¿Sabes quién era Santa Mónica?

Su Fiesta se celebra el 27 de agosto

Mónica, la madre de San Agustín, nació en Tagaste (África del Norte) a unos 100 km de la ciudad de Cartago en el año 331, de familia cristiana. Es un modelo acabado de esposa y madre cristiana. Sus virtudes ejemplares, su sufrimiento y su oración, consiguieron primero la conversión de su marido, y después la de sus hijos, en particular de san Agustín, que nos ha dejado en sus Confesiones el mejor elogio de su madre. Santa Mónica murió en Ostia, junto a Roma, el año 387, muy poco después de la conversión de san Agustín.

Mónica de Tagaste, la madre de Agustín de Hipona, forma parte de un grupo de mujeres del siglo IV, con quienes la Iglesia universal estará siempre en deuda. Ellas influyeron de forma decisiva en algunos de los personajes más importantes de este tiempo. Por ejemplo, en Capadocia, región de la actual Turquía, san Basilio el Grande llama a su abuela, Macrina la Vieja, nodriza espiritual. Y santa Macrina la Joven fue para su hermano menor, san Gregorio de Nisa, una verdadera directora espiritual.

Cerca de esta gran familia resplandeció otra, iluminada por la virtud de una nueva mujer, santa Nonna, que consiguió construir con los suyos un verdadero hogar de santidad. Convirtió a su marido, san Gregorio, y dio a la Iglesia tres hijos, inscritos también ellos en el santoral. El mayor de ellos es san Gregorio Nacianceno.

Y en Antioquía de Siria también fue otra mujer quien guió en su educación al gran san Juan Crisóstomo, su madre Antusa, viuda desde muy joven.

Como todas estas santas mujeres, Mónica fue la artífice de la vida cristiana de su casa. Ella plantó y regó para que Dios hiciera crecer a una de las figuras más excelsas y prolíficas de la Iglesia universal y de la cultura humana, san Agustín.

santa monica

Primeros años

Ante todo, es de notar que todo cuanto sabemos de santa Mónica noslo ha transmitido san Agustín en las Confesiones, en los Diálogos y en algunos otros lugares de sus escritos.

1. La familia

Mónica nace en Tagaste, en la actual Argelia, el año 331, ya que murió el 387 a la edad de 56 años.

Las noticias que tenemos de su familia son muy escasas. Sólo sabemos que tuvo otras hermanas; del resto no conocemos ni el número de los miembros que la componían, ni el nombre de ninguno de ellos.

Lo que sí podemos afirmar es que su familia era de clase media; no la llamaríamos rica, pero tenía criados y algunas posesiones. En aquella época el tener servidumbre no era un privilegio de la clase opulenta; la encontramos también, muy comúnmente, entre los más o menos acomodados.

El ambiente religioso familiar en el que nace y se cría Mónica era de recias convicciones cristianas. Agustín nos lo presenta con estas escuetas palabras: Nació en una casa creyente, miembro sano de tu Iglesia. En su boca estas palabras tienen un significado especial. Con ellas indica que la familia de su madre hacía tiempo que dejó el paganismo (creyente), y que se había mantenido alejada del cisma donatista (miembro sano). Aunque más tarde descubrirá que la ciudad de Tagaste había pertenecido al partido de Donato en los primeros momentos del cisma.

El llamado partido de Donato o donatismo apareció en África hacia el año 305 como reacción ante las defecciones habidas durante la última gran persecución (años 303-305). Pretendía que la Iglesia sólo estuviera formada de santos, y que los pecadores no tuviesen cabida en ella.

Era como el fariseo de la parábola (cf. Lc 18, 9-14), que comienza presentando a un Dios juez, continúa por poner en duda su misericordia y, en el fondo, termina por negar el poder del mismo Dios para perdonar.

Las consecuencias fueron desastrosas para la cristiandad africana por la división y la persecución sangrienta que desató la secta contra los católicos. Al final, en el año 411 se consiguió la reunificación, tarea en la que tuvo un puesto principal san Agustín.

 

2. Educación

Durante su infancia y adolescencia Mónica fue confiada a una anciana criada, que de joven había sido aya de su padre; ahora se le encomendaba la educación de las pequeñas de la casa. Aquella mujer supo guiar sus primeros años con severidad pero con tacto; Agustín nos la presenta diciendo que era enérgica al castigar cuando era necesario, y muy prudente en la formación.

Como botón de muestra narra a continuación uno de los ejercicios que la anciana sirvienta exigía a Mónica y a sus hermanas: fuera de las comidas no les permitía beber nada: Ahora -decía- os contentáis con beber agua, porque no tenéis vino al alcance de la mano; pero una vez que os caséis y seáis amas de llaves de bodegas y despensas, le haréis ascos al agua, pero prevalecerá la costumbre de beber.

Aquel ejercicio era duro, pero sabio. Mónica no tuvo que esperar a casarse para experimentarlo. Al poco tiempo, sus padres le encomendaron la tarea de preparar todos los días el vino para la comida; y al ir a la bodega para sacarlo de la cuba, empezó a beber: primero, por curiosidad, mojando apenas los labios, para terminar tomandose muy a gusto un vaso casi entero.

Quien le hizo abrir los ojos a aquel vicio en ciernes fue otra criada, la que diariamente la acompañaba y encubría con malicia su acción. Un día que riñeron, la sirvienta se desquitó llamándola borrachina, y -dice san Agustín-: fue para ella como una bofetada. Comprendió el peligro de esa costumbre y al instante la deploró y la erradicó de su conducta.

Esta reacción drástica descubre el carácter decidido de Mónica. Su amor propio no le deja amedrentarse, ni su nobleza de espíritu le permite refugiarse en mecanismos de defensa con los que excusarse y seguir por el camino facilón. Siempre la veremos pronta a afrontar las situaciones más dispares y a responder de forma sobria y definitiva; será mujer de una sola palabra.

En cuanto a la formación intelectual, Mónica no pasó del grado primario. En Roma capital las mujeres podían acceder con facilidad a la cultura; sin embargo, en las provincias no tenían esta suerte. Aquí estaban destinadas al matrimonio y al trabajo del hogar. Mónica se dedicará a estas tareas con toda el alma, llegando a ser una auténtica maestra de la vida matrimonial y familiar.

 

Una esposa cristiana

Cuando llegó a la edad del matrimonio, fue entregada a un hombre al que sirvió como a señor.

Mónica se casó con un pagano de Tagaste, Patricio. Desconocemos la edad exacta que tenía en ese momento; pero sería una muchacha joven, de unos 20 años. Tampoco nos han llegado noticias de su noviazgo, aunque en esto tendría bastante que ver el paterfamilias (el cabeza de familia), como era lo acostumbrado en aquel tiempo; éste trataba con el novio o con la familia del novio las condiciones para la boda.

Las uniones mixtas entre paganos y cristianos no eran nada raras. La Iglesia nunca las había prohibido, aunque recelaba de ellas por los peligros que suponían para la fe.

La experiencia, sin embargo, también enseñaba que, si por influjo del cónyuge pagano había deserciones de la Iglesia, se daban, igualmente, muchos casos en que el hogar se convertía en un fecundo terreno de misión. El matrimonio de Mónica y Patricio va a ser uno de los grandes ejemplos de esto último.

Desde este momento Mónica se dedicó a dirigir su casa. Ella, como toda mujer romana, tenía la misión de cuidar de todo lo de ella: hacer las compras necesarias, preocuparse de la buena marcha de todas las actividades, vigilar a los criados y, sobre todo, hilar con huso y rueca, sus instrumentos de trabajo más representativos; en fin, tenía la responsabilidad de la vida interna de su hogar.

 Su casa, un lugar de paz

La nueva casa de Mónica era bastante distinta de la paterna. Aquí no encontró la atmósfera cristiana respirada hasta entonces; y, además, se topó con una suegra un tanto suspicaz y unas criadas chismosas. San Agustín dice que: Al principio, su suegra se irritaba contra ella por los chismes de las malas criadas.

Pero Mónica no se arredró. Sabía que era su casa y su vida, así que con toda paciencia puso en juego el arma más eficaz, la caridad, respondiendo al mal con el bien (cf. Rm 12, 21).

La suegra pronto se convenció de lo infundadas que eran las habladurías de las criadas, y reaccionó con dureza: le pidió a su hijo que les diera un escarmiento. Patricio; las azotó, y desde ese momento las dos vivieron en perfecta armonía.

Esta grandeza de alma, que muestra aquí Mónica, es el fundamento para construir la casa de paz que fue su hogar. Su hijo Agustín habla con admiración en las Confesiones de esta virtud de su madre, sobre todo porque era bastante rara entre los africanos; y llegará, incluso, a desatar una verdadera campaña pastoral contra el espíritu de rencor y venganza que con tanta facilidad afloraba en la vida de sus fieles.

La casa de Mónica fue también un lugar de paz para cuantos la frecuentaban. Con las amigas mantuvo siempre un clima de confianza sincera; para ellas fue el paño de lágrimasen que todas se desahogaban, y la mano amiga en la que encontraban el apoyo del consejo y el ejemplo.

Tenían éstas el vicio ancestral del comadreo. Mónica, por el contrario, era sumamente delicada: en tales comentarios nunca entraba, no les daba pábulo ni los aireaba cuando los escuchaba de las demás. Lo que hacía con su conversación era, más bien, esforzarse por reconciliarlas, poniendo de manifiesto lo bueno de cada una: Mi madre -dice san Agustín- no contaba de la otra nada que no sirviera para reconciliar a ambas.

Así es como vivió esa huella de Dios que es el espíritu pacificador de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 9): Tú, Señor, le habías regalado también este hermoso don: siempre que le era posible, se las ingeniaba para poner enjuego sus dotes pacificadoras entre cualquier tipo de personas que estuviesen en discordia.

Este hermoso don, regalo de lo alto, Mónica lo fue adquiriendo con la escucha atenta del Maestro interior: se lo habías enseñado tú, íntimo maestro suyo, en la escuela de su corazón. Porque Dios, cuando es acogido en esa intimidad del alma, comunica la ciencia de la vida y regala los dones más preciosos.

Una madre cristiana

Crió a sus hijos, pariéndoles tantas veces cuantas les veía apartarse de ti.

En su misión de esposa cristiana Mónica destaca como pocas mujeres. Pero donde realmente su figura aparece eminente es en el capítulo de madre, de madre cristiana.

Patricio y ella tuvieron, no sabemos en qué orden, tres hijos: Navigio, una hija cuyo nombre desconocemos y Agustín.
Su educación, como en toda familia romana, corrió a cargo de la madre. Agustín apenas da noticias sobre la relación de Mónica con los otros hijos. Sólo nos ha transmitido el testimonio citado: Crió a sus hijos, pariéndoles tantas veces cuantas les veía apartarse de ti. Es un testimonio que, aunque poco concreto, nos deja entrever la total dedicación a sus hijos, y resume lo que hizo en particular con san Agustín. Esto último es lo que la ha hecho famosa, y lo único que podemos recordar.

Mónica, catequista de Agustín

Nada más nacer Agustín, su madre tomó sobre sí la tarea de darle una educación lo más esmerada posible. Esto la convirtió en la gran catequista de su infancia, y le exigió numerosos sacrificios y renuncias por la formación intelectual de su hijo.

Lo primero que hizo con él fue llevarlo a la iglesia e inscribirlo en el catecumenado; y luego lo instruyó haciéndole mamar, junto con la leche, el nombre de Jesucristo: Señor, este nombre de mi Salvador, de tu Hijo, lo había mamado piadosamente mi tierno corazón con la leche de mi madre, lo había mamado por tu misericordia y lo tenía profundamente grabado.

Esta catequesis fue rica y eficaz. Su padre, pagano entonces, no pudo separarlo de la fe que Mónica le transmitía. Después, en el tiempo que vivió alejado de la Iglesia, Agustín buscará por todas partes ese nombre aprendido de pequeño, de tal forma que confesará: cuanto estaba escrito sin este nombre, por muy verídico, elegante y erudito que fuese, no me atraía del todo.

A nosotros nos puede parecer extraño que no bautizase a su hijo inmediatamente. La práctica común de aquel tiempo era retrasar el bautismo hasta que se pudiese responder de la propia fe y vida con plena consciencia. Con todo, Agustín estuvo a punto de recibirlo a los seis años, porque cayó gravemente enfermo y lo pidió con insistencia. Su madre hizo todos los preparativos para un bautismo in extremis; pero, al mejorar de repente, se volvió al cauce normal.

Mónica, muy sagaz ella en las cosas de la vida, conocía lo mudable que es el corazón del hombre, y lo ingenuos que son los fervores infantiles. No tuvo que esperar mucho para sufrir el primer sobresalto. Cuando Patricio le habló orgulloso de la virilidad del hijo, que contaba ya quince años, ella -nos cuenta san Agustín- muy preocupada me aconsejó en privado que no fornicase, y, sobretodo, que no adulterase.

Se barruntaba la lucha larga y difícil de su hijo con la continencia. Ahora bien, no echó mano de métodos represivos, pues sabía que, de hacerlo, el ambiente le ganaría la partida. Además, lo importante para ella era que Agustín abrazase la fe con la madurez requerida para vivir todas sus exigencias.

En aquel tiempo el sacramento de la penitencia sólo se podía recibir una sola vez después del bautismo; esto exigía, por tanto, una preparación responsable para entrar en este camino.

Por otra parte, ella y Patricio tenían cifradas sus esperanzas en la carrera del hijo, y no escatimaron sacrificios para que la culminara con todos los honores. Personalmente, Mónica, a diferencia de su esposo, tenía la seguridad de quelos estudios le acercarían al conocimiento de Dios.

Este fue otro motivo para no truncárselos con un matrimonio prematuro, que, en cambio, le habría ayudado a ser casto. En esto fue clarividente, como se demostró más tarde. Y, una vez muerto Patricio, redobló sus esfuerzos para que Agustín pudiese concluir los estudios superiores en la capital, Cartago, a pesar de la difícil situación económica en que quedaron.

La relación con su esposo

La relación con Patricio fue difícil, pero ejemplar. Mónica vivió en una sociedad típicamente machista. En el mundo romano las mujeres habían alcanzado el reconocimiento de un cierto respeto y dignidad, pero no eran nada infrecuentes los abusos y malos tratos por parte de los maridos.

A ella le tocó en suerte un hombre violento. Patricio tenía un carácter muy voluble; era sumamente cariñoso, pero igualmente colérico -dice su hijo-. Por esto tuvo que ejercitar con él una paciencia y una prudencia heroicas: Había aprendido a no oponerse a su marido en los momentos de ira con los hechos, y ni siquiera con la menor palabra. Aprovechaba el momento oportuno, cuando lo veía ya tranquilo y sosegado, y le explicaba lo que había hecho, si por casualidad se había enfadado más de lo justo.

Sostener este pulso todos los días sólo puede hacerlo quien haya asumido su vida como una misión apostólica y esté sostenido por los dones del Espíritu. A primera vista parecería que fue esclava de las veleidades de su esposo; pero, en realidad, su matrimonio prueba lo que ya había dicho san Pablo, que la fuerza se manifiesta en la debilidad (cf. 2 Co 12, 9).

De esta fuerza bien se podía gloriar Mónica. Pues a pesar del carácter violento de Patricio, jamás sufrió la menor agresión física de su parte. Las amigas no salían de su asombro. Sus maridos eran más pacíficos que él y, sin embargo, las maltrataban a menudo; así lo demostraban con frecuencia las marcas de los golpes, que no siempre podían ocultar.

Entonces ella, con la suavidad de la broma, les advertía seriamente sobre los malos resultados de la soberbia. Había que transigir para implantar la paz en casa, ayudar a los maridos a reconocer la verdad de las cosas y, así, vivir un cariño cada vez más profundo. Muchas de ellas la tomaron como maestra y consejera; los resultados no tardaron en experimentarlos. El secreto de Mónica estaba en haber hecho del servicio el lema de su vida y la ocupación de cada momento.

Pero habría sido una victoria pírrica si sólo hubiera conseguido de su esposo este fruto. Demasiado cara sería la sujeción de toda una vida por evitar únicamente alguna paliza. El objetivo real de Mónica era mucho más ambicioso. Ella lo que quería era la conversión de Patricio.

Sus virtudes jugaron en ello un papel fundamental; la hacían agradable a los ojos de su marido, el cual, poco a poco, las fue valorando: Se esforzó en ganarle para ti, hablándole de ti con el lenguaje de las buenas costumbres. Con ellas la ibas embelleciendo y haciéndola respetuosamente amable y admirable a los ojos del marido.

Y en esta empresa misionera no sólo tuvo que soportar el mal genio del marido; también hubo de pasar por alto una injuria más dolorosa, la infidelidad: De tal modo toleró los ultrajes a la fidelidad conyugal, que jamás tuvo con él sobre este punto la menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo en ti, se haría casto.

Aquí demuestra Mónica un fino sentido teológico. En un ambiente en que el adulterio era casi una forma social, sería perder el tiempo exigir la castidad conyugal si ésta no estaba sostenida y alimentada por una fe auténtica.

Seguramente pensará en esto san Agustín cuando, más tarde, desenvaine contra los adúlteros todas sus armas retóricas y teológicas, reclamando en este campo de la fidelidad mayores obligaciones al hombre que a la mujer. Esta intuición de Mónica sobre la dinámica de la vidacristiana se manifestará en más de una ocasión.

Es la riqueza y solidez de su fe lo que le permite soportar estas humillaciones por el bien del marido.

Este esfuerzo tampoco fue en vano. Patricio empezó a prepararse para el bautismo cuando Agustín contaba 15 ó 16 años; y bautizado murió el año 371, cuando su hijo tenía 17. Ella había triunfado de la única forma posible, con el verdadero amor. Él terminó rendido a sus pies, amándola, admirándola y aceptando su fe. Ella tenía entonces 40 años.

Esta vida ejemplar continuó después de la muerte de Patricio. Ahora la viuda Mónica dedicará su atención y esfuerzo a sus hijos y a su Dios. Se convierte así en seguidora de la enseñanza de san Pablo, como destaca su hijo al referirse a la viudez de su madre: Había sido mujer de un solo hombre, había rendido a sus padres los debidos respetos, había gobernado su casa piadosamente y contaba con el testimonio de las buenas obras.

Es lo que el Apóstol exigía en su primera carta a Timoteo (5, 4.9-10), para formar parte del grupo de las viudas. Con todo esto Mónica rubrica su entrega a Dios.

El calvario de una madre cristiana

El verdadero calvario de Mónica comenzó, sin embargo, al terminar Agustín sus estudios y volver de Cartago a su pueblo, Tagaste. Se encontró con que su hijo, al que había inculcado con tanto amor el nombre de Jesucristo, volvía maniqueo, se había hecho miembro de una secta que combatía el cristianismo.

Por este motivo lo lloró más que si lo hubiese recibido muerto: Mi madre, fiel sierva tuya, me lloraba ante ti mucho más de lo que las demás madres lloran la muerte corporal de sus hijos, porque con la fe y el espíritu que había recibido de ti veía mi muerte. Se negó en redondo a admitirlo en casa.

Pero pronto cambió de actitud. No lo hizo porque la ternura maternal le hiciese claudicar de sus convicciones; lo que la empujó a abrirle sus puertas fue un sueño que tuvo y le dio la certeza de su conversión. Agustín sabía muy bien que las decisiones de su madre eran inquebrantables, como fundadas en la oración y en lo que de ella recibía.

Por eso, cuando relata este episodio, comenta admirado: Tú la escuchaste. Porque si no, ¿cómo explicar aquel sueño con que la consolaste hasta el punto de readmitirme a vivir y compartir su mesa y hogar, cosa que en principio me había negado, horrorizada ante las blasfemias de mi error?

El sueño en cuestión fue el siguiente. Se vio, desconsolada por la situación de su hijo, sobre una regla de madera, símbolo de la fe cristiana. La acompañaba un joven resplandeciente. Éste, al saber el porqué de su dolor, le hizo ver cómo donde estaba ella se encontraba también Agustín. Lo vio compartiendo la misma fe que ella tenía y esto lo tomó como una premonición de lo alto que le serenó el espíritu.

Cuando le contó el sueño a su hijo, éste, un poco en son de chanza, intentó enredarla interpretándolo a su favor. Pero ella, con el ingenio que la caracterizaba, le respondió, refiriéndose a las palabras del joven: No me dijo: “donde él está, allí estás tú”; sino: “donde tú estás, allí está él”.

Desde este momento Mónica no parará hasta ver a su hijo convertido. Fueron años de muchas lágrimas y de intensa oración. Y, aunque aquel sueño le había devuelto la esperanza, ella no perdía la menor ocasión para conseguir el cambio de su hijo; de modo particular recurría a todos los que pensaba podrían sacarle de sus errores.

Entre éstos se topó con un obispo, a quien asediaba sin descanso para que hablase con él. El buen clérigo no le daba gran importancia al asunto; también él había sido discípulo de los maniqueos, y de forma natural y espontánea los había abandonado. Pero tanto le importunó Mónica, que, ya cansado, la despidió: Anda, vete y que vivas muchos años. Es imposible que se pierda el hijo de esas lágrimas. Ella tomó esta exclamación como un anuncio divino.

Con todo, Mónica quería estar siempre al lado de Agustín. Este marchó pronto a enseñar a Cartago, y allí lo siguió ella. Aquí, en la capital del África, fue donde sufrió la experiencia más dolorosa de su vida. Debido a las incomodidades que encontraba en su trabajo, Agustín había decidido marcharse a Roma.

Mónica quería acompañarlo a toda costa, pero él hacía lo imposible por dejarla en su tierra. Al final Agustín recurrió al engaño: le dijo que iba al puerto a despedir a un amigo y a pasar con él un rato antes de zarpar. Ella no se fiaba del todo, pero accedió a esperarle allí cerca, en la capilla de san Cipriano, el gran obispo africano.

En aquel lugar pasó la noche rezando y llorando. Al amanecer y descubrir que el barco había salido, se quedó desconsolada. Lo llamó de todo, desde mentiroso a mal hijo. Pero no dejó de rezar intensamente por él.

Si Agustín creía que unas cuantas millas podían vencer la tenacidad de su madre, estaba muy equivocado. Al cabo de un año, o poco más, Mónica se embarcó para Italia. Es difícil imaginarse el atrevimiento que un viaje así suponía en aquel tiempo: una mujer sola, de unos 55 años, que nunca ha salido de su tierra, se aventura a cruzar el mar en un barquichuelo de aquellos, a merced de los elementos y de los no infrecuentes piratas.

De hecho, dificultades no faltaron: cuenta Agustín que el viaje estuvo salpicado de tempestades, y que su madre no se amilanó; al contrario, era precisamente ella quien daba ánimo a los marineros. Como en otras ocasiones, había recibido en la oración la seguridad de que llegarían a buen puerto.

 

La conversión de Agustín

Encontró a Agustín en Milán. Ya había abandonado la secta maniquea. Con todo, ella no echó las campanas al vuelo, porque esperaba la plenitud de su conversión Lo que sí hizo fue intensificar, una vez más, la oración por su hijo. Y, desde luego, poner manos a la obra.

Pensó que Agustín sentaría cabeza si se casaba. Porque, es de saber que, desde sus tiempos de estudiante en Cartago, él vivía con una mujer, con la que tenía un niño. Esta unión no podía formalizarse en matrimonio, por ser ella de condición social más baja -así eran las normas y la mentalidad del tiempo-.

Por este motivo, Mónica se afanó en buscarle un buen partido, y le instó a despedir a la compañera. Él así lo hizo, y los dos se separaron con profundo dolor. La novia elegida contaba sólo diez años, y por ello debían esperar dos más para que la ley permitiera la boda.

Mónica se quedó satisfecha creyendo tenerlo todo bien atado. Por una vez no contaba con los proyectos sorprendentes de Dios, que colocan a Agustín en el camino de su crisis definitiva. En ese momento su hijo decide no sólo bautizarse, sino incluso abandonar los planes de matrimonio y hacerse monje.

No por eso Mónica se sintió desconcertada; al contrario, reaccionó con una explosión de júbilo: saltaba de gozo, cantaba victoria y te bendecía… porque, respecto a mí, le habías concedido mucho más de lo que no dejaba de pedirte con gemidos lastimeros y llorosos… Ya me tenía en aquella regla de fe sobre la que hacía tanto tiempo me habías mostrado a ella.

Mónica, que había esperado con tanta constancia, al final es recompensada. Ha alcanzado lo que se había propuesto. Es el año 386.

Una maestra cristiana

Con nosotros también se hallaba mi madre. Yo ya había observado con mucha atención su ingenio y entusiasmo por las cosas divinas. Empero, en una conversación que tuvimos… se me descubrió tanto su espíritu, que nadie me parecía más apto que ella para el cultivo de la sana filosofía.

Dios le concedió a nuestra santa un año más de vida; casi doce meses de saboreo del fruto cultivado con tantos trabajos y regado con tantas lágrimas. En este tiempo tenía que cuidar y acompañar al grupo que, con su hijo, estaba dando los primeros pasos en la vida cristiana. Con ellos fue a Casiciaco, finca de un amigo de Agustín, que se encontraba en la provincia de Milán.

Se retiraron a ese lugar para prepararse al bautismo. Ella se encargaba de llevar la casa, estaba pendiente de cada uno como una madre y a todos los atendía como si fuese su sierva. Allí hizo patente su inteligencia intuitiva, desarrollada en las cosas de Dios.

Filósofa; cristiana

La conversación a la que alude san Agustín en el texto que introduce este capítulo, se encuentra en su obra Sobre la vida feliz. En ella participa Mónica más de lo que podíamos imaginar, con puntualizaciones atinadísimas. Por ejemplo, pregunta Agustín a los amigos si la ciencia es el alimento del alma. Inmediatamente salta su madre: Desde luego que sí; ¿de qué otra cosa se va a alimentar el alma si no es del conocimiento y ciencia de las cosas?.

Poco después surge otra cuestión: si será o no feliz el que posea todo cuanto quiera. Vuelve ella a intervenir sentenciando: Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aunque los alcance, será un desgraciado. Su hijo; quedó estupefacto ante esta respuesta; para aprenderla, él había necesitado estudiar a Cicerón.

No pudo menos de felicitarla con el mayor de los elogios: Madre, has conquistado el mismísimo castillo de la filosofía. Para, a renglón seguido, comentar: Creíamos hallarnos sentados junto a un insigne varón; yo me preguntaba en qué divina fuente abrevaba mi madre aquellas verdades.

Sigue la tertulia, y Mónica tiene otras intervenciones afortunadas, que todos aplauden. Hace, en primer lugar, una aplicación concreta de su explicación del hombre feliz. Comenta después cómo, a su juicio, son unos insensatos los pensadores que no creen posible conocer la verdad. En fin, intenta, incluso, definir lo que es la felicidad.

Recuerda un verso del obispo Ambrosio, que decía: ¡Oh Trinidad! Protege a quienes te invocan. Y explica que, para ella, la felicidad consiste en tener a Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad: Esta es, sin duda, la vida feliz, porque es la vida perfecta, y a ella, según creemos, podemos ser guiados pronto en alas de una fe firme, una gozosa esperanza y una ardiente caridad.

Después de oír todas estas enseñanzas, Agustín, rendido ante tal sabiduría, se declara discípulo ferviente de su madre. Solemnemente, le confiere el título de “filósofa”, título que ella no acepta, por lo que su hijo debe explicar: “filosofía” significa “amor a la sabiduría”; auténtico filósofo es el que ama la sabiduría: tú la amas mucho más que me amas a mí, y en su amor has progresado tanto que ya no te conmueven las desgracias ni tienes miedo a la muerte. Ahí está, como todos reconocen, la ciudadela más alta de la filosofía.

 

 

El camino de la santidad

1. La liturgia

La divina fuente por la que Agustín se preguntaba estaba en la participación diaria de la liturgia. En ella abrevaba su madre; allí escuchaba la Sagrada Escritura, a la que después respondía en su vida.

A diario tomaba parte en la Eucaristía. Además, todos los días iba a la iglesia otras dos veces, para la oración de la mañana y la de la tarde sin faltar jamás, no para entretenerse en vanas conversaciones y chismorreosde viejas, sino para escuchar tus palabras y hacerte ella oír sus oraciones. No pedía oro, ni plata, ni otros bienes. Ella rezaba siempre por la conversión de su hijo; su vida era una intercesión ininterrumpida.

Este camino fue el que a Mónica le hizo ascender poco a poco hacia Dios. No nació santa; ni lo era a los 38 años, como reconoce Agustín: había comenzado ya a huir del centro de Babilonia, pero en lo demás progresaba de forma muy lenta. Le faltaba todavía alcanzar la purificación de las pequeñas cosas, hacer de Dios el único objeto del alma.

2. La oración

El diálogo con Dios llegó a serle connatural. Por eso no deben extrañarnos sus visiones: la de la regla, o la que le dio seguridad en la tormenta durante su viaje aItalia. Estos fenómenos ella los vivía como lo más normal, pero con plena lucidez, sin dejarse llevar por sus sueños e ilusiones.

Agustín lo comprobó cuando le preparaba el matrimonio. Animada por él, Mónica no dejaba de pedir a Dios una visión sobre el futuro de su hijo en ese estado; sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta de lo alto. Sí que hizo castillos en el aire, fruto de sus cavilaciones; pero, para ella, la diferencia era clara: Decía que la diferencia entre tus revelaciones y los sueños de su alma, era capaz de distinguirla por una especie de saborcillo o deje que no podía explicar con palabras.

La eficacia de la oración es otro elemento que descubre Agustín a través de su madre. La constancia de Mónica y la fe con que oraba fueron para su hijo una escuela viva de espiritualidad. De forma detallada Agustín reconoce el influjo de la oración en su conversión. Lo hace cuando narra esos acontecimientos en las Confesiones y en sus primeros escritos, los Diálogos.

Pero, donde cobra un relieve muy significativo, es en uno de sus últimos libros, cuando él ya era anciano. En El don de la perseverancia, obra de alta teología, usa el ejemplo de las oraciones de su madre por su salvación como prueba clara de su doctrina sobre la gracia: ¿No recordáis que al narrar mi conversión manifesté bien claramente que lo que evitó mi perdición fueron las ardientes súplicas y cotidianas lágrimas de mi buena madre?

Por lo demás, para Mónica la oración era algo sagrado, que pedía respeto, seriedad y devoción. A este propósito, no deja de ser simpática aquella escena de Casiciaco. Uno del grupo, de nombre Licencio, tuvo un día la ocurrencia de ponerse a cantar un salmo mientras hacía sus necesidades corporales. Con ello se ganó una buena reprimenda de Mónica, que lo consideraba indecoroso. Él, joven y un poco fresco, le respondió algo burlón: Entonces, ¿qué? Si un enemigo me encierra en el baño, ¿ya no escuchará Dios mi voz?

3. El ayuno

Esta vida de oración, Mónica la acompañaba con el ayuno. Ayunaba como pide el evangelio: sin nadie darse cuenta cf. Mt 6, 16-18). Su método consistía en hacer lo que la Iglesia pedía y como lo pedía; con una obediencia plenamente filial.

Por ejemplo, en Milán encontró una tradición distinta a la suya: en África ayunaban los sábados, mientras que en Milán no. Su reacción fue sencilla. Por medio de Agustín, le preguntó al obispo Ambrosio cómo actuar. La respuesta fue que se acomodara a la práctica de cada lugar. Ella, sin más, aceptó el uso milanés.

Lo mismo sucedió con otra vieja costumbre africana: la de ofrecer alimentos en las tumbas de los mártires, y comerlos allí. Nada más enterarse de que Ambrosio lo tenía prohibido, lo acató con tal devoción y obediencia, que yo mismo me admiré -escribe su hijo- al ver la facilidad con que condenaba su propio uso, en lugar de criticar aquella disposición.

El amor y obediencia que profesaba a la Iglesia aparecen iluminados en el cariño con que trataba a sus ministros, y en las atenciones que tenía con los monjes. Pero por encima de todos, por el que nutrió una especial devoción fue por san Ambrosio, a quien consideraba artífice de la salvación de su hijo. Así que, cuando el Obispo de Milán se encerró en una de sus iglesias para impedir que fuese entregada a los arrianos, allí estuvo ella, en primera fila, con su celo encendido y alimentándose de la oración.

Todo esto Ambrosio lo apreció y correspondió como se merecía: El la amaba al ver su vida de piedad… Siempre que Ambrosio me veía -recuerda Agustín-, prorrumpía en alabanzas suyas, felicitándome por tener una madre como ella. Y esa era la opinión común: Todos cuantos la conocían te alababan, honraban y amaban mucho en ella; advertían tu presencia en su corazón por los frutos de su vida santa.

4. La limosna

Como era de suponer, tampoco podía faltar la limosna en la vida espiritual de Mónica. La acabamos de ver renunciando a las comidas en las tumbas de los mártires. Pues bien, lo que así ahorraba lo entregaba a los pobres: En lugar del canastillo, lleno de frutos terrenos, aprendió a llevar a los sepulcros de los mártires el pecho lleno de buenos deseos, y a dar a los pobres lo que podía. No es que hasta este momento no repartiese limosnas; las daba, y con frecuencia. En Milán lo que hace es incrementarlas.

Su vida fue, por tanto, una continua cuaresma en oración, ayunos y limosnas; una cuaresma que la purificó para un encuentro pleno con Cristo resucitado.

 

Últimos momentos

Mónica vivió llena de júbilo la vigilia pascual del año 387. Aquella noche recibieron el bautismo su hijo y su nieto, junto con Alipio, el amigo de Agustín. Inmediatamente después, todos se apresuraron a volver al África. Para ello se trasladaron a Ostia, el puerto de Roma, y allí quedaron a la espera del primer barco que zarpase.

A Mónica le restan pocos días de vida, pero todos de un sabor celestial. Un día, en la posada, Agustín y ella se encontraban asomados a una ventana que daba al jardín. En este escenario bucólico, iniciaron una conversación de lo por venir. El espíritu de ambos estaba hambriento de Dios.

Y como en un canto alternado, en escala ascendente, comenzaron a degustar todos los seres, admirándolo todo, y sin sentir saciedad en nada, hasta llegar a tocar un poco la región de la Sabiduría que ni fue ni será, sino sólo es. Es lo que se conoce como «el éxtasis de Ostia».

Al llegar a esas alturas de iluminación divina, Mónica recibió la última premonición: Hijo, por lo que a mí se refiere, nada me deleita ya en esta vida. No sé qué hago en ella, ni por qué estoy aquí, muerta a toda esperanza de esta vida.

Sólo había una cosa por la que deseaba vivir un poco más, y era verte cristiano católico antes de morir. Con creces me ha concedido esto mi Dios, puesto que te veo siervo suyo, despreciada la felicidad terrena. ¿Qué hago, pues, aquí?

La respuesta no se hizo esperar. Apenas pasados cinco días, cayó enferma de gravedad. Viéndose morir, se preocupó únicamente de pedir oraciones por su alma: Sólo os pido que dondequiera que estéis, os acordéis de mí ante el altar del Señor. Respecto a su cuerpo, le traía sin cuidado dónde lo enterraran; estaba segura de que Cristo lo resucitaría igualmente: Para Dios no hay distancias. No hay miedo de que el día del fin del mundo no sepa dónde estoy para resucitarme.

Así murió Mónica, después de nueve días de enfermedad, rodeada de sus seres queridos, feliz porque Dios le había demostrado que no abandona a quienes confían en Él. Era el verano del 387. Tenía 56 años. No hubo plañideras; ni siquiera a su nieto, que era todavía un niño, le permitieron llorar. Mónica no moría totalmente, dice su hijo Agustín, porque su vida y su fe eran garantía del futuro que a todos nos aguarda junto a Dios.

Fue sepultada allí mismo, en Ostia, a las puertas de Roma. En los primeros años del siglo V, Anicio Auquenio Basso hizo esculpir sobre su tumba la siguiente inscripción:

Aquí dejó las cenizas
tu castísima madre,
¡oh Agustín!,
nueva lumbre a tusméritos.
Tú, sacerdote fiel a las celestes prerrogativas de la paz,
educas las costumbres
de los pueblos a ti confiados.
Gloria suma te encorona,
como alabanza de tus obras,
la virtuosísima madre,
a causa del hijo más venturosa.

 

Como expresan estos versos, Mónica ha quedado íntimamente ligada a su hijo, Agustín Con todo, hemos visto a una mujer de cuerpo entero, con personalidad propia, que imprimió su huella de santidad allí por donde pasó. En su casa y en su círculo; en su esposo y en sus hijos, especialmente en Agustín, a quien enseñó el camino de la gloria eterna.

En todos los que la conocieron penetró la imagen de Dios a través de sus palabras y obras. Por este motivo la Iglesia la venera como modelo eintercesora de todas las esposas y madres cristianas que tienen en Dios fija su mirada.

La festividad de santa Mónica se ha celebrado siempre el 4 de mayo. La última reforma la trasladó al día 27 de agosto, víspera de la fiesta de san Agustín. Sin embargo, la familia agustiniana sigue recordándola en la fecha tradicional.

En 1430 sus reliquias fueron trasladadas a la iglesia romana de san Trifón, hoy dedicada a san Agustín. Allí reposan hasta que se cumpla su última esperanza, la resurrección.

 

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¿Quién fue San Agustín de Hipona?

 

 

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Alrededor del mar de Galilea para revivir los milagros de Cristo

Una de las experiencias que más impactan al peregrino que viaja a Tierra Santa es evocar los años de predicación de Cristo en los mismos lugares donde Él lo hizo.

 

Estas ubicaciones naturales no han cambiado tanto con los siglos como quizá sí lo han hecho las ciudades de Jerusalén, Belén o Nazaret.

Para el visitante resulta fácil imaginar a Jesús capeando el temporal en el mar de Galilea, en un día de lluvia como este, o pescando.

Precisamente así se conserva esta barca, extraída con sumo cuidado del lago. Está datada en el siglo I y sus restos se mantuvieron desde entonces gracias al barro que la preservó del deterioro.

 

 

Esta nave permite hacerse una clara idea de cómo eran las embarcaciones en las que Cristo surcaba las aguas de este lugar en compañía de sus discípulos.

La barca fue descubierta en 1986, un año de especial sequía. Para evitar que la madera se desintegrara al contacto con el oxígeno, fue sometida a un complejo proceso de conservación.

Sin perder de vista el mar de Galilea, otro conmovedor escenario de la peregrinación es el monte de las Bienaventuranzas.

Muchas personas aquí se emocionan hasta las lágrimas al pensar que en este lugar Cristo pronunció el Sermón de la Montaña.

 

Galilea, Genesaret

“Es muy conmovedor ver donde Jesús caminó y ver los lugares donde los cristianos han sufrido e incluso dado la vida por su causa”.

“Para mí es como un milagro estar aquí y caminar por donde Jesús caminó. Y reflexionar aquí sobre lo que nos dijo me hace estar más cerca de Él”.

“Mi padre está en casa muy enfermo y aquí siento la presencia del Señor me está consolando siguiendo aquí sus huellas. Me siento muy consolada”.

 

Después de rememorar las Bienaventuranzas, continuando por este recorrido en torno al lago, otro de los puntos claves del camino es el santuario de la Tabgha, el lugar donde Cristo obró el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

Estos mosaicos bizantinos del siglo V hablan de este prodigio. En la cesta solo hay 4 panes representados a pesar de que las Escrituras hablan de la multiplicación de 5. Es así porque el quinto pan, es el pan de vida, el propio Cristo.

 

Mar de Galilea - Genesaret

 

La oración sale de forma espontánea en este lugar, tanto en actitud de recogimiento como en forma de canción tal y como hace este grupo de peregrinos de Pekín.

La última etapa de este camino es el río Jordán, que comparte aguas con el lago Tiberíades. Aquí los peregrinos pueden recibir el bautismo en el mismo lugar donde el propio Cristo lo recibió.

Un río donde, a pesar de los siglos, muchos todavía pueden abandonar la pesada carga que les oprime para retomar un camino que creían perdido.

 

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Avala la teoría sobre la utilización de ese métodos para la eliminación de enemigos por parte del Imperio Romano en Gran Bretaña

El hallazgo de la Universidad de Leicester

Son seis figuras esculpidas en alto relieve en un pequeño mango de bronce de poco más de 10 centímetros de largo que podría datar del siglo II o III de nuestra era. En el extremo superior, un hombre lucha con un león. Con el torso desnudo y sin armas, con sus propias manos, intenta apartar a la fiera.

 

Debajo, se ve a cuatro jóvenes desnudos, entrelazados con gestos protectores y ojos aterrorizados, presumiblemente a la espera de correr la misma suerte. Los arqueólogos creen haber hallado un fuerte indicio de que en la ciudad de Leicester de la época romana los enemigos eran lanzados en espectáculos públicos a ser devorados por leones. Algo sobre lo que hasta ahora no existen pruebas contundentes.

El hallazgo de ese mango de llave romana fue realizado por los Servicios Arqueológicos de la Universidad de Leicester (ULAS, por sus siglas en inglés) en 2017, pero el trabajo de investigación e interpretación fue realizado en el King’s Colege de Londres y publicado el pasado 9 de agosto en la revista Britannia.

 

artesana
El mango fue desenterrado de una antigua casa de épocas del Imperio Romano (Universidad de Leicester (ULAS)

 

El arqueólogo Gavin Speed, que lideró el equipo de excavación de la Universidad de Leicester, aseguró que no se había encontrado nada parecido “en ningún lugar del Imperio Romano”. La manija fue hallada debajo de una casa romana, en Great Central Street de esa ciudad del centro de Inglaterra.

“Cuando se encontró, parecía un objeto de bronce indistinguible, pero después de que limpiamos cuidadosamente el suelo de manera notable, revelamos varias caras pequeñas mirándonos, fue absolutamente asombroso”, relató Speed.

Los expertos consideran que tanto el hombre que está a punto de ser devorado por un león como los cuatro jóvenes situados por debajo son “bárbaros”, como se denominaba en la antigua Roma a todo aquel que vivía fuera de sus fronteras. La escena, consideraron, aporta elementos para ratificar que también en suelo británico se utilizó la ejecución con animales salvajes durante espectáculos públicos, una práctica que se denominaba damnatio ad bestias.

En el artículo publicado por los científicos británicos, que aporta las fotos de la pequeña reliquia, se resalta que “las figuras del mango están fundidas en alto relieve y forman dos grupos. Hacia la punta, un macho humano adulto, medio desnudo y con los ojos muy abiertos, lidia con un león macho; debajo, cuatro jóvenes desnudos se disponen alrededor de la base del asa, mirando hacia afuera pero abrazándose protectoramente”.

La figura superior, de barba y gran melena, solo vestida de la cintura para abajo y calzando sandalias descansa sus pies sobre las figuras situadas debajo. “La vestimenta y los rasgos faciales identifican claramente a la figura como un bárbaro, aunque no de un tipo étnico fácilmente reconocible”, dijeron los autores del trabajo.

“En el mango de la llave, el estado de miedo de las figuras juveniles, anticipando una muerte violenta, está señalado por sus gestos y poses enredadas”, sugirieron. Los expertos interpretaron que el miedo que muestra el rostro de los imberbes se ve plasmado en sus miradas y también en las poses retorcidas. Esto “hace eco del énfasis de las narrativas del martirio cristiano en los momentos antes de un encuentro con animales cuando el terror esperado de las víctimas contribuyó tanto a la satisfacción de la multitud como el asesinato en sí”, subrayaron.

 

“Es uno de los hallazgos más emocionantes que hemos tenido de la Leicester romana", dijo uno de los investigadores (Universidad de Leicester (ULAS)

Además, “las miradas hacia afuera de las figuras realzan el patetismo de la escena, conectándose con el espectador” de la función que evoca.

 

El coautor del trabajo, el arqueólogo John Pearce, del King’s College, aseguró que se trata de un ”objeto único” que “nos da nuestra representación más detallada de esta forma de ejecución encontrada en la Gran Bretaña romana”. “Como primer descubrimiento de este tipo, ilumina el carácter brutal de la autoridad romana en esta provincia” del imperio.

Esta nueva evidencia del pasado romano de Leicester se encontró junto con calles romanas, pisos de mosaicos y un teatro romano.

Nick Cooper de la ULAS consideró que la manija habría sido fabricada a propósito en Leicester para una casa muy importante. La casa donde se encontró está ubicada junto al teatro romano recién descubierto.

 

“Es uno de los hallazgos más emocionantes que hemos tenido de la Leicester romana", dijo uno de los investigadores (Universidad de Leicester (ULAS)

Para los autores del trabajo, los detalles que muestra el mango sobre escenas de damnatio ad bestias “sugieren un encargo ejecutado con conocimientos específicos del espectáculo romano” por parte del autor de la artesanía.

 

 

“No es imposible que la creación de la manija se inspiró directamente en un espectáculo ubicado en Gran Bretaña, incluso quizás en el adyacente teatro” de Leicester, especularon.

“Es uno de los hallazgos más emocionantes que hemos tenido de la Leicester romana y tiene una gran historia que contar sobre la vida” de esa ciudad que fue dominada por el Imperio Romano desde aproximadamente el año 50 d.C. El pequeño mango es una “posible evidencia que brinda de actividades que podrían haber tenido lugar en el teatro, o posiblemente en un anfiteatro que aún no lo hemos descubierto “, agregó Cooper.

“Dentro de un pequeño asa, de unos 10 cm de largo, tienes una historia que evoluciona allí sobre la práctica del derecho romano en la que los criminales y prisioneros de guerra son condenados a ser asesinados por bestias”, reflexionó. “Eso fue un poco peor que ser condenados a las minas, que es la otra forma en que los prisioneros a menudo encontraban su fin”.

 

artesana

 

 

La damnatio ad bestias (condena a las fieras) fue practicada como pena capital por la antigua Roma. El condenado era lanzado en un anfiteatro junto con alguna fiera, que podía ser un león, pero también fueron utilizados otros animales salvajes. Se trató de una ejecución puesta en práctica en el siglo II a.C. y era, a la vez, un espectáculo que el emperador brindaba a las clases bajas. Las penas fueron aplicadas a los “bárbaros”, pero también a criminales, esclavos fugitivos y a los primeros cristianos.

La víctima en ocasiones era atada a un poste y un soldado azuzaba a la bestia para que lo atacase. Según registros históricos, además de leones se utilizaban otros animales como osos, tigres, leopardos, panteras negras y toros.

Este tipo de ejecuciones se realizaban especialmente en el Anfiteatro Flavio, o Coliseo de Roma, pero también se extendieron a otras provincias romanas. En los últimos años los científicos británicos comenzaron a hallar algunos indicios sobre la práctica también en la isla de Inglaterra. Fue prohibida en el año 681.

La manija de bronce será exhibida públicamente en el Museo Jewry Wall de Leicester, que actualmente se está remodelando y reabrirá en 2023.

 

 

 

Zaqueo, la conversión del recaudador de impuestos

Personaje del Evangelio que aparece tan sólo en Lc 19,1-10. El nombre se explica como una abreviación de Zekaryá (Zacarías), o por la raíz hebraica zkh, y significa algo como «el puro», explicación más fácil, pero que extraña aplicada a un «jefe de publicanos».

 

Esto era, en efecto, Zaqueo y aun en los labios de Cristo era peyorativa la dicción «publicano» (Mt 18,17; 21,32 s.; cfr. Le 3,12). Como «jefe de publicanos» o recaudadores parece que Zaqueo había obtenido de la administración romana el derecho de recaudación en la zona de Jericó (v.) y lo ejercía mediante subalternos. Era Zaqueo «hijo de Abraham», es decir, no pagano.

 

Encuentro con Jesús

Zaqueo aparece en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Lucas, 19, 1–10, cuando Jesucristo entra en Jericó. Era un publicano, jefe de recaudadores y muy rico. Los recaudadores trabajaban para los romanos y además pedían más dinero del que los romanos exigían haciéndose de esta manera ricos fácilmente, por lo que eran doblemente odiados.

Zaqueo era bajo de estatura y por ese motivo, cuando Jesús entró en la ciudad de Jericó, todo el mundo se agolpó para verlo y él se quedó atrás y no llegaba a verlo. Entonces se adelantó y subió a una especie de higuera, un sicomoro (Ficus sycomorus), ya que iba a pasar delante de ella. Cuando Jesús llegó a aquel sitio, le dijo:

Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.

Higuera de Zaqueo en Jericó.

 

Ante esto el pueblo murmuró que se iba a hospedar en casa de un pecador. Zaqueo replica que dará a los pobres la mitad de lo que tiene, y si defraudó a alguien anteriormente le dará el cuádruple. Jesús responde que la salvación ha llegado a su casa porque él también es hijo de Abraham.

El Hijo del hombre ha venido a buscar lo que el estaba perdido.

 

La historia

En conexión con su oficio anota Le que Zaqueo era rico; y Zaqueo admite la posibilidad de haber causado a alguien una exacción que le impone restitución. Parece indicar esto que había incurrido en la codicia frecuente en los recaudadores (Lc 3,12 s.), aparte el colaboracionismo con la potencia pagana ocupante (Roma), que para un judío implicaba una infracción política y religiosa.

Por eso la gente «refunfuñaban cuando jesús se dirige con familiaridad a Zaqueo -que se había subido a un árbol para ver a Jesús porque era pequeño-, y se da por invitado para alojarse en su casa, la casa de un «pecador».

 

Zaqueo

 

Zaqueo, gozoso de la visita, decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir triplicada la cantidad defraudada, cuando la Ley (Num 5,7) exigía restituir lo defraudado más un quinto de su valor. La lección evangélica es que con jesús va la «salvación» y con ella Zaqueo, pecador y perdido, vuelve a la ley divina y a la comunión espiritual de Israel.

Tradiciones conservadas en las Const. Apost. (VII,46: PG 1,1048 s.) y Recogn. (III,65 ss.: PG 1,1310 ss.) dicen que Zaqueo fue ordenado por San Pedro, a quien había seguido, como obispo de Cesarea de Palestina. Una tradición oriental supone que lo hayan matado en el Hauran, Siria. Otra tradición lo hace misionero de la zona de Quercy, Francia (fiesta, 23 agosto).

“Miremos hoy a Zaqueo en el árbol –decía el Papa Francisco-: su gesto es un gesto ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes.

Piensa que alguien te espera porque nunca dejó de recordarte; y este alguien es tu Padre, es Dios quien te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado; yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar" Papa Francisco, Ángelus 3 de noviembre de 2013.

 

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Zaqueo - Una vocación inesperada e insólita

 

M. MIGUÉNS ANGUEIRA. (GER)

BIBL.: A. M. COCAGNAC, Zachée, 1'Église et la maison des pécheurs, «Assemblées du Seigneur» 91 (1964) 39-51; P. ROUILLARD, Zachée, descend vite, «La Vie Spirituelle» CXXV,514 (1965), 300s

 

San Bernardo de Claraval,   20 agosto

 

Nace en el 1090 en Fontaine, Francia, en el seno de una antigua familia. A los 22 años, después de haber estudiado gramática y retórica, entra en el monasterio fundado por Roberto Molesmes en Citeaux (Cistercium, en latín, de donde viene el apelativo de cistercienses).

Algunos años después, funda el Monasterio de Claraval (Clairvaux). Lo siguen 12 compañeros, entre los que se encuentran un tío y un primo suyos. Son muchos los parientes que siguiendo su ejemplo, optan por la vida religiosa.

 

Jesús y María

Para Bernardo la vida monástica debe ser sostenida por el trabajo, la contemplación y la oración; teniendo dos estrellas fijas: Jesús y María. Para el abad cisterciense, Cristo es todo:

«Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús». (Sermones en Cantica Canticorum XV). María —escribe Bernardo— conduce a Jesús:

«En los peligros, en las angustias, en las incertezas, piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte...» (Hom. II super «Missus est»).

 

Los cuatro grados del amor

En el De diligendo Deo Bernardo indica la vía de la humildad para alcanzar el amor de Dios. Exhorta a amar al Señor sin medida y enumera cuatro grados de amor:

1) Primer grado del amor - El hombre se ama por sí mismo: «En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo… Cuando ve que no puede subsistir por sí mismo, comienza a buscar Dios por la fe».
2) Segundo grado del amor - El hombre ama a Dios por sí mismo: «En el segundo grado ama a Dios, pero por sí mismo, no por Él. Sus miserias y necesidades le impulsan a acudir con frecuencia a Él en la meditación, la lectura, la oración y la obediencia. Dios se le va revelando de un modo sencillo y humano, y se le hace amable».
3) Tercer grado del amor - El hombre ama a Dios por Él mismo: «… pasa «[el hombre] al grado tercero, en el que ama a Dios no por sí mismo, sino por Él. Aquí permanece mucho tiempo, y no sé si en esta vida puede hombre alguno elevarse al cuarto grado…».
4) Cuarto grado del amor - El hombre se ama así mismo por Dios: «…que consiste en amarse solamente por Dios. […]. Olvidado por completo de sí, y totalmente perdido, se lanza sin reservas hacia Dios, y estrechándose con él se hace un espíritu con Él»

 

Bernardo y los Templarios

Entre los escritos del abad cisterciense, es también célebre el elogio del órden monástico-militar de los Templarios, fundado en 1119 por algunos caballeros bajo la dirección de Hugo de Payns, caballero feudal de la Champagne y pariente de Bernardo.

En el De laude novae militiae ad Milites Templi, describe así a los Caballeros del Temple: «están vestidos sencillamente, y cubiertos de polvo, la cara quemada por el sol, y la mirada orgullosa y dura: antes de la batalla, se arman interiormente con la fuerza de la fe. Su única fe está dirigida a Dios».

 

Doctor Mellifluus

Bernardo muere el 20 de agosto de 1153. Alejandro III lo proclama santo en 1174. Pio XII le dedica una carta encíclica titulada Doctor Mellifluus, en la cual se recuerdan en particular, estas palabras de Bernardo:

«Jesús es miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón». «El doctor melífluo, último de los padres, pero ciertamente, no inferior a los primeros –escribe el Pontífice– se distinguió por tales dotes de mente y de ánimo, que Dios añadió abundancia de dones celestes».

 

 

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San Bernardo de Claraval - 20 de agosto

 

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Colores apocalípticos en Jerusalén mientras un fuego arde a unos veinte kilómetros de la ciudad. (foto Olivier Fitoussi / Flash90)

 

Un incendio masivo estalló el 15 de agosto en las colinas cercanas a Jerusalén, quemó cientos de hectáreas de bosques y obligó a 10.000 personas a evacuar temporalmente las seis aldeas.

 

Una atmósfera apocalíptica rodea a Jerusalén desde el 15 de agosto. Cuando terminaba la fiesta de la Asunción, el cielo se oscureció de repente. Enmascarado por una espesa nube de humo, el sol se ha convertido en un punto brillante cuyos rayos luchan por filtrarse. A las 5 de la tarde el brillo era el de los atardeceres más bellos. Un breve pasaje desde el Monte de los Olivos, que domina Jerusalén, insinuó que se produjo un violento incendio a unos veinte kilómetros al oeste de la ciudad.

Cinco brotes seguían activos el lunes 16 de agosto, mientras que los bomberos aún no habían logrado apagar las llamas de lo que ya consideran uno de los incendios más grandes en el área de Jerusalén en los últimos años. Casi 1.700 hectáreas de bosque se convirtieron en humo, casi cuatro veces más que los incendios anteriores en la región, según el comunicado de los bomberos. Impulsado por la aridez y el viento, el fuego obligó a la evacuación de unos 10.000 habitantes de seis centros al oeste de Jerusalén -Beit Meir, Ksalon, Ramat Raziel, Shoresh, Sho'eva y Givat Ye'arim-, personas que el lunes regresaron. a sus hogares.

 

Bomberos y ciudadanos intentan apagar el fuego cerca de Beit Meir, cerca de Jerusalén, el 15 de agosto de 2021 (foto Yonatan Sindel / Flash90)

Casi no se produce un incendio por causas naturales

"Las causas del incendio son 100 por ciento atribuibles al hombre, pero aún no sabemos si el gesto fue malintencionado o accidental", dijo Dedi Simhi, portavoz del cuerpo de bomberos, precisando que se abrirá una investigación cuando se produzca el incendio. apagar. Alon Mazar, portavoz de la Autoridad Nacional de Bomberos y Rescate, citado por el diario Haaretz , explicó que menos del 1 por ciento de los incendios forestales tienen causas naturales.

En la semana previa al 15 de agosto, cuando hubo grandes incendios en Grecia y Turquía, los servicios israelíes prohibieron las barbacoas o el encendido de hogueras, porque en la mayor parte del país ya existía un "riesgo extremo de incendio". La principal causa es la sequía, que se intensifica año tras año en la región.

Aunque la sequedad por sí sola no provoca una combustión (siempre se necesita una chispa), cuando la vegetación está particularmente seca por el calor, los incendios que arden son más violentos. El mes de julio de 2021 se clasificó como el peor en incendios a nivel mundial, desde que comenzaron los estudios con satélites en 2003.

Los incendios de bosques y pastizales liberaron 343 megatoneladas de CO 2 , aproximadamente una quinta parte más que el récord anterior en julio de 2014, según estimaciones del Servicio de Monitoreo de la Atmósfera Copernicus de la Unión Europea. Más de la mitad de estas emisiones provienen de América del Norte y Siberia, pero la temporada de incendios acaba de comenzar en el Mediterráneo.

 

Las nubes de humo negro que se han acumulado sobre los tejados de Jerusalén. (foto Beatrice Guarrera)

Zonas en riesgo

En Israel, las áreas de mayor riesgo están bien identificadas por la Autoridad de Bomberos y Rescate: "Las áreas del interior de las ciudades y pueblos - explica Shay Levy al periódico Haaretz , tomando como ejemplo el incendio de Haifa en 2016 -". La razón es contradictoria: es la presencia de verde. La gente quiere sentirse como si viviera en un bosque. El verde puede mitigar el cambio climático y lo necesitamos, pero hay que tener en cuenta que es el combustible de los incendios y debe manejarse adecuadamente ”, dijo el jefe de bomberos.

El incendio de este domingo es el segundo que estalla en diez días en el área de Jerusalén. Ya el año pasado se produjo un incendio en el Monte Tabor, al igual que en 2019.

 

Terrasancta.net

La Carta a Diogneto

La más grande joya de la literatura cristiana de sus orígenes, nos cuenta cómo vivían los primeros cristianos

Durante muchos siglos, un elegante manuscrito en griego ha permanecido relegado al silencio más ensordecedor. El texto, cuyos orígenes se desconocen hasta ahora, ha sido encontrado por casualidad en 1436 en Constantinopla junto a varios otros manuscritos dirigidos a un cierto “Diogneto”.

 

Aunque no se tiene certeza de quien sea el autor, se sabe que el destinatario era un pagano culto, que se interesaba en conocer más el cristianismo, esa nueva religión que se difundía con fuerza y vigor en el Imperio Romano y que atraía la atención del mundo por el valor con que sus seguidores enfrentaban el suplicio de una vida de persecuciones y por el amor intenso con que se amaban entre ellos y amaban a Dios.

El documento que pasó a la posteridad como la “Carta a Diogneto” describe quienes eran y cómo vivían los cristianos de los primeros siglos. Para gran parte de los estudiosos, se trata de la joya más valiosa de la literatura cristiana de sus orígenes.

 

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Los párrafos V y VI representan la parte más famosa de este tesoro de la historia cristiana:

"Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás.

A la verdad, esta doctrina no ha sido inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos; ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor peculiar de conducta admirable, y, por confesión de todos, sorprendente.

Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes.

A todos aman y por todos son perseguidos. Se les desconoce y se les condena. Se les mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra.

Hacen bien y se les castiga como malhechores; condenados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extranjeros; son perseguidos por los griegos y, sin embargo, los mismos que les aborrecen no saben decir el motivo de su odio.

Mas para decirlo brevemente, lo que es el alma al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo: los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel, cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible.

La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres; a los cristianos los aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres.

El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos están presos en el mundo, como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo.

El alma inmortal habita en una tienda mortal; así los cristianos viven como de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, amenazados de muerte cada día, se multiplican más y más. Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él".

 

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Santa Elena. Su fiesta se celebra el 18 de agosto

Santa Elena era madre del emperador Constantino, en cuya conversión influyó. Siendo Anciana Peregrinó a Tierra Santa y halló la Santa Cruz de Cristo. Mandó a construir una gran cantidad de basílicas.

 

 

VIDA

Nació hacia el 242 en Drepanum, llamada luego Helenépolis en su honor. Según otra hipótesis desconocida en tiempos de Constantino, fermentada en los conventos medievales y poetizada por Goffredo de Monmouth y por los escritores del siglo XII, y expuesta todavía por E. Carte en su Historia de Inglaterra (vol. I, 149), era hija de un rey de Britania.

Allí la habría conocido Constancio Cloro, general de las legiones de Bretaña, que la recibió como esposa. Pero la crítica moderna, asintiendo con San Ambrosio, que la llama stabulariam, la hace hija de un tabernero (S. Ambrosio, o.c. en bibl. 42)

Constancio Cloro era noble y bisnieto por su madre del emperador Claudio. Ninguno de ellos eran cristianos. El matrimonio entre ellos se celebró en el año 273 y al año siguiente nació en Naïssus (Dardania) su hijo Constantino el Grande.

La expresión de Eutropio ex obscuriore matrimonio, eius filius, mal interpretada por Zósimo dio pie a la creencia de que Santa Elena no fue legítima esposa, sino concubina de Constancio; debe en cambio verse en la frase una alusión al humilde origen de Elena.

En el año 293 los emperadores Diocleciano y Maximiano nombraron césares a Galerio y a Constancio Cloro. Para estrechar los lazos de la política con vínculos familiares, como se hacía de antiguo en Roma, Maximiano adoptó por hijo a Constancio, otorgándole la mano de su hijastra Teodora. Pero el emperador exigió previamente el divorcio entre Constancio y Elena, prueba de la manifiesta legitimidad de su matrimonio.

santa elena

 

Desde este año hasta el 306, en que a la muerte de Constancio es nombrado césar su hijo Constantino, Elena vivió seguramente en Tréveris, bajo los efectos del repudio de un hombre al que amaba y alejada de su hijo que derrochaba valor en los campos de batalla.

Una de las primeras preocupaciones de Constantino cuando toma el título de Augusto (307) fue llevar a palacio a su madre, a quien al quedar él solo como Emperador (324) asoció a sí con el título de Augusta, o Emperatriz.

Seguramente fue durante los años de abandono y de soledad cuando Elena se hizo cristiana. Al volver, ya cristiana, a la corte de su hijo el emperador, hubo de procurar desde luego que Constantino abrazase la fe.

En el palacio imperial vivió sencillamente, hasta el punto que San Gregorio pudo decir: “su encantadora modestia enardece de entusiasmo a los romanos”. Animó a su hijo a la construcción de templos para la gloria de Dios. Constantino le confió la administración del erario imperial, y acuñó monedas con la efigie de su madre orladas con la inscripción FLAVIA IVLIA HELENA.

 

DESCUBRIMIENTO DE LA SANTA CRUZ Y CULTO

Ya muy anciana, deseosa de venerar los lugares santificados por la presencia de su Salvador, fue a Tierra Santa, buscando todos los vestigios cristianos. Tuvo la fortuna de encontrar y distinguir por repetidos milagros la Cruz del Redentor.

Sobre los lugares santos levantó espléndidas basílicas, así en el Calvario, en el Olivete, en Belén. Terminada su peregrinación, volvió junto a su hijo, en cuyos brazos murió el año 328 ó 329.

Fue sepultada en la Via Labicana, iglesia de los mártires Pedro y Marcelino, en un mausoleo cilíndrico de ladrillo, del que todavía quedan algunas ruinas, en el pueblo Torre Pignattara. Allí se encontró el estupendo sarcófago de pórfido, bellamente esculpido, que ahora se encuentra en los Museos Vaticanos.

Su culto comienza tardíamente. San Ambrosio, San Paulino de Nola y Teodoreto le tributan grandes alabanzas, pero nunca la llaman santa. Este título lo recibe en el siglo VII en Constantinopla, y en el siglo IX en Occidente. Su fiesta se celebra el 18 de agosto.

 

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https://www.primeroscristianos.com/el-descubrimiento-de-la-santa-cruz-en-jerusalen-entre-la-historia-y-la-leyenda-de-santa-elena/

 

 

Fuente: J. Guillén Cabañero, Gran Enciclopedia Rialp.

 

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La figura de Constantino

Poco después de Diocleciano, aparece Constantino y con él la revolución o el giro constantiniano. El desempeño de este emperador es vital no sólo para la supervivencia del cristianismo sino para su visibilidad y extensión especialmente en las clases rectoras de la sociedad.

 

El hecho fundamental de su acercamiento al cristianismo es el fenómeno “extraordinario” (portentum) que describe Eusebio de Cesárea en sus obras panegíricas Historia ecclesiastica y Vita constantini, en vísperas de la batalla del Puente Milvio contra su rival Majencio en la guerra civil por hacerse con el poder.

Ese hecho portentoso (In hoc signo vinces) y la posterior victoria, atribuida a esa intervención divina, acabaron de decantar a Constantino por la promoción y protección de los cristianos. Constantino contaba, además, entre su círculo curial con un mentor cristiano, Lactancio, que jugó un papel importante en la progresiva cristianización del emperador.

Constantino apostó por apoyarse en la naciente fuerza cristiana aun teniendo en cuenta que en occidente el cristianismo no era hegemónico, y la administración y las magistraturas del estado estaban en manos de paganos. Parece ser que Constantino quedó muy impresionado por la resistencia y la fuerza moral de los cristianos frente a la persecución de Diocleciano y de su sucesor en oriente, Galerio.

 

Este último, Diocleciano, incapaz de acabar con los cristianos y presa de una cruel enfermedad, publicó para oriente un edicto de tolerancia hacia los cristianos (año 311) en el cual les acusaba de haber abandonado la religión de sus ancestros, a la vez que reconocía su impotencia para encauzar la situación, y acababa pidiendo a los cristianos que rezaran por su persona y por el bien del Imperio.

Para los autores paganos, sin embargo, Constantino se acercó a los cristianos buscando el perdón para sus crímenes.

Se discute si el Emperador, al sancionar el Edicto de Milán actuó por cálculo político o por convicción religiosa.

Por un lado, Constantino siguió ostentando el título de Pontifex Maximus de la religión pagana y, lógicamente, no la persiguió, aunque no dejó de favorecer a los cristianos facilitándoles la construcción de sus templos y dictando leyes que estabilizaban su estatuto dentro del Imperio como luego veremos.

También dejó que siguieran adelante los espectáculos públicos tan reprobados por los escritores eclesiásticos. Además, su vida personal y sus acciones de gobierno no reflejaban el ideal cristiano.

De hecho, mandó ejecutar a uno de sus hijos y a su esposa. Incluso se discute el momento de su bautismo, decantándose la crítica por un bautismo in articulo mortis, pero sin llegar a dilucidar si lo fue en la fe católica o en la arriana.

Por contra, cuando Licinio, emperador de oriente, se levanté en armas contra él, lo primero que hará será iniciar una crudelísima persecución contra los cristianos de oriente con el fin de golpear a lo más querido del emperador.

 

¿Cómo favoreció, concretamente, Constantino a los cristianos hasta asentarlos socialmente dentro del Imperio?

La legislación constantiniana respecto al cristianismo es fruto de una mentalidad romana clásica. Como emperador, Constantino debía organizar la religión y mediar con la divinidad, ser el que tiende el puente entre sus súbditos y la divinidad. Pero, la religión cristiana se presentaba, a sí misma, como la mediadora por excelencia entre Dios y los hombres y, además, con una mediación salvadora.

¿Cómo resolver esta aporía? Constantino reconoció a la Iglesia una competencia en las cosas internas (fe, moral, disciplina eclesiástica, medios de salvación) y se arrogó la potestad, el derecho-deber, de actuar sobre las cosas externas. Entendiendo por estas, cuanto se derivaba de las primeras en su aplicación práctica.

Es decir, haciendo respetar las decisiones de la Iglesia en las cuestiones internas que la propia Iglesia no tenía fuerza para imponer, o facilitando los medios para reprimir las desviaciones o convocar un Concilio, como hizo en Nicea. Evidentemente, el límite es muy lábil y en esta decisión se encuentra el germen de las posteriores disputas medievales entre el sacerdocio y el imperio.

 

 

Pasando al detalle, podemos decir que su actividad legislativa respecto al cristianismo fue eminentemente práctica. En primer lugar, después de derrotar a Licinio, recomendó la fe en la “sola verdadera Divinidad”. Aunque se trató de una declaración genérica supuso una manifestación pública muy relevante. A esta declaración le acompaño la representación de la cruz en monedas y medallas.

En segundo lugar, subsanó situaciones trágicas. Absolviendo a todos los cristianos que habían sido condenados a cárcel, exilio, trabajos forzados o habían perdido sus cargos en la milicia, con restitución de bienes para los expropiados. Se liberó a los funcionarios cristianos del sacrificar a los dioses y se declaró festivo el domingo para facilitar el culto. Se empezó un programa de construcción de iglesias y se dispuso una renta para su mantenimiento y el sustento del clero.

Además, impuso la moralización de las costumbres. Se dictaron leyes para abolir los espectáculos de gladiadores, se penalizó la prostitución sagrada, el rapto, la fornicación entre tutores y tuteladas/os, el adulterio con los esclavos y el concubinato. Se apoyó la vida consagrada quitando las penas para los que no se casaban o no querían tener hijos (que eran fruto de una legislación antigua impuesta para fomentar la natalidad).

Se concedieron privilegios al clero dispensándole del pago de impuestos y de la obligación (munera) de realizar trabajos públicos. Se instituyeron las episcopalis audientiae, por las cuales los obispos podían actuar como jueces en los juicios civiles. Gran parte del epistolario de san Agustín, por ejemplo, hace referencia a esta función. Se aceptó la manumissio in ecclesia de los esclavos que podían ser liberados ante la presencia del obispo adquiriendo todos los derechos de la ciudadanía romana. Se suprimió el suplicio de la cruz.

En definitiva, todas estas medidas adoptadas por Constantino, supusieron una clara decantación a favor del cristianismo que, aunque encontraron reticencias en su aplicación por parte de los funcionarios paganos, colocaron a los cristianos en una posición de privilegio en vistas a la desaparición definitiva del imperio romano de occidente y el paso a la época medieval.

 

 

by Santiago Casas  primeroscristianos.com

 

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Ver Constantino en Wikipedia

Las excavaciones de los túneles subterráneos dan resultado

Se ha sacado a la luz en Jerusalén uno de los edificios públicos más importantes del periodo del Segundo Templo jamás descubierto cerca del Muro de las Lamentaciones. Es el lugar donde el ayuntamiento recibía a los invitados distinguidos.

 

"Se trata, sin duda, de uno de los edificios públicos más magníficos del periodo del Segundo Templo" descubierto junto al Muro Occidental de Jerusalén. La alegría de la directora de las excavaciones, Shlomit Weksler-Bdolach, es palpable. La Autoridad de Antigüedades de Israel (IAA), para la que trabaja el arqueólogo, y la Fundación del Patrimonio del Muro Occidental informaron de ello el 8 de julio en un comunicado conjunto.

Se sabe que la zona es muy sensible. Políticamente, se encuentra en Jerusalén Este, un sector palestino de la ciudad ocupado y anexionado por Israel. Desde el punto de vista religioso, el Muro de las Lamentaciones es el único vestigio de un muro de contención del Segundo Templo de Jerusalén, restaurado y ampliado por Herodes I el Grande, y considerado el lugar más sagrado del judaísmo. En la actualidad, la Explanada de las Mezquitas ocupa la mayor parte del Monte del Templo con la Mezquita de al-Aqsa y la Cúpula de la Roca. El "Noble Santuario" (Haram al-Sharif en árabe) es el tercer lugar sagrado más importante para los musulmanes.

 

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El reciente descubrimiento del edificio de dos mil años de antigüedad es el resultado de las excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos años en los túneles subterráneos adyacentes al Muro Occidental. Para que conste, en septiembre de 1996, la apertura de estos túneles al público provocó graves enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad israelíes y los palestinos y 80 personas murieron. Según los palestinos, estos túneles amenazaban los cimientos de la mezquita de Al-Aqsa.

 

Un edificio para la élite de la ciudad

La impresionante estructura desenterrada se construyó probablemente hacia el año 20 o 30 d.C., sólo unas décadas antes de que el Templo fuera destruido por los romanos en el año 70.

Situado al oeste del Arco de Wilson y del Monte del Templo, una zona adyacente a la sección de oración de los hombres frente a las murallas, parte del edificio había sido descubierto y documentado en el siglo XIX por el arqueólogo británico Charles Warren. Otros investigadores también estudiaron esta parte en el siglo siguiente.

 

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La declaración de los arqueólogos israelíes afirma que "el edificio estaba aparentemente situado a lo largo de un camino que conduce al Monte del Templo". Creen que se utilizaba para funciones públicas.

Según ellos, "también puede haber sido el edificio del ayuntamiento", es decir, el ayuntamiento de la ciudad por la que pasó Jesús y "donde se recibía a los dignatarios importantes antes de entrar en las murallas del Templo y en el Monte del Templo". Weksler-Bdolach explica, en un vídeo vinculado al comunicado de prensa, que la habitación podría haber tenido la función de una "sala de estar".

 

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El edificio rectangular, de 24,5 metros de largo por 11 de ancho, como señala el diario Haaretz, estaba dividido en dos salas abovedadas idénticas, de 7 metros de largo y 5,7 de ancho cada una.

Pruebas de la opulenta arquitectura de la época

Los arqueólogos descubrieron que las paredes de las salas estaban decoradas con una cornisa inferior que soportaba pilastras, rematadas por capiteles corintios. Haaretz también informa de que las entradas descubiertas hasta ahora por los arqueólogos eran de gran estilo. Las dos grandes salas estaban conectadas por un pasillo también decorado con pilastras rematadas por capiteles corintios.

En este espacio entre las dos habitaciones había una fuente de pared. El agua brotaba de los tubos de plomo situados en la parte superior de los capiteles corintios. El agua fluía entonces por un canal cortado en el pavimento. Una instalación de este tipo pretendía, sin duda, asombrar a los visitantes.

 

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"El estilo decorativo del edificio es típico de la arquitectura opulenta del periodo del Segundo Templo", dicen los arqueólogos. A pesar de la clara influencia romana en la arquitectura de esta estructura, Weksler-Bdolach en The Times of Israel no deja de señalar que en aquella época Jerusalén era todavía una ciudad culturalmente judía.

De hecho, las decoraciones no incluían imágenes talladas, que están prohibidas por la Torá: "No te harás un ídolo ni una imagen de nada que esté allá arriba en los cielos, ni de nada que esté aquí abajo en la tierra, ni de nada que esté en las aguas debajo de la tierra" (Éxodo 20:4).

Comedores con bancos reclinables

Los expertos también sugieren que las dos habitaciones podrían haber servido de comedores con bancos de madera reclinables que no han sobrevivido al tiempo ni a la guerra. "Se encontraron restos de sofás de madera a lo largo de las paredes de las dos habitaciones laterales", informó Haaretz.

Este tipo de comedores con bancos reclinables eran habituales en el mundo grecorromano desde el siglo V a.C. hasta el III-IV d.C. "Se encuentran en los archivos arqueológicos de casas particulares, palacios, templos, complejos sinagogales y civiles", afirman. El hecho de comer o festejar tumbado se menciona en el Libro de Amós (siglo VIII a.C.), cuando el profeta reprende a los pueblos de los reinos de Judá e Israel: "En camas de marfil y tumbados en sus divanes comen los corderos del rebaño y los terneros criados en el establo" (Am 6,4).

 

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En vísperas de la destrucción del Templo, el edificio público había sufrido cambios sustanciales. Se dividió en tres cámaras separadas y la fuente quedó fuera de uso. En una de las cámaras había una pila enlucida que servía de mikve, un baño ritual utilizado para las abluciones necesarias para los ritos judíos de pureza familiar. Los escalones siguen siendo visibles hoy en día.

 

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