Benedicto XVI presenta las figuras de Aquila y Priscila

GRACIAS  A LA FE Y AL COMPROMISO APOSTÓLICO DE LOS FIELES LAICOS, COMO PRISCILA Y ÁQUILA, EL CRISTIANISMO HA LLEGADO A NUESTRA GENERACIÓN

La Iglesia crece con las familias verdaderamente cristianas

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 febrero 2007

La Iglesia, desde hace dos mil años, crece gracias a las familia cristianas, constató Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles en la que presentó a un matrimonio de la Iglesia primitiva, Priscila y Áquila.

La evocación de estos dos colaboradores cercanos de san Pablo apóstol, a quien en alguna ocasión salvaron la vida, llevó al Papa a afirmar que «toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia».

Siguiendo con la serie de catequesis que está ofreciendo sobre figuras destacadas entre los primeros cristianos, el pontífice meditó en esta ocasión, junto a miles de peregrinos congregados en el Aula Pablo VI, sobre esta pareja que había sido expulsada de Roma junto a los judíos por el emperador Claudio.

Llegaron a Corinto alrededor del año 50 y allí conocieron a Pablo. Como era fabricante de tiendas, como ellos, le acogieron en su casa. Después, Priscila y Áquila se trasladaron a Éfeso y, como cuenta el mismo apóstol Pablo, en su casa se reunían los cristianos de esa ciudad para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía.

A estas reuniones o asambleas los cristianos las llamaron en griego «ekklesía», en latín «ecclesia», es decir, «iglesia». «De este modo, podemos ver precisamente el nacimiento de la Iglesia en las casas de los creyentes», reconoció el Papa.

AQUILA Y PRISCILA

Sólo en el siglo III, nacerían «los auténticos edificios del culto cristiano», recordó el Papa. En los dos primeros siglos, sin embargo, «las casas de los cristianos se convierten en auténtica “iglesia”».

Áquila y Priscila siguieron desempeñando esta «función preciosísima» más tarde, al regresar a Roma, la capital del imperio, como lo atestigua el apóstol Pablo en la carta a los Romanos, en la que expresa a este matrimonio no sólo su gratitud, sino el agradecimiento de todas las Iglesias de la gentilidad.

«Hay algo que es seguro --añadió el Papa--: a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de losfieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación».

«Podía crecer no sólo gracias a los apóstoles que lo anunciaban --aclaró--. Para arraigarse en la tierra del pueblo, para desarrollarse vivamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estos esposos, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que han ofrecido el “humus” al crecimiento de la fe».

«Y siempre, sólo así, crece la Iglesia --subrayó--. En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos». «Cuando están apoyados por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia se hace natural».

«La cotidiana comunión de su vida se prolonga y, en cierto sentido, se sublima al asumir una común responsabilidad a favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de éste. Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente», reconoció. Del ejemplo de Priscila y Áquila el Papa sacó una segunda lección: «toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia».

«No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y recíproca atención, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo». De hecho, «la Iglesia, en realidad, es la familia de Dios», concluyó.

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tumba De San Pedro

Un hallazgo fortuito debajo de la famosa basílica de la Santa Sede.

En 1941, fue el pistoletazo de salida para que se iniciaran unos trabajos que se prolongaron durante tres décadas en busca del considerado primer Papa de la historia de la Iglesia, la Santa Sede.

 

El 24 de diciembre de 1950, hace casi tres cuartos de siglo, la prensa titulaba: 'Pío XII anunció al orbe cristiano el hallazgo de la tumba de San Pedro'. El Papa acababa de dar la que puede considerarse una de las noticias más importantes de la religión católica en los últimos siglos. Así lo consideraba, al menos, la mayoría de la comunidad cristiana.

Habían pasado casi dos mil años desde la crucifixión del santo y más de treinta de trabajos desde que se iniciaron las excavaciones arqueológicas en el corazón de la Santa Sede. Hasta que, por fin, la Santa Sede pudo dar su gran exclusiva.

El descubrimiento fue calificado por muchos historiadores de «providencial», aunque para llegar a ese punto la Santa Sede tuvo que realizar un pequeño viacrucis que incluyó diez años de excavaciones arqueológicas, el traslado en secreto de los supuestos restos del santo y dos décadas más para confirmar su autenticidad. Así explicaba Pío XII el hallazgo en su discurso de Navidad, aunque todos los interrogantes no estuvieran resueltos:

«El resultado de las excavaciones son de sumo valor e importancia, pero la cuestión esencial es: ¿se ha encontrado realmente la tumba de San Pedro? La conclusión final de los trabajos y estudios responde con un clarísimo sí, se ha encontrado la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Una segunda cuestión, subordinada a la anterior, se refiere a las reliquias del santo. ¿Han sido halladas? Al lado del sepulcro se encontraron restos de huesos humanos, los cuales, sin embargo, no se puede probar con certeza que pertenecieran al cuerpo del Apóstol».

 

Las primeras palabras sobre las citadas excavaciones las había pronunciado el mismo Papa en 1942, tres años después de que comenzaran los trabajos de saneamiento de las grutas de la Santa Sede bajo la basílica de San Pedro. Dijo: «Saxa loquuntur!» («¡Las piedras hablan!»). Estos se habían iniciado con el objetivo de hacerlas más espaciosas y poder abrirlas al público, lo que les obligó a bajar el pavimento del suelo unos 80 centímetros.

Sin embargo, durante los trabajos, el 18 de enero de 1941 concretamente, los obreros hallaron por sorpresa la parte superior de un panteón romano del siglo II al que denominaron 'sepulcro F' o 'sepulcro de los Caetenni'.

 

tumba san pedro necropolis

 

El primer hallazgo

La extraordinaria importancia de este descubrimiento fue lo que determinó que se comenzasen las investigaciones arqueológicas en busca de la tumba de San Pedro. En el Vaticano suponían que no iba a resultar fácil, puesto que, a lo largo de los siglos, los sucesivos emperadores y Papas habían ido incorporando al lugar donde creían que se encontraba enterrado Pedro altares cada vez más suntuosos. A mediados del siglo XX pensaron que había llegado la hora de comenzar a desenterrar capa por capa en busca de los restos de su primer Pontífice.

El Papa nombró como director de las mismas al sacerdote Ludwig Kaas, siendo sus principales supervisores sobre el terreno los jesuitas Antonio Ferrua y Engelbert Kirschbaum y los arqueólogos Enrico Josi y Bruno María Apollonj Guetti.

Un año después, descubrieron un complejo de mausoleos paganos ubicados bajo los cimientos de la basílica, la llamada todavía hoy necrópolis vaticana, que estaba datada en los siglos II y III. Gran parte de esta se encontraba, efectivamente, destruida por la construcción de la antigua basílica que el emperador Constantino I había ordenado erigir en el siglo IV y que hoy está desaparecida.

Sobre él se construyó también, en el siglo VII, el monumento del Papa Gregorio Magno, que más tarde quedó encerrado en el altar erigido por el Papa Calixto II en el siglo XIII. Lo que todavía vemos hoy bajo la cúpula de Miguel Ángel se remonta a 1594 y fue construido, a su vez, por voluntad de Clemente VIII.

La antigua basílica constantiniana fue a su vez reconstruida por el Papa Julio II a principios del siglo XVI. Así nació la Basílica de San Pedro que se conoce hoy, bajo la cual será enterrado esta semana Benedicto XVI.

 

tumba san pedro

«Una funda»

Así lo explicaba en ABC el escritor y sacerdote José Luis Martín Descalzo en 1968: «La tumba era uno de los más curiosos documentos arqueológicos existentes: una especie de caja china en la que cada tumba encerraba siempre otra más antigua; así se halló que el gran altar de la Basílica de San Pedro era, en realidad, una funda del que en el siglo XII construyó allí mismo Calixto II. Este, a su vez, encerraba un tercer altar, el construido a fines del siglo VI por San Gregorio Magno.

Este altar, una vez más, encerraba dentro un monumento de pórfido rojo construido en el año 315 por el emperador Constantino. En el corazón de este monumento había aún una pequeña 'edícula funeraria' erigida en el año 150 para proteger una tumba muy humilde del siglo primero: un simple hoyo en la tierra cubierto por dos grandes tejas rojas».

tumba san pedro necropolis

 

 

Esta tumba, sin embargo, estaba vacía. Todo parecía indicar que a lo largo de los siglos los huesos habían sido guardados en otro lugar por temor a su profanación. Aún así, en un lugar cercano Ludwig Kaas encontró una serie de restos humanos. Enseguida pensó que podrían ser los huesos del apóstol y, preocupado porque no fuesen tratados con el respeto que merecían, decidió trasladarlos a otro lugar dentro de la misma necrópolis sin contárselo a nadie, ni siquiera a sus ayudantes más cercanos. El sacerdote mantuvo la ubicación de las reliquias en el más absoluto secreto.

Ludwig Kaas murió el 15 de abril de 1952 y se llevó el secreto a la tumba. Pío XII ordenó que el cuerpo de su amigo descansara en la cripta de la misma Santa Sede, convirtiéndose en el único sacerdote que tiene el honor de descansar cerca del lugar donde se encuentran enterrados todos los papas del siglo XX.

Como sucesor fue nombrada la profesora Margherita Guarducci, experta en epigrafía griega y paleocristiana, las cual descubrió los supuestos restos ocultos del apóstol por casualidad, mientras descifraba unos grafitis escritos en uno de los muros hallados.

 

catacumbas cripta

«Un ser robusto»

Una vez traducidos los mensajes junto a los huesos, se llevaron la sorpresa. En estos ponía: «Pedro, ruega por los cristianos que estamos sepultados junto a tu cuerpo» y «Pedro está aquí», además de un monograma que los cristianos primitivos usaban como signo de Pedro, con una 'P' y una 'E' mayúsculas.

Por su parte, el estudio de los huesos, encargado al antropólogo Venerando Correnti, determinó que pertenecían «a la misma persona, un ser robusto, de sexo varón, con avanzada edad, posiblemente de setenta años, y del primer siglo».

Las otras dos conclusiones de Corranti establecían, por un lado, que «los huesos del animal encontrado están prácticamente limpios a diferencia de los restos humanos, pues estos últimos tenían tierra que después de estudiada son de la tumba que estaba abierta y vacía, la misma que habían identificado como de San Pedro».

Y, por otro: «Los huesos tienen un color rojo provenientes del paño dorado y púrpura en que el cadáver fue envuelto. Aparte de la tela, hay restos de hilos de oro, lo que nos lleva a pensar que era una persona venerada. Posiblemente, los huesos se retiraron de la tumba original para guardarlos en el nicho y así quedar protegidos, pues este estaba intacto desde Constantino hasta el hallazgo».

Un detalle importante que los arqueólogos tuvieron en cuenta es que no encontraron entre los restos los huesos de los pies. Este hecho reforzaría la tesis de que los restos del cuerpo pertenecían realmente a San Pedro, pues se tiende a pensar que el santo fue crucificado cabeza abajo. Se sabe que la forma de descolgar a estos condenados era cortándoles los pies para que el cuerpo sin vida cayera al suelo.

El anuncio oficial

En julio de 1968, Pablo VI no dudó en anunciar oficialmente el «feliz acontecimiento del hallazgo de los restos de San Pedro».

En la noticia de ABC, publicada el día 27, se recogían algunas consideraciones del Papa al respecto: «No se habrán agotado con esto las investigaciones, comprobaciones, discusiones y polémicas, pero, por nuestra parte, nos parece un deber, según se hallan actualmente las conclusiones arqueológicas y científicas, daros a vosotros y a la Iglesia este anuncio feliz, obligados como estamos a honrar las sagradas reliquias que fueron en un tiempo vivos miembros de Cristo destinados a la gloriosa resurrección».

Y continuaba: «En el caso presente, tanto más solícitos y gozosos debemos estar, pues tenemos motivos para sostener que han sido encontrados los pocos, pero sacrosantos restos mortales del Príncipe de los apóstoles, de Simón, hijo de Jonás, del pescador a quien Cristo llamó Pedro.

De aquel que fue elegido por el Señor como fundamento de su Iglesia y a quien el Señor confió las supremas llaves de su Reino con la misión de apacentar y reunir a su rebaño hasta su glorioso retorno final».

 

 

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Primera parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

Segunda parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

Tercera parte del vídeo sobre la Basílica de San Pedro

 

 

 

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Visita virtual a la Basílica de San Pedro 

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TUMBA DE SAN PEDRO

 

 

 

 

 

Evolución del sacramento de la Unción de los enfermos

"Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (Santiago 5,14-15)

 

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

 

Un sacramento de los enfermos

La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad, la Unción de los enfermos:

«Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cf Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor» (Concilio de Trento: DS 1695, cf St 5, 14-15).

hija Jairo unción

Jesús resucita a la hija de Jairo

 

 

Evolución del rito de la Unción de los enfermos

No cabe ninguna duda de que la administración del sacramento de la Unción de los enfermos se realizó siempre conforme a un ritual, por elemental que éste fuese. Sin embargo, hasta el s. VII no poseemos ningún testimonio detallado a este respecto.

El primer documento que nos ofrece un verdadero ritual, aunque muy breve, es el Liber Ordinum de la Iglesia mozárabe española (v. 1, 2). Según el Ordo ad visitandum vel perungendum infirmum, allí incluido, el sacerdote al entrar en la habitación del enfermo le hace la señal de la cruz en la cabeza con el óleo bendecido, mientras dice:

«En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que reina por los siglos de los siglos».

A continuación recita tres antífonas y una oración a Cristo para pedir las gracias del sacramento en favor del enfermo. Finalmente le imparte la bendición.

En la liturgia romana el rito de la Unción de los enfermos ha tenido una lenta evolución. Los rituales que aparecen a finales del s. VIII toman como base los textos del Ordo ad visitandum infirmum y del Ordo super infirmum in domo, de los Sacramentarios Gregoriano-Hadriano (Edic. de Lietzmann, n° 208) y Gelasiano antiguo (Wilson, 281-282) respectivamente, con la única adición en muchos casos de una fórmula apropiada para la unción.

Nacen así diversos ritos de la Unción de los enfermos más o menos homogéneos y, por lo general, breves y concisos. Pronto, sin embargo, y debido sobre todo a la influencia de los monasterios, estos ritos comenzaron a complicarse sobremanera con la añadidura de diversas prácticas y de nuevas fórmulas eucológicas, llegándose a extremos tales que pronto se hizo necesaria una reducción depuradora de los formularios.

Fue Cluny quien contribuyó grandemente a esto al adoptar para su uso un ritual de la Unción de los enfermos bastante más simplificado que los corrientes en la época.

La influencia de la gran abadía borgoñona se hizo sentir no sólo en sus filiales sino también en Roma y debemos decir que, aunque de manera indirecta, a ella se debió la elaboración del Ritual abreviado que en el s. XIII se incluyó en el Pontifical de la Curia Romana.

Al extenderse este Pontifical a casi toda la cristiandad latina se fue generalizando simultáneamente el citado Ritual. Alberto Castellani (1523) y el cardenal Santori (1584-1602) lo incluyeron también en sus respectivos Rituales. Cuando en 1614, por mandato de Paulo V, se redactó el Ritual Romano, vigente hasta nuestros días, se lo incorporó al mismo con pequeñísimas variantes.

Por lo que respecta al lugar o momento de su administración y a su relación a los otros auxilios sacramentales a los enfermos -Penitencia y Viático-, digamos que según consta, parece que el orden primitivo era el siguiente:

Primero se administraba al enfermo la Penitencia; luego la Unción, que se consideraba como un complemento de aquélla; finalmente, el Viático.

 

El rito de la Penitencia «ad mortem» se desarrollaba, de ordinario, en dos etapas bien diferenciadas y con formularios propios, a saber: la admisión a la penitencia pública, con la confesión de sus culpas por parte del penitente, en un primer momento; luego, generalmente después de un largo tiempo, la reconciliación por medio de la absolución sacramental.

La Unción de los enfermos, por lo general, se realizaba entre ambos momentos. Pero, cuando la Penitencia pública cayó en desuso y quedó sólo la Penitencia privada, todo el rito penitencial se redujo al solo momento de la reconciliación, es decir, a la confesión y subsiguiente absolución. Con ello la Unción de los enfermos quedó definitivamente desglosada del rito de la Penitencia y colocada inmediatamente después de ella. En cuanto al Viático, de ordinario se siguió administrando, como ya queda dicho, después de la Unción.

A partir del s. X este orden sufrió en algunas partes una pequeña alteración; el Viático pasó a ocupar el lugar intermedio entre la Reconciliación y la Unción. Este orden, sin embargo, sólo llegó a generalizarse hacia fines del s. XII, y a través del Ritual Romano de Paulo V se fijó, conservándose hasta nuestros días.

En el s. XX resurge una vuelta al orden anterior. Ya en el año 1950 la S. Sede concedió permiso a todas las diócesis alemanas para restablecer el uso primitivo; privilegio que en seguida se extendió a las diócesis belgas y francesas. El Vaticano II, por su parte, ordenó en la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium:

«Además de los ritos separados de la Unción de los enfermos y del Viático, redáctese un rito continuado, según el cual la Unción sea administrada al enfermo después de la Confesión y antes de recibir el Viático».

Con esta disposición la mente del concilio está bien clara: volver a la praxis más antigua. Así lo hicieron la Instrucción Inter Oecumenici (26 sept. 1964), que dictaba algunas normas para la aplicación de la Constitución conciliar, y la Const. Sacram Unctionem infirmorum, que aprueba y promulga el nuevo Ordo litúrgico de este Sacramento.

 

Rito de la Unción de los enfermos.

En la Constitución determina Paulo VI que «el sacramento de la Unción de los enfermos se administra a Ios enfermos de gravedad ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas debidamente bendecido, y pronunciando una sola vez estas palabras:

Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad».

La Unción debe hacerse en la frente y en las manos, aunque, caso de necesidad, es suficiente hacer una sola Unción en la frente o, por razón de las condiciones particulares del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo pronunciando íntegramente la fórmula.

La Unción ha de hacerse con aceite bendecido por el obispo. En principio el aceite debe ser de oliva, pero, en aquellas regiones donde ese aceite falta totalmente o su adquisición resulta difícil, puede ser empleado un aceite de otro tipo, pero siempre obtenido de plantas.

Desde una perspectiva pastoral queremos insistir en lo que afirma el n° 73 de la Const. Sacrosanctum Concilium:

«la Unción de los enfermos no es el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez».

Si bien -como es lógico- en los casos en que el peligro de muerte se presente de modo imprevisto deberá entonces administrarse este sacramento, aunque el enfermo esté ya agonizando. El deseo de la Iglesia, y el verdadero ideal al que se debe llegar, consiste en que se administre con tiempo suficiente, cuando el enfermo esté en plena posesión de sus facultades mentales y con una preparación espiritual lo mejor posible.

Dedúcese de ahí el gravísimo error en que incurren las personas responsables del cuidado de un enfermo cuando retrasan para el último momento, cuando el enfermo carece de sentido o están muy mermadas sus facultades, el avisar al sacerdote para que le administre este sacramento.

A este respecto, se impone a los pastores de almas la grave responsabilidad y tarea de instruir a los fieles acerca de la dignidad y eficacia del sacramento de la Unción de los enfermos, para que sepan valorarlo y, en consecuencia, pedirlo oportunamente.

 

 

 

 

ver Catecismo de la Iglesia Católica

 

RAÚL ARRIETA (GER)
BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, II, Madrid 1956, 879-904; VARios, La liturgie des malades, «La Maison-Dieu» 15 (1948); A. CHAVASSE, Oraciones por los enfermos y unción sacramental, en A. G. MARTIMORT (dir.), La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 635-652; A. G. MARTIMORT, El nuevo ritual para los enfermos, «Phase» 74 (1973) 137-142; P. FARNÉS, Los textos ecológicos del nuevo ritual de la Unción de los enfermos, ib. 143-155; P. M. GY, Le noveau rituel romain des malades, «La Maison-Dieu» 113 (1973) 29-49; J. A. BERNARD, La catequesis de los enfermos en la perspectiva sacramentarla de la Unción, «Sinite» 8 (1967) 409-443; A. M. TRIACCA, Per una rassegna sul sacramento dell'unzione degli infermi, «Ephemerides Liturgicae» 89 (1975) 397;467 (una bibl. muy completa en todos los aspectos).

 

protomártires romanos

 Su fiesta se celebra el 30 de junio

Son los primeros mártires que murieron en Roma, cuya muerte decretó el emperador Nerón por medio de atroces tormentos.

 

No sabemos sus nombres, salvo que los apóstoles Pedro y Pablo encabezaron este numeroso grupo de los primeros mártires romanos, víctimas de la persecución de Nerón tras el terrible incendio que destruyó gran parte de Roma en el año 64 (19 de julio).

Fue precisamente en el transcurso de esta persecución cuando se produjeron los martirios de San Pedro y San Pablo, por lo que la fiesta de los protomártires se celebra el 30 de junio, es decir, el día siguiente a la de estas dos columnas de la Iglesia.

 

protomartires - Busto de Nerón

 

En comparación con la comunidad hebrea, los cristianos residentes en Roma en aquella época constituían un grupo de personas reducido. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas, y sobre ellos hizo recaer Nerón, condenándolos a terribles suplicios, la culpa del incendio, a fin de que cesaran las acusaciones que se le habían hecho a él.

En este sentido, el emperador se sirvió del hecho de que las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses, celosos y vengativos.

“Los paganos—recordará más tarde Tertulianoatribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!

 

Los hechos acaecidos tras el incendio están atestiguados por el más célebre de los historiadores romanos, el pagano Tácito (Annales, 15, 44),quien no expresa la menor simpatía por los cristianos, tal y como lo demuestran los calificativos que emplea al referirse a ellos: “ignominias”, “execrable superstición”, “odio al genero humano”, “culpables”, merecedores del máximo castigo”…

Lo de menos es que fuera verdad que los cristianos hubieran incendiado Roma, el odio se había desatado y todos tenían que morir. Tácito especifica claramente los géneros de muerte que se aplicaron a los cristianos: “A su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberles hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche”.

También hace referencia a ellos San Clemente, Obispo de Roma, en su carta a los Corintios (caps. 5-6), donde narra lo siguiente:

   “Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, que por una hostil emulación tuvo que soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida.

Esta misma envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la paciencia: en repetidas ocasiones, fue encarcelado, obligado a huir, apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo perfecto de paciencia.

A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros en un magnífico ejemplo”.

 

Incendio de Roma - protomartires

 

Juan Pablo II al referirse a estos mártires romanos decía:

“Es necesario recordar el drama que experimentaron  en su alma, en el que se confrontaron el temor humano y la valentía sobrehumana, el deseo de vivir y la voluntad de ser fieles hasta la muerte, el sentido de la soledad ante el odio inmutable y, al mismo tiempo, la experiencia de la fuerza que proviene de la cercana e invisible presencia de Dios y de la fe común de la Iglesia naciente. Es preciso recordar aquel drama para que surja la pregunta: ¿algo de ese drama se verifica en mi?"

 

Sobre el incendio de Roma:

«No respetó ni a Roma ni al pueblo» por Marta Sordi

El incendio de Roma y la primera persecución de Nerón

 

 

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ACTA PROTOMÁRTIRES ROMANOS

 

Pedro y Pablo

"Ambos son fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica"

Estos dos Apóstoles son venerados en este día como columnas de la Iglesia romana, que consolidaron con su sangre derramada por Jesucristo en la ciudad eterena. San Pedro, elegido por Jesús como cabeza de la Iglesia, estableció su sede en Roma y allí fue crucificado. San Pablo, después de su intensa tarea apostólica por todo el Imperio, predicó también en Roma, donde sufrió dos veces cautividad y acabó siendo decapitado.

Benedicto XVI destacaba la diversidad de carismas de los ambos.

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 30 de junio de 2010 -

Benedicto XVI destacó la diversidad de carismas y misiones de los santos que son el fundamento de la Iglesia: Pedro y Pablo.

En su alocución previa al rezo del Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico vaticano, este martes, el Papa afirmó que “los dos santos patronos de Roma, a pesar de haber recibido de Dios carismas y misiones diversas que cumplir, son ambos fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica”.

Respecto a Simón Pedro, el Pontífice señaló que “está tan cerca del Señor como para convertirse él mismo en una roca de fe y de amor sobre la que Jesús ha edificado su Iglesia”

Pedro y Pablo

San Pablo, añadió, “con la Gracia divina ha difundido el Evangelio, sembrando la Palabra de verdad y de salvación en medio de los pueblos paganos”.

Citando a san Juan Crisóstomo, Benedicto XVI afirmó que Dios ha hecho a la Iglesia “más fuerte que el mismo cielo” y recordó que Cristo le dijo a san Pedro que lo que atara en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desatara en la tierra quedará desatado en los cielos.

También subrayó que la Iglesia está “permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, ya que es enviada al mundo a anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye”

En sus palabras, pronunciadas tras celebrar en la Basílica Vaticana, la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo y entregar el palio a 39 arzobispos metropolitanos, explicó que el palio “simboliza tanto la comunión con el Obispo de Roma, como la misión de apacentar con amor a la única grey de Cristo”.

Finalmente, pidió que “el ejemplo de los Apóstoles Pedro y Pablo ilumine las mentes y encienda en los corazones de los creyentes el santo deseo de cumplir la voluntad de Dios, para que la Iglesia peregrina en la tierra sea siempre fiel a su Señor”. E invitó a los asistentes a dirigirse “con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, que desde el Cielo guía y sostiene el camino del Pueblo de Dios”.

Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los familiares y acompañantes de los arzobispos que acababan de recibir el palio y a los peregrinos en distintas lenguas. A los de lengua española les invitó a seguir el ejemplo de los santos Pedro y Pablo martirizados en Roma “para que, cada vez más unidos al Señor, sepáis dar en vuestra vida abundantes frutos de santidad y apostolado”.

Vídeo: Romereports

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SAN PEDRO Y SAN PABLO

En la Cárcel Mamertina esperaron el martirio

La Cárcel Mamertina, donde San Pedro y San Pablo fueron mantenidos antes de su ejecución. El sitio de la prisión es adyacente al antiguo Foro Romano, cavado en la roca de la Colina Capitolina y dando a la casa del Senado.

Creyéndose construida por el rey romano Servio Tulio en el siglo VI antes de Cristo, la Cárcel Tuliana, como es también conocida, consiste en dos celdas una sobre la otra. La celda inferior, un apretado y húmedo espacio, era accesible sólo a través de un agujero en el piso de la celda superior, y se usó a lo largo de la República y el Imperio como prisión y lugar de ejecución.

carcel mamertina

Illustration from "Illustrerad verldshistoria utgifven av E. Wallis. volume II": The Mamertine Prison. (Wikipedia)

El jefe galo Vercingetorix fue extrangulado en esta celda, después del triunfo de Julio César, y Yugurta, rey de los numidios, fue dejado morir de hambre en las profundidades de la prisión.

Escribiendo en el siglo I antes de Cristo, el autor romano Salustio describía la prisión como “de 12 pies de profundidad, cerrada alrededor por paredes y una bóveda de piedra. Su aspecto es repugnante, pavoroso por su abandono, oscuridad y hedor”.

Un siglo después de que Salustio escribiera esta descripción, San Pedro y San Pablo fueron a habitar la repelente celda inferior, en sus últimos días antes de su martirio, encarcelados por el emperador Nerón.

La presencia de los dos apóstoles transformó el lugar de desesperación en un espacio de esperanza, oración y catequesis para sus carceleros Proceso y Martiniano. Cuando los dos soldados romanos pidieron ser bautizados, no había agua en la celda para el sacramento, de manera que San Pedro golpeó el suelo de piedra con su bastón y brotó una fuente a través de la roca. El sitio del milagroso manantial de agua se conmemora todavía en la celda inferior.

proceso y martiniano mamertina

Los carceleros de Pedro le ayudaron a escapar de la triste prisión, pero tras encontrar a Cristo en la Vía Apia, San Pedro regresó y aceptó voluntariamente su muerte por crucifixión en el circo de Nerón sobre la Colina Vaticana.

La oficina romana del superintendente de Arqueología anunció que las excavaciones han descubierto restos de frescos que documentan la transformación del lugar en una iglesia junto con otras estructuras en el Foro. La excavación trazó las diversas fases del área desde la arcaica cantera de piedra hasta la prisión, y la “verdaderamente rápida transformación” en un centro petrino de devoción.

Hoy la prisión se sitúa bajo la Iglesia de San José de los Carpinteros, construida en el siglo XVII, pero el lugar es propiedad del Vicariato de Roma, y será abierto al público por la Obra Romana de Peregrinaciones, quizá tan pronto como en julio.

Allí, los peregrinos tendrán la oportunidad de rendir homenaje a San Pedro y San Pablo, que situados en un Foro, lleno de templos dedicados a hombres que se convirtieron en dioses, tuvieron el valor de proclamar el Evangelio de Dios hecho hombre.

“La piedad popular surgió inmediatamente porque los primeros cristianos recordaron que aquí San Pedro fue condenado. Aunque la historia de las cadenas que se conservan en la basílica de San Pietro in Vincoli no tienen nada que ver con esta prisión sino con la de Jerusalén, cuando le condenó el Sanedrín.

Aquí, lo más importante, más allá del significado arqueológico, que es enorme, es que hemos descubierto el modo de funcionar de la cárcel y cómo se relacionaba el poder del Senado con el poder del Emperador”.

mamertina

 

El encanto de este misterioso lugar tan ligado al inicio del cristianismo y a la ciudad de Roma es innegable.

 

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LA CÁRCEL MAMERTINA 

 

 

Ver en Wikipedia

 

 

El 29 de junio es una fiesta especial en Roma: se celebra a sus patronos Pedro y Pablo, los dos apóstoles de la Ciudad Eterna.

 

Ambos fueron martirizados a causa de la persecución del emperador Nerón. Pedro falleció en la zona del Vaticano y Pablo al sur de la urbe.

Cada 29 de junio el papa preside una misa en la basílica. Esta comenzará a las 9.30 de la mañana. El año pasado el pontífice predicó sobre el “sí” que el primer papa dio a Jesús para seguirle.

 


 

FRANCISCO

Es siguiendo al Señor como aprendemos a conocerle cada día; es haciéndonos sus discípulos y acogiendo su Palabra como nos hacemos sus amigos y experimentamos su amor transformador. Ese "ahora" resuena también para nosotros: si podemos aplazar tantas cosas en la vida, el seguimiento de Jesús es inaplazable; ahí no podemos dudar, no podemos poner excusas.

Durante la misa el papa suele bendecir el palio de los arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del último año. La estatua de San Pedro se viste con los ornamentos pontificios solemnes, algo que ocurre solo en dos ocasiones al año.

En este día, la calle que precede al Vaticano, la Via della Conciliazione, se decora con alfombras de pétalos. Y cuando anochece el cielo de Roma se ilumina con fuegos artificiales lanzados en honor al papa.

 

Pedro

San Ireneo obispo de Lyon - 28 de junio

Escritor del siglo II (140-202), Padre de la Iglesia, el teólogo más profundo e importante de su siglo

Su Vida

Nació cerca del año 140 y, según Eusebio (Historia Ecclesiastica, 5: PG 20,443) en su adolescencia fue oyente de San Policarpo, lo cual hace suponer su procedencia asiática y probablemente de Esmirna. Por esta misma razón, San Jerónimo no duda en llamarlo «hombre de los tiempos apostólicos» (Epist. 77: PL 22,687).

No se sabe el motivo por el que San Ireneo se encontraba en Roma a la muerte de San Policarpo (23 de febrero del 155), como tampoco se conoce la razón por la que abandona el Asia Menor y se traslada a las Galias. Es cierto que en tiempos de Antonino Pío (161-180) era presbítero de la iglesia de Lyon.

Una vez sacerdote, según Eusebio (o. c., PG 20,439), fue enviado por los confesores de aquella diócesis al papa Eleuterio (174-189) para que hiciese de mediador en una cuestión referente al montanismo. El aprecio hacia su persona y su rectitud doctrinal hace explicable el que a la muerte de Fotino, obispo de Lyon, sea nombrado su sucesor (Eusebio, o. c., PG 20,443). Su dignidad episcopal queda también confirmada por los testimonios de San Jerónimo (Epist. 77: PL 22,268) y de Sócrates (Hist. Eccle., 3: PG 67,391).

De su tarea como obispo, conocemos su papel pacificador en la controversia de la Pascua durante el pontificado del papa Víctor I (189-198), cuya intervención nada común también la insinúa Sócrates (o. c., 5:PG 67,627). Se ignora el año de su muerte (cerca del 202) y no parece ser cierto el hecho de su martirio, que según algunos (San Gregorio de Tours, Hist. Francorum, 1,27) ocurrió en la persecución de Septimio Severo. Celebra su fiesta el 28 de junio.

 

san ireneo de lyon

Sus obras

De su producción literaria también nos han llegado noticias a través de Eusebio y de Sócrates aunque solamente dos de sus escritos se nos han trasmitido completos.

La obra principal la escribió contra los gnósticos, cuyo título original griego "Elenjos kai anatrope tes pseudonímou gnóseos" (Demostración y refutación de la falsa gnosis) nos ha conservado Eusebio (o. c., 5: PG 20,446). Se le conoce comúnmente con el nombre de Adversus Haereses, y nos ha llegado no en la lengua original griega sino en una traducción latina muy literal.

Es una obra polémica, dividida en cinco libros. En el primero intenta descubrir como falsas las doctrinas de los herejes (Valentín, Basílides, Cerinto, Marción, Taciano, etc.); en el segundo, refuta con argumentos de razón dichas herejías; en el tercero prueba la misma suerte, pero apoyándose en la Sagrada Escritura; en el cuarto hace lo mismo pero con palabras del Señor, y en el quinto, que trata casi exclusivamente de la resurrección de la carne, ofrece idéntica perspectiva, pero partiendo de otras doctrinas del Señor así como de las epístolas apostólicas.

Se propone, en esta obra, desenmascarar a los herejes para que reconociendo sus errores se conviertan a la Iglesia de Dios a la vez que pretende confirmar la fe de los recién bautizados en la doctrina tradicional.

Su obra "Epídeixis tou apostolikou kerigmatos" (Demostración de la enseñanza apostólica) no es un libro polémico sino más bien apologético. Expone la predicación de la verdad y explana las pruebas de los dogmas divinos; es un precioso testimonio de la teología y de la doctrina del santo, al mismo tiempo que ofrece un sentido del cristianismo sencillo, seguro y profundo.

Además de las obras enumeradas, escribió el "Adversus Gentes" que se titula De scientia (Eusebio, o. c., P; 20,510). Contra los que adulteraban la ley precisa de la Iglesia, escribió diversas cartas: una, llamada "De schi;mate", a Blastus, que vivía en Roma y era favorecedor de innovaciones, y otra al presbítero romano Florino "Sobre la monarquía" o "Que Dios no es el autor del mal" (Eusebio, o. c., PG 20,483-486). Eusebio nos da también noúcia y conserva algún pasaje de la carta escrita al papa Víctor sobre la fecha de la Pascua (o. c., PG 20,499), afirmando que, sobre el particular, escribió también a otros muchos obispos.

 

Su Doctrina

a) Trinitaria:

El principio fontal del que se sirve para refutar los sistemas gnósticos es el de la unidad divina: un solo Dios, un solo Señor, un solo Creador, un solo Padre, sólo El contiene todas las cosas dando el ser a todas ellas. Teniendo en cuenta los presupuestos de la gnosis, identifica el Dios único y verdadero no sólo con el Creador del mundo, sino también con el Dios del Antiguo Testamento. El Padre es Señor y el Hijo es Señor.

El Padre es Dios y el Hijo es Dios, ya que el que ha nacido de Dios es Dios. Asimismo, por la esencia misma y la naturaleza de su ser, se demuestra que no existe más que un solo Dios, aunque en la economía de nuestra redención haya un Hijo y un Padre.

También afirma la divinidad del Espíritu Santo incluyéndolo en el rango de Dios y que Él mismo lo derrama sobre la humanidad por El adoptada. El Espíritu Santo es eterno y se adueña del hombre interior y exteriormente no abandonándolo jamás.

La historia de la humanidad creada y redimida, así como las palabras «hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra» de Gen 1,26 (que el Padre dirige al Hijo y al Espíritu Santo, según I.) prueban claramente la existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu.

El Verbo, pues, es Hijo de Dios, Hijo único de Dios y su filiación no comienza con la concepción virginal sino que es eterno como el Verbo que preexiste desde siempre.

Por su parte el Espíritu Santo, que ha hablado por los profetas, que ha enseñado a nuestro padres las cosas divinas y que ha guiado a los justos por el camino de la justicia, es el que, llegada la plenitud de los tiempos, ha sido derramado de un modo nuevo sobre la humanidad, mientras que Dios renovaba al hombre sobre toda la tierra.

El Verbo es quien revela al Padre y el Espíritu Santo es el revelador del hijo.

 

b) Encarnación:

Contra la teoría de Valentín afirma que la carne y sangre de Cristo son tan reales y verdaderas que fue el antiguo plasma de Adán lo que Cristo recapituló en Sí mismo. De esta manera, resulta evidente que si la afirmación de los herejes fuese cierta, el Verbo de Dios no habría tomado la carne ya que el asumirla hubiera supuesto la carga de un elemento despreciable.

Pone un interés especial en probar la realidad de la Encarnación precisamente porque estriba en ella la posibilidad de salvación para la carne.

El hecho de que Cristo asumió una carne verdadera explicará el relato sobre la plasmación del hombre haciendo ver cómo Cristo es el ejemplar del hombre de Gen 2,7.

El que el Verbo aún no hubiese tomado carne acarreó dos efectos desastrosos para el hombre, es decir, olvidándose que había sido hecho a imagen de Aquel que aún no se había manifestado, perdió fácilmente dicha semejanza.

Es, pues, la Encarnación el postulado necesario para que la obra redentora tenga sentido, al mismo tiempo que Cristo hecho carne, sufriente, muerto y revivido apunta a la idea de hombre perfecto, idea ahora realizable, porque de un modo ejemplar se ha realizado ya en Cristo.

Por otra parte, Cristo hecho carne queda constituido, después de restituir su dignidad al hombre plasmado, en mediador entre Dios y los hombres renovando, mediante su obediencia, los vínculos de amistad entre las dos partes alejadas.

 

c) Hombre:

El hombre, hecho de la tierra, es una obra de Dios y las tres divinas Personas intervinieron en su creación con su característica personal. Correspondió al Padre dar la consistencia a la materia ex qua del futuro cuerpo humano; al Hijo, en cambio, configurando la materia según la forma del hombre, le corresponde el cuerpo, el plasma o carne; quien fue capaz de sanar al ciego con el polvo de la tierra hecho barro, fue también capaz de formar ojos y cuerpo con el mismo polvo árido de la tierra que pisamos.

San Ireneo LyonPor eso corresponde al Hijo recapitular en Sí el antiguo plasma de Adán para que sin renunciar a él, sino sólo a sus concupiscencias, pueda el hombre hacerse espiritual y viviente.

Y, por último, corresponde al Espíritu Santo, vistiendo de semejanza interna el cuerpo de Adán, el individuo viviente, dotado de Espíritu de Dios y destinado a poseerle. Y llega a afirmar que la carne y sangre que no tienen el espíritu de Dios están muertos.

En cuanto a su constitución, enseña que el hombre está compuesto de cuerpo, alma y espíritu.

La carne es el elemento capaz de ser perfeccionado, mientras que el alma es un elemento intermedio que se elevará unas veces siguiendo las mociones de la parte espiritual del hombre, o se rebajará otras accediendo a las concupiscencias de la carne.

Si se toma la sustancia-carne, el plasma, e independientemente el espíritu, se tendrá el plasma por un lado y el espíritu por otro pero no resultará el hombre espiritual y perfecto hasta que el Espíritu de Dios, unido al espíritu del hombre, transforme el plasma.

Parece, pues, que son dos cosas totalmente distintas en San Ireneo el hombre perfecto y hombre espiritual y perfecto; hombre perfecto equivale a hombre acabado, íntegro, es decir, que tiene las partes esenciales que hacen que dicho ser sea un hombre y no otra cosa; en cambio, hombre espiritual y perfecto equivale a aquel que una vez constituido en sus partes integrantes -cuerpo, alma y espíritu-, se abre libremente para recibir el Espíritu de Dios.

Tanto el alma como el espíritu tienen asegurada la pervivencia por su misma naturaleza; la carne, en cambio, por configuración propia es perecedera y mortal. Pero Cristo, haciéndose hombre, asumió la carne específicamente igual que la de cualquier otro hombre y redimiéndole con ella y resucitando, aseguró a dicho elemento la perseverancia en su ser.

Y esto no por su propia sustancia, ni por unas fuerzas ocultas que el hombre pudiese despertar en determinado momento; el que la carne adquiera una perseverancia eterna se deberá únicamente a la intervención de Dios, que puede hacer inmortal a lo mortal y puede traspasar de incorruptibilidad a lo que por naturaleza es corruptible.

El Espíritu, absorbiendo a la carne en su debilidad, le comunica su fuerza y virtualidades. Lo débil ha sido asumido por el elemento más poderoso quedando la enfermedad de la carne desterrada por la fuerza del Espíritu; la incorruptibilidad, pues, consistirá en una transfiguración, en un paso de mortal a inmortal, de corruptible a incorruptible, no por su propia sustancia sino por la intervención de Dios.

 

d) Escatología:

san IreneoSi era necesario que fuese asumido lo que había de ser redimido, el fin último de la Encarnación consiste en que el Verbo de Dios depare en los tiempos novísimos una morada apta a cada uno, dado que en este mundo muchos se ponen de parte de la luz y otros se separan de ella.

La obra recapituladora de Cristo aparece, pues, como la designación concreta de cada uno al lugar que le corresponde. Hasta tal punto es necesario un juicio que discrimine la actitud de los hombres, que si éste no se diese habría sido inútil el advenimiento de Cristo.

Si el Hijo ha venido igualmente para todos y el Padre ha hecho a todos de modo semejante dotándolos de recto juicio y de libertad en sus operaciones, es necesario que se declare mediante una acción judicial la sumisión o desacato de los hombres.

La comunión con Dios es vida, luz y participación de su gozo; en cambio, los que haciendo uso de su libertad rompen la comunión con Dios, se separan de Él y de todo lo que tal unión lleva consigo. Y dado que Dios es eterno, eterna será la participación en su gozo y eterna la duración de los sufrimientos. El juicio supone que la obra comenzada en la Encarnación ha quedado consumada.

Y del mismo modo que existe la comunión con Dios que asegura la comunión en su eterna gloria, existe también la comunión con el diablo. Él recapitulará toda maldad, de modo que los que le están unidos por el lazo de la injusticia y de la impiedad participarán siempre con él en la maldición del fuego sin fin.

 

e) Iglesia:

Sus ideas en torno a la Iglesia pueden ser agrupadas en los apartados siguientes:

1. Cristo Cabeza de la Iglesia atrae a Sí todas las cosas a su debido tiempo continuando, mediante ésta, la obra de renovación hasta el fin de los tiempos.

2. A diferencia de los gnósticos, que no tienen un cuerpo de doctrina uniforme y armónico, la Iglesia, extendida por todo el mundo, guarda celosamente la fe recibida de los Apóstoles y de sus discípulos como si estuviera toda reunida en una sola casa y cree todo como si no tuviera más que una sola mente y un solo corazón y su predicación y tradición es conforme a esta fe, como si no tuviera más que una sola boca.

3. Así como la gnosis está reservada a pocos, la Iglesia, en cambio, esparcida por la tierra abarca a los hombres de todos los tiempos; y aunque haya muchas lenguas en el mundo, la fuerza de la fe y de la tradición es en todas partes la misma.

4. Solamente los Apóstoles y sus sucesores han recibido del Padre el don seguro de la verdad, carisma, por tanto, que falta a los herejes puesto que no son sucesores de los Apóstoles.

 

f) Primado de la Iglesia romana:

El texto que dice relación al Primado es el siguiente:

«Ad hanc enim ecclesiam propter potentiorem principalitatem necesse est omnem convenire ecclesiam, hoc est, omnes qui sunt undique fideles, in qua semper ab his qui sunt un ¡que, conservada est ea quae est ab apostolis traditio»; porque, a causa de su principalidad, es preciso que concuerden con esta Iglesia todas las iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, ya que en ella se ha conservado siempre la tradición apostólica por los fieles que son en todas partes (Adv. Haereses, III,3,2).

En el contexto trata San Ireneo sobre la Iglesia romana y demuestra que la tradición que ésta ha recibido de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los hombres han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos.

Diversos son los significados que los autores estudiosos de dicho texto han atribuido a la palabra principalitatem:

1) El de origen apostólico. Entonces, según esta interpretación, el texto sería propter potentiorem apostolicitatem, lo cual, se puede afirmar, incluye grados en la apostolicidad, a no ser que se conceda un ius speciale a San Pedro como cabeza. Abundando más, se prueba históricamente que la apostolicitas no libera a las otras iglesias del error, como sucedió con la de Corinto, la cual, gracias a Clemente Romano, fue traída de nuevo a la fe.

2) El de origen o principio. Si se entiende dicho origen o principio por apostolicidad, en tal caso, presenta los mismos defectos que la sentencia anterior; por el contrario, si se ha de entender cronológicamente, resulta que la Iglesia de Antioquía y, sobre todo, la de Jerusalén son anteriores a la de Roma.

3) Y por último, el de autoridad, sentencia más común entre los autores católicos.

 

También han sido muchas las soluciones sobre el significado del fideles de la frase ab his qui sunt undique. Esperamos el estudio prometido por A. M. Javierre en el que prueba que fideles equivale a episcopi. Por consiguiente, para tener seguridad sobre la ortodoxia de una doctrina, basta recurrir a la Iglesia de Roma con la que, por su primado de magisterio, deben estar concordes en la doctrina los obispos de todo el mundo.

 

g) Mariología.

Es el teólogo por excelencia del tema María Nueva Eva. La obra de la redención sigue, en el obispo de Lyon, las mismas etapas de la caída del hombre y, por consiguiente, la antítesis Eva-María no es más que un aspecto o un momento de la recapitulación.

Según L. Ciguelli (María Nuova Eva nella patristica greca, Asís 1966, 33. 1) subraya los siguientes puntos:

Eva es una virgen caducada, seducida por el ángel rebelde, desobediente, que causa por sí misma la muerte, virgen condenada, causa de muerte para todo el género humano, que engendra en la corrupción y en el dolor; María, en cambio, es virgen que recapitula a Eva, evangelizada por el ángel fiel, obediente, que causa por sí misma la salvación, virgen abogada de Eva, causa de salvación para todo el género humano, que engendra sin corrupción y sin dolor.

Cristo abrió con toda pureza el seno puro que regenera a los hombres en Dios.

 

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SAN IRENEO DE LYON

 

J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ. (G.E.R.)
BIBL.: Ediciones: R. MASSUET, París 1710 (reproducido en PG 7); W. W. HARVEY, Sancti Irenaei ep. Lugdunensis libros quinque adversus haereses, Cambridge 1949; F. SAGNARD, Irénée de Lyon: Contre les Hérésies. Livre 111, en Sources Chrétiennes 34, París 1952; A. ROUSSEAU, Irénée de Lyon: Contre les Hérésies. Livre IV, en Sources Chrétiennes 100, París 1965.

 

La ayuda de San Ireneo a la Iglesia primitiva es principalmente una defensa racional de la verdad de la fe

 

San Ireneo de Lyon, obispo y mártir de la Iglesia, alguien a quien algunos de los obispos actuales de la Iglesia han sugerido que debería ser considerado Doctor en Iglesia.

 

Este obispo del siglo II (140-202) vive cuando la Iglesia estaba creciendo y expandiéndose en su identidad todavía joven. Después de la muerte del último Apóstol, San Juan, fue tarea especial de los Padres de la Iglesia post-apostólicos - hombres como Justino el Mártir, Ignacio de Antioquía e Ireneo de Lyon - mantener viva la fe.

ireneoIreneo había sido, según la mayoría de los relatos, un discípulo de San Policarpo, quien era uno de los seguidores de San Juan Evangelista.

Por lo tanto, Ireneo habría tenido una conexión especial, a través de Policarpo, con Juan, el discípulo amado, y por lo tanto, con los otros apóstoles y con el primer papa, Pedro.

¿Cómo ayudó San Ireneo al papado y al episcopado en los primeros días de la Iglesia? Principalmente estando disponible para hacer una defensa racional de la verdad de la fe.

Se centra en la Tradición, un concepto que lamentablemente se malinterpreta en la actualidad. Este es el ataque de Ireneo a los gnósticos herejes, quienes afirmaban tener un "conocimiento secreto" de Dios:

Así, la tradición de los apóstoles, manifestada en todo el mundo, está presente en cada iglesia para ser percibida por todos los que desean ver la verdad.

Podemos enumerar a los que fueron nombrados por los apóstoles como obispos en las iglesias como sus sucesores incluso hasta nuestro tiempo, hombres que enseñaron o no sabían nada de lo que imaginan locamente.

Sin embargo, si los apóstoles hubieran conocido misterios secretos que habrían enseñado en secreto a los “perfectos”, desconocidos para los demás, los habrían transmitido especialmente a aquellos a quienes confiaron las iglesias.

Porque querían que aquellos a quienes dejaron como sucesores, y a quienes transmitieron sus propias posiciones de enseñanza, fueran perfectos e irreprensibles (1 Ti. 3: 2) en el mismo respeto.

Si estos hombres actuaran correctamente, sería un gran beneficio, mientras que si fracasaran, sería la mayor calamidad. (Contra las herejías Lib. 3, cap. 3,2 como se encuentra en Robert M. Grant, Irenaeus of Lyons, The Early Church Fathers , Londres: Routledge, 1997, 124])

 

Al describir la legítima sucesión de los apóstoles, Ireneo escribe:

Señalamos aquí las sucesiones de los obispos de la más grande y antigua Iglesia conocida por todos, fundada y organizada en Roma por los dos más gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo, esa Iglesia que tiene la tradición y la fe que nos llega.

Después de haber sido anunciado a los hombres por los apóstoles. Con esa Iglesia, por su origen superior, todas las Iglesias deben estar de acuerdo, es decir, todos los fieles del mundo entero, y es en ella donde los fieles de todas partes han mantenido la tradición apostólica. ( Contra los herejes , 3: 3: 2)

ireneo

 

Yendo más allá, en su batalla con los herejes, San Ireneo lleva a sus lectores a través de los primeros papas, llevándonos a algunas de las dificultades teológicas que enfrentaba la Iglesia de su época. Al describir la carta del Papa San Clemente a los corintios, afirma:

Aquellos que lo deseen pueden aprender que el Dios proclamado por las iglesias es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y pueden entender la tradición apostólica por esta carta, más antigua que los que ahora enseñan falsamente que hay otro dios por encima del Demiurgo y Creador de todos.

Con la misma secuencia y doctrina, la tradición de los apóstoles en la iglesia, y la predicación de la verdad, ha llegado hasta nosotros.

Esta es una prueba completa de que la fe vivificante es una y la misma, preservada y transmitida en verdad en la iglesia desde los apóstoles hasta ahora. ( Against the Heresies Lib. 3, cap. 3,3 como se encuentra en Robert M. Grant, Irenaeus of Lyons, The Early Church Fathers , Londres: Routledge, 1997, 164])

 

Una de las principales razones por las que San Ireneo pudo refutar a los gnósticos se debe a su falta de tradición. El Catecismo de la Iglesia Católica dice (83):

La Tradición aquí en cuestión proviene de los apóstoles y transmite lo que recibieron de la enseñanza y el ejemplo de Jesús y lo que aprendieron del Espíritu Santo.

La primera generación de cristianos aún no tenía un Nuevo Testamento escrito, y el mismo Nuevo Testamento demuestra el proceso de la Tradición viva.

La tradición debe distinguirse de las diversas tradiciones teológicas, disciplinarias, litúrgicas o devocionales, nacidas en las iglesias locales a lo largo del tiempo.

Estas son las formas particulares, adaptadas a diferentes lugares y épocas, en las que se expresa la gran Tradición. A la luz de la Tradición, estas tradiciones pueden conservarse, modificarse o incluso abandonarse bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia.

 

ireneo

 

La falta de comprensión de la Tradición era un problema entonces en la Iglesia primitiva y sigue siendo un problema hoy. San Ireneo es necesario como maestro y ejemplo ahora más que nunca.

John P. Cush

nationalcregister.com

San Pedro - 29 de junio

Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra".

Su fiesta se celebra el 29 de junio junto a San Pablo. Llegó a Roma en el año 42 y murió martir en el año 67.

El buen Simón de Betsaida, bronco y tierno como una ola del mar de su patria, fogoso y sencillo como un mílite de las legiones romanas, es una de las figuras más humanas y mas encantadoras que desfilaron por la órbita divina del Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la personalidad histórica de San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su cálido humanismo la simpatía y el amor de todas las generaciones cristianas.

Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra".

 

 

El evangelista San Juan nos narra el primer encuentro de Jesús con San Pedro con la santa simplicidad de estas palabras: “Andrés halla primero a su hermano Simón y le dice: Hemos hallado al Mesías. Llevóle a Jesús. Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (lo. 1, 41-42). Jamás olvidaría Pedro de Betsaida esa mirada y esa delicadeza exquisita de Jesús. Tiempo adelante, el porvenir nos daría la clave y el sentido de este cambio de nombre y confirmaría el vaticinio de Jesús de Nazaret.

A pesar del laconismo biográfico del Evangelio, en sus páginas encontramos datos más que suficientes para formarnos una idea clara y cabal de la fisonomía moral del apóstol San Pedro. Vehemente y francote por temperamento, un poco o muchos pocos presuntuosillo, transparente y casi infantil en la manifestación de sus espontáneas y más íntimas reacciones psicológicas, encontramos en la veta de sus valores morales un alma bella, un gran corazón, una lealtad, una generosidad, unas calidades humanas tan entrañables y subyugantes que aún hoy, a distancia de siglos, la fragancia de su recuerdo perdura y atrae la simpatía y la confianza de las generaciones cristianas.

Al primer llamamiento vocacional de Jesús el corazón de Pedro, abierto siempre a todo lo grande y generoso, abandona todo lo que tenía. Poco, ciertamente; pero todo lo deja por seguir a Cristo con la confianza de un niño, el ardor de un soldado. Algo especial vio Jesús en la humanidad cálida y abierta del antiguo pescador de Betsaida, cuando, por un acto de su misericordiosa predilección, le elige para la misión de "pescador de hombres" (Lc. 5, 11), para ser la piedra fundamental de la Iglesia (Mt. 16, 18) y cabeza suprema de los doce apóstoles y de toda la cristiandad (lo. 21,15-17). Para ser el predilecto entre los tres apóstoles predilectos de Cristo, otorgándole la promesa y la garantía de una asistencia especial, a fin de que su fe no vacilara y confortara la de sus hermanos (Lc. 22,31).

Así fue, en efecto. A las puertas de Cesarea de Filipo, Cristo le promete el primado universal y supremo sobre toda la Iglesia; y más tarde, en el candor intacto de una mañana primaveral, junto a la orilla del Tiberíades, Cristo, ya resucitado, cumple esta promesa al conferirle el poder de apacentar a las ovejas y a los corderos de su grey. Aquella promesa fue el premio a la fe de San Pedro, y su cumplimiento fue realizado ante las pruebas de amor de Pedro hacia el Maestro y Pastor de todos los pastores.

Pedro y Pablo

 

La fe ardiente y el amor profundo de Pedro a Jesús constituyen los trazos más destacados de su semblanza y de su vida toda. Basta evocar el recuerdo de estos pasajes evangélicos y de la vida de Pedro: su confesión en Cesarea de Filipo, su actitud después del discurso anunciador de la institución de la Eucaristía, en el lavatorio de los pies de los apóstoles en el Cenáculo, en el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos, en las lágrimas amargas que empezó a derramar después de la caída de sus tres negaciones, en su carrera madrugadora hacia el sepulcro de José de Arimatea, en su lanzamiento al agua y entrega total de la pesca milagrosa para llegar pronto y obedecer sin regateos al Maestro, en la escena romana del Quo vadis?, en el testimonio y en la forma de su martirio.

Amor que fue siempre correspondido, y con predilección, por Jesucristo, como se transparenta —entre otras ocasiones— en el encargo expreso que las piadosas mujeres recibieron del ángel en el alba de la mañana de la Resurrección: "Decid a sus discípulos y a Pedro... (Mc. 16,7).” A Pedro, concreta, particular y principalmente: Tal vez el pobre San Pedro seguiría llorando amargamente su triple negación, sin que sus lágrimas pudieran borrar de la retina de sus ojos el reflejo de aquella dulce mirada de Jesús en el patio hebreo de la casa de Caifás. Tal vez, replegado en el regazo contrito de su dolor y de su cobardía, no se atreviera a acercarse al buen Jesús; sin embargo, Jesús le seguía amando y mantenía su promesa de levantar sobre Pedro el edificio colosal de la Iglesia católica.

Frente a los prejuicios sectarios y a las interpretaciones torcidas en torno a la designación de Pedro como jefe y maestro supremo y universal de la Iglesia, ahí están los documentos históricos del Evangelio y la actuación primacial de San Pedro en la vida interna y externa de la Iglesia. Los pasajes del capítulo 16 del evangelio de San Mateo y del capítulo 21 del evangelio de San Juan son tan claros que, ante su claridad solar, algunos debeladores del primado de San Pedro no tienen otra salida que el negar la autenticidad histórica de esos pasajes evangélicos. En conformidad con su sentido actuó siempre San Pedro, y todos los cristianos vieron en esta conducta la puesta en práctica de sus poderes, concedidos por Cristo y simbolizados en la entrega de las llaves del reino de los cielos al antiguo pescador de Betsaida.

Efectivamente, fue San Pedro quien anatematiza al primer heresiarca Simón Mago; quien recibe en Joppe la ilustración de Cristo en orden a la universalidad de la joven Iglesia y marcha a Cesarea a convertir al centurión romano Cornelio; quien preside y define la actitud dogmática de la Iglesia en el concilio de Jerusalén; quien propone a los fieles la elección del sustituto del traidor Judas en el Colegio Apostólico; quien en el día augural de Pentecostés se levanta, en nombre de todos, para arengar a la multitud y exponer la doctrina y el mensaje divino de Jesús; quien es consultado y obedecido por San Pablo, quien anuncia el castigo a Ananías y a Tafita, y es citado y ocupa siempre el primer lugar.

Todos acuden a Pedro, y Pedro acude a todas partes, dejando con sólo la sombra de su cuerpo una estela de milagros, y abriendo con su palabra horizontes de luz, de unidad, de universalidad y de paz.

Esta posición y esta influencia de San Pedro dentro y fuera de la Iglesia fue el origen de su encarcelamiento en Jerusalén y de su sentencia de muerte dada por Herodes Agripa, el nieto de aquel Herodes degollador de los niños inocentes y sobrino de Herodes Antipas, el asesino del Bautista y burlador de Cristo en los días de la Pasión. El odio contra la naciente Iglesia se centraba ya en su primera cabeza visible, en San Pedro. La pluma de Lucas nos lo afirma en el libro de los Hechos de los Apóstoles, al decir: "Y entendiendo (Herodes Agripa) ser grato a los judíos, siguió adelante prendiendo también a Pedro" (Act. 12,3).

Esta narración bíblica del prendimiento y liberación de San Pedro por un ángel, horas antes de la ejecución de la sentencia de su muerte, es todo un poema, una de las páginas más bellas, más emotivas, más realistas y de más fino sentido psicológico de la literatura universal al servicio de la verdad histórica. La Iglesia la recuerda y conmemora litúrgicamente en la fiesta de San Pedro ad víncula.

Libertado por el ángel, Pedro salió de Jerusalén. El libro de los Hechos de los Apóstoles, después de la escena encantadora y realísima ocurrida en “la casa de María, la madre de Juan, apellidado Marcos", añade: "Y, partiendo de allí, se fue a otro lugar" (12,17). ¿Cuál es este lugar? ¿Adónde se dirigieron los pasos peregrinos de San Pedro recién liberado? ¿A Roma? ¿A Cesarea? ¿A Antioquía?

Con certeza histórica no lo sabemos. Lo cierto es que a San Pedro volvemos a encontrarle en Antioquía; que una antigua tradición afirma que San Pedro fue el primer obispo de Antioquía; que la Iglesia admite y confirma esta tradición con la institución litúrgica de la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Antioquía; que Eusebio, en su Historia Eclesiástica, nos dice que Evodio fue el segundo obispo de Antioquía y sucedió a San Pedro.

¿Fue a raíz de su milagrosa liberación de la cárcel de Jerusalén cuando Pedro fue por primera vez a Antioquía? ¿Había ido anteriormente, hacia el año 36 o 37, después de la muerte del protomártir San Esteban, a fundar la primera cristiandad antioqueña? Tampoco podemos contestar con certeza a estas preguntas.

Más importancia teológica e histórica presenta y encierra el incidente de Antioquía aludido por San Pablo en su Epístola a los gálatas (2,11). Tiempos eran aquéllos en los que, por una parte, las formas de expresión del viejo culto judaico estaban más concretadas que en la nueva religión cristiana, y, por otra parte, los judíos cristianos de Jerusalén —especialmente los de procedencia farisea— abrigaban la ilusión de esperar en la joven Iglesia un simple florecimiento espiritualista y más lozano de la antigua sinagoga mosaica. Por ello, algunos judíos cristianos defendían que el mundo de la gentilidad sólo podía entrar en la Iglesia de Cristo pasando previamente por el Jordán de la circuncisión y la observancia total de la Ley de Moisés.

El problema era de fondo, no sólo de forma y de rito. Porque obligar a la circuncisión a los gentiles, y a la observancia de los ritos mosaicos, equivalía a reducir la Iglesia de Cristo a la estrechez nacionalista de la vieja sinagoga, a negar la universalidad de la redención por los méritos de Cristo, a hacer del cristianismo universal y universalista una religión de raza.

El aspecto dogmático y religioso de esta cuestión había sido ya resuelto, hacia el año 50, en el concilio de Jerusalén, al definir la no obligatoriedad de la circuncisión y de la observancia de la ley mosaica, y precisamente se había zanjado por la autoridad de San Pedro. Mas, en la práctica, seguían algunos judíos cristianos absteniéndose en las comidas de los manjares impuros según la ordenanza y el rito de la Ley de Moisés. Efectivamente, desde el punto de vista dogmático y teológico la cuestión estaba resuelta en el plano del pensamiento; pero la continuidad de su planteamiento, aun en el plano del rito y de la práctica, seguía presentando serios y graves peligros para la desviación doctrinal en torno a la unidad y universalidad de la Iglesia.

El incidente ocurrido en Antioquía entre Pedro y Pablo fue originado por las condescendencias del gran corazón de San Pedro en el terreno de las conveniencias prácticas de la prudencia, no de los principios doctrinales de la Iglesia. San Pablo no era un hombre de medias tintas ni de términos medios, y en la condescendencia del corazón de San Pedro vio "una simulación" —así la califica— que en el orden de las conductas podría, por orgullo de raza, dar pretextos para seguir manteniendo, dentro de la catolicidad de la Iglesia, un muro de separación entre judíos y gentiles, como en el templo de Jerusalén.

San Pablo no transigía ante estas condescendencias rituales de San Pedro, y el Espíritu Santo, que, por encima de todas las flaquezas, dirige a la Iglesia de Dios, facilitó los caminos a la expansión ecuménica del cristianismo. El muro que en el templo de Jerusalén separaba a los gentiles y judíos fue derrumbado para siempre. Sobre sus escombros y sus ruinas se levantan hoy, abiertas y campeadoras, las columnas berninianas la gran plaza romana, precisamente, de San Pedro.

La fantasía novelera de la Escuela de Tubincia se atrevió un día a lanzar por el mundo la especie de una oposición dogmática y de una indisciplina jerárquica entre ambos príncipes de la Iglesia. Hoy la misma crítica histórica contemporánea ha echado por tierra tal imputación, Pedro y Pablo, figuras cimeras de la Iglesia, almas hermanadas por una misma fe y un mismo amor, sellaron con la sangre del martirio sus nombres y sus vidas bajo los cielos de Roma. Por encima de sus distintos temperamentos, un mismo credo, un mismo amor, un mismo ideal, les unió en el combate y en la muerte, emparejando sus personas, tan íntimamente, que ya, desde los primeros tiempos de la Iglesia, aparecen juntos en el medallón de las catacumbas de Santa Domitila y en el más antiguo aún sarcófago de Junio Baso, hallado en la cripta del Vaticano,

Si los enemigos de la Iglesia han gastado tanta tinta en combatir la institución misma delPrimado, mayores aún son sus ataques contra el hecho histórico-dogmático del Primado de Pedro y de sus sucesores en la cátedra de Roma. Frente a la claridad que brota de los documentos históricos en favor de las tesis católicas, se empeñan en afirmar que, tanto la institución del Primado en la Iglesia como su encarnación en la persona de Pedro y en el obispo de Roma, son productos puramente naturales de un proceso evolutivo histórico.

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Estatua de san Pedro en Cafarnaún

Ni el Evangelio ni la Iglesia temen a la verdad, y ahí están las realidades históricas proclamando la verdad católica en relación con el Primado de Pedro y de sus sucesores los papas. La Iglesia había de desarrollarse como el grano de mostaza y perpetuarse a través de los siglos. La indefectibilidad de la Iglesia exige una autoridad indefectible también, y para ello Cristo la cimentó en la piedra, en Cefas, en Pedro, y contra esa piedra ni han prevalecido ni prevalecerán las puertas del infierno. Dos mil años de historia vienen confirmando esta realidad, garantizada por la promesa de Cristo Dios (Mt. 16,18).

La estancia de San Pedro en Roma, su pontificado romano y su martirio en la Ciudad Eterna son hechos históricos hoy admitidos por todos los historiadores responsables y de buena fe. El mismo Harnack, nada sospechoso, llega a afirmar "que no merece el nombre de historiador el que se atreve a poner en duda esta verdad". La fecha de la misma llegada y la duración de la estancia en Roma de San Pedro son hoy cuestiones aún por dilucidar, así como la fecha exacta de su martirio en tiempos de Nerón.

¿Fue San Pedro el primer sembrador de la semilla evangélica en Roma? ¿Fueron los romanos residentes en Jerusalén en el día de Pentecostés, a quienes alude el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,10) y convertidos a la fe de Cristo por el discurso de San Pedro? ¿Fueron los judíos dispersos de Jerusalén los que, con motivo de la persecución de Herodes Agripa, se alejaron hasta Roma y fundaron el primer núcleo de la cristiandad romana entre la numerosa colonia judía del Trastevere? Nada sabemos con certeza histórica sobre estas interrogaciones tan sugerentes.

El hecho cierto es que Pedro estuvo en Roma y que fue su primer obispo. Desde Roma escribió su primera carta a los fieles del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, fechada en Babilonia (5,13), nombre simbólico universalmente interpretado por Roma, la ciudad pagana sucesora o representante de la antigua Babilonia. Los testimonios de Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro en el pontificado romano; de Ignacio de Antioquía en su epístola dirigida a los romanos; de San Ireneo, en su tratado Contra todas las herejías, y recientemente las últimas excavaciones realizadas en la cripta de la basílica Vaticana, demuestran hasta la evidencia la estancia de San Pedro, su pontificado y el ejercicio de su jurisdicción primacial en Roma y en toda la Iglesia.

Roma y San Pedro son dos términos plenos de grandeza histórica, que se asocian espontáneamente en la inteligencia y en el corazón de todos los cristianos. Según una antiquísima tradición, el pontificado romano de San Pedro duró veinticinco años: "Annos Petri non videbis". Esta tradición viene a confirmar la opinión de los que afirman que la primera llegada de San Pedro a Roma aconteció hacia el año 42, y su martirio hacia el año 67.

En efecto, el martirio de San Pedro ocurrió entre estas dos fechas extremas: entre el año 64, fecha del gran incendio de Roma, y el año 68, fecha de la muerte de Nerón. San Juan en su evangelio nos legó estas palabras de Jesucristo a San Pedro: "En verdad, en verdad te digo: Cuando eras más joven tú mismo te ceñías y andabas adonde querías; mas cuando hayas envejecido extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde tú no quieras" (21, 18-19). Era una alusión delicada al martirio del apóstol.

En el verano del año 64 un gran incendio devastó gran parte de la ciudad de Roma. Mientras ocurría la gran catástrofe, Nerón —según escribe Tácito en sus Anales— cantaba en su teatro privado su poema acerca de la ruina de Troya, aspirando a la gloria de fundar una ciudad nueva que llevase su nombre.

Esta actitud de Nerón dio ocasión al rumor popular de que el incendio de Roma había sido provocado por el propio emperador; Nerón acusó entonces a los cristianos como causantes y provocadores del incendio de Roma, y comenzó su sanguinaria persecución contra la Iglesia. Torrentes de sangre cristiana corrieron por el circo, por las cárceles, por las afueras de Roma. La leyenda, flor de la historia, ha recogido la escena enternecedora del Quo vadis, que la piedad y el arte cristiano nos recuerdan en la devota capilla romana del Quo vadis, erigida en el lugar donde Jesús se apareció a San Pedro, cuando huía de Roma despavorido por la persecución neroniana. Pedro pregunta al Maestro: "Señor, ¿adónde vas?" y el Señor le responde: "A Roma, para ser otra vez crucificado". Pedro comprende la significación y el alcance de este dulce reproche de Jesús, y retorna a la ciudad de su martirio.

Pronto es apresado por los esbirros de Nerón. El peregrino cristiano visita en Roma con profunda veneración la célebre cárcel Mamertina, donde fue preso San Pedro, y donde convirtió y bautizó a sus mismos carceleros, Proceso y Martiniano, futuros mártires de la fe cristiana,

Poco tiempo después el gran apóstol San Pedro moría clavado en la cruz, como su Maestro; pero, en conformidad con su propio deseo, cabeza abajo, dándonos con esta actitud una gran prueba de su humildad y de su amor a Cristo Jesús. Su sangre cayó cerca del obelisco de Nerón, en la colina vaticana, donde se levantó la antigua basílica Constantiniana y hoy se alza la gran basílica que lleva su nombre.

La tumba del gran apóstol San Pedro se yergue bajo la bóveda grandiosa del Bramante, el monumento más hermoso del orbe. Ante el altar de la confesión y de la tumba del apóstol arrodillémonos con veneración, y, a semejanza del viejo pescador de Betsaida, volvamos nuestro espíritu hacia Cristo Redentor, para repetir el eco de la fe y de la plegaria de San Pedro: "Tú eres Cristo, el Hijo del Dios viviente".

La Iglesia celebra con los máximos honores de su liturgia la fiesta de San Pedro, en el mismo día que la fiesta de San Pablo. Ellos fueron, y serán siempre, los Príncipes de los Apóstoles, Así los ha apellidado la Iglesia, así los invoca la fe y el arte de las generaciones cristianas.

Pedro Cantero Cuadrado

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SAN PEDRO APÓSTOL

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