Él, hecho infante,
para que tú seas
hombre perfecto;
Él, atado en pañales,
para que tú quedes libre
de las ataduras de la muerte;
Él, en el pesebre, para que te sientes a su mesa.
¡Qué increíble valor debe tener nuestra vida
para que Dios venga
a vivirla de tal manera!
Pero ¡qué increíble amor
para quererlo realizar!
Hoy, cerca de la cueva de Belén,
no es día de decir:
"Dios mío, te quiero".
Es el día de asombrarse diciendo:
"¡Dios mío, cómo me quieres Tú!"
San Ambrosio de Milán (339-397)
https://www.primeroscristianos.com/san-ambrosio-de-milan-7-diciembre/
Concluida la celebración de la Vigilia de la Pascua de Resurrección, comienza el Tiempo de Pascua, que conmemora la Resurrección y glorificación de nuestro Señor Jesucristo, la donación del Espíritu Santo y el comienzo de la actividad de la Iglesia, al tiempo que anticipa en nuestros días la gloria eterna que alcanzará su plenitud en la consumación de los siglos.
El tiempo pascual está formado por la “cincuentena pascual” o cincuenta días que transcurren entre el domingo de Resurrección y el domingo de Pentecostés, y en cierto modo constituyen “un solo y único día festivo”: el gran domingo (SAN ATANASIO, Epist. Fest. 1).
El origen de la cincuentena pascual se confunde con la celebración anual de la Pascua: al principio, la Pascua apareció como una fiesta que se prolongaba durante cincuenta días. A partir del siglo IV d. C. la unidad pascual se fragmentó, cuando comenzaron a celebrarse de modo histórico las acciones salvíficas divinas.
OCTAVA DE PASCUA
Los ocho primeros días de la cincuentena forman la octava de Pascua, que se celebra como solemnidad del Señor. Esta semana -in albis, como se denomina en el rito romano- surgió en el siglo IV por el deseo de asegurar a los neófitos una catequesis acerca de los divinos misterios que habían experimentado. El domingo que cierra la semana, el octavo día, constituye el día más solemne del año litúrgico después del domingo de Resurrección.
Como explica Benedicto XVI “Hoy domingo concluye la Octava de Pascua, como un único día “hecho por el Señor”, marcado con el distintivo de la Resurrección y por la alegría de los discípulos al ver a Jesús. Desde la antigüedad este domingo se llama in albis, del nombre latino alba, dado por la vestidura blanca que los neófitos llevaban en el Bautismo la noche de Pascua, y que se quitaban después de ocho días” (Homilía 21 Domingo de Pascua, 11.IV.2010)
PENTECOSTÉS
La celebración del día conclusivo del Tiempo Pascual, Pentecostés, nació a finales del siglo III. Esta fiesta, que en su día conmemoraba la semana de semanas pascual, surgió por influencia de la fiesta judía homónima. En el siglo IV, la fiesta poseía un doble contenido celebrativo: Ascensión del Señor y descenso del Espíritu Santo, como se advierte en los testimonios de la Iglesia de Jerusalén. Sin embrago, poco a poco, el proceso de historificación litúrgica de los hechos salvíficos de Cristo, llevó a algunas iglesias a dividir la fiesta, celebrando la Ascensión el día cuarenta después de Resurrección.
Por último, en los siglos VII-VIII, la Iglesia romana añadió a la fiesta de Pentecostés una octava, como réplica a la octava de Pascua. El origen de esta institución, que rompe la cincuentena pascual, se encuentra en la necesidad de una catequesis para aquellos que habían sido bautizados en el día de Pentecostés. Esta octava fue suprimida por la reforma del Calendario actualmente en vigor, ya que oscurecía el simbolismo del tiempo de Pascua.
Los textos de la fiesta de la Ascensión recuerdan el hecho histórico de la subida de Cristo a los cielos, a la vez que fundamenta la esperanza en la segunda venida del Señor y la exaltación gloriosa del hombre. La fiesta de Pentecostés, por su parte, muestra la íntima relación entre la Resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo: todo el tiempo de Pascua es considerado como tiempo del Espíritu. Queda así remarcado el carácter unitario de toda la celebración pascual (muerte, resurrección, ascensión de Cristo y venida del Paráclito, momentos de un único misterio salvífico divino).
RENOVACIÓN BAUTISMAL
Los tres primeros domingos se leen los Evangelios de las apariciones del Señor resucitado; mientras el cuarto se reserva a la parábola del Buen Pastor y los restantes al discurso sacerdotal de Cristo después de la Última Cena, tal y como vienen recogidos en el texto de San Juan. Las lecturas no evangélicas dominicales están tomadas del Nuevo Testamento: así, la primera lectura recoge los Hechos de los Apóstoles, mientras la segunda se dedica a la I Epístola de San Pedro, a la I Epístola de San Juan y al Apocalipsis.
De este modo, el Tiempo de Pascua subraya la renovación bautismal de la vida cristiana, en continuidad con la novedad del acontecimiento de la Resurrección. La Iglesia se ve a sí misma como presencia ininterrumpida de Cristo, movida por el dinamismo del Espíritu, en camino hacia su verdadera patria, con la segunda y definitiva venida de Cristo.
Durante el tiempo de Pascua, los cristianos recordarán que la vida nueva iniciada con la celebración de los misterios pascuales debe perpetuarse durante toda su existencia. En medio de las circunstancias ordinarias, los fieles descubrirán la presencia del Señor resucitado que les llama a ser testigos y dar testimonio de su paso entre los hombres.
El Tiempo pascual comienza el domingo de Pascua y termina el domingo de Pentecostés. La primera semana constituye la octava de Pascua y se celebra como solemnidad del Señor. En los lugares donde no pueda celebrase en jueves, la Ascensión del Señor se traslada al domingo VII de Pascua. Los domingos de Pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y solemnidades, que serán trasladadas al lunes siguiente. Durante el tiempo de Pascua se utiliza el color blanco.
"Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le ofrecieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. Entonces, María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume.” EVANGELIO San Juan 12, 1-11
Hoy es lunes. La Semana Santa empieza de un modo entrañable, con una cena en honor de Lázaro, recién resucitado. La escena transcurre en Betania, lugar entrañable para Jesús. Allí acudía a descansar y se dejaba cuidar por Marta y María.
Allí Marta se quejó al Señor, pues estaba de aquí para allá —agotada, agobiada—, mientras María charlaba tranquilamente. Marta es el símbolo de la mujer activa, proactiva, casi hiperactiva. Estaba un poco quemada: no paraba de trabajar, mientras los demás no hacían nada...
La queja llega hasta Jesús. Y, contra todo pronóstico, Jesús alaba a María, la contemplativa, que estaba a los pies del Señor, tan solo escuchando. «Marta, Marta, mucho te afanas; una sola cosa es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán» (Lc 10, 42). O sea, que encima es María la que lo está haciendo bien... Seguramente Marta, la hiperactiva, no lo entendería muy bien. Estaba demasiado acelerada...
Esta misma María va a representar la escena de hoy: la segunda unción, distinta de la de María Magdalena, la pecadora. «Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume».
Fue todo un agasajo fácil de entender. Jesús acababa de resucitar a Lázaro, su propio hermano. Y estaba infinitamente agradecida. Comete entonces ese despilfarro, con un perfume valorado —el astuto Judas enseguida hizo el cálculo— en trescientos denarios.
¡El sueldo de un obrero durante casi todo un año! Y es que los enamorados no entienden de ahorro cuando se trata de cortejar al otro. Son incluso capaces de regalar joyas o comprar perfumes carísimos.”
Pasaje de
Semana Santa-Pascua 2020, "Con Él"
Pablo Blanco Sarto
La Cuaresma es siempre un recorrido por el desierto que hacemos con Jesús, que ayunó y fue probado ahí durante 40 días y 40 noches.
El profeta Oseas dice que el Señor conduce a su pueblo al desierto para hablarle al corazón. Esta Cuaresma, parece que todo el mundo ha sido llevado a un desierto.
Vivo en el centro de una de las ciudades más concurridas y ocupadas del mundo, una ciudad que nunca duerme. Sin embargo, ahora las calles están vacías y parece que un gran silencio se ha apoderado de Los Ángeles, del resto de nuestro país y de la mayor parte del mundo.
En el lapso de unos cuantos meses, hemos presenciado el equivalente al cierre de la civilización: los viajes, el comercio y la producción económica han cesado casi por completo; millones de personas se han visto obligadas a dejar el trabajo por parte del gobierno de sus países, que les ha ordenado quedarse en casa; cientos de miles están infectados y decenas de miles están muriendo a causa de un virus cuya existencia era conocida sólo por unos cuantos, a principios de este año.
La Iglesia nació en una época en la que las epidemias eran comunes. Dionisio, obispo de Alejandría, Egipto, escribió en un mensaje de Pascua de mediados del siglo tercero: “Esta enfermedad surgió de la nada; es una cosa… más aterradora que cualquier desastre”.
He estado reflexionando acerca de esta historia y preguntándome: si Dios está hablando a nuestros corazones en este desierto, ¿qué es lo que nos está diciendo? Es una pregunta que escucho que mucha gente se plantea con angustia: ¿Dónde está Dios?, ¿cuáles son sus designios en este tiempo del coronavirus?
Nuestra fe nos enseña que Dios no causa el mal, pero sí lo permite, siempre con la intención de sacar algo bueno de él. Los caminos de Dios pueden seguir siendo siempre misteriosos para nosotros, pero podemos confiar en su amor por su creación y en su amor por cada uno de nosotros.
Sabemos que su amor es verdadero porque hemos visto el corazón de Jesucristo.
Jesús vino a nuestro mundo a traer la salud. A cada lugar a donde iba, Él llevaba el amor de Dios a la gente que estaba ciega y sorda, paralítica y discapacitada, a los epilépticos y a los leprosos, a aquellos que padecían dolor y sufrimiento crónicos.
Jesús pasó por este mundo con su corazón abierto a la compasión y con sus manos listas para servir a los demás, por amor.
Él les dice a sus seguidores, de aquel entonces y a los de ahora: “Les he dado un modelo a seguir, para que, lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan”.
A ejemplo de Jesús, los primeros cristianos amaron en una época de plagas y epidemias.
Cuidaron a los enfermos, enterraron a los muertos y consolaron a los afligidos, a menudo con gran sacrificio y riesgo para sus propias vidas.
A lo largo de la historia de la Iglesia, algunos de nuestros más grandes santos han estado al servicio de los enfermos. Estos días he estado reflexionando mucho acerca de San Damián y de Santa Marianne Cope, que atendieron a los leprosos en Molokai y en la Santa Madre Teresa, atendiendo a los enfermos y moribundos de Calcuta.
Hay santos que se están forjando en nuestra crisis actual. Nunca sabremos sus nombres o sus historias, pero sé que recordaremos estos días como un tiempo en que hombres y mujeres realizaron hermosos actos de valor y de amor por su prójimo.
Estoy pensando no solo en los médicos y enfermeras, o en los sacerdotes, en las monjas y los laicos que sirven a a los enfermos y a los moribundos. Se están forjando también santos entre las madres y los padres que mantienen viva la esperanza en Dios para sus hijos en un tiempo en que hay que “refugiarse en casa”.
Estos son tiempos extraños y nuestros sufrimientos son peculiares. Estaba leyendo una entrevista a Vin Scully, el gran locutor de los Dodgers, que es un buen caballero católico. Él describía cómo ahora sus hijos lo visitan, pero tienen miedo de acercársele demasiado por temor a la posibilidad de infectarlo.
“Ellos se sientan a unos metros de distancia solo para saludar”, dijo. “Pero no hay abrazos ni besos. … Estamos poniendo todo nuestro empeño en seguir las reglas. … Es un tiempo muy difícil éste, que nos deja sin abrazos, ¿saben?”.
Le rompe a uno el corazón que ésta sea nuestra realidad. Pero incluso en un tiempo en el que no podemos darles un abrazo a nuestros seres queridos, aún podemos amar. Y debemos amar. Podemos amar, incluso a una “distancia social”, incluso a través de llamadas telefónicas y de plataformas de redes sociales. Podemos orar los unos por los otros, podemos ofrecer sacrificios, podemos escuchar con comprensión.
¿Dónde está Dios en esta pandemia? Los santos siempre responden: donde hay amor, allí está Dios. Entonces, amemos.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle juntos a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a recorrer este desierto de Cuaresma, a llevar nuestra cruz con Cristo y a dar testimonio de nuestra fe en el cielo, con nuestra confianza puesta en que Él nos acompaña incluso en la oscuridad de la enfermedad y de la muerte, incluso en la incertidumbre de los tiempos en que estamos viviendo.
Juan Pablo II fue muy popular, ya antes de que la Iglesia católica lo declarara oficialmente santo.
La polaca Paulina Guzik ha buceado en su historia en busca de la raíz de ese éxito. El resultado fue este documental. Un producto apasionante que explica su pensamiento y las consecuencias en la Iglesia de hoy.
PAULINA GUZIK
Directora, “I Like to See the Sunrise”
“Mucho antes de que naciera este proyecto, George Weigel me dijo que los polacos deberíamos recordar en el centenario de Juan Pablo II que no fue solo un papa “emotivo” al que tenemos un cariño especial. Debíamos mostrar al gran pensador, al gran humanista, filósofo, comunicador, inspirador… hablar de su teología del cuerpo. Y eso es lo que intenté con el documental”.
El documental explica el pensamiento y enseñanzas de Juan Pablo II, aspectos que a menudo quedan en segundo plano en favor de su popularidad.
PROF. JAROSŁAW KUPCZAK
Pontificia Universidad Juan Pablo II (Cracovia)
“De algún modo, lo que nosotros podemos vivir al 10, al 20 o al 30%, Juan Pablo II lo vivió al 100%. Sería por la gracia de Dios y la Providencia, pero consiguió hacer de su vida humana algo divino y este es el milagro de Juan Pablo II. A esto le llamamos santidad”.
La película incluye vídeos y fotos poco conocidos de Juan Pablo II. También los testimonies de personas que lo conocían muy bien. Desde su biógrafo George Weigel, hasta su secretario personal, el cardenal Stanislaw Dziwisz.
CARD. STANISŁAW DZIWISZ
Secretario personal de Juan Pablo II
“Esto no es ficción. Es un documental. Y la fuerza de su mensaje es la autenticidad de los testigos. Pero sobre todo, las frases del mismo Juan Pablo II. Esas palabras me hacían llorar. Te traen muchas cosas a la memoria. Por eso me parece bien que se produzcan estas películas”.
Los productores esperan que el documental tenga un gran impacto en todo el mundo. Se iba a lanzar en mayo en EE.UU., pero tuvo que suspenderse a causa del coronavirus. Aún así esperan que llegue al mayor número posible de personas en todo el mundo.
Fuente: Rome Reports
Se menciona, por ejemplo, en 1 Reyes 9,26: “Salomón equipó también una flota en Esión Guéber, que está cerca de Elat, a orillas del Mar Rojo, en el país de Edom”.
La reina de Saba también visitó el área camino de la corte del rey Salomón en torno al siglo X a.C. Sin embargo, su posición en la evolución de la antigua Iglesia cristiana es un descubrimiento reciente.
En 1998, un grupo de arqueólogos liderado por el profesor S. Thomas Parker de la Universidad Estatal de Carolina del Norte estaba realizando trabajos de prospección cuando descubrió una serie de muros y un conjunto de 24 tumbas directamente adyacentes. Cuando continuaron las excavaciones, la simetría se hizo evidente.
Lo que habían descubierto eran las ruinas de una estructura, orientada al este, con forma de una basílica con una nave central flanqueada de naves laterales (Rose, 1998). Había portales arqueados, lo que se sospecha fue una nave abovedada y una escalera de piedra que señalaría la anterior presencia de un segundo piso.
Las paredes miden unos 4’5 metros de altura por 1 de grosor. Hay hallazgos que resultarían familiares incluso a los cristianos modernos: una caja de colecta, una sacristía, un presbiterio y un nártex.
Se cree que la iglesia fue la sede del obispo de Aila (Aqaba), uno de los presentes en el Primer Concilio de Nicea en 325. Esto sugiere la relevancia de la comunidad cristiana en la zona circundante.
En base a monedas y otros artefactos descubiertos en la excavación, el lugar ha sido fechado en torno al año 294, es decir, unas pocas décadas más antiguo que la iglesia de la Natividad (322) y la iglesia del Santo Sepulcro (327) y, por tanto, es la estructura más antigua del mundo construida con el propósito de ser iglesia (Parker, 1998). En 2014, el Libro Guinness de los récords reconoció la iglesia como “la iglesia cristiana construida a tal efecto más antigua conocida en el mundo”.
Aunque quizás sea la más antigua, su servicio fue breve. Durante la Gran Persecución de Diocleciano contra los cristianos entre 302-313, se cree que la iglesia fue abandonada y que cayó en ruina. Fue restaurada en la década siguiente, pero finalmente destruida por el gran terremoto de 363. Lo que quedó de la iglesia fue sepultado por el derive de las arenas, hasta su descubrimiento a finales del siglo XX.
El yacimiento es fácilmente accesible para su visita desde la calle Istiqlal o la calle Ghazali en el centro de Aqaba, a un breve paseo desde las arenosas orillas del Golfo. Aunque el yacimiento ha sido rellenado parcialmente para su preservación, queda mucho visible todavía.
Mirando los viejos muros se puede vislumbrar una época en la que esta iglesia fue ese lugar donde las personas de fe acudían desde sus trabajos como carpinteros, marinos y pescadores, y entraban en esa nueva estructura dedicada al culto a Dios para celebrar misa y recordar a Cristo, que vivió entre ellos solamente unos dos siglos antes.
Las primitivas técnicas de construcción empleadas, usando cimientos de piedra contra piedra cubiertos con barro y paja, sin duda no soportarían el azote de los elementos durante un milenio, pero los muros siguen ahí en pie. Siguen erguidos como testimonio de una Fe que sigue viva a día de hoy a pesar de los vientos de cambio social y las perpetuas persecuciones que continúan implacables en su causa por aplastarla.
Y de esta forma los viejos muros de la iglesia de Aqaba llevan un mensaje esperanza imperecedera para los fieles de hoy: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella”.
En su libro Stark analiza dos de las más graves epidemias que asolaron al imperio. Una del año 165 y otra del 251.Se llevaron en torno a un tercio de la población. Esta proporción no se dio entre los cristianos, es más seguían creciendo.
2. Los cristianos no vivían como los paganos en estas circunstancias. Los cristianos no huían; cuidaban de sus enfermos y agonizantes, que con pequeñas medidas de higiene frenaban la epidemia. Es más cuidaban también de sus vecinos paganos, abandonados por sus familias. Dionisio, obispo en el año 260 en Alejandría describe la firmeza y la heroicidad de los cristianos en la epidemia. Muchos murieron per partieron felices acompañados por sus familias. Los paganos, incluso, les culpaban de infectarles a ellos, pero los cristianos demostraron paciencia y fortaleza, como mártires cita Dionisio.
3. El emperador Juliano, enemigo de los cristianos escribe a un amigo con enfado y admiración a la vez. Los impíos galileos no apoyan sólo a sus enfermos, sino también a los nuestros, que efectivamente fueron conscientes de la falta de ayuda del Imperio, que pasaba sus días en el campo. El testimonio de los cristianos de cuidarse unos a otros y de cuidar a susvecinos paganos, creó un nuevo estilo de vida bien percibida, como ahora se dice, por la gente. La fe pagana no ofrecía consuelo alguno ante la calamidad; el testimonio de los cristianos y su Fe era un contraste clamoroso. Ofrecían sentido, consuelo y piedad con los suyos y sus vecinos.
4. Un pagano culto de la época escribe: "los estoicos aprendieron a no temer a la muerte, mediante una austera disciplina de vida; en los cristianos la falta de miedo a la muerte es un hábito incluso entre niños y jóvenes". Muchos de los supervivientes se hicieron masivamente cristianos; por estima, pero sobre todo por el gozo, la alegría serena. Además de agradecidos, querían vivir el gozo, la serenidad y el sentido de comunidad de los cristianos. En esas situaciones de pánico y desesperación, la Fe de los cristianos superaba la oferta pagana. La decisión estaba tomada y clara: quiero ser como éstos.
5. La famosa epístola a Diogneto, constata que los cristianos no se distinguen por su modo de vestir, ni por la lengua, ni sus costumbres como ciudadanos.
“Dan muestras de una vida admirable y ciertamente increíble. Se casan, engendran, pero no abandonan a sus hijos e hijas; tienen mesa común pero no el lecho. Superan las leyes, son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. Viven en el mundo pero su religión no se y da vida a todo. Hacen lo mismo que todos pero en su conducta ordinaria, su modo de ser familia, de atender a los pobres los hace distintos. Viven extraordinariamente la vida ordinaria”
Hemos avanzado mucho, gracias a Dios y al trabajo de generaciones. Pero el atractivo de los cristianos está en sus vidas. No se divorcian, cuidan a sus enfermos, se preocupan de los demás, tienen hijos con deficiencias psíquicas o físicas y son aceptados con alegría. Mueren con los suyos. Se preocupan de su familias, vecinos, de los enfermos y mayores y niños. Luchan por ser castos en un mundo podrido. Perdonan a sus enemigos. Los misioneros y misioneras por todo el mundo no dejan a sus cristianos, aunque la Embajada lo pida o lo exija. La historia de las misiones es algo increíble.
Hay mucha gente sola, desorientada, fastidiada en un mundo avanzado pero cruel. El cristiano con su Fe tiene respuestas al dolor, a la muerte, a la enfermedad, a las contradicciones, que no le hace perder la sonrisa; en el Castillo de Javier en Navarra hay un Cristo precioso que desde la cruz perdona y SONRÍE. No es todo esto demasiado sobre humano, sí, sin duda. Pero la gente no es tonta, detecta ese modo de vivir, esa paz. Y la ansía como los paganos de antaño.
Cristianos, no seamos cómodos, apáticos, no os encerréis en un ghetto. Están deseando nuestro anuncio. Iglesia en salida, dice Papa Francisco, cristianos de 24 horas, Dios está empeñado además y su Madre.
Con ideas de Rodney Stark, "La expansión del cristianismo", y Scot Hann, "La nueva evangelización de los católicos".
Daniel Tirapu
RELIGION CONFIDENCIAL
Se leyó un pasaje del Evangelio de Marcos, el de Jesús calma la tempestad en el lago. Luego, el Papa hizo una homilía a solas en la que la comparó con la actual pandemia que ha cambiado la vida de las personas.
FRANCISCO
En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos progresado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
Francisco mencionó al miedo y la falta de fe de los discípulos de Jesús. Y recordó a los católicos la belleza de confiar en Dios también en tiempos duros.
FRANCISCO
Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
El Papa rezó emocionado ante la imagen de la patrona de Roma, la 'Salus Populi Romani'. Pidió su protección para la ciudad de Roma y el mundo entero.
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También se detuvo intensamente rezó ante el crucifijo milagroso de San Marcelo.
Luego rezó en silencio, adorando la Eucaristía.
El cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro, anunció la bendición Urbi et Orbi y la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria.
Francisco se asomó de nuevo a la plaza. Desde el umbral de la basílica bendijo con la Eucaristía a la ciudad de Roma y al mundo.
La bendición Urbi et Orbi normalmente se reserva para la Navidad, Pascua y la elección de un nuevo Papa. Pero Francisco decidió impartirla extraordinariamente para conceder la indulgencia, y recordar que la bondad de Dios ante el sufrimiento que ha generado el coronavirus.
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