El Sagrado Corazón de Jesús

 

El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia dirige la mirada al costado abierto de Cristo en la Cruz, expresión del amor infinito de Dios por los hombres y manantial del que brotan sus sacramentos.

La contemplación de esta escena ha alimentado la devoción de los cristianos desde los primeros siglos, pues ahí han encontrado una fuente continua de paz y seguridad en las dificultades.

La mística cristiana nos invita a abrirnos al Corazón del Verbo Encarnado:

«Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para que os llenéis por completo de toda la plenitud de Dios» Ef 3, 17-19.

La piedad popular del bajo medioevo desarrolló una veneración profunda y expresiva de la Humanidad Santísima de Cristo sufriente en la Cruz. Se difundió así el culto a la corona de espinas, los clavos, las llagas... y al Corazón abierto, síntesis de todos los padecimientos del Salvador por amor a nosotros.

Estas formas de piedad dejaron su impronta en la Iglesia, de modo que en el siglo XVII nació la celebración litúrgica de la solemnidad del Sagrado Corazón.

El 20 de octubre de 1672 un sacerdote normando, san Juan Eudes, celebró por vez primera una misa propia del Sagrado Corazón y, a partir de 1673, se fueron difundiendo por Europa las visiones de santa Margarita María Alacoque sobre la expansión de este culto. Finalmente, Pío IX extendió oficialmente a la Iglesia latina esta fiesta.

sagrado corazon

 

La liturgia del día desarrolla los dos pilares teológicos de la devoción: las riquezas insondables del misterio de amor desplegado en Cristo, y la contemplación reparadora de su corazón traspasado. Los recogen las dos oraciones colecta que el Misal Romano ofrece:

«al celebrar la solemnidad del Corazón de tu Hijo unigénito, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros; concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia»; «en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación».

 

La consideración del abismo de ternura del Señor por las almas es también una invitación a conformar el propio corazón al suyo, a unir al afán reparador el deseo eficaz de acercar más almas a Él:

«Nos hemos asomado un poco al fuego del Amor de Dios; dejemos que su impulso mueva nuestras vidas, sintamos la ilusión de llevar el fuego divino de un extremo a otro del mundo, de darlo a conocer a quienes nos rodean: para que también ellos conozcan la paz de Cristo y, con ella, encuentren la felicidad» San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 170

 

Magisterio papal más reciente

Desde que el papa Pío XII publicó su encíclica Haurietis aquas, varios de sus sucesores han tratado del culto al sagrado corazón de Jesús. El papa Pablo VI, en su carta apostólica titulada Las innumerables riquezas de Cristo (6 de febrero de 1965), recomendaba esta devoción como un medio excelente de honrar al mismo Jesús, y hacía notar la relación íntima entre esta devoción y el misterio eucarístico:

"Deseamos especialmente que el corazón de Jesús sea honrado por una participación más intensa en el sacramento del altar, puesto que el mayor de sus dones es la eucaristía".

Pablo VI contaba esta devoción entre las fórmulas populares de piedad que el concilio Vaticano II quería promover, porque no podía por menos de alimentar una piedad auténtica hacia la persona de Cristo. Estaba, además, en armonía con la liturgia, porque precisamente en el corazón de Jesús tiene la liturgia su origen y su vida; desde ese corazón el sacrificio de expiación se elevó hacia el Padre eterno.

Juan Pablo II, en su primera encíclica, Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), que trata del misterio de la redención, tiene la siguiente expresión:

"La redención del mundo -este tremendo misterio de amor en el cual la creación se renueva- es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un corazón humano, el corazón del Hijo primogénito, para que pueda ser justicia en el corazón de muchos seres humanos, predestinados desde la eternidad en el Hijo primogénito a ser hijos de Dios y llamados a la gracia y al amor".

En una audiencia general, el 20 de junio del mismo año, habló abundantemente de la devoción al sagrado corazón, cuya fiesta estaba a punto de celebrarse. "Hoy, anticipando la fiesta de ese día, junto con vosotros, deseo volver los ojos de nuestros corazones hacia el misterio de ese corazón. Me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia".

Es característico del papa Juan Pablo hablar del corazón de Cristo asociándolo con todo corazónhumano. Es un caso de "cor ad cor loquitur", "el corazón habla al corazón". El corazón es un símbolo que habla del hombre interior y espiritual. El corazón humano, iluminado por la gracia, está llamado a comprender las "insondables riquezas" del corazón de Cristo.

San Juan el apóstol, san Pablo y los místicos de todos los tiempos, han descubierto por sí mismos y han compartido con otros esas mismas riquezas espirituales. Pero Jesús atrae a todos hacia su corazón, se revela a ellos, les habla al corazón, vive en sus corazones por la fe y quiere ser rey de ellos no por el ejercicio de la fuerza, sino con suavidad y amor.

Por fin, en una nota litúrgica, el papa explica cómo esta fiesta incluye y resume el ciclo litúrgico:

"Así, al final de este ciclo fundamental de la Iglesia, la fiesta del sagrado corazón de Jesús se presenta discretamente. Todo el ciclo está incluido definitivamente en él: en el corazón del Hombre-Dios. De él irradia también cada año la vida entera de la Iglesia".

 

 

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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

Ver el discurso del Papa Francisco a la Conferencia episcopal italiana, el 16-V-20016)

 

Ein Hanniya, el lugar de gran belleza y tesoro arqueológico donde Felipe bautizó al eunuco etíope

Los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40) refieren que Felipe, impulsado por el Espíritu Santo, se dirigía hacia el sur de Jerusalén a Gaza cuando se encontró con un eunuco etíope, alto funcionario de la reina de Etiopía. El hombre iba leyendo al profeta Isaías. Felipe le preguntó: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. Y respondió el eunuco: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”.

 

 

Una respuesta tradicionalmente utilizada en la apologética católica para poner de manifiesto ante los protestantes que el principio luterano de la Sola Scriptura no puede explicar por sí solo la Revelación, que precisa también de la fuente de la Tradición y de la explicitación del Magisterio.

El caso es que Felipe aportó al eunuco la luz que le faltaba y le anunció la Buena Nueva. El eunuco creyó y, al pasar por un lugar donde había agua, pidió el bautismo, que recibió enseguida.

Por su importancia para la expansión del cristianismo en Etiopía, “los estudiosos intentaron durante generaciones identificar ese lugar, que se convirtió en motivo habitual en el arte cristiano”, explica el arqueólogo Yuval Baruch. Y parece que podría tratarse de Ein Hanniya, en el Valle de Refaím, cerca de Jerusalén.

Allí, entre 2012 y 2016 la Autoridad de Antigüedades de Israel descubrió un conjunto de piscinas construidas en la época bizantina, entre los siglos IV y VI d.C. Una de ellas destacaba por “grande e impresionante”, según Irina Zilberbod, directora de la excavación: “Fue construida en el centro de un espacioso complejo a los pies de una iglesia que hubo allí en tiempo. Alrededor de la piscina se construyó un techo sujetado por columnas, a través de las cuales se accedía al área residencial”.

Según Zilberbod, es difícil saber para qué se utilizaba el estanque, si para riego, para bañarse, como decoración o para ceremonias bautismales. El agua de la piscina drenaba a través de una red de canales hacia un estructura extraordinaria, la primera de esta clase conocida en Israel, una fuente denominada ninfeo.

Ein Hanniya es un entorno privilegiado para los hallazgos arqueológicos, lo cual sugiere que fue propiedad de los reyes en tiempos del Primer Templo, esto es, antes de su destrucción por los babilonios en 586 a.C.

Así, se han encontrado dos piezas de gran valor.

Por un lado, un capitel protojónico similar a los hallados en la Ciudad de David en Jerusalén, que fue capital de Judá, y en Ramat Rajel (entre Jerusalén y Belén), donde se encontró uno de los palacios del reino, y también en importantes ciudades del reino de Israel, como Samaria, Megido y Hazor.

Por otro, la más antigua moneda de plata descubierta hasta el momento en los alrededores de Jerusalén: una dracma acuñada en Asdod por gobernantes griegos entre los años 420 y 390 a.C.

El lugar, cuyas excavaciones se dieron a conocer a finales de enero, será abierto al público en los próximos meses y será pues de interés tanto para los judíos como para los cristianos.

La conversión del eunuco, en el Menologio del emperador Basilio II, manuscrito del siglo XI.

 

Moneda moderna israelí de 5 shekel, representando un capitel protojónico, característico en los hallazgos arqueológicos de las ciudades judías antiguas más importantes.

 

Foto: Clara Amit, Autoridad de Antigüedades de Israel. National Geographic.

 

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EL DIÁCONO FELIPE

 

Fundacion Tierra Santa

FELIPE EL DIÁCONO 6 de Junio

Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico

 

Después de Pentecostés, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret fue creciendo rápidamente en Jerusalén y sus alrededores. La mayor parte de ellos procedían de aquellas mismas tierras. Pero también fueron agregándose algunos judíos de lengua griega que habían pasado algún tiempo en la diáspora.

Las diferencias entre los dos grupos no tardaron en manifestarse con una cierta tensión. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos da cuenta de la decisión tomada en ese momento por los dirigentes de la comunidad:

 

«Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: "No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.

Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra". Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos» (Hch 6, 1-6).

 

Como se puede observar, todos ellos eran conocidos por su nombre griego. Se puede decir que, gracias a este incidente, la comunidad primitiva se abrió a nuevos horizontes y a una incipiente universalidad.

DISPERSIÓN Y MISIÓN

Así pues, Felipe forma parte del grupo de los siete diáconos, o servidores, elegidos para atender a las necesidades de la comunidad, especialmente en sus miembros de origen helénico. Sin embargo, su misión no se limitaría al servicio material. Bien pronto habrían de asumir el papel de testigos y anunciadores del mensaje de Jesús. El más famoso de ellos habría de ser Esteban. Su valentía le llevaría a ser lapidado a las afueras de Jerusalén con la aprobación del joven Saulo, el futuro apóstol Pablo.

Aquel episodio no iba a quedar aislado. La muerte de Esteban marcó en realidad el principio de «una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén» (Hch 8, 1). Como había anunciado Jesús, la persecución se convirtió en ocasión para vivir y manifestar el dinamismo de la fe. De hecho, motivó que muchos hermanos se dispersaran por las regiones de Judea y Samaria, anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Entre ellos es-taba también Felipe. Su viaje parece estructurado para exponer en tres actos la teología de la acción misionera:

«Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad» (Hch 8, 5-8).

El primer acto del relato constituye un precioso esquema de la teología de la misión. Subraya la importancia del anuncio de la palabra de Dios, pero también la de la percepción sensible del mensaje. Oír la palabra y ver las señales que la acompañan parecerán resumir para siempre el inicio de la fe. En los primeros misioneros se repiten los signos que acompañaron la vida y la actividad de Jesús. Ante el anuncio de la palabra, la persona entera queda curada de sus esclavitudes y dolencias. La alegría es la consecuencia lógica de la conversión.

Con todo, el relato no termina ahí. Incluye a continuación un elemento discordante que evoca el carácter dramático de la predicación evangélica y su reconocida superioridad sobre la sabiduría humana y sobre toda práctica mágica. En la ciudad había, en efecto, un mago llamado Simón que con sus habilidades suscitaba la atención y los comentarios de las gentes de Samaria. Todos lo consideraban como una «gran potencia de Dios».

Sin embargo, a los habitantes de aquella tierra les parecieron mucho más convincentes los gestos proféticos de Felipe que anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo. Así que muchos hombres y mujeres aceptaron la fe y el bautismo. El texto añade que «hasta el mismo Simón creyó y, una vez bautizado, no se apartaba de Felipe y estaba atónito al ver las señales y grandes milagros que se realizaban» (Hch 8, 13).

El relato añade un segundo acto, en el que la predicación de Felipe es contrastada por la presencia de los apóstoles. Con motivo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, el Evangelio de Juan alude veladamente al florecimiento de las comunidades cristianas en Samaria (cf. Jn 4, 35-39). Pues bien, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere que, «al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan». La semilla había sido arrojada en el surco y llegaba la hora de la cosecha.

La bajada de estos dos apóstoles, que eran considerados como pilares de la comunidad, señala el reconocimiento de la tarea llevada acabo por los evangelizadores dispersos y evidencia la necesidad de mantener la hermandad y el reconocimiento en la fe y en el amor entre las diversas comunidades.

Además, el viaje apostólico contribuye a marcar las diferencias entre un bautismo celebrado al parecer en el nombre de Jesús y el bautismo por el que los nuevos hermanos habrían de recibir el Espíritu Santo. La presencia y el ministerio de los apóstoles es la oportunidad para que, también fuera de Jerusalén, se repita el prodigio de Pentecostés: Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (Hch 8, 17).

Todavía incluye el relato un tercer acto, en el que se pone de manifiesto la necesidad de purificar la fe de toda adherencia mágica. Ahora ya no se menciona a Felipe. Es Pedro quien reprende la actitud de Simón, que pretende comprar con dinero la posibilidad de otorgar el Espíritu con la imposición de sus manos. A la maldición de aquel dinero sigue la corrección del mago y la invitación a que se convierta y pida perdón por aquel pensamiento de su corazón.

Después de haber dado testimonio y haber predicado la Palabra del Señor, los apóstoles se volvieron a Jerusalén evangelizando muchos pueblos samaritanos (Hch 8, 25). Como había ocurrido con la mujer que encontró Jesús junto al pozo, también ahora la tarea evangelizadora de Felipe parece pasar a un segundo plano.

FELIPE Y EL EUNUCO

Sin embargo, el texto no pretende olvidar al evangelizador. Es más, la continuación del relato parece sugerir la autenticidad de su vocación, al evocar la presencia del ángel que lo envía, así como la intrepidez del llamado que extiende su radio de acción de forma insospechada. La vocación que viene de lo alto encuentra un fiel ejecutor en Felipe. La evangelización es don de Dios y tarea humana.

El hermoso episodio que se nos ofrece a continuación parece articularse de nuevo en tres partes, señaladas por otras tantas intervenciones sobrenaturales.

En un primer momento, Felipe es llamado por el ángel del Señor, que lo invita a tomar el camino del Sur, que lleva hacia Egipto por la costa de Gaza. No se le explica el objetivo de ese envío, aunque el lector puede muy pronto adivinar el esquema de toda la narración. De hecho, entra inmediatamente en conocimiento con un personaje distinguido.

No se nos conserva su nombre. Es uno de esos judíos que viven en la diáspora que se encuentra de vuelta de una larga peregrinación que lo ha traído hasta Jerusalén para adorar a Dios. Conoce a los profetas, pero, evidentemente no puede entenderlos en su plenitud. El texto prepara cuidadosamente la necesaria intervención del seguidor del Mesías Jesús:

»El ángel del Señor habló a Felipe diciendo: "Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto". Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros, y había venido a adorar en Jerusalén, regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías» (Hch 8, 26-28).

El segundo tiempo está marcado por otra intervención sobrenatural. El Espíritu de Dios empuja de nuevo al misionero, al tiempo que le otorga sabiduría para responder a las oportunas preguntas que le dirige el viajero que vuelve a las tierras de los etíopes. Esas preguntas reflejan el ánimo piadoso y a la vez inquieto de quien conoce las antiguas escrituras, pero desea conocer su sentido más profundo.

Partiendo de los antiguos profetas se puede llegar al anuncio del Evangelio. El encuentro entre los dos personajes trata de evidenciar la continuidad entre la antigua alianza y el acontecimiento de la vida, la obra y la muerte de Jesús de Nazaret. Y trata de explicitar la necesaria conexión entre la fe y el bautismo:

«El Espíritu dijo a Felipe: "Acércate y ponte junto a ese carro". Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías; y le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?" Él contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?" Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: "Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca.

En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra". El eunuco preguntó a Felipe: "Te ruego que me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?" Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.

Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco dijo: "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?" Y mandó detener el carro. Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó» (Hch 8, 29-38).

De nuevo, el tercer momento está señalado por una intervención sobrenatural. Es el Espíritu el que envía, ilumina y mueve al evangelizador. Éste aprovecha la moción del Espíritu para iluminar la fe que ya alborea y sirve de mediación para la celebración de los signos sacramentales. La lectura del texto bíblico lleva al viajero a la curiosidad. ¿A quién se refiere el texto del profeta? Evidentemente, la lectura ha de ser explicada por el anuncio oral de otro creyente. Y la fe recién nacida puede ser celebrada con el bautismo.

El texto no deja de subrayar los pasos siguientes de la secuencia. El evangelizado prosigue con gozo su «camino» que es ahora el nuevo camino del Evangelio de Jesucristo. Y el evangelizador prosigue también el suyo, que es precisamente el de seguir anunciando la buena noticia del Señor Jesucristo:

«Y ensaliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino. Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hch 8, 39-40)

Sería difícil explicar de forma más clara e intuitiva toda la teología de la evangelización y de la iniciación en la fe cristiana. Los seguidores del Señor habrían de recordar este y otros relatos para meditar en su propia vocación y en la tarea a la que han sido enviados. La instrucción y el bautismo del eunuco son una memoria de los primeros tiempos y un programa para la futura evangelización.

LA PROFECÍA

Entre Asdod y Cesarea del Mar debió de establecer el diácono Felipe su residencia y el centro de sus itinerarios de evangelización. De hecho, allí volvemos a encontrarlo unos años más tarde, precisamente hacia el año 58. Por entonces Pablo y Lucas regresaban de su tercer viaje misional. Se encaminaban hacia Jerusalén.

Habían pasado por Rodas, habían costeado Chipre y se habían detenido durante siete días con los hermanos de la ciudad de Tiro. Precisamente esos mismos hermanos, «iluminados por el Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén» (Hch 21, 4).

A pesar de aquellas intuiciones y consejos, Pablo decidió continuar su viaje. Los hermanos lo acompañan hasta la playa, donde lo despiden con una oración. Aquella breve navegación de cabotaje llevó a Pablo y sus acompañantes hasta Tolemaida, donde se detuvo otro día con los hermanos. La siguiente etapa los llevará a encontrarse con Felipe:

«Al día siguiente partimos y llegamos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los Siete, y nos hospedamos en su casa. Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Nos detuvimos allí bastantes días» (Hch 21, 8-10).

 

De pronto descubrimos algo que ya habíamos intuido al primer contacto con el texto. Felipe, uno de aquellos siete «diáconos» elegidos en Jerusalén, era conocido como «el evangelista». Y, como ya se ve, razones más que sobradas tenían los hermanos para aplicarle ese título.

Pero también descubrimos otro detalle interesante. Las cuatro hijas de Felipe han sido dotadas por el Espíritu del don de profecía. Seguramente este encuentro le daría ocasión a Pablo para comentar el fervor profético y los abusos que él había tenido que corregir en la comunidad de Corinto.

Todo hace pensar que, durante aquel descanso y precisamente en la casa de Felipe, debió de tener lugar el encuentro con Ágabo:

 

«Bajó entretanto de Judea un profeta llamado Ágabo; se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: "Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles".

Al oír esto nosotros y los de aquel lugar le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: "¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús". Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: "Hágase la voluntad del Señor"» (Hch 21, 10-14).

 

La pequeña comunidad que se reunía en casa de Felipe pudo ser testigo de la firmeza de Pablo. A toda costa quería llegar hasta Jerusalén y ellos no podrían oponerse. Pero Felipe y los hermanos no permanecieron pasivos ante aquella decisión, sino que se preocuparon de preparar los detalles de aquella última etapa del viaje de Pablo hasta Jerusalén:

 

«Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén. Venían con nosotros algunos discípulos de Cesarea, que nos llevaron a casa de cierto Mnasón, de Chipre, antiguo discípulo, donde nos habíamos de hospedar. Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con alegría» (Hch 21, 15-17).

 

Por tercera vez, y como ya es habitual, Felipe vuelve a quedar en la sombra. En varias ocasiones ha sido un instrumento fiel en manos del Espíritu. Por él ha pasado el anuncio del Evangelio. Pero nunca ha tratado de arrogarse méritos ni protagonismo. Era un servidor de la Buena Noticia del Reino de Dios. Y un servidor de los hermanos. Un «diácono». Nada más. Y nada menos.

San Jerónimo dice haber visto todavía la casa donde había habitado Felipe y las celdas que ocupaban sus hijas. Según una tradición bizantina, el diácono Felipe habría sido también obispo de Tralles, en Lidia. Hacia el año 190, Clemente de Alejandría lo identifica con aquel escriba al que Jesús advierte que las zorras tienen sus madrigueras, mientras que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (cf. Mt 8, 19-20).

En la historia del arte ha sido varias veces representado el episodio del bautismo del ministro etíope, por ejemplo, en un sarcófago paleocristiano del siglo IV que se conserva en Roma, en el Museo de las Termas. Era aquél un episodio que resultaba aleccionador para los catecúmenos de los primeros tiempos.

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Ein Hanniya - Tesoro arqueológico donde san Felipe bautizó al Eunuco etíope

JOSÉ-ROMÁN FLECHA ANDRÉS

 

 

Cordero de Dios

El “tiempo ordinario” se introduce, en la liturgia católica, mediante la presentación del Bautismo de Jesús. Esta fiesta –situada al final del tiempo de Navidad– se prolonga en la semana siguiente con la figura del “Cordero de Dios”, como Juan Bautista le denomina ante sus discípulos.

Podemos escoger tres cuadros que nos presentan esta figura de Jesús como cordero manso y apacible que lleva a cabo la obra redentora, ofreciéndose en una entrega generosa por la salvación de cada persona y del mundo. En esa perspectiva la fe cristiana ayuda a encontrar un sentido al dolor, incluso al sufrimiento inocente.

 

1.“El cordero místico”,de los hermanos Van Eyck (1432)

Representa un altar en el centro de una gran campiña. Sobre el se yergue un Cordero que mira de frente con un rostro casi humano –como las últimas restaraciones han puesto de relieve–, mientras sangra sobre un cáliz. Representa al “cordero pascual”, Cristo, que sangra por su corazón abierto en la Cruz, para llenar el cáliz de su obediencia amorosa a la voluntad del Padre y por tanto al plan de la Trinidad para salvar a los hombres.

 

cordero

 

 

 

En cada Misa se recogen, antes de la comunión, las palabras de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Jesús instituyó la Eucaristía en el contexto de una cena pascual, donde se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto por medio de la sangre de un cordero.

Jesús es el verdadero “cordero pascual” que nos ha librado de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias. Por eso, el cordero sobre el altar representa aquí el hecho de que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y de la Iglesia.

 


Arriba, sobre el altar, se sitúa el Espíritu Santo en forma de paloma, cuyos rayos iluminan y vivifican toda la escena. Ante el altar encontramos una fuente: la fuente de la vida, que significa, según la Sagrada Escritura, la acción misma de Dios y de su gracia para los hombres.

A los lados del altar se sitúan catorce ángeles, algunos muestran objetos relacionados con la pasión de Cristo: la cruz, la columna de la flagelación, la corona de espinas, la lanza que le traspasó, la esponja empapada en vinagre que le dieron a beber.

Al fondo se dibujan una o varias ciudades (quizá alguna de ellas podría ser Utrecht, por su campanario), como evocando la Iglesia, ciudad de Dios o nueva Jerusalén, que se edifica misteriosamente en la historia a la vez que la trasciende.

 

cordero



Abajo a la izquierda puede verse un grupo de judíos, leyendo las Sagradas Escrituras. Detrás, un grupo de paganos, entre ellos Virgilio, poeta romano, con su túnica blanca. A la derecha está representada la Iglesia Católica: delante los apóstoles y detrás, otro, santos y mártires (entre ellos se puede distinguir a san Esteban) y Papas.

Arriba, a izquierda y derecha del altar, se sitúan los mártires y las vírgenes con las palmas de la victoria.

 

2. En “la crucifixión” de M. Grünewald (1512-1516)

parece Cristo totalmente cubierto por bubones de peste, la misma enfermedad que tenían muchos de los contemplaban aquel retablo de Isenheim, a fines de la Edad Media.

“En su propia cruz –interpreta Joseph Ratzinger– experimentaban la presencia del Crucificado y se sabían incluidos a través de su aflicción en Cristo y, por ende, en el abismo de la eterna misericordia. La cruz de Cristo la experimentaban como su salvación” (El Credo hoy, Santander 2013).

 

 

A la izquierda del Crucificado, el apóstol san Juan consuela a la Virgen Madre, mientras María Magdalena, de rodillas, extiende sus brazos y sus manos juntas en oración. A la derecha, san Juan Bautista sostiene, en una mano, las Escrituras abiertas.

dirige hacia Cristo el dedo índice de la otra mano, al lado de un texto que recoge las palabras: “Conviene que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). A los pies del Bautista, un pequeño corderillo sostiene una pequeña cruz, mientras sangra sobre un cáliz.

3. El “Agnus Dei” (Cordero de Dios) de F. de Zurbarán (1635-1640)

Ofrece, sobre fondo oscuro, un primer plano de un corderillo, recostado y todavía vivo, con sus patas atadas y preparado para ir al matadero (cf. Is 53, 7). Es la viva imagen de la mansedumbre.

 

cordero

 

 

Sobre Jesús, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ha dicho el Papa Francisco:

“Detengámonos en el Evangelio, quizá incluso contemplando una imagen de Cristo, un “Rostro santo”. Contemplemos con los ojos y más aún con el corazón; y dejémonos instruir por el Espíritu Santo, que por dentro nos dice: ¡Es Él! Es el Hijo de Dios hecho cordero, inmolado por amor. Él, solo Él ha cargado, solo Él ha sufrido, ha expiado el pecado de cada uno de nosotros, el pecado del mundo, y también mis pecados. Todos. Los cargó todos sobre Él y nos los quitó a nosotros, para que finalmente fuésemos libres, y nunca más esclavos del mal. Sí, aún somos pobres pecadores, pero no esclavos, no, no esclavos: hijos, ¡hijos de Dios!” (Angelus, 19-I-2020).


El sufrimiento inocente

4. Seis siglos antes de Cristo, en los Cantos del "Siervo sufriente", del profeta Isaías, estaba profetizado el sufrimiento de Jesús por la salvación de los hombres.

Cristo nos ha redimido con su inocencia y mansedumbre, con su humildad y su servicio. Él, que es el más inocente de los “hijos de los hombres” y al mismo tiempo Dios verdadero hecho carne por nosotros, ha tomado sobre sí –también como cabeza de la Iglesia, su Cuerpo místico, y del género humano–, todas nuestras culpas y todos nuestros dolores.

También asume Cristo el sufrimiento de los inocentes y la gran pregunta por su sentido, tal como aparece, por ejemplo, en el libro de Job, o como la formula Dostoiewsky (en Los hermanos Karamazov), o como se plantea modernamente “después de Auschwitz”.

Escribe Raniero Cantalamessa: “Jesús no ha venido a darnos doctas explicaciones sobre el dolor, sino que ha venido a asumirlo silenciosamente sobre sí”.

Por eso, ante el dolor inocente la actitud de un cristiano –como con frecuencia dice el Papa Francisco– debe ser básicamente la de toda persona, frente a lo que puede aparecer como un dramático sinsentido: el acompañamiento, quizá el llanto, el silencio ante el misterio. Pero también la oración.

Como señala Cantalamessa, el dolor inocente es un tipo de sufrimiento que nos acerca especialmente a Dios. Así es, en la perspectiva cristiana: “Solo Dios, en efecto, sufre y sufre en sentido absoluto como inocente”. Él es el cordero “sin tacha y sin mancilla” (1 Pe 1, 19) que, sin haber cometido ninguna culpa, ha llevado sobre sí la pena de todas las culpas.

“Jesús –añade el mismo autor– no ha dado sólo un sentido al dolor inocente, le ha conferido igualmente un poder nuevo, una misteriosa fecundidad”. Porque todo dolor inocente se une al de Cristo y recibe de Él la capacidad de engendrar esperanza y Vida.

En relación con el sufrimiento, decía Viktor Frankl que lo mejor no es preguntarse “por qué” (¿por qué yo, por qué a mí?) sino “para qué”. En la misma línea se situaba –ya en la perspectiva cristiana– san Juan Pablo II, cuando señalaba que lo importante es preguntarse “qué nace del sufrimiento”.

En una ocasión le presentaron a Jesús un muchacho ciego de nacimiento, preguntándole:

“Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. Y respondió Jesús: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9, 2-3).

El sufrimiento inocente se puede enfocar como una participación en los sufrimientos de Cristo (cf. Rm 8, 17), en solidaridad con todos los males y todos los dolores del mundo, y nos permite también asociarnos con Él en la gloria de su resurrección.

En suma, es inútil intentar “explicar” el sufrimiento inocente. Pero la fe nos da esta "pequeña luz”: el inocente que sufre es signo y como “sacramento” del Amor de Dios y de su misterioso poder para quitar los males del mundo. Ciertamente, de una manera que nosotros no podemos comprender del todo.

Pero sí podemos –propone Cantalamessa– hacer algo más. De entrada, no acrecentar ese sufrimiento, convirtiéndonos en “lobos” (como el de la fábula del cordero y el lobo), símbolo de debilidad y villanía.

Podemos aconsejar a los inocentes que no se acerquen a los lobos ni dialoguen con ellos.

Podemos animar a los jóvenes que escojan bien sus héroes y modelos, y defenderlos sobre todo de aquellos lobos que se les acercan disfrazados con piel de ovejas.

En cambio, el Buen Pastor es Aquél que da la vida por sus ovejas (Jn, 10, 11), el pastor que se ha hecho cordero.

También podemos intentar quitar el dolor o al menos disminuirlo. Refiere este autor el caso de alguien que, ante una niñita que tiritaba de frío y de hambre, se enfrentaba con Dios, diciéndole: “¡Haz algo!” Y que entendió que se le respondía: “Ya he hecho algo, te he hecho a tí”.

Además debemos evitar el dolor innecesario a los animales y el daño injustificado a otros seres vivos e incluso a todo ser creado. Y reavivar nuestro compromiso ecológico como cristianos, pues la creación entera sufre esperando la manifestación de la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 22 ss).

Ramiro Pellitero

Benedicto XVI narra cómo se llevó a cabo la evangelización de Alemania

San Bonifacio, obispo y mártir

Monje benedictino inglés, que marchó a Alemania, realizando una fructífera tarea de evangelización de los pueblos germanos. Nombrado obispo de Maguncia, fundó numerosas iglesias y monasterios por las regiones de Baviera, Turingia y Franconia. Fue martirizado cuando iniciaba una nueva misión de difusión de la fe entre los frisones, el año 754.

Benedicto XVI dedicó la catequesis del miércoles 11 de marzo de 2009, ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para la audiencia general, a san Bonifacio, “patrón de los germanos”, explicando cómo fue la primera evangelización de su país, y proponiéndola como modelo para la actualidad.

En él destacan la centralidad de la Escritura, la comunión con Roma y la síntesis entre fe y cultura

Dentro del ciclo de catequesis que el Papa dedica a los grandes santos de la Iglesia del primer milenio, se detuvo hoy en la figura de san Bonifacio, primer obispo alemán muerto a manos de los paganos en el siglo VIII.

El pontífice repasó la historia de este monje inglés, primer evangelizador de las tribus germánicas, y destacó de él tres elementos que “a distancia de siglos, podemos recoger de su enseñanza”: la centralidad de la Escritura, la comunión con Roma y la síntesis entre fe y cultura.

 

san Bonifacio

 

Respecto a la importancia de la Palabra de Dios, destacó que Bonifacio “la vivió, predicó, testimonió hasta el don supremo de sí mismo en el martirio. Estaba tan apasionado de la Palabra de Dios que sentía la urgencia y el deber de llevarla a los demás, incluso con riesgo personal suyo”.

Sobre la comunión con Pedro, el Papa destacó que “fruto de este empeño fue el firme espíritu de cohesión en torno al Sucesor de Pedro que Bonifacio transmitió a las Iglesias en su territorio de misión, uniendo con Roma a Inglaterra, Alemania, Francia y contribuyendo de modo tan determinante a poner las raíces cristianas de Europa que habrían producido frutos fecundos en los siglos sucesivos”.

En tercer lugar, Benedicto XVI explicó cómo el santo “promovió el encuentro entre la cultura romano-cristiana y la cultura germánica. Sabía de hecho que humanizar y evangelizar la cultura eraparte integrante de su misión de obispo“.

“Transmitiendo el antiguo patrimonio de valores cristianos, él implantó en las poblaciones germánicas un nuevo estilo de vida más humano, gracias al cual se respetaban mejor los derechos inalienables de la persona“, añadió.

El Papa afirma que este “valiente testimonio” supone “una invitación para todos nosotros a acoger en nuestra vida la Palabra de Dios como punto de referencia esencial, a amar apasionadamente la Iglesia, a sentirnos corresponsables de su futuro, a buscar la unidad en torno al Sucesor de Pedro“.

Por otro lado, “nos recuerda que el cristianismo, favoreciendo la difusión de la cultura, promueve el progreso del hombre. Está en nosotros, entonces, estar a la altura de un patrimonio tan prestigioso y hacerlo fructificar para bien de las generaciones que vendrán”.

 

 

“Comparando esta fe suya ardiente, este celo por el Evangelio, a nuestra fe tan a menudo tibia y burocratizada, vemos qué hemos de hacer y cómo renovar nuestra fe, para dar como don a nuestro tiempo la perla preciosa del Evangelio“, añadió.

Bonifacio nació en Wessex (Inglaterra) alrededor del 675 y entró muy joven en un monasterio. El Papa destaca de él que hubiera sido un hombre estudioso dedicado “a una tranquila y brillante carrera”.

Sin embargo, a los cuarenta años se sintió llamado a la evangelización entre los paganos. Tras el fracaso de su primera misión en Frisia (actual Holanda), Bonifacio se dirigió a Roma para hablar con el Papa y recibir sus instrucciones.

El papa Gregorio II le confió la evangelización de los pueblos germanos y la organización de la Iglesia en ese territorio, cosa que el santo hizo “con gran prudencia y valentía”, primero como simple monje y luego como primer obispo alemán.

En su catequesis, Benedicto XVI destacó también la labor de promoción cultural y humana realizada por Bonifacio, a través de la fundación de monasterios, “para que fuesen como un faro para irradiar la fe y la cultura humana y cristiana en el territorio”.

El mismo Bonifacio dejó un amplio legado a través de sus escritos y composiciones poéticas. Al final de su vida, el santo obispo se dirigió a Frisia, donde había fracasado su primera misión. Allí fue asaltado y asesinado por un grupo de paganos, mientras celebraba la misa.

Fue enterrado en el monasterio de Fulda; su fiesta se celebra el 5 de junio para los católicos, y el 19 de diciembre para los ortodoxos.

 

 

«El Primado de Polonia»  el cardenal que abrió el camino a san Juan Pablo II

A Contracorriente Films estrena en cines el 24 de mayo “El primado de Polonia”, una película que narra la historia del cardenal Stefan Wyszynski (1901-1981), figura clave en Polonia durante el periodo de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

 

primado de Polonia

La película “El Primado de Polonia”, dirigida por el director polaco Michal Kondrat (“La divina misericordia”, “Dos coronas”), está protagonizada por Slawomie Grzymkowski (“Alarm”, “Víctima de guerra”), Adam Ferency (“Cold War”, “Pornografía”), Marcin Tronski (“Y los violines dejaron de sonar”) y Katarsyna Zawadzka (“Bod obnovy”), y se centra en la vida del cardenal Wyszynski después de haber pasado tres años encarcelado por los comunistas, cuando tuvo que iniciar una lucha por la libertad religiosa.

Este cardenal beato, ordenado sacerdote en 1924, sufrió la persecución religiosa de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, época en que además fue capellán del hospital de los insurgentes de la Armada Nacional Polaca. Tras la guerra, fue ordenado obispo y se le concedió el título de “Primado de Polonia”.

 

primado de Polonia

 

Sin embargo, el fin de la guerra no devolvió la paz a la Iglesia en Polonia, sino que la persecución continuó por parte del partido comunista. El cardenal Wyszynski fue encarcelado en 1953, y, posteriormente, puesto bajo arresto domiciliario.

 

El film se centra precisamente en esta etapa de la vida del protagonista, con un comienzo estremecedor: la brutal tortura del partido comunista al obispo polaco Antoni Baraniak, quien tuvo una estrecha relación tanto con el cardenal Wyszynski como con el futuro Juan Pablo II.

 

primado de PoloniaSin embargo, el desarrollo de la película no se detiene en estos episodios violentos, sino en las tensas relaciones entre Wyszynski y el gobierno, que busca que el Primado use su influencia para que el pueblo polaco vote en las elecciones. Mientras tanto, el cardenal es objeto de una vigilancia constante.

 

Espiado mediante micrófonos en su lugar de residencia, los tentáculos del partido llegan hasta a sus colaboradores más cercanos, con lo que necesitará toda su pericia e inteligencia para llevar adelante las relaciones con el gobierno, sin dejar que el partido se infiltre en la Iglesia, pero buscando al mismo tiempo un equilibrio para que el pueblo polaco no sufra represiones ni se vea limitada la libertad religiosa.

 

De telón de fondo, asistimos al progreso de un joven Karol Wojtyla hasta su elección como Papa, las violentas represiones a las manifestaciones de los trabajadores contra el gobierno comunista en Gdansk y Gdynia y la celebración de los mil años del bautismo de Polonia, aniversario que el gobierno pretende eclipsar mediante unos actos paralelos de carácter político y ateo.

 

El desarrollo de la historia mantiene el interés en todo momento, con un actor protagonista que aborda su papel con sobriedad y excelencia.

 

Wyszynski fue beatificado recientemente, el 12 de septiembre de 2021. Aunque por razones lógicas ha sido eclipsado por la figura de san Juan Pablo II, esta película es un magnífico homenaje a su importante legado.

De hecho, Juan Pablo II se dirigió a él, tras ser elegido Papa, con estas palabras:

“No habría ningún Papa polaco […] si no fuera por tu fe, que no retrocedió ante la prisión y el sufrimiento”.

 

 

 

 

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FUENTE: omnesmag.com

¿Por qué la fiesta de Corpus Christi?

La solemnidad del Corpus Christi tuvo origen en un contexto cultural e histórico determinado: nació con el objetivo de reafirmar abiertamente la fe del Pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía".

El Papa Benedicto XVI explica así la historia de esta fiesta, que remonta al siglo XIII

 

Santa Juliana de Cornillón tuvo una vision que “presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido.

La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica(…) en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento (…).

La buena causa de la fiesta del Corpus Christi conquistó también a Santiago Pantaleón de Troyes, que había conocido a la santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Fue precisamente él quien, al convertirse en Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264 quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.

 

Detalle del relicario donde se custodia el corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el 1263 en Bolsena. Se encuentra en la catedral de Orvieto (Italia).

 

Hasta el fin del mundo

En la bula de institución, titulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano alude con discreción también a las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y escribe:

«Aunque cada día se celebra solemnemente la Eucaristía, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. De hecho, las otras cosas de las que hacemos memoria las aferramos con el espíritu y con la mente, pero no obtenemos por esto su presencia real.

En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con nosotros en la propia sustancia. De hecho, cuando estaba a punto de subir al cielo dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)».

El Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces. Precisamente por orden suya, en la catedral de la ciudad se conservaba —y todavía se conserva— el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el año anterior, en 1263, en Bolsena.

Un sacerdote, mientras consagraba el pan y el vino, fue asaltado por serias dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de ese modo lo que nuestra fe profesa.

Textos que remueven

Urbano IV pidió a uno de los mayores teólogos de la historia, santo Tomás de Aquino —que en aquel tiempo acompañaba al Papa y se encontraba en Orvieto—, que compusiera los textos del oficio litúrgico de esta gran fiesta. Esos textos, que todavía hoy se siguen usando en la Iglesia (himno Adorote Devote), son obras maestras, en las cuales se funden teología y poesía.

Son textos que hacen vibrar las cuerdas del corazón para expresar alabanza y gratitud al Santísimo Sacramento, mientras la inteligencia, adentrándose con estupor en el misterio, reconoce en la Eucaristía la presencia viva y verdadera de Jesús, de su sacrificio de amor que nos reconcilia con el Padre, y nos da la salvación.(…)

 

Adoración eucarística en Hyde Park, en Londres, septiembre de 2010

 

Una «primavera eucarística»

Quiero afirmar con alegría que la Iglesia vive hoy una «primavera eucarística»: ¡Cuántas personas se detienen en silencio ante el Sagrario para entablar una conversación de amor con Jesús! Es consolador saber que no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de orar en adoración delante del Santísimo Sacramento.

Pienso, por ejemplo, en nuestra adoración eucarística en Hyde Park, en Londres. Pido para que esta «primavera eucarística» se extienda cada vez más en todas las parroquias, especialmente en Bélgica, la patria de santa Juliana.

El venerable Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, constataba que «en muchos lugares (…) la adoración del Santísimo Sacramento tiene diariamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad.

La participación fervorosa de los fieles en la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia del Señor, que cada año llena de gozo a quienes participan en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y amor eucarístico» (n. 10).

Recordando a santa Juliana de Cornillón, renovemos también nosotros la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Como nos enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica,

«Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (n. 282).

 

Queridos amigos, la fidelidad al encuentro con Cristo Eucarístico en la santa misa dominical es esencial para el camino de fe, pero también tratemos de ir con frecuencia a visitar al Señor presente en el Sagrario. Mirando en adoración la Hostia consagrada encontramos el don del amor de Dios, encontramos la pasión y la cruz de Jesús, al igual que su resurrección.

Corpus ChristiAdoración Eucarística durante la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011

Fuente de alegría

Precisamente a través de nuestro mirar en adoración, el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio, para transformarnos como transforma el pan y el vino. Los santos siempre han encontrado fuerza, consolación y alegría en el encuentro eucarístico.

Con las palabras del himno eucarístico Adoro te devote repitamos delante del Señor, presente en el Santísimo Sacramento: «Haz que crea cada vez más en ti, que en ti espere, quete ame». Gracias.

 

BENEDICTO XVI, Audiencia general, 17 de noviembre de 2010
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¿Por qué la fiesta de Corpus Christi?

 

San Justino

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta

"La grandeza de un hombre
está en saber reconocer
su propia pequeñez"
(Blas Pascal)

Aún faltan unas horas para que amanezca. Un hombre pasea por la orilla de una playa, contemplando el mar. Se llama Justino y es famoso en muchos círculos intelectuales. No tarda en descubrir a otra persona en este lugar ahora desierto: es un anciano. El intelectual se pregunta qué puede hacer aquí a estas horas, pero no dice nada. Solo lo mira, sorprendido.

 

El anciano percibe su desconcierto y se dirige a él. Le explica que espera a unos familiares que están navegando. La conversación prosigue. El intelectual opina sobre cualquier tema: cultura, política, religión. Le gusta hablar. El anciano sabe escuchar y he aquí que, cuando interviene, lo hace con gran sensatez. Tal vez, en otra ocasión, el intelectual hubiera ironizado o dado por terminado el diálogo. Sin embargo, la claridad de ideas del anciano le desarma. El intelectual no comparte algunas de esas ideas, pero reconoce que tienen mucho en común con las suyas. Al final, el anciano le desvela que es cristiano. Justino empieza a ver con simpatía la fe sencilla del anciano. Pasan las horas. Se despiden. Nunca se volverán a ver.

El intelectual no olvidará este encuentro. Meses después, comprenderá que solo aquellas palabras del anciano parecen dar razón de sus ansias de verdad. Aquel anciano era cristiano, y las ideas que estaban transformando su vida provenían de la fe cristiana. Un encuentro fortuito le había acercado a la fe, abriéndole un horizonte más amplio del que le presentaban todas sus ideas anteriores. Al poco tiempo, Justino, el gran filósofo, recibirá el bautismo y se convertirá en uno de los más grandes apologetas de la fe.

Los padres de Justino eran paganos y le habían dado una excelente educación, instruyéndole con gran esmero en filosofía, literatura e historia. Había frecuentado las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. Era un gran buscador de la verdad, y el encuentro con aquel anciano determinó su conversión y su dedicación al servicio de Dios. Tenía en aquel momento unos treinta años. Permaneció desde entonces laico y célibe, y en adelante, ataviado con las vestimentas características de los filósofos, recorrió numerosos países debatiendo con todos acerca de la fe cristiana, hasta su martirio en el año 165.

Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta. En el caso de Justino, fue con el ejemplo de los mártires y con esa conversación de madrugada con aquel anciano.

San Justino

San Justino

—Pero algunas personas echan en falta un signo externo que les asegure que Dios les llama.

Los signos externos los concede Dios algunas veces, pero normalmente pocas. A algunos personajes del Antiguo Testamento les reveló su voluntad mediante una visión o una teofanía. Moisés vio la zarza ardiendo. Un ángel purificó los labios de Isaías mientras se escuchaba la voz de Dios. Y Ezequiel contempló un torbellino de viento y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, y un resplandor, y en medio del fuego una figura en ámbar. Pero no todos podemos pedir algo así para conocer lavoluntad de Dios.

—No estaría mal, de todas formas.

Tampoco te creas que sería tan fulminante. Si no estamos bien dispuestos, aunque se nos apareciera un ángel, no estaría asegurada nuestra correspondencia. Por ejemplo, a Zacarías se le apareció un ángel que le dijo que sus peticiones habían sido escuchadas, pero Zacarías no se conformó con eso y pidió al ángel una prueba de que aquello se cumpliría: «¿Quién me podrá certificar a mí eso?». Y no debió ser muy del gusto de Dios, porque el ángel le transmitió aquella certificación en forma de castigo a su falta de fe: «Desde ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por cuanto no has creído a mis palabras, que se cumplirán a su tiempo».

Dios solo muy raramente manifiesta con signos externos sus llamadas personales. No podemos esperar de los cielos un acta notarial, un llamamiento en toda regla por parte de la divinidad. Eso sería una ingenua tendencia a lo fantástico, cuando lo habitual es que Dios nos hable a través del silencio interior, cuando hay un clima de suficiente recogimiento y facilitamos el encuentro con Él en la oración.

—Pero al final, la pregunta clave, y difícil de contestar, es: ¿tengo vocación o no?

Esa no es la pregunta más acertada. La pregunta decisiva es: ¿cuál es la vocación que yo tengo? Dios tiene un plan para todos, para cada uno. La vocación no es algo que tienen algunos, sino todos. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, a seguir a Jesucristo. Hay vocaciones que comprometen más, que son más exigentes. Y quizá las más exigentes son las que presentan un mayor atractivo para un alma joven, aunque también den un poco de miedo. No se trata de ver qué es lo mejor, o lo más difícil, sino lo que quiere Dios de mí. Para ti, lo mejor es lo que Dios quiera de ti. Y para mí, lo que quiera de mí.

Así lo explicaba Benedicto XVI, en Basílica de Santa Ana de Altötting: «Bajo la mirada de santa Ana maduró la vocación de María, la más grande de la historia de la salvación. María recibió su vocación a través del anuncio del ángel. El ángel no entra de modo visible en nuestra habitación, pero el Señor tiene también un plan para cada uno de nosotros, nos llama por nuestro nombre. Por tanto, a nosotros nos toca escuchar, percibir su llamada, ser valientes y fieles para seguirlo, de modo que, al final, nos considere siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido.»

—Entonces, ¿cuáles son los síntomas para saber si es una u otra nuestra vocación?

Hay que pedir luz a Dios, hacer oración, rogarle que nos haga ver con más claridad qué quiere de nosotros. Normalmente no lo hará por medios excepcionales, como a San Pablo camino de Damasco, sino que nos deja una cierta penumbra, quizá para no forzar nuestra libertad, para dejarnos más iniciativa personal.

—¿Y cómo se puede tener certeza de una vocación?

Certeza absoluta, completa y eterna, no siempre se tiene. Pero se puede tener una certeza muy grande, aunque esto normalmente no viene hasta un tiempo después de haber respondido que sí a lo que hemos pensado que es nuestro camino. Llega cuando ha transcurrido un tiempo, y comprobamos que ese camino llena nuestra alma, y se alcanzan entonces grados muy altos de seguridad.

Por eso, en todas las instituciones de la Iglesia hay un tiempo de prueba, en el que cada candidato confirma o descarta la vocación que al solicitar la admisión ha pensado que tenía. En ese sentido, cabría decir que la plena certeza de la vocación solo se tiene cuando se ha respondido, pues lo habitual es que ese convencimiento vaya creciendo a medida que se avanza con generosidad en el proceso vocacional. Sucede algo parecido con el matrimonio: la certeza de haber acertado no se alcanza hasta un tiempo después de iniciar el noviazgo, cuando ha pasado un tiempo desde que hemos respondido afirmativamente y se comprueba que hay una sintonía y un convencimiento grandes, y confirmamos que Dios quiere ese camino para nosotros.

—¿Y cómo ver eso que se dice de que lo más grande que puede pasarle en la vida a una persona es entregarse por completo a Dios?

Para comprenderlo así hay que enmarcar nuestra vida en un contexto amplio, en el que esté bien presente Dios. Debemos pensar en el sentido de la vida humana, en que nuestra vida está limitada en el tiempo, y en que ese tiempo en nuestra vida pasa cada vez más deprisa. La vida es estupenda, pero es tan solo un preámbulo de la vida eterna. Por eso vale la pena seguir un camino que nos lleve más directamente a la meta. Seguir a Dios vale siempre la pena. Pero, en todo caso, lo mejor para nosotros es lo que Dios haya pensando para nosotros, no lo que consideremos más alto.

Cuando vamos al encuentro de ese proyecto que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros, no hacemos un favor a Dios. Al contrario, la vocación es una muestra de la misericordia de Dios con el hombre. Nos llama a construir en nosotros la mejor vida de las posibles, la vida a la que estamos llamados, para la que mejor estamos preparados, en la que seremos más felices.

—Pero eso de entregarse por completo a Dios siempre da un poco de miedo

Puede ser miedo, o bien inseguridad, o incertidumbre. La misma fe siempre tiene algo de salto en el vacío, y por tanto, con la vocación sucede algo parecido.

San Justino

—¿Y no es perder un poco la libertad?

Cualquier acto de entrega supone perder libertad, y el amor siempre supone entrega, y lo natural es entregarse a lo que uno ama, pues de lo contrario la vida queda vacía. La mejor libertad es la que se emplea para seguir a Dios. Cuanto más grande sea el bien que se elige (y en este caso sería elegir a Dios), mayor y más noble será el empleo que hacemos de nuestra libertad.

Dejarse guiar por Dios no es perder libertad, sino emplearla del mejor modo posible. Suele ser una decisión en la que intervienen muchos elementos, a través de los cuales Dios nos habla, y que hacen que un buen día pasemos de decir que no a decir que sí. Y no siempre con un proceso predominantemente racional. O, mejor dicho, son razones que Dios pone en nuestra cabeza y también en nuestro corazón.

—Entregarse a Dios supone siempre una renuncia, y eso hace que a muchos les cueste dar ese paso, porque todos queremos pasarlo bien y disfrutar de la vida

Pasarlo bien de verdad depende de estar cerca de Dios. La vocación supone una elección personal de Dios a cada uno de nosotros. No elegimos nosotros, sino que elige Dios. Y ese designio de Dios determina el camino que cada uno debe recorrer para alcanzar el Cielo y para ser feliz en la tierra. Hacer la voluntad de Dios es la mejor garantía para pasarlo bien en la vida, tanto en la vida de la tierra como en la del Cielo.

—¿Y a la hora de pensar si Dios nos llama en una institución o en otra, importa el hecho de que sea una institución más boyante o menos?

Pienso que no. En cuestiones de santidad, de hacer la voluntad de Dios, no importa el número, sino que seamos santos y que seamos los que Dios quiera que seamos. Da igual que sea una institución a la que lleguen numerosas vocaciones y consideremos boyante o de moda, o bien una institución en momentos difíciles y que apenas tiene vocaciones.

—¿Y el hecho de tener ilusión por casarse y formar una familia es motivo para pensar que no estamos llamados al celibato?

Tener ilusión por casarse y formar una familia es una ilusión propia de toda persona normal. Si la vocación fuera sobre todo cuestión de gusto, todo el mundo tendría vocación al matrimonio, y quizá medio mundo tendría vocación a no trabajar, o a ser un fresco. Me parece que la clave no está en lo que a uno más le apetece, pues hay muchas cosas que hacemos cada día que no nos apetecen demasiado pero que, sin embargo, sabemos que debemos hacer, y las hacemos, nos producen una satisfacción, nos hacen felices y al tiempo nos hacen cumplir la voluntad de Dios.

El hechode que a alguien le diviertan mucho los niños, o sea especialmente sensible para el calor humano de la familia, indica que es una persona normal con una buena educación afectiva. Todo corazón bien formado experimenta ese deseo natural. Basta recordar que a Jesucristo le gustaban los niños, y el calor de la vida familiar, pero vivió célibe.

Fuente: Alfonso Aguiló interrogantes.net

Su fiesta se celebra el 1 de junio

Justino el filósofo

Todo aconteció aquella noche en la playa. Todavía no había amanecido. El ya entonces conocido filósofo Justino se topó durante sus cavilaciones con un enigmático anciano. Comenzaron a hablar, y al joven le sorprendieron la sencillez en las maneras del abuelo y su tranquila capacidad para escuchar. Tocaron temas muy variados; el anciano le desveló que era cristiano. Justino no pudo menos que considerar al abuelo algo ingenuo. Pero tras esa escena, tras ese inocente encuentro, una nueva chispa de inquietud nació en elinterior del ilustrado, la cual, a partir de entonces, no le dejó tranquilo…

Vida

Justino nació el año 100 en Naplusa (Palestina), ciudad romana y pagana, construida en el emplazamiento de la antigua Siquem, no lejos del pozo de Jacob, donde Jesús anunció a la Samaritana el culto nuevo. Naplusa era una ciudad reciente en la que florecían el granado y el limonero, encajada entre dos colinas a mitad de camino entre la frondosa Galilea y Jerusalén.

 

san justino

 

Los padres de Justino eran colonos acomodados; puede que fueran de esos veteranos dotados de tierras por el Imperio; esto explicaría en el filósofo su rectitud de carácter, su gusto por la exactitud histórica. No posee ni la flexibilidad ni la sutilidad dialéctica de un heleno. Vivió en contacto con judíos y samaritanos.

Su itinerario filosófico

De naturaleza noble, prendado de lo absoluto, desde joven supo gustar la filosofía, en el sentido que entonces se le daba: no una especulación, sino persecución de la sabiduría que lleva a Dios. La filosofía lo condujo, etapa tras etapa, hasta el umbral de la fe. El mismo Justino nos cuenta, en el Diálogo con el judío Trifón, el largo itinerario de su búsqueda, sin que nos sea posible distinguir entre el artificio literario y la autobiografía.

En Naplusa siguió primero las clases de un estoico y después las de un discípulo de Aristóteles, al que abandonó pronto para acudir a un platónico. En su ingenuidad, esperaba que la filosofía de Platón le permitiría «ver inmediatamente a Dios».

Retirado a la soledad, meditaba sobre la visión de Dios, sin que su inquietud se sosegase, cuando tuvo lugar el encuentro nocturno con aquel anciano en la playa. Éste le mostró que el alma humana no podía alcanzar a Dios por sus propios medios; el cristianismo era la única verdadera filosofía, que lleva a su cumplimiento todas las verdades parciales: «Platón prepara para el cristianismo».

La Iglesia acogió a Justino y, con él, a Platón. Cuando se hizo cristiano en el año 130, el filósofo, lejos de abandonar la filosofía, afirma haber encontrado en el cristianismo la única filosofía segura que colma todos sus deseos. Siempre lleva puesto el manto de los filósofos. Para él es un título de nobleza.

Cristiano y filósofo

Justino sabía ver la parte de verdad contenida en todos los sistemas. Le gustaba decir que los filósofos eran cristia­nos sin saberlo. Y justifica esta afirmación con un argumento tomado de la apologética judía, que pretendía que los pensadores debían lo mejor de sus doctrinas a los libros de Moisés. Para él, el Verbo de Dios ilumina a todos los hombres, lo cual explica las partes de verdad que se encuentran en los filósofos.

Los cristianos no tienen nada que envidiarles, porque poseen al Verbo mismo de Dios, que no solamente guía la historia de Israel, sino toda búsqueda sincera de Dios. Esta generosa visión de la historia encierra una intuición de genio que, después de Ireneo de Lyon, será recogida desde san Agustín a san Buenaventura, y más recientemente por Maurice Blondel. Está particularmente cercana a nuestra problemática de hoy día.

Justino no se preocupa más que de la doctrina y de la autenticidad del testimonio. Los argumentos que desarrolla tienen una historia: la suya propia. El ha conocido personalmente las tentaciones contra las que nos pone en guardia. El testimonio de la obra de Justino conserva todo su valor para aquel que se decide a seguirlo.

Nadie ha creído en Sócrates hasta morir por lo que éste enseñaba. Pero, por Cristo, artesanos y hasta ignorantes han despreciado el miedo a la muerte». Estas nobles palabras las dirige Justino al Senado de Roma. También a él le toca aceptar la muerte por la fe que había recibido y transmitido. En el momento de su martirio, el filósofo cristiano no está solo, sino rodeado de sus discípulos. Las actas nos citan seis de ellos. Esta presencia, esta fidelidad hasta en la muerte, eran el homenaje más emocionante que se pueda ofrecer a un maestro de sabiduría.

 

san justino

 

Un pensador de nuestros días

En este hombre de hace dieciocho siglos percibimos el eco de nuestras inquietudes, de nuestras objeciones y de nuestras certezas. Es un contemporáneo nuestropor su apertura de alma, por su voluntad de diálogo, por su capacidad de comprensión.

Justino, un laico, un intelectual, ilustra el diálogo que comienza entre la fe y la filosofía, entre cristianos y judíos, entre Oriente, donde él había nacido, y Occidente, donde abre una escuela: en Roma al cabo de numerosas etapas. Su vida fue una larga búsqueda de la verdad. Para este filósofo, el cristianismo no es una doctrina, ni siquiera un sistema, si no una persona: el Verbo encarnado y crucificado en Jesús, que le desvela el misterio de Dios.

Había viajado, interrogado, sufrido, con el fin de encontrar lo verdadero. Sin duda por esta razón nosotros descubrimos detrás de lo que él descubre un desprendimiento, incluso una desnudez que es lo que avala a su testimonio. Este filósofo del año 150 está más cercano a nosotros que muchos de los pensadores modernos. Muere el año 165.

Fuente: Hamman, Adalbert G. La vida cotidiana de los primeros cristianos

by www.primeroscristianos.com

 

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Martirio de San Justino y de sus compañeros (año 165 d.C.)

 

 

Ver en Wikipedia

 

Juan Pablo II:  "María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)

Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.

 

Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.

Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan.

Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.

 

 


Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001

Juan Pablo II: "Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo"

 

Visitación de la Virgen María a Santa Isabel

 

Resuenan en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas: "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo.

En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.

Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, juntocon los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobrela humanidad el don de Dios: como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico.

Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico.

A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros. (2)

 

 


 

El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador

Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

 

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "¡Ya reina tu Dios!" (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

(L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)

 

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LA VISITACIÓN 

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