Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de
hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor
de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de
trato con Dios.
No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un
encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la
rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma
contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy,
Señor, porque me has llamado.
Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones
muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se
desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos...
Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a
Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta
las acciones más humildes.
Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle
a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el
ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con
Jesucristo.
De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre
esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor:
guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.
Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres
santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han
sido protagonistas.
Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia
de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo,
incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: mi alma glorifica
al Señor, y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha
puesto los ojos en la bajeza de su esclava.
Los hijos de esta Madre buena, los primeros
cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender.
S. Josemaría, Es Cristo que pasa, 174
Amigos de Dios, 241
Supliquemos hoy a Santa María que nos haga
contemplativos, que nos enseñe a comprender
las llamadas continuas que el Señor dirige a
la puerta de nuestro corazón.Roguémosle:
Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús,
que nos revela el amor de nuestro Padre Dios;
ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes
de cada día; remueve nuestra inteligencia y
nuestra voluntad, para que sepamos escuchar
la voz de Dios, el impulso de la gracia.S. Josemaría, Es Cristo que pasa, 174
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La Santísima Virgen, por ser Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima. No existe corazón más humano que el de una criatura que rebosa sentido sobrenatural.
Piensa en Santa María, la llena de gracia, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo: en su Corazón cabe la humanidad entera sin diferencias ni discriminaciones. – Cada uno es su hijo, su hija.
Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración.
María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre. Pero es una madre queno se hace rogar, que incluso se adelanta a nuestras súplicas, porque conoce nuestras necesidades y viene prontamente en nuestra ayuda, demostrando con obras que se acuerda constantemente de sus hijos. Cada uno de nosotros, al evocar su propia vida y ver cómo en ella se manifiesta la misericordia de Dios, puede descubrir mil motivos para sentirse de un modo muy especial hijo de María.
Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras.
No voy a hacer aquí muchos razonamientos, con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús.
S. Josemaría, Amigos de Dios, 276
Es Cristo que pasa, 140, 143
Madre nuestra, te damos gracias por tu
intercesión por nosotros delante de Jesús; sin
ti, no hubiéramos podido ir a Él. ¡Qué verdad
es que a Jesús siempre se va y se vuelve por
María!S. Josemaría, Camino, Ed. Crítico histórica, comentario al n. 514
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Andrés fue el primer discípulo que tuvo Jesús, junto con San Juan el evangelista. Ambos eran discípulos de Juan Bautista, quien al ver pasar a Jesús, que llegaba del desierto exclamó: "He ahí el cordero de Dios". Ha sido siempre difícil mantener unidas en Cristo las prerrogativas de -majestad y humildad-, derivadas de sus dos naturalezas, divina y humana.
El hombre de hoy no tiene dificultad para reconocer en Jesús al amigo y al hermano universal, pero encuentra difícil proclamarle también Señor y reconocerle un poder real sobre él. Pero Andrés se dejó arrastrar por la atracción que ejercía el reflejo chispeante de la divinidad que fulguraba en sus ojos y en la majestad de su rostro, tras el cual ya anhelaba el salmista y seguimos todos buscando: Muéstranos tu rostro.
Andrés se fue detrás de Jesús y con él, Juan. Cuando vio Jesús que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos le dijeron: "Rabbi, ¿dónde vives?". Jesús les respondió: "Venid y veréis". Y se fueron y pasaron con Él aquella tarde. Nuca jamás podría olvidar después Andrés el momento y la hora y el sitio donde estaban cuando Jesús les dijo: "Venid y veréis". Su respuesta a esta llamada cambió su vida para siempre.
Andrés buscó a su hermano Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Salvador del mundo" y lo llevó a Jesús. Así le consiguió a Cristo un formidable amigo, el gran San Pedro. Y Jesús le anunció que le cambiaría el nombre por el de Cefas. Al principio Andrés y Simón iban con Jesús a escucharle siempre que podían, y luego regresaban a sus labores de pesca.
Pero cuando el Señor volvió a Galilea, encontró a Andrés y a Simón remendando sus redes y les dijo: "Venid conmigo", y ellos dejando a sus familias y a sus negocios y sus redes, se fueron con Jesús. Después de la pesca milagrosa, Cristo les dijo: "En adelante seréis pescadores de hombres".
El día del milagro de la multiplicación de los panes, fue Andrés el que llevó a Jesús el muchacho que tenía los cinco panes y dos peces. Andrés es un hombre observador, lo que le hace realista: había visto al muchacho, es decir, ya le había planteado la pregunta: «Pero, ¿qué es esto para toda esta gente?» y se dio cuenta de la falta de recursos.
Andrés presenció la mayoría de los milagros que hizo Jesús y escuchó, una por una, sus palabras incendiarias y vitales. Vivió junto a Él tres años.
Un escrito que data del siglo III, el "Fragmento de Muratori" dice: "Al apóstol San Juan le aconsejaban que escribiera el Cuarto Evangelio. Él dudaba, pero le consultó al apóstol San Andrés, el cual le dijo: Debes escribirlo. Y que los hermanos revisen lo que escribas". El "Fragmento de Muratori", que data de principios del siglo III: "El cuarto Evangelio fue escrito por Juan, uno de los discípulos. Ocurrió así:
Cuando los otros discípulos y obispos urgieron a que escribiese, Juan les dijo:
"Ayunad conmigo a partir de hoy durante tres días, y después hablaremos unos con otros sobre la revelación que hayamos tenido, ya sea en pro o en contra. Esa misma noche, fue revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía escribir y que todos debían revisar lo que escribiese".
Teodoreto cuenta que Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nazianceno que estuvo en Epiro, y San Jerónimo que estuvo en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época, siglo IV, los habitantes de Sínope decían poseer un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el que predicaba.
En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Rom 14,9). El origen de esa tradición es interesado, pues procede de una época en que convenía a Constantinopla atribuirse origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía. El primer obispo de Bizancio del que consta por la historia, fue San Metrófanes, en el siglo IV.
La "pasión" apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya. Como no fue clavado a la cruz, sino sólo atado, pudo predicar al pueblo durante dos días antes de morir.
En tiempos del emperador Constancio II las reliquias de San Andrés fueron trasladadas de Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla. Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y, poco después las reliquias fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en Italia.
San Andrés es el patrono de Rusia y de Escocia. Hay una tradición de que llegó a Kiev. Nadie afirma que haya ido también a Escocia, y la leyenda que se conserva en el Breviario de Aberdeen y en los escritos de Juan de Fordun, no merece crédito alguno. Según dicha leyenda, San Régulo, era originario de Patras y se encargó de trasladar las reliquias del apóstol en el siglo IV, recibió en sueños aviso de un ángel de que debía trasportar una parte de las mismas al sitio que se le indicaría más tarde.
De acuerdo con las instrucciones, Régulo se dirigió hacia el noroeste, "hacia el extremo de la tierra"". El ángel le mandó detenerse donde se encuentra actualmente Saint Andrews, Régulo construyó ahí una Iglesia para las reliquias, fue elegido primer obispo del lugar y evangelizó al pueblo durante treinta años. El 9 de mayo se celebra en la diócesis de Saint Andrews la fiesta de la traslación de las reliquias.
El nombre de San Andrés figura en el canon de la misa. También se le nombra en la misa con la Virgen Santísima y de San Pedro y San Pablo, después del Padrenuestro, introducida por el Papa San Gregorio Magno. En la medida en que nos permiten las fuentes, queremos conocer un poco más de cerca del hermano de Simón Pedro, san Andrés, quien también era uno de los doce.
Lo primero que impresiona en Andrés es el nombre, que no es hebreo, sino griego, signo indicativo de una cierta apertura cultural de su familia, pues en Galilea el idioma y la cultura griega están bastante presentes. En las listas de los doce, Andrés se encuentra en segundo lugar, en Mateo y en Lucas, en el cuarto lugar en Marcos y en los Hechos de los Apóstoles. Sin duda tenía un gran prestigio dentro de las primeras comunidades cristianas.
El lazo de sangre entre Pedro y Andrés, y la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados en los Evangelios. Puede leerse: «Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres"».
Por el cuarto Evangelio sabemos que Andrés era discípulo de Juan Bautista; lo que demuestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, y la presencia del Señor.
Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como «el cordero de Dios»; entonces, se movió, y junto a otro discípulo, cuyo nombre no es mencionado, siguió a Jesús, que era llamado por Juan «cordero de Dios». El evangelista refiere: «vieron donde vivía y se quedaron con él». Andrés, por tanto, disfrutó de momentos de intimidad con Jesús.
«Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo», y le condujo hacia Jesús (Jn 1,40), demostrando su espíritu apostólico. Andrés, por tanto, fue el primer apóstol que recibió la llamada y siguió a Jesús. Por este motivo la liturgia de la Iglesia bizantina le honra con el apelativo de «Protóklitos», que significa el «primer llamado».
En Jerusalén. Saliendo de la ciudad, un discípulo le mostró el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el Templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente: dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, junto a Pedro, Santiago y Juan, le preguntó: «Dinos cuándo sucederá esto y cuál será la señal de que ya están por cumplirse todas estas cosas».
Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua, narra Juan, habían venido a la ciudad santa algunos griegos, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de Pascua. Andrés y Felipe, los dos apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, pero de este modo se revela llena de significado. Jesús dice a sus discípulos y, por su mediación, al mundo griego: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
Tradiciones muy antiguas consideran que Andrés, quien transmitió a los griegos estas palabras, no sólo es el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Cristo, sino que es considerado como el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés; nos dicen que en el resto de su vida fue el anunciador y el intérprete de Jesús para el mundo griego.
Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal desde Roma; Andrés, fue el apóstol del mundo griego: de este modo, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos, una fraternidad que se expresa en la relación especial de las sedes de Roma y de Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.
Una tradición sucesiva, narra la muerte de Andrés en Patras, capital de la provincia de Acaya, en Grecia donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso, se trató de una cruz en forma de equis, es decir, con los dos maderos cruzados diagonalmente, que por este motivo es llamada «cruz de san Andrés».
"Yo te venero oh cruz santa que me recuerdas la cruz donde murió mi Divino Maestro. Mucho había deseado imitarlo a Él en este martirio. Dichosa hora en que tú al recibirme en tus brazos, me llevarán junto a mi Maestro en el cielo".
«Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas. Antes de que el Señor subiera sobre ti, provocabas un temor terreno. Sin embargo, ahora, dotada de un amor celeste, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos deparas. Confiado, por tanto, y lleno de alegría, vengo para que tú también me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti...
Cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor..., tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me ha redimido. ¡Salve, oh Cruz, sí, verdaderamente, salve!».
Tenemos que aprender una lección muy importante: nuestras cruces alcanzan valor si son consideradas y acogidas como parte de la cruz de Cristo, si son tocadas por el reflejo de su luz. Sólo por esa Cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y alcanzan su verdadero sentido. La tradición coloca su martirio en el 30 de noviembre del año 63.
JESUS MARTI BALLESTER
FILÓSOFO DE LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA Y DOCTOR DE LA IGLESIA
Clemente se encuentra ante el desafío de exponer la Buena Nueva. Ha de tender puentes con su auditorio si quiere hacerse entender por todos. Necesita el don de lenguas.
Clemente de Alejandría llevaba nombre romano, Tito Flavio Clemente, pero nació en Atenas hacia el año 150. Sus padres le procuraron una cuidada educación en la religión pagana y en la filosofía griega. Ya adulto, descubrió el Evangelio y recibió el Bautismo, probablemente en su ciudad natal. Movido por el deseo de profundizar en la Verdad, buscó los mejores maestros, dentro y fuera de Grecia. Tendría poco más de treinta años cuando decidió trasladarse a Alejandría.
La ciudad fundada por Alejandro Magno, hacia el 331 antes de Cristo, se emplazaba en el delta del Nilo como una encrucijada de tradiciones. Era un punto de referencia clave para la cultura griega en el norte de África, y un centro intelectual importante para los hebreos: por ejemplo, en Alejandría se redactó la versión griega del Antiguo Testamento, la Biblia de los Setenta.
También era conocida por la escuela alejandrina, donde se intentaba conciliar la filosofía platónica con la Revelación y se utilizaba la interpretación alegórica de las Escrituras. Hacia el año 180, cuando Clemente llega a la metrópolis egipcia, el Evangelio ya había arraigado en gran parte de la sociedad. Cobraba prestigio la escuela cristiana fundada por Panteno, que asumía las características de la antigua escuela de origen hebreo. Clemente acude a sus clases y profundiza en la Palabra de Dios.
Faro de Alejandría
Años más tarde, sucede a su maestro en la dirección de la escuela, y comienza a dictar un curso abierto a todo tipo de gente.
Se trataba de un ciclo de conferencias que duraba dos años, en las que Clemente pone en juego su vasta formación sacra y profana.
El contenido de esas clases se puede deducir de sus obras: una de las más famosas, Stromata, está escrita como notas sueltas, que probablemente utilizaba en su labor pedagógica.
Esta etapa de su vida fue tan decisiva que su nombre pasó a la historia como Clemente de Alejandría.
"Clemente de Alejandría propició la segunda gran ocasión de diálogo entre el anuncio cristiano y la filosofía griega. Sabemos que San Pablo en el Areópago de Atenas, donde nació Clemente, hizo el primer intento de diálogo con la filosofía (...), pero le dijeron: otra vez te escucharemos. Ahora Clemente retoma este diálogo y lo ennoblece al máximo en la tradición filosófica" (Benedicto XVI, Audiencia general, 18-Abril-2007)
Clemente ha de exponer la fe cristiana a los intelectuales y a muchas otras personas que se acercan a escuchar sus enseñanzas. Afirma que la filosofía no es opuesta a la religión; más aún, abre cauce a la religio vera: «así como la Ley fue el pedagogo que llevó a los hebreos hasta Jesucristo, la filosofía prepara y abre el camino hacia Cristo».
Sorprende a su auditorio al afirmar que el Logos del que hablaban los antiguos coincide con una Persona, el Verbo Eterno hecho hombre: ése es el Dios a quien rezan los cristianos. Frente a la división que existía en todas las capas de la sociedad entre verdad y costumbres, Clemente subraya que el conocimiento de Jesucristo «se convierte para el alma en una realidad viva: no es sólo una teoría, es una fuerza de vida, una unión transformadora».
Es el Señor Jesús el que cambia las almas con su gracia. Pero además, el cristiano —que se sabe portador de Cristo— contribuye a mejorar la sociedad con su actuación: transforma el mundo siendo instrumento de Jesucristo entre los demás hombres.
El alejandrino utiliza imágenes en sus discursos. Gana la simpatía del gran público al narrar mitos que les resultan familiares, y subraya la fragilidad de los dioses para reconducir la atención hacia Jesucristo, el verdadero centro de sus relatos.
Plano de Alejandría
Les recuerda la fábula de Orfeo, el dios músico, y los invita a escuchar «el canto nuevo del Logos de Dios». Explica que el cristiano, al igual que el ciego Tiresias, debe abandonar Tebas —la ciudad idólatra— y ponerse en camino, apoyado en su bastón, que es la Cruz .
Compara al hombre que sufre la tribulación con la travesía de Ulises, cuando es tentado por el canto de las sirenas, y anima al cristiano a superar la contradicción: "amarrado al mástil (la Cruz) serás liberado de toda corrupción. El Verbo de Dios será tu piloto y el Espíritu Santo te hará arribar a las orillas del cielo".
También evoca imágenes de Homero cuando se refiere a pasajes bíblicos del Antiguo Testamento: al explicar el relato de la creación, alude a un canto de la Ilíada que describe al hombre como hechura de tierra y agua ; y a otro, en el que se habla del ser humano como theoeidés, que significa semejante a (un) dios. Clemente expone el sentido de esa palabra: el hombre es theoeides porque Dios le infunde un aliento de vida.
Al acabar el curso, muchos recibían el Bautismo. Pero no todos se decidían a convertirse. Los puntos de unión entre la filosofía griega y la Palabra de Dios, entre cultura helenística y Revelación eran un puente: quedaba en manos de cada uno cruzarlo o permanecer en la orilla, correspondiendo o rechazando la moción de la gracia.
Clemente deja claro que la vida cristiana supone una continua conversión; es un camino hacia Dios: "si alguien es consciente de ignorar, busca; si busca, tiene fe, espera: y entonces empieza a amar y se asimila al objeto de su amor, esmerándose por ser aquello que ya había empezado a amar"
Para algunos, emprender este sendero suponía renunciar a la idolatría, rectificar su error gnóstico, abandonar costumbres inmorales o afrontar con valentía las incomprensiones que acarreaba la decisión de seguir a Cristo.
"No es posible asemejarse a Dios y contemplarlo solamente con el conocimiento racional: para lograr este objetivo hay que vivir una vida según el Logos, una vida según la verdad. En consecuencia, las buenas obras tienen que acompañar al conocimiento intelectual, como la sombra sigue al cuerpo".
La actividad docente del alejandrino se ve interrumpida en el año 202, cuando el emperador romano Septimio Severo clausura las escuelas catequéticas y se desata una fuerte persecución en todo el imperio. Clemente se traslada a Capadocia, al norte de la actual Turquía, donde fallece probablemente en el 215.
Biblioteca de Alejandría
Supo descubrir a sus contemporáneos que el camino de la felicidad se había abierto en el mundo griego; que realidades que ellos amaban habían cobrado sentido a la luz de Cristo "haciendo de toda nuestra vida a continua fiesta, persuadidos de que Dios está presente siempre y en todas partes, labramos la tierra cantando alabanzas a Dios, navegamos remando con himnos y en todo el resto de nuestra convivencia social nos comportamos con verdadera elegancia".
El cristiano "profundiza aún más en su intimidad con Dios, siendo a la vez digno y alegre en todo: digno, por el trato con la Divinidad; alegre, porque conoce los bienes humanos que Dios nos concede". Clemente de Alejandría construyó puentes entre cultura y fe, siendo él mismo un puente: entendía la cultura de su época y buscaba llevarla a Dios, poniendo al servicio de la Verdad todo su talento humano.
Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.
Ofrecemos algunos textos, seleccionados en nueve apartados distintos, uno para cada día de la novena. Los apartados acaban con una breve oración compuesta por san Josemaría, dirigida a Nuestra Madre del Cielo
La Novena de la Inmaculada es una costumbre que ha cristalizado en la Iglesia para preparar la gran solemnidad del 8 de diciembre. Se aconseja que cada uno la viviera personalmente, del modo que considere más oportuno; poniendo más empeño en la conversación asidua con la Virgen, con un delicado esmero en la oración, la mortificación, el trabajo profesional; y procurando que los parientes, amigos y conocidos se acerquen a Jesucristo por medio de nuestra Madre.
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Quizá ahora alguno de vosotros puede pensar que la jornada ordinaria, el habitual ir y venir de nuestra vida, no se presta mucho a mantener el corazón en una criatura tan pura como Nuestra Señora. Yo os invitaría a reflexionar un poco.
¿Qué buscamos siempre, aun sin especial atención, en todo lo que hacemos? Cuando nos mueve el amor de Dios y trabajamos con rectitud de intención, buscamos lo bueno, lo limpio, lo que trae paz a la conciencia y felicidad al alma. ¿Que no nos faltan las equivocaciones? Sí; pero precisamente, reconocer esos errores, es descubrir con mayor claridad que nuestra meta es ésa: una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural.
Una criatura existe que logró en esta tierra esa felicidad, porque es la obra maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima, María. Ella vive y nos protege; está junto al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, en cuerpo y alma. Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor.
Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios? ¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.
Acudimos a Ella —tota pulchra!—, con un consejo que yo daba, ya hace muchos años, a los que se sentían intranquilos en su lucha diaria para ser humildes, limpios, sinceros, alegres, generosos. Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. No desconfíes. Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma.
S. Josemaría, Amigos de Dios, 292
Santo Rosario
Es justo, dulce Señora, que me hagas un regalo,
prueba de cariño: contrición, compungirme de
mis pecados, dolor de Amor...Óyeme, Señora,
Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano —
tenuisti manum dexteram meam!— y si algo hay
ahora en mí que desagrade a mi Padre-Dios, haz
que lo vea y entre los dos lo arrancaremos.S. Josemaría, Apuntes, 7-X-1932
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CIUDAD DEL VATICANO
Tras haber dedicado tres catequesis a San Pedro, primer obispo de Roma, en esta ocasión evocó la figura de su hermano, Andrés, discípulo de Juan Bautista, evangelizador de los griegos, patrono del patriarcado ecuménico ortodoxo de Constantinopla.
Andrés, como recordó Benedicto XVI, fue el primer apóstol que recibió la llamada de Jesús a seguirle, motivo por el que la liturgia de la Iglesia bizantina le honra con el apelativo de «Protóklitos», que significa el «primer llamado».
«Por la relación fraterna entre Pedro y Andrés, la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla se sienten de manera especial como Iglesias hermanas entre sí», recordó Benedicto XVI.
Para subrayar esta relación --siguió diciendo-- el Papa Pablo VI, en 1964, «restituyó la insigne reliquia de San Andrés, hasta entonces custodiada en la Basílica vaticana, al obispo metropolita ortodoxo de la ciudad de Patrás, en Grecia, donde según la tradición, el apóstol fue crucificado».
También de acuerdo con la tradición, Andrés, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso, se trató de una cruz en forma de aspa.
Andrés --indicó el Papa-- enseña que «la Cruz, más que un instrumento de tortura», es «el medio incomparable de una asimilación plena con el Redentor, con el Grano de trigo caído en la tierra».
«Tenemos que aprender una lección muy importante --advirtió--: nuestras cruces alcanzan valor si son consideradas y acogidas como parte de la cruz de Cristo, si son tocadas por el reflejo de su luz».
«Sólo por esa Cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y alcanzan su verdadero sentido», reconoció el Papa.
«Que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (Mateo 4, 20; Marcos 1, 18), a hablar con entusiasmo de Él a todos aquellos con los que nos encontramos,y sobre todo a cultivar con Él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en Él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte», concluyó.
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3, diciembre 2006
Cuando los árboles navideños y adornos multicolores forman parte ya de tiendas, casas y calles, Benedicto XVI explicó este domingo que Adviento recuerda que la Navidad es Dios que «viene para estar con nosotros».
El pontífice comentó junto a miles de peregrinos, congregados en la plaza de San Pedro, el significado de este período litúrgico de preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, que la Iglesia comenzó este domingo.
«En Adviento, la liturgia nos repite con frecuencia y nos asegura, como queriendo derrotar nuestra desconfianza, que Dios “viene”», explicó el Santo Padre a mediodía al dirigir la oración mariana del Ángelus.
«Viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones; viene para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a llenar las distancias que nos dividen y separan; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros», aclaró en su tradicional encuentro semanal con los peregrinos.
Dios, añadió, «viene en la historia de la humanidad para tocar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para ofrecer a los individuos, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz».
«Por este motivo --aclaró--, Adviento es por excelencia el tiempo de la esperanza, en el que los creyentes en Cristo están invitados a permanecer en espera vigilante y activa, alimentada por la oración y por el compromiso concreto del amor».
«¡Que el acercarse de la Navidad de Cristo llene los corazones de todos los cristianos de alegría, de serenidad y de paz!», deseó el Papa.
«Cuando Dios tocó a la puerta de su juventud, ella le acogió con fe y con amor», explicó.
Con este espíritu, el próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la tarde, el Papa ofrecerá un homenaje a la Virgen en la plaza de España, en pleno centro de Roma.
«Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que “el Dios que viene” encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que Él pueda llenar con sus dones», propuso el Papa a los creyentes.
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La corona de adviento encuentra sus raíces en las costumbres precristianas de los pueblos del norte, entre los siglos IV y VI. Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos comoseñal de esperanza en la venida de la primavera.
En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes comenzaron a utilizar este símbolo durante el Adviento: aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la Verdad suprema: Jesús es la Luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida dela luz en la Navidad: Jesucristo. Esa costumbre se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
-La forma circular: el círculo no tiene principio ni fin, es señal de eternidad;
-Las ramas verdes: simbolizan la esperanza y la vida;
-Las cuatro velas: Las velas se encienden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento. Simbolizan la luz en medio de las tinieblas: la salvación que vino a traer Jesucristo es luz para la vida de cada persona.
-El color rojo significa el amor de Dios.
La corona puede ser bendecida por un sacerdote.
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La venida del Hijo de Dios a la Tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos (…). Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida. (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 522 y 524)
Con el tiempo de Adviento, la Iglesia romana da comienzo al nuevo año litúrgico. El tiempo de Adviento gravita en torno a la celebración del misterio de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
El origen y significado del Adviento es un tanto oscuro; en cualquier caso, el término adventus era ya conocido en la literatura cristiana de los primeros siglos de la vida de la Iglesia, y probablemente se acuñó a partir de su uso en la lengua latina clásica.
La traducción latina Vulgata de la Sagrada Escritura (durante el siglo IV) designó con el término adventus la venida del Hijo de Dios al mundo, en su doble dimensión de advenimiento en la carne –encarnación- y advenimiento glorioso –parusía-.
La tensión entre uno y otro significado se encuentra a lo largo de toda la historia del tiempo litúrgico del Adviento, si bien el sentido de “venida” cambió a “momento de preparación para la venida”.
Quizá la misma amplitud de las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje. De hecho, el ciclo de adviento fue uno de los últimos elementos que entraron a formar parte del conjunto del año litúrgico (siglo V).
Parece ser que desde fines del siglo IV y durante el siglo V, cuando las fiestas de Navidad y Epifanía iban cobrando una importancia cada vez mayor, en las iglesias de Hispania y de las Galias particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar unos días a la preparación de esas celebraciones.
Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380:
"Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente" (H. Bruns, Canones Apostolorum et Conciliorum II, Berlín, 1893, 13-14).
La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a nuestro tiempo de adviento actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa.
Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes “desde antiguo” para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia. Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes "deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días".
El canon 9 del Concilio de Macon ordena a los clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que "ayunen tres días por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde San Martín hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como se hace en Cuaresma" (Mansi, IX, 796 y 933). Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según ellos que en sus orígenes el tiempo de adviento se introdujo tomando un carácter penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto.
Sin embargo, las primeras noticias a cerca de la celebración del tiempo litúrgico del Adviento, se encuentran a mediados del siglo VI, en la iglesia de Roma.
Según parece, este Adviento romano comprendía al principio seis semanas, aunque muy pronto -durante el pontificado de Gregorio Magno (590-604)- se redujo a las cuatro actuales.
El significado teológico original del Adviento se ha prestado a distintas interpretaciones. Algunos autores consideran que, bajo el influjo de la predicación de Pedro Crisólogo (siglo V), la liturgia de Adviento preparaba para la celebración litúrgica anual del nacimiento de Cristo y sólo más tarde –a partir de la consideración de consumación perfecta en su segunda venida- su significado se desdoblaría hasta incluir también la espera gozosa de la Parusía del Señor.
No faltan, sin embargo, partidarios de la tesis contraria: el Adviento habría comenzado como un tiempo dirigido hacia la Parusía, esto es, el día en que el Redentor coronará definitivamente su obra. En cualquier caso, la superposición ha llegado a ser tan íntima que resulta difícil atribuir uno u otro aspecto a las lecturas escriturísticas o a los textos eucológicos de este tiempo litúrgico.
El Calendario Romano actualmente en vigor conserva la doble dimensión teológica que constituye al Adviento en un tiempo de esperanza gozosa:
"El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.
Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre" (Calendario Romano, Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario, 39).
Fuente: www.primeroscristianos.com
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