El 11 de febrero es fiesta en el Vaticano porque es el aniversario de los Pactos Lateranenses firmados con Italia en 1929 para crear el Estado Ciudad del Vaticano. Pero desde el año 2013, cada 11 de febrero se recuerda otro episodio decisivo para este pequeño país.
Benedicto XVI había convocado para ese día a los cardenales residentes en Roma con la excusa del anuncio oficial de tres canonizaciones.
Pero por sorpresa, añadió una declaración especial. La leyó a las 11:45 de la mañana.
BENEDICTO XVI
“Por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Mientras el Papa se retiraba a sus habitaciones, comunicaron la noticia dos agencias, la francesa iMedia y la italiana Ansa. También el diario oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, publicó una edición especial.
Benedicto tenía 85 años. Llevaba 7 años, 10 meses y 10 días como Papa. Había realizado 25 viajes, a 24 países diferentes. Hizo 44 nuevos santos, 26 hombres y 18 mujeres; y nombró 67 nuevos cardenales.
El Papa explicó de nuevo las claves de este gesto en su primera audiencia general tras el anuncio.
BENEDICTO XVI
“He hecho esto con plena libertad por el bien de la Iglesia, después de haber rezado mucho tiempo y haber examinado delante de Dios mi conciencia, siendo conocedor de la gravedad de este acto, pero también sabiendo que no estoy preparado para desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que este requiere”.
FEDERICO LOMBARDI
Exportavoz del Vaticano
“(A esa edad) no podría hacer casi nada de lo que se espera de un Papa. No podría viajar, no podría presidir celebraciones públicas, ni mantener reuniones largas, ni tomar decisiones complejas. Es evidente que ha hecho bien, ha hecho lo más razonable ante Dios y ante los hombres”.
Con el paso de los años, el shock con el que muchos reaccionaron a esa decisión se ha suavizado. Un gesto de humildad, sabiduría y prudencia, que es también la gran lección del Papa profesor.
Cuando falleció Juan Pablo II, el cardenal decano Joseph Ratzinger celebró su funeral
Fue la primera vez que el mundo fijó sus ojos en este alemán discreto con fama de duro.
También él se encargó de dirigir las doce congregaciones de cardenales, o sea las reuniones sobre el futuro de la Iglesia y el perfil del próximo Papa para elegir un sucesor. No lo tenían nada fácil. Iba a ser complicado encontrar a alguien con el coraje suficiente para suceder a Juan Pablo II.
El cónclave comenzó el lunes 18 de abril con la Misa para pedir ayuda al Espíritu Santo. La celebró el cardenal Ratzinger, que ya se había convertido en un sólido candidato.
"En esta hora pidamos insistentemente al Señor que, tras el gran don del Papa Juan Pablo II, nos conceda de nuevo un pastor a la medida de su corazón”.
Entraron a las 4 de la tarde en la Capilla Sixtina. Los 115 cardenales menores de 80 años juraron que votarían sin dejarse llevar por presiones, y que guardarían secreto de lo que ocurriera ahí dentro.
Pocas horas después, el primer mensaje de la Sixtina. Fumata negra.
Tampoco hubo un nuevo Papa la mañana del 19 de abril. Tras tres votaciones, los cardenales aún no se habían puesto de acuerdo.
Sin embargo, a media tarde, cambió la situación. Y una fumata blanca coloreó el cielo de Roma. Así recibió la plaza la noticia.
Joseph Ratzinger acababa de convertirse en el sucesor de San Pedro número 265, tras cuatro votaciones, uno de los cónclaves más rápidos de la historia.
"Queridos hermanos y hermanas. Después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes y sobre todo confío en vuestras oraciones”.
Lo primero que hizo fue visitar a sus compañeros de trabajo en la que fue su oficina durante 23 años: la Congregación para la Doctrina de la Fe.
"Santidad, bienvenido entre nosotros y gracias por esta visita”.
"Todavía no puedo creer que esté ahora en otro sitio. Se ha hecho cuanto el Señor ha dicho a Pedro: Llegará el día en que tú serás guiado dónde no quieres ir”.
Le regalaron una tarta. La tenían ya preparada porque cuatro días antes había cumplido 78 años.
Pocos días después, explicó a unos peregrinos alemanes cómo se sentía.
25 de abril de 2005
"Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconcertado. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes”.
Con su nueva vida echaría de menos también sus libros. El Papa profesor los necesitaba, y por eso, salió del Vaticano para ir a su antigua casa y preparar con su biblioteca sus primeros discursos.
No se imaginaba que la voz corrió muy deprisa y cientos de personas le esperaron en la puerta para verlo.
Nunca se acostumbró a la popularidad. Pero con su timidez, se ganó a quienes lo vieron de cerca.
En 2013, con motivo de la renuncia de Benedicto XVI, Rafael Domingo publicó en la edición española de CNN el siguiente artículo. Rafael Domingo Oslé es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.
Los papas gustan de mover sus fichas pensando a largo plazo, a larguísimo plazo, sabedores de que gobiernan una institución milenaria, llena de goteras y grietas, achacosa a veces, pero siempre viva y pujante pues la muerte no está pensaba para ella.
Joseph Ratzinger no es excepción. El Papa es plenamente consciente de que en estos momentos está haciendo historia, marcando una nueva pauta en la Iglesia con esta última decisión suya tan audaz y valiente. Por eso, tiempo al tiempo. Ya llegará la hora de valorar objetivamente un Pontificado que, con sus luces y sus sombras, acabará enalteciendo la figura de Benedicto XVI.
Mi objetivo hoy es más modesto. Tan solo pretendo referir lo que me ha aportado personalmente este gran intelectual alemán que decidió colgar la sotana blanca para encerrarse a rezar y escribir entre cuatro paredes junto a un pequeño huerto ecológico.
Para mí, hablar de Benedicto XVI es hablar de un maestro, en el sentido más clásico y noble del término, del que he aprendido algunas lecciones inestimables. Algunas de ellas son fruto de su comportamiento, las más, de su magisterio. Todas: expresión de su extraordinaria honradez intelectual y profunda humildad.
Un maestro es la persona capaz de grabar a fuego en tu alma una idea. Un maestro es quien atraviesa intelectualmente tu vida, como una flecha atraviesa un cuerpo. Un maestro es quien va siempre por delante de ti dando respuesta a tus inquietudes intelectuales. Un maestro es quien te obliga a mantenerte de puntillas para estar a su altura intelectual.
Por eso, la conversación con el maestro es rayo de luz, abre horizontes, crea nuevas expectativas, despierta sensibilidades. La presencia del maestro estimula la inteligencia, alienta la creatividad, despierta la imaginación.
Enseguida me di cuenta de que, a pesar de dedicarse él a la Teología y yo al Derecho, compartíamos las mismas preocupaciones intelectuales, y de que, en realidad, estábamos subiendo el mismo monte por diferentes laderas. Eso sí, él iba muy por delante de mí en ese empinado ascenso.
Benedicto XVI dejará de ser Papa el 28 de febrero, pero no de ser uno de los intelectuales más perspicaces de nuestro tiempo. Un maestro puede dejar de ser Papa, pero no de enseñar. Por eso, quiero compartir las diez lecciones más importantes que he aprendido de Benedicto XVI. No son las mejores aportaciones de Ratzinger a la Teología; tampoco se derivan necesariamente de sus principales hitos como Pontífice. Son sencillamente lecciones de un maestro.
1. La universidad es hogar de nuevas ideas y de diálogo
La universidad es un lugar privilegiado para el nacimiento de nueva ideas y el diálogo interdisciplinar es el método más fecundo para que estas ideas florezcan. De ahí la importancia de que existan campus aislados cuyos profesores y alumnos vivan totalmente inmersos en un debate intelectual estimulante y crítico, una idea que siempre impulsó Ratzinger desde sus comienzos como profesor en la Universidad de Bonn.
2. El mundo necesita el diálogo entre creyentes y no creyentes
El mundo de hoy demanda un diálogo abierto, sereno y equilibrado entre creyentes y no creyentes. Este diálogo será en beneficio de todos. A los creyentes les servirá para purificar el argumento religioso; a los no creyentes, para advertir los límites de la razón positiva, cuya exclusividad enclaustra al ser humano. Su conversación con Jürgen Habermas, otro gran maestro, fue un ejemplo del camino que debe emprenderse para poder dar pasos en esta dirección.
3. La recuperación del "eros"
La necesidad de recuperar para el Cristianismo el genuino concepto de "eros", con el fin de poder aplicarlo a Dios cuyo amor es no sólo donacional, sino también posesivo. Esta sincera reflexión, explicada en su primera encíclica Deus caritas est, ha abierto nuevos derroteros en el campo de la vida contemplativa y en la consideración de la filiación divina, o la consideración de que somos hijos de Dios, como núcleo esencial del mensaje cristiano. Se puede formular de una manera más directa: cuando Dios se empeña en vivir cerca de ti, se le palpa y la fe sobra.
4. El derecho debe abrirse a la transcendencia
Esto no significa que los ordenamientos jurídicos hayan de reconocer la existencia de Dios -¡ese no es su cometido!- pero sí que han de ver en la religión un valor en sí mismo, capaz de dar respuesta a ciertos interrogantes que la razón científica no puede resolver.
5. No existe un ordenamiento jurídico cristiano
Para Benedicto XVI, no hay un sistema legal cristiano, revelado por Dios, sino que lo único que demanda el cristianismo a los ordenamientos jurídicos es que se remitan a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho.
6. Actuar contra la razón, es actuar contra Dios
La lección sexta la constituye el núcleo de su controvertido discurso en Ratisbona, quizás el más importante discurso del Papa, es que el no actuar con el "logos" es contrario a la naturaleza de Dios. Por tanto, no hay incompatibilidad alguna entre razón y fe. " Se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión.
Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios", dijo en su famoso discurso.
En la carta, Ratzinger lamentó los errores de gestión por parte del Vaticano al no haber hecho el uso adecuado de internet. "Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias", escribió entonces.
En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena".
9. Austeridad en uno de los lugares más lujosos
Dentro del Vaticano, uno de los lugares más lujosos y espectaculares del mundo, Benedicto XVI demostró que se puede llevar una vida sencilla, sobria y austera, desprendida de las riquezas materiales, con comidas frugales, largos ratos dedicados a la oración y al silencio, la escritura y el estudio, y una cama de pequeñas dimensiones.
10. No ser más papista que el Papa
La décima y última lección no es la más importante, pero sí la que ha sobrecogido al mundo por inesperada. La opinión pública la ha formulado de la siguiente manera, siguiendo el propio discurso de renuncia papal: el espíritu de servicio es el único fin que ha de buscarse en el desempeño de cualquier cargo público.
Por eso, cuando por motivos justificados este servicio pueda quedar deslustrado, es recomendable dejar paso a otros que desempeñen el cargo con más competencia. Me parece, sin embargo, que hay una formulación mucho más sencilla y castiza: No se puede ser más papista que el papa. Por eso, el papa Benedicto XVI no ha querido ser más papista que Benedicto XVI. Y él tenía la profunda convicción moral, desde hace mucho tiempo, de que para la Iglesia era muy conveniente que un papa renunciara. Se dieron las circunstancias. Y lo hizo. ¡Como un campeón!
Rafael Domingo Oslé (*)
(*) Es catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Navarra y profesor visitante del Centro para el Estudio de la Ley y Religión de la Facultad de Derecho de la Universidad de Emory en Atlanta.
Benedicto XVI- Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso
Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado.
9 de abril, 2005
"Los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes”.
Humildad. Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso. Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado. A la presentación de "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres” acudieron el hermano del Papa emérito, Georg Ratzinger y su secretario, Georg Gänswein.
ALBRECHT WEILAND
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Para nosotros es muy importante porque nuestra editorial normalmente se enfoca en libros de arte, de cultura y sobre todo de cultura cristiana. Desde hace poco publicamos también sobre historia, y Benedicto XVI es una pieza muy importante de la historia y por eso decidimos publicar un libro sobre este personaje tan importante”.
Las fotografías y los testimonios juegan un papel esencial en el nuevo volumen que se presentó en el cementerio teutónico del Vaticano.
CHRISTIAN SCHALLER
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Es un regalo para Benedicto para recordar sus ocho años de pontificado, es un honor. Hemos intentado hacer fácil la lectura escogiendo temas y fotografías que son grandes escenas de su pontificado”.
Fotografías que recogen grandes momentos y otros detalles más cotidianos de su pontíficado. Como esta con Georg Gänswein.
O esta otra cuando por primera vez el papa Francisco se reunió con el papa emérito Benedicto XVI. Fue un encuentro sencillo, emotivo y, sin duda, histórico
En la elaboración del libro han participado los cardenales Gerhard Müller o Kurt Koch. Tanto los autores como los responsables de edición lo conocieron y ellos así le recuerdan.
ALBRECHT WEILAND
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"De él me acuerdo de sus homilías espléndidas”.
CHRISTIAN SCHALLER
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Yo me acuerdo de una situación muy bonita, en su primera visita que tuvo después de su elección como Papa. Un momento privado en el tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano”.
Un libro que recopila los ocho años de un Papa que no iniciaba su pontificado de manera fácil y que ahora, sin duda, es histórico por su renuncia y uno de los más queridos.
371 El Papa San Dámaso es acusado de homicidio y es exonerado por el emperador 373 San Ambrosio, Obispo de Milán 373 Fallece San Atanasio 374-377 San Jerónimo, anacoreta en Calcis
San Esteban: "Meditar sobre la Escritura para entender el presente"
Presentamos una catequesis de Benedicto XVI, de 2012, en la que habla del martirio de San Esteban. Invitó a tratar a Dios con la confianza de los hijos que acuden a un Padre.
La oración de San Esteban, el primer mártir cristiano, fue el tema elegido por el Santo Padre para la catequesis de la audiencia general de hoy miércoles.
Ante más de 20.000 fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, el Papa explicó que, según narran los Hechos de los Apóstoles, Esteban fue llevado a juicio ante el Sanedrín, acusado de haber declarado que Jesús destruiría el templo y subvertiría las costumbres legadas por Moisés. Ahora bien, en su discurso ante el tribunal, el santo afirma que Jesús se refería a su cuerpo, que es el nuevo templo. De esta forma, Cristo “inaugura el nuevo culto, y con la ofrenda de sí mismo en la Cruz, reemplaza los sacrificios antiguos”.
Esteban quiere demostrar que la acusación de subvertir la ley de Moisés es infundada y para ello ilustra su visión de la historia de la salvación, de la alianza entre Dios y el hombre. “Relee así -dijo Benedicto XVI- toda la narración bíblica, el itinerario de la Sagrada Escritura, para demostrar que conduce al lugar de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección. En esta perspectiva (...) también lee su condición de discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite entender (...) el presente”.
El protomártir, “en su reflexión sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, pone de relieve la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, y afirma queJesús es el Justo anunciado por los profetas; en Él, Dios mismo se ha hecho presente de manera única y definitiva: Jesús es el 'lugar' del culto verdadero”.
La vida y el discurso de Esteban se interrumpen repentinamente con la lapidación, pero “precisamente el martirio es el cumplimiento de su vida y de su mensaje: se hace uno con Cristo. Así, su reflexión sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina que en Jesús ha llegado a su plenitud, se convierte en participación en la misma oración de la Cruz”.
En el momento del martirio del santo, afirmó el Papa, “se manifiesta una vez más la fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración”. Pero: “¿De dónde sacó el primer mártir cristiano la fuerza para hacer frente a sus perseguidores y llegar hasta la entrega de sí mismo? La respuesta es simple: desu relación con Dios, de su comunión con Cristo, de la meditación sobre la historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que alcanza su cumbre en Jesucristo”.
San Esteban cree que Jesús “es el templo 'no construido por mano de hombre' en que la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana como para entrar en nuestra carne humana para llevarnos a Dios, para abrir las puertas del Cielo. Nuestra oración, entonces, debe consistir en la contemplación de Jesús a la diestra de Dios, de Jesús como Señor de nuestra vida cotidiana. En Él, bajo la guía del Espíritu Santo, también nosotros podemos dirigirnos a Dios (...) con la confianza y el abandono de los hijos que acuden a un Padre que los ama infinitamente”, concluyó el Santo Padre.
Renovamos la conciencia de un acontecimiento que sigue teniendo plena vigencia
Para los cristianos la Navidad es un tiempo muy especial. No es simplemente un recuerdo, ni un mero símbolo; ni menos aún una especie de cuento o de juego para gente menuda. Ni simplemente un modo de que los adultos puedan sentirse niños de nuevo, al menos por unos días.
Un Bing Bang redentor
La Navidad es un tiempo litúrgico en el que renovamos la conciencia de un acontecimiento que sigue teniendo plena vigencia: la segunda Persona de la Trinidad, la Palabra de Dios, ha nacido en un pesebre de Belén. Dios se ha hecho hombre, se ha hecho Niño, entrando así en la historia humana y su lógica. Por tanto, según unas coordenadas concretas: en un momento dado, en un lugar determinado, a través de una cultura que Él quiso asumir con todas las consecuencias.
A partir de entonces, no se ha retirado ni se ha retractado de ese acontecimiento definitivo, que ha cambiado la vida del mundo y sigue, como un “Bing Bang” redentor, expandiendo su energía salvadora en el tiempo y en el espacio de cada uno y de todos, a la vez que pide nuestra colaboración para que su amor llegue hasta los confines del universo.
Dios sigue viviendo como hombre en Jesús resucitado. Esa Humanidad Santísima está en el seno de la Trinidad. El vencedor de la Cruz sigue intercediendo por nosotros ante Dios Padre. Sigue presente, también, en esta tierra especialmente en la Iglesia y en su misión, actuando por medio del Espíritu Santo en los corazones y en las culturas que le acogen.
Sigue naciendo cada vez que alguien se abre al Amor con mayúsculas (el de Dios) o al amor hacia los demás, que es, según San Juan, camino y manifestación, al menos incipiente y siempre necesario, del amor a Dios.
La Navidad sólo sucedió históricamente “de una vez por todas”. Pero, al ser Dios su protagonista principal, no es algo que simplemente pasó; sino que sigue siendo plenamente actual. No sólo en el “Hoy” eterno de Dios, sino también en nuestras vidas, que se abren mediante la fe a la vida de Dios, permitiéndonos vivir y comprender los valores eternos, mientras tratamos de reproducirlos en nuestra existencia ordinaria.
Lo hacemos, ciertamente, en la medida de nuestras modestas posibilidades; pero a la vez, y esto es lo fascinante, estamos llamados a realizarlo con la vida misma de Dios (el cristiano pertenece al Cuerpo místico de Cristo); con su fuerza redentora y salvadora, siempre amable; consu luz reveladora y maravillosa.
La Navidad celebra este nacimiento y esta vida de Dios entre los hombres y de los hombres con Dios. Un nacimiento y una vida que, según la fe cristiana, tienen una referencia al pasado, y, a la vez, son plenamente actuales y condición para la vida plena en el futuro de los hombres.
¿Cómo vivir la Navidad en cristiano?
De todo ello cabe deducir cómo se puede hoy “vivir la Navidad en cristiano”.
Quizá, apurados por la crisis económica, no podamos contemplar tantas luces en las calles y en los comercios; pero eso nos puede descubrir que la luz que más espera el Niño es la de nuestra vida.
Puede que hayan disminuido los símbolos cristianos de ese acontecimiento, el nacimiento de Dios en el tiempo, que celebramos; pero es el cristiano el que debe ser, en su propio ambiente, signo vivo de Cristo.
Tal vez los “Nacimientos” o los “Belenes” serán en algunos lugares más discretos o menos vistosos; pero los que se ponen (con sus figuritas ingenuas, el musgo y las casas de corcho) seguirán representando el Amor, y la respuesta que espera de cada uno, como realidad que llena de sentido la historia.
Quizá se reduzca la calidad y variedad de una ideal “mesa navideña”; en todo caso el altar sobre el que se pone pan y vino significa el corazón de los cristianos, que elevan hacia Dios la ofrenda de su existencia cotidiana en acción de gracias por hacernos participar de su vida, unidos al corazón de Cristo. Y es que Belén y el Calvario son inseparables.
Incluso aunque volviéramos a “tiempos mejores” en el espejismo de un engañoso espíritu navideño, nuestro vivir la Navidad no sería auténtico si no existiera una preocupación “real” por acercarnos de nuevo o más intensamente a Dios, a través de la oración y de los sacramentos (especialmente la Confesión y la Eucaristía) y de las obras del amor.
Es decir, con un desvelo “real” por los que están a nuestro lado en la familia, en el trabajo y en la calle; especialmente por los que no tienen hogar o compañía, o carecen de ropa o de comida, o por los que están enfermos, en estos días.
Así Dios ha de nacer de nuevo en el corazón de cada cristiano, como condición para que pueda nacer en otros corazones. Pero hay que dejarle nacer en la mirada y en los hechos. Así la Navidad permitirá dejar que se hagan realidad los sueños.
Navidad en y desde la familia
La Navidad es la fiesta de la alegría porque es la fiesta de la fe que se hace vida. Sobre la base de la Encarnación de Dios, la Navidad es igualmente la fiesta de la familia y de la amistad. Por eso decía Guardini: “Todo regalo debe ser en el fondo un símbolo del único gran regalo, en que Dios entregó a su Hijo por la salvación del mundo (1 Jn 4, 9s)”.
Dentro de la familia, vivir la Navidad en cristiano significa, por ejemplo, el “volcarse” de unos con otros en costumbres que vale la pena mantener o recuperar: el belén, el árbol, los villancicos; alguna comida más especial, conversaciones y paseos familiares, atención particular a los más pequeños, a los ancianos y a los enfermos; gestos concretos de desprendimiento personal, por parte de todos los miembros de la familia, a favor de quienes, ahí afuera, no tienen nada o casi nada. Eso para empezar, pero aún hay más.
Imaginaba Guardini que María le habría contado a San Juan acerca de su anhelo por esperar al Mesías, muchos años atrás. Paraella esa venida era muy diferente de la liberación terrena yglorificación humana que esperaban muchos. “Quizá en ella había también un presentimiento, que no habría podido explicar ella misma; una sensación de que la misteriosa figura del que ‘había de venir’ la afectaba muy personalmente a ella...”
Esto sucede de alguna manera con cada cristiano. La venida de Jesús y la Navidad nos afecta siempre de manera irrepetible, porque “cristiano” quiere decir continuador, como signo e instrumento, de la misión de Cristo, ungido por su Espíritu. Y por eso, la Navidad es a la vez la fiesta de la fe que se comunica, también en y por las familias (los padres y madres son los primeros apóstoles de sus hijos).
De ahí la importancia, en estos días, de cuidar las oraciones especialmente de los niños, bendecir la comida al menos en las fiestas, participar en la Misa, que es siempre el centro de la fiesta cristiana, manifestar la vida cristiana en el amor al prójimo. Y todo ello desde el seno de esta familia de Dios (la Iglesia), que nace con Jesús.
“Esta nueva familia de Dios comienza en el momento en el que María envuelve en pañales al ‘primogénito’ y lo acuesta en el pesebre. Pidámosle: Señor Jesús, tú que has querido nacer como el primero de muchos hermanos, danos la verdadera fraternidad. Ayúdanos para que nos parezcamos a ti. Ayúdanos a reconocer tu rostro en el otro que me necesita, en los que sufren o están desamparados, en todos los hombres, y a vivir junto a ti como hermanos y hermanas, para convertirnos en una familia, tu familia” (Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 25-XII-2010).
Se trata de un “Evangelio vivo” –inspirado en los relatos evangélicos– que nos conduce a la contemplación de la Navidad. Y a la vez, “nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”. Así, “descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.
Muchos de nosotros recordamos, en efecto, cuando preparábamos con nuestros padres “el nacimiento”, o “el belén”. Los niños lo preferíamos grande y, como a veces no había una mesa grande, estábamos dispuestos incluso a utilizar una puerta sobre unas banquetas. Era realmente, como dice el Papa, “un ejercicio de fantasía creativa”, lleno de belleza:
“Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular”. “Espero –continúa Francisco– que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada”.
Ternura de Dios e implicación nuestra
Aquel pesebre, que acogía y alimentaba a los animales, acogió entonces a “el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41) para alimentarnos a nosotros, según san Agustín (cf. Serm 189,4). Fue San Francisco de Asís en el s. XIII quien por primera vez representó el nacimiento de Jesús en Greccio antes de celebrar la Eucaristía, en un ambiente de gran alegría.
¿Porqué –se pregunta Francisco– el belén sigue suscitando tanto asombro y nos conmueve? Primero, porque manifiesta la ternura de Dios. Jesús se presenta como un hermano, como un amigo, como el Hijo de Dios que se hace Niño para perdonarnos y salvarnos del pecado.
En segundo lugar, porque nos ayuda a revivir la historia que aconteció en Belén, a “sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.
¿En qué sentido podemos implicarnos? En la imitación y seguimiento de la humildad, de la pobreza, del desprendimiento que escogió Jesús desde Belén hasta la Cruz. “Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).
La revolución del amor
El Papa repasa los “signos” del belén que nos ayudan a comprender su significado. El cielo estrellado en la oscuridad y silencio de la nochenos invita a preguntarnos sobre el sentido de nuestra existencia: “¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré?”. Y responde: “Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79)”.
Las casas –a veces en ruinas– que suelen colocarse son símbolo de la humanidad caída, de la corrupción que conlleva el pecado en el mundo, al que “Jesús ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original”.
Las montañas, los riachuelos, las ovejas, etc., nos hablan de que todos los seres creados participan de la fiesta de la venida del Mesías. “Los ángeles y la estrella –añade el Papa– son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor”.
En cuanto a los pastores, pobres y humildes, son los primeros que reciben el anuncio de la Navidad y corren, junto con otros mendigos y gente sencilla, para contemplarlo, llenos de asombro y sencillez: “Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre”.
Especialmente ellos nos recuerdan el mensaje de la Navidad: “Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía”. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), se ha hecho pobre y sencillo para enseñarnos dónde y cómo se encuentra la felicidad.
Frente a Herodes –su palacio suele ponerse al fondo, cerrado y sordo al anuncio de la alegría–, Jesús, que es Dios mismo hecho carne y hecho Niño, “inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura”. Por eso el belén es una llamada a la fraternidad humana y un brote de esperanza.
El belén y la santidad en la vida cotidiana
Tanto a los niños como a los adultos les encanta añadir otras figuras (un herrero, un panadero, mujeres que llevan jarras de agua, niños que juegan, etc.) que en principio no tienen que ver con los relatos evangélicos. De este modo se expresa que “en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura”.
El belén representa así también la santidad para todos en la vida ordinaria: “Todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina”.
Y por ese “camino” llegamos al centro del belén, la gruta donde están María, José y el Niño. En María vemos “a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5)”.
En José, “el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia”, aquél que “llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica”.
Y sobre todo, contemplamos el Niño Jesús: “Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma”.
Dice San Juan, resumiendo el misterio de la encarnación, que «La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2). De modo sorprendente, señala Francisco, “Dios asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños”. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas”.
En suma, “el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida”.
En una última escena aparecen las tres figuras de los Reyes Magos, que siguiendo una estrella han ido viniendo de lejos por el camino, y que, al llegar la fiesta de la Epifanía aparecen ante Jesús, ofreciéndoles oro (como rey), incienso (como Dios) y mirra (como hombre, pues la mirra se usaba para la sepultura). Con humildad adoran al Dios hecho Niño y vuelven contando lo que han contemplado.
Ahí –apunta el Papa– podemos descubrir la responsabilidad que tenemos, como cristianos, de ser evangelizadores: “Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor”.
La "pedagogía del belén"
Y en conexión con esto último, Francisco emplea un último argumento sobre lo que podríamos llamar “la pedagogía del belén” (que tiene su reflejo en los iconos orientales de la Navidad). Nos recuerda a los cristianos que “el belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe”. Gracias a nuestros padres y abuelos –a los que se pueden añadir los catequistas, los sacerdotes y en general los educadores de la fe– podemos aprovechar todas esas enseñanzas de esta entrañable costumbre cristiana que es poner el belén:
“Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad”. Así se facilita vivir la Navidad en cristiano.
Un buen regalo de Navidad nos ha hecho el Papa y podemos aprovecharlo también para manifestar el espíritu cristiano de la Navidad. Los Padres de la Iglesia –insignes escritores cristianos de los primeros siglos– solían explicar que, en realidad, lo que Dios quiere es que le dejemos nacer continuamente en nosotros, y en eso consiste la santidad cristiana.
El tiempo de Adviento y de Navidad es una estupenda ocasión para recomenzar ese camino, y construir el belén es una buena escuela para aprenderlo y transmitirlo. Volver a ser niños en la perspectiva de la fe. Y aprender un poco más a no dejar de reiniciar siempre ese camino.
Turistas se quedan asombrados tras el hermoso Belén del Vaticano
Cientos de turistas se han aglomerado estos días en la plaza de San Pedro. El motivo: contemplar el Belén y el árbol que ha puesto el Vaticano para celebrar la Navidad.
De España, Italia, Inglaterra o Brasil.
TURISTA
Fue un regalo para nosotros, que vinimos de Brasil, encontrarnos con esta belleza aquí.
TURISTA Hombre, desde luego, estar aquí en Navidad esa mí me parece una maravilla. Esta ciudad es preciosa. Es que da igual en la calle en la que estés, que todo es precioso.
TURISTA Sí, sí, hermoso. He venido desde Sicilia para verlo.
TURISTA Es la primera vez que vengo a Italia, así que estoy disfrutando mucho de la Navidad. Es muy bonito ver todas las luces de la ciudad y todos los adornos navideños.
Justo debajo del Obelisco, se encuentra el Belén, procedente de los Alpes italianos. La particularidad de que esté tallado en su totalidad a mano ha llamado mucho la atención de los visitantes.
Lo mismo ha pasado con el árbol, del que destacan el espectáculo de luces y el origen de sus adornos.
TURISTA Pues me parece precioso porque he visto que es de madera y por lo que me han contado, además, está tallado a mano, o sea, que me parece increíble, y es que tiene unos detalles increíbles. Es precioso.
TURISTA Y el árbol, precioso. Además que, por lo que nos hemos ido enterando, es natural aunque lo han colocado aquí, y que lo adornos los hayan hecho personas de un centro psiquiátrico y personas mayores, pues eso también te llama la atención.
TURISTA Sí, es realmente muy bonito. Me encantan todas las luces y todos los colores que tiene. Es realmente bonito el espíritu navideño aquí en la Ciudad del Vaticano.
Tras dos años marcados por el coronavirus, todos ellos agradecen la vuelta a la normalidad. Alguno incluso ha venido al Vaticano a dar gracias por ello.
TURISTA Por eso vinimos a Italia, porque Brasil tuvo una época muy mala y vinimos aquí al Vaticano para dar las gracias.
TURISTA Es un bien precioso que hemos redescubierto. Es precisamente un bien precioso que habíamos perdido, del que quizá no nos habíamos dado cuenta antes, pero ahora tenemos la importancia de respirar libres.
TURISTA Se está muy bien. Mejor que nacer de nuevo; vivir de nuevo. ¿Verdad María? Sí. Díselo; díselo tú mismo. Sí, me siento bien; mi tía también vino de Sicilia.
Muchos dicen que la pandemia les ha hecho redescubrir la belleza de hacer cosas sencillas como salir a la calle a contemplar los adornos navideños de sus barrios en familia.
CA
Nueva carta apostólica sobre el significado y el valor del Belén
«El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración». Así da comienzo la carta apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del pesebre, que el Papa Francisco firmó este domingo durante su visita al santuario franciscano de Greccio.
«La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús –se lee en el texto– equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría».
«La contemplación de la escena de la Navidad –escribe el Papa– nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.
Con esta carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza.
Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada».
San Francisco y el pesebre viviente en Greccio
El Papa, recordando los orígenes de la representación del nacimiento de Jesús, subraya la etimología latina de la palabra praesepium, es decir, pesebre, y cita a san Agustín que observa como Jesús, «puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros». Y recuerda el belén viviente querido por san Francisco en Greccio en la Navidad de 1223, que llenó de alegría a todos los presentes:
«San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe».
Asombro y emoción por el Dios que se hace pequeño
El pesebre –escribe el Papa– «despierta tanto asombro y nos conmueve» porque «manifiesta la ternura de Dios» que «se abaja a nuestra pequeñez», se hace pobre, invitándonos a seguirle por el camino de la humildad para «encontrarle y servirle con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados».
Los signos del pesebre: el cielo estrellado en el silencio de la noche
La carta revisa los diversos signos del pesebre. En primer lugar, el cielo estrellado, en la oscuridad y el silencio de la noche: es la noche que a veces rodea nuestra vida. «Pues bien, incluso en esos momentos –escribe el Papa– Dios no nos deja solos, sino que se hace presente» y «lleva la luz allí donde hay tinieblas e ilumina a los que pasan por las tinieblas del sufrimiento».
Los paisajes, los ángeles, la estrella cometa, los pobres
Luego, a menudo, hay paisajes hechos de ruinas de casas y palacios antiguos, «signo visible de la humanidad caída» que Jesús vino «a sanar y reconstruir». Hay montañas, arroyos, ovejas, para representar a toda la creación que participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella cometa son el signo de que «nosotros también estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la cueva y adorar al Señor».
Los pastores nos dicen que son «los más humildes y los más pobres que saben acoger el acontecimiento de la Encarnación», como lo son las estatuas de los mendigos. «Los pobres, en efecto, son los privilegiados de este misterio y, a menudo, los más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros», mientras que el palacio de Herodes «está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de la alegría».
Nacido en el pesebre –afirma Francisco– Dios mismo inicia la única verdadera revolución que da esperanza y dignidad a los desposeídos, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura».
Los otros personajes: del herrero al panadero
En el pesebre se colocan a menudo figuras que parecen no tener relación con las narraciones evangélicas, para decirnos –observa el Papa– que «en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay lugar para todo lo humano y para toda criatura».
Del pastor al herrero, del panadero al músico, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan, para representar «la santidad cotidiana, la alegría de hacer las cosas cotidianas de una manera extraordinaria, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina».
María y José: el abandono a Dios
En la cueva están María y José. María es «el testimonio de cómo abandonarse en la fe a la voluntad de Dios», así como José, «el custodio que no se cansa de proteger a su familia».
El Niño Jesús: el amor que cambia la historia
En el pesebre está el pequeño Jesús: Dios «es imprevisible» –afirma el Papa– «fuera de nuestros esquemas» y «así se presenta, en un niño, para ser acogido en nuestros brazos. En la debilidad y la fragilidad esconde su poder que crea y transforma todo» con amor. «El pesebre nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia».
Los Reyes Magos: los lejanos y la fe
Finalmente, el último signo. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el pesebre las tres estatuas de los Reyes Magos, que «enseñan que se puede partir desde lejos para llegar a Cristo».
Para la felicidad del hombre
«El pesebre –concluye el Papa Francisco– forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe»: no importa cómo se construye, «lo que importa es que hable a nuestras vidas», diciéndonos el amor de Dios por nosotros, «el Dios que se hizo Niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, en cualquier condición en que se encuentre», y para decirnos que «aquí es donde está la felicidad».