La verdadera historia de los inocentes asesinados en Belén
El que hubiera sido un asesinato aislado o de poca trascendencia podría explicar la razón de que el historiador Flavio Josefo, que siempre presentó a Herodes como un tirano cruel, pasara por alto semejante barbarie.
La Biblia sitúa a Herodes El Grande detrás de la salvaje orden de ejecutar a los niños nacidos en Belén con el propósito de matar a Jesús, «un recién nacido a quien los magos de oriente designaron como el rey de los judíos». Si bien es difícil demostrar la historicidad de este hecho, la figura de Herodes se alimenta de relatos de similar violencia, incluido el asesinato de varios de sus propios hijos.
Eso a pesar de que las fuentes romanas, aliadas del rey idumeo, le presentan de forma favorable y le hacen responsable del esplendor económico que se vivió durante su reinado.
La historicidad de la matanza
La Matanza de los Inocentes narrada en el Evangelio de Mateo (2:16-18) tiene su antecedente más directo en el episodio protagonizado por el gran enemigo del pueblo elegido: los egipcios, quienes ordenaron supuestamente asesinar a los bebés hebreos y forzaron a la familia de Moisés a esconderle en el río.
La Matanza de los Inocentes no aparece mencionada en los otros evangelios ni en textos del periodo, lo cual ha llevado a plantear si el episodio tuvo realmente lugar o pudo ser una malinterpretación de otro suceso.
«Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos», narra San Mateo sobre el edicto dictado por el gobernante hebreo que buscaba a acabar con la amenaza política de un niño designado como «el rey de los judíos». Sin embargo, la Matanza de los Inocentes no aparece mencionada en los otros evangelios ni en textos del periodo, lo cual ha llevado a plantear si el episodio tuvo realmente lugar o pudo ser una malinterpretación de otro suceso.
El historiador bíblico Daramola Olu Peters, en sus análisis del texto, defiende que se trata de una mala traducción de la palabra «matanza» y podría ser solo el asesinato de algún hijo de los aspirantes a ocupar el trono. Otros estudiosos vinculan la presunta matanza con el asesinato de los tres hijos de Herodes o alguna de las purgas que llevó a cabo el monarca durante su ascenso al poder.
Las exageradas cifras de muertos de los comentaristas antiguos no ayudan precisamente a ubicar el acontecimiento. Según los estudios demográficos, el poblado de Belén donde nació Jesús tenía en el año 4 a.C de 300 a 1.000 habitantes, de ellos solo habría entre 7 y 20 menores de dos años. Es por ello que, aunque hubiera tenido lugar la matanza, pudo tener poco eco.
El catedrático de filología griega de la Universidad Complutense de Madrid Antonio Piñero lo considera una reelaboración de la leyenda del malvado Faraón que quiso acabar con Moisés niño.
«Una vez que pasados los años se conocía la grandeza de tal o cual personaje, se confeccionaba a base de tradiciones más o menos fiables, o incluso de leyendas, una historia de su nacimiento en la que se ponían de relieve las circunstancias prodigiosas, maravillosas, divinas, del tal nacimiento.
Así ocurrió con el rey persa Ciro (narración compuesta por Heródoto), con Alejandro Magno (por Plutarco), o con el filósofo, predicador ambulante y taumaturgo Apolonio de Tiana (por Filóstrato)», explica este experto en el libro «Guía para entender el Nuevo Testamento» (Editorial Trotta).
El que hubiera sido un asesinato aislado o de poca trascendencia podría explicar la razón de que el historiador Flavio Josefo, que no dejaba pasar la ocasión de presentar a Herodes como un tirano cruel, pasara por alto semejante barbarie. No obstante, Favio Josefo fue el principal instigador de la leyenda negra sobre Herodes.
El relato que hace sobre la muerte del idumeo no escatima en detalles escabrosos y se deleita en su sufrimiento. A los 70 años Herodes murió, «castigándole Dios por los crímenes que había cometido», y fue sepultado en el Templo Herodiano, descubierto en el 2007 por un grupo de arqueólogos.
Los crímenes de un rey extranjero
Los hebreos consideraban a Herodes I un rey extranjero, a pesar de que su linaje era idumeo (una región histórica semítica al sur de Judea). La profunda división hebrea entre sectas religiosas le alejaba de las simpatías de los habitantes de Judea, durante un tiempo en el que las tres principales (farisea, saducea y esenia) no estaban de acuerdo prácticamente en nada. Si lo estaban en identificar a aquel rey de educación helenística y madre árabe nabatea como un elemento intruso y peligroso.
Herodes se valió del apoyo de los romanos, y de un contexto de inestabilidad política, para alcanzar el poder. Desde el año 63 a.C., la República de Roma había hecho de la antigua Judea un reino vasallo (que abarcaba Samaria, al norte, y Edom, al sur) y en el año 47 a. C. Herodes fue nombrado procurador de este reino por Julio César.
En este cargo, el idumeo planeó la eliminación de la estirpe judía de los asmoneos (descendientes de los macabeos), que había reinado hasta ese momento en Judea.
Buena parte de la fama de cruel de este rey hebreo está relacionada con los métodos que aplicó para desplazar del poder a los asmoneos. En el año 40 a. C, consiguió de Marco Antonio –triunviro de Roma y poseedor de la parte oriental del Imperio romano– el título de rey de Judea y logró que fueran degollados Antígono II y su familia, los asmoneos, así como cuarenta y cinco partidarios del antiguo régimen. Eliminaba de esta forma a todos los posibles aspirantes a arrebatarle la corona.
Los puñales y el veneno nunca abandonaron del todo la corte. Su segunda esposa Mariamna, de la estirpe de los asmoneos, también fue ejecutada pororden de Herodes, que nunca dudó en derramar sangre de su propia familia si veía en peligro la corona.
Tras matar a Mariamna, eliminó a dos de sus hijos (Aristóbulo y Alejandro), atendiendo a rumores de conspiración contra su persona, levantados por otro hijo, Antípater, a quien ejecutó tiempo después por intentar envenenarle.
Un fiel aliado de Roma
Con el respaldo económico de Roma, Herodes puso en marcha una política para el desarrollo del comercio y de la agricultura y un ambicioso plan de construcciones. Bajo su reinado, que sentó las bases para la expansión económica que vivió la zona en las siguientes décadas, se reconstruyó el Templo de Jerusalén, se levantó la fortaleza Antonia, un palacio real, un anfiteatro, un teatro y un hipódromo; y se fundó la ciudad de Cesarea, un emplazamiento portuaria de carácter occidental construida en honor al dueño del Imperio, Cayo Julio César Octavio Augusto.
Ninguna iniciativa parece que le sirviera para mejorar su imagen pública de hombre violento, lascivo –se dice que llegó a tener 15 hijos– y nada respetuoso con las tradiciones hebreas.
Este oscuro retrato, de hecho, pocas veces correspondía con la figura histórica que narran los romanos. Según los cronistas de Roma, Herodes fue un monarca lo bastante sensible con su pueblo como para deshacerse de parte de las riquezas palaciegas y comprar trigo común durante la hambruna del año 25 a. C.
Con la derrota de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium (31 a.C.), Herodes se ganó rápido la confianza de Augusto y mantuvo excelentes relaciones con él. Así, el reinado de Herodes es también recordado por los grandes esfuerzos para la romanización del pueblo judío. El palacio real acogió a poetas, filósofos, historiadores, maestros de retórica, bajo la influencia romana, que impulsaron un periodo de auge cultural en la región.
Con su fallecimiento, Judea pasó a ser una provincia gobernada directamente por Siria. Esta situación desencadenó, a su vez, una revuelta reprimida con gran brutalidad por los soldados romanos, pero que se alargaría intermitentemente hasta el sitio de Jerusalén del año 70 d. C.
Una mirada al legado “tibio” de la Laodicea del Apocalipsis 3: 15–16
“Conozco tus obras; no tienes frío ni calor. Ojalá tuvieras frío o calor. Por eso, como eres tibio, y no frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca ”(Apocalipsis 3: 15–16).
¿Por qué el autor del Libro de Apocalipsis llama a la iglesia de Laodicea “tibia”?
La iglesia de Laodicea es la última de las siete iglesias mencionadas en Apocalipsis. Este duro pronunciamiento sugiere que los cristianos de Laodicea, ubicada en la Turquía moderna, vacilaron en sus compromisos con la fe cristiana. Vale la pena investigar el contexto histórico y arqueológico de esta situación.
Mark R. Fairchild, de la Universidad de Huntington, explora la tibia reputación de la iglesia de Laodicea, mientras examina las excavaciones arqueológicas recientes en Laodicea, Turquía, en su artículo "El legado 'tibio' de Laodicea: conflictos de prosperidad en una ciudad cristiana antigua" publicado en marzo / Número de abril de 2017 de Biblical Archaeology Review .
No se nos dice quién fundó la iglesia de Laodicea en la Biblia, sin embargo, a partir de la evidencia textual en el Nuevo Testamento, podemos inferir que Epafras, uno de los discípulos del apóstol Pablo , probablemente la comenzó. Sabemos que Epafras fundó la iglesia en Colosas (Colosenses 1: 6-7), uno de los vecinos cercanos de Laodicea. Por lo tanto, parece plausible que él también sea responsable de plantar la iglesia en Laodicea.
Laodicea fue una ciudad rica durante el período romano. Laodicea no solo estaba ubicada en las principales rutas comerciales que la conectaban con ciudades importantes como Éfeso , Esmirna y Sardes, sino que también era un centro de producción textil y bancaria. Quizás no sea sorprendente que la iglesia de Laodicea sea considerada rica en la Biblia (ver Apocalipsis 3:17).
El Libro del Apocalipsis fue escrito durante el reinado del emperador romano Domiciano (r. 81-96 EC). Domiciano fue conocido por ser el primer emperador romano que se declaró dios en vida. Esto ofendió a cristianos, judíos y al Senado romano por igual. Otros emperadores fueron deificados solo después de su muerte.
Grabados en este fragmento de columna rota hay cuatro símbolos religiosos: una menorá, lulav (rama de palma), shofar (cuerno de carnero) y cruz. Los primeros tres símbolos son judíos, pero la cruz es claramente cristiana. La columna originalmente pertenecía a un ninfeo (una fuente pública) en Laodicea.
Los símbolos judíos probablemente se agregarán a la columna a finales del período romano o bizantino temprano, y la cruz se agregó a principios del período bizantino. El hecho de que la cruz cristiana se extienda desde la menorá judía sugiere que la iglesia de Laodicea surgió de la sinagoga.
Domiciano persiguió a quienes no quisieran participar en el culto imperial (el culto a los emperadores y familias dinásticas). Aunque los judíos estaban estaban exentos de participar, los cristianos no. Fairchild explica:
“Como parte de la Pax Romana, los judíos incondicionalmente monoteístas de las ciudades del mundo mediterráneo estaban exentos de los requisitos del culto al emperador. Mientras el cristianismo fuera considerado una secta dentro del judaísmo, los cristianos de estas ciudades también estaban exentos del culto al emperador ".
Al principio, la Iglesia cristiana estaba compuesta casi en su totalidad por judíos. Sin embargo, a medida que más gentiles (no judíos) se convirtieron al cristianismo, el porcentaje de judíos en la Iglesia cristiana disminuyó y, por lo tanto, se eliminó el estatus especial de los cristianos como monoteístas judíos, que les permitía abstenerse de adorar al emperador.
Los cristianos de Laodicea se vieron afectados por los decretos de Domiciano. Su respuesta a esta persecución, que incluso involucró su capacidad para comprar y vender, es lo que hace que el autor de Apocalipsis los llame "tibios". Fairchild elabora:
Las dificultades que esto planteó a los cristianos de Asia se expresaron en detalle a lo largo del Libro de Apocalipsis. Aquellos que se negaron a adorar la imagen de la bestia (el emperador) fueron asesinados. Los cristianos ya no podían comprar ni vender a menos que hubieran tomado la marca de la bestia (Apocalipsis 13).
La presión sobre los cristianos ricos para mantener su riqueza fue intensa. Dado que gran parte de la riqueza de la cuidad depende del comercio, los comerciantes cristianos se encuentran en un dilema. ¿Cooperarían con el culto imperial y mantendrían sus asociaciones comerciales, o abandonarían a Domiciano y reafirmarían su fe en Cristo? Muchos de los cristianos de Laodicea comprometieron su fe de tal manera que el escritor del Apocalipsis pudo decir: “Te escupiré de mi boca” (Apocalipsis 3:16).
Otras iglesias en todo el Imperio Romano respondieron de manera diferente. Por ejemplo, en el Libro de Apocalipsis se aplaude a los cristianos de Esmirna por mantener su fe en medio de una dificultad extrema al negarse a participar en el culto imperial, aunque esto significó aflicción y pobreza para ellos (véase Apocalipsis 2: 9).
Sin embargo, el legado “tibio” de la iglesia de Laodicea no fue su legado final .
Con todo, la Iglesia sobrevivió al reinado de Domiciano. La ciudad se convirtió en obispado (sede de un obispo cristiano), e incluso se celebró allí un concilio cristiano en el siglo IV d. C. Los arqueólogos han descubierto alrededor de 20 capillas e iglesias cristianas antiguas en el sitio. La iglesia más grande de Laodicea, llamada Iglesia de Laodicea, ocupaba una manzana entera y data de principios del siglo IV.
La Iglesia de Laodicea. Fechada a principios del siglo IV dC, esta iglesia de se extendía por una manzana entera y estaba decorada con suelos de mármol.
Laodicea siguió siendo una ciudad importante hasta el siglo VII dC, cuando fue golpeada por un devastador terremoto y posteriormente fue abandonada.
Su libro sobre la infancia de Jesús, ayudó a recuperar el origen y significado de las figuras del «arte popular por excelencia»
Hace unos años el Papa emérito Benedicto XVI armó un revuelo mundial al recordar en su libro «La infancia de Jesús» que los evangelios no mencionan el buey ni la mula en la gruta de Belén. Al margen de la polémica, su repaso histórico sobre cómo había ocurrido verdaderamente el nacimiento de Jesús sirvió para recuperar el origen y significado de las figuras que año tras año ponemos en el Belén.
Como recuerdan los belenistas, algunas de estas figuras han estado desde el principio (como la mula y el buey), pese a que nunca han sido mencionadas en los relatos de Lucas y Mateo, como recordaba Benedicto XVI en aquella publicación –la última obra de una trilogía dedicada a la vida de Jesús de Nazaret–.
«El pesebre es el cumplimiento del Antiguo Testamento», explica Íñigo Bastida, presidente dela Federación Española de Belenistas. Por eso muchos de los detalles y figuras que no aparecen en los evangelios se han ido incorporando durante el paso de los años por las interpretaciones que la tradición cristiana ha ido haciendo del Antiguo Testamento y algunos evangelios apócrifos, indica Bastida, quien además recuerda que el belenismo cuenta con una tradición «de ocho siglos de historia» y es «el arte popular por excelencia».
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El pesebre
Benedicto XVI señala que, según relata el Evangelio de Lucas, Jesús nació en un pesebre porque no había sitio para él en la posada. «Esto debe hacernos pensar -reflexiona el Papa emérito- y remitirnos al cambio de valores que hay en la figura de Jesucristo, en su mensaje. Ya desde su nacimiento él no pertenece a ese ambiente que según el mundo es importante y poderoso. Y, sin embargo, precisamente este hombre irrelevante y sin poder se revela como el realmente Poderoso, como aquel de quien a fin de cuentas todo depende».
El ángel del Señor
El Papa emérito recuerda en su libro que fue un ángel el que anunció a los pastores que había nacido Jesús. Según el relato de Lucas «en torno al ángel apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quien él se complace”».
Benedicto XVI señala que el evangelista dice que los ángeles «hablan», sin embargo, él puntualiza que «para los cristianos estuvo claro desde el principio que el habla de los ángeles es un cantar, en el que se hace presente de modo palpable todo el esplendor de la gran alegría que ellos anuncian».
La mula y el buey
Benedicto XVI recuerda en su libro que «el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen» pero en el relato de los evangelios de Lucas y Mateo sobre el nacimiento de Jesús «no habla en este caso de animales». «La Iglesia -explica- ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3 y de este modo llegaron al pesebre el buey y el asno». En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías dice: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo».
La tradición belenista recuerda además que fue San Francisco de Asís quien recuperó la mula y el buey en aquel primer Belén que montó en la Nochebuena de 1223 como símbolo del amor del nuevo pueblo de Israel (la Iglesia) que sí reconoce al Señor. Según los belenistas, «la presencia de la mula y el buey nos ayuda a entender que las expectativas de los profetas en el Antiguo Testamento se cumplen en Belén».
Los pastores
Sobre los pastores, el Papa emérito señala en su libro que el relato de Lucas recuerda que «los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan». «Jesús nació fuera de la ciudad, en un ambiente en que por todas partes en sus alrededores había pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños -explica-. Era normal por tanto que ellos, al estar más cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados al pesebre». Para Benedicto XVI los pastores «representaban a las almas sencillas, los pobres, los predilectos del amor de Dios».
La estrella de Belén
Benedicto XVI explica que entre los años 7 y 6 antes de Cristo, que hoy se considera el momento verosímil del nacimiento de Jesús, se produjo unaconjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte en el signo zodiacal de Piscis. Según el astrónomo Johannes Kepler, a ese fenómeno, reflejado también en «tablas cronológicas chinas» se añadió la aparición de una supernova creando un acontecimiento astronómico muy singular.
El Papa emérito también señala que la paradoja de que Jesús haya nacido seis años antes de la «era cristiana» se debe a un error de cálculo del monje Dionisio el Pequeño, quien hizo en el siglo VI la conversión del calendario basado en la coronación del emperador Diocleciano a uno nuevo centrado en el nacimiento de Jesucristo.
Los Reyes Magos
En el caso de los Reyes Magos, Benedicto XVI recuerda una vez más que, como en el caso de la mula y el buey, la tradición ha ido enriqueciendo la figura de los Reyes Magos. En un principio, y según relata el Evangelio de Mateo, las personas que iban a adorar a Jesús eran Magos de Oriente.
Sin embargo, en el Salmo 72 y en el Libro del profeta Isaías en el Antiguo Testamento se menciona «aunos reyes que venían de Oriente y le traían regalos». «El pesebre es el cumplimiento del Antiguo Testamento y por eso se ha quedado como los Reyes Magos de Oriente», explica el profesor de Nuevo Testamento de la Universidad San Dámaso, Andrés García Serrano.
El Papa además señala que «los hombres de los que habla Mateo no eran únicamente astrónomos». Eran «sabios»; representaban «el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es la búsqueda del verdadero Dios». Para Benedicto XVI estos hombres son «precursores de los buscadores de la verdad propios de todos los tiempos».
También precisa que aunque «no pertenecían exactamente a la clase sacerdotal persa, tenían sin embargo un conocimiento religioso y filosófico que se había desarrollado y aún persistía en aquellos ambientes».
Los regalos
El Papa emérito explica que «ante el niño regio, los Magos adoptan la proskýnesis, es decir, se postran ante él». De ahí se explican los dones que ofrecen los Magos. «No son dones prácticos, que en aquel momento tal vez hubieran sido útiles para la Sagrada Familia», dice Benedicto XVI en su libro.
Los dones son «un reconocimiento de la dignidad regia de aquel a quien se ofrecen». El oro (hacía referencia a la realeza de Jesús), el incienso (al Hijo de Dios) y la mirra (al misterio de su Pasión).
José tuvo tiempo y modo para arreglar todo bien, incluso el pesebre
El Evangelio de Lucas señala que María, después de dar a luz a su hijo, “lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento” (Lc 2,7). El “pesebre”indica que en el sitio donde nació Jesús se guardaba el ganado. Lucas señala también que el niño en el pesebre será la señal para los pastores de que allí ha nacido el Salvador (Lc 2,12.16).
La palabra griega que emplea para “aposento” es katályma. Designa la habitación espaciosa de las casas, que podía servir de salón o cuarto de huéspedes. En el Nuevo Testamento se utiliza otras dos veces (Lc 22,11 y Mc 14,14) para indicar la sala donde Jesús celebró la última cena con sus discípulos.
Posiblemente, el evangelista quiera señalar con sus palabras que el lugar no permitía preservar la intimidad del acontecimiento. Justino (Diálogo con Trifón 78) afirma que nació en una cueva y Orígenes (Contra Celso 1,51) y los evangelios apócrifos refieren lo mismo (Protoevangelio de Santiago 20; Evangelio árabe de la infancia 2; Pseudo-Mateo 13).
De todas estas menciones, la más antigua y autorizada documentación de la Gruta - Pesebre de Belén es la del apologista, filósofo y mártir S. Justino de Nablús, que escribía poco después del año 150.
Su testimonio tiene un valor extraordinario, aún cuando no hubiera estado personalmente en Belén en aquel tiempo de ocupación pagana, porque, era palestino de nacimiento, cercano a la época de Cristo, portavoz de la tradición local, profundo conocedor de la lengua griega, comprometido en la lucha contra la clase docta judía (Celso). La mención se encuentra en el Diálogo con Trifón, 78:
"Habiendo nacido entonces el Niño en Belén, porque José no tenía en aquella aldea (kóme) donde alojarse, se alojó en una cierta gruta (spélaio) cercana a la aldea, y entonces, estando ellos allí, María dio a luz a Cristo y lo puso en un Pesebre, donde fue encontrado por los Magos provenientes de Arabia".
La forma y la descripción son muy concisas, de estilo clásico, pero es testimonio seguro de la "tradición palestina", quizá también local, donde los judeo-cristianos permanecieron también después de la paganización del año 135.
José y María, dándose cuenta de la situación local y después de haber renunciado por elección y por la fuerza de las circunstancias a la habitación superior (= Katályma) de la casa, se retiraron a una de las "grutas-almacenes" de la habitación, precisamente a aquella que, teniendo el acceso externo independiente y dando al este, estaba destinada y adaptada para el animalito de casa.
En las dilaciones del censo y en espera del alegre suceso, José tuvo tiempo y modo para arreglar todo bien, incluso el pesebre; que no era una simple cueva, sino un sistema de grutas, que, queriendo, podían comunicar con la habitación superior.
Gruta de la Natividad de Belén
Por tanto hay trabajo para José: limpieza y arreglos, algún madero para formar un ángulo reservado, primero para María y luego para él, un lugar seco y fresco para conservar las provisiones alimenticias; el agua de la cisterna estaba allí cerca; en suma, un arreglo decente, en una típica gruta palestina, pero junto a una casa, donde quedarse sin problemas aquel par de meses de la "separación ritual" requeridos para la perfecta observancia de la Ley judía.
San José hizo todo este trabajo con habilidad de artesano, propia de él y con la mente fija en el doble Misterio que él, cabeza de familia investido expresamente por el Cielo para tan grave misión, no sólo debía guardar, sino también defender de toda curiosidad humana, con la discreción del justo y el tacto del descendiente real.
Esteban fue un hombre extraordinario, lleno de fe y del Espíritu Santo, amado y estimado por todos los miembros de la comunidad cristiana. Su predicación tuvo gran aceptación y las conversiones se multiplicaban. La gente acudía a oírlo, dejaba la sinagoga y se añadía al grupo de los que creían en Jesús. Esteban, cuyo nombre significa “coronado”, es conocido como el “protomártir”, al ser el primer hombre que derramó su sangre por su fe en Jesucristo.
Llegó a ser uno de los hombres en los que más se pudieron apoyar los apóstoles para difundir su mensaje. Según podemos ver en los Hechos de los Apóstoles, la aparición de Esteban y de los otros diáconos en la vida pública de Jerusalén llegó cuando viudas y pobres que no eran israelitas se quejaron porque las ayudas eran destinadas a los propios israelitas antes que a los extranjeros.
En ese momento, los apóstoles argumentaron que ellos no podían hacer frente a esa clase de conflictos porque estarían dejando de lado su misión de difundir el mensaje divino.
Por ello, dieron la oportunidad de elegir a siete hombres justos que se encargaran de repartir las ayudas entre los pobres. Los mismos ciudadanos eligieron a los siete hombres justos, entre los que se encontraba Esteban. Estos hombres fueron presentados a los apóstoles y ordenados diáconos.
La labor de Esteban empezó a hacerse patente cuando los judíos venidos de otros países entablaban conversaciones con él, no pudiendo resistir la sabiduría que salía de sus palabras, inspiradas por el Espíritu Santo. Los de la sinagoga de los Libertos le llevaron delante del Sanedrín, presentando testigos falsos y acusándole de afirmar que Jesucristo iba a destruir el templo y poner fin a las leyes de Moisés.
Esteban pronunció un discurso ante el los miembros del Sanedrín en el que fue repasando la historia del pueblo de Israel, echándoles en cara a los judíos su eterna oposición a los profetas y enviados de Dios, llegando incluso a matar al más importantes de todos ellos, el Redentor Jesucristo. Oyendo esto, los miembros del Sanedrín se enfurecieron. Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo exclamando:
“Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la derecha de Dios”. En ese momento, los que le escuchaban se taparon los oídos y se lanzaron contra él.
Lo sacan entre gritos y empujones fuera de las murallas; los verdugos, tras quitarse sus mantos y dárselos a un joven llamado Saulo, se disponen a lanzar piedras contra el cuerpo del primer mártir cristiano.
Esteban se hinca de rodillas y con los ojos hacia el Monte de los Olivos, donde un año o dos antes subió Jesús a los cielos, ruega a Él por los que le van a dar muerte, exclamando cuando siente los primeros golpes:
“Domine Iesu, suscipe spiritum meum, Señor Jesús, recibe mi espíritu”.
Cayó su cuerpo bañado en sangre. El perdón de los enemigos, la caridad cristiana que abraza a todos los hombres, el mandato del amor había arraigado bien en el corazón de la Iglesia. El primer mártir cristiano moría perdonando a sus verdugos, tal y como lo había hecho Jesucristo en lo alto de la cruz.
Esta mansedumbre y caridad cristiana es la nota distintiva de la plenitud de San Esteban. Estaba lleno de gracia, sabiduría y de poder sobrenatural, pero sobre todo estaba lleno de amor, tenía un corazón formado en la escuela de Cristo.
El odio contra Esteban y Jesús, recogido en el corazón más grande que allí había presente, el único en que cabía, se iba a convertir en amor. Saulo, el fariseo, será muy pronto Pablo, el siervo de Cristo. La mejor corona de Esteban será la conversión de Saulo, que ahora guarda los vestidos de los verdugos, y que se va a convertir en el Apóstol, en el medio elegido por Dios para dar a conocer la doctrina de su Hijo.
Una respuesta afirmativa es aquella a la que se puede llegar a través de los estudios del profesor Shemarjahu Talmon, de la Universidad Hebrea de Jerusalén. El docente partió del pasaje del Evangelio de San Lucas (1, 5-13) en el que se cuenta que en la época en la que Herodes era rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías, marido de Isabel.
Lucas dice que “mientras Zacarías oficiaba ante el Señor, en el turno de su clase, según la usanza del servicio sacerdotal, le tocóa suertes entrar en el templo para hacer la ofrenda del incienso” y en ese momento se le apareció un ángel que le predijo el nacimiento de un hijo, que habría de llamar Juan (el Bautista).
Se sabe que, en el antiguo Israel, los que pertenecían a la casta sacerdotal se dividían en 24 clases, que se organizaban en un orden inmutable y que debían prestar servicio litúrgico en el templo durante una semana, de sábado a sábado, dos veces al año. La clase de Zacarías, la de Abías, era la octava en el orden oficial.
Con la ayuda del calendario de la comunidad esenia de Qumrân, el profesor Talmon reconstruyó los turnos, el segundo de los cuales caía en septiembre. Las antiguas Iglesias de Oriente celebran, de hecho, la concepción de Juan entre el 23 y el 25 de septiembre.
El evangelista Lucas dice que la anunciación del ángel Gabriel a María sucedió seis meses después de la concepción de Juan (Lc, 1, 26). Las liturgias orientales y occidentales concuerdan en la identificación de esta fecha con el 31 del mes de Adar, que corresponde a nuestro 25 de marzo, fecha en la que la Iglesia celebra el anuncio del ángel y la concepción de Jesús. La fecha del nacimiento, por tanto, debería ser colocada 9 meses después, es decir el 25 de diciembre.
Los estudios del profesor Talmon, sin embargo, no han callado las voces que apoyan la falta de fundamento de esta fecha, considerada contraria al relato evangélico de Lucas, ya que este habla de pastores que pasan la noche al raso, evocando un contexto más primaveral que invernal.
Con respecto a esto, se evocan las normas de pureza típicas del judaísmo, recordando antiguos tratados en los que los rebaños se diferenciaban en tres tipos: los compuestos sólo de ovejas de lana blanca, consideradas puras y que después de pastar volvían a entrar en el redil en el centro de las poblaciones; las compuestas por ovejas de lana en parte blanca y en parte negra, que por la tarde entraban en rediles dispuestos a las afueras de las poblaciones; y las ovejas de lana negra, consideradas impuras, que no podían entrar ni en las ciudades ni en los rediles, debiendo permanecer a la intemperie con sus pastores en cualquier periodo del año.
El Evangelio, recuerda, además, que los pastores hacían turnos de guardia, lo que indicaría una noche larga y fría, apropiado al contexto invernal.
Es la noche la que acoge la Misa más tradicional de Navidad, la de medianoche, que recuerda cómo el papa de Roma solía celebrar tres Eucaristías en esa festividad, la primera de las cuales comenzaba alrededor de la medianoche y se celebraba en la Basílica de Santa María la Mayor, donde según la tradición, se encuentran las reliquias del pesebre en el que fue depositado el Niño Jesús.
El Pontífice celebraba, además, la misa para la comunidad griega de Roma en la iglesia de Santa Anastasia, quizás en recuerdo de la anastasis, la resurrección; era la celebración que hoy en el Misal figura como la Misa de la Aurora. La tercera misa era, finalmente, la que nosotros llamamos “diurna” que el Papa celebraba en San Pedro, que se encontraba fuera de las murallas romanas, para quien vivía a las afueras, esencialmente la población rural.
Estos animales sabían intuitivamente que el universo acababa de ser restaurado, sabían que la creación entera había sido renovada. Habían reconocido en ese Niño a su Señor.
En los belenes populares, como en todas las representaciones iconográficas que a lo largo de los siglos se han hecho de la Navidad, nunca faltan el buey y la mula (o un asno, dependiendo de las latitudes), entibiando con sus hálitos a ese Niño que acaba de nacer en un pesebre.
Sin embargo, el buey y la mula no aparecen por ninguna parte en la narración evangélica del Nacimiento, que está llena de rasgos asombrosos de observación y de frases incidentales que contribuyen a completar un cuadro de gran patetismo: «Estando [María] allí [en Belén], se cumplieron los días de su parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre; porque no había para ellos lugar en la posada».
Pero la tradición ha querido incorporar a tan conmovedora escena una mula y un buey; y en la propia insistencia de la tradición, que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, tiene que haber algún significado, pues no se colarían de matute dos bichos tan grandes en un sitio tan pequeño si nadie les hubiese dado vela en el natalicio.
¡Pues anda que no le hubiese resultado fácil a Lucas añadir que un ángel brindaba calor al niño, envolviéndolo con sus alas! Por otro lado, no parece del todo claro que en Belén hiciese frío aquella noche (por mucho frío que haga, al menos en el hemisferio boreal, en la noche elegida para rememorarla), pues a renglón seguido se nos anuncia que «había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño»; de donde se desprende que la noche era grata y serena, si acaso con un poco de relente del que los pastores se defenderían apretujando sus cuerpos a los de las ovejas que custodiaban, pues de lo contrario se habrían recogido en la majada.
Conque, hemos de concluir, el Niño que acaba de nacer en el pesebre disfruta de una noche medianamente apacible; y con los pañales con que su Madre lo ha enfajado puede que le baste (y aun le sobre, conociendo la propensión de las madres a abrigar en exceso a sus hijos recién nacidos) para no sufrir el relente.
Y, además, por el lugar revolotean los ángeles, que si tienen tiempo para el trajín de andar anunciando el acontecimiento a los pastores, mucho más lo tendrían para hacerle de estufas o edredones nórdicos al Niño.
El buey y la mula parecen, pues, convidados superfluos, incluso intempestivos, según el principio de economía narrativa que debe presidir un buen relato; y por eso los evangelistas no los mencionan, estuviesen o no participando de tan gozosa escena.
Pero la tradición iconográfica nunca ha dejado de incluir el buey y la mula en el reparto; para lo que se han buscado todo tipo de explicaciones teológicas, poéticas o meramente peregrinas. Así, por ejemplo, algunos Santos Padres interpretan que el buey y la mula representan la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento, o a la iglesia de los judíos y de los gentiles.
Y, según una leyenda muy extendida, se afirma que San José llevaba el buey para pagar el tributo al César; y que la mula había servido de cabalgadura a María, puesto que de Nazaret a Belén hay cuatro días de camino a pie, que no parecen muy recomendables para una mujer encinta y con los apremios del parto.
Pero, como algún comentarista bíblico ha observado, no resulta verosímil que a un hombre que llega conduciendo un buey y a una mujer que viene subida en una mula se les niegue sitio en la posada; pues tan pobres no debían de ser. Seguro que la mula fue prestada; y el tributo que José pagara al César en el empadronamiento, siendo un carpintero más bien menesteroso, no creo que fuese tan magnífico.
Hay un versículo en Isaías que viene como de molde para explicar la presencia de estos dos humildes animales en el pesebre de Belén: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».
Buey y asno (o buey y mula, en los países de nuestra cultura) representarían así ese conocimiento intuitivo de las cosas naturales que sólo los animales tienen, esa suerte de sexto sentido que les hace recogerse ante la inminencia de una tormenta, mientras a los hombres los pilla el chaparrón desprevenidos.
Y eso simbolizan esas dos figuras que seguimos colocando en nuestros belenes: lo que había ocurrido en aquel pesebre, a las afueras de Belén, había pasado inadvertido al común de los hombres; pero los animales lo presagiaban en el aire: sabían intuitivamente que el universo acababa de ser restaurado, sabían que la creación entera había sido renovada. Habían reconocido en ese Niño a su Señor.
"Nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, buey y asno cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el pesebre, reconocen a su Señor".
Autor: Cardenal Joseph Ratzinger
I.
El especial calor humano que tanto nos conmueve en la fiesta de navidad y que incluso en los corazones de la cristiandad ha sobrepujado a la pascua, se desarrolló por primera vez en la edad media, y aquí fue Francisco de Asís el que, partiendo de su profundo amor al hombre Jesús, hacia el Dios-con-nosotros, contribuyó a introducir esta novedad.
Su primer biógrafo, Tomás de Celano, nos cuenta en su segunda biografía lo siguiente: «Más que ninguna otra fiesta celebraba él la navidad con una alegría indescriptible. Él afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo un niño pequeño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños.
Francisco abrazaba -¡y con qué delicadeza y devoción!- las imágenes que representaban al niño Jesús y lleno de afecto y de compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño. El nombre de Jesús era en sus labios dulce como la miel».[3]
De tales sentimientos procedió la famosa celebración de la navidad en Greccio (año 1223), a la cual le pudieron animar e incitar su visita a la tierra santa y al pesebre que se halla en Santa María la Mayor en Roma; pero lo que sin duda influyó más en él fue el deseo de más cercanía, de más realidad.
Y le movió asimismo a ello el deseo de hacer presente a Belén, de experimentar directamente la alegría del nacimiento del niño Jesús y de comunicar esa alegría a sus amigos.
De esa noche del pesebre nos habla Celano en la primera biografía, de tal manera que conmovió cada vez más a los hombres y, al mismo tiempo, contribuyó decisivamente a que pudiera desarrollarse y extenderse esta hermosísima costumbre de la navidad: la de montar «belenes» o «nacimientos». (…)
II.
En la cueva de Greccio, por indicación de Francisco, se pusieron aquella noche un buey y un asno [7]. Efectivamente, él había dicho:
Desearía provocar el recuerdo del niño Jesús con toda la realidad posible, tal como nació en Belén y expresar todas las penas y molestias que tuvo que sufrir en su niñez. Desearía contemplar con mis ojos corporales cómo era aquello de estar recostado en un pesebre y dormir sobre las pajas entre un buey y un asno.[8]
Desde entonces, un buey y un asno forman parte de la representación del pesebre o nacimiento. ¿Pero de dónde proceden propiamente estos animales? Los relatos de la navidad del nuevo testamento no nos narran nada acerca de esto.
Pero, si profundizamos esta cuestión, topamos con un hecho que es importante para todas las costumbres navideñas y sobre todo para la piedad navideña y pascual de la iglesia en la liturgia y al mismo tiempo en los usos populares.
El buey y el asno no son simples productos de la fantasía; se han convertido, por la fe de la iglesia, en la unidad del antiguo y nuevo testamento, en los acompañantes del acontecimiento navideño. En efecto, en Isaias/01/03 se dice concretamente: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».(…)
En las representaciones medievales de la navidad, no deja de causar extrañeza hasta qué punto ambas bestias tienen rostros casi humanos, y hasta qué punto se postran y se inclinan ante el misterio del Niño como si entendieran y estuvieran adorando.
Pero esto era lógico, puesto que ambos animales eran como los símbolos proféticos tras los cuales se oculta el misterio de la iglesia, nuestro misterio, puesto que nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, buey y asnos cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el pesebre, reconocen a su Señor.
III.
¿Pero le reconocemos realmente? Cuando nosotros ponemos el buey y el asno en el portal, deben venirnos a la memoria aquellas palabras de Isaías, las cuales no son sólo evangelio -promesa de un conocimiento que nos ha de llegar- sino también juicio por nuestra ceguera actual. El buey y el asno conocen, pero «Israel no tiene conocimiento, mi pueblo no tiene inteligencia».
¿Quién es hoy el buey y el asno, quién «mi pueblo», que está sin inteligencia? ¿En qué se conoce al buey y al asno y en qué a «mi pueblo»? ¿Por qué se da el fenómeno de que la irracionalidad conoce y la razón sehalla ciega?
Para encontrar una respuesta, debemos volvernos nuevamente, con los padres de la iglesia, a la primera navidad. ¿Quién es el que no conoció? ¿Y quién conoció? ¿Y por qué ocurrió así.
Ahora bien, el que no conoció fue Herodes, el cual tampoco comprende nada cuando se le anuncia el nacimiento del Niño. Sólo sabe de su afán de dominio y de su ambición de mando y de la manía persecutoria correspondiente y, por ello, se hallaba profundamente cegado (Mt 2,3).
El que no conoció fue también «todo Jerusalén con él» (Ibid.). Quienes no conocieron fueron los hombres vestidos lujosamente, las gentes importantes (Mt 11,8). Los que no conocieron fueron los señores sabihondos, los entendidos en Biblia, los especialistas en la interpretación de la sagrada Escritura, los cuales conocían con exactitud los pasajes de la Biblia, y, sin embargo, no entendían una palabra (Mt 2,6).
Los que le conocieron como el «buey y el asno» fueron: los pastores, los magos, María y José. ¿Podía ser de otra manera? En el establo donde él se encuentra no se ve gente fina, allí están como en su casa el buey y el asno.
¿Pero qué es lo que ocurre con nosotros? ¿Nos hallamos tan alejados del establo porque somos demasiado finos y demasiado sesudos para ello? ¿No nos enredamos también nosotros en sabihondas interpretaciones de la Biblia, en pruebas de la autenticidad o inautenticidad, de forma que nos hemos hecho ciegos para el Niño y no percibimos ya nada de él?
¿No estamos demasiado en «Jerusalén», en el palacio, encasillados en nosotros mismos, en nuestra propia gloria, en nuestras manías persecutorias para que podamos oír en seguida la voz de los ángeles, acudir al pesebre y ponernos a adorar?
Así en esta noche nos contemplan los rostros del buey y del asno que nos interrogan: mi pueblo carece de inteligencia, ¿no comprendes tú la voz de tu Señor? Cuando nosotros colocamos las figuras que nos son familiares en el pesebre, debemos pedir a Dios que otorgue a nuestros corazones aquella simplicidad o sencillez que sabe descubrir en el niño al Señor, tal como lo hizo, en tiempos, Francisco en Greccio.
Entonces nos podría ocurrir lo que nos cuenta Celano, con unas palabras muy similares a las de san Lucas acerca de los pastores de la primera nochebuena (Lc 2,20), sobre los que participaron en la celebración de Greccio: todos regresaban a sus casas llenos de alegría. [10]
("El rostro de Dios", Ediciones Sigueme, Salamanca 1983, 19-25)
Notas
[1] Ignacio de Antioquía, Carta a los magnesios, 3,1.
[2] B. Reicke, Jatresfeier und Zeitenwende im Judentam und ChristentUm der Antike: TThQ 150 (1970) 321- 334. Las perspectivas de este articulo que echa por tierra el consenso habido hasta ahora de los investigadores sobre el origen dela navidad y de la epifanía, parece que apenas han conseguido acceso en el campo de la ciencia litúrgica.
[3] II Cel 151, 199.
[4] I Cel 30, 84.
[5] I Cel 30, 86.
[6] Cf. J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1981.
[7] En España y en los países de nuestra cultura, decimos «el buey y la mula» en vez de «el buey y el asno». Esto hay que tenerlo en cuenta muy particularmente en las alusiones que se hacen a la Biblia, que no se ajustan a la «mula», sino al «asno» y en lo que dirá más adelante Mons. Albino luego Juan Pablo I (N. del T.)
[8] I Cel 30, 84.
[9] J. Ziegler.
[10] I Ce130, 86.
Belén
Película sobre la Navidad contada por los animales del pesebre
La historia de la estrella de Belén ha llegado a los cines de EE.UU justo a tiempo para las próximas fiestas navideñas. Narrada de una curiosa manera, desde la perspectiva de los animales del Nacimiento, esta película familiar muestra el lado cómico de la primera Navidad.
PATRICIA HEATON
Vaca, “Se armó el Belén”
“Nunca ha habido una película sobre la historia de la Natividad, en Navidad, y es una locura, porque se celebra desde hace 2,000 años y se hacen películas desde hace más de cien años. Ya era hora”.
GINA RODRÍGUEZ
María, “Se armó el Belén”
“La historia de la Natividad ha sido contada tantas veces, que es difícil verla bajo una nueva luz. Creo que con 'La Estrella de Belén' lo hemos conseguido. Parte de la perspectiva de los animales, esto alivia el peso de la historia original para que los jóvenes puedan conocerla de un modo más ligero”.
La película juega en la extravagancia de los animales, y no le falta la profundidad y dramatismo de lo que vivieron María y José.
ZACHARY LEVI
José, “Se armó el Belén”
“Realmente los momentos vulnerables, los momentos humanos de José fueron los que más atesoro. Recuerdo haberlos leído y hasta haber empezado a llorar en la sesión de grabación porque realmente lo sentía. Sentí la crudeza y la vulnerabilidad de esos momentos y estoy realmente agradecido de que hayamos logrado capturar eso”.
La versión original de la película cuenta con estrellas como Kelly Clarkson, Oprah Winfrey, Tyler Perry y Tracy Morgan, quienes han apoyado el proyecto para participar de alguna forma en la mayor historia jamás contada.
¿Cuáles son los orígenes de la celebración de la Navidad?
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre el día del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La difusión de la celebración
litúrgica de la Navidad fue rápida.
En la segunda mitad del siglo IV
se va extendiendo por todo
el mundo cristiano:
por el norte de Africa (año 360),
por España (año 384).
En el siglo V la Navidad es
una fiesta casi universal.
SOBRE LOS ORÍGENES DE LA CELEBRACIÓN DE LA NAVIDAD
Los cristianos de la primera generación, es decir, aquellos que escucharon directamente la predicación de los Apóstoles, conocían bien y meditaban con frecuencia la vida de Jesús. Especialmente los momentos decisivos: su pasión, muerte redentora y resurrección gloriosa.
También recordaban sus milagros, sus parábolas y muchos detalles de su predicación. Era lo que habían oído contar a aquellos que habían seguido al Maestro durante su vida pública, que habían sido testigos directos de todos aquellos acontecimientos. Acerca de su infancia sólo conocían algunos detalles que tal vez narrara el propio Jesús o su Madre, aunque la mayor parte de ellos María los conservaba en su corazón.
Cuando se escriben los evangelios sólo se deja constancia en ellos de lo más significativo acerca del nacimiento de Jesús. Desde perspectivas diferentes, Mateo y Lucas recuerdan los mismos hechos esenciales: que Jesús nació en Belén de Judá, de la Virgen María, desposada con José, pero sin que Ella hubiese conocido varón. Además, hacia el final de los relatos sobre la infancia de Jesús, ambos señalan que después fueron a vivir a Nazaret.
Mateo subraya que Jesús es el Mesías descendiente de David, el Salvador en el que se han cumplido las promesas de Dios al antiguo pueblo de Israel. Por eso, como la pertenencia de Jesús al linaje de David viene dada por ser hijo legal de José, Mateo narra los hechos fijándose especialmente en el cometido del Santo Patriarca.
Por su parte, Lucas, centrándose en la Virgen —que representa también a la humanidad fiel a Dios—, enseña que el Niño que nace en Belén es el Salvador prometido, el Mesías y Señor, que ha venido al mundo para salvar a todos los hombres.
En el siglo II el deseo de saber más sobre el nacimiento de Jesús y su infancia hizo que algunas personas piadosas, pero sin una información histórica precisa, inventaran relatos fantásticos y llenos de imaginación. Se conocen algunos a través de los evangelios apócrifos. Uno de los relatos más desarrollados sobre el nacimiento de Jesús contenido en los apócrifos es el que se presenta en el llamado Protoevangelio de Santiago, según otros manuscritos, Natividad de María, escrito a mediados del siglo II.
En las primeras generaciones de cristianos la fiesta por excelencia era la Pascua, conmemoración de la Resurrección del Señor. Todos sabían bien en qué fechas había sido crucificado Jesús y cuándo había resucitado: en los díascentrales de la celebración de la fiesta judía de la Pascua, en torno al día 15 de Nisán, es decir, el día de luna llena del primer mes de primavera.
Sin embargo, posiblemente no conocían con la misma certeza el momento de su nacimiento. No formaba parte de las costumbres de los primeros cristianos la celebración del cumpleaños, y no se había instituido una fiesta particular para conmemorar el cumpleaños de Jesús.
¿POR QUÉ SE CELEBRA EL 25 DE DICIEMBRE?
Hasta el siglo III no tenemos noticias sobre el día del nacimiento de Jesús. Los primeros testimonios de Padres y escritores eclesiásticos señalan diversas fechas. El primer testimonio indirecto de que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre lo ofrece Sexto Julio Africano el año 221.
La primera referencia directa de su celebración es la del calendario litúrgico filocaliano del año 354 (MGH, IX,I, 13-196): VIII kal. Ian. natus Christus in Betleem Iudeae (“el 25 de diciembre nació Cristo en Belén de Judea”). A partir del siglo IV los testimonios de este día como fecha del nacimiento de Cristo son comunes en la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece la fecha del 6 de enero.
Una explicación bastante difundida es que los cristianos optaron por ese día porque, a partir del año 274, el 25 de diciembre se celebraba en Roma el dies natalis Solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto, la victoria de la luz sobre la noche más larga del año.
Esta explicación se apoya en que la liturgia de Navidad y los Padres de la época establecen un paralelismo entre el nacimiento de Jesucristo y expresiones bíblicas como «sol de justicia» (Ma 4,2) y «luz del mundo» (Jn 1,4ss.).
Sin embargo, no hay pruebas de que esto fuera así y parece difícil imaginarse que los cristianos de aquel entonces quisieran adaptar fiestas paganas al calendario litúrgico, especialmente cuando acababan de experimentar la persecución.
Otra explicación más plausible hace depender la fecha del nacimiento de Jesús de la fecha de su encarnación, que a su vez se relacionaba con la fecha de su muerte.
En un tratado anónimo sobre solsticios y equinoccios se afirma que “nuestro Señor fue concebido el 8 de las kalendas de Abril en el mes de marzo (25 de marzo), que es el día de la pasión del Señor y de su concepción, pues fue concebido el mismo día que murió” (B. Botte, Les Origenes de la Noël et de l’Epiphanie, Louvain 1932, l. 230-33).
En la tradición oriental, apoyándose en otro calendario, la pasión y la encarnación del Señor se celebraban el 6 de abril, fecha que concuerda con la celebración de la Navidad el 6 de enero.
La relación entre pasión y encarnación es una idea que está en consonancia con la mentalidad antigua y medieval, que admiraba la perfección del universo como un todo, donde las grandes intervenciones de Dios estaban vinculadas entre sí.
Se trata de una concepción que también encuentra sus raíces en el judaísmo, donde creación y salvación se relacionaban con el mes de Nisán. El arte cristiano ha reflejado esta misma idea a lo largo de la historia al pintar en la Anunciación de la Virgen al niño Jesús descendiendo del cielo con una cruz.
Así pues, es posible que los cristianos vincularan la redención obrada por Cristo con su concepción, y ésta determinara la fecha del nacimiento. “Lo más decisivo fue la relación existente entre la creación y la cruz, entre la creación y la concepción de Cristo” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, 131).
La difusión de la celebración litúrgica de la Navidad fue rápida. En la segunda mitad del siglo IV se va extendiendo por todo el mundo cristiano:por el norte de Africa (año 360), por Constantinopla (año 380), por España (año 384) o por Antioquía (año 386). En el siglo V la Navidad es una fiesta casi universal.