aspecto más heroico de su vida fue la oscuridad espiritual que vivió. Todos pensábamos que ser y actuar como Madre Teresa no era fácil, era evidente. Entonces pensábamos que debía experimentar una gran comunión, el consuelo que le daba la fuerza de hacer esto pero al contrario, esto fue el aspecto más sorprendente y, para mí, el aspecto singular, más heroico.
Sabemos este aspecto porque los jesuitas tuvieron la sabiduría de preservar sus cartas. Pasando ella por esta experiencia no quería que se supiera, pero fue muy bueno que los jesuitas lo hicieran porque se trata de un aspecto importante de su vida, es parte de su carisma de servir a los pobres porque estaba compartiendo esta oscuridad. Ella misma lo decía: la pobreza más grande del mundo de hoy es no ser amado, no ser querido, sentirse solo y ella experimentó eso de manera muy concreta, no solo la pobreza material.
Dios tiene la última palabra y él, conociendo mucho mejor que nosotros la situación envió una santa como Madre Teresa para dar este mensaje: sí es importante la tecnología y el desarrollo humano, pero no podemos olvidar a los pobres, no está bien olvidar los valores importantes que no son solamente éxito, fama, poder y dinero. La experiencia de toda la historia nos demuestra que esto nos hace perder el camino hacia Dios.
Una vez ella tenía que ir al aeropuerto y una persona fue a buscarla en coche. Esa persona estaba preocupada por el tiempo y tenía temor de llegar tarde al vuelo. A último minuto una hermana llegó a decirle a la Madre que había un niño enfermo y ella decidió ir a verlo, mientras el chofer estaba muy impaciente, haciendo caras y gestos de ansiedad. La Madre vio todo eso con tranquilidad, siguió sin problemas y después no lo regañó, solamente le explicó: “Tenía que ver a ese niño”. Su reacción era siempre de control, con fe.
Sí, claro. En diversos momentos estuvo enojada, porque tenía un carácter fuerte.
No. Durante este proceso, en el Vaticano nos aclararon que no debíamos demostrar que era una persona perfecta porque no lo es. Sólo Jesús y María, nadie más. Lo importante en la santidad es la fe, la esperanza y la caridad. En el caso de la Madre, su trabajo por la caridad se conoce muy bien pero ahora también quedó claro –después de la investigación- que su vivencia de la fe es el aspecto más heroico en ella.
1. "El que no vive para servir, no sirve para vivir"
2. "La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz"
3. "A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota"
4. "Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido"
5. "Cuando la puerta de la felicidad se cierra, otra puerta se abre, pero algunas veces miramos tanto tiempo aquella puerta que se cerró que no vemos la que se ha abierto frente a nosotros"
6. "Es cierto que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero también es cierto que no sabemos lo que nos hemos estado perdiendo hasta que lo encontramos"
7. "Mientras el trabajo sea más repugnante, mayor ha de ser nuestra fe y más alegre nuestra devoción"
8. "Hay que cuidarse del orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa"
9. "Yo soy el lápiz de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe aquello que quiere"
10. Cuando el periodista de ABC Francisco de Andrés le preguntó hace 27 años: "Madre, ¿no le molesta la fama de santa que despierta en todas partes?", ella respondió: "No, ¿por qué habría que molestarme? Para mí es un deber luchar por la santidad como para todos los cristianos".
11. "Si alguien necesita un pedazo de pan, basta ofrecérselo para saciarlo; si necesita descanso, basta una cama. Pero ante un ser humano abandonado, no basta la ayuda material, se precisa una ayuda efectiva y espiritual que es mucho más difícil. Por eso es tan importante la labor de nuestras hermanas. Ellas entienden muy bien esas necesidades".
12. "Perdonar nos da un corazón puro, y el que tiene un corazón puro puede amar a Dios".
Con este nombre se celebra una fiesta el 8 de septiembre. No se trata, como en las fiestas de la Asunción y de la Inmaculada, de un dogma, sino de una conmemoración.
La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y es una de aquellas cuatro principales fiestas de María en honor de las cuales el Papa Sergio I organizó una solemne procesión que salía de la iglesia de San Adriano en el foro romano y terminaba en Santa María Mayor, donde se celebraba la Misa.
El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.
Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en Oriente y probablemente en Jerusalén. Ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe-la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.
Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.
El primer testimonio de la fiesta es un himno de Román el Melodo (año 560). Para San Andrés de Creta (740) esta fiesta es ya una antigua tradición.
En Occidente se introdujo en el siglo VII. Además de la noticia del Liber Pontificalis referente a la procesión ordenada por Sergio I, tenemos el testimonio de los sacramentarios romanos a partir del Gelasiano antiguo.
No obstante, la fiesta se propagó muy lenta y desigualmente en Occidente: en Milán en tiempo de Beroldo (1124) era desconocida, no obstante hallarse consignada en los Martirologios.
Amalario ni siquiera hace mención de la misma. En cambio, en el Concilio de Reims (630) se prescribe como día festivo. A partir del siglo XI-XII se halla generalmente establecida. La octava fue debida a un voto de los cardenales en el difícil cónclave de 1241. Gregorio XI (1378) la dotó de una vigilia.
Es la fiesta patronal de muchísimos santuarios y es así un bella manera de simbolizar el nacimiento espiritual de la Virgen en muchos pueblos. En los nuevos libros litúrgicos promulgados por Pablo VI, esta fiesta ha sido muy revalorizada, principalmente, por sus dos himnos nuevos: uno de autor anónimo del s. X y otro de S. Pedro Damián.
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
Fuentes: (GER) A. M. Franquesa Garrós.
M. RIGHETTI,Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, 911-912; J. PASCHER, El año litúrgico, Madrid 1966, 686; G. MORIN, Une préface du Miss. Gothicum supposant la fete de la Nativité de N. Dame en pays gallican dès le VII siècle, en “Revue Bénédictine” (1945-46) 9-11; J. LEROY, Un texte peu remarqué sur la fete de la Nativité de N. Dame, en “Revue de sciences religieuses” (1938) 282-289.
ver en Wikipedia
La guerra en Gaza no solo está costando la vida a miles de personas, hiriendo a otras tantas y creando una inestabilidad en Oriente Medio muy peligrosa. También está amenazando un patrimonio histórico y cultural que ya se conservaba en un estado precario.
En diciembre, la UNESCO se manifestó «profundamente preocupada por el impacto de los combates en curso» sobre el patrimonio cultural en Palestina. En una declaración, solicitaba a todas las partes involucradas en el conflicto que impidieran que los bienes culturales fueran blanco de ataques.
Dentro de ese patrimonio se encuentra uno de los monasterios cristianos más antiguos de Palestina, el complejo de San Hilarión que data del siglo IV después de Cristo. Destruido en el siglo VII, estaba decorado con mosaicos e incluía dos iglesias, un baptisterio un cementerio y las celdas de los ermitaños.
En esa sesión de diciembre, el Comité Intergubernamental de la UNESCO para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado decidió conceder una «protección reforzada provisional» al monasterio en virtud de la Convención de La Haya de 1954. En julio, la organización ha incluido a San Hilarión en la lista del patrimonio mundial en peligro.
Aunque ya formaba parte del elenco provisional del patrimonio de la UNESCO desde 2012, su estatus ha sido rápidamente aprobado en pocos meses mediante un procedimiento de emergencia ante el recrudecimiento de la guerra. La UNESCO había manifestado su preocupación por la falta de una estrategia eficiente para preservar las ruinas del monasterio. Desde 2018 se conservaba gracias a fondos internacionales. El nuevo estatuto permitirá al sitio arqueológico obtener más ayuda financiera de la UNESCO, pero, sobre todo, debería servir para presionar a las partes en conflicto para evitar daños en el complejo.
El monasterio de San Hilarión, en el complejo arqueológico de Tell Umm Amer, es uno de los más antiguos de Oriente Medio. Fue fundado por san Hilarión, natural de Gaza, y albergó a la primera comunidad monástica de Tierra Santa. Para la UNESCO constituye «un testimonio excepcional y único del cristianismo en Gaza».
Santa Sabina vivió en el siglo II. Era una noble romana que fue decapitada por odio a su fe cristiana. Según las informaciones que han llegado hasta nuestros días, era la esposa del senador Valentino, y se convirtió al cristianismo por influencia de la esclava Serapia.
Serapia y Sabina bajaban juntas de noche a las catacumbas, donde se reunían clandestinamente los cristianos para escapar de las persecuciones. El siglo II después de Cristo fue uno de los periodos más sangrientos para las comunidades cristianas, que eran continuamente objeto de violencias y abusos.
Cuando Serapia fue capturada y torturada hasta la muerte, Sabina salió al descubierto. Fue llevada ante el prefecto Elpidio, que la presionó para que abjurara. Sin embargo, ella no dudó en rechazar esta posibilidad, reafirmando su sólida fe en Jesucristo, y fue condenada a muerte por decapitación. Su martirio ocurrió cerca del año 120.
Las reliquias de las dos mártires se encuentran en la Basílica romana de Santa Sabinaen el Aventino, fundada en entre el 422 y el 432 por Pedro de Illiria, sobre los restos de un antiguo Titulus Sabinae. Esta basílica es la primera estación cuaresmal: en ella, los Pontífices pronuncian sus homilías los Miércoles de ceniza. Santo Domingo fundó allí su orden en el 1219. Uno de los dominicos más célebres, Santo Tomás de Aquino, dio clases en el convento adjunto a la basílica.
Santa Sabina, romana, en su Iglesia del Aventino (© Musei Vaticani)
Santa Sabina es representada con un libro, una palma y una corona, siguiendo una de sus primeras representaciones (del siglo VI) en la iglesia de san Apolinar Nuevo, en la ciudad italiana de Rávena.
Ver en Wikipedia
Miniserie de TV de dos episodios. Los vándalos están asediando Hipona, en el norte de África, y el Papa teme por la vida de su obispo, Agustín. Por eso envía un barco para rescatarlo y traerlo a Roma sano y salvo.
Una tropa del ejército romano atraviesa las líneas enemigas y llega hasta Hipona, consiguiendo reavivar la esperanza de un pueblo subyugado por el poder vándalo.
"Deseaba venir a venerar los restos mortales de san Agustín, para rendir el homenaje de toda la Iglesia católica a uno de sus "padres" más destacados, así como para manifestar mi devoción y mi gratitud personal hacia quien ha desempeñado un papel tan importante en mi vida de teólogo y pastor, pero antes aún de hombre y sacerdote". (Benedicto XVI ante la tumba de San Agustín, 21 de abril de 2007)
Agustín nació en Tagaste (Argelia) el 13 de noviembre del año 354. Su padre, Patricio, era pagano. Su madre, Santa Mónica, fue un modelo acabado de esposa y madre cristiana: sus virtudes ejemplares, su sufrimiento y su oración conseguirían, primero, la conversión de su marido, quien se bautizó a la hora de la muerte, y, después, la de sus hijos.
Santa Mónica ejerció sobre Agustín una influencia decisiva. Éste nos ha dejado en sus Confesiones el mejor elogio de su madre. Sin embargo, como él mismo relata en dicha obra, la juventud de Agustín se distinguiría por una conducta de libertinaje, junto con una búsqueda incesante de la verdad.
Cursó estudios en su ciudad natal, Tagaste, y posteriormente en Manila y Cartago. A los 17 años se procuró una concubina, con la que tuvo un hijo.
La lectura del Hortensio, de Cicerón, despertó en él la vocación filosófica. Fue maniqueo puritano desde los diecinueve años hasta los veintinueve.
Decepcionado por el maniqueísmo, que concebía al mundo como una oposición sostenida entre los principios del bien y del mal, fue a Roma en el año 383, abrió escuela de retórica y se entregó al escepticismo académico.
Al año siguiente ganó la cátedra de Retórica de Milán. En esta ciudad acudió a escuchar los sermones de San Ambrosio, quien influyó mucho en la vida de Agustín al hacerle cambiar de opinión sobre la Iglesia católica, la fe, la exégesis y la imagen de Dios.
Tuvo contacto con un círculo de neoplatónicos de la capital, uno de cuyos miembros le dio a leer las obras de Plotino y Porfirio, que determinaron su conversión intelectual.
La conversión del corazón sobrevino poco después, en septiembre de 386, de un modo inopinado. Al año siguiente, su madre, Santa Mónica, quien tanto influyera con su oración y sufrimiento en la conversión de su hijo, murió en Ostia, Italia. Su fiesta se celebra el día anterior a la de su hijo, el 27 de agosto.
Deseoso de ser útil a la Iglesia, Agustín volvió a su continente natal, África, y comenzó a planear una reforma de la vida cristiana.
Tres años más tarde fue ordenado presbítero en Hipona para ayudar a su anciano obispo Valerio. Éste, en 396, le consagró obispo, y a su muerte el año siguiente Agustín le sucedió en la sede episcopal. Bajo su orientación la Iglesia africana, derrotada, recobró la iniciativa.
Agustín fue desarmando y desenmascarando las herejías que estaban más difundidas en la época. Los últimos años de su vida se vieron turbados por la guerra. Los vándalos sitiaron su ciudad y tres meses después, el 28 de agosto de 430, murió en pleno uso de sus facultades y de su actividad literaria.
Era de constitución fuerte y sana, como lo demuestran sus actividades, trabajos, viajes y serena ancianidad; sus enfermedades se debieron a constantes excesos de fatiga, ascesis y apostolado. La ilusión de su vida fue la verdad para todos los hombres.
Pendiente de sus circunstancias, vivió luchando, aunque era de carácter sereno y apacible. Convirtió su pequeña diócesis en corazón de la cristiandad. Hoy sus restos mortales descansan en Pavía.
Comúnmente es representado con traje de obispo o de monje, llevando en la mano un libro, un corazón o una iglesia.
Sus numerosas obras nos han llegado casi en su totalidad y en buen estado. En ellas trata muy diversos temas, desde los que hablan de su propia vida, como las Confesiones y los Soliloquios, hasta varias obras de tema moral y ascético, pasando por otras de carácter exegético y muchas apologéticas —entre ellas La Ciudad de Dios— y con argumentos contra el maniqueísmo y las principales herejías de su tiempo.
La vocación de San Agustín, su misión, consistió en recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos culturas, la grecorromana y la judeocristiana. Lorealizó tan perfectamente, que se constituyó en genio de Europa. Marcó una nueva ruta al pensamiento y su influjo en la espiritualidad cristiana ha sido notable.
Tenía grandes cualidades humanas: inteligencia poderosa para la síntesis y el análisis, voluntad ardiente e indomable, sensibilidad tierna y viril, vitalidad exuberante, imaginación creadora, iniciativa inagotable, estilo encantador, sentido del humor y del ridículo.
Fue el primer filósofo que adaptó una teología racional a los tres problemas radicales de la existencia, la verdad, el ser y el bien; y casi el primer teólogo que confió en una filosofía crítica, frente a los dogmatismos y fideísmos ilusorios, considerando el entendimiento como revelación natural.
Hombre de una sola pieza, unificó su vida, sus obras y sus intenciones en un sistema vivo y dialéctico, a veces implícito. Teoría y práctica son en él dos formas de una sola postura, si bien es exagerado decir que sus teorías son generalizadoras de sus experiencias.
Cada tesis tiene valor desde su fundamento, pero el fundamento florece en cada tesis. Su obra podría definirse como antropología teológica, y, en este sentido, podría hablarse de un humanismo cristiano: la condición humana es su punto de partida, incluso para demostrar la existencia de Dios.
La posteridad ha venerado siempre a este gran genio, y muchas ciencias humanas encuentran en su pensamiento muchas de sus bases y postulados de fondo. Se le ha reconocido el ser un pensador evolutivo, teológico y católico.
.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 27 de agosto, recordamos a santa Mónica y mañana recordaremos a su hijo, san Agustín: sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda también para muchas familias de nuestro tiempo.
Mónica, nacida en Tagaste, actual Souk-Aharás, Argelia, en una familia cristiana, vivió de manera ejemplar su misión de esposa y madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien.
Tras la muerte de él, ocurrida precozmente, Mónica se dedicó con valentía al cuidado de sus tres hijos, entre ellos san Agustín, el cual al principio la hizo sufrir con su temperamento más bien rebelde.
Como dirá después san Agustín, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no sólo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo.
¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados! Mónica, mujer sabia y firme en la fe, las invita a no desalentarse, sino a perseverar en la misión de esposas y madres, manteniendo firme la confianza en Dios y aferrándose con perseverancia a la oración.
En cuanto a Agustín, toda su existencia fue una búsqueda apasionada de la verdad. Al final, no sin un largo tormento interior, descubrió en Cristo el sentido último y pleno de su vida y de toda la historia humana.
En la adolescencia, atraído por la belleza terrena, "se lanzó" a ella —como dice él mismo (cf. Confesiones X, 27-38)— de manera egoísta y posesiva con comportamientos que produjeron no poco dolor a su piadosa madre.
Pero a través de un fatigoso itinerario, también gracias a las oraciones de ella, Agustín se abrió cada vez más a la plenitud de la verdad y del amor, hasta la conversión, ocurrida en Milán, bajo la guía del obispo san Ambrosio.
Así permanecerá como modelo del camino hacia Dios, suprema Verdad y sumo Bien. "Tarde te amé —escribe en su célebre libro de las Confesiones—, hermosura tan antigua y siempre nueva, tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba... Estabas conmigo y yo no estaba contigo... Me llamabas, me gritabas, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera" (ib.).
Que san Agustín obtenga también el don de un sincero y profundo encuentro con Cristo para todos los jóvenes que, sedientos de felicidad, la buscan recorriendo caminos equivocados y se pierden en callejones sin salida.
Santa Mónica y san Agustín nos invitan a dirigirnos con confianza a María, trono de la Sabiduría. A ella encomendamos a los padres cristianos, para que, como Mónica, acompañen con el ejemplo y la oración el camino de sus hijos. A la Virgen Madre de Dios encomendamos a la juventud a fin de que, como Agustín, tienda siempre hacia la plenitud de la Verdad y del Amor, que es Cristo: sólo él puede saciar los deseos profundos del corazón humano.
.
.
Queridos hermanos y hermanas:
Hace tres días, el 27 de agosto, celebramos la memoria litúrgica de santa Mónica, madre de san Agustín, considerada modelo y patrona de las madres cristianas. Muchas noticias sobre ella nos proporciona su hijo en el libro autobiográfico Las confesiones, obra maestra entre las más leídas de todos los tiempos.
Aquí conocemos que san Agustín bebió el nombre de Jesús con la leche materna y fue educado por su madre en la religión cristiana, cuyos principios quedaron en él impresos incluso en los años de desviación espiritual y moral. Mónica jamás dejó de orar por él y por su conversión, y tuvo el consuelo de verle regresar a la fe y recibir el bautismo. Dios oyó las plegarias de esta santa mamá, a quien el obispo de Tagaste había dicho: "Es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas".
En verdad, san Agustín no sólo se convirtió, sino que decidió abrazar la vida monástica y, al volver a África, fundó él mismo una comunidad de monjes. Conmovedores y edificantes son los últimos coloquios espirituales entre él y su madre en la quietud de una casa de Ostia, a la espera de embarcarse rumbo a África.
Santa Mónica ya había llegado a ser, para este hijo suyo, "más que madre, la fuente de su cristianismo". Su único deseo durante años había sido la conversión de Agustín, a quien ahora veía orientado incluso a una vida de consagración al servicio de Dios.
Por lo tanto podía morir contenta, y efectivamente falleció el 27 de agosto del año 387, a los 56 años, después de haber pedido a sus hijos que no se preocuparan por su sepultura, sino que se acordaran de ella, allí donde estuvieran, en el altar del Señor. San Agustín repetía que su madre lo había "engendrado dos veces".
La historia del cristianismo está constelada de innumerables ejemplos de padres santos y de auténticas familias cristianas que han acompañado la vida de generosos sacerdotes y pastores de la Iglesia. Pensemos en san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, ambos pertenecientes a familias de santos.
Pensemos, cercanísimos a nosotros, en los esposos Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini, que vivieron entre finales del siglo XIX y mediados de 1900, beatificados por mi venerado predecesor Juan Pablo II en octubre de 2001, coincidiendo con los veinte años de la exhortación apostólica Familiaris consortio.
Este documento, además de ilustrar el valor del matrimonio y los deberes de la familia, llama a los esposos a un particular compromiso en el camino de santidad que, sacando gracia y fortaleza del sacramento del matrimonio, les acompaña a lo largo de toda su existencia (cf. n. 56).
Cuando los cónyuges se dedican generosamente a la educación de los hijos, guiándolos y orientándolos en el descubrimiento del designio de amor de Dios, preparan ese fértil terreno espiritual en el que brotan y maduran las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Se revela así hasta qué punto están íntimamente unidas y se iluminan recíprocamente el matrimonio y la virginidad, a partir de su enraizamiento común en el amor esponsal de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas: en este Año sacerdotal oremos para que, "por intercesión del santo cura de Ars, las familias cristianas sean pequeñas iglesias en las que todas las vocaciones y todos los carismas, donados por el Espíritu Santo, se acojan y valoren" (de la Oración por el Año sacerdotal). Que nos obtenga esta gracia María santísima, a la que ahora invocamos juntos.
BENEDICTO XVI
Arqueóloga, Ostia Antica
“Ostia era un puerto de gran importancia. Lo separaban de la capital del Imperio tan solo 24 kilómetros. Por aquí desembarcaron todos los cultos orientales del mundo antiguo.
¿Por qué no pensar que también los cristianos, que vienen de esa parte del Mediterráneo hubieran desembarcado en Ostia para después ir a la capital?”.
En Ostia se guarda el recuerdo de una de las cristianas más famosas de los primeros siglos: Santa Mónica, la madre de San Agustín, quien falleció aquí mientras esperaba regresar a su tierra en África. Su hijo recuerda en sus Confesiones el paso de la familia por esta ciudad. Esta placa recuerda lo que dijo el Santo.
FLORA PANARITI
Arqueóloga, Ostia Antica
“En las confesiones hay una parte muy hermosa, muy sugestiva y conmovedora, que ha pasado a la Historia como el momento del éxtasis de Santa Mónica. Están en Ostia, en una casa, se asoman a una ventana que da al patio en una zona tranquila, lejos del centro, de donde estamos ahora.
Hablan con dulzura, con tranquilidad. Es un diálogo entre madre e hijo y hablan de cómo será la vida en el más allá. Sienten esta inspiración, esta intimidad que se está creando entre ellos. Es una especie de testamento que Mónica hace a este hijo suyo perdido y encontrado en la fe porque cinco o seis días después, expirará aquí. Era el año 387 después de Cristo y será enterrada en Ostia”.
Esta basílica es la prueba de la presencia cristiana en Ostia, aunque no fue fácil asentarse porque en esta misma ciudad varios de ellos sufrieron martirio.
Pasear por Ostia es como viajar al pasado y caminar por las calles de la que fue una de las principales ciudades del Imperio. Contemplar los ricos mosaicos de sus termas...
Su majestuoso teatro...
O la elegancia de sus edificios, casas e incluso tabernas.
Sus visitantes dicen que estar aquí es como una inmersión en el pasado.
“El Foro, en Roma, no está tan vivo como este lugar. Te puedes imaginar cómo es la vida cotidiana aquí”.
“Está en las afueras de Roma. No hay tanto ruido, es más tranquilo”.
“Estoy muy impresionada. Es una sorpresa para nosotros. No sabíamos mucho de este lugar antes de venir a Italia esta vez y en comparación al Foro Romano es increíble. Todos los edificios se los puede imaginar uno mucho mejor”.
La ciudad satélite de la capital tuvo en sus tiempos de máximo esplendor 60.000 habitantes. Sin embargo, con el paso del tiempo la vida de esta ciudad se fue apagando.
Cuando Roma fue perdiendo hegemonía y otros puertos ganaron protagonismo, la ciudad se fue despoblando. Las pestes y epidemias dieron el golpe de gracia y la ciudad cayó en el olvido hasta que las excavaciones de los últimos siglos la volvieron a sacar a la luz.
La Biblia le menciona solamente tres veces: Gen 14,18; Ps 110,4 y Heb 5-7. Su nombre (Malki-sedek) significa «Rey de justicia», según la etimología corriente; pero podría ser un nombre teóforo cananeo: «Sadku es (mi) rey».
Gen 14,17-19 relata el regreso de Abraham después de haber batido a los reyes que habían derrotado al de Sodoma y a sus aliados y hecho prisionero a su sobrino Lot. A su encuentro salió el rey de Sodoma y «Melquisedec, rey de Salém, presentando pan y vino; era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador (Señor) de cielos y tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que puso a tus enemigos en tus manos».
Hoy día parece segura la identificación de Salém con Jerusalén (Ps 76,3). Melquisedec aparece así como un rey cananeo de la época patriarcal y su nombre es semejante al de otro monarca de Jerusalén, Adonisedec, mencionado en los 10,1; su identificación con `Abd-Hiba, rey de la misma ciudad en la época de El-Amarna (s. XIV a. C.), es pura conjetura.
Pero lo interesante de este extraño personaje es su sentido religioso. El Génesis lo presenta como sacerdote del Dios Altísimo ('El `elyón) de acuerdo con la teología cananea donde `El es el Dios supremo, creador de los seres y padre de los hombres, como le llaman los textos de Ugarit'. Abraham identifica esa divinidad con Yahwéh, el Dios de Israel, haciendo de Melquisedec un monoteísta. Esta actitud concuerda bien con el proceder general de los patriarcas, que, siendo adoradores del Dios único, se mueven con libertad en el ámbito cananeo, utilizando sus lugares sacros y conviviendo religiosamente con sus moradores.
En el momento de encontrarse, Melquisedec trae pan y vino, no está claro si como refrigerio para la tropa en signo de amistad y congratulación, o bien como sacrificio de acción de gracias o de comunión; ambas cosas son posibles, pero el texto no lo expresa con claridad. La mención del sacerdocio parece relacionarse más bien con la bendición que imparte a Abraham. Éste reconoce dicho sacerdocio entregándole el diezmo del botín.
Todo el cap. 14 del Génesis, que no corresponde a ninguna de las fuentes literarias del Pentateuco, representa una tradición antigua, conservada en orden a exaltar la figura de Abraham y poner de relieve sus relaciones con Jerusalén, ciudad santa, que posee un santuario donde el rey ejerce el sacerdocio por derecho propio.
Se trataría así de una tradición aprovechada en favor de la dinastía de David, que tomó a Jerusalén por su capital y estableció en ella el centro del culto yahwístico. Sobre este culto y santuario el rey de Judá no tenía un derecho ministerial, que la Ley reservaba a los Levitas, sino que su derecho dimanaba del carácter regio, sancionado en esa tradición.
Es ésta precisamente la mentalidad que se refleja en el Salmo 110,4, que exalta la elección divina del rey y su triunfo sobre sus enemigos, asegurado por la protección de Yahwéh. Dicho de David o de un descendiente suyo, este salmo traduce la ideología del mesianismo dinástico de que aquél es portador según la profecía de Natán (2 Sam 7,11-16); y así es también mesiánico en sentido definitivo en cuanto Cristo culmina aquella esperanza.
El salmo descubre el carácter sacerdotal de este mesianismo regio precisamente en relación con la figura de Melquisedec: «Yahwéh lo ha jurado y no se volverá atrás: tú eres sacerdote para siempre al modo de (o por causa de) Melquisedec».
El rey de Jerusalén, el Mesías, disfruta por disposición divina, juramento y profecía, de rango sacerdotal, no en cuanto funcionario cúltico, sino como dispensador de la bendición salvífica al pueblo; la Escritura misma lo confirma al presentarnos al rey de Jerusalén, Melquisedec, del que el Mesías es heredero, bendiciendo a Abraham, padre del pueblo.
De este modo se conjuga la corriente típicamente israelítica del mesianismo con la realidad político-religiosa de Jerusalén, centro unificado del culto israelítico y santuario regio. El rey mesiánico adquiere así una dimensión sacra que trasciende el sacerdocio ministerial, para apropiarse un sacerdocio de mediación y salud al que el otro sirve de medio; Yahwéh traerá la salvación a través del Mesías, del Rey-Sacerdote del que Melquisedec es el prototipo. Este sentido mesiánico tiene una realización eminente en el ReyMesías definitivo, Cristo, cuyo sacerdocio eterno aporta la bendición, la salud, a su pueblo, liberado por su mediación redentora de todos sus enemigos.
Será precisamente el aspecto sacerdotal del mesianismo, que el A. T. sólo considera esporádicamente, aquel en que se detendrá la Epístola a los Hebreos, glosando esta figura de Melquisedec.
En la Epístola a los Hebreos cap. 7 es evidente que a Cristo le corresponde un tal sacerdocio, como se desprende del Ps 110,4, que se cita repetidamente (5,6.10; 6,20; 7,11.17.21), y cuyo sentido mesiánico admitía la tradición judía unánimemente (Mt 22,41-46); se analiza el sentido de ese versículo a la luz del relato del Gen 14, para extraer el sentido de ese sacerdocio y su relación con el sacerdocio levítico de Aarón.
Porque es claro que el Mesías, Cristo, no es sacerdote del orden levítico, pues no pertenece a esa tribu; como descendiente de David pertenece a la de Judá.
Pero su sacerdocio, según el orden de Melquisedec, es superior al de Leví, como aparece en el relato del Gen donde el Rey-Sacerdote se comporta como superior al patriarca Abraham. Posee categorías mesiánicas claras, rey de justicia y de paz, y en cuanto sacerdote asegura la bendición y con ella la salvación a Abraham, que le paga el diezmo, lo que equivale a un reconocimiento de superioridad. Y en ese reconocimiento y sumisión participa Leví, presente en su progenitor.
Por lo demás, la inesperada aparición de Melquisedec en la Sagrada Escritura, al margen de toda relación genealógica, le constituye en figura del sacerdocio eterno, trascendente, del Hijo de Dios. Por su parte, la Escritura atribuye ese sacerdocio-tipo de Melquisedec al Mesías (Ps 110,4), al portador de la salvación; y esto de un modo irrevocable, con un juramento que asegura la perennidad de tal sacerdocio.
Mientras el levítico era un sacerdocio caduco y defectible, el de Cristo, irrevocable y eterno, es garantía de salvación definitiva y de una intercesión ininterrumpida; la Ley y su sacerdocio, garantías de la Alianza, se ven desbordadas por la realidad que preparaban. La misma Escritura había prefigurado y predicho ese nuevo tipo de sacerdocio que convendría al Mesías y que Cristo realizó de modo perfecto.
La tradición cristiana pronto se dio cuenta de la importancia de la figura de Melquisedec. Éste, pagano e incircunciso, bendice a Abraham, y según el Ps 110 es tipo del sacerdocio mesiánico; en él se anuncia la preeminencia de la Iglesia universal sobre la Sinagoga judía.
Nace entonces la exégesis judía polemizante que hace de Melquisedec una figura israelítica, en concreto se la identifica con Sem, que puede así bendecir a su descendiente. Por su parte, los cristianos insisten en la exégesis de Heb 7 y desarrollan al máximo la tipología, introduciendo un elemento nuevo, el del sacrificio, del que no hablaba la Epístola: Melquisedec , aportando, es decir, ofreciendo pan y vino, es figura de Cristo que instituye la Eucaristía.
Tal noción sacrificial, ya lo vimos, no se encuentra explícita en el texto del Gen, aunque puede suponérsela fácilmente. De ahí que Heb 7 no contemple ese aspecto; sobre todo, porque lo que interesa es la realidad del sacerdocio personal de Cristo, su mediación eterna, no su representación sacramental. No se trata de sustituir un rito por otro, sino la figura por la realidad. La tipología sacrificial encontró su expresión litúrgica en el Canon de la Misa, donde se menciona el sacrificio del Sumo Sacerdote Melquisedec en relación con el pan y el vino eucarísticos.
G. DEL OLMO LETE (GER)
ver en Wikipedia